viernes 4 de octubre, 2024

Cercar a Rusia, apuntar a China: el verdadero papel de la OTAN en el esquema estratégico de EEUU

Publicado el 24/11/10 a las 11:30 pm

Por Diana Johnstone.

El 19 y el 20 de noviembre, los dirigentes de la OTAN se reúnen en Lisboa en una cumbre sobre el «Concepto estratégico de la OTAN». Entre los asuntos a discutir se halla un rimero de terroríficas «amenazas» –desde la ciberguerra hasta el cambio climático—, así como algunos simpáticos artefactos protectores: armas nucleares y una ciclópea Línea Maginot de alta tecnología supuestamente destinada a interceptar en vuelo a los misiles enemigos. No podrán los dirigentes de la OTAN evitar hablar de la guerra de Afganistán, esa cruzada sin fin que une al mundo civilizado contra el elusivo Viejo de la Montaña, Hassan i Sabah, el jefe de asesinos del siglo XI, cuya última reencarnación es Osama bin Laden. Sin duda se hablará mucho también de «nuestros valores compartidos».

Buena parte de lo que se debatirá son ficciones. Ficciones, eso sí, con precio bien marcado en la etiqueta.

Lo que no está en la agenda de la cumbre sobre el «concepto estratégico» es una discusión seria de cuestiones estratégicas.

En parte porque la OTAN como tal carece de estrategia, y no puede tener estrategia propia. La OTAN es en realidad un instrumento de la estrategia de los EEUU. Su único «concepto estratégico» operativo es el que ponen por obra los EEUU. Pero incluso ése, es un fantasma elusivo. Los dirigentes norteamericanos parecen más inclinados al gesto estupefaciente, a «manifestar determinación», que a definir estrategias.

Uno que presume de definir estrategias es Zbigniew Brzezinski, el patrocinador de los mujahidines afganos cuando estos podían ser de utilidad en la tarea de destrucción de la Unión Soviética. Brzezinski no se mordió la lengua a la hora de formular con claridad el objetivo estratégico de la política exterior norteamericana en su libro de 1993 El gran tablero de ajedrez: «la primacía americana». Allí describía a la OTAN como una de las instituciones al servicio de la perpetuación de la hegemonía norteamericana, también porque «convierte a los EEUU en un participante clave hasta en los asuntos intraeuropeos». En su «web global de instituciones especializadas», que obviamente incluye a la OTAN, los EEUU ejercen el poder a través «negociación continuada, diálogo, difusión y búsqueda de consensos formales, a pesar de que ese poder tare su último origen en una única fuente, a saber: Washington, D.F.».

Tal descripción casa perfectamente con la conferencia de Lisboa sobre el «concepto estratégico de la OTAN». La pasada semana, el secretario general de la OTAN, el danés Anders Fogh Rasmussen, anunció que «estamos bastante cerca de un consenso». Y ese consenso, de acuerdo con el Ney York Times, «secundará probablemente la formulación del propio presidente Barack Obama: trabajar a favor de un mundo no-nuclear manteniendo al mismo tiempo la disuasión nuclear».

Un momentito: ¿qué sentido tiene eso? Ninguno, pero la urdimbre del consenso de la OTAN. Paz a través de la guerra, desarme nuclear a través del armamento nuclear, y sobre todo, defensa de los estados miembros mediante el envío de fuerzas expedicionarias para enojo y enfurecimiento de las poblaciones de países lejanos.

Una estrategia no es un consenso escrito por comités.

El método norteamericano de «negociación continuada, diálogo, difusión y búsqueda de consensos formales» sirve para aplacar cualquier resistencia que pudiera ocasionalmente aparecer. Así, Alemania y Francia se resistieron inicialmente a la pertenencia de Georgia a la OTAN, así como al célebre «escudo antimisiles»: veían ambas cosas como provocaciones manifiestas, capaces de desencadenar una carrera armamentista con Rusia y de dañar inútilmente las fructíferas relaciones de Alemania y Francia con Moscú. Pero los EEUU no aceptan un no por respuesta, e insiste en sus exigencias imperativas hasta que cede la resistencia. Una excepción reciente fue la negativa francesa a sumarse a la invasión de Irak, pero la airada reacción de los EEUU llevó a la conservadora clase política francesa a apoyar al pronorteamericano Nicolas Sarkozy.

En busca de «amenazas» y «desafíos»

El verdadero núcleo de lo que pasa por un «concepto estratégico» fue declarado por vez primera y puesto por obra en la primavera de 1999, cuando la OTAN violó el Derecho Internacional, desafió a las Naciones Unidas y pasó por alto su propia carta fundacional lanzando una guerra de agresión fuera de su perímetro defensivo contra Yugoslavia. Eso transformó a la OTAN: de ser una alianza defensiva, pasó a ser una alianza ofensiva. Diez años después, la madrina de esa guerra, Madeleine Albright, fue elegida para presidir un «grupo de expertos» que empleó muchos meses organizando seminarios, consultas y reuniones para preparar la agenda de Lisboa. Prominente en esas reuniones fueron Lord Peter Levene, presidente de Lloyd’s en Londres, la aseguradora gigante, y el antiguo presidente del consejo de administración de Royal Dutch Shell, Jeroen van der Veer. Esas figuras de la clase dominante no son precisamente estrategas militares; su participación sirve para garantizar a la comunidad empresarial internacional que se tendrán sus intereses a escala planetaria serán debidamente tenidos en cuenta.

En efecto: a la vista del catálogo de amenazas enumeradas en una conferencia dictada el año pasado por Rasmussen, diríase que la OTAN estaba trabajando para el sector de las aseguradoras. La OTAN, dijo, era necesaria para lidiar con la piratería, la ciberseguridad, el cambio climático, los fenómenos metereológicos extremos –como inundaciones y tormentas catastróficas—, la subida del nivel del mar, los movimientos migratorios a gran escala hacia zonas deshabitadas –a veces, transfronterizas—, la escasez de agua, las sequías, la decreciente producción de alimentos, el calentamiento global, las emisiones de CO2, el reflujo de los hielos árticos –que deja al descubierto recursos hasta ahora inaccesibles—, la eficiencia de los combustibles y la dependencia de fuentes externas, etc., etc.

Del grueso de las amenazas que figuran en la lista no podría, ni por mucho, decirse que reclaman soluciones militares. Desde luego ni los «Estados canalla», ni los «emplazamientos tiránicos», ni los «terroristas internacionales» son responsables del cambio climático; sin embargo, Rasmussen los presenta como desafíos para la OTAN.

Por otro lado, algunos de los resultados de esos escenarios, como los movimientos de población causados por las crecidas del nivel del mar o las sequías, pueden ciertamente verse como potenciales causantes de crisis. El aspecto ominoso de la mencionada lista de amenazas es, precisamente, que todos esos problemas son presentados por la OTAN como problemas necesitados de soluciones militares.

La principal amenaza para la OTAN es su obsolescencia. Y la búsqueda de un «concepto estratégico» no es sino la búsqueda de pretextos para seguir en funcionamiento.

La OTAN, una amenaza para el mundo

Lo cierto es que, mientras anda en busca de amenazas, ella misma se está convirtiendo en una creciente amenaza para el mundo. La amenaza más importante es su contribución al robustecimiento de la tendencia, encabezada por EEUU, a abandonar la diplomacia y las negociaciones a favor de la fuerza militar. Eso se ve por lo magnífico en la inclusión de los fenómenos metereológicos en la lista rasmussiana de las amenazas para la OTAN, cuando lo que deberían ser es un problema reservado a la diplomacia y a las negociaciones internacionales. La agonía de la diplomacia occidental es el problema, un problema cada vez mayor. Los EEUU han determinado el tenor imperante: nosotros somos virtuosos, tenemos el poder, y al resto del mundo no le queda sino obedecer. Se desprecia la diplomacia como debilidad. El Departamento de Estado ha dejado hace mucho de estar en el centro de la política exterior norteamericana. Con su vasta red de bases militares distribuidas por todo el mundo, así como con los agregados militares situados en las embajadas y un sinnúmero de misiones en los países clientes, el Pentágono es incomparablemente más poderoso e influyente en el mundo que el Departamento de Estado. Los últimos Secretarios de Estado, lejos de buscar alternativas diplomáticas a la guerra, han desempeñado un papel activo en punto a defender la guerra en vez de la diplomacia: así Madeleine Albright en los Balcanes, así Colin Powell urdiendo falsos tubos de ensayo en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La política la determinan el Asesor de Seguridad Nacional, varios think tanks financiados privadamente y el Pentágono, con interferencias de un Congreso compuesto él mismo de políticos ávidos de conseguir contratos militares para quienes financian sus campañas.

La OTAN está arrastrando a sus aliados europeos por el mismo despeñadero. Así como el Pentágono ha venido a substituir al Departamento de Estado, la propia OTAN es utilizada por los EEUU como un potencial substituto de las Naciones Unidas. La «guerra de Kosovo» en 1999 fue un primer paso importante en esa dirección. La Francia de Sarkozy, tras añadirse al Comando Conjunto de la OTAN, está desbaratando el tradicionalmente competente servicio exterior francés, recortando la representación civil francesa en todo el mundo. El servicio exterior de la Unión Europea que está ahora mismo en proceso de creación por Lady Ashton no tendrán política ni autoridad propias.

Inercia burocrática

A despecho de sus reiteradas apelaciones a los «valores compartidos», lo cierto es que la OTAN se mueve sobre todo por inercia burocrática. La alianza misma no es sino una excrecencia del complejo militar-industrial estadounidense. Durante sesenta años, los aprovisionamientos y los contratos con el Pentágono han sido una fuente esencial de la investigación industrial, de los beneficios, de los puestos de trabajo, de las carreras políticas y aun de la financiación de las universidades. El juego de interrelación entre esos distintos intereses converge en la determinación de una implícita estrategia estadounidense de conquista del mundo:

– Una red global más y más expandida de entre 800 y 1.000 bases militares en suelo extranjero.

– Acuerdos militares bilaterales con Estados clientes que ofrecen entrenamiento al tiempo que obligan a esos Estados a comprar armamento fabricado en EEUU y rediseñar sus fuerzas armadas apartándolas de la defensa nacional para centrarlas en la seguridad interior (es decir, en la represión) y en su posible integración en guerras de agresión encabezadas por los EEUU.

– El uso de esas estrechas relaciones con las fuerzas armadas locales para influir en la política interior de Estados más débiles.

– Interminables ejercicios militares con Estados clientes que suministran al Pentágono un conocimiento exacto del potencial militar de los Estados clientes, los integran en la maquinaria militar estadounidense y alimentan una mentalidad ‘preparada para la guerra’.

– Empleo de su red de bases, de sus ‘aliados’ y de ejercicios militares, a fin de rodear, aislar, intimidar y eventualmente provocar a naciones importantes consideradas rivales potenciales, señaladamente Rusia y China.

La estrategia implícita de los EEUU, inferible de sus acciones, es una conquista militar gradual capaz de asegurar la dominación mundial. Un rasgo original de ese proyecto de conquista del mundo es que, aun siendo extremadamente activo, día tras día, pasa prácticamente desapercibido para la inmensa mayoría de la población del país conquistador y de la de sus aliados más estrechamente subordinados, es decir, los Estados miembros de la OTAN. La indesmayable propaganda sobre las «amenazas terroristas» –los mosquitos del elefante— y otras parecidas diversiones mantienen al grueso de los norteamericanos en una total ignorancia de lo que está en curso, lo que resultan tanto más fácil, cuanto que el pueblo norteamericano es casi único en ignorancia de lo que ocurre en el resto del mundo, y por lo mismo que ignorante, falto de interés y curiosidad. Los EEUU puede bombardear un país más o menos lejano sin que poco más que una ínfima fracción de norteamericanos sepa siquiera situarlo en el mapa.

La tarea principal de los estrategas estadounidenses, cuyas carreras discurren entre think tanks, consejos de administración, empresas consultoras y cargos públicos, consiste más en justificar la existencia de ese ciclópeo mecanismo que en dirigirlo. En buena medida, se dirige a sí propio. Desde el colapso de la «amenaza soviética», los profesionales de la decisión política no han dejado de andar en pos de amenazas potenciales invisibles. La doctrina militar estadounidense tiene por fin el de movilizarse preventivamente contra cualquier rival potencial de la hegemonía mundial estadounidense. Desde el colapso de la Unión Soviética, Rusia es el país que mantiene el arsenal armamentístico después de los EEUU, y China es una potencia económica de rápido crecimiento. Ninguno de los dos países representa una amenaza para los EEUU o para Europa Occidental. Al contrario: ambos están bien dispuestos a concentrarse en negocios pacíficos.

Sin embargo, están cada vez más alarmados por el cercamiento militar y por los provocativos ejercicios militares llevados a cabo por Estados Unidos en la puerta misma de sus casas. La implícita estrategia agresiva puede resultar obscura para muchos norteamericanos, pero los dirigentes de los países que la padecen entienden perfectamente de qué se trata.

El Triángulo Rusia-Irán-Israel

Ahora mismo, el principal «enemigo» explícito es Irán. Washington sostiene que el «escudo antimisiles» que está imponiendo a sus aliados europeos está concebido para defender de Irán a Occidente. Pero los rusos ven con harta claridad que el escudo antimisiles está dirigido contra ellos. Por lo pronto, saben que Irán no tiene tales misiles, ni, de tenerlos, el menor motivo para usarlos contra Occidente. Es perfectamente obvio para todos los analistas informados que, aun si Irán llegara a desarrollar armas y misiles nucleares, sería en concepto de disuasión frente a Israel, la superpotencia nuclear regional que disfruta de vara alta para atacar a los países vecinos. Israel no quiere de ningún modo perder esa libertad de atacar y, como es natural, se opone a la disuasión iraní. Los propagandistas israelíes no cesan en su griterío sobre la amenaza de Irán y han trabajado con denuedo para infectar a la OTAN con su paranoia.

Ha llegado incluso a calificarse a Israel como el «vigésimo noveno miembro de la OTAN global». Los altos funcionarios israelíes han trabajado asiduamente a Madeleine Albright para asegurarse de que los intereses de Israel se incluyan en el «Concepto Estratégico». En el curso del último lustro, Israel y la OTAN han participado en ejercicios navales conjuntos en el Mar Rojo y en el Mediterráneo, y han llevado a cabo también ejercicios militares terrestres conjuntos desde Bruselas hasta Ucrania. El 16 de octubre de 2006 Israel se convirtió en el primer país no europeo en conseguir lo que se conoce como un «Programa de Cooperación Individual» para cooperar con la OTAN en 27 áreas diferentes. Vale la pena observar que Israel es el único país extraeuropeo que los EEUU incluyen en el área de responsabilidad de su Comando Europeo (en vez de en el Comando Central, que cubre el resto del Oriente Medio).

En un seminario sobre las relaciones OTAN-Israel celebrado en Herzliya el 24 de octubre de 2006, la entonces ministro de asuntos exteriores israelí, Tzipi Livni, declaró que «la alianza entre la OTAN e Israel es la única natural (…) Israel y la OTAN comparten una visión estratégica común. En muchos sentidos, Israel está en primera línea de la defensa de nuestro común modo de vida.»

No todos los europeos dirían que los asentamientos israelíes en territorio palestino ocupado reflejan «nuestro común modo de vida». Esa es una de las razones, no ofrece duda, de que la unión entre la OTAN e Israel no haya llegado a desembocar en la pertenencia como miembro de pleno derecho de Israel en la OTAN. Especialmente luego del salvaje ataque a Gaza, la entrada de Israel en la OTAN levantaría objeciones en los países europeos. Sin embargo, Israel sigue ofreciéndose a la OTAN, ardientemente apoyado en ese empeño, ni que decir tiene, por sus fieles seguidores en el Congreso estadounidense.

La causa principal de esta creciente simbiosis entre Israel y la OTAN ha sido bien observada por Mearsheimer y Walt: el vigoroso y potente lobby pro-Israel en EEUU. Los lobbies israelíes son también fuertes en Francia, Alemania y el Reino Unido. Han desarrollado con gran celo el tema de Israel como «primera línea» en la defensa de los «valores occidentales» contra el Islam militante. Que el Islam militante no sea en buena medida sino un producto de esa «primera línea», es un hecho que termina por cerrar un perfecto círculo vicioso.

La actitud agresiva de Israel hacia sus vecinos constituye en realidad un grave pasivo para la OTAN, capaz de arrastrarla a guerras decididas por Israel que de ningún modo están en el interés de Europa.

Sin embargo, hay una sutil ventaja estratégica en la conexión israelí de la que los EEUU parecen estar sirviéndose… contra Rusia. Al suscribir la histérica teoría de la «amenaza iraní», los EEUU pueden seguir sosteniendo sin inmutarse que el planeado escudo antimisiles está dirigido contra Irán, no contra Rusia. No puede esperarse que eso convenza a los rusos, pero puede servir para presentar las protestas de éstos como nacidas de la «paranoia» (al menos, a oídos de los fieles de Occidente): ¡por favor!, ¿cómo pueden quejarse, si estamos «reconfigurando» nuestras relaciones con Moscú y hasta invitamos al presidente ruso a nuestra estupenda cumbre sobre el «concepto estratégico»?

Sin embargo, los rusos no pueden ignorar que:

– El escudo antimisiles se construye rodeando a Rusia, que tiene misiles disuasorios.

– Neutralizando los misiles rusos, los EEUU quedan libres para atacar a Rusia, a sabiendas de que Rusia no podrá devolver el golpe.

– Por consiguiente, dígase lo que se quiera, el escudo antimisiles, una vez operativo, serviría para facilitar una eventual agresión a Rusia.

El cercamiento de Rusia

El cercamiento de Rusia continúa en el Mar Negro, en el Báltico y en el Círculo Ártico.

Las autoridades estadounidenses siguen diciendo que Ucrania debe pertenecer a la OTAN. Precisamente esta semana, en una columna en el New York Times, el hijo de Zbigniew, Ian J. Brzezinski prevenía a Obama contra el abandono la «visión» de una Europa «entera, libre y segura», que incluiría una «eventual incorporación de Georgia y Ucrania como miembros de la OTAN y de la Unión Europea». El hecho de que la gran mayoría del pueblo de Ucrania esté contra la entrada en la OTAN carece de importancia. Para el actual mugrón de la noble dinastía de los Brzezinski, lo que cuenta es la minoría. Abandonar esa «visión» montaría tanto como «dejar en la estaca a quienes en Georgia y en Ucrania ven su futuro en Europa. Refuerza las aspiraciones del Kremlin a disponer de una zona de influencia…» La idea de que «el Kremlin» aspira a una «zona de influencia» en Ucrania es absurda considerando los vínculos históricos extremadamente estrechos entre Rusia y Ucrania, cuya capital, Kiev, fue la cuna del estado ruso. Pero la familia Brzezinski procede de Galicia, la parte occidental de Ucrania que en otros tiempos perteneció a Polonia y que es el centro de la minoría antirrusa. La política exterior rusa se ve influida con demasiada frecuencia por estas rivalidades extranjeras de las que la mayor parte de los norteamericanos son totalmente ignorantes.

La indesmayable insistencia de los EEUU en absorber a Ucrania prosigue a pesar del hecho de que implicaría la expulsión de la flota rusa en el Mar Negro de su base en la Península de Crimea, en donde la población es abrumadoramente rusoparlante y prorrusa. Es una receta, segura donde las haya, para la guerra con Rusia.

Entretanto, las autoridades estadounidenses siguen manifestando su apoyo a Georgia, cuyo presidente, entrenado en los EEUU, espera abiertamente lograra el apoyo de la OTAN en su próxima guerra con Rusia. Aparte de maniobras navales provocativas en el Mar Negro, los EEUU, la OTAN y dos Estados (hasta ahora) no miembros de la OTAN como Suecia y Finlandia desarrollan regularmente ejercicios militares de envergadura en el Mar Báltico, prácticamente a la vista de las ciudades rusas de san Petesburgo y Kaliningrado. Esos ejercicios entrañan millares de tropas terrestres, centenares de aeronaves –incluidos cazas F-15 y AWACS—, así como fuerzas navales, incluidos el grupo 12 de portaviones de combate, lanchas de desembarco y buques de guerra de una docena de países.

Tal vez lo más ominoso de todo sea que en la región Ártica los EEUU han venido persistentemente involucrando a Canadá y a los Estados escandinavos (incluida Dinamarca, a través de Groenlandia) en un despliegue militar abiertamente dirigido contra Rusia. El propósito de este despliegue ártico fue manifestado por Fogh Rasmussen cuando, entre las «amenazas» a les que tenía que enfrentarse la OTAN, mencionó el hecho de que «se está retirando el hielo ártico y quedan al descubierto recursos que estaban hasta ahora sepultados por los hielos». Uno esperaría que esos recursos al descubierto ofrecieran más bien una oportunidad de cooperación en su explotación. Pero no es esa la mentalidad oficial de los EEUU.

El pasado mes de octubre, el Almirante estadounidense James G. Stavridis, comandante en jefe de la OTAN en Europa, dijo que el calentamiento global y una carrera por los recursos podrían llevar a un conflicto en el Ártico. El Contraalmirante de vigilancia costera Christopher C. Colvin, a cargo de la línea costera de Alaska, dijo que la actividad naval rusa en el Océano Ártico resultaba «particularmente preocupante» para los EEUU y pidió más instalaciones militares en la región. El Servicio Geológico de EEUU cree que el Ártico contiene cerca de un cuarto de los depósitos mundiales inexplorados de gas y petróleo. Conforme a la Ley de Convención Marítima aprobada por las Naciones Unidas en 1982, un Estado costero tiene derecho disponer como zona económica exclusiva (ZEE) de una franja de 200 millas náuticas y puede reclamar otras 150 si puede probar que el lecho marino es una prolongación de su plataforma continental. Rusia está en curso de probar eso. Luego de presionar al resto del mundo para que adoptara la Convención, el Senado de los EEUU todavía tiene pendiente de ratificación el Tratado. En enero de 2009, la OTAN declaró que el «Alto Norte» constituía un «interés estratégico de la Alianza», y desde entonces, la OTAN ha practicado diversos e importantes juegos de guerra claramente preparatorios de un eventual conflicto con Rusia respecto de los recursos árticos.

Rusia desmanteló con largueza sus defensas en el Ártico luego del colapso de la Unión Soviética y ha urgido repetidamente a compromisos negociadores sobre el control de los recursos. El pasado septiembre, el primer ministro Vladimir Putin hizo un llamamiento a juntar esfuerzos para proteger el frágil ecosistema, atraer inversión foránea, promover tecnologías amigas del medio ambiente y trabajar para resolver las disputas a través del derecho Internacional. Pero los EEUU, como de costumbre, prefieren manejar el asunto por la vía de la fuerza. Eso podría llevar a una nueva carrera armamentista en el Ártico, y aun a choques armados.

A pesar de todos esos movimientos provocativos, y aunque no quepa excluir roces e incidentes aquí y allá, es extremadamente improbable que lo que EEUU ande buscando sea una guerra con Rusia. La política estadounidense parece ser la del cercamiento e intimidación de Rusia hasta que acepte subordinarse a una situación semisatelitar que la neutralice en anticipación de un futuro conflicto con China.

Objetivo: China

La única razón por la que cabe convertir a China en objetivo se asemeja a la proverbial razón ofrecida para escalar una montaña: está aquí, es grande y los EEUU tienen que estar por doquiera en la cima.

La estrategia para dominar a China es la misma empleada en Rusia. Doctrina bélica clásica: cercar, asediar, ofrecer apoyo más o menos clandestino a los desórdenes internos. Como ejemplos de esa estrategia, valgan los que siguen.

– Los EEUU están robusteciendo provocativamente su presencia militar a lo largo de las riberas del Pacífico en China, ofreciendo «protección contra China» a los países del Este asiático.

– Durante la Guerra Fría, cuando la India conseguía sus armamentos de la Unión Soviética y mantenía una postura de no alineamiento, los EEUU armaron a Pakistán, considerado como su aliado regional principal. Ahora los EEUU están desplazando sus favores hacia la India, a fin de mantener ala India fuera de la órbita de la Organización para la Cooperación de Shangai y fortalecerla como un contrapeso a China

– Los EEUU y sus aliados apoyan cualquier disidencia que pueda debilitar a China, ya se trate del Dalai Lama, los uigures o Liu Xiaobo, el disidente encarcelado.

El Premio Nóbel de la Paz fue concedido a Liu Xiaobo por un comité de legisladores noruegos presidido por Thorbjorn Jagland, el eco noruego de Tony Blair, el antiguo primer ministro y ministro de asuntos exteriores de Noruega, quien ha sido uno de los principales jaleadores de la OTAN en su país. En una conferencia de parlamentarios europeos patrocinada por la OTAN el año pasado, Jagland declaró: «Cuando no somos capaces de frenar la tiranía, arranca la guerra. Por eso es indispensable la OTAN. La OTAN es la única organización militar multilateral arraigada en el Derecho Internacional. Es una organización de la que puede servirse la ONU cuando resulta necesario: para frenar la tiranía, como hicimos en los Balcanes». Lo menos que cabe decir de eso es que es un estupefacientemente osado retorcimiento de los hechos, porque lo que la OTAN hizo al embarcarse en una guerra en los Balcanes fue violar abiertamente el Derecho Internacional y las resoluciones de la ONU. Por lo demás, en los Balcanes había un conflicto étnico, no una «tiranía».

Al anunciar la elección de Liu, el comité noruego del Nóbel, encabezado por Jagland, declaró que «desde hace mucho tiempo creemos que hay una estrecha relación entre los derechos humanos y la paz». La «estrecha relación», por seguir con la lógica de las afirmaciones de Jagland, es que si un Estado extranjero no respeta los derechos humanos de acuerdo con la interpretación que de ellos hace Occidente, entonces puede ser bombardeado como bombardeó la OTAN a la antigua Yugoslavia. Y en efecto, las potencias que más ruido hacen con los «derechos humanos», señaladamente los EEUU y la Gran Bretaña, son precisamente las que más guerras libran por todo el mundo. Las afirmaciones del comité noruego dejan claro que conceder el Premio Nobel de la Paz a Liu –que, dicho sea de pasada, pasó parte de su juventud en Noruega— equivale en realidad a apoyar a la OTAN.

«Democracias» para substituir a las Naciones Unidas

Los miembros europeos de la OTAN añaden relativamente poco al poder militar de los EEUU. Su contribución es sobre todo política. Su presencia mantiene la ilusión de una «Comunidad internacional». La conquista del mundo, perseguida por la inercia burocrática del Pentágono, puede presentarse como la cruzada de las «democracias» del mundo para difundir su orden políticamente ilustrado al resto de un mundo recalcitrante.

Los gobiernos euroatlánticos proclaman su «democracia» como prueba de su derecho absoluto a intervenir en los asuntos del resto del mundo. Fundados en la falacia de que los «derechos humanos son necesarios para la paz», proclaman su derecho a la guerra.

Pero la cuestión crucial es si la «democracia occidental» tiene todavía la fuerza necesaria para desmantelar esta maquinaria de guerra antes de que sea demasiado tarde. [1]

NOTA: [1] Agradezco mucho a Rick Rozoff el constante flujo de información importante que ha venido suministrándome.

Traducción para www.sinpermiso.info: María Julia Bertomeu.

Sin Permiso / Counterpunch, 18 noviembre 2010

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