El arte de decidir y los indignados de la tierra.
Publicado el 20/12/11 a las 10:08 pm
Un veterano de Irak se suma al Ocupa Wall Street” y dice: “Es la segunda vez que lucho por mi país y la primera que conozco al enemigo”
Hay algo nuevo en la historia que a todos preocupa. Nos encontramos en una crisis como la de 1902-17 en que empezaron las primeras grandes rebeliones del siglo XX. La crisis actual y las rebeliones que la enfrentan son en mucho distintas. En la crisis de principios del siglo XX las rebeliones se organizaron con base en ideologías como el anarquismo, el comunismo, el nacionalismo revolucionario. Las del siglo XXI no se apoyan en ideologías más o menos sistemáticas de las que los actores deriven programas de organización y acción. Y si esto tiene como ventaja el que no se puede invocar un texto del pasado para explicar lo que pasa hoy y menos aún para decidir lo que hoy debe hacerse, el carecer de sistemas confiables y comprehensivos del conjunto plantea problemas que debemos atender en cada circunstancia o contexto tomando en cuenta lo que en ellos de universal y específico se da. Y este hecho también sería muy positivo si estuviéramos acostumbrados a preguntarnos qué hacer y cómo hacerlo antes de lanzarnos a las luchas y en el curso de las mismas. Pero ni estamos acostumbrados a hacernos preguntas y a discutirlas hasta lograr un máximo consenso, ni hoy como ayer podemos ponernos todos a discutir antes de actuar cuando los más audaces y seguros toman las decisiones y el resto se ve en la necesidad de seguirlas o desertar.
En tales condiciones “la audacia y más audacia” a que nos convoca Samir Amin, debe asociarse estrechamente al hecho de coincidir en los motivos de la audacia, y al arte de preguntar a tiempo, de escuchar a tiempo las diferencias que en el grupo se dan, aclarando los argumentos que no se comparten, y atendiendo las razones del otro, así como las distintas alternativas que se presentan.
Si en los nuevos movimientos la audacia para pensar y organizarse acompaña (precede y sucede) a la audacia para actuar, y si no se trata de una audacia individual sino de la asumida por los integrantes de un colectivo, tras deliberaciones y consideraciones de los “pros” y los “contras” de cada alternativa, podrá no recurrirse ya a las filosofías de otros tiempos y de otros lugares y no tomarlas ya como verdades y dogmas venerables a seguir y respetar en toda circunstancia.
En esas condiciones, los nuevos movimientos añadirán a la audacia para pensar, la audacia para organizarse. También se enriquecerán con la memoria de los clásicos y de los héroes, y recurrirán a la costumbre y el saber de sus pueblos como trasfondo de un pensamiento teórico-práctico que se enriquezca en las distintas regiones del mundo con la creación de una historia nueva.
Decisión colectiva
Al enriquecimiento de la audacia se añadirán otros más. Uno consistirá en que no sólo se quede en los líderes y vanguardias el arte de decidir, sino que éste se difunda entre todo el pueblo. La aspiración suprema será que el pueblo entero tenga el mismo nivel de conciencia, conocimiento y voluntad de la vanguardia, y la misma capacidad de hacerse representar y también de controlar a sus representantes o delegados.
La transmisión del arte de decidir se hará explícita, desde los primeros momentos, en toda decisión que se tome y que implique riesgos. Será cosa de pensar con todo el pueblo, y de decidir con todo el pueblo el riesgo que se asume, y una vez hecho eso más que atender las razones del discurso atender las razones del pueblo en diálogos de mutuo aprendizaje.
Si el arte de decidir se convierte en una forma de pensar y actuar de pueblos enteros, la audacia del movimiento adquiere una fuerza invencible o muy difícil de vencer. Lo anterior no implica que todo el pueblo tenga la razón. En el propio pueblo existen las limitaciones de la cultura individualista, consumista, economicista, a menudo enajenada por el aldeanismo, el indianismo o el cosmopolitismo. Males del pueblo, de ideólogos y gobernantes desestiman las grandes luchas anti-imperialistas o las que día a día se libran contra las compañías depredadoras y las corporaciones que las apoyan. En el propio pueblo -y en los propios liberadores- la sociedad opresora ha sembrado hábitos inveterados de autoritarismo, de paternalismo, de clientelismo, y la cultura del pedir, del suplicar, del reclamar y exigir que son obstáculo para quienes ya están cansados de pedirle y exigirle al gobierno y más bien piensan en construir otro gobierno, otro estado, otro modo de dominación y acumulación. Pero si esto es así, el que las avanzadas del pueblo insumiso le digan a éste que en tal o cual punto no está en lo justo, ese hecho para nada implica faltarle al respeto, y antes es una tarea fundamental, siempre que las decisiones de líderes y vanguardias no se tomen en forma autoritaria, lo que frenaría o anularía el objetivo principal, el único que permitirá el triunfo: la creación de la conciencia y la voluntad colectiva, del “nosotros”, del pueblo, y no del “nosotros”, del rey, como se decía antiguamente. Y si la medida a tomar no se toma porque carece del apoyo del pueblo, o porque enfrenta a unos pueblos contra otros, como el proyecto de la carretera de Tipnis en Bolivia, eso no quiere decir que, dejen de buscarse las vías para una decisión colectiva que entre variantes logre otro camino de Tipnis. Simple y sencillamente lo que no se puede descuidar es la decisión colectiva de todo el pueblo.
La audacia unida al arte de decidir y a la transmisión de ese arte a todo el pueblo, implica un diálogo de las vanguardias y los pueblos en que unos y otros enseñen a aprender y en los hechos aprendan. Eso habrá de ocurrir, en primer término, con los militantes del movimiento del pueblo y más tarde con todos aquéllos a quienes muevan los mismos intereses y objetivos emancipadores y se sumen al movimiento.
La audacia unida al arte de decidir no se puede trasmitir de golpe. De las enormes diferencias que hay entre los que encabezan un movimiento y quienes lo integran han surgido regímenes supuestamente liberadores que se volvieron autoritarios y opresores. Impedir que eso ocurra, no puede llevar a soluciones anarquistas, aunque sus variados partidarios presenten proyectos animados de una justa cólera contra el autoritarismo y de una emocionante audacia de igualitarismo, pero desarmadas y destinadas a perder a los pueblos y a los anarquistas en la lucha contra el más organizado de todos los sistemas de dominación y acumulación de la historia como es el capitalismo corporativo, que precisamente se encuentra ahora en el mayor grado de organización de su propia historia. Y si ésta es del todo incapaz para impedir su condición terminal, sí es muy efectiva para organizar todo tipo de intervenciones por las que amplía la red de sus colaboradores y de sus bases militares y paramilitares, descentralizadas y subrogadas.
Rechazar todo liderazgo o vanguardia, enflaquece y debilita a cualquier movimiento. Lo mismo ocurre si los líderes y vanguardias no trasmiten sus conocimientos y reflexiones sobre lo que se decide y por qué se decide, y no buscan contar así con el apoyo consciente, informado y razonado del pueblo. Las masas sin vanguardias y las vanguardias sin masas son incapaces de construir al príncipe-colectivo. El saber y la experiencia de contingentes y vanguardias abren en cambio la nueva historia del “colectivo de colectivos” en que éstos con aquél dominen el arte por el que “el nosotros” decide, así como sus variaciones en cada difícil opción que se presente.
Educación emancipadora
La formación del pueblo-soberano supone hacer de todo discurso un instrumento de pedagogía política. En el proceso emancipador se dará prioridad a una política educativa que abarque las distintas expresiones de la cultura, y que se practique en forma escolar y extraescolar, con métodos presenciales y a distancia, dialogales y electrónicos, visuales, auditivos y deportivos, teóricos y prácticos, entre pequeños grupos y grandes masas.
La lucha por la educación es cada vez más consciente de la guerra contra la educación que han declarado las corporaciones y las grandes potencias a través de los medios, y en acuerdos como los del plan de Bolonia, o como los que imponen el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la OCDE, todos destinados a dar fin al proyecto histórico de la educación científica y humanística y a inaugurar una nueva era de educación para la instrumentación de los seres humanos.
La política de educación universal es la que va de la alfabetización como forma de leer y transformar el mundo, a los conocimientos más avanzados de las ciencias y las humanidades, de las técnicas y las artes, así como del pensamiento crítico en tanto no prohíben conocer ni las verdaderas causas de los desastres que vivimos ni los verdaderos y comprobados caminos de la emancipación.
El ejercicio de la educación como política de enseñanza-aprendizaje contribuirá a conocer y cambiar el mundo, a pensar y hacer, en términos de conciencia, voluntad y derechos colectivos; a dialogar, debatir y acordar; a recordar y proyectar, a practicar y corregir, como colectivos y no sólo como individuos, a descubrir lo universal desde lo local -el “Patria es Humanidad” de Martí- y a deshacerse de la “calca y copia” de lo pasado o de lo metropolitano a que Mariátegui nos convocó.
Algo también muy importante que se acostumbra en los pueblos mayas es enseñar a luchar contra el miedo, contra la desesperación, contra la pérdida de la dignidad de quien acepta la caridad que coopta y corrompe, base de una cultura ancestral de sumisión, hoy renovada con las tácticas de la guerra de colonización y recolonización, o contra-insurgente.
La formación del pueblo soberano tiene que dar prioridad a la lucha contra la enajenación, la corrupción y la represión. Cooptación y corrupción son más que un problema inmoral. Corresponden al arma más poderosa que el capitalismo emplea para dominar a líderes y movimientos como el de la Plaza Tahir, el de la Puerta del Sol, o el de “Ocupa Wall Street” y muchos más.
Con la corrupción y la represión cosificadoras las fuerzas dominantes les hacen perder la necesaria confianza a los colectivos, a los pueblos y las personas. Con la enajenación mediática y tradicional, más la corrupción y la represión les hacen perder el sentido de la vida y el rumbo de la lucha por un mundo mejor, e incluso de aquélla que se limita a defender tierras y territorios, suelos y subsuelos invadidos, o derechos sociales e individuales que se pierden con la desregulación. La injerencia creciente de las fuerzas armadas sobre las civiles abre el paso al dominio y acumulación de las empresas depredadoras y convierte en sus cómplices al sistema político, a los partidos, a los jefes de estado, legisladores y jueces. La lucha contra la corrupción es una lucha por el poder.
Con los elementos anteriores se plantea, desde otra perspectiva, la necesidad ineludible para la acumulación de fuerzas y para alcanzar y consolidar la victoria. Es ineludible enseñar a todo el pueblo a pensar y actuar con la misma profundidad y audacia que los individuos y colectivos que iniciaron un determinado plan de lucha, como por ejemplo los del 26 de Julio en Cuba, o los que encabezaron el movimiento zapatista en la Lacandona. En esos y otros casos, como los de los pueblos indios de América del Sur, a la educación de todo el pueblo en áreas relacionadas con el poder y el gobierno, se añade la posibilidad de la educación emancipadora por algunos “medios” de comunicación de masas, como el cine y como el ciberespacio, sin que por ello deje de recurrirse a la educación en la calle, el jardín o la plaza. La educación emancipadora de las colectividades y de las personas, se plantea como un poderoso instrumento político-cultural para enfrentar las guerras de espectro amplio que el capitalismo corporativo está librando contra los trabajadores y los pueblos. Trabajar en la educación como revolución es crear las condiciones del protagonista alternativo de la oposición actual al sistema, y de construcción del que lo suplante, antes de suplantarlo y después.
El discurso de la pedagogía emancipadora y de la reflexión sobre las ventajas y desventajas de cada opción que se planteé constituye la base del nuevo proceso de resistencia rebelde, realmente radical en tanto los integrantes se propongan como meta concienciar, comunicar y organizar a crecientes números de colectivos y colectividades, y a las personas que los integren.
Lograr esos objetivos resolverá varios problemas: tenderá a impedir el caudillismo y el dominio de una clase política o un cuerpo civil o militar, o de una oligarquía o mafia que surja de las propias organizaciones supuestamente emancipadoras. Regulará los graves problemas del voluntarismo y el conformismo. Contribuirá a poner en evidencia a los agentes abiertos y encubiertos que traten de confundir, acelerar o adormecer al pueblo, exacerbando a sus integrantes. Enfrentará con mayores posibilidades de éxito la doble política de represión y corrupción a la que la extrema derecha añadirá los nuevos mitos del hombre blanco, y la metamorfosis biogenética y cognitiva de los insumisos en animales o plantas.
Nuevo proyecto emancipador
Para la formación de la conciencia y de la voluntad colectiva no sólo se organizarán actos de masas y de pequeños grupos sino nudos de redes. Las funciones de los “nodos” o “enlaces” consistirán en promover y coordinar los actos solidarios y cooperativos en distintos terrenos, como los defensivos, los económicos, políticos, sociales, culturales, territoriales… En el interior de cada uno y en varios nudos de redes de colectivos se planteará la pedagogía del diálogo, del debate y del consenso de sus integrantes. El objetivo se logrará con nuevas agrupaciones y organizaciones de pueblos. La información y la organización presencial y electrónica, se combinarán con la de comunidades y organizaciones en resistencia. Colectivos, nodos y enlaces de comunidades, de movimientos y de grandes organizaciones a la vez descentralizadas y centralizadas, autónomas y coordinadas redefinirán sus redes y sus discursos de tal modo que con la malla de redes y discursos, de nodos y organizaciones, expresen la “voluntad general”, de “la clase trabajadora”, de la “nación” y del “pueblo”.
Los clásicos objetivos de la democracia y su realización tendrán características “muy nuevas” en la historia humana. La “voluntad general” y “el poder del pueblo” constituirán una democracia incluyente de los libertos y de las minorías culturales, religiosas, ideológicas, raciales o sexuales, sin ningún tipo de discriminación o prejuicio.
La organización-comunicación implicará otra cultura del líder y por supuesto, también, otra cultura de la masa. No habrá vanguardia ni pueblo que no compartan el aprender a pensar, oír, dialogar, informarse, conocer, saber hacer, corregir, rehacer; y a comprender profundamente que la razón arbitraria no es razón.
El nuevo proyecto emancipador es practicable, es factible. Lo hemos comprobado en los hechos y solamente nos impiden verlo nuestros prejuicios naturales, o los inducidos por una propaganda subliminal que nos enseña a ser de la “izquierda políticamente correcta” y anodina.
Del nuevo proyecto emancipador y de algunas de sus características esenciales es precursora Cuba. Su subsistencia rebelde, por más de medio siglo, no es un milagro. La articulación del conocimiento y la voluntad colectiva del gobierno y el pueblo en las más variadas organizaciones encargadas del territorio y de las tierras, de las actividades económicas, culturales, políticas, sociales, ecológicas, ha correspondido a un proceso en el que se han ido fortaleciéndose las nuevas formas de actuar del estado-pueblo, de sus colectivos y sus redes de colectivos. Las experiencias de Cuba tienen un valor universal. Corresponden a uno de los caminos al socialismo en que la democracia, como poder del pueblo, va reformulando y recreando sus instituciones de acuerdo con sus experiencias y cambios en las luchas por la emancipación o independencia nacional y por el socialismo. Cuba no es un ejemplo a seguir sino la experiencia más rica de la emancipación y la democracia a nivel mundial y de la que incluye la lucha por la independencia y por el socialismo. Sus experiencias son una fuente de creación histórica excepcional y preceden a muchas más que irán apareciendo en este largo período en que “un sistema no quiere morir” –aunque se va a morir–“y otro todavía no puede nacer”.
El proyecto de gobierno-de—todos—para—todos—y—con—todos como organización práctica del poder alternativo obviamente encuentra obstáculos muy serios en toda la civilización anterior. Unos son de tipo patriarcal, autoritario, paternalista; otros represivos y excluyentes. Encuentra también problemas y contradicciones externas e internas conforme el proceso avanza. Pero en medio de esos obstáculos y contradicciones puede usar las propias contradicciones para derribar los obstáculos y para avanzar en los procesos de emancipación, para disminuir el ritmo de avance en unos terrenos y aumentarlo en otros, o para seguir resistiendo y avanzando con el apoyo de pueblos co-responsables de sus gobiernos, en que el “nosotros” que formen supere la cultura asistencialista y clientelista, decidiendo colectivamente el mejor camino a seguir. Y para que todo esto funcione con rapidez, y con rapidez pueda darse respuesta al enemigo, o solución a los problemas que la requieran, se precisarán los campos de acciones inconsultas en que los responsables tengan el derecho y la obligación de tomar las decisiones para las que estén facultados, a reserva de consultar con los colectivos e instancias correspondientes aquéllas que se salen de lo prescrito.
La pregunta de si es factible que un movimiento social anti-sistémico o un gobierno-pueblo sea la base de un proceso de emancipación, halla también respuesta en el desarrollo más reciente de las ciencias y técnicas hegemónicas, muchas de las cuales (como observó Ernesto Che Guevara) pueden ser adaptadas y utilizadas por los movimientos emancipadores. Parte de la guerra cibernética será nuestro proyecto de educación cibernética con su inmensa capacidad creadora.
Construcción del protagonista alternativo
El arte de la política de todo el pueblo o en que todo el pueblo decide ya no puede quedarse en retórica, ya corresponde a palabras en que la construcción de la realidad define la realidad. Y tiene los elementos para hacerlo.
La política de todo el pueblo cuenta potencialmente con el arte, el oficio y la técnica de organización colectiva a la que mueve un mismo objetivo emancipador. La definición del pueblo en los hechos se realiza mediante la construcción y articulación de colectivos. El fortalecimiento de los objetivos comunes y la construcción teórica y práctica para alcanzarlos no sólo existe en colectivos como “Los caracoles” de los mayas que se comunican, informan y apoyan entre sí usando las ancestrales experiencias y las nuevas técnicas de la organización. Aparece también en los “sistemas cooperativos”, en los “sistemas solidarios” y en la teoría y práctica de las “redes o sistemas de colectivos.” Las tareas de comunicación, de información, de aprendizaje y educación presencial y a distancia, se complementan con otras de trabajo cooperativo, de intercambio de bienes y servicios, y de intercambio de artículos de producción y consumo. Los lazos que se establecen en la práctica son reforzados por los sistemas de gobierno-de-todos y por el comportamiento de sus formaciones coordinadas y jerárquicas, éstas últimas integradas con ciudadanos que “mandan obedeciendo”, que hacen realidad el ideal de los “servidores públicos”; que participan en la toma de decisiones de los pueblos y organizaciones y las obedecen, a sabiendas que de no hacerlo debilitan a sus bases y mandatarios y se debilitan a sí mismos. En todo caso el colectivo de colectivos gubernamentales necesita proponerse, junto con la eficacia para lograr los objetivos del pueblo, el no perder la constante comunicación y diálogo con el pueblo, la apelación al mismo y el respeto del mismo.
Toda esta vinculación de conceptos y realidades le dará sentido a la vida y sentido a una lucha en que nunca se podrá olvidar que el enemigo principal es el capitalismo corporativo, con sus asociados y subordinados, y que la verdadera emancipación sólo se logrará con la audacia y la organización de pueblos y trabajadores que enarbolen y construyan la libertad y la justicia junto con la democracia y el socialismo de nuestro tiempo.
La construcción de la sociedad a que se aspira, empieza por la construcción del protagonista alternativo y por el estilo de relacionarse en sus organizaciones. A la guerra contra la educación del ser humano que el capitalismo corporativo ha declarado se enfrenta hoy la nueva lucha por la educación del ser humano que implica un nuevo discurso, y una nueva sociedad en que clases y colectividades conozcan el arte de decidir colectivo, de disentir en las colectividades y entre ellas, el respetar a quienes disienten, y el corregir y reencauzar las decisiones.
Disentir entre contradicciones es una necesidad históricamente comprobada. Disentir o criticar, más que con el estilo parlamentario con el estilo pedagógico que Paulo Freire nos enseñó, es un reto tan importante como construir y practicar la decisión colectiva, que ni rechaza el diálogo y el debate so pretexto de que le hace el juego al enemigo, ni fomenta esos choques en el frente interno de los que el imperialismo, sus asociados y subordinados se aprovechan. La revolución de la decisión colectiva, del discurrir pedagógico, y del disentir y acordar entre contradicciones ya empezó en sus primeros balbuceos.
– Pablo González Casanova es Ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Este texto es parte de la Revista América Latina en Movimiento, No. 471, diciembre 2011 que tiene como tema central De indignaciones y alternativas
Publicado en América Latina en Movimiento, No. 471: http://alainet.org/publica/471.phtml