Sobre actual situación internacional
Publicado el 03/12/25 a las 5:05 pm

Por Roberto Conde
El 11 de julio, en ocasión de la 11ma. Conferencia del PVP de 2025, Roberto Conde presentó un extenso informe sobre la situación internacional. Compartimos ese informe ahora escrito y corregido que sirvió de insumo para la Conferencia.
INTRODUCCIÓN
En las dos primeras décadas del siglo XXI (analizadas en el informe de la 10ma. Conferencia), se produjeron cambios y se marcaron tendencias hacia la configuración de una realidad de poder multipolar que ahora ya promediando la tercera podemos dar por plenamente confirmadas. Tenemos un nuevo escenario geopolítico mundial ya constituido, aunque no sabemos todavía si evolucionará hacia un “nuevo orden”, multicéntrico, ni a través de que contradicciones, luchas y conflictos podrá alumbrar una época de estabilidad. Este ciclo histórico post “muro de Berlín” se desenvuelve cargado de tensiones geopolíticas, estallidos bélicos, movimientos de alianzas estratégicas, y todo ello, -parece cada día más claro- como consecuencia de la incapacidad del capitalismo neoliberal hegemónico de sostener una globalización pacífica, un sistema eficaz de negociación multilateral, un acuerdo real de seguridad entre las mayores potencias mundiales, la estabilidad económica y la inclusión del treinta por ciento de la humanidad todavía marginada del desarrollo humano y las condiciones de vida digna.
Todo ello sin contar que continúan agravándose las consecuencias destructivas en el ecosistema planetario del modelo capitalista de crecimiento competitivo – depredador, que además fragmenta nuestras sociedades y se erige como un obstáculo civilizatorio.
Nunca es suficiente insistir en que la raíz está en la economía, en el sistema económico neoliberal, corporativizado y oligarquizado a nivel global, que ha marcado las condiciones de inserción en la economía mundial de toda la pléyade de países pequeños y medianos. El sistema dominante influye decisivamente en la deformación de la estructura económica nacional de cada uno de los espacios y países subordinados y en el debilitamiento de sus estados nacionales. El chantaje fiscal de los inversores y las desregulaciones y privatizaciones que les fueron impuestas, profundizaron el endeudamiento y el déficit crónicos a raíz de la descapitalización prolongada de sus economías.
En la globalización actual, la realidad imperante en el mundo sigue siendo el desarrollo desigual y combinado de las naciones. Aún entrado el siglo XXI el subdesarrollo y el atraso relativo es la realidad predominante en la mayoría de los países.
Pero a diferencia de mediados del siglo XX -época de oro del capitalismo trilateral-, los conflictos en el sistema hoy han aflorado en el mismísimo corazón del norte. La crisis actual parece mostrar que el neoliberalismo con sus “leyes” y prácticas, no deja “espacio” para el desarrollo de todos. Las contradicciones han estallado. Lo que da lugar a la inquietante tesis de que el funcionamiento del sistema tiene que cambiar por negociación o por confrontación.
LAS DOS PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XXI
Esas dos primeras décadas fueron marcadas por acontecimientos que han hecho cambiar la realidad del dominio unipolar de la alianza trilateral (EEUU con sus áreas subordinadas -UE-JPN) sobre el sistema transnacional global. La aparente “eterna prosperidad” del Consenso de Washington, en realidad sólo llegó a durar cuatro décadas. Entre esos acontecimientos, podemos destacar los siguientes por su repercusión determinante:
- La consolidación de China como co-primera potencia mundial dentro del capitalismo, pero con sus características propias.
- Retraso económico relativo de los EE.UU. después de 2008 sin afectar su condición de primera potencia militar.
- Restablecimiento de las relaciones Chino – Rusas después de décadas de ruptura de las relaciones Chino – Soviéticas.
- Reconstrucción de Rusia como potencia mundial en la era Putin.
- Conferencia Internacional de Seguridad de Múnich 2007. “Occidente” decide aislar a Rusia. Expansión de la OTAN hacia el este.
- Eje franco -alemán como reafirmación de la UE frente al Brexit.
- Crecimiento sostenido de India como actor global.
- Honda decadencia del sistema multilateral de la ONU y de la eficacia del derecho internacional.
- Inoperancia del Consejo de Seguridad, manejo de la guerra ´por occidente según sus intereses estratégicos. Invasión de países y desestabilización permanente en el Cáucaso, Libia, Medio Oriente y Asia Central.
- Golpes “blandos” en América Latina: Venezuela, Honduras, Paraguay, Brasil. Ascenso y caída de los gobiernos de izquierda del ciclo “progresista” en América Latina.
- Fracaso de la integración suramericana (Unasur), y estancamiento de Mercosur. Disolución del Comunidad Andina y formación de la Alianza del Pacífico.
- Ralentización de Europa, deterioro social, ascenso de las derechas y ultraderechas, y derrota general y prolongada hasta hoy de La socialdemocracia europea. Hundimiento de la Organización Mundial de Comercio. Predominio de alianzas y acuerdos regionales y bilaterales de comercio.
- El primer gobierno Trump, los síntomas: ruptura con el sistema multilateral y los mega acuerdos de comercio. “América Primero”, el imperio ya no controla la globalización.
- Revolución científico técnica y articulación de la economía mundial por las cadenas de valor de las grandes transnacionales. Financiarización de la economía mundial y concentración del valor en las tecno-corporaciones.
- Internet llega a 2.000 millones de usuarios en 2011 y los duplica en los siguientes diez años. Impacto en la conciencia social, el consumo, la ciudadanía y la democracia.
Estos acontecimientos, cada uno cuasi un proceso histórico en sí mismo; no desembocaron -no podrían hacerlo- en un nuevo “consenso” como el de Washington que durante 40 años marcó la estrategia del poder unipolar. En su conjunto constituyen la entrada a una nueva fase en la historia del capitalismo.
El mundo “basado en reglas” de Biden, la globalización neoliberal acorde a la visión norteamericana y sus intereses imperialistas, ha saltado en pedazos. La tensión geopolítica y el enfrentamiento estratégico dominan el escenario mundial configurado por las mayores potencias y sus sistemas de alianzas. Y así será hasta que alumbre un nuevo consenso que esta vez tendrá que ser escrito entre muchos, más allá del G7, empezando por incluir a China, Rusia e India. Pero ese “momento” histórico no sabemos todavía cuándo se realizará.
LA TERCERA DECADA
LOS EE.UU. Y EUROPA – LA OTAN Y EL NORTE OCCIDENTAL
Cuando el 1ro de febrero de 2021 Biden asume la presidencia tentará recomponer el proyecto liberal – global anterior a 2015 con los EE.UU. en el centro del mundo, como guardián de las democracias frente a los países “autoritarios” y árbitro de los conflictos internacionales. Pero ya era tarde: el mundo había cambiado.
El 1er. Gobierno de Trump (2017) había resuelto que si ya no podían gobernar la globalización entonces debían enfrentarla. El “América Primero” minimizó el rol de las NN.UU., le exigió a Europa hacerse cargo de parte de los gastos de OTAN, desató el ataque a China en el campo económico e inició el proceso de presión comercial sobre México y Canadá; sólo por recordar algunos pasos iniciales de hace ocho años.
El 19 de febrero de 2021 Biden afirmó en la Conferencia de Seguridad de Munich que los EUA habían vuelto para liderar. Encaminó el retorno al multilateralismo tradicional de la política exterior norteamericana. Volvió al acuerdo de París, a la OMS, al G7, firmó la renovación del acuerdo New Start de limitación de armas estratégicas con Rusia, retomó la vía del acuerdo nuclear con Irán y desistió de la retirada inmediata de las tropas americanas de Alemania. Al cabo de los cuatro años de gobierno demócrata los EE.UU. no sólo no pudieron volver para liderar, sino que el propio partido demócrata sufrió una derrota contundente frente a los republicanos. El regreso de Trump que ganó incluso el voto popular, ha sido a partir de enero de 2025 mucho más agresivo.
Esta intensidad se manifiesta tanto en la reafirmación del “neoliberalismo hacia adentro” como en el ataque a las políticas neoliberales internacionales, para seguir la distinción analítica de Milanovic.
El neoliberalismo nacional incluye el paquete habitual de reducción de impuestos, desregulación, privatización y un retroceso general del estado.
El neoliberalismo internacional se basa en la reducción de aranceles y de las restricciones cuantitativas, el libre comercio, así como la flexibilidad de los tipos de cambio y la libre circulación de capitales, tecnología, bienes y servicios.
La aplicación del primero dentro de los EE.UU y el ataque al segundo fuera de sus fronteras es la aparente contradicción que debemos desentrañar si queremos comprender la naturaleza del imperio americano en crisis en el contexto geopolítico mundial actual.
Los mercados han sido sometidos a movimientos de fuerza por parte del imperio americano para reponer el terreno que ha perdido en el campo de la competencia neoliberal internacional. Su retraso relativo respecto a China y los graves desequilibrios de su economía interna, (cuyas cifras hemos expuesto largamente en estos informes), han puesto en riesgo su condición de imperio dominante.
Las potencias occidentales están acostumbradas a “atravesar” las crisis del sistema capitalista a través de subsidios masivos para la militarización de la industria y el impulso general de una economía de guerra, necesitan “clima de guerra” y desplegar presiones en el tablero mundial para alcanzar posiciones de dominio, a la vez que encarar soluciones a la crisis de sobreproducción del sistema, que destrabe la industria y el crecimiento.
Las consecuencias previsibles son conflictos regionales y guerras, que en los casos de Ucrania y los ataques de Israel a Líbano y Siria, el ataque a Irán, la negación del Estado Palestino y el genocidio en Gaza; muestran (además del indescriptible sufrimiento humano), que estas ofensivas son de carácter estratégico para occidente. En el primer caso la expansión de la OTAN y el desgaste y estancamiento de Rusia como potencia. En el segundo, la consolidación geopolítica y militar de la ocupación por la alianza norteamericano-israelí de lo que consideran su territorio de poder y seguridad en medio oriente, lo que augura por otra parte nuevos movimientos sobre Siria e Irak para su “alineamiento” o sometimiento, aunque no puede predecirse su resultado. Corresponde anotar en este pasaje que la guerra de Ucrania ha incorporado una nueva dimensión de la realidad militar propiamente dicha. Ha puesto en práctica sobre el campo de batalla una andanada formidable de innovaciones tecnológicas en los medios y formas de desarrollar la guerra. Esto ha llevado particularmente a Europa a iniciar una modernización y una renovación total de inventarios militares, así como un aumento de capacidades de grandes proporciones. Las “inversiones” presupuestadas alcanzan un billón de euros para la Unión en la década. Se han conocido estimaciones de economistas alemanes que auguran que la ejecución de ese gigantesco presupuesto militar causaría un crecimiento del PBI de 0,5 o 0,6%. Algo modesto, pero no despreciable para una Alemania que fue locomotora de Europa y que hace más de dos años que está en recesión. Quizá desde este punto se pueda comprender la histeria de la “amenaza rusa” agitada diariamente por los medios dominantes de comunicación para justificar semejante gasto ante las masas de una sociedad que ya no puede conservar los estándares de vida de antes. Y peor es el panorama en el resto de Europa.
Pero no deberíamos cometer el error de creer que se trata sólo de propaganda para justificar el gasto militar. En las entrañas de la Europa burguesa, anidan sentimientos anti rusos que son solo un reflejo de una ideología y una visión más vasta: una Europa OTANista, hegemónica, que aspira incluso a golpear militarmente a Rusia.
En EUA naturalmente que también se está produciendo la intensificación de dotaciones de altísima tecnología militar a sus fuerzas. Pero este país no parte de un rezago como Europa, sino que está en la punta peleando por mantener su preeminencia mundial frente a la aceleración vertiginosa del desarrollo tecnológico militar chino y el reconocido como extraordinario poder militar nuclear ruso.
Se han publicado declaraciones del jefe de la fuerza espacial de EE.UU Gral. Stephen Whiting en las que advierte que Pekin ha alcanzado avances “asombrosamente rápidos y preocupantes” en tres áreas clave: sus sistemas espaciales de localización y ataque, sus armas antisatélite y su integración directa de capacidades espaciales en sus fuerzas militares convencionales.
Para Estados Unidos, al igual que Europa esto se conjuga con decisiones económicas planificadas para hacer frente al relativo estancamiento industrial que esta región del mundo viene sufriendo (EE.UU respecto a China y la UE. respecto a EE.UU) y contribuir a dinamizar su economía. Los recursos ya están asignados, a pesar del cierre del gobierno federal, (que lleva varias semanas), del déficit fiscal de 7,2% y la deuda pública de 110% del PBI que padece. En todo caso es precisamente por esta cruda realidad económica que ha relanzado su economía de guerra, legitimada en su caso con una constante prédica de la supuesta amenaza China a sus aliados, como por la disputa con Beijing por los mercados y espacios de reservas estratégicas a nivel global.
EE.UU. necesita asegurar sus aliados y territorios, sea por apoyo, negociación o intervención. Filipinas y Ecuador pueden ser ej. de lo primero, Groenlandia de lo segundo, Panamá de lo tercero, aunque el gobierno de Panamá no pueda admitirlo.
Lo cierto es que como se demostró en el informe de la 10ma Conferencia el problema es que EE.UU. no puede sostener la competencia con China en un escenario de economía abierta y paz mundial. Su disyuntiva es la negociación o el conflicto, y en ambos casos necesita cartas de poder. Por eso su política de “reafirmación imperial” responde al mismo tiempo a una necesidad económica y a una necesidad geopolítica.
Pero Washington necesita además una ideología con la que dar la batalla por el poder dentro de la sociedad norteamericana, y legitimar ese poder para proyectarlo hacia afuera. Es la ideología MAGA (hacer a América grande de nuevo) con una potente capacidad de influencia social fundada en las tradiciones de la sociedad norteamericana, especialmente en una época de crisis de la clase media baja y los asalariados de las grandes ciudades donde era impensable hace unos años que Trump pudiera ganar. Nacionalista, proteccionista, individualista y con una visión exacerbada y violenta de la defensa y la seguridad nacional. De ahí al racismo y al sentimiento antiinmigrante y antilatino hay sólo un paso.
Es preciso subrayar aquí la comunidad de “valores” que une esta ideología a la del resto de la ultraderecha internacional. También en cuanto a su conservadurismo, a la de la derecha europea, pero en este caso, esta derecha que desde hace dos décadas gobierna Europa no puede “desviarse” por la vía del nacionalismo desintegrador de la unión de Europa. Es una burguesía continental que necesita mantener su integración y su escala para sobrevivir como potencia (aunque de segundo orden) en el mundo. Por razones elementales de poder el proyecto Unión Europea les resulta estratégicamente imprescindible.
Como bien afirma el prof. Francisco Cárdenas de la UABC, el impacto de la narrativa MAGA trasciende el gobierno de Trump y plantea interrogantes sobre la estabilidad del orden internacional en los años venideros. La polarización política en EE.UU, la erosión de los consensos multilaterales y el ascenso de movimientos antiliberales en distintas partes del mundo sugieren que la disputa por la hegemonía de ideas seguirá siendo un elemento central en la política internacional. Como demuestra el caso Trump, las ideas importan no sólo porque le dan estructura y una justificación a la acción política, sino porque pueden transformar las reglas de juego a nivel internacional.”
CHINA – EUA BIPOLARIDAD DE PODER
La realidad dominante de la época es sin duda el enfrentamiento bipolar EE.UU. – China y mucho más aún después de que los EE.UU. declararan a China su enemigo estratégico. Sin embargo, aunque el globalismo demócrata de Washington haya fracasado y Trump esté forzando a fuerza de aranceles y amenazas la reinversión trasnacional en EE.UU. ya no puede haber “potencias” aisladas que puedan ignorar o prescindir de las demás. Entran en juego las grandes alianzas geopolíticas y militares, las zonas de influencia, los acuerdos de comercio e inversión y las presiones permanentes.
La bipolaridad EE.UU. – China es sin duda la contradicción más determinante porque condiciona el resto de las alianzas (ver primer informe). La novedad de esta década es la intensidad y la amplitud que ha alcanzado y las repercusiones que está desencadenando sobre otros países. EUA busca mantener su predominio imperial hegemónico, necesita dominio más allá de sus fronteras. China necesita un mundo abierto, sin zonas cerradas o dominadas por otras alianzas para mantener su ritmo de desarrollo, el nivel de vida de sus 1.400 millones de habitantes y su condición de coprimera potencia, de lo cual dependen, además, factores que hacen a su seguridad.
El choque no se limita al comercio, y ni siquiera es ese su centro de gravedad, aunque para China es imprescindible el acceso a los grandes mercados. Detrás se encuentra la disputa por el acceso y control a los elementos científico-técnicos estratégicos de aplicación a usos económicos y militares.
El acceso a mercados es un elemento de presión para resolver el acceso a las reservas y producción industrial de los metales y las tierras raras, los yacimientos de litio, así como a la tecnología y producción de micro procesadores, todos elementos imprescindibles para la tecnología de última generación.
Recientemente en un extenso artículo, Paul Krugman mostró con datos sobre la mesa que la economía China era mayor a la de EE.UU. responsabilizando a Trump y su “equipo de saboteadores” de recortar el apoyo a la investigación científica y atacar a la educación. Lo cierto es como se ha dicho que EE.UU. necesita relanzar su industria de última generación, asegurar sus fuentes de abastecimiento y sus procesos, y no ha dudado en usar la amenaza y la presión para forzar las reinversiones en su territorio que la mano del mercado no podía resolver.
Además, está largamente demostrado que el imperio se sostiene en la profunda interrelación entre poder económico y militar. La economía de los EE.UU. no puede mantener su imperio sin el sostén militar, por su rol especifico de coacción internacional y sostén de las alianzas geopolíticas, así como factor de operaciones de inteligencia, de innovación y desarrollo, y de inversión y crecimiento económico. Y tanto más aún cuando desde la geopolítica clásica centrada en la tierra y el mar, hemos llegado al espacio. Como afirman cotidianamente los operadores de alto rango militar en los medios especializados “El espacio exterior ya no es frontera sino campo de batalla.” Los satélites de comunicación, observación y navegación se han convertido en nodos críticos para la guerra contemporánea. El análisis geopolítico del poder aeroespacial, demuestra que este no es únicamente un medio de combate, sino un factor estructural en la configuración del orden internacional.
El ingreso “rápido” de China al más alto nivel de innovación tecnológica del sistema multidominio que articula aviación, espacio y ciberespacio ha desatado la reacción “iracunda” de EUA para garantizar el equilibrio, lo que a su vez ha exacerbado las provocaciones a China con la cuestión de Taiwán, y las exigencias a sus aliados para “cerrar filas”.
Los aspectos más recientes pueden apreciarse en el fortalecimiento de la estrategia de “los tres vértices” Corea del Sur – Japón – Filipinas; las grandes inversiones para la conformación de la flota australiana de submarinos nucleares (comprados a EE.UU) y el cambio diplomático de Japón expresado a través de las declaraciones de su recién electa primera ministra Sanae Takaichi, afirmando que si China interviene en Taiwán eso podría ser considerado un riesgo de supervivencia para Japón lo que podría activar sus fuerzas de autodefensa. Esto significa que Japón ha roto su línea de “ambigüedad estratégica” con la que se ha manejado en las últimas décadas respecto a China para sumarse a la línea de provocación norteamericana. La respuesta China no se ha hecho esperar.
HACIA UNA COMPLEJIDAD MULTIPOLAR
Es recurrente en el análisis de la realidad internacional preguntarse cómo evolucionará el enfrentamiento de bloques G7 y UE vs China y Rusia desatado por occidente en esta época de crisis de su economía, y como se involucrarán las llamadas potencias emergentes o pendulares, ej. India, Brasil, Turquía, Indonesia, Sudáfrica, Arabia, en los acuerdos y alianzas y si eso podría conducir a una multipolaridad de poder como base geopolítica de un nuevo multilateralismo y consenso global básico sobre seguridad y desarrollo.
Dentro de esas llamadas potencias pendulares, Brasil, India y Sudáfrica han conformado en 2009 con China y Rusia los BRICS, y se han integrado Arabia Saudí, Egipto, Indonesia, EAU., Etiopía e Irán. Pretende asumir una creciente representatividad del “sur global” y promover la integración y coordinación de sus economías.
Constituyen el 45% de la población mundial y generan aproximadamente el 37% del PIB global ajustado por paridad del poder adquisitivo y su tasa de crecimiento es superior al G7 con su 30% de PIB mundial. Pero carece aún de una institucionalidad suficiente (sin desconocer el Banco de los Brics) y de cohesión de visión estratégica para encarar una reforma del orden internacional.
Aunque estamos a las puertas de una era post petróleo, estos países contienen el 44% de la producción mundial de petróleo y 36% de la de gas natural. A lo que hay que agregar aprox. 70% de las reservas mundiales de minerales de tierras raras declaradas hasta hoy (Brasil más de 15%).
Según datos de los propios países integrantes los Brics alcanzan al 25% del comercio mundial, pero el mundo de los pagos, las finanzas y las reservas siguen centrados en las monedas del G7. Datos recientes ilustran que el renminbi de China representó aproximadamente el 4% de los pagos globales y ha alcanzado una participación cercana al 3% en las reservas internacionales frente al 57% en dólares y el 19% en euros.
A pesar de sus limitaciones este es un bloque con una gran disponibilidad de materias primas estratégicas, desarrollos de alta tecnología y una poderosa fuerza demográfica, lo que le permite no sólo impulsar su economía sino pesar en la arquitectura internacional en la perspectiva de un mundo más equitativo. Para los países del sur es imprescindible su consolidación.
AMÉRICA LATINA EN EL ESCENARIO GEOPOLÍTICO
José Antonio Ocampo acaba de publicar un informe (La Diaria 13/10) cuyo encabezado dice: “Décadas de crecimiento lento, desindustrialización prematura (desde las reformas de mercado de la década de 1980) e inversión insuficiente, han dejado a los países Latino Americanos dependientes de las exportaciones de materias primas y vulnerables a las crisis externas. Para evitar otra década perdida los gobiernos deben adoptar políticas industriales audaces, profundizar la integración regional y centrarse en la creación de empleo.”
Con las políticas industriales debilitadas y un nivel de inversión en I+D sorprendente bajo de 0,6% del PBI en comparación al 2,6% de China y 2,7% de las economías de altos ingresos, el crecimiento de la productividad se ha estancado.”
“La fragilidad fiscal agrava el problema: la elevada deuda pública y elevadas tasas de interés han obligado a los gobiernos a destinar una parte importante de sus recursos al pago del servicio de deuda.”
La recuperación actual es muy débil, la región creció 2,2% en 2024 y se proyecta un ritmo similar para 2025 y 2026. A esto se suman los efectos previsibles de las políticas económicas del presidente Trump.
Hacia el final apunta que la economía China representa tanto una oportunidad como un riesgo, porque si bien el comercio con China crece, sigue un patrón del SXIX: exportamos materias primas e importamos manufacturas.
Las afirmaciones generales de Ocampo son esencialmente ciertas, pero no abre el debate sobre las causas de la deformación estructural de nuestras economías, el fracaso de nuestra integración, y tampoco sobre las perspectivas.
Recientemente se ha publicado el estudio elaborado por el Comité de Expertos Independientes sobre la Desigualdad Global encargado por la presidencia sudafricana del G20. Y liderado por Joseph Stiglitz. El informe revela que entre 2000 y 2024 el 1% más rico del mundo capturó el 41% de toda la nueva riqueza, mientras que sólo el 1% fue a parar al 50% más pobre. Advierte sobre los riesgos de declive democrático en los países con alta desigualdad y pone el foco en la riqueza heredada y en control de las tecnologías.
Explica que el 83% de los países que representan el 90% de la población mundial, cumplen con la definición del Banco Mundial de alta desigualdad. Aunque la desigualdad entre individuos del mundo se ha reducido ligeramente gracias al crecimiento de los ingresos en algunos países como China, la desigualdad interna se ha disparado. Además, la brecha general de ingresos entre el norte y el sur sigue siendo muy alta.
Casi al mismo tiempo el Banco Mundial ha emitido un informe sobre el problema de la inversión en los países emergentes y en desarrollo en el que alerta que este conjunto de países enfrenta actualmente un déficit de inversión de proporciones históricas que impide revertir el rezago creciente observado en lo que va de este siglo.
Al concluir, luego del consabido recetario, el informe contiene el siguiente largo párrafo: “No obstante, no bastan las acciones nacionales para mejorar el clima de negocios, priorizar la estabilidad macroeconómica, aumentar la eficacia de la inversión pública y promover reformas que amplíen el acceso a financiamiento, reduzcan la incertidumbre y apuntalen la integración con los mercados internacionales. Por el contrario, se requiere combinar lo anterior con una reforma del sistema global que renueve el compromiso para generar “un sistema de comercio e inversión previsible y basado en normas” y con la ampliación del apoyo financiero internacional”.
Aún con su lenguaje atenuado y tenue el Banco se atreve a reclamar una reforma del sistema global. Detrás de esta aspiración podemos encontrar el reconocimiento de que este mundo económico “sin ley” que ha generado el capitalismo neoliberal no es favorable para los países en desarrollo. Cuadro más agravado aún por las tensiones geopolíticas desatadas por una economía occidental otrora acostumbrada a gobernar el mundo y que hoy se encuentra en crisis de crecimiento y en crisis de poder.
Es en este marco que se ha intensificado la presión norteamericana por distintas vías y según los países para asegurar su influencia, su control y sus recursos. Desde los tiempos de República Dominicana y Panamá no veíamos despliegue de marines sobre nuestro territorio, ahora están sobre nuestras fronteras en el Caribe.
Su propósito manifiesto es la intervención directa en las políticas de seguridad interior de nuestros estados, mantener el alineamiento doctrinario de nuestras FF.AA. según su visión de la geopolítica mundial y sus intereses, asegurar el control de los mercados y recursos estratégicos y contener la presencia de China en el continente.
Si al fracaso de nuestra integración regional le sumamos ahora una política de sometimiento a los EUA, no podremos evitar otra época de empantanamiento en la frustración histórica de patio trasero de los norteamericanos.
El caso de argentino resulta paradigmático, y además repercute directamente sobre Uruguay y sobre Mercosur. Después del segundo “salvataje” financiero de Trump a la Argentina -el primero fue la luz verde al FMI para los U$S 40.000 millones a Macri – y ahora el swap de los 20.000 millones, vino el acuerdo de comercio e inversión que todos los analistas evalúan como muy beneficioso para los EE.UU. aunque deja abierta como la zanahoria del acuerdo, las expectativas por las grandes inversiones que traería.
Claro que esas inversiones casi todas concentradas en la minería, se hacen protegidas por excepciones y exoneraciones que llevan a predecir que se seguirá con la vieja práctica de extracción de la riqueza sin beneficios proporcionales para la población del país.
Mientras tanto los proyectos Chinos de inversión y cooperación han sido cancelados, tal el caso del puerto multipropósito en Tierra del Fuego o el Radio Telescopio en la provincia de San Juan. Y por supuesto nada de despliegue de tecnología 5G o asociación en la producción de Uranio o reactores para producir energía. Solo parece haber sobrevivido la Estación de Espacio Profundo de Neuquén, y las inversiones en minería de litio. La paciencia estratégica de China será puesta a prueba, pero no es solo estrategia, también es necesidad de contar con seguridad de suministros para su cadena alimentaria. A su vez la economía argentina ya no puede prescindir de las exportaciones al mercado chino.
Argentina ha roto de hecho la política comercial común de Mercosur y la aplicación del arancel externo común. Brasil es su segundo socio comercial y tendrá que afrontar una mayor competencia con EE.UU. por el mercado argentino. Y aún estamos a las puertas del tratado con la Unión Europea. La pregunta que queda flotando es como se acomodará el aparato productivo industrial de la Argentina.
Esto pone arriba de la mesa de Brasil y Uruguay el tratado de libre comercio con China, aunque seguramente Brasil no pueda jugar simultáneamente en tres canchas, responder al ataque de Trump, firmar con Europa y Negociar con China. Pero lo que toda esta realidad viene a confirmar es que ya no es posible someterse a la dependencia de ninguna potencia. Y que además de los esfuerzos soberanos de cada país es imprescindible una reforma del sistema internacional que tiene como era de esperar, como principal enemigo a los Estados Unidos de Norteamérica.
URUGUAY
La política exterior uruguaya de estos primeros ocho meses de gobierno de nuestro Frente Amplio no ha sido fiel al programa que escribimos y aprobamos en congreso, antes de ganar las elecciones.
Más allá de las polémicas decisiones sobre nombramientos (que conste que rechazamos) la línea general es de alineamiento con la visión internacional norteamericana, lo que quita proyección independiente a una política propia.
Los pronunciamientos tras los dramáticos acontecimientos de Gaza y el acuerdo con la Universidad Hebrea de Jerusalén, van en esa dirección. Otros hechos menos notorios como aceptar involucrarnos (aunque fuese una acción noble) en la situación de los niños de Ucrania, aceptando la versión ucraniana sin una verificación propia o independiente de la situación, también va en esa dirección.
No cumplir el mandato del Congreso de retomar la discusión sobre la denuncia del TIAR también va en esa dirección.
NO condenar la amenaza militar contra uno de nuestros países hermanos también va en esa dirección.
Aceptar el ingreso de asesores militares norteamericanos sin anuencia del parlamento o sin que el parlamento conozca los contenidos de la misión, también va en esa dirección.
La realidad geopolítica, la realidad económica, la realidad demográfica, o simplemente la realidad actual exige que seamos constructores de una visión universalista, no alineada y activa y propositiva en búsqueda de un imprescindible nuevo orden internacional. Nuestra propia inserción en el mundo está indicando que esto es así. De nada sirve añorar un multilateralismo que nunca llegará si un poder policéntrico reconocido y establecido en el mundo no es capaz de alumbrar un nuevo consenso y una nueva construcción multilateral.
Los tiempos han superado la época en que el noroccidente del mundo era el centro de gravedad. Nuestro progreso como especie depende de la resolución pacífica y cooperativa de una nueva convivencia policéntrica hasta alcanzar una nueva fase histórica civilizatoria.
