Sin integración no hay posibilidad real de soberanía
Publicado el 03/12/25 a las 5:06 pm
Por Angel Vera
El “No al ALCA” fue un movimiento impulsado por distintos gobiernos latinoamericanos y movimientos populares que logró detener el más vasto proyecto de libre comercio y subordinación económica promovido por Estados Unidos sobre Nuestra América en 2005.
El encuentro realizado en Mar del Plata, a dos décadas del histórico “No al ALCA”, constituyó un acontecimiento político sustantivo para el campo popular. Reunió a centrales sindicales, movimientos sociales, organizaciones políticas y delegaciones de más de diez países.
El ALCA fue derrotado. No las fuerzas y la lógica estructural que lo gestaron.
El “No al Alca” fue un producto directo de la articulación entre los gobiernos progresistas y de izquierda, por un lado, y los movimientos sociales, por otro. Más allá de las eventuales contradicciones, estableció un límite a la estrategia hemisférica de Estados Unidos. Por ello, constituyó un punto de inflexión en el ascenso del ciclo progresista del momento.
Sin embargo, desde entonces se consolidaron nuevos instrumentos de subordinación financieros globales, incluyendo tratados bilaterales, mecanismos de protección de inversiones, finanzas especulativas, endeudamiento perpetuo, presión fiscal, concentración de medios de información y plataformas extractivas de datos.
Por todo esto la conmemoración se transformó en un ámbito de reflexión acerca de la situación política y el análisis estratégico. A partir de la recuperación del significado del rechazo al ALCA, se relevaron las transformaciones del capital y del imperialismo, las amenazas antidemocráticas en América Latina y el Caribe, las tensiones en el seno de las fuerzas populares y la búsqueda de la estrategia de integración soberana.
Las democracias latinoamericanas son vulnerables.
La reacción imperial adoptó nuevas amenazas a los avances democráticos y populares. En primer lugar, cabe destacar los golpes financieros y las condicionalidades draconianas, sesgadas, de los organismos de gobernanza mundial. En segundo lugar, la concentración de los medios de comunicación se enhebra a la expansión de las Big Tech, las plataformas digitales y al uso de algoritmos de desinformación. Medios y redes contribuyen a la desestabilización política. Una tercera fórmula política ha consistido en la partidización del Poder Judicial, el lawfare, la judicialización selectiva de liderazgos progresistas y golpes de Estado. Por último, registramos la acción de nuevas derechas, nostálgicos de las dictaduras de seguridad nacional, movimientos neopentecostales y predicadores del evangelio económico “libertariano”. Estas derechas, con sus campañas de odio y sus repertorios de violencia política, alineadas al imperialismo estadounidense, promueven el injerencismo, los bloqueos económicos, las guerras no convencionales, difusas y multidimensionales, y distintas formas de golpes de Estado. Obviamente, este conjunto de amenazas se combina y adecúa a la realidad de cada país.
La necesaria integración requiere instituciones, base social y articulación política.
La unidad y coordinación de las izquierdas y movimientos sociales de Nuestra América lleva a abordar múltiples desafíos conjuntos como la reconstrucción de una institucionalidad regional sólida, enfrentar la dependencia financiera, reducir la reprimarización ampliada, diseñar políticas de soberanía digital y articular la acción entre los gobiernos progresistas y de izquierda con los partidos y los movimientos populares. La integración nos exige cooperación económica y coordinación social en todos los órdenes.
La necesidad de sintetizar las tensiones entre movimientos, partidos y gobiernos
El caso de Bolivia es particularmente interesante porque revela en toda su crudeza las dificultades de la unidad. Cuando se vincula la fractura del MAS directamente con la ofensiva del golpismo boliviano y las diferencias internas se traducen en términos de “traición”, se debilita la unidad y se otorga a las derechas una ventaja táctica indiscutible. Parece imprescindible reconocer la fragilidad estratégica de los progresismos cuando se fracturan internamente. El caso nos advierte de forma contundente que sin síntesis interna no hay proyecto de integración duradero.
El evento demostró las múltiples y complejas determinaciones que hacen a la diversidad de los movimientos populares. Por ejemplo: los sindicatos se enfrentan entre muchos temas a la precarización laboral; el feminismo popular avanza contra el patriarcalismo y el conservadurismo liberal; las juventudes resisten la precariedad y el endeudamiento; y otros movimientos expresan demandas territoriales, luchan contra el extractivismo y despiertan conciencia socioambiental. Estas discusiones establecieron un diagnóstico común: no habrá integración regional sin bases sociales articuladas, organizadas y movilizadas.
Nuevas fronteras, nuevos desafíos.
Las palabras del gobernador Axel Kicillof en la clausura de las jornadas completan el sentido de estas actividades. El gobernador reafirmó que el ALCA intentó imponer un “constitucionalismo económico neoliberal” a toda la región. Fue derrotado en Mar del Plata. Advirtió que hoy enfrentamos nuevas formas de dependencia, más sutiles, más tecnológicas, más financieras. Por eso, el “No al ALCA” no debe recordarse con nostalgia ni como un hito del pasado. Su actualidad renueva nuestros compromisos estratégicos de reafirmación de la soberanía en todas sus formas, económica, tecnológica, política y cultural. Sin infraestructura digital propia, por ejemplo, no hay estrategia antiimperialista viable en un capitalismo dependiente que cambia aceleradamente.
En resumen, volvimos de Mar del Plata con viejas y renovadas preocupaciones comunes. ¿Qué instrumentos de integración son posibles hoy? ¿Qué sujeto histórico gestará las condiciones de su realización?

