lunes 9 de septiembre, 2024

Disertaciones nostálgicas

Publicado el 15/11/17 a las 1:10 am

Por Valeria Rubino1

Tercer Encuentro Nacional del Espacio 567

La casa, la plaza, el barrio, el liceo, la facultad y la fábrica… lo militábamos todo, y eso era para nosotrxs ser de izquierda.

Quizás mediado por el cristal adolescente a través del cual percibí aquellas épocas, suelo recordar (y muchas veces añorar) un Frente bien distinto al que habitamos hoy en día.

Por esos años y en mi oriundo Paso Molino, ser frenteamplista implicaba un actitud ética que sin lugar a dudas forjó mi forma de entender la militancia de izquierda para toda la vida.

En aquel Frente las instancias colectivas eran sagradas. El culto al individuo, más allá de homenajes y biografías, se volvía quizás latente en esos espacios como una actitud de escucha más atenta, y, por supuesto, como referencia para saber qué votar siempre que no estuvieras prestando mucha atención. Pero resultaba impensable, y claramente asociada a la derecha, la idea de que las decisiones las tomara una persona, por importante que fuera. Para conquistar las batallas sobre el programa había que recorrer durante meses sendos grupos de base del sector, luego infinidad de comités, y seguramente en el ínterin negociar con otros grupos haciendo mayores o menores concesiones.

Que no se me malentienda, la “cocina” y el “yeso” no son prácticas recientes… ¡vaya si las existía! Pero la ética de la cocina y del yeso, implicaban una imprescindible validación colectiva, construida a lo largo de un proceso que involucraba una diversidad de grupos y “orgánicas”.

Dentro de esa diversidad de grupos se encontraba sin lugar a dudas un conjunto de militantes que gozaban del mayor prestigio… los y las militantes del movimiento social. Cada sector en el Frente (o al menos la abrumadora mayoría) contaba dentro de sus estructuras con uno o varios frentes, seccionales o comisiones “sociales”, “sindicales”, “estudiantiles”… a veces algún otro espacio menos tradicional, como los grupos de mujeres o de cooperativistas. Pero más o menos tradicionales, estos espacios partían de una base conceptual común: en el camino hacia la transformación social la militancia en los movimientos populares era el espacio privilegiado; y nadie ponía en duda que eso era militancia frenteamplista. De hecho, recordando nuevamente mi Oeste querido, al menos en mi barrio y sus alrededores se miraba con sospecha y hasta desprecio a aquellos o aquellas que solo tenían “militancia partidaria”.

El frenteamplismo implicaba una actitud en la vida cotidiana que se basaba en involucrarse, en nunca considerar a la realidad como inmodificable, y en base a ello militar incansablemente todos los espacios (públicos) en los que una se moviera. “El que trabaja se afilia al sindicato, y si no lo conduce, al menos asiste a las asambleas.” Caso similar con quien estudiaba. “Es bien de frenteamplista juntarse con otras y otros para encontrar una solución colectiva para obtener una vivienda.” La casa, la plaza, el barrio, el liceo, la facultad y la fábrica… lo militábamos todo, y eso era para nosotrxs ser de izquierda.

A causa de ello vivíamos discutiendo, ¡siempre! Y aunque existían y en cantidades industriales las “escuelas de formación”, nadie de mi generación podrá negar que la mayor escuela de formación que tuvimos fue la de las asambleas, los plenarios y los congresos. Tener 16 años y la obligación de dar una opinión que sonara inteligente sobre un documento de economía, o de educación, o de coyuntura… no había más remedio que leer y escuchar, mucho, durante las varias instancias colectivas pequeñas y medianas que antecedían a un Congreso… instancia que considerábamos inviolable, para la que nos preparábamos por meses, y en la cual sentíamos que en cada discusión se jugaba el futuro de la revolución mundial.

El primer cambio respecto a aquella forma de entender la política desde la izquierda… o al menos el primero que recuerdo haber percibido claramente, se produjo a consecuencia del discurso de la ejecutividad y la eficiencia… Gobernábamos Montevideo, y vislumbrábamos como realmente posible la llegada al Gobierno Nacional. Y obvio, ¡quién no lo sabe!, los tiempos de la gestión son otros, y si queremos gobernar no podemos estar discutiendo las cosas tanto tiempo. Es necesario reducir las estructuras para volverlas más eficientes. Es necesario “confiar” en las compañeras y compañeros que ponemos en cargos de responsabilidad (gubernamental) y darles más “libertad”. No lo pueden consultar todo.

Y así se gestaron los argumentos que redujeron la participación de las bases (territoriales y temáticas) en las estructuras de dirección del Frente, y ampliaron la de los sectores.

A la interna de los sectores la transformación iba en el mismo sentido. Las figuras individuales se volvieron cada vez más relevantes. E incluso comenzaron a surgir algunos sectores cuyo reconocimiento público recaía pura y exclusivamente en una figura relevante. Nacieron así nuevos ismos, de fabricación nacional.

Lentamente, bajo el influjo de la necesidad de gestionar un gobierno departamental, también una nueva figura individual comenzó a disputar legitimad a los frentes y comisiones: el experto. Aquellos documentos de educación, economía o coyuntura, que usualmente eran elaborados en forma colectiva a través de procesos que llevaban semanas de reuniones y boliches, competían ahora con las elaboraciones individuales de quienes “más sabían”. Y necesariamente, las comisiones programáticas se fueron vaciando de trabajadores, estudiantes, cooperativistas. Y por supuesto, de espacios de permanente intercambio intersectorial, policlasista, se transformaron en espacios ad hoc que nacen cuando se avecinan congresos y ya no sirven para, entre pedazo y pedazo del documento, pasar el aviso de qué liceo está ocupado, o cómo juntamos los comestibles para apoyar la huelga de tal fábrica, o quizás intercambiar opiniones sobre formas originales de intercambio económico que surgían en los territorios.

Con el correr del tiempo el mismísimo debate entró al banquillo de los acusados, y como último marronazo a la discusión colectiva la Comisión Nacional de Programa, de cara al último Congreso antes de las elecciones que nos llevarían al segundo gobierno nacional, decidió (con la anuencia de todos los presentes) que a los comités, coordinadoras y grupos solo llegarían como documento base aquellas cosas que en las comisiones programáticas fueran de consenso. Todo lo que no fuera laudado, todo lo que implicara visiones antagónicas sobre un tema… no debía discutirse. Si no me equivoco en aquella oportunidad el argumento fue la “unidad”.

Como corolario o quizás consecuencia natural de lo antecedente y del hecho de que las principales figuras de construcción del movimiento social pasaron a cargos de gobierno, la figura del militante social fue perdiendo prestigio. Cargos de “responsabilidad” fue una frase cada vez más asociada solo a quienes trabajan en el Estado. Las y los pocos que por jóvenes o porfiados nos quedamos en las organizaciones sociales vimos como los temas que ocupaban nuestra vida militante cotidiana eran cada vez menos importantes en el Frente. El ojo de toda la fuerza política… y lamentablemente la esperanza en torno a la transformación social, quedaron depositados casi exclusivamente en el quehacer gubernamental, tanto ejecutivo como legislativo.

Pelearse con el Estado pasó de ser un acto heroico a ser un acto de traición. Osar decir que una política pública era mala, insuficiente o hasta jodida para la gente a la que pretendía amparar pasó de ser un acto de responsabilidad social y ética, a una evidencia clara de que “no te alcanza nada” y “sos un corporativista”.

Y más allá de las conquistas que a regañadientes las nuevas generaciones logramos plasmar, el sentido de pertenencia que (excepto en los grupos fundamentalistas) es hijo de los procesos de construcción común, de los sueños colectivos, fue sufriendo un revés que hoy parece sin dudas bastante crítico.

En mi caso, sin dudas, estas son las causas para comprender la frustrante sensación de no tener muy claro si el esfuerzo militante está por estos días valiendo la pena. Si la herramienta habrá muerto, como es sin dudas el sentido histórico de todas las herramientas, o si vale la pena batallar su pertinencia en un mundo que, nuevamente, coquetea con el fascismo y llega a formas hiperinteligentes de esclavitud humana disfrazada.

Lo que está claro es que la respuesta no es en ningún caso querer reconstruir un Frente idéntico al de los 90, o en su defecto una nueva herramienta que sea su fiel espejo. No es así la historia, no es así la vida, afortunadamente. Este mundo no es el mundo de los 90. Y sin duda, una izquierda que de tal se precia debe tener eso en cuenta.

Pero inevitablemente también está claro que para recuperar su potencia como herramienta transformadora, el Frente Amplio necesita recuperar algunas de las líneas éticas orientadoras de sus prácticas de antaño.

En ese sentido, el 3er Encuentro Nacional del Espacio 567 desarrollado en Canelones, significa para mí un nuevo mojón en la construcción de un espacio frenteamplista cuya principal característica sea intentar resguardar y hacer crecer estos espacios éticos. Toca entonces destacar algunos análisis y líneas de acción común que me hicieron sentir nuevamente que compartimos ese sueño:

1. Diálogo con el Movimiento Popular y con el Tercer nivel de gobierno.

-El diálogo con el Movimiento Popular, que hoy no pasa más que por compartir mesas en seminarios o reuniones de comisiones, y repetir eslóganes o frases muchas veces mal aplicadas, debe imprescindiblemente volver a asentarse en el reconocimiento de la militancia de las y los cientos de frenteamplistas que conducen y mantienen vivas a las organizaciones sociales. Reconocimiento que no pasa por homenajes o por aplausos sino por recuperar para esas voces el mayor grado de legitimidad sobre los temas, y sobre todo sobre los rumbos que cada organización puede y es capaz de sostener, y cómo cada uno de ellos interactúa con el resto del Movimiento Social.

-De la misma manera, el vínculo con los Consejos Municipales no puede quedar en una mera declaración de intención. Hay que batallar cotidianamente el avance en descentralización, y trabajar para que estos cuenten cada vez con mayor autonomía y legitimidad, no solo reclamando recursos desde los gobiernos (tarea que nunca debemos abandonar), pero además incrementando su potencia a través de llenarlos de gente participando y definiendo.

2. Recuperar la intelectualidad orgánica.

-Como correlato, las voces académicas de las y los intelectuales de izquierda necesariamente requieren que el valor de un planteo se vincule a su visión de mundo. La idea de neutralidad, falsa ilusión promovida por la derecha, solo impide que nuestras y nuestros intelectuales orgánicos puedan invitarnos a pensar desde la izquierda. El pensamiento de izquierda es un pensamiento que conoce qué visión de mundo lo orienta, qué busca conseguir con aquello que plantea, con quiénes dialoga. Cualquier reflexión académica que se revista de neutralidad (a menos que sea una estrategia propagandística orientada a la masividad y consciente de serlo) es por definición una producción servil al sistema, y por ende de derecha. Sería bueno entonces, que abandonáramos el hábito de declarar científicamente imposibles los sueños, para recuperar un poco del esfuerzo intelectual militante de pensar cómo estos se vuelven viables.

En ese sentido, el reclamo y la propuesta de que los grupos de compañeras y compañeros que hoy están estudiando y gestionando temáticas vinculadas a la vivienda, el medio ambiente, la salud (como los puntos más nombrados) puedan plasmar sus esfuerzos en documentos propositivos que se conviertan en base para que podamos debatir en el territorio, es un paso para recuperar nuestra potencia programática.

3. Construir la Unidad recuperando la celebración de las diferencias.

A todo esto, sin dudas, debe sumarse la premisa de recuperar el amor por el debate… pero claro, entendiendo por esto que discutamos dejando emerger las diferencias, trabajándolas y laudándolas sin intentar absurda y porfiadamente que no se note que pensamos distinto en todos y cada uno de los temas que a alguien se le ocurra plantear. La palabra “unidad” se ha transformado en una forma de condena a la disidencia que nos impide pensar mirando al mundo desde diversas ópticas, involucrar nuevas voces y militancias al Frente, y hasta generar en la gente ganas de ir a nuestras instancias. Seamos sinceros… perder una jornada entera escuchando en todo eso en lo que estamos de acuerdo, sin la menor posibilidad de incidir ni transformar nada… bueno, con eso no conquistamos a nadie.

4.  Repensar las estructuras.

Por otro lado, todo esto debe germinar en formas vinculares y estructuras políticas que tomen en cuenta que el mundo ha cambiado, y mucho. Y allí radica el desafío: ¿cómo pensar el FA sin caer en la simple nostalgia?

He aquí quizás un desafío interesante para el 4o Encuentro Nacional del Espacio 567.

1 | Es integrante del Espacio 567, militante feminista y de la diversidad y del Colectivo Ovejas Negras. Actualmente se desempeña como Directora de la Secretaría de Derechos Humanos de la Intendencia de Canelones.

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