30 de agosto: Día Internacional del Detenido Desaparecido. ORATORIA
Publicado el 10/09/20 a las 7:37 pm

Por Mateo Magnone Hugo
Hay un vínculo humano con Familiares desde hace un buen tiempo, principalmente con algunas personas que integran Familiares. Humano, periodístico, investigativo, de consulta constante, y también hay vínculo atravesado por una historia familiar, la de Luz Ibarburu, mi tía abuela, y la búsqueda de Juan Pablo Recagno, uno de sus hijos. Pero creo que, incluso el mayor peso de la invitación a estar en esta mesa, está puesto en el interés periodístico, narrativo, cotidiano, por estos temas, que generan -ante casi cualquier cosa que pase en la vida, pequeña o grande- una suerte de coloque o postura en clave de derechos humanos. Eso, por su puesto es algo creo que bueno (incluso socialmente está bastante bien visto), pero claro, nos genera incongruencias permanentemente, y eso ofusca, perturba, pero también nos ayuda de alguna manera a tratar de afinar la mirada y los análisis con más cuidado, para llevar de uno mismo, de un colectivo al que pertenezca, las contradicciones a una mínima expresión: tal vez allí esté una de las grandes batallas, repito, cotidianas. Con las contradicciones, si de derechos humanos hablamos, hay que convivir, no querer barrerlas debajo de la almohada. En definitiva, creo que por este intento de trabajar sobre estos temas, desde la comunicación principalmente, es que estoy acá.
También por joven, y aquí aparece otro asunto. Cuando me pregunto por el vínculo de la juventud, de las nuevas generaciones, de mí, con estas historias, las de las desaparecidas y los desaparecidos, la de la búsqueda por verdad y justicia, pienso en una idea del psicólogo Marcelo Viñar que me gusta mucho y me sienta cómoda. En la presentación del libro sobre María Emilia Islas y Jorge Zaffaroni: Los padres de Mariana, de Francois Graña, Viñar –tal vez quien ha trabajado la memoria, sus sentidos, de la forma más constante e interesante- dijo que “La preguntas quién soy, de dónde vengo, para qué estoy, son preguntas universales. Las respuestas, decía Viñar, no se limitan a la vida propia, desde nacer a morir, sino que abarca la ascendencia (padres y abuelos) y la sucesión (hijos y nietos), lo sepamos o no, cinco generaciones son necesarias para configurar la humanidad de un ser humano”. Si dejamos que la idea de Viñar nos convenza –una idea centrada en la subjetividad-, tal vez podamos comprender cómo estos temas se meten en el interés de mucha gente, de las nuevas generaciones, casi como si los hubiesen vivido en un presente. En un marco de hipótesis, agrego otros elementos, que sí ya nacen de conversaciones –periodísticas o no- con jóvenes como yo, a veces menos y a veces más: entre los desaparecidos había chiquilinas y chiquilines, algunos no habían cumplido 20 años. Es cierto, el ejercicio de compararlos con sus pares etarios del presente no tiene mucho sentido, pero tal vez en los grupos que trabajan la memoria haya tantos jóvenes por acercamiento generacional con quienes estamos buscando. Gabriel Gatti decía que “con los detenidos desaparecidos, nada de lo que habitualmente encaja lo hace. Nada: los cuerpos se separan de las identidades y hasta las palabras se disocian de las cosas”. No voy a contradecir a Gabriel, primero porque él estudió muchísimo sobre la figura del desaparecido y segundo -y más importante- porque su vida ha estado absolutamente marcada, atravesada, por la desaparición familiar, y eso, en un posible análisis, es insustituible. Pero, en el sentido de una vida trunca, frenada por el terror, la identidad juvenil de los desaparecidos sigue estando viva y atrae, sensiblemente, a jóvenes de hoy. Pensemos en cómo el estudio de la historia reciente se instaló en secundaria y educación terciaria en la última década y media. No es casual la generación de muchísimos trabajos, colectivos, repito, desde secundaria y educación terciaria, con una pata particularmente interesante en la extensión universitaria, sobre la historia reciente: fábricas que resistieron la huelga general del 73 –zona noreste Montevideo-, los cuerpos encontrados en las costas de Rocha, los testimonios de las presas políticas, entre otros temas abordados. Aunque a algunos no les guste, los estudiantes de ayer, ocupan un lugar en el sentir, el pensar y el hacer de las y los estudiantes de hoy. Agrego, a este intento de mapeo o justificación del por qué buena parte de la juventud mantiene viva estas historias, algo que comentaba con una militante del grupo por memoria de Tacuarembó: el tiempo, los cambios, han generado otras luchas, otras disputas de sentidos, otros terrenos donde la concepción del derecho humano ha ingresado, donde hace no tantos años no estaba o estaba difuso. Estas nuevas disputas, la juventud, las ha hermanado. Quiero destacar el trabajo del colectivo “Jóvenes por la memoria” (2 de setiembre, en la Institución Nacional de Derechos Humanos, coordinan una charla sobre aspectos jurídicos y políticos en relación a DDHH e impunidad). Ojo, digo todo esto creyendo que, casi como advertencia, hay que dejar que la juventud procese estos temas y se manifieste como pueda, sin imposiciones y sin querer generar figuras heroicas para que las emulen (eso es otra cosa, pero ya haré alguna referencia sobre la memoria monumentalista). Cada tanto aparecen notas sobre cómo ven los jóvenes los temas vinculados al pasado reciente. En una de Cecilia Bello para el semanario Brecha, ella cuenta que para su tesis de investigación en el marco de una maestría en Psicología y Educación en la Facultad de Psicología tuvo la oportunidad de acercarse a varios adolescentes y escucharlos hablar sobre el sentido que le dan al estudio de la dictadura. En las entrevistas, incluso a quienes estaban menos politizados, el tema de la desaparición les preocupaba, la idea de que una familia no supiera dónde está su hijo o su hermana, no pudiesen despedirlo, les perturbaba muchísimo. Es posible que esa sensación exista, en parte, porque hoy –por otros motivos y con otros mecanismos- sigue desapareciendo gente, jóvenes. Ya haré también alguna otra referencia a esto.
Mencioné a un grupo específico: el Colectivo Memoria Verdad y Justicia de Tacuarembó. Porque estos temas no son montevideanos y es bueno reafirmarlo. La Marcha del Silencio no es montevideana, está instalada en todo el país. Hay una enorme cantidad de grupos y comisiones –muchos, nucleados en “Interiores en red”- que trabajan la memoria y la verdad en los demás departamentos, al servicio de la justicia, Soriano como uno de los más visibles y ricos en la generación de discusiones y actividades, Bella Unión que acaba de publicar su libro, los jóvenes de Treinta y Tres, Salto, Canelones, Carmelo, Fray Bentos, etc. Además de que hay muchísima juventud trabajando en esos grupos, hay que recordar que las características de la impunidad en el interior son distintas a la de Montevideo. Se trata, en cierta medida, de una impunidad más cruda. Eso de estar en la panadería y encontrarte con quien te torturó, violó o con quien mató a un compañero, fue real, hay testimonios que lo certifican. La impunidad cotidiana, en la cotidiana. Aún se ha investigado y escrito poco sobre la dictadura fuera de Montevideo. En tal sentido, recomiendo el libro “Lo hicimos ayer, hoy y lo seguiremos haciendo”, de Javier Correa, sobre el autoritarismo civil militar en Durazno.
Hice una mención sobre la memoria monumentalista y traigo nuevamente a Viñar para ahondar en el tema. Escribió: “la razón de trabajar estos temas no es la de una memoria monumentalista y sagrada solo comprometida con el pasado, aunque contenga la deuda simbólica y el homenaje a aquellos cuya vida o proyecto quedó trunco. Es un trabajo por el mañana, por la memoria del porvenir, porque la cocina totalitaria se cuece en silencio, siempre a la sombra: ‘No lo sabíamos’ decían defensivamente los alemanes al terminar la guerra, buscando justificar su complicidad silenciosa y pasiva. Por eso es que necesitamos hablar, pensar, ventilar estas cosas horribles, en la tenue esperanza de que sea posible un ‘nunca más’. El deber de memoria -para usar la expresión de Primo Levi- es un deber con la historia”. Generar una memoria transformadora. Por eso hay que contar las historias mínimas, las que forman la general, para entenderla. Si nos quedamos con la foto y el nombre que están en el cartel, y no sabemos más nada de esa persona, nos quedamos en lo simbólico. A la pregunta ¿Dónde están?, agreguémosle ¿Quiénes eran? Desde hace unos meses intento reconstruir algunos vínculos que tuvieron desaparecidas y desaparecidos con el arte, con la práctica cultural en sus vidas: Me enteré que María Emilia Islas y Jorge Zaffaroni escribían poesía, tocaban la guitarra, cantaban. Miguel Mato, lo mismo (a Verónica le cantaba “Palabras para Julia” para que se durmiera), que a Mercedes Camiou, Héctor Castagnetto, Humberto Bellizi y Ruben Prieto les gustaba las manualidades y el trabajo con la plástica, que Juan Pablo Recagno había tocado el bajo en una fugaz banda de rock y dibujaba muy bien, me enteré que Eduardo Bleier tocaba el violín, gracias a una referencia de su familia y al desarrollo por parte de Alicia Lusiardo coordinadora del Grupo de Investigación en Antropología Forense. Quiero nombrar a este grupo, el GIAF, un equipo joven, que tiene que trabajar con un constante manejo de las frustraciones, en absoluto silencio, sin parafernalia mediática, reconstruyendo la muerte y a su vez la vida de los desaparecidos encontrados.
El trabajo de Imágenes del Silencio ha sido muy importante para combatir esa característica monumentalista. Felicito al equipo de fotógrafas y fotógrafos, y se los agradezco. Conocer las historias particulares de los desaparecidos ayuda –lo he conversado con amigos bastante- a desbarrancar la teoría de los dos demonios a la que todavía algunos se abrazan (Sanguinetti, con su habilidad de caer siempre bien parado, tal vez el más), pero también las historias particulares combaten la hegemonía narrativa que algunos personajes y sectores de la izquierda han instalado, y a su retroalimentación. La cuestión heroica, de alfombra roja. Ojalá las juventudes de esos sectores quieran y logren ganar espacio, y disputar ese discurso.
Vinculado a esto último, hasta hace no mucho tiempo, la resistencia a la dictadura ha sido escrita por hombres, sobre hombres. El ‘ser heroico’ de la narrativa hegemónica referida, y de otras, tapó el lugar de la mujer en aquellos años. Gracias a esas propias mujeres, a los empujones, sus historias comenzaron a aparecer. Desde el Taller de Género y Memoria Ex-presas políticas uruguayas –que decantó en los libros “Memoria para Armar”–, pasando por la denuncia de 2011 sobre violencia sexual (dolorosa en su ejecución y dolorosa en las respuestas obtenidas desde la justicia), los textos sobre Punta de Rieles y Paso de los Toros, hasta los trabajos actuales desde el Feminismo. Al principio hablé de la educación, la extensión universitaria: Recomiendo, para quienes no lo conocen, el proyecto “Sujetas sujetadas”, entre expresas políticas y estudiantes de Historia, Comunicación y Ciencias Sociales, en base al testimonio. Es una propuesta de formación integral en el campo del pasado reciente y los estudios feministas.
Por último. Familiares es una organización con un corazón grande enorme, más grande que su propio cuerpo, pero tiene una estructura flaca, brazos cortos. Es un problema y es una preocupación real en la interna de Familiares, lo he conversado con sus integrantes. Mucha gente cree que porque los 20 de mayo se juntan 200.000 personas en una marcha organizada por Familiares, Familiares es una organización grande. No y el tiempo, el desgaste, la frustración, golpea. Pero creo que es importante decir, y me hago cargo, que Familiares debe trabajar más en profundidad con las organizaciones sociales que hoy abordan la problemática de la desaparición de personas, hoy, mayormente jóvenes, niñas, por varias circunstancias, la trata es una. Hoy hay madres y familiares que no saben dónde están sus hijos, desde hace poco. Nadie sabe más sobre el tema, sobre su manejo, sobre el dolor, sobre el vínculo con una ausencia, que las madres y familiares de los desaparecidos durante la dictadura. El deseo es que esas historias, búsquedas y resistencias, se unan.
Les comentaba, y con esto cierro, sobre los intereses artísticos de las desaparecidas y los desaparecidos. Ada Margaret Burgueño, minuana, desapareció en Buenos Aires en 1977, con 24 años. Tocaba la guitarra y era poeta, escribía bastante:
“…Sólo el lacre acre de cien días y cien noches
o de los mil y un días y una noche
o de las mil y una noches y ni un día
simétricos deformes iguales redonditos
y yo en medio de tanto punto y línea, nada soy
y voy desparramando señales que ni se ven,
poniendo avisos en letra negrita, que dicen
cosas, que ni yo entiendo, pero igual espero,
que por ahí alguien sepa deletrear misivas
o las claves de mis pocos vistosos letreros,
que ni yo entiendo,
y asimismo,
yo espero”.