BOLIVIA: Masas contra Balas. Dossier.
Publicado el 19/11/19 a las 1:47 am
Los hechos se reamolinan en torno al Golpe de Estado en Bolivia. Existen poderosos motivos geopolíticos, estratégicos e ideológicos que condujeron este proceso.
El presente dossier intenta ahondar en el debate ideológico y el carácter genocida del movimiento. Comenzamos con una entrevista en video de 30 minutos a la Ministra Gabriela Montaño que resume la situación al 17/11/19. Incluímos el artículo «El odio al indio» del Vicepresidente Álvaro García Linera y el ensayo más abarcativo de Néstor Kohan, «Golpe de Estado en Bolivia: debates pendientes y silencios cómplices». También agregamos un breve video del CELS sobre la violencia militar y paramilitar sobre la población y una viñeta de LANGER alusiva al racismo fascista.
El odio al indio
Por Álvaro García Linera
Como una espesa niebla nocturna, el odio recorre vorazmente los barrios de las clases medias urbanas tradicionales de Bolivia. Sus ojos rebalsan de ira. No gritan, escupen; no reclaman, imponen. Sus cánticos no son de esperanza ni de hermandad, son de desprecio y discriminación contra los indios. Se montan en sus motos, se suben a sus camionetas, se agrupan en sus fraternidades carnavaleras y universidades privadas y salen a la caza de indios alzados que se atrevieron a quitarles el poder.
En el caso de Santa Cruz organizan hordas motorizadas 4×4 con garrote en mano a escarmentar a los indios, a quienes llaman “collas”, que viven en los barrios marginales y en los mercados. Cantan consignas de que “hay que matar collas”, y si en el camino se les cruza alguna mujer de pollera la golpean, amenazan y conminan a irse de su territorio. En Cochabamba organizan convoyes para imponer su supremacía racial en la zona sur, donde viven las clases menesterosas, y cargan -como si fuera un destacamento de caballería- sobre miles de mujeres campesinas indefensas que marchan pidiendo paz. Llevan en la mano bates de béisbol, cadenas, granadas de gas; algunos exhiben armas de fuego. La mujer es su víctima preferida; agarran a una alcaldesa de una población campesina, la humillan, la arrastran por la calle, le pegan, la orinan cuando cae al suelo, le cortan el cabello, la amenazan con lincharla, y cuando se dan cuenta de que son filmadas deciden echarle pintura roja simbolizando lo que harán con su sangre.
En La Paz sospechan de sus empleadas y no hablan cuando ellas traen la comida a la mesa. En el fondo les temen, pero también las desprecian. Más tarde salen a las calles a gritar, insultan a Evo y, con él, a todos estos indios que osaron construir democracia intercultural con igualdad. Cuando son muchos, arrastran la Wiphala, la bandera indígena, la escupen, la pisan la cortan, la queman. Es una rabia visceral que se descarga sobre este símbolo de los indios al que quisieran extinguir de la tierra junto con todos los que se reconocen en él.
El odio racial es el lenguaje político de esta clase media tradicional. De nada sirven sus títulos académicos, viajes y fe porque, al final, todo se diluye ante el abolengo. En el fondo, la estirpe imaginada es más fuerte y parece adherida al lenguaje espontáneo de la piel que odia, de los gestos viscerales y de su moral corrompida.
Todo explotó el domingo 20, cuando Evo Morales ganó las elecciones con más de 10 puntos de distancia sobre el segundo, pero ya no con la inmensa ventaja de antes ni el 51% de los votos. Fue la señal que estaban esperando las fuerzas regresivas agazapadas: desde el timorato candidato opositor liberal, las fuerzas políticas ultraconservadoras, la OEA y la inefable clase media tradicional. Evo había ganado nuevamente pero ya no tenía el 60% del electorado; estaba más débil y había que ir sobre él. El perdedor no reconoció su derrota. La OEA habló de “elecciones limpias” pero de una victoria menguada y pidió segunda vuelta, aconsejando ir en contra de la Constitución, que establece que si un candidato tiene más del 40% de los votos y más de 10% de votos sobre el segundo es el candidato electo. Y la clase media se lanzó a la cacería de los indios. En la noche del lunes 21 se quemaron 5 de los 9 órganos electorales, incluidas papeletas de sufragio. La ciudad de Santa Cruz decretó un paro cívico que articuló a los habitantes de las zonas centrales de la ciudad, ramificándose el paro a las zonas residenciales de La Paz y Cochabamba. Y entonces se desató el terror.
Bandas paramilitares comenzaron a asediar instituciones, quemar sedes sindicales, a incendiar los domicilios de candidatos y líderes políticos del partido de gobierno. Hasta el propio domicilio privado del presidente fue saqueado; en otros lugares las familias, incluidos hijos, fueron secuestrados y amenazados de ser flagelados y quemados si su padre ministro o dirigente sindical no renunciaba a su cargo. Se había desatado una dilatada noche de cuchillos largos, y el fascismo asomaba las orejas.
Cuando las fuerzas populares movilizadas para resistir este golpe civil comenzaron a retomar el control territorial de las ciudades con la presencia de obreros, trabajadores mineros, campesinos, indígenas y pobladores urbanos -y el balance de la correlación de fuerzas se estaba inclinando hacia el lado de las fuerzas populares- vino el motín policial.
Los policías habían mostrado durante semanas una gran indolencia e ineptitud para proteger a la gente humilde cuando era golpeada y perseguida por bandas fascistoides. Pero a partir del viernes, con el desconocimiento del mando civil, muchos de ellos mostraron una extraordinaria habilidad para agredir, detener, torturar y matar a manifestantes populares. Claro, antes había que contener a los hijos de la clase media y, supuestamente, no tenían capacidad; sin embargo ahora, que se trataba de reprimir a indios revoltosos, el despliegue, la prepotencia y la saña represiva fueron monumentales. Lo mismo sucedió con las Fuerzas Armadas. Durante toda nuestra gestión de gobierno nunca permitimos que salieran a reprimir las manifestaciones civiles, ni siquiera durante el primer golpe de Estado cívico del 2008. Y ahora, en plena convulsión y sin que nosotros les preguntáramos nada, plantearon que no tenían elementos antidisturbios, que apenas tenían 8 balas por integrante y que para que se hagan presentes en la calle de manera disuasiva se requería un decreto presidencial. No obstante, no dudaron en pedir/imponer al presidente Evo su renuncia rompiendo el orden constitucional. Hicieron lo posible para intentar secuestrarlo cuando se dirigía y estaba en el Chapare; y cuando se consumó el golpe salieron a las calles a disparar miles de balas, a militarizar las ciudades, asesinar a campesinos. Y todo ello sin ningún decreto presidencial. Para proteger al indio se requería decreto. Para reprimir y matar indios sólo bastaba obedecer lo que el odio racial y clasista ordenaba. Y en sólo 5 días ya hay más de 18 muertos, 120 heridos de bala. Por supuesto, todos ellos indígenas.
La pregunta que todos debemos responder es ¿cómo es que esta clase media tradicional pudo incubar tanto odio y resentimiento hacia el pueblo, llevándola a abrazar un fascismo racializado y centrado en el indio como enemigo?¿Cómo hizo para irradiar sus frustraciones de clase a la policía y a las FF. AA. y ser la base social de esta fascistización, de esta regresión estatal y degeneración moral?
Ha sido el rechazo a la igualdad, es decir, el rechazo a los fundamentos mismos de una democracia sustancial.
Los últimos 14 años de gobierno de los movimientos sociales han tenido como principal característica el proceso de igualación social, la reducción abrupta de la extrema pobreza (de 38 al 15%), la ampliación de derechos para todos (acceso universal a la salud, a educación y a protección social), la indianización del Estado (más del 50% de los funcionarios de la administración pública tienen una identidad indígena, nueva narrativa nacional en torno al tronco indígena), la reducción de las desigualdades económicas (caída de 130 a 45 la diferencia de ingresos entre los más ricos y los más pobres); es decir, la sistemática democratización de la riqueza, del acceso a los bienes públicos, a las oportunidades y al poder estatal. La economía ha crecido de 9.000 millones de dólares a 42.000, ampliándose el mercado y el ahorro interno, lo que ha permitido a mucha gente tener su casa propia y mejorar su actividad laboral.
Pero esto dio lugar a que en una década el porcentaje de personas de la llamada “clase media”, medida en ingresos, haya pasado del 35% al 60%, la mayor parte proveniente de sectores populares, indígenas. Se trata de un proceso de democratización de los bienes sociales mediante la construcción de igualdad material pero que, inevitablemente, ha llevado a una rápida devaluación de los capitales económicos, educativos y políticos poseídos por las clases medias tradicionales. Si antes un apellido notable o el monopolio de los saberes legítimos o el conjunto de vínculos parentales propios de las clases medias tradicionales les permitía acceder a puestos en la administración pública, obtener créditos, licitaciones de obras o becas, hoy la cantidad de personas que pugnan por el mismo puesto u oportunidad no sólo se ha duplicado -reduciendo a la mitad las posibilidades de acceder a esos bienes- sino que, además, los “arribistas”, la nueva clase media de origen popular indígena, tiene un conjunto de nuevos capitales (idioma indígena, vínculos sindicales) de mayor valor y reconocimiento estatal para pugnar por los bienes públicos disponibles.
Se trata, por tanto, de un desplome de lo que era una característica de la sociedad colonial: la etnicidad como capital, es decir, del fundamento imaginado de la superioridad histórica de la clase media por sobre las clases subalternas porque aquí, en Bolivia, la clase social sólo es comprensible y se visibiliza bajo la forma de jerarquías raciales. El que los hijos de esta clase media hayan sido la fuerza de choque de la insurgencia reaccionaria es el grito violento de una nueva generación que ve cómo la herencia del apellido y la piel se desvanece ante la fuerza de la democratización de bienes. Así, aunque enarbolen banderas de la democracia entendida como voto, en realidad se han sublevado contra la democracia entendida como igualación y distribución de riquezas. Por eso el desborde de odio, el derroche de violencia; porque la supremacía racial es algo que no se racionaliza, se vive como impulso primario del cuerpo, como tatuaje de la historia colonial en la piel. De ahí que el fascismo no sólo sea la expresión de una revolución fallida sino, paradójicamente también en sociedades postcoloniales, el éxito de una democratización material alcanzada.
Por ello no sorprende que mientras los indios recogen los cuerpos de alrededor de una veintena de muertos asesinados a bala, sus victimarios materiales y morales narran que lo han hecho para salvaguardar la democracia. Pero en realidad saben que lo que han hecho es proteger el privilegio de casta y apellido.
El odio racial solo puede destruir; no es un horizonte, no es más que una primitiva venganza de una clase histórica y moralmente decadente que demuestra que, detrás de cada mediocre liberal, se agazapa un consumado golpista.
Golpe de Estado en Bolivia: debates pendientes y silencios cómplices
Por Néstor Kohan
Nuestra época, posterior a la crisis del 2008, es la del neocolonialismo imperialista. Las cadenas de formación de valor se desglosan, tercerizan y globalizan mientras la producción capitalista -manteniendo el control de las empresas y estados centrales- se relocaliza en sus unidades productivas desplazándose y amplificándose hacia el Sur Global. Se intensifica la superexplotación de la fuerza de trabajo (mayormente feminizada y precarizada). La búsqueda voraz y desbordada de los recursos naturales del Tercer Mundo se torna fundamental y vital para disminuir el valor del capital constante y contrarrestar la caída de la tasa de ganancia en plena crisis capitalista mundial. Un proceso que en tiempos de catástrofes ambientales, cambios climáticos y escasez de recursos no renovables supera el viejo colonialismo del reparto del mundo en «zonas de influencia». Las asimetrías entre distintas formaciones sociales alientan una nueva división internacional del trabajo, reproduciendo jerarquías, dependencias, dominaciones y profundizando el desarrollo desigual del capitalismo a escala mundial.
En ese contexto, nuestra América está atravesada por múltiples contradicciones. Pero la principal y determinante es la puja entre: a) la dominación geopolítica, económica y cultural del imperialismo norteamericano (principalmente las firmas multinacionales y el aparato político-militar de Estados Unidos que las protege); y b) el bloque latinoamericano de las clases subalternas (clase obrera, campesinos sin tierra, segmentos laborales precarizados sometidos a la superexplotación del capital) y los movimientos rebeldes en lucha (de los cuales los pueblos originarios constituyen la gran mayoría a escala continental, acompañados de otros cada vez más movilizados como el de las mujeres antiimperialistas y los ambientalistas, entre varios más). En suma: múltiples contradicciones y diversas formas de lucha, incluyendo desde los movimientos sociales que han llegado al Estado hasta espacios de resistencia extrainstitucional, legales, semilegales y clandestinos.
En ese horizonte social, epocal y geográfico, Bolivia constituye una sociedad abigarrada en la cual durante las últimas cuatro décadas (desde el decreto privatizador 21060 del 29-8-1985 en adelante) en el campo popular han convergido dos movimientos históricos: la tradición indígena y comunitaria, y la tradición obrera minera. Dos corrientes heterogéneas cuyas rebeldías y demandas a veces se encontraron y otras no. Evo Morales y el MAS como movimiento político lograron articular y entrecruzar ambas tradiciones (no a partir de un supuesto «significante vacío», según la jerga de Ernesto Laclau, sino proponiendo un proyecto histórico-político integrador y descolonizador, nítidamente definido en sus determinaciones de hegemonía popular sobre la vieja «república» colonial, dependiente y racista). Los resultados, a la vista.
Hasta ahora sí logró una sociedad muchísimo más igualitaria en un contexto de crisis capitalista mundial, aguda y sistémica, donde el capital subsumió formal y realmente la mayoría de los intentos de iniciar la transición al socialismo. Todo esto lo logró colectivamente y con la dirección política, por primera vez en la historia, de un presidente indígena. ¡Un ejemplo para todo el «alter-mundismo» (no solo latinoamericano) que había que extirpar de raíz, como antes había sucedido con el amigo de Evo, Hugo Chávez!
Por eso el aparato político-militar de los Estados Unidos (país cuyo embajador había sido expulsado de Bolivia, así como también la USAID, la NED y otras agencias de espionaje estadounidense) planificó, organizó y orientó la modalidad del golpe de Estado contra Evo Morales, quien ganó legalmente las últimas elecciones por una diferencia de 648.439 votos, es decir, por 10,5 puntos, sin ningún tipo de «fraude»1. Para conocer nombres y apellidos concretos de funcionarios norteamericanos involucrados, cantidades de dinero, tipos de armas, vías de introducción de las mismas en Bolivia, fundaciones e iglesias evangélicas involucradas y otros detalles de «la cocina» del golpe de Estado sugerimos consultar el artículo de Alfredo Jalife Rahme2.
¿Por qué esta vez Estados Unidos no puso a la cabeza del golpe boliviano a un dictador militar clásico, como Barrientos, Banzer, García Meza o Videla, Pinochet, Stroessner? Porque el complejo militar-industrial estadounidense (Eisenhower dixit) y la Casa Blanca decidieron reconvertir a las Fuerzas Armadas latinoamericanas en una mucho más dócil y manejable policía interna antinarcóticos (sin abandonar las doctrinas contrainsurgentes), que ya no se ocupe de ejercer su control, incluso despótico, sobre el mercado interno y el Estado-nación. Las viejas Fuerzas Armadas adoctrinadas y entrenadas en Panamá, Escuela de las Américas y West Point podían desencadenar, sin dejar de ser fascistas, genocidas ni dependientes, una inesperada guerra de Malvinas o producir un Noriega que se saliera de control.
Sin poder real, como no sea abrir de par en par la puerta a la subordinación imperial y a la entrega de los recursos naturales. Simples fotocopias desdibujadas del Puerto Rico oficial (no el independentista), con ensoñaciones de convertirse en sucursales «sudacas» de Miami.
En el caso específico de Bolivia, a ese condimento del fascismo dependiente, mafioso y lumpen, se le suma un racismo extremo, de antiguo origen colonial furiosamente antiindígena, solo comparable con la ideología neonazi partidaria de la «supremacía blanca» de los bóers y afrikaners de Sudáfrica en tiempos del Apartheid. No casualmente Bolivia recibió en Santa Cruz de la Sierra criminales de guerra croatas después de la Segunda Guerra Mundial, muy activos en la política interna hasta el día de hoy, así como también a Klaus Barbie, otro criminal de las SS nazis que al llegar a Bolivia dirigió los servicios de inteligencia nativos, siendo reclutado al mismo tiempo por la Estación CIA. Ese racismo extremista quedó al desnudo cuando los golpistas contra Evo Morales quemaron públicamente la Whipala, bandera-símbolo de los pueblos originarios y del carácter Plurinacional del Estado boliviano.
El supuesto «Dios de raza blanca» vuelve, una vez más, a acompañar y legitimar el sometimiento de las comunidades indígenas originarias. Una herencia de la Conquista europea.
¿Ante una anunciada y previsible arremetida de la extrema derecha golpista, por qué en trece años de gestión estatal el MAS no preparó ni logró organizar una futura defensa del proceso de cambio que no dependiera de las instituciones tradicionales del ejército y la policía? Materia de balances pendientes… ¿y, quizás, de futuras autocríticas?
No obstante, sin subestimar ni ocultar falencias de los años de gestión del MAS ni debates abiertos a futuro, la patética intervención3 de la afamada ensayista Silvia Rivera Cusicanqui aporta elementos para el análisis. Su polémica e indefendible intervención, que niega sin rubor la existencia del golpe de Estado contra Evo, la hace… en nombre del feminismo poscolonial (curioso y exótico feminismo, el suyo, que no denuncia la vejación de mujeres indígenas por parte de los golpistas, los ataques con bazucas de grupos paramilitares contra movilizaciones de mujeres que se manifestaban en apoyo a Evo ni siquiera la violencia física ejercida contra la dirigente del MAS Adriana Salvatierra, presidenta del Senado).
Más allá de estos silencios cómplices, lo interesante se encuentra en sus cuestionamientos. Descalificando con aires de soberbia y pretendida superioridad -¿una copia del estilo de Gay Spivak y sus ataques contra Marx?- Silvia Rivera arremete contra las «nostalgias izquierdosas» [sic] en Bolivia. Y desde allí se envalentona y acusa con nombre y apellido a Juan Ramón Quintana, exministro de la presidencia de Bolivia, autor de una voluminosa obra sobre la injerencia norteamericana en el país andino y mano derecha de Evo Morales, de intentar armar a los pueblos originarios y conformar un ejército indio. Acusación que también extiende contra Hugo Moldiz. ¡Como si fuera un pecado y existiera el mandato de «poner la otra mejilla» frente a la violencia irracional de la extrema derecha racista! ¿O acaso defenderse de la violencia fascista e impedir que el imperialismo derroque cuando se le antoje a un presidente popular es… «machista»?
Ante semejantes despropósitos ideológicos y políticos no podemos dejar de interrogarnos: ¿quién financia a esta distinguida exponente del oenegerismo «poscolonial»? Si para el posmodernismo de Silvia Rivera, el golpe de Estado contra el presidente constitucional Evo Morales es tan solo «una hipótesis» [sic], un relato, un discurso (¿los jóvenes mutilados, las mujeres violadas y los indígenas asesinados por los golpistas sufren esas agresiones en el imaginario y en el ámbito de los discursos narrativos o acontece en el ámbito de lo real?), para la académica Raquel Gutiérrez Aguilar el derrocamiento violento del presidente boliviano que ganó las elecciones con más del 10% de diferencia se explicaría por la enorme similitud entre la Bolivia del MAS y el autoritarismo del México del PRI4. ¡Extravagante utilización del método comparativo! Como si Evo Morales pudiera ser homologado con los jerarcas corruptos del PRI mexicano. Como si la constante consulta electoral de Bolivia en los últimos trece años y el diálogo con los movimientos sociales pudieran sobreimprimirse con «el dedazo» de la vieja política antiindígena mexicana. ¡A qué grado de involución ideológica y política puede conducir el resentimiento de las personas que se transforman en exrevolucionarias perdiendo la brújula en la cartografía de la lucha de clases latinoamericana!
Pero quien ganó todos los premios en la desorientación académica frente a los trágicos sucesos recientes de Bolivia fue el autonomista Raúl Zibechi. El mismo que pretendía explicarnos a quienes estuvimos en la calle en la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001 lo que, pobrecitos y pobrecitas, no habíamos entendido y él, iluminado desde su supuesto «horizontalismo» oenegero, nos venía a revelar. Superándose a sí mismo, esta vez batió todos los récords anteriores, defendiendo un bochornoso apoyo «crítico» al golpe de Estado contra Evo denominándolo «levantamiento popular»5. Este publicista incluso sostiene que Evo Morales, por supuesto, «fraudulento», se sostenía en el gobierno… gracias a la OEA. ¡Por Zeus!, exclamaría Platón en uno de sus diálogos pedagógicos. Ahora sí que vimos la luz, gracias a los inocentes, bienintencionados y humanitarios dinerillos de las ONGs.
A pesar de este notable giro a la derecha de poscoloniales, «feministas» de ONGs y autonomistas de salón… no todo huele a podrido en Dinamarca, digo, en América Latina. Afortunadamente otras voces disidentes denunciaron a los cuatro vientos el golpe de Estado y el encubrimiento mediático (también académico) del mismo. Estas voces desobedientes nos recordaron que se puede ejercer la actividad intelectual e incluso alcanzar cierto reconocimiento internacional sin necesidad de subordinarse a la voz del amo ni repetir el libreto «humanitario» financiado por las «instituciones desinteresadas que apoyan a la sociedad civil» con dólares o euros del imperio.
Por ejemplo, Leonardo Boff, Enrique Dussel, Gilberto López y Rivas, Atilio Borón y Pablo González Casanova, entre tanta gente, se pronunciaron contra el GOLPE DE ESTADO y en defensa del proceso liderado por Evo Morales y los movimientos sociales. Trayendo aire fresco, Ramón Grosfogel, partidario histórico de los estudios decoloniales, increpó duramente a Silvia Rivera Casucanqui por su negacionismo posmoderno del golpe en Bolivia.
Las impugnaciones contra esa supuesta «izquierda progre» que habla del ambiente, los pueblos subalternos, el patriarcado y que puede llegar a reemplazar a Lenin, a Bolívar o al Che por el veganismo y el aloe vera… pero no se ruboriza frente a la quema pública de la bandera indígena Whipala en Bolivia ni les da un poco de vergüenza marchar a remolque de la agenda política de las Embajadas (con mayúsculas) estadounidenses por el mundo, nos permite distinguir los proyectos radicalmente anticolonialistas de las imposturas que siguen la moda del momento.
Recordemos que estos alineamientos ya se venían perfilando frente a la autoproclamación del nuevo rey Guaidó, de la dinastía del Departamento de Estado frente al supuesto «autoritarismo» democratista del movimiento bolivariano en Venezuela. El golpe de Estado contra Evo Morales profundizó lo que en la Academia se venía incubando desde las denuncias y solicitadas contra «el autoritarismo» de Nicolás Maduro. Muchos y muchas de estos/as denunciadores/as seriales le exigen a los pueblos originarios que sigan sin hospitales, sin asfalto, con viviendas precarias y sin posibilidad de comunicarse con zonas y pueblos lejanos, mientras ellos y ellas viajan en avión, tienen la última computadora, el teléfono celular más caro y sofisticado y viviendas con mucamas («la chica que me ayuda»). Defensores y defensoras hipócritas de la Pachamama, siempre que se trate de los idealizados «buenos salvajes», pero que en su vida privada no renuncian a ningún avance tecnológico y ningún lujo de la modernidad occidental. Esa misma gente de doble discurso y triple moral ahora le da la espalda al movimiento indígena, obrero y popular boliviano. Nos indigna pero no nos sorprende.
Ante el levantamiento popular de su pueblo, Hugo Chávez, que estaba apresado por los golpistas decididos a asesinarlo, regresó. ¿Volverá Evo como presidente constitucional del Estado Plurinacional de Bolivia? La respuesta depende de la capacidad de organización, resistencia e insurgencia de las comunidades indígenas y de la clase obrera minera, ambas herederas de los levantamientos de Tupak Katari, Bartolina Sisa, Zárate Willka, la revolución de 1952 y la rebeldía del Che. Los pueblos de Bolivia tienen abrumadora tradición de lucha. ¿Quién dijo que todo está perdido?
Notas
1 Long, G.; Rosnick, D.; Kharrazian, C. y Cashman, K. (2019). «¿Qué sucedió en el recuento de votos de las elecciones de Bolivia de 2019? El papel de la Misión de Observación Electoral de la OEA». Washington, Center for Economic and Policy Research (CEPR). Disponible en: http://cepr.net.
2 Jalife Rahme, A. (2019): «Revelan plan de Estados Unidos para el golpe en Bolivia: nombres y apellidos, rol de la Embajada y países vecinos». Disponible en: www.conclusion.com.ar.
3 Difundida en YouTube y transcripta en: https://desinformemonos.org/esta-coyuntura-nos-ha-dejado-una-gran-leccion-contra-el-triunfalismo-silvia-rivera-cusicanqui-desde-bolivia.
4 Véase: https://www.elsaltodiario.com/bolivia/bolivia-la-profunda-convulsion-que-lleva-al-desastre-.
5 Véase: https://desinformemonos.org/bolivia-un-levantamiento-popular-aprovechado-por-la-ultraderecha/.
Néstor Kohan
Doctor por la Universidad de Buenos Aires, donde coordina la cátedra Ernesto Che Guevara. Profesor e investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC). Investigador del CONICET.