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El legado
Por Universindo Rodríguez y Silvia Visconti
A horcajadas
entre los finales de un siglo signado por el proceso de modernización y tránsito
al capitalismo primero, y el inicio del siglo xx, pautado por el reformismo
batllista, se modelaron y consolidaron organizaciones de trabajadores que se
instalaron en el escenario nacional con valores propios.
La forja de estas organizaciones –no exenta de
insuficiencias y altibajos, polémicas y conflictos– marcó la temprana vocación
protagónica de los trabajadores –continuada en el tiempo– de participar en la
construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Un proletariado industrial con amplios sectores de tono
artesanal fundó las primeras asociaciones de corte mutual y otras de carácter
clasista que permitieron plasmar en 1905 el primer espacio de unidad: la
Federación Obrera Regional Uruguaya.
Hace más de cien años los trabajadores expusieron sus
aspiraciones transformadoras y una visión alternativa de la sociedad,
conquistaron una singular legislación social y laboral, transitaron caminos de
solidaridad de clase en el ámbito nacional e internacional y con su acción
legaron al movimiento obrero uruguayo una tradición de independencia y una
capacidad propositiva que incluye pero trasciende la lucha reivindicativa.
El movimiento obrero uruguayo supo también de
desencuentros. Las décadas del 20 y el 30 marcaron a fuego a los trabajadores
que, debilitados por la lucha de fracciones y la división, vieron notoriamente
dificultado su accionar, perdieron conflictos importantes y efectividad en sus
luchas.
Cuando en marzo de 1933 el presidente Gabriel Terra dio
un golpe de Estado, los trabajadores estaban dispersos en centrales que
respondían a diferentes tendencias: anarquistas y anarcosindicalistas actuaban
en la FORU y la Unión Sindical Uruguaya (USU); los comunistas, en la
Confederación General de Trabajadores del Uruguay (CGTU); los “sindicalistas” e
independientes, en los sindicatos autónomos; y los reducidos núcleos de
gremialistas católicos, en la Acción Social Obrera Católica. La división hizo
difícil dar respuesta y enfrentar en los años siguientes las acciones
gubernamentales que deterioraron las condiciones de vida de los trabajadores.
En la década del 40 el desarrollo de la industria y el
crecimiento de la clase trabajadora se expresaron en novedades en el movimiento
sindical. El surgimiento de la Unión General de Trabajadores (UGT) permitió la
revitalización de muchos gremios y despertó expectativas de unidad que al poco
tiempo fracasaron. Sin embargo la búsqueda continuó.
En el 51 y 52 los gremios autónomos y de acción directa
participaron como gremios solidarios en las huelgas en defensa de la
sindicalización de los funcionarios públicos, en apoyo a conflictos concretos y
contra las medidas prontas de seguridad.
Otras propuestas se sucedieron a mediados de los
cincuenta, cuando el proceso de industrialización por sustitución de
importaciones comenzaba a dar muestras de agotamiento. Aunque no se concretó, la
convocatoria de la Unión Obrera Textil en 1955 para realizar una reunión
consultiva de gremios que respondiera sobre la necesidad o no de la unidad y
sobre las bases programáticas y estatutarias en que debería basarse, constituye
un relevante antecedente en ese camino. En 1956 la Federación Autónoma de la
Carne citó a una reunión para promover la unidad orgánica y programática de los
trabajadores. En ella participaron además de los trabajadores de la carne, la
UGT, la Confederación Sindical Uruguaya (CSU), Unión Solidaria de Obreros
Portuarios, Sindicato de FUNSA, sindicatos cristianos, funcionarios públicos,
sindicatos de acción directa, Congreso Obrero Textil y la Federación de
Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU), constituyéndose una Comisión
Coordinadora pro Central Única. Diversas circunstancias –entre las que puede
citarse la actitud intransigente de la CSU– frustraron este proceso.
En los años siguientes una serie de acontecimientos
pautaron el camino de la unidad. Mientras la CSU se fue diluyendo, se inclinó
hacia el amarillismo y perdió representatividad, en la calle se selló la lucha
conjunta de obreros y estudiantes por la conquista de leyes sociales y por la
ley orgánica para la Universidad, y a fines de la década se disolvió la UGT y se
creó la Central de Trabajadores del Uruguay.
El Congreso de Unificación Sindical.
El congreso que
selló el proceso de unidad orgánica y programática del movimiento sindical se
desarrolló en Montevideo entre el miércoles 28 de setiembre y el sábado 1 de
octubre de 1966. Convocado por la Convención Nacional de Trabajadores, hasta
entonces organismo sindical de coordinación que venía actuando desde 1964, se
realizó en el contexto de grandes movilizaciones por mejores condiciones de
trabajo, y también de fuertes polémicas. Al mismo tiempo las reuniones se
desenvolvieron en un ambiente de entusiasmo frente a la posibilidad cierta de
fraguar la unidad y asegurar, a través de los estatutos, mecanismos que
garantizaran la participación de los distintos sectores y del conjunto de las
vertientes ideológicas.
La necesidad de una mayor coordinación de los
sindicatos estaba planteada desde mediados de la década de 1950 a través de
iniciativas promovidas por los trabajadores de los frigoríficos y los textiles.
La importancia de una central única ganó las calles, fue debatida y ratificada
en las asambleas de los sindicatos públicos y privados, de las industrias y de
los servicios, urbanos y rurales. Los núcleos de militantes más activos eran
conscientes de que la división existente hasta la década del 40, situación
similar a la del resto de América Latina, impedía que el movimiento sindical se
transformara en el factor de cambio. El Congreso de Unificación Sindical de 1966
tuvo (tiene) una significación duradera para los trabajadores y para el Uruguay
todo. Para los trabajadores clasistas significó reunir a las distintas
corrientes sindicales (anarcosindicalistas, socialistas, comunistas y
socialcristianos) y proponer desde una perspectiva popular, solidaria y
antimperialista soluciones para superar la crisis y enfrentar el conservadurismo
gobernante. Para la sociedad significó contar con una fuerza social capaz de
enfrentar autoritarismos, golpes de Estado y dictaduras y transformarse en
garante de las libertades públicas y sindicales.
En 1973, disueltas las cámaras y amordazada la prensa,
la existencia de la central única nacional permitió a los trabajadores asumir el
liderazgo en la lucha por las libertades y frustrar los intentos del
sindicalismo amarillo apoyado desde el Poder Ejecutivo, las patronales y las
Fuerzas Armadas.
En un clima de lucha.
El Congreso de Unificación se desarrolló en un clima pautado por la realización de cientos de asambleas para definir posición y delegados, ocupaciones de lugares de trabajo, manifestaciones en las calles, concentraciones en los alrededores del Palacio Legislativo y presencia bullanguera de trabajadores en las barras de las cámaras de Representantes y Senadores para presionar la aprobación de leyes sociales. Los bancarios, públicos y privados, reclamaban una ley de ajuste automático de sueldos de acuerdo al aumento del costo de vida; los textiles luchaban por la aprobación del proyecto de prima y hogar constituido; los obreros de la carne, por el reintegro al Frigorífico Nacional de 203 millones de pesos que le adeudaba el Estado. También se movilizaban por mejoras salariales, aprobación de leyes sociales, seguro de enfermedad, préstamos para vivienda y horario continuo los trabajadores de las cajas de jubilaciones, del comercio, del cuero, administrativos de los casinos municipales, metalúrgicos, madereros, funcionarios de ANCAP y de las cooperativas de consumo, del transporte y peones de taxímetros. Los obreros de FUNSA reclamaban la reposición de compañeros despedidos. Los trabajadores de Secundaria y la Confederación de Estudiantes (CESU) pedían nuevos liceos, material didáctico y mobiliario y condenaban el acomodo, la corrupción administrativa y la subvención a la enseñanza privada. Los trabajadores cañeros de Artigas, con el apoyo de los gremios y organizaciones políticas, se movilizaban por la libertad de sus dirigentes Julio Vique, Nelson Santana y Ataliva Castillo.
Un instrumento para el combate.
El 28 de setiembre el
diario Época, dirigido por Guillermo Chifflet y vocero de los sectores
sindicales socialistas, anarquistas e independientes, tituló en tapa: “Hoy en el
Platense: otro paso hacia la liberación. Congreso de Unificación Sindical”. Por
su lado el diario comunista El Popular, dirigido por Eduardo Viera, destacó en
primera página: “En medio de su lucha contra la crisis, por soluciones, en
defensa de sus conquistas y de las libertades, enfrentando las reformas
regresivas y el proyecto pactista los trabajadores plasman su unidad orgánica”.
Al anochecer partió una numerosa caravana de
trabajadores en camiones, autos, motos y bicicletas que recorrió el centro de la
ciudad y varios barrios populares para culminar en Juan Paullier y Daniel Muñoz.
A las 20 horas comenzó en el Platense el Congreso de Unificación Sindical con la
participación de 423 delegados titulares en representación de alrededor de 85
mil afiliados cotizantes.
La oratoria de apertura del congreso estuvo a cargo de
Luis Iguini, de la Confederación de Obreros y Funcionarios del Estado. Luego de
la entonación del himno y de la quema simbólica de ejemplares del periódico
Lucha, del Instituto Uruguayo de Educación Sindical (IUES), financiado por el
Instituto Americano para el Sindicalismo Libre y la embajada de Estados Unidos,
fueron haciendo uso de la palabra sindicalistas de los distintos gremios. Todas
las voces y tendencias fueron escuchadas.
José D’Elía, en representación de la Central Uruguaya
de Trabajadores (CTU), expresó: “Nuestra fe está puesta en la fuerza del
movimiento obrero. Tendremos una gran central de trabajadores, como nunca ha
tenido el proletariado uruguayo”. Wladimir Turiansky, de la Agrupación UTE y la
Mesa Coordinadora de los Entes y Servicios Descentralizados, afirmó: “La tarea
que habrá de enfrentar esta central no será fácil. La política antinacional de
quienes de espaldas al pueblo gobiernan para el privilegio se agudizará cada día
más, siendo la clase obrera organizada quien deberá evitar que tal cosa
prospere”.
Gerardo Gatti, del Sindicato de Artes Gráficas,
manifestó: “En 1952, con las medidas prontas de seguridad y un pacto
interpartidario contra los intereses del pueblo, la clase obrera salió derrotada
pero ahora tal cosa no sucederá. La unidad de los trabajadores evitará la
repetición de los hechos del 52 y servirá, además, para que el futuro Uruguay
sea de los trabajadores y haya un mundo sin explotados ni explotadores”.
Félix Díaz, del Sindicato Único de la Administración
Nacional de Puertos, señaló: “Hoy nace esta central consciente de su
responsabilidad para enfrentar en todos los terrenos a nuestros enemigos de
clase”.
Héctor Rodríguez, del Congreso Obrero Textil, dijo: “La
clase trabajadora necesita un instrumento más eficaz para el combate. Forjándolo
decidiremos entonces si el Uruguay del futuro va a ser el de las 500 familias
propietarias de la tierra, la banca y la industria o será de los trabajadores”.
Luego continuaron en el uso de la tribuna Rufino
Rodríguez, por los asalariados rurales; Luis Nadales, por la mesa del Congreso
del Pueblo; Víctor Bachetta, por la Federación de Estudiantes Universitarios, y
Román Costa, por la Federación Agraria Nacional. Finalmente, el sanducero Ruben
Obispo, empleado bancario, habló en representación de los plenarios
obrero-estudiantiles del Interior.
Luego de tres jornadas de debates y confrontación de
fuerzas entre las tendencias y en un clima de fraternidad por los acuerdos
logrados por consenso, finalizó el congreso constitutivo de la CNT como central
única con la aprobación de una declaración de principios.
El Congreso de Unificación Sindical asumió como
programa para la CNT el del Congreso del Pueblo de 1965, aprobó los estatutos,
una plataforma de lucha y designó una Mesa Representativa de 27 miembros que
respondían a 21 gremios y seis plenarios del Interior. En los días siguientes la
Mesa eligió su primer Secretariado Ejecutivo integrado por delegados de los
sindicatos bancario (Carlos Gómez), prensa (Helvecio Bonelli), ute (Wladimir
Turiansky), cuero (Enrique Pastorino), empleados del Estado (Luis Iguini),
textiles (Héctor Rodríguez), comercio (José D’Elía), magisterio (Víctor Brindisi),
caucho (Washington Pérez), metalúrgicos (Gerardo Cuesta). Solamente cuatro de
los integrantes del primer Secretariado Ejecutivo sobreviven: D’Elía, Turiansky,
Iguini y Brindisi.
Las recompensas de la lucha.
La transformación de la cnt en central única independiente fue un incentivo para la profundización de la
lucha obrera, y varios sindicatos se instalaron en asamblea permanente en los
alrededores del Parlamento por mejoras en las condiciones de trabajo y la
aprobación de varias leyes. En medio de las movilizaciones, los rumores de un
golpe de Estado generaron preocupación.
Entre los gremios mejor organizados y movilizados
estaba el de los obreros de los frigoríficos de la Federación Obrera de la
Industria de la Carne Autónoma (FOICA). Tanto los trabajadores de los
frigoríficos del Cerro y La Teja en Montevideo, como los del Casablanca de
Salto, los del Anglo de Fray Bentos, nucleados en la Unión Obrera de Río Negro,
reclamaban la aprobación parlamentaria de una ley de afiliación de los
establecimientos del Interior a la Caja Única de Compensaciones y el pago de la
deuda del Estado con el Nacional. El viernes siguiente a la finalización del
congreso obrero los trabajadores de los frigoríficos protagonizaron un
concurrido acto en la Curva de Tabárez que contó con la presencia del vecindario
y el apoyo de estudiantes del liceo 11 y de la Universidad del Trabajo. A su
término decenas de trabajadores y estudiantes bloquearon la entrada al Cerro por
el puente del Pantanoso. Efectivos de la Metropolitana al mando del coronel
Alberto Ballestrino y del mayor Julio Barravino cargaron contra los
manifestantes que los enfrentaron a pedradas. Las puertas de los vecinos y
comerciantes se abrieron para dar refugio a los perseguidos. Muchos
manifestantes fueron capturados y atados a los palos de los arcos de las canchas
de fútbol del Pantanoso. En los hechos, se decretó el estado de sitio y los
policías de la Seccional 24, junto a la Metro y a soldados de la Región Militar
1 al mando del general Mario Aguerrondo armados a guerra, patrullaron las calles
y ocuparon los locales sindicales.
Pese a las persecuciones, 12 obreros iniciaron una
huelga de hambre. Los trabajadores de los frigoríficos, con el apoyo efectivo de
los demás gremios y de los estudiantes de la FEUU, se movilizaron por el centro
de Montevideo al grito de “Cerro, sí; milicos, no” y “Libertad, sí; garrotes,
no”. La CNT convocó a una manifestación en torno al Parlamento para apoyar las
reivindicaciones de los trabajadores de la carne y denunciar la represión.
Finalmente, los legisladores aprobaron el pago de la deuda al Frigorífico
Nacional y la afiliación de los establecimientos frigoríficos del Interior a la
Caja de Compensaciones. El Poder Ejecutivo colegiado presidido por Alberto
“Titito” Heber aplicó el veto. Las manifestaciones continuaron, y el 25 de
octubre el Parlamento lo levantó. La unidad fraguada en la lucha consolidó a la
clase trabajadora como fuerza social.
Tomado de BRECHA