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Partido por la Victoria del Pueblo ANULAR LA LEY DE IMPUNIDAD

 

 

Diario de Bolivia

Escribe: Emir Sader

Una historia abierta

Al llegar ya se tiene una idea del país que se quiere proyectar. No hay vuelos de Brasil a La Paz: tanto Varig como Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) llevan a Santa Cruz de la Sierra. Ahí se hace el cambio de avión, pero sólo LAB vuela a La Paz; Varig no. El interés radica en garantizar el intercambio con el centro de la economía oficial de Bolivia, con aquella región que reivindica su autonomía, sede de la burguesía más dinámica y con menos raíces nacionales. Si el vuelo fuese directo, se llegaría de Sao Paulo a La Paz en tres horas: estamos muy cerca de ese país tan desconocido para nosotros.

La presencia de Evo Morales en Santa Cruz de la Sierra durante la campaña electoral fue anunciada por la prensa local como "Evo en tierra enemiga". Ahí, el candidato de la derecha, Jorge Quiroga -conocido como Tuto-, tenía tres veces más votos que Evo, proporción inversa a la de La Paz. Pero la derecha se muestra preocupada ahora por el crecimiento del MAS -Movimiento al Socialismo, partido de apoyo al líder cocalero- en el reducto de oro de la derecha.

El editorial de un periódico cruceño reivindicó la ciudad como aquella que se incorporó a la historia de Bolivia hace apenas 50 años, "al margen del centralismo", delineando su propio modelo de desarrollo -"más incluyente desde el punto de vista social", según el diario El Nuevo Día-, en contradicción con lo que llaman las "oligarquías mineras del occidente", responsables por la sistemática opresión del campesinado. Orgullosamente se exhiben como la zona que más atrae gente en busca de trabajo, como resultado de la expansión de la explotación de los hidrocarburos.

La prensa de derecha -ese periódico, así como la revista Datos- sataniza a dos personajes en particular: a Hugo Chávez y al candidato del MAS a la vicepresidencia, el intelectual marxista Alvaro García Linera. La revista -en el estilo sensacionalista y bushista de la brasileña Veja- anuncia en su portada de la edición de la semana de elecciones: "El peligro de la desintegración". Y en un recuadro enmarca: "El candidato del MAS es un riesgo para América Latina".

Con el estilo de lenguaje de la guerra fría en la misma semana en que Veja entrevista al columnista estadunidense Thomas Friedman, quien habló acerca del "modelo del Foro Social Mundial de Porto Alegre y Corea del Norte (sic)", el "especialista" al que acude Datos es nada menos que Francis Fukuyama. Toman pasajes de la entrevista que dio el funcionario del Departamento de Estado a la revista argentina Noticias, donde afirma que "los movimientos indigenistas de Ecuador y Bolivia" están quedándose "fuera de la modernidad, y aunque sus vidas fueron afectadas por ella, aun así no recibirán sus beneficios. El futuro de Bolivia está, entonces, en el aire. Si Evo Morales es electo presidente, entonces Santa Cruz puede decidir declararse independiente y esto generará un conflicto interno".

Ese separatismo es también alentado desde posiciones de (ultra) izquierda. En el mismo número, la revista entrevista a Felipe Quispe, principal dirigente del Movimiento Indígena Pachakuti (MIP), también candidato a la presidencia de la república, que luchaba para llegar a 3 por ciento de los votos, con el objetivo de que su partido alcance personalidad jurídica. Predicador de un indigenismo fundamentalista, Quispe propone la separación de las regiones y el desconocimiento del Estado boliviano, aduciendo que se trata de una creación de los colonizadores y, de la misma forma, de la nación boliviana. Propone que se dé autonomía a Santa Cruz y lo mismo ocurra en La Paz, en Cochabamba, en el Gran Chaco, que constituyen las tres grandes naciones de los aymaras, quechuas y guaraníes.

Afirma que Evo Morales y el MAS son sus principales enemigos, en el estilo clásico de la ultraizquierda, que descarga preferentemente sus baterías contra quien ocupa el espacio central de la izquierda. "Todos los candidatos en estas elecciones, inclusive Evo, representan a las trasnacionales", afirma en la entrevista con la revista de derecha Datos. Y agrega: "Evo es el niño mimado de Chávez", sumándose así al coro de la derecha. Para él, Evo "no tiene una línea de indigenismo, es socialista".

Ingreso a Bolivia -de la mano de las compañías aéreas- por Santa Cruz de la Sierra, en un avión casi vacío, con algunos mochileros y personas con aspecto de burgueses del interior de Sao Paulo, que parecen haber ido a hacer compras a los comercios paulistas. A pesar de la manga que se instala directamente desde la puerta del avión, el aeropuerto de Santa Cruz de la Sierra no es cualquier lugar, como ocurre generalmente con las terminales en el mundo, que carecen de toda identidad. El vapor es caliente, impregnado de humedad, con los 460 metros de altitud sobre el nivel del mar de la ciudad -ocurre al revés que con las temperaturas constantes y globalizadas del aire refrigerado-, denuncia el color local del aeropuerto. Ni siquiera Burger King, cuya red es propiedad de uno de los candidatos de la derecha, está presente.

La ida del vuelo hacia La Paz supone subir hasta los 4 mil 100 metros de altitud de El Alto, donde está el aeropuerto, y desde allí descender 500 metros por la ladera hasta la capital. Las calles están tranquilas, con mucha gente que, con sus ponchos (jorongos) y sus sombreros -típicos de los indígenas bolivianos- suben a pie con dirección a El Alto.

La prensa comenta la presencia de muchos integrantes de los medios internacionales, atraídos por la posibilidad de que, por primera vez, un líder indígena conquiste la presidencia del país.

Hace tres años, cuando Evo Morales y Sánchez de Losada llegaron a una segunda ronda en el Congreso, el test sobre la fidelidad de la representación popular en el Parlamento se daba por el contraste entre la cara indígena y campesina de Evo y la tez blanca del representante de la oligarquía, Sánchez de Losada, que para acrecentar sus males habla español con acento gringo. Quien hubiera mirado hacia el país y luego hacia los rostros de ellos no hubiese tenido dudas: triunfaría Evo. Pero se dio exactamente lo contrario, por aplastante mayoría.

Por eso, cuando Sánchez de Losada tuvo que enfrentarse con el país real al que quería gobernar por segunda vez, después de haber sido uno de los artífices de la implantación del neoliberalismo en Bolivia, su mandato terminó en pocos meses, y lo mismo sucedió después con su sustituto, el vicepresidente Carlos Mesa.

Desde la lucha de los campesinos que impidió la privatización del agua en 2000, este país vive lo que Forrest Hilton y Sinclair Thompson caracterizan, en un artículo de New Left Review de septiembre-octubre de este año, como "el tercer mayor momento revolucionario de la historia de Bolivia".

El primero fue indígena; comenzó en 1780 con una insurrección regional en Potosí bajo el liderazgo de un dirigente llamado Tomás Katari, que desencadenó una serie de movimientos locales que son conocidos por el papel desempeñado por el descendiente de la realeza inca, José Gabriel Tupac Amaru, que dirigió la rebelión en Cuzco.

Las tropas de aymaras y quechuas expulsaron a los españoles del territorio. El comandante aymara en La Paz, Tupac Katari, cercó esa población durante cinco meses, aunque, por la falta de aliados, nunca consiguió tomar la ciudad.

En 1781 Katari fue derrotado y los españoles retomaron el control del país hasta que fueron expulsados definitivamente en 1825. Pero para las elites nativas, así como para los aymaras, los cercos de La Paz por las manifestaciones de estos últimos años -incluido el de 2005, que llevó a que el Parlamento fuese desplazado para reunirse en la conservadora ciudad de Sucre- recuerdan la gran insurrección anticolonial de hace más de dos siglos.

El segundo momento fue durante la revolución de 1952, que nacionalizó el estaño, realizó una reforma agraria, sustituyó las fuerzas armadas por milicias populares, hasta que fue cooptada por la oligarquía conservadora.

El tercero comenzó con la derrota del plan de erradicación de coca del ex dictador Hugo Banzer, elegido luego como presidente constitucional, y se concretó con la guerra del agua, cuando los campesinos impidieron la privatización de la misma. Desde el año 2000 Bolivia vive una situación revolucionaria.

Frente a todo esto, las oligarquías bolivianas tiemblan. Si es verdad que derrotaron a Tupac Amaru, a Tupac Katari y a Tomás Katari; si es verdad que neutralizaron y cooptaron la revolución boliviana de 1952; si es verdad que asesinaron al Che; si es verdad que derrotaron la Asamblea Popular de Juan José Torres, los viejos fantasmas reaparecen de nuevo con cara de indios. Saben que pueden intentar derrotar a Evo Morales, pero, ¿se atreverán a despertar una vez más la ira popular, de la que ya tuvieron pruebas de su capacitad para rebelarse? ¿O tratarán de cercar a Evo Morales a partir de lograr alguna mayoría parlamentaria? En este caso, ¿tendrán que impedir la convocatoria de la Asamblea Constituyente, una de las exigencias de la plataforma del movimiento popular boliviano, junto con la nacionalización de los hidrocarburos, el bloqueo a la privatización del agua y la lucha por la recuperación de la salida al mar, anulada por Chile? ¿Lo conseguirán?

CNN hizo su papel. Después de conversar con un taxista y trabajadores de un hotel, todos en favor de Evo Morales, el canal estadunidense seleccionó a todos los entrevistados que declararon que nada cambiará en Bolivia, que todos los gobiernos son iguales, etcétera, en total contraposición con aquello que la prensa destaca: las grandes manifestaciones que marcaron la campaña electoral. Desde Miami, el comentarista sobre las elecciones en Bolivia no esconde sus preferencias por Quiroga y presagia un periodo aún más confuso para el país.

Pocas veces la historia de un país aparece tan expuesta como la de Bolivia en este diciembre de 2005. En este momento, los de arriba parece que ya no podrán dominar como antes, mientras los de abajo ya no quieren seguir siendo dominados.

En estos momentos, el pasado se mezcla con el presente con toda la carga de vivencias históricas, apuntando los caminos de un nuevo asalto al cielo.

La revolución democrática en Bolivia

Bolivia es uno de los países más sufridos de todo el continente, junto con Haití. Además de las masacres de la colonización -de la que todos los países fuimos víctimas-, Bolivia sufrió dos golpes complementarios: la Guerra del Pacífico, en 1879, en la que perdió con Chile la salida al mar, y la Guerra del Chaco, en los años 30 del siglo pasado, cuyo territorio pasó a Paraguay.

Esta última guerra condena a muerte al sistema liberal existente hasta entonces: declina la hegemonía de la economía minera, al mismo tiempo que, en los 50, se desarrolla un proceso de formación de la conciencia nacional que tiene en la revolución de 1952 su expresión más clara, con la nacionalización del estaño, la reforma agraria y la sustitución del ejército por milicias populares. El agotamiento de ese impulso lleva a la implementación de un radical programa neoliberal, justamente en el gobierno de quien había estado a la cabeza del movimiento de 1952, Víctor Paz Estenssoro. El sistema democrático liberal restablecido en 1985 termina por adoptar políticas neoliberales para contener la hiperinflación, incorporando la receta vendida por Jeffrey Sachs, que liquida la economía minera boliviana -un remedio que mata al paciente, como suele suceder en estos casos. Una nueva derrota del movimiento popular termina asimismo con la lucha de los trabajadores de las minas, hasta ese momento el corazón de las fuerzas populares de Bolivia.

Estas sólo recobrarán fuerzas a partir de la década de los 90 del siglo pasado, cuando los cocaleros consiguen impedir la puesta en práctica de los planes de Estados Unidos sobre la erradicación de la planta de coca en el gobierno de Hugo Banzer -entonces electo presidente, después de haber sido dictador. Ese movimiento fue seguido por la gran movilización de los campesinos de Cochabamba, en abril de 2000, que impidió la privatización del agua por una empresa francesa, proceso durante el cual se formó la Coordinadora del Agua y de la Vida que se constituyó como organización. En un país con la autoestima tan baja por el cúmulo de derrotas, este movimiento representó un viraje desde una posición defensiva a una ofensiva por parte del movimiento social.

Ese movimiento fue seguido, en septiembre del mismo año, con ocupaciones territoriales bajo la forma de bloqueos carreteros y cerco de las ciudades, protagonizados por los campesinos. En julio de 2001 se lleva a cabo una nueva serie de bloqueos en un sector del altiplano sobre la carretera que va de La Paz a Cochabamba en la región occidental del país -la más politizada, donde se sitúan tradicionalmente los aymaras y los quechuas, junto con organizaciones sindicales del Chapare (zona de cocaleros) y de la Coordinadota del Agua.

Con este telón de fondo, se cumplen dos décadas de promesas neoliberales y Bolivia se encuentra más pobre y desigual. En el campo, el número de trabajadores asalariados disminuyó de 73 mil a 64 mil. La cantidad de unidades familiares que trabajan por cuenta propia -con economías básicamente de subsistencia- pasó de 43 mil a 447 mil. En las ciudades, el llamado sector informal compuesto por unidades domésticas, artesanales, con relaciones familiares y no asalariadas, creció de 60 por ciento a 68 por ciento del total de la población ocupada. Así, el número de personas que poseen contratos de trabajo disminuyó de 40 por ciento a 32 por ciento del total de la fuerza de empleo.

Bolivia tiene pésimos índices de la distribución de la renta, sólo superados -negativamente- por Brasil. El 20 por ciento más rico dispone de una renta 30 veces mayor de la de 20 por ciento más pobre. El 60 por ciento de la población vive en la pobreza, tomado el país como conjunto, pero ese índice llega a 90 por ciento cuando se habla solamente de la población rural. El desempleo oficialmente registrado se triplicó en los últimos 17 años, desde que los planes de estabilización monetaria fueron aplicados, llegando hasta 13.9 por ciento, como proporción de personas del sector "informal" -esto es, de trabajo precario-, con un aumento de 58 por ciento a 68 por ciento en 15 años. La mortalidad infantil es de 60 por cada mil nacidos vivos, mientras la media continental es de 28. La expectativa de vida al nacer es de 63 años mientras la media en América Latina y el Caribe es de 70 años.

Dos y medio millones de campesinos tiene como principal instrumento de trabajo el arado egipcio, de hace 3 mil años. La tecnología de punta sólo es utilizada en la extracción de petróleo y de gas, en las telecomunicaciones, los bancos y en 10 por ciento de la extracción minera y de la producción industrial. La prometida "modernidad" se reduce en Bolivia a los cybercafés, a los autos de lujo y a los bienes suntuarios consumidos por la elite, en palabras de Alvaro García Linera, el más importante intelectual boliviano, vicepresidente de la república en la fórmula con Evo Morales. No es de sorprender entonces que en un país así constituido, la tentativa de Sánchez de Losada -blanco, con pronunciación estadunidense- fuese derrocado en octubre de 2003 -dejando su régimen más de 50 muertos-, así como Carlos Mesa, su vicepresidente y sucesor, en junio de este año. Y que Evo Morales, a la cabeza del MAS -Movimiento al Socialismo, partido integrado directamente por movimientos sociales- ganase las elecciones de este año con la mayor votación de la historia de Bolivia, que habría sido mayor aún, si no hubiesen estado impedidos de votar más de 1 millón de personas, cuyos nombres fueron sacados del padrón, especialmente en el campo boliviano.

Se abre, así, el periodo más importante de la historia boliviana, cuando un líder indígena -aymara- asuma la presidencia, por primera vez, en 513 años contados desde la invasión de los territorios de América Latina y el Caribe por colonizadores, prometiendo rescatar la identidad y el derecho de gobernarse por las poblaciones indígenas -aymaras, quechuas y guaraníes- con las cuales se identifican más de 70 por ciento de los habitantes del país. Una revolución democrática como la de definen los candidatos victoriosos al momento de comenzar la construcción -con la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente- de una nación multicultural y multiétnica, la cara del pueblo boliviano.

Traducción: Ruben Montedónico

La Jornada, 27 y 28/12/05

 

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