Crisis global, soberanía e integración desde el Sur: desafíos para Uruguay y las izquierdas
Publicado el 31/10/25 a las 11:12 pm
Por Natalia Carrau
En ocasión de la preparación de la Conferencia del PVP de 2025, el 11 de julio fue organizada una charla sobre la coyuntura internacional. Presentamos aquí un resumen de la intervención de Natalia Carrau que, como invitada, planteó su mirada de la crisis global.
Es un honor participar de este espacio de reflexión colectiva. Agradezco profundamente la invitación y valoro especialmente poder compartir esta instancia con el compañero Roberto Conde. No quiero comenzar sin antes enviar un abrazo al Partido por la Victoria del Pueblo por la reciente pérdida de Carlos Coitiño, y también recordar a Edgardo Oyenart, con quien tuve la oportunidad de compartir espacios. La vida sigue su curso, pero cuando más necesitamos a ciertos compañeros y compañeras, empiezan a irse.
Me propongo compartir algunas reflexiones a partir de los disparadores que nos planteó Ángel Vera. Lo haré desde mi lugar de militante social, no orgánica de ningún sector del Frente Amplio, y por tanto con mayor libertad —pero también con responsabilidad— para ofrecer una mirada crítica y propositiva sobre la coyuntura internacional y el papel de Uruguay.
1. La crisis multidimensional del capitalismo
La primera cuestión es la caracterización de la crisis actual. Desde nuestra perspectiva, enfrentamos una crisis múltiple y estructural, que atraviesa dimensiones sociales, ecológicas, económicas, políticas y civilizatorias.
A pesar de décadas de debate sobre la redistribución de la riqueza, las políticas implementadas no han logrado frenar el crecimiento de la desigualdad. Nuestra región, la más desigual del mundo, fue desproporcionadamente afectada durante la pandemia: representó un porcentaje muy superior de muertes en relación con su peso poblacional global.
La crisis climática es otro componente evidente. Uruguay no la observa desde lejos: la vivimos en carne propia con la reciente crisis hídrica que obligó a la población a consumir agua con niveles de sodio peligrosos. También lo experimentamos con la floración de cianobacterias que impidió el acceso a nuestras playas, espacios públicos fundamentales.
Estos fenómenos no son casuales, sino consecuencias de un modelo productivo que responde a una división internacional del trabajo profundamente desigual. Quienes más emiten gases de efecto invernadero no son quienes sufren sus impactos. Es la expresión concreta de la injusticia ambiental.
La crisis política es igualmente profunda. Asistimos a una escalada de violencia y conflictos bélicos —algunos con características de genocidio—, mientras la democracia liberal se muestra incapaz de garantizar derechos fundamentales: vivienda, salud, educación, energía, alimentación. No alcanza con cuestionar el régimen político si no se aborda el modelo económico excluyente y depredador que lo sustenta.
Por último, se agudiza una crisis de la institucionalidad global, construida tras la Segunda Guerra Mundial: Naciones Unidas, el derecho internacional, los organismos multilaterales. Todo ese entramado está hoy desbordado, erosionado, vaciado. No logra contener ni los conflictos ni la concentración del poder económico.
2. El desmantelamiento del orden internacional
Vivimos una transición geopolítica incierta, que algunos denominan «cambio de época». El pasaje de un mundo unipolar a uno multipolar es lento, conflictivo y extremadamente violento.
Los últimos años han mostrado una intensificación de esta violencia: desde la invasión rusa a Ucrania —violación flagrante del derecho internacional pero provocada por la expansión de la OTAN— hasta el genocidio en Gaza, quizás la manifestación más brutal del deterioro del sistema jurídico internacional.
Europa ha abandonado su retórica climática para abocarse al gasto militar. Estados Unidos ha desmantelado progresivamente la arquitectura multilateral y comercial: ignora las reglas de la OMC, impone sanciones, reconfigura mapas geopolíticos (Panamá, Groenlandia, el Golfo de México). Pero esta política no comenzó con Trump: es parte de una doctrina histórica de expansión e injerencia.
Israel, por su parte, avanza en un proyecto colonial y racista, que no puede entenderse sin una mirada histórica profunda. El Estado de Israel no solo viola el derecho internacional: busca reconfigurar el mapa de Medio Oriente, con operaciones en Líbano, Siria, Irán, además de su acción sistemática contra el pueblo palestino. Uruguay, como país con una historia colonial no asumida, tiene dificultades para identificar este tipo de proyectos como tales.
3. La ofensiva de los poderes transnacionales
Otro eje de esta crisis es el crecimiento de poderes transnacionales —corporaciones, crimen organizado, narcotráfico, extrema derecha— que escapan a las normativas estatales. Operan más allá de las fronteras, erosionan la soberanía nacional y socavan las instituciones.
La impunidad se vuelve norma. Empresas transnacionales debilitan la OIT, impugnan derechos laborales, imponen condiciones comerciales que los Estados no logran revertir. Las normas internacionales se aplican de forma selectiva, consolidando un doble rasero: ¿quién puede imponer aranceles? ¿quién puede industrializarse sin liberalizar sus compras estatales? ¿quién tiene derecho a la defensa y quién no?
Este orden internacional es funcional a los poderosos. Uruguay necesita discutir más a fondo estos temas para definir su posición: no desde un alineamiento automático, sino desde una estrategia soberana, coherente y pedagógica.
4. ¿Qué papel para el Frente Amplio y Uruguay?
En este escenario sombrío, es comprensible que surjan la frustración y la desazón. Pero urge superar la catarsis para pensar una política internacional activa y coherente. Uruguay debe recuperar principios históricos: internacionalismo, anticolonialismo, defensa de la autodeterminación.
El Frente Amplio es una referencia de unidad en la región. Por eso, más allá del gobierno, la fuerza política tiene el deber de fortalecer su reflexión, abrir espacios de diálogo, y construir una política internacional alineada con valores transformadores.
La apuesta actual por la integración regional —CELAC, Mercosur, articulación con los BRICS— es valiosa. Requiere respaldo político, reflexión programática y una visión estratégica. Es imprescindible articular esta agenda con los movimientos sociales: campesinos, trabajadores, feministas, ecologistas.
Ellos están construyendo propuestas sobre soberanía energética, alimentaria y política que los gobiernos aún no se atreven a impulsar. El Frente Amplio debe escucharlos, aprender y acompañar, si quiere construir una izquierda a la altura de esta época.
5. Hacia un nuevo internacionalismo
Así como hoy es posible hablar de una fuerza política antipatriarcal —cosa impensada hace pocos años—, también es necesario redefinir el internacionalismo de izquierda.
Ese internacionalismo debe ser antirracista y anticolonial. No podremos comprender las dinámicas globales sin esas claves. No se trata de un gesto simbólico, sino de un imperativo estratégico.
Recuperar estas categorías en el pensamiento y la acción política es una tarea urgente. El Frente Amplio tiene el legado, la historia y las herramientas para hacerlo. Pero requiere voluntad, coraje y apertura.
Muchas gracias. Necesitamos más espacios como este, para construir no solo músculo programático, sino también músculo político y colectivo, en la acción concreta y la transformación del presente.

