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Entrevista de PABLO RODRÍGUEZ
El pánico es el argumento central de la política, dice el pensador francés en su libro "Ville panique", que aquí se anticipa en exclusiva. Además, en diálogo con "Ñ" se refiere a los efectos desestabilizadores de la tragedia de Cromañón. Lo que ocurrió en Buenos Aires, dice, muestra que las catástrofes —vengan de un atentado o de un accidente— consiguen lo que antes procuraban la guerra y la revolución.
"¿Llama desde Buenos Aires?
¡Ustedes sí que viven en una ciudad pánico!". En la charla previa para pactar el
momento de una entrevista telefónica, Paul Virilio descerraja esta exclamación y
provoca sorpresa. ¿Está hablando de la debacle argentina de 2001, un tema que
casi cualquier europeo informado conoce, o se refiere al incendio de República
Cromañón y a sus efectos inmediatos en la sociedad? "Lo que pasa en esa ciudad
es un reflejo de mi teoría acerca de la indistinción entre atentado y accidente.
Hoy resulta que catástrofes tan importantes como las del 11 de marzo en Madrid
—que fue un atentado— o la de una discoteca en la que murieron 200 personas —que
fue un accidente— pueden llevar a un cambio de gobierno o a la crisis
interminable del mismo gobierno. Y no estoy pensando solamente en la renuncia de
un intendente o de un alcalde, sino de un cambio completo de gobierno o de
régimen. O sea que a través del atentado o del accidente se alcanza lo que antes
se conseguía por medio de guerras y revoluciones". Según Virilio, la estela
política que dejó la tragedia del 30 de diciembre es la manifestación propia de
una ville panique, literalmente "ciudad pánico", título de su último
libro, que este año se publicará en nuestro país y cuyo primer artículo ya fue
traducido y publicado el año pasado por la revista Artefacto. La
conclusión de Virilio es lapidaria: "Esto demuestra que el miedo y el pánico son
los grandes argumentos de la política moderna".
Paul Virilio —arquitecto, urbanista, filósofo, figura central e inclasificable
del panorama intelectual francés, autor reconocido en todo el mundo, "un hijo de
la guerra", como le gusta definirse— es efectivamente un hombre informado. En
Ville panique, mucho más que en sus libros anteriores, sus interlocutores
son principalmente artículos de diarios, entrevistas a personajes políticos,
anécdotas de accidentes y columnas de opinión, como si el lector pudiera asistir
a su propia lectura de los medios, por la mañana quizás, o en medio del
desayuno. La voracidad informativa de este hombre de 74 años que hasta hace poco
se dejaba fotografiar con una gorra con visera en la cabeza, que vive en el
balneario de La Rochelle, en la costa atlántica francesa, está animada por una
obsesión: sus temas son recurrentes, siempre vinculan el fenómeno de la guerra,
el estado de la política y la constitución de la ciudad, cuando no se dedica a
reflexionar sobre el arte y sobre las transformaciones de la percepción en el
último siglo, asuntos con los que se hizo conocido. Virilio considera que tiene
una misión: alertar. En su urgencia se puede entrever lo que el alemán Hans
Jonas denominó "la heurística del miedo", la convicción de que la acción
política consiste en tomar nota de los peligros. En el caso de Virilio, se trata
del peligro de desestabilizar absolutamente todos los aspectos de la conciencia
y la percepción occidental, algo propio en realidad de la modernidad
capitalista, cuando no parece haber en el horizonte un cuerpo coherente de
creencias.
Teoría política de la ciudad
En Ville panique asoma una teoría política sobre el mundo contemporáneo.
Esta teoría no está formulada con el rigor que exhiben la filosofía política,
sus autores canónicos, sus conceptos y marcos de referencia, sobre los que se
vuelve una y otra vez. Su estudio ni siquiera parece pretender el título de
"teoría". Como él mismo dice, en diálogo con Ñ, el punto de referencia de
la política es la ciudad, la polis. En la actualidad la ciudad es el espacio
donde se imbrican la guerra y la política, ya sea siguiendo la famosa sentencia
de Clausewitz —"La guerra es la continuación de la política por otros medios"—,
ya sea siguiendo la inversión que hizo célebre Michel Foucault: "La política es
la continuación de la guerra por otros medios".
Hasta el siglo XX, razona Virilio, la política y la guerra moderna pivotearon
alrededor del Estado-nación, una entidad fijada en un territorio extenso con una
población relativamente repartida. Los medios de combate de los tiempos clásicos
eran la policía en el ámbito interno y las Fuerzas Armadas en el exterior. Los
ejércitos tenían entonces un terreno donde enfrentarse, el campo de batalla, y
desde allí eventualmente procedían a la conquista territorial, de la cual las
ciudades eran el último, pero no generalizado, escenario de lucha. Las guerras
mundiales, sobre todo la Segunda, marcaron un quiebre destinado a perdurar: la
ciudad pasó a ser blanco de los ataques militares con bombardeos a la población
civil. La estrategia militar evidentemente había tomado nota del formidable
cambio por el que las poblaciones abandonaron las extensiones para concentrarse
en territorios pequeños como las ciudades. Atacar una ciudad sería, de ahora en
más, un hecho político. Para Virilio, aquí nace la lógica de lo que hoy se llama
terrorismo, tesis desarrollada por varios autores, entre otros el alemán Peter
Sloterdijk en Temblores de aire.
Escenario de la guerra y de la política, la ciudad comenzó a desdibujar la
frontera entre la policía y el Ejército, pero, sobre todo, a ocupar la
centralidad política que antes tenía el Estado. Como en la antigua polis griega,
el ciudadano está hoy llamado a cumplir funciones de alerta policial y
eventualmente funciones militares, pero la democracia actual no es semejante a
la del siglo de Pericles. Durante todo el proceso moderno, la imagen idealizada
de la democracia griega había dado paso, primero, a la democracia indirecta,
ejercida a través de los representantes, y luego a la democracia de la opinión
pública, donde los medios de comunicación disputan a las instituciones,
corporaciones y partidos políticos el lugar de la "reflexión en común", del
debate acerca de la dirección de los asuntos de una nación. Y aquí se llega a
una de las ideas centrales de Ville panique. Como los soldados-ciudadanos
que somos no se asemejan a los de la polis griega, estamos dominados por el
miedo y el pánico a la inseguridad antes que por un sentido de deber hacia
nuestra nueva e insólita ciudad-Estado.
Este pánico anula el lugar de la reflexión y los medios se hacen cargo, no ya de
la demanda de reflexión colectiva, sino de una demanda de emoción colectiva.
Adicto a los juegos de palabras plasmados en fórmulas, Virilio dice que estamos
pasando de la "estandarización de la opinión pública" a la "sincronización de
las emociones" y que la crítica clásica a los mass media como
sustitutos de la política deliberativa, que él mismo supo también esgrimir, está
perimida porque es "la reflexión en común" la que dejó de ser una aspiración. La
discusión, la secuencialidad de los debates que imita a la del pensamiento, da
paso al ritmo, al sincopado, del corazón y de sus sobresaltos de adrenalina.
Dos son las consecuencias de esta transformación sensible de la política. Al
interior de las ciudades, el sujeto no sabe cuándo ser soldado ni cuándo
ciudadano, porque desconfía del vecino, no sabe quién es el enemigo y las
fuerzas de seguridad son a un tiempo una policía y un ejército. En este sentido,
Virilio estudia la creciente indistinción de las fuerzas de seguridad en los
Estados Unidos, máximo ariete de los procesos políticos contemporáneos. Las
grandes urbes serían hoy el terreno de una silenciosa guerra de todos contra
todos que deriva no sólo en la más evidente histeria que rodea a los atentados y
a los accidentes, sino también en la comisión de crímenes que guardan
características similares a los de los campos de concentración, pues son
producto de bandas que atacan a seres indefensos (mediante secuestros,
violaciones colectivas, asesinatos seriales, etcétera) en lugares cerrados sin
importarles su vida. Fuera de las ciudades, sin embargo, este cambio de lógica
obliga al establecimiento de una "guerra civil global" que por principio no se
detiene en las fronteras nacionales y prerrogativas estatales, por más que esté
comandada por un Estado-nación como los Estados Unidos.
En este sentido, dice Virilio, hay una secuencia natural que va de la guerra en
las ciudades de las dos guerras mundiales al terrorismo global de nuestros días,
pasando por el interludio de la Guerra Fría. Las huestes terroristas actuales,
en las que Virilio incluye tanto las de Osama bin Laden como las de George W.
Bush, parecen marcar el punto más logrado de esta secuencia, porque operan con
el miedo y el pánico que genera la indistinción entre atentado y accidente. Así,
escribe Virilio en Ville panique, "mañana el Ministerio del Miedo
dominará, desde lo alto de sus satélites y de sus antenas parabólicas, al
Ministerio de Guerra ya caído en desuso, con sus ejércitos en vías de
descomposición avanzada". Y esto sería así porque la guerra, que pasó de ser
asunto de estados a asunto de ciudades, ahora entró directamente en el alma de
cada uno de los habitantes de estas ciudades que no pueden gestionar esta
tensión más que con una angustia insoportable.
Como puede verse, la propuesta teórica de Virilio es ambiciosa aunque no carece
de problemas. Por caso, una idealización de la democracia representativa como el
lugar de la "reflexión en común", cuando cabría por lo menos plantearse si la
vida social en general, y la historia de la democracia occidental en particular,
no aparecen más bien gobernadas por la ideología o por las ideologías. También
es lícito preguntarse por la pertinencia de la extensión de la "lógica
concentracionaria" —como él la llama— de los campos de concentración a las
grandes urbes modernas. Con todo, no hay dudas de que ofrece una interpretación
compleja de los fenómenos que pueblan los diarios y revistas que lee —como el
caso del incendio de República Cromañón— y que descolocan las interpretaciones
de muchas reflexiones que se hacen hoy en materia de teoría y filosofía política
contemporáneas.
Una cuestión de escritura
Aunque éste parece ser el esqueleto central de Ville panique, el modo de
reflexión de Virilio también lo lleva a lanzar cuerdas temáticas sin desarrollos
ulteriores, como subtemas que bien podrían ser objeto de otros libros. Una de
estas cuerdas se refiere al modo en que se habita hoy la ciudad. Para Virilio,
asistimos a una época donde el nomadismo está ganando terreno frente a la
sedentarización que hizo posible la civilización y el nacimiento de las
ciudades. Hay además en la actualidad una voracidad de destrucción de los
edificios que revela que se odia lo que se habita y que no se quiere reconocer
el paso de la historia, hecho que se ilustra en el libro con la descripción de
las fiestas que siguen al derrumbe de los gigantescos monoblocks que pueblan los
suburbios de París, y que aquí también pudimos ver ejemplificado en nuestro
"albergue Warnes". Asimismo, como es costumbre en los textos de Virilio, hay
lugar para el anuncio de catástrofes. Afirma que los flujos de inmigración,
incontrolables a pesar del esfuerzo de las zonas ricas del planeta por
contenerlos, son signos que anuncian el estallido de la burbuja de la
mundialización, y que la liberación del mundo de los negocios respecto de las
restricciones del Estado de derecho conducirá a un nuevo crack económico global.
No siempre estos planteos son fáciles de reconstituir. La escritura de Paul
Virilio dista de ser límpida. Su estilo está cerca del aforismo, y sus conceptos
no se suceden, sino que saltan, se desplazan, burbujean. Como dice Andrea Giunta
en su introducción a la versión en español del ensayo de Virilio El
procedimiento silencio, él "Escribe encadenando imágenes. Las frases cortas
imprimen a su escritura el ritmo del collage, del montaje. Una escritura visual
que no es ajena a su formación, ni a los problemas ni a los temas que lo
cautivaron desde un principio".
En Ville panique se hace presente, quizás con más fuerza que nunca, esa
tendencia al slogan, a la frase fuerte, a la imagen terrible, junto a distintas
combinatorias de la misma palabra con distintos prefijos (geo-, trans-,
metro-, aeropolítica). Como si todo esto fuera poco, usa detalles de
edición, palabras en itálica, mayúsculas, versalitas, que por momentos conducen
la reflexión por una calle llena de carteles luminosos que se prenden y se
apagan. ¿Cuál es la estrategia en esta proliferación? "Es una suerte de
referencia al futurismo —confía a Ñ. Soy medio italiano y trabajo sobre
la velocidad, los fenómenos de aceleración desde hace 40 años. El uso de
detalles de edición para llamar la atención está tomado de las estrategias de
los futuristas italianos. Algo así como un proceso de parodia con efecto de
denuncia: ellos concibieron la velocidad y muchas de las cosas del mundo moderno
como una maravilla, pero yo las considero un horror".
- —¿Cuál es para usted la idea central de - Ville panique- ?
- —No sé si hay una tesis central. Creo que uno de los aspectos
fundamentales es la posibilidad de una superación del Estado nacional en
beneficio de las grandes ciudades, las grandes metrópolis, que tienen finalmente
más importancia que el Estado-nación, como vemos en Europa en relación con la
Unión Europea. Hay entonces una suerte de metropolarización, diría, de la
política. Se comienza a hablar de Ciudades-bienestar (ville-providence)
que superan al Estado de bienestar (Etat-providence). Con la
mundialización, el mundo se concentró en las ciudades, como la economía. Pasamos
de la geopolítica, formada por la grandeza de los países, con sus territorios y
sus fronteras, a la metropolítica. La ciudad tiene más importancia que el
Estado. La crisis del Estado pone en cuestión la extensión nacional en beneficio
de la concentración local de la gran ciudad.
- —Este carácter desmesurado que adquirió la ciudad como problema político
¿entraña nuevos problemas? Pienso sobre todo en lo que mencionó sobre lo
ocurrido aquí en Buenos Aires a raíz del incendio en la disco República Cromañón.
- —El principal de estos nuevos problemas es lo que yo llamo la democracia
de la emoción. Pasamos de una democracia de la opinión, con la libertad de la
prensa, la estandarización de la opinión pública, a una democracia de la emoción
donde lo que ocurre es la sincronización de las emociones. Esto tiene
consecuencias políticas muy importantes, porque catástrofes tan importantes como
las del 11 de marzo en Madrid, que fue un atentado, o la de una discoteca donde
murieron 200 personas, que fue un accidente, pueden llevar a un cambio de
gobierno o a la crisis interminable del mismo gobierno. Y no estoy pensando
solamente en la renuncia de un intendente o de un alcalde, sino de un cambio
completo de gobierno o de régimen. O sea, que a través del atentado o del
accidente se alcanza lo que antes se conseguía por medio de guerras y
revoluciones. Hoy, las grandes rupturas ocurren por revelaciones accidentales y
no por revoluciones provocadas. Volvamos al ejemplo de España: antes incluso del
atentado de Madrid, que influye en el triunfo de José Luis Zapatero, el gobierno
de José María Aznar estuvo seriamente en jaque por el accidente del barco
petrolero Prestige, porque no supo reaccionar a la dimensión de la catástrofe.
Los terroristas hacen un uso muy inteligente de esta democracia de la emoción.
Hay un fenómeno completamente nuevo que pone en cuestión el núcleo mismo de la
democracia, porque ahora se trata de un reflejo condicionado que reemplaza a la
reflexión en común a la que aspiraba la democracia representativa. Cuando la
lectura de los diarios dejó paso al tiempo real de la televisión, se creó una
suerte de "reflejo electoral" por el que un accidente se convierte en un hecho
político. El reflejo no es la inteligencia, y mucho menos el pánico que domina a
la ciudad y que analizo en mi libro.
- —Usted denuncia en el libro la existencia de una "ideología de la
seguridad" que busca "actuar en todos lados y sin demora para evitar el hecho de
ser sorprendido". ¿Sería una suerte de negativo catastrófico de la "sociedad de
riesgo", término que hasta hace poco gozaba de gran fama en las ciencias
sociales?
- —Para mí, el paso de la geopolítica a la metropolítica implica la vuelta
al Estado policial. La guerra contra el terrorismo, lo que ocurre concretamente
hoy en Irak, es un ejemplo patente de esta vuelta al Estado policial. Las
ciudades-Estado griegas, que están en el origen de nuestra idea de la
democracia, era también estados policiales. Los ciudadanos eran soldados. La
polis y la policía iban unidos. Pero hoy en día se disociaron estos dos aspectos
y se rescata sólo el valor de policía. Es en este sentido que hay que entender
el término "sociedades de control". Y además, estas sociedades de control operan
con una lógica concentracionaria que, eso sí, no apunta como en el pasado a la
exterminación a gran escala. El proceso actual en Estados Unidos lo ilustra
perfectamente: la Patriot Act que restringe las libertades civiles, lo
que ocurre en Guantánamo, en fin, toda la guerra contra el terrorismo consiste
en la puesta en acto de un Estado policial global. Hemos salido de los grandes
ejércitos nacionales a la policía de la metropolítica mundial.
- —Cita el caso de Guantánamo, al que refiere también Giorgio Agamben en su
libro - Estado de excepción- , como parte de la lógica concentracionaria
actual. ¿Comparte su punto de vista sobre el estado de excepción?
- —Bueno, yo soy hijo de la guerra, tengo 74 años y viví plenamente la
Segunda Guerra Mundial. Eso me diferencia de Agamben. Y esta diferencia no es
anecdótica, porque yo viví esos procesos en las ciudades y fue eso lo que me
llevó a reflexionar sobre la ciudad. Yo hablo de la política desde mi lugar de
urbanista, desde mi interés por la ciudad, y no desde la teoría política
clásica. Por supuesto que puedo tomar cuestiones que tengamos en común, y por
eso lo cito, pero mi ángulo de ataque del problema de la política actual es
diferente. Para mí, la lógica concentracionaria tiene que ver con el abandono de
la cosmópolis, la ciudad abierta al mundo, que es reemplazada por la
claustrópolis, una vigilancia global a través de las tecnologías que
América latina conoce bien, con los radares y los satélites que dominan el
subcontinente con el argumento que fuere (lucha contra el narcotráfico, guerra
contra el terrorismo). Esto es un fenómeno netamente retrógrado.
- —Se puede decir que el control a través del espacio, algo que usted llama "aeropolítica",
no es un fenómeno nuevo.
- —Efectivamente. La aeropolítica quedó consagrada definitivamente con la
Segunda Guerra Mundial, en especial con los bombardeos masivos a poblaciones
civiles. El air power abrió esta posibilidad de controlar regiones
enteras con fuerzas aéreas. Y en esto también contribuye el propio fenómeno
urbano que estalla masivamente en el siglo XX, porque es la gran concentración
de población la que convierte a la ciudad en un blanco predilecto. Fueron los
aviones los que provocaron el debilitamiento del componente territorial de la
política. La política del suelo, de las fronteras, está cediendo paso a la
política del aire, la aeropolítica. La confirmación viene dada por ciertos
fenómenos del urbanismo, como la concepción de Brasilia, la capital de Brasil:
fue planificada desde una visión aérea.
- —En la guerra actual, dice, el Ministerio del Miedo está reemplazando al
clásico Ministerio de Guerra. Pero a la luz de la manipulación informativa, la
relación entre guerra e información ¿no configura hoy, más que un Ministerio del
Miedo, el clásico Ministerio de Información en el que trabaja Winston Smith, en
la novela - 1984- de George Orwell? Más aún, ¿no implica esta estructura
sus propios límites como sistema de manipulación, como lo muestra el escándalo
de las torturas en la cárcel iraquí de Abú Ghraib?
- —El Ministerio de Información de 1984, y los mecanismos clásicos de
la censura, trabajan en la lógica de la subexposición. Creo que hoy asistimos a
una censura que es producto de la sobreexposición. La subexposición fracasa
frente a la necesidad de sobreexponer, de dar información sin cesar. Pero esta
sobreexposición no es un símbolo de libertad, porque al invadirnos completamente
perdemos de vista la realidad y nos impide la acción. Hoy es muy difícil ocultar
información, pero igual de difícil es que una revelación de información (que no
es la revelación accidental que mencioné anteriormente) provoque un "despertar"
de las conciencias y un cambio político profundo. O sea, el escenario es
bastante más complicado que el previsto en 1984. El poder de los medios a
nivel global es mucho más complejo que la televigilancia que describía Orwell.
Este es un fenómeno nuevo, que yo estudié en varios de mis libros, pero que
requiere todavía de muchos análisis. El Ministerio del Miedo que yo pienso se
refiere a la obra homónima de Graham Greene, publicada en 1943. El miedo y el
pánico son los grandes argumentos de la política moderna. Esto ya había
comenzado con el equilibrio del terror de la Guerra Fría, pero el proceso fue
relanzado con una potencia nueva por el desequilibrio del terrorismo. Asistimos
a un relanzamiento del pánico como política y tenemos que trabajar mucho para
comprenderlo y combatirlo.
- —En su libro también menciona el curioso fenómeno por el que se detestan
los monoblocks y se celebra cuando uno de ellos es demolido. Usted reivindica la
posibilidad de construir uno mismo, crearse el espacio habitable en medio de la
habitación prefabricada. ¿Retoma lo que Heidegger e Ivan Ilich, entre otros,
plantearon sobre la relación entre construir y habitar?
- —Puede ser. Es evidente que ya somos vagabundos, homeless, que no tenemos
hogar por más que tengamos un techo. Pero creo que a estas reflexiones hay que
sumarles un componente actual muy importante: la movilidad social, los flujos
migratorios que acompañan a la mundialización, ayudan considerablemente a
sentirnos sin lugar propio de pertenencia. Estamos dejando la época de la
sedentarización. Hasta hoy, hubo en la historia de la civilización un equilibrio
entre sedentarios y nómades. Hoy ese equilibrio se rompió: se puede ser
sedentario siendo nómade. Uno puede estar en todas partes, ya sea por los medios
de transporte o por los medios de comunicación, pero también en ningún lado,
porque se carece de la inscripción en un territorio, más allá de lo que indiquen
los documentos de identidad, los catastros, etcétera.
- —¿Esto produce el odio por el cual se festeja la destrucción de un espacio
que uno habitó?
- —Sí. Claro que hay que ver lo que son esos edificios en términos
habitacionales; ahí se comprende el hecho de que no se les tenga afecto. Pero
hay un aspecto esencial en este fenómeno de las fiestas de las demoliciones: se
destruye el pasado. No se destruye solamente un edificio, con todo lo odioso que
sea, sino su historia y la de su habitación. Y esto sí es muy grave. Asistimos a
un verdadero culto del presente donde el pasado se olvida completamente. Y
respecto del futuro, ciertamente no es radiante. Todo el mundo está ansioso,
inquieto, por nuestro porvenir, porque se ciernen muchas amenazas: el
terrorismo, el desastre ecológico, etcétera. Gozar de la destrucción del pasado
es lo que yo llamo la tabula rasa, artículo con el que comienzo mi
libro. Hagamos tabula rasa del pasado. Esto es otro fenómeno de pánico.
Hoy, todo es pánico. Estamos pasando de la guerra fría al pánico frío. Y esto es
un acontecimiento cultural —y no político— enorme.
Tomado de Ñ, Suplemento de Clarín, 26/3/05
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