LA UNIDAD SUDAMERICANA
Publicado el 25/09/08 a las 12:00 am
Por Constanza Moreira
El lunes 15 de setiembre tuvo lugar la reunión de jefes de Estado de la Unión de América del Sur convocada por la presidenta Michelle Bachelet, con el objetivo de analizar la situación de Bolivia. Los enfrentamientos en Pando habían causado al menos treinta muertos y la «rebelión» de las provincias opositoras al gobierno de Evo Morales trajo consigo el destrozo de varias instituciones públicas (incluyendo un gasoducto).
Los resultados del referéndum revocatorio al que se sometieron el presidente y el vicepresidente, y que lo ratificaron por una mayoría aún más consolidada que la que lo hizo ganar, no parecen haber tenido ningún resultado en el ánimo de la oposición. Lejos del impacto que se esperaba, los enfrentamientos entraron en una fase aún más aguda. Cabe entonces preguntarse qué otro mecanismo democrático queda, para convencer a la oposición de que debe someterse a la voluntad de un gobierno legítimamente elegido. Aparentemente, sólo quedaba el concurso a la voluntad internacional. Al menos, de los países de la región. Y a él se recurrió.
La declaración de los gobiernos allí reunidos, a través de sus representantes, no puede menos que celebrarse. Se expresó el rechazo a cualquier situación que conlleve a intentos de desequilibrio institucional (incluyendo un «golpe de estado civil»), se condenó el ataque y ocupación a las instituciones de gobierno y se hizo un llamado para el cese de las acciones de «violencia, intimidación y desacato a la institucionalidad democrática y el orden jurídico establecido». Se condenó la masacre en Pando y se estableció la necesidad de esclarecer estos hechos. Asimismo, se consolidó una mesa de diálogo. El papel de Brasil ha sido clave en la consecución de los objetivos de Unasur. Recuérdese además que la Comunidad Sudamericana de Naciones, una iniciativa que tuvo a Brasil como protagonista, es el antecedente y origen de Unasur. Cabía entonces esperar un rol destacado de Brasil en este contexto.
Sin embargo, no todo fueron acuerdos. La posición con respecto a Estados Unidos distó de ser unánime entre los países de América del Sur y la presión de Evo Morales para que en la declaración se hiciera una crítica al rol de Estados Unidos en ese país fue rápidamente descartada por Lula. Asimismo, la incorporación de la OEA a la mesa de diálogo levantó reparos.
Más allá de estos desacuerdos en relación a aspectos más o menos «puntuales» de la declaración, lo cierto es que tanto Brasil como Chile eluden compromisos más serios con el proceso boliviano, proceso en el que económicamente los dos países están fuertemente involucrados. Tanto con respecto a Chile, como con respecto a Brasil, Bolivia tiene temas pendientes. Estos temas no estuvieron en la agenda, y sin embargo, una unidad latinoamericana más sustantiva que diplomática, debiera consignarlos. Veamos ambos temas por separado.
En primer lugar, Bolivia tiene un diferendo con Chile desde hace ya un siglo. Así, mientras muchos festejaron que fuera en el Palacio de la Moneda que se celebrara este acuerdo, y la propia declaración incluye una mención a «los trágicos episodios que hace treinta y cinco años en este mismo lugar conmocionaron a toda la humanidad» (el golpe de Estado contra Allende), pocos prestaron atención al hecho de que estaba encabezando la iniciativa un país al que Bolivia desde hace un siglo le viene reclamando su derecho a una «salida al mar». Y es que, en efecto, el tema de la salida al mar para los bolivianos, representa una vieja aspiración y tiene el gusto de una amarga derrota. La mayoría de las negociaciones que se hicieron sobre este tema fracasó. Y aunque las soluciones no parecen imposibles, lejos se está de exhibir una «unidad latinoamericana» que sea capaz, generosamente, de ayudar a uno de los países más pobres de entre los suyos. En todo caso, las declaraciones soslayaron este tema tan espinoso. Si hay unidad de América Latina en relación a Bolivia, será dejando de lado temas tan importantes para este país como el de la salida al mar.
Bolivia perdió hace 100 años su salida al mar en el marco del Tratado de Paz y Límites que suscribió ese país con Chile a raíz de la Guerra del Pacífico (1879-1884). En dicha guerra, Bolivia perdió su cualidad marítima, algo que está «impreso» en el imaginario boliviano con un grado de importancia no menor, y esto le ocasionó dificultades de acceso al comercio internacional, que todavía depende en gran medida del mar. La historia de este proceso es larga, involucra a la economía de exportación chilena de la época, basada en las salitreras del norte, y a un impuesto que en su momento Bolivia quiso cobrar por esas exportaciones. Chile invadió entonces el territorio, argumentando una violación de un tratado que establecía que los bolivianos no incrementarían los impuestos sobre el salitre por 25 años. Buena parte de las historias de hoy, un siglo después, con los impuestos a los hidrocarburos en el caso boliviano, o a la energía, en el caso paraguayo, tienen que ver con la forma en que cada país «grava» recursos que le son extraídos, a las empresas que usufructúan de su explotación.
La llamada «guerra del Pacífico», que tuvo lugar entre 1879 y 1884, terminó con la victoria chilena, que movió su frontera hacia el norte y dejó a Bolivia sin acceso al mar. En el Tratado de Paz, Amistad y Comercio entre Bolivia y Chile, de 1904, se define la actual delimitación territorial, y Chile le otorga a Bolivia a perpetuidad un amplio y libre derecho de tránsito comercial por territorio chileno y por los puertos del Pacífico.
Sin embargo, para Bolivia el tratado es un tratado «ignominioso, profundamente injusto», y sólo puede sostenerse por «la razón del vencido». Entre las demandas que alguna vez tuvo Bolivia, estaba la de conseguir un corredor hacia el mar (estimado en 10 kilómetros de ancho) donde pudiera desarrollar la actividad industrial y comercial bajo su bandera. El plan no sólo necesita de la aceptación chilena sino también de la peruana, cuyas posiciones no han sido las más notorias en este asunto.
Aunque en general la posición chilena ha sido la de negar los perjuicios que este tratado trae a la economía boliviana, no han descartado iniciativas para introducir «mejoras» en esta situación. Cuando Kofi Annan fue secretario general de ONU, se ofreció como mediador para conversaciones entre Bolivia y Chile. También Estados Unidos, bajo la presidencia de Jimmy Carter, respaldó en su momento el derecho de Bolivia al mar (algo que no sucedió bajo la administración Bush).
Por otra parte, cuenta el peso de Brasil en el destino de Bolivia. Raúl Zibecchi, en su artículo de Brecha del 19 de setiembre pasado, lo consigna con precisión. El 35% de la producción sojera boliviana está en manos de 200 familias brasileñas, que cultivan 35 mil hectáreas de soja. Los intereses de Brasil en Bolivia no siempre están en coincidencia con el MAS, señala el artículo. Brasil reaccionó duramente con el corte del suministro de gas a Brasil, a raíz del atentado. Según los datos de Zibecchi, Bolivia le da a Brasil el 70% del consumo de la industria paulista y el 100% de la industria de Porto Alegre. La renegociación de los precios de los hidrocarburos fue una de las medidas más polémicas y difíciles del gobierno de Evo Morales y tuvo, entre sus principales interlocutores, a Brasil.
Evo Morales no las tiene todas consigo, aunque disponga de casi todas las armas que la democracia puede proporcionar hoy: enorme legitimidad popular, altísima capacidad de movilización de los sectores populares, un ejército que lo respalda, y por si fuera poco, una comunidad sudamericana que lo acompaña. Y sin embargo, esto no alcanza.
En medio de todo ello, la unidad sudamericana da muestras de buena salud, a través de sus declaraciones. A pesar de que no se mencione la salida al mar. O la responsabilidad de Brasil en comprar a precios de «vencedor» los recursos naturales que un país pobre, como Bolivia, le tiene que vender. Todo esto, como el iceberg, constituye lo que está debajo de la unidad latinoamericana: los llamados «intereses nacionales». Todavía la unidad latinoamericana no está preparada para hincarle el diente a estos grandes temas. Ni siquiera en el caso de uno de sus hermanos más pobres.
Tomado de La República, 22/9/08.