Partido por la Victoria del Pueblo | ANULAR LA LEY DE IMPUNIDAD |
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Publicamos un documento elaborado por Raúl Cariboni a fines de 1972 en el que analiza la estrategia de entonces del M.L.N.
En los últimos meses han sucedido cosas
importantes. Hechos que introducen variantes suficientemente grandes como para
justificar el replanteo de temas tácticos, que exigen más afinamiento dentro del
nuevo marco creado por aquellos hechos. Sin duda lo más importante ha sido la
ofensiva represiva y sus efectos, ya bien visibles. Parece prioritario, antes de
entrar a toda consideración, realizar un balance, necesariamente sintético, de
esos efectos de la campaña represiva, sobre el Movimiento de Liberación Nacional
(M.L.N.), principal objetivo de la misma.
Esquemáticamente los resultados obtenidos por la represión se pueden expresar
así:
Se causaron pérdidas muy importantes, en efectivos al M.L.N.
Lograron desmantelar, de manera grave, su infraestructura (locales, berretines,
servicios, etc.).
Gran parte del armamento y parque cayó en manos de la represión.
Han sido asesinados o detenidos gran parte de los cuadros previsiblemente mejor
capacitados para vertebrar el funcionamiento del M.L.N.
Esto es lo que surge de la información disponible y son esos los hechos sobre
los que insiste la propaganda reaccionaria.
Pero, además, se pueden deducir dos resultados de tipo político:
Se ha revelado, inequívocamente el potencial que había desarrollado el M.L.N.,
dejando en claro un ejemplo de lo que se puede hacer en esta materia.
Se ha demostrado cómo un aparato armado, realmente importante, puede ser
desarticulado, desmantelado y reducido, en términos relativos, a un nivel mucho
más bajo de operatividad, en un plazo corto, si los criterios que orientan su
acción no son adecuados.
En esos resultados obtenidos por lo represión, la propaganda reaccionaria
pretende fundar conclusiones políticas. "La lucha armada no es viable en el
Uruguay y, la violencia -como el crimen- no paga", afirman sus portavoces. "La
lucha armada no sólo no conduce al poder sino que es contraproducente,
compromete el trabajo de masas y deja 'pegados' a los militantes que lo
realizan"; corean los reformistas.
La selectividad de la represión que zarandea y golpea, ocasionalmente al
reformismo, pero, en definitiva, lo "perdona" tiende a:
Premiar, ahorrarles el castigo, a quienes se mueven políticamente dentro de las
pautas previstas por el sistema.
Dejar abierta una salida, un escape legalizado y controlable, a las tensiones
sociales. Golpeando selectivamente a los revolucionarios, se beneficia
políticamente al reformismo. Es por esa vía, parece indicar la represión, que
debe tramitarse la lucha de clases.
Las clases dominantes quieren imponer que todos jueguen su juego. Un juego
inventado, previsto por ellos. Un juego en que ellos no pueden perder. Ese juego
bien conocido: partidos legales, propaganda controlada, elecciones periódicas...
y vuelta a empezar. En ese juego ellos tienen una carta que "mata" a todas las
otras. Es la represión. Políticamente hablando, la dictadura. Convencer a todos
de que es así, de que es inevitablemente así, de que ese juego de ellos es lo
natural, de que siempre será así, es el cometido político de la represión.
Lograr que todos los revolucionarios se pregunten: "¿Si hicieron esto, tan
rápido, con una organización como el M.L.N., qué no harán con otros?".
Facilitarles a los reformistas y claudicantes de todo tipo la presunta
confirmación de su tesis contrarrevolucionaria: "la violencia no paga", "los
aventureros". Sugerirles a los vacilantes el camino del "bien y de la ley". La
búsqueda, dentro del sistema capitalista, de la manera de hacer que sea menos
malo... salvando el sistema como tal. Todo eso y mucho más es la "lección" que
quieren hacer aprender. Muchos dudan. A nivel de opinión pública es casi
inevitable que surja el gran reflujo de desengaño ante el presunto fracaso de la
vía armada, de la que muchos esperaban un desenlace revolucionario más o menos
próximo. Muchos tienen miedo y el miedo los paraliza. Muchos quedarán "quemados"
por la experiencia negativa.
Todo eso pasa cada vez que la revolución sufre una derrota. Y lo que parecerá
ser el desmantelamiento del aparato del M.L.N. es, digámoslo con toda claridad y
pensando bien las palabras, una grave derrota para la revolución uruguaya. Es
una importante batalla perdida. No es, no puede ser ni será el fin de la guerra.
No es, no puede ser, por supuesto, el fin de la lucha de clases. Esta existe y
existirá, bajo formas distintas, con niveles distintos en cada momento, en cada
etapa, hasta que el sistema se derrumbe. Así será porque esa lucha nace del
propio sistema capitalista, de su propia esencia explotadora y opresiva. Es un
producto de su organización y funcionamiento. Mientras ese sistema exista, habrá
inevitablemente, lucha de clases.
La derrota de hoy no es tampoco el fin de la lucha armada. Esta existe y
existirá como un nivel de la lucha de clases mientras el proceso
económico-social y político de nuestro país se siga dando dentro de los términos
actuales. Porque ese nivel de lucha armada surge como una necesidad planteada
por las características del proceso de deterioro económico-social y político al
que no le han encontrado ni le encontrarán salida las clases dominantes. Es ese
deterioro sin salida el que plantea la necesidad de un nivel de lucha armada, y
mientras siga el proceso de deterioro seguirán habiendo condiciones para una
actividad armada. Siempre habrá organizaciones que asuman esa tarea para la cual
las condiciones están dadas.
La lucha armada no terminará, en fin, porque hay organizaciones en condiciones
de continuarla. Y continuará.
Lo que no debe perdurar es la concepción errónea que ha predominado aquí, hasta
ahora, en esa materia. Lo que está en crisis -confiemos que definitivamente- es
la concepción foquista. La derrota que bajo esa orientación sufre hoy la
revolución uruguaya es para nosotros, revolucionarios, también nuestra derrota.
El camino de la revolución no transcurre en un prado florido. Es difícil,
tortuoso y está empedrado de dificultades. Por él se avanza y en él se aprende y
hasta cayendo. ¿Cuántas veces? ¿Cuánto tiempo? No hay en estas cosas, bola de
cristal ni magos que puedan predecir el futuro. Aquí, también se hace camino al
andar. La marcha es larga, lo sabemos. Lo único decisivo es la voluntad de
seguir adelante. No para quemarnos como bonzos, en aras de una fe ciega. Sino
porque las condiciones en que se desenvuelve el proceso lo hacen imprescindible
y posible. Sólo abandonaremos la vía de la acción armada, si un cambio muy
importante de aquel proceso nos indicara que ella es contraproducente para los
fines revolucionarios. Nada que indique ese cambio ha sucedido. Al contrario. El
proceso de deterioro es más claro y grave que nunca. Nada indica, por lo tanto,
que tengamos que cambiar la estrategia, y en esa estrategia, la lucha armada
ocupa un lugar fundamental.
La actividad armada se orientó hasta hoy, predominantemente, a través de la
concepción foquista. Con esa concepción discrepamos desde el principio, vimos y
señalamos sus debilidades, hicimos lo posible porque ellas fueran superadas,
orientamos nuestra práctica según otra línea. Contra todas las apariencias, por
encima de nuestras propias insuficiencias, de nuestros propios errores, el
tiempo, los hechos, nos han dado la razón. No podemos alegrarnos al comprobarlo.
Ante tantos compañeros del M.L.N. asesinados, torturados bestialmente, presos,
ante toda esa maravillosa construcción levantada en años por el esfuerzo de
tantos que se jugaron por la revolución y que hoy parece irse derrumbando, no
podemos sentir satisfacción por el hecho de que se cumpla puntualmente lo que
previmos hace años. Esos muertos son nuestros muertos, esos torturados son
nuestros torturados. Tan nuestros como los compañeros de la Organización que
hoy, que ahora mismo, están soportando las más salvajes torturas, están jugando
su vida defendiendo los principios, la vida y la línea de nuestra Organización.
Lejos de nosotros, pues, toda suficiencia. Mucho más lejos, obviamente, la
actitud canallesca de los reformistas, oportunistas y cobardes, que escupen
ahora, ostentosamente, el odio contrarrevolucionario que escondieron
hipócritamente, cuando las cosas iban mejor. El camino es largo, tortuoso,
empedrado de dificultades. Es casi imposible no tropezar, no caer inclusive.
Sobre todo en las condiciones tan complejas, tan particulares de Venezuela. Pero
de los tropiezos y las caídas hay que aprender. Si, la marcha es larga y
difícil. Por eso mismo sería imperdonable tropezar dos veces en la misma piedra.
Para no hacerlo, para aprender, hay que analizar con la mayor objetividad
posible lo que ha pasado en estos meses duros, y a partir de las conclusiones de
ese análisis, habrá que afinar la técnica, prever más pormenorizadamente sus
términos.
II
Como toda victoria revolucionaria, el triunfo de la Revolución Cubana tuvo en
América Latina un efecto estimulante contribuyendo a hacer avanzar el proceso de
la lucha en todo el continente. Demostró la viabilidad de la lucha armada,
evidenció la existencia de condiciones para iniciarla. Demostró que, incluso, en
ciertas condiciones precisas y concretas, se podía obtener la victoria en un
lapso relativamente corto. Esa fue la experiencia cubana. No nos queremos
extender aquí sobre las vastas y variadas repercusiones que la Revolución Cubana
tuvo. De Cuba aprendieron los revolucionarios muchas cosas. También aprendió la
contrarrevolución.
Hoy nos referimos sólo a una concepción de la lucha armada, que se presentó como
basada en la experiencia de Cuba. Esta concepción conocida como "teoría del
foco" o "foquismo" sistematizada en su momento por Régis Debray, especialmente
en su obra "¿Revolución en la Revolución?" pretendió ser una conceptuación de la
experiencia cubana. Pretendió concretar en algunos criterios
estratégico-tácticos bastante precisos, las enseñanzas que, según sus
sostenedores, se podían sacar de la guerra de guerrillas en Cuba. Esos criterios
estratégicos se presentaron como generalizables, como aplicables en la mayoría
de los países latinoamericanos. Su influencia fue muy grande, motivando
entonces, sobre todo a propósito de su formulación por Debray, polémicas muy
intensas.
En nuestro país también se polemizó al respecto, también se ejerció fuertemente
la influencia de esas concepciones. Esas concepciones fueron las que guiaron,
básicamente, la práctica de M.L.N. Apresurémonos a aclarar que la línea del
M.L.N. no fue, sin embargo, una aplicación digamos ortodoxa, clásica, de los
criterios foquistas. A lo largo de sus años de actuación y aún desde sus
comienzos, dicho movimiento introdujo variantes, corrigió o adaptó los conceptos
foquistas. La línea estratégico-táctica del M.L.N. no ha sido un traslado
mecánico de la línea foquista primera y original. Esas adaptaciones constituyen
lo original, lo propio, lo específico de la experiencia de guerrilla urbana (las
Unidades Tácticas de Combate) que el M.L.N. protagoniza en Uruguay. Sin embargo,
a pesar del grande y muy valioso esfuerzo creador aplicado a la adecuación del
foquismo a las condiciones locales, ese esfuerzo no llegó a alterar los
supuestos básicos foquistas que informan la práctica del M.L.N. Este constituye
una variante sin duda original y específica del foquismo. Por eso dada la gran
importancia que la actividad que ese movimiento tiene en el proceso de las
luchas en nuestro país, es útil antes de analizar su actuación, realizar un
balance evaluativo de los criterios que constituyen la concepción foquista de la
lucha armada, tal como ellos fueron formulados por sus teorizadores, en especial
por Debray.
Nuestra Organización discrepó con el foquismo desde su surgimiento como
concepción. Entendemos que los fracasos que hoy experimenta el M.L.N., y con él
la revolución uruguaya, responden a que las debilidades del planteo foquista no
fueron superadas oportunamente, por el M.L.N. A que sus esfuerzos apuntaron a
una adaptación del foquismo y no a romper con él. Esto nos lleva en primer
término a exponer brevemente las características que entendemos más salientes
del planteo foquista.
Estas son:
1. La necesidad de iniciar la lucha armada a la brevedad posible siempre que
existan ciertas condiciones económico-sociales que la hicieran viable. Se partía
de la base de que esas condiciones estaban dadas en la casi totalidad de los
países latinoamericanos (Debray decía que el Uruguay y Chile eran la excepción,
que en ambos países no se daban esas condiciones), como consecuencia de su
subdesarrollo y atraso.
2. Las condiciones políticas y aún ideológicas (llamadas "condiciones
subjetivas") se desarrollarían como consecuencia de la actividad del foco
armado. De ahí que la existencia o no de los partidos políticos revolucionarios
se considerase como algo secundario y seguramente no prioritario. Las simpatías
suscitadas por la actividad militar del foco, debían ser encuadradas en
organizaciones cuya función era, casi exclusivamente, contribuir al esfuerzo y
la victoria militar. Más que partidos, propiamente hablando, lo que se trataba
era de organizaciones de apoyatura y sostén del esfuerzo militar, con tareas de
cobertura, apoyatura logística y propagandística, reclutamiento, etc.,
concentradas hacia el desarrollo del potencial operativo del foco armado, y a su
crecimiento. El desarrollo de la lucha se mediría en términos de crecimiento de
la capacidad operativa; el éxito en términos de éxito militar; y la victoria era
la victoria militar en la guerra. La expectativa y la confianza en esa victoria,
que surgiría de la acción armada, era el logro y el requisito esencial en el
plano ideológico.
3. La guerra se concebiría en términos de guerra de guerrillas, centrada en el
medio rural, al amparo de condiciones geográficas adecuadas (montañas, selvas,
etc.) que hicieran posible el ocultamiento de los guerrilleros y viable la
táctica de "golpear y desaparecer" moviéndose siempre, característica de la
guerrilla rural. En su formulación clásica, original, el foquismo negaba la
viabilidad de la guerrilla urbana. Por definición "siempre en presencia del
enemigo" siempre alcanzable por éste, el guerrillero urbano -se decía- estaba
condenado a un rápido aniquilamiento. La actividad armada y urbana sólo
cumpliría una función complementaria de la guerrilla rural, que sería quien
protagonizaría el enfrentamiento, y quien a través de muchas pequeñas victorias
parciales, conquistaría la victoria final reduciendo a la impotencia al ejército
contrario.
4. La actividad militar del foco inauguraría un proceso donde cada acción, cada
operación del foco motivaría réplica generalizada, respuesta de la represión. En
la medida en que la guerrilla fuera operando con intensidad mayor, a niveles más
altos, la represión se iría endureciendo, se iría generalizando. En la medida en
que la dura represión, generalizándose, afectara a un sector cada vez más amplio
de la población, mayores serían las simpatías que concitaría el foco y mayores,
por lo tanto, sus posibilidades de desarrollo. En esta dialéctica ascendente de
acción-represión, se generarían condiciones político-sociales cada vez más
favorables a la acción militar, hasta culminar en una situación ideal en que
importantes sectores de la población, sosteniendo a la guerrila, su vanguardia
armada, impondría la caída del gobierno despótico, solo sostenido por la minoría
privilegiada y por el aparato represivo, vencido en sus esfuerzos por suprimir
militarmente la guerrilla.
La generación de esta dinámica -en definitiva el planteo central del foquismo-
emanaría de los éxitos armados. Estos generarían la perspectiva de victoria
capaz de atraer a las masas en el marco de una creciente opresión política. La
actividad de la guerrilla, la respuesta represiva que ella inevitablemente
produciría, cerraría ante las masas todas las puertas, todas las vías que no
fueran la vía de la lucha armada, volcando -necesariamente- al pueblo del lado
de la revolución. Así se procedería por un camino corto, simple y directo, a la
"politización de las masas", su nucleamiento tras la vanguardia armada
guerrillera. A partir de este planteo se caía en la subestimación de la
importancia de toda la actividad de masas (gremial, propagandística, política
pública) no apuntada de manera directa a favorecer el esfuerzo bélico. Una
actividad de masas suponía distraer fuerzas en aspectos considerados muy
secundarios o aún negativos en la medida en que pudieran abrir expectativas y
perspectivas que compitieran, eventualmente, con la vía de la lucha armada. Por
lo demás, se partía de la base de que toda organización, toda actividad pública,
sería barrida rápidamente por la represión una vez puesta en marcha la mecánica
acción-represión accionada por el foco guerrillero.
El tiempo transcurrido, la intensa, rica y tantas veces dolorosa experiencia
realizada en estos años por los movimientos revolucionarios latinoamericanos,
han ido dejando en claro los funestos errores del foquismo.
1. El simplismo de su concepción sobre las condiciones necesarias para iniciar y
sobre todo para llevar adelante la lucha armada. Este tema, vasto y de
importancia definitoria, merece, obviamente una consideración particularizada,
que desborda el marco de esta breve referencia. Involucra el análisis de las
relaciones entre las condiciones del nivel económico de la lucha de clases y los
niveles político e ideológico (condiciones subjetivas de la misma y la
consideración del papel que le cabe a la actividad armada en relación con ellos.
Implica el deslinde con las corrientes reformistas, y lleva, necesariamente, a
dilucidar puntos de vista teóricos, y a la crítica de las raíces sociales e
ideológicas de la propia concepción foquista. Volveremos sobre este tema.
2. El desarrollo de las condiciones políticas y mucho menos el de las
condiciones ideológicas, no se deriva de la actividad de la guerrilla en los
términos bastante mecánicos previstos por el foquismo. La actividad del foco
armado no se ha evidenciado como un sustituto adecuado, ni siquiera como un
sustituto posible y viable de la actividad de partido. Esta insuficiencia salta
a la vista en la medida en que la lucha se prolonga. Las respuestas políticas,
tanto de las clases dominantes como de las dominadas, no se ajustan a las
previsiones demasiado esquemáticas y rectilíneas del foquismo. Es evidente que
pesó sobre esta concepción una perspectiva demasiado simplista de la estructura
y funcionamiento de los niveles político e ideológico, cuya importancia,
notoriamente se subestimó. Se sobrestimó, en cambio, notoriamente, la
posibilidad de forzar por las armas el cambio de las condiciones políticas y de
la mentalidad, creencias, de la gente. El retardo en el avance de las llamadas
condiciones subjetivas siguió pesando, produciendo frecuentemente, el
aislamiento del foco rural, y creando así, las condiciones de su aniquilamiento.
3. El rechazo de la posibilidad de una guerrilla urbana y la exclusividad
reclamada para la guerrilla rural, es cosa juzgada por los hechos. Ha existido y
existe una amplia práctica de lucha armada urbana. Inclusive es notorio que es
ésta última la que ha ido adquiriendo en América Latina y aún a nivel mundial,
un mayor desarrollo.
4. La mecánica acumulativa y ascendente de acción-represión, que conduciría a
una polarización favorable de fuerzas, generalizando y aislando a la represión,
y desarrollando y arraigando al foco, no se da habitualmente. La represión ha
aprendido a mantener su selectividad, las clases dominantes pueden y saben
adoptar contramedidas que traben y reviertan esta dinámica. En su estrategia, la
actividad contrarevolucionaria del reformismo y el manejo de los viejos mitos
ideológicos del liberalismo burgués, (las elecciones, la legalidad, etc.) han
jugado un papel de una importancia que el foquismo no previó.
III
A la influencia de la concepción foquista puede imputarse la mayoría de los
fracasos experimentados en los años posteriores al triunfo de la Revolución
Cubana. No fue la lucha armada lo que fracasó, las que fracasaron claramente
fueron las expectativas cortoplacistas que el foquismo entraña. En medio de esos
fracasos es innegable -sin embargo- que la práctica amplia de la lucha armada
contribuyó decisivamente a modificar las pautas y características de la acción
política en América Latina.
La práctica armada modificó radicalmente la manera de percibir y encarar los
problemas de la revolución. Elevó a replantearse éstos en términos concretos y
precisos. Puso sobre el tapete con realidad y urgencia acuciantes, los temas
relacionados con las formas concretas de lograr con la violencia, la destrucción
del poder burgués. Desde entonces está abierta insoslayablemente el problema del
método a emplear, para desarrollar la vía armada de la revolución. El problema
de la estrategia militar revolucionaria. Todo ello entrañó una revalorización
del empleo, a todos los niveles, de la violencia revolucionaria.
De la revolución hace varios decenios que se habla mucho en estos países. Pero
hacía tiempo que poco se hacía por ella en concreto. Nada se planteaba respecto
a las formas concretas en que el proceso revolucionario se plasmaría. En general
el vacío que este problema sin previsible solución dejaba, se rellenaba con el
mito de la llamada "insurrección proletaria" concebida en términos de un
levantamiento popular generalizado, con gente que salía en masa a la calle,
barricadas, etc. Mito heredado del siglo pasado y que la Comuna de París de
1871, el Octubre soviético o el 18 de Julio catalán, concretándolo con
realidades, contribuían a mantener vivo en la imaginación de la gente.
No se trata de que insurrecciones de este tipo no se puedan hacer. No se trata
de que sean, bajo cualquier condición, imposibles. El "cordobazo" de mayo del 69
y jornadas similares en Rosario, Tucumán y otras ciudades, muestran de manera
más que suficiente y con ejemplos bien cercanos, que la era de las
insurrecciones populares generalizadas, callejeras, está muy lejos de haber
terminado. El problema es que la insurrección se convierta en mito, un mito
cómodo, oportunistamente manejable, si se la aisla de la práctica política
concreta, habitual y cotidiana. Y eso es lo que desde hace muchos años hacía y
hace el reformismo. Eso es lo que hizo primero la social democracia de los
viejos partidos socialistas, que terminó renunciando expresamente a la
violencia, a la insurrección y a la revolución. Eso es lo que hicieron y hacen
los neo-socialistas de los partidos comunistas que todavía hablan de revolución
mientras hacen lo posible para que ésta no llegue.
El reformismo ubica la insurrección en el cielo de los ideales inalcanzables.
Exaltándola verbalmente trata -en los hechos- de impedir que se prepare. En ese
desencuentro, en esa incoherencia entre su práctica política
contrarrevolucionaria y su verbalismo sobre un desenlace insurreccional final,
buscan fundamentar su eterna afirmación de que "faltan condiciones" cada vez que
se intenta hacer avanzar el proceso de la lucha política, aplicando medios no
incluidos en su muy limitado recetario. Este se limita básicamente a dos cosas:
a) en el nivel económico de la lucha de clases, acción reivindicativa salarial,
desarrollada con el mayor respeto por la "legalidad" burguesa y por ende
pacífica; b) en el nivel político, parlamentarismo, electoralismo, como forma de
capitalizar políticamente los resultados de la lucha económica. Confinando su
práctica a todos los niveles dentro de los marcos cada vez más estrechos de la
legalidad burguesa, el reformismo crea las condiciones para su integración cada
vez mayor en el sistema. Obstaculiza y trata de impedir el desarrollo de las
condiciones para la destrucción de éste.
Es obvio que si el designio y el proyecto revolucionario no están presentes
guiando la práctica cotidiana de la lucha a todos los niveles, nunca se
procesarán las condiciones para un desenlace revolucionario. El sistema
capitalista no será destruido siguiendo las reglas de juego que él mismo se da
para asegurar su continuidad. Esa continuidad es la que contribuye a mantener
quien se aviene a hacer sólo lo que la legalidad burguesa permite, o sea sólo lo
que la legalidad manejada por la burguesía, recomienda que se haga. Por eso de
la línea reformista sólo puede surgir un reformismo cada vez mayor, un retroceso
cada vez mayor respecto del famoso desenlace insurreccional que posponen para un
"momento oportuno" indefinible. Por eso no pueden formular, ni quieren hacerlo,
ningún lineamiento estratégico-militar.
Convirtiendo en mito la idea de la "insurrección proletaria", los reformistas la
convierten en pretexto legitimante de su práctica contrarrevolucionaria, tan
útil al sistema. Lejos de representar una alternativa opuesta a éste, apuntada a
destruirlo, se convierte en la práctica diaria, en los hechos concretos y
cotidianos, en una manera de "perfeccionarlo", de corregirlo en sus
manifestaciones más extremas y visibles de injusticia.
Importa insistir sobre esto, porque el mito de una inaprensible insurrección
futura, súbita y milagrosamente surgida, sin que nadie la prepare, como final
paradójico de una práctica ultralegalista, es la contrapartida de otro mito
arraigado: el de la invencibilidad de la represión. "La revolución será posible
cuando haya condiciones" dicen los partidos comunistas y con ellos todos los
reformistas agregan "llegará entonces el día de la revolución". "Pero los que
antes de ese día violen las leyes, empuñando las armas, serán fatalmente
vencidos" afirman. Y a partir de ahí condenan siempre como "putchistas",
"aventureros", "aprovechadores" a quienes no se resignan a transitar por la vía
muerta electoral, esperando ese hipotético día en que la revolución baje
milagrosamente del cielo idealista en que la recluye la charla barata de los
capituladores.
Esta absurda concepción, disfrazada con fraseologías seudo-científicas, fue
durante mucho tiempo la predominante en la izquierda. Ante cada fracaso, ante
cada derrota de la revolución, se trata, otra vez, de rehabilitarla como un
dogma inviolable. Ante cada triunfo de la revolución se trata de adoptarlo, se
trata de inventar seudo-demostraciones de que en realidad la revolución avanza
aplicando las doctrinas...de los reformistas.
Pero a pesar de sus inagotables recursos "polémicos" los reformistas no pueden
ni podrán destruir los hechos. Y es en el terreno de los hechos donde se ha
demostrado la viabilidad de la lucha armada, ya incorporada definitivamente a la
estrategia política de las organizaciones revolucionarias.
El problema vigente es el de las características precisas que debe revestir en
cada formación social, nacional o regional, esa estrategia.
No está sobre el tapete una polémica en torno a la adopción de la guerrilla
urbana o la rural como formas exclusivas o excluyentes. No radica allí el centro
del análisis útil que puede realizarse en torno a la experiencia de lucha armada
pasada o actual. El tema central es el análisis de la concepción foquista que en
su formulación primaria y ortodoxa sostuvo la guerrilla rural como forma
prioritaria y exclusiva, pero que luego se adaptó también a formas de guerrilla
urbana. Es esta concepción foquista en todas sus variantes lo que está en crisis
y no la lucha armada, que mantiene su vigencia. La lucha armada como la
concebimos, como aspecto fundamental de la práctica política de un partido
clandestino que actúa también, en base a una estrategia armónica y global, a
nivel de masas. Es esta concepción correcta de la lucha, la que resulta
reafirmada por la experiencia recogida.
IV
El desarrollo de la lucha cambió totalmente en estos últimos años los términos
en que tradicionalmente se planteaba la lucha en América Latina. Significó la
superación, seguramente definitiva, de una larga etapa en la cual aquella lucha
se concebía según dos pautas:
a. a nivel económico de la lucha de clases: actividad de masas, sindical, de
contenido reivindicativo, fundamentalmente salarial, procesada por los métodos
tradicionales (paros, huelgas, actos, etc.) practicados dentro de los marcos de
la legalidad burguesa.
b. a nivel político de la lucha de clases: actividad de partidos legales con sus
métodos tradicionales (locales públicos, actos, propaganda, publicaciones,
difusión ideológica, etc.) apuntada decisivamente a obtener resultados
electorales.
La vía para llegar al poder (identificado falsamente con el gobierno) era el
voto. La obtención de representaciones parlamentarias cada vez más numerosas,
significaba etapas hacia ese desenlace. La violencia en los niveles tanto
económicos como políticos de la lucha de clases -decían- era negativa puesto que
implicaba poner obstáculos, "pretextar" obstáculos a la vía electoral. Concebida
ésta como la única vía posible para llegar al "poder" y siendo éste el problema
cardinal de la práctica política, todo debía contribuir a mantener abierta esta
vía. Dicho de otro modo: siendo la obtención del poder lo políticamente
decisivo, llegándose al poder por la vía electoral y siendo las elecciones algo
"legal", había que estar dentro de la ley para poder votar...y así poder llegar
al poder.
Esta ha sido y es la médula del planteo político reformista, electoralista. En
base a ese planteo toda violencia debería ser rechazada porque hace peligrar las
elecciones, y por lo tanto, la posibilidad de llegar al poder. Se complementa
esta "argumentación" identificando el legalismo con la posibilidad de realizar
cualquier tipo de actividad de masas. Aún a nivel sindical, sólo se podrá
mantener "contacto con las masas" actuando "legalmente". La violencia sólo da
"pretextos" a la represión, represión que fatalmente "aisla", tal parte del
razonamiento que los reformistas hacen. A nivel de la lucha económica, la
violencia "pretexta" represión, aisla, perjudica la actividad de masas y hasta
puede pretextar que la reacción obstaculice la única vía -necesariamente
electoral y por tanto necesariamente legal- para llegar al poder. Sería entonces
"infantilismo", "espontaneísmo". Y ahí los reformistas se ceban con los errores
del anarco-sindicalismo, que al subordinar, efectivamente, el nivel político al
nivel económico de la lucha de clases, al no proponer una solución clara al
problema de la destrucción del poder burgués, queda "regalado" para críticas
demasiado fáciles de los reformistas.
Por nuestra parte y hace años -lo repetimos por las dudas- sostenemos que el
objetivo de la violencia a nivel de la lucha económica, NO ES SOLO ni siquiera
es PRINCIPALMENTE la obtención de las reivindicaciones económicas en sí mismas.
Que la violencia en la lucha económica tiene por función contribuir -entiéndase
bien CONTRIBUIR- a elevar el nivel de esas luchas a nivel político. Contribuir
(junto con los otros medios: propaganda, lucha ideológica, lucha pública legal o
no) a elevar la lucha económica en la mayor medida posible, al nivel de lucha
política. Contribuir a elevar la conciencia gremial de interés económico que
anima la lucha económica. Contribuir decimos, a elevarla a conciencia política,
de interés político que es la conciencia necesaria para destruir el poder
político burgués -el estado burgués- objetivo último de toda práctica política
revolucionaria.
Destrucción del estado capitalista, destrucción del poder burgués que es
necesariamente violento, que no se puede lograr llegando (suponiendo que se
pueda...) a través de elecciones a ocupar ciertos cargos oficiales (en las
Cámaras o aún en la Presidencia) que son apenas algunos elementos y no los más
importantes, a través de los cuales opera el poder burgués. Y como es imposible,
nunca se vio, ni nadie sensatamente puede pretender que el estado capitalista se
"extinga" para dejar paso al socialismo, ni que la burguesía vaya a "donar"
pacíficamente sus propiedades al pueblo o vaya a renunciar pacíficamente a su
dominación y a su poder, éstos deben ser destruidos por la fuerza.
Sólo los caraduras burgueses, mintiendo a sabiendas, hablan de que el
capitalismo ha cambiado en su esencia. Que ahora es "capitalismo del pueblo"
como dicen los ideólogos yanquis y corea aquí, repitiéndolos Rafael Caldera.
Sólo los vivillos -o papanatas- reformistas creen que le van a cambiar, de a
poquito, con "sabias" leyes parlamentarias. O que pueda haber un capitalismo
"bueno", dirigido por una "burguesía nacional", que algunos inventan cada vez
que la cosa se pone medio fea...
La afirmación de esa necesidad de la violencia revolucionaria, la necesidad de
la revolución, y la superación teórico-práctica del reformismo pequeño-burgués
(nacionalista o democristiano, "populista" que le dicen) u obrero
(social-demócrata, trotskista, o comunista, "marxista" que le dicen) ha sido el
aporte fundamental que las organizaciones armadas de América Latina han hecho al
proceso ascendente de las luchas de nuestros pueblos.
Una organización es realmente revolucionaria si se plantea y resuelve realmente
el problema del poder, y el problema del poder sólo se resuelve con una adecuada
línea de práctica de la violencia, o sea con una adecuada línea militar. La
demostración en suma de que sólo habrá socialismo con revolución, o sea con
destrucción violenta del estado burgués. Que sólo habrá destrucción violenta del
estado, del poder burgués, con una práctica político-militar adecuada, son todos
aportes hechos en estos años por las organizaciones armadas del continente.
Dicho de otro modo. Ninguna organización es realmente revolucionaria hasta que
no se plantea y resuelve los problemas del aspecto violento, militar de su
práctica política.
No hay política revolucionaria sin teoría revolucionaria. No hay política
revolucionaria sin línea militar revolucionaria. Todo esto ha quedado claro, y
clarificar esto ha sido un aporte invalorable. Ha hecho avanzar la lucha de
clases a todos sus niveles.
Pero la realidad es dialéctica. Cuando se han hecho ciertas comprobaciones, a
partir de esas comprobaciones surgen problemas nuevos. Cuando se ha llegado a un
nivel superior, más elevado de comprensión, de práctica, y de experiencia (y la
comprensión -salvo para los charlatanes de café- siempre indica experiencia,
práctica) nuevos problemas, también a un nivel más alto, más fino, requieren
nuestra atención y deben ser resueltos.
Nuestro país no ha sido, como pronosticaban algunos, una excepción dentro del
proceso de avance de la revolución latinoamericana. Aquí también hemos vivido
prácticamente aquellas experiencias. Aquí ha habido y hay una vasta y fecunda
práctica político-militar. Analizarla, profundizar en su contenido, comprender
realmente las causas y el sentido de sus avances y sus retrocesos, es una tarea
decisiva de hoy a la que no nos podemos sustraer.
V
La práctica de la guerrilla urbana en nuestro país por parte de los UTC del
M.L.N. supuso, desde el principio, la introducción de variantes en el esquema
foquista ortodoxo. La más obvia: el carácter urbano de la guerrilla, que en su
momento muchos negaban como viable.
Pero la guerrilla replantea básicamente dos problemas políticos:
1. el problema de las características que, en condiciones de guerrilla urbana,
reviste la vinculación de la guerrilla con las masas y la política a desarrollar
en relación con esto. En otros términos, el problema de las modalidades
concretas según las cuales, actuando la guerrilla en medio urbano, se capitaliza
políticamente la simpatía popular que puede promover su acción;
2. el problema de como se procesa, a través de la práctica guerrillera urbana,
la destrucción militar del aparato represivo, requisito previo para la
destrucción del poder burgués.
La mera formulación de estas dos cuestiones nos conduce claramente a plantearnos
dos preguntas que son previas, porque las respuestas que les demos, dependerán
del tipo de solución que les demos a los dos problemas planteados antes.
Las dos preguntas son: 1º.) ¿Para qué se hace la guerrilla, cuáles son sus
objetivos, su programa? 2º.) ¿Cuándo se inicia la lucha guerrillera y cuándo
termina?
1. ¿Para qué se hace la guerrilla, cuáles son sus objetivos, su programa? Ha
habido guerrillas cuyo objetivo fue sólo la conquista de la independencia
nacional. Planteándolo en términos de clase, esta independencia significa
sustituir la dominación política directa por la burguesía metropolitana
imperialista, ejercida a través del aparato de estado burgués, metropolitano,
sustituirla decimos, por la dominación ejercida por la burguesía local, a través
de un aparato de estado burgués local, "nacional". Las burguesías nacionales en
la etapa actual, imperialista, del capitalismo son -lo sabemos- burguesías
dependientes y los estados que ellas crean son solo a medias soberanos.
No le queremos restar su importancia a estos procesos de lucha por la
independencia política, ni negar las posibilidades de acción revolucionaria que
pueden habilitar en ciertas coyunturas. Simplemente queremos descarnar, desde un
punto de vista clasista, la esencia de un asunto en torno al cual se hace cada
vez más barullo y confusión.
Guerras por la independencia fueron las que protagonizaron, por ejemplo, el IRA
en Irlanda, dirigido por el nacionalista burgués De Valera; el IRGUN ZVAL LEUMI
dirigido por el fascista judío Menahen Beguin en Israel; la EOKA dirigida por el
coronel fascista greco-chipriota GRIVAS en Chipre. Todas guerras de guerrillas
por la independencia nacional, anticoloniales, contra la dominación inglesa. No
guerras de liberación, de sentido socialista y antiburgués.
Los imperialistas ingleses no querían -por supuesto- irse. La guerrilla, en los
tres casos citados, casi exclusivamente urbana, llevó contra ellos guerras
relativamente breves. No daremos detalles aquí. Información periodística y
somera, pero suficiente a los efectos, se encuentra en libros como "La guerra de
la pulga" de Taber.
Inglaterra -imperio decadente como Francia- resistió hasta cierto punto. Cuando
el balance de costos económicos y -fundamentalmente- políticos les fue
claramente deficitario, se fueron. Porque los ejércitos coloniales pueden irse.
Los ejércitos "nacionales", de las burguesías nacionales dependientes, en
cambio, cuando las revoluciones son sociales, anticapitalistas, resisten hasta
el fin. Deben ser vencidos militarmente, destruidos. Esto pone sobre el tapete,
de entrada, una diferencia esencial entre la dimensión de la tarea militar a que
se ven abocadas las revoluciones burguesas por la independencia política y las
revoluciones de las clases dominadas por su liberación nacional.
De las tres revoluciones anticoloniales que citamos antes, las respectivas
guerrillas urbanas, tuvieron como cometido esencial, generar condiciones
políticas que ambientaran soluciones de compromiso entre las clases dominantes
de sus países y las de los países imperialistas. En el Uruguay, donde la
independencia formal ya está conseguida, la función de la guerrilla urbana es la
de contribuir a derrocar el poder de las clases dominantes locales, aliadas al
imperialismo. Su tarea político-militar, es, por lo tanto, mucho más compleja y
esencialmente distinta. De ahí que no nos sea posible recoger, simplemente, como
"modelo" la experiencia de aquellas guerrillas urbanas anticoloniales, tentación
a la que no siempre se sustraen quienes meditan o escriben sobre estos temas.
Los objetivos de la revolución condicionan toda la política revolucionaria, sin
excluir sus aspectos militares. De ahí que sea previa a toda otra consideración,
definir os objetivos o sea, en términos generales, el carácter del proceso
revolucionario en el cual se inscribirá la práctica político-militar.
En las guerras por la independencia, la causa es "nacional", o sea que es la
causa de las clases dominantes locales, asumida en general a nivel de militancia
concreta, por las pequeñas burguesías locales, imbuidas de la ideología de
aquellas clases dominantes. Cabe hacer esta puntualización puesto que es
imposible concebir una idea de nación, de patria, ajena a un contenido de clase.
La nación no es más que la nación burguesa, donde dominan los burgueses, cuando
este concepto lo maneja la burguesía. Desde un punto de vista clasista, el único
concepto de nación aceptable, es el que involucra la desaparición del
capitalismo, el socialismo. Así el "interés nacional" de la burguesía, nada
tiene de común con el interés nacional de las clases trabajadoras. Pero en las
revoluciones anticoloniales es generalmente la ideología nacionalista burguesa
la que predomina y aglutina tras las clases dominantes locales, al conjunto de
la población. La realidad de la lucha de clases se oscurece entonces, tras la
ideología "patriótica". Entonces es fácil movilizar a todo el pueblo, sin
distinciones, tras la guerrilla. Esta obtiene rápidamente un apoyo "nacional"
para una guerra "nacional"...burguesa. Si la guerra no es anticolonial sino
social -y así será en el Uruguay- habrá tantos "patriotismos" como clases
sociales estén en condiciones de generar tendencias ideológicas. Habrá un
"nacionalismo" burgués que será la cobertura ideológica de la real dependencia
del imperio. Y habrá un nacionalismo obrero y popular que será la proyección, a
nivel de la cuestión nacional, de la teoría socialista y de los contenidos
ideológicos fundados en ella.
La guerrilla urbana no tendrá aquí, nunca, el apoyo de "toda la nación" por más
que se proclame nacionalista. Sólo tendrá el apoyo de aquellas clases que estén
interesadas en el socialismo. Sucederá así porque nuestra revolución será social
y no anticolonial. Porque enfrenta y enfrentará a una burguesía que, por más que
sea dependiente en la realidad, económica, política e ideológicamente, en lo
formal ya ha concretado la independencia política, ya ha estructurado su estado
como estado "soberano". No es posible aquí -y esto es útil retenerlo- una lucha
nacional, anti-imperialista, al margen de la lucha de clases. Dicho de otro
modo: lo central y prioritario es la revolución contra la burguesía nacional
dependiente y sólo a través de ésta se desarrollará la verdadera lucha por la
causa nacional del pueblo.
Toda política militar revolucionaria será, entonces, una política militar de
clase, que en todas sus etapas debe coincidir con los intereses de la clase
obrera y demás clases trabajadoras. Es inútil, por tanto, intentar concitar la
adhesión de sectores burgueses en torno a una política revolucionaria, por más
que ésta se vista de "nacional". Las tareas de la revolución uruguaya apuntan a
un tránsito al socialismo y el aspecto nacional de esas tareas, está
inevitablemente subordinado a aquel, su contenido esencial.
Ha habido guerrillas cuyo objetivo ha sido lograr, simplemente, cambios a nivel
político (derribar una dictadura militar, por ejemplo) y realizar ciertas
reformas económico-sociales (reformas agrarias, por ejemplo). Tal fue el caso de
la guerrilla en Cuba, en su etapa propiamente guerrillera de la Sierra Maestra.
La guerrilla no se inició allí con objetivos socialistas, aunque actuaran en sus
filas, desde el principio, militantes que ya eran, sin duda, socialistas como el
Che.
La ideología de Fidel en su alegato "La historia me absolverá" luego del ataque
al Moncada, es la ideología de un pequeño burgués, liberal y reformista. No más.
El programa económico del "26 de Julio" bajo la influencia del economista Felipe
Pazos, era desarrollista, postulaba un desarrollo capitalista nacional que
incluía, como siempre en estos casos, y como aconsejaba CEPAL, medidas de
reforma agraria y reformas sociales diversas. El objetivo político era derrocar
la dictadura militar de Batista para restablecer la democracia parlamentaria, la
democracia liberal burguesa. El objetivo económico-social era la reforma agraria
propietarista, la lucha contra los monopolios extranjeros, el desarrollo
capitalista "nacional", la "justicia social"...capitalista.
Se pagaba tributo así a la utopía pequeño-burguesa de un capitalismo
independiente, sin las "injusticias" y los "abusos" de los monopolios
extranjeros. Un capitalismo pre-monopolista y "humano" con el obrero...
Con este programa, enfrentada a una dictadura corrupta, aplicando por primera
vez en América Latina la estrategia del foco guerrillero rural, la guerrilla
agrupó, en poco tiempo, tras de sí a todo el pueblo, incluso a la colonia
cubana, para enviar fondos al movimiento del "Doctor Castro" que salía, sin
problemas, fotografiado en las portadas de "Life".
¿Qué esperaba el imperialismo? Al principio sostuvo a Batista. Cuando vio que
éste estaba gastado lo abandonó. No desembarcaron allí los "marines" como lo
harían unos años después en Santo Domingo. Se resignaron a que el "Doctor
Castro" -al fin de cuentas un joven e inexperto guerrillero liberal, pensaban-
volteara a la dictadura militar. Luego los viajes políticos burgueses de aquella
islita vecina se encargarían de que las cosas se encarrilaran
democráticamente...en favor del imperialismo y su burguesía dependiente.
Estas previsiones yanquis parecieron cumplirse al principio. Un abogado burgués,
el Doctor Urrutia, recibió la presidencia de manos de Fidel victorioso. Miró
Cardona fue primer ministro y respetables figuras formaron su gabinete. Es un
tiempo después que cayó Batista que se produce la radicalización de la
Revolución Cubana, su rápido viraje hacia nuevos objetivos: hacia objetivos
socialistas. No vamos a describir ese proceso que nos apartaría de nuestro tema.
Baste recordar que Urrutia tuvo que renunciar, que Miró Cardona huyó a Miami,
que varios ministros de la primera hora pasaron a la contrarrevolución...
Imperialismo y burguesía esperaban un mero relevo del personal de gobierno y les
salió un cambio de sistema social. Nunca más se expondrían en América Latina a
tales sorpresas. Toda revolución, en lo sucesivo, debe contar con la
intervención extranjera respaldada por las burguesías locales. En el caso
uruguayo, cuando llegue a peligrar, alguna vez, la dominación burguesa, la
intervención vendrá. Según lo que se puede prever ahora, lo más probable es que
intervenga la burguesía de Brasil. Este es otro elemento que importa retener.
Recapitulando. Si nos remitimos a las experiencias históricas de guerrillas
urbanas victoriosas o a la experiencia triunfante de guerrilla foquista
latinoamericana, a la pregunta del principio: ¿para qué se hacen las guerrillas,
cuáles son sus objetivos?, deberemos contestar: se han hecho por la
independencia política de colonias o por restaurar la democracia
liberal-burguesa.
1. A la segunda pregunta: ¿cuándo se inicia la guerrilla y cuándo termina?, ya
estamos, por supuesto, en condiciones de contestarla. La guerrilla anticolonial
comienza cuando la maduración de una burguesía local dependiente operando al
amparo de una coyuntura internacional favorable, lanza un movimiento nacional.
Termina cuando se logra la independencia política formal. La guerrilla anti-dictatorial,
democrática, comienza cuando la dictadura, perdiendo su base social, se hace
"insoportable" para la mayoría de la gente, incluyendo sectores importantes de
la burguesía. Termina, con la restauración de la democracia burguesa.
En Uruguay, cuando empezó a operar la guerrilla: ¿Había una situación colonial?.
NO. ¿Había una situación de dictadura? NO. Pero si no era ni anticolonial, ni
democrática, ¿qué sentido, qué carácter, qué objetivos tenía la lucha armada que
se iniciaba? Responder a estas preguntas, implica explicarse los errores y
aciertos del M.L.N. en la resolución de dos problemas básicos que citamos al
principio: a) el de la vinculación guerrilla-masa y b) el de la destrucción
militar del aparato represivo.
VI
En el Uruguay, cuando empezó a operar el foco, no había una situación colonial.
Uruguay es, por supuesto, un país capitalista dependiente pero es quizás, ahora,
uno de los países donde la acción del imperialismo se ejerce a través de
mecanismos menos visibles para las masas. El imperialismo existe, pero se ve
mucho menos que en otros lados. No se trataría pues de una guerra anticolonial.
No había una dictadura. Existía por supuesto -y existe- la dictadura burguesa de
clase, común a todos los países capitalistas, aquí excepcionalmente bien velada
por la forma de estado democrático-burguesa. El liberalismo democrático está muy
arraigado, como ideología, en la conciencia del pueblo, incluso en la clase
obrera. Los partidos tradicionales, el reformismo pequeño-burgués y obrero
(encarnado especialmente por el Partido Comunista) contribuyen invariablemente a
consolidar en las clases dominadas la influencia de la tendencia ideológica
burguesa. A esta tendencia se va integrando, cada vez más, el reformismo obrero
que se sigue auto-designando, sin embargo, como "marxista-leninista".
Pero si no es anticolonial, ni "democrática", ¿qué carácter tiene la guerra que
la guerrilla foquista inició? En términos generales ¿qué carácter tiene -y
tendrá- al menos en su etapa inicial y por un largo período, la acción armada en
el Uruguay? Tuvo, tiene y tendrá por un largo período, un carácter decisivamente
social, un carácter de clase. Tendrá, por lo tanto, una impronta claramente
socialista y así será percibida por las clases dominantes que, a partir de Cuba,
ven en toda acción popular armada un peligro, diga lo que diga. Se inició y se
hará la lucha armada en función del interés de las clases dominadas contra el
interés de las clases dominantes. Representará los intereses de la clase obrera,
de la pequeña burguesía trabajadora, del proletariado agrícola y también -en una
etapa al menos- de la pequeña burguesía tradicional urbana (propietaria de
medios de producción) y de la pequeña burguesía pobre y aún media del campo
(minifundistas, pequeños y aún medianos propietarios y arrendatarios, etc.). Las
clases trabajadoras son beneficiarias de un régimen socialista con el cual por
supuesto, no tienen contradicciones objetivas. Los sectores pequeño-burgueses no
tienen por qué tener contradicciones antagónicas, en lo inmediato con el proceso
revolucionario. Sí las tienen las clases dominantes. Los grandes terratenientes,
la fracción comercial de la burguesía importadora y exportadora, ligada al
imperialismo, la burguesía industrial asociada o vinculada al imperialismo, los
monopolios imperialistas, la fracción financiera de la burguesía, etc. En
definitiva, toda la burguesía que aquí, como en toda América Latina es cada vez
más dependiente y el imperialismo del cual depende. Todos ellos son y serán
contrarrevolucionarios.
La guerrilla, la guerra en nuestro país, por lo tanto no podía ni puede empezar
siendo "patriótica" o "democrática". Aunque puede devenir, en su desarrollo,
"nacional" y eventualmente, "democrática", nace socialista y ese será el fin, su
rasgo dominante. Por lo tanto, será enfrentada, desde el pique, por todas las
clases dominantes. Tiene un carácter de guerra de clases aunque adquiera, en una
etapa avanzada un carácter también de guerra nacional, pues si el proceso
avanza, intervendrán las burguesías de los países vecinos.
Esta lucha armada es el nivel más alto de una descarnada y cruda lucha de
clases, que ninguna posibilidad de alianzas con sectores burgueses "nacionales"
puede, en lo esencial, enturbiar ni aún en la etapa en que se convierta en
guerra nacional.
Enunciamos todo esto aquí, en un tono que, provisoriamente puede resultar
esquemático, porque sólo lo traemos a colación para ubicar, primariamente, las
condicionantes dentro de las que se movió la práctica foquista. Esta implicó una
particular comprensión y una peculiar interpretación de esas condicionantes,
según veremos.
La acción armada expresa así, el nivel más elevado de la lucha de clases y en el
Uruguay, decimos, no puede expresar otra cosa. Al menos inicialmente.
Pero ¿cuál era y cuál es el nivel adquirido por esa lucha de clases aquí? A
nivel económico ésta ha tenido una amplia extensión y una relativa
profundización, en los últimos tiempos, en ciertos sectores. Hay un movimiento
sindical cuantitativamente importante y capaz de actuar, a veces, con bastante
combatividad por reivindicaciones de tipo preferentemente salarial, aunque
también sostenga objetivos políticos importantes, vinculados, sobre todo a la
preservación de la autonomía de los sindicatos como órganos de clase (luchas
contra reglamentaciones sindicales u otros intentos de integrarlos
institucionalmente al estado). Pero a nivel político e ideológico la clase
obrera y todas las clases trabajadoras siguen, en alto grado, prisioneras de la
influencia de la tendencia ideológica de las clases dominantes. Siguen
concibiendo la acción política en los términos que se la propone la ideología
burguesa. El Partido Comunista, como fuerza más gravitante en la dirección del
movimiento obrero, a través de la estrategia y la táctica coherentemente
reformistas que ha impuesto a la lucha de clases, tanto a nivel económico como
político, no hace más que consolidar así el predominio de la tendencia
ideológica burguesa. El propio Partido Comunista se pliega a ella "importándola"
dentro del movimiento obrero y popular y al propio tiempo se va viendo cada vez
más prisionero de ella.
El peso del predominio ideológico burgués en las masas, reforzado por el
reformismo obrero del Partido Comunista, desconceptuó a ojos de algunos
revolucionarios la viabilidad de una línea de masas revolucionaria.
Identificaron las modalidades reformistas de acción a nivel económico de la
lucha de clases con la lucha económica en sí. Esto les ocultó la perspectiva de
una práctica revolucionaria aún en el nivel económico, el más elemental de la
lucha de clases. La acción sindical les pareció entonces poco redituable
políticamente, demasiado limitada o inútil a algunos revolucionarios,
impacientes ante la lentitud con que la clase obrera procesa su ascenso desde el
nivel de la lucha económica al nivel de la lucha política. No evaluaron que ese
tránsito puede postergarse más aún, puede no darse, incluso, si la lucha
económica la dirige el reformismo. No vieron que la lucha económica, sin dejar
de serlo, pero bajo dirección revolucionaria, es el fundamento primario del
desarrollo de la conciencia de clase, que es conciencia política, conciencia de
los intereses históricos de clase. Pero bajo dirección reformista ese proceso de
maduración puede enlentecerse, distorsionarse y congelarse por largos períodos.
A nivel de lucha política incluso, el retraso ideológico de las clases
dominadas, su contumaz adhesión a la ideología burguesa, al electoralismo y a
los partidos burgueses en las elecciones, operó en el mismo sentido. ¿Qué hacer
entonces?
Ante esta pregunta, la lucha armada se les apareció, a muchos revolucionarios,
como un atajo que permitiría acortar el proceso, abreviarlo salteando etapas. La
decepción sobre las posibilidades de desarrollo político de las masas ambientó
la adopción de la concepción foquista de la guerrilla, contribuyó a plantear
como contradictorios dos aspectos de una misma práctica política, que sólo son
válidos si se dan dialécticamente unidos: la acción armada y la acción de masas.
Cabe aquí una precisión que creemos justo y útil hacer: subestimando la
importancia de una línea de masas, subestimando las posibilidades y la necesidad
política vital de un trabajo organizado en las masas, los compañeros del M.L.N.
no negaron, sin embargo, todo papel a las masas en el proceso. No es justa, nos
parece, la acusación de "putchismo", de "blanquismo" que desde el reformismo se
les lanzara, antes en voz baja y de soslayo y ahora abiertamente. El M.L.N.
trató de no ser una sociedad de conjurados que con un golpe de mano sorpresivo,
tomaría el poder. El M.L.N. buscó, desde el principio, concitar la simpatía de
las masas. En este aspecto sus errores fueron de otro tipo: Consistieron: 1o.)
En la forma en que concibió la obtención de esa simpatía de masas, en la táctica
a la que se fijó para tratar de obtenerla. 2o.)En el papel que asignó, dentro
del proceso, a las masas cuya simpatía fuera adquiriendo gradualmente. Ambos
errores reflejan, por supuesto las debilidades de la concepción foquista.
Una práctica política revolucionaria justa, en el Uruguay de hoy, debe integrar
acción armada y acción de masas. Pero ¿qué es lo central, lo prioritario? ¿Cuál
es el aspecto principal al cual debe subordinarse el otro? El M.L.N. subestimó
las posibilidades de una práctica política revolucionaria en las masas.
Subestimó, en función de ello, la actividad política organizada en los
sindicatos y la actividad pública (legal o no) de organizaciones de tipo
político. Negó la necesidad de centralizar la práctica política en todos sus
niveles (sindical, política pública, político-militar clandestina,
teórico-ideológica) desde un partido clandestino. Creyó, paradójicamente, que
era posible centralizar la orientación de las masas desde un centro sólo
militar, desde la guerrilla, entendida según la concepción foquista. Quiso
ponerle una cabeza militar a masas a las cuales no reconocía el grado de
desarrollo necesario para hacer viable una línea sindical, ideológica y
política, revolucionaria a ese nivel, a nivel de masas. El malestar social, de
raíz en última instancia económica, que no consideraba suficiente para
viabilizar una línea revolucionaria de masas, le parecía sí, en cambio
suficiente como para llegar a posibilitar el respaldo a una práctica militar
que, lógicamente supone la existencia de un nivel bastante elevado de
conciencia. El retraso político-ideológico de la clase trabajadora, su
conciencia sólo "economista", su "sindicalismo", fue invocado para no "quemar"
las pocas fuerzas disponibles inicialmente impulsando allí un trabajo de masas
revolucionario. Pero al mismo tiempo la conciencia reivindicativa, el nivel
alcanzado por las luchas económicas, la combatividad en ellas demostrada
frecuentemente, se invocó reiteradamente como prueba de la necesidad de crear un
foco guerrillero que tradujese esa combatividad al nivel político como una
alternativa de poder. Esta contradicción, el M.L.N. confió superarla a través
del revulsivo ideológico que constituye el empleo ejemplificante de la violencia
VII
Decíamos que, desde el comienzo, la concepción de la actividad para las masas
del foquismo, adoleció de una contradicción. Contradicción nunca resuelta
adecuadamente a pesar de las distintas variantes e inflexiones que la línea
foquista tuvo en esa materia. La contradicción consistió en que mientras, por un
lado, se subestimó la actividad organizada en las masas, en base a una
evaluación muy pesimista de sus posibilidades, por otro lado se supuso, en las
mismas masas, la aptitud política necesaria para llegar a aceptar y simpatizar
con una actividad armada concebida como paralela a las luchas populares.
Consistió en considerar, simultáneamente, que la clase trabajadora estaba
"verde" para aceptar una línea revolucionaria de masas, pero "madura" para
aceptar una práctica militar de guerrilla urbana, paralela a las luchas de esas
mismas masas. Esta práctica militar sería paralela y no coincidente ni
convergente con las luchas de los trabajadores en la medida en que lo que se
trataba era de la preparación de un aparato armado clandestino capaz de llegar a
poder disputarle el poder a la burguesía. Toda la política para masas del M.L.N.
se supeditó al logro de este objetivo, fue puesta al servicio de su logro. Las
simpatías de las masas se obtendrían a través de acciones armadas. Se
desenvolvió así una peculiar versión de la propaganda por el hecho (hechos
armados "simpáticos") complementada, por períodos, con formas de propaganda
armada. Hay en este criterio elementos positivos y erróneos.
La violencia revolucionaria puede tener y tiene, hoy y aquí, un alcance
positivo, de promoción de la conciencia de clases a nivel de masas. Violentando
en los hechos el "orden" burgués, demostrando en los hechos la posibilidad de
fracturarlo, de desafiarlo. Demostrando la posibilidad de oponerse frontalmente
a él y de perdurar largamente, al margen y contra la ley burguesa, la práctica
armada se convierte en un elemento poderoso de desintegración del sistema tanto
a nivel político como ideológico.
El capitalismo está, hoy más que nunca, necesitado de la aceptación unánime de
sus reglas de juego. Tendencialmente en crisis en todos sus aspectos, va
generando un sistema de dominación cada vez más rígido y cerrado. Es su manera
de defenderse, de intentar perdurar. En la medida en que se profundizan las
contradicciones inherentes al sistema, éste debe aplicar una política cada vez
más coactiva, más represiva a todos los niveles. Siendo el estado capitalista el
lugar donde se reflejan y condensan todas las contradicciones, es el aparato de
estado burgués el que asume el papel protagónico en ese esfuerzo, cada vez más
tenso, por frenar coactivamente el desenlace de esas contradicciones, su
solución.
La formación social uruguaya es un caso ejemplar de esto. A partir de un proceso
de deterioro económico, cuyas raíces están en la estructura capitalista
dependiente de nuestro país, se produce el deterioro gradual a nivel político e
ideológico. Las formas, las instituciones tradicionales en ambos niveles, ya no
resultan funcionales para garantizar el dominio de la burguesía en el marco del
proceso de deterioro generado en última instancia a nivel económico. Las clases
dominantes no pueden resolver las contradicciones que el funcionamiento del
capitalismo dependiente genera. Resolverlas implicaría su muerte como clases
dominantes. Las contradicciones que frenan y hacen retroceder el desarrollo a
nivel económico, pueden resolverse en el marco de una organización socialista,
pero ésta implicaría un cambio social profundo: una revolución social.
Las clases dominantes no pueden aceptarla y como -en nuestra formación social y
hasta hoy- no han encontrado una salida, un modelo, un proyecto capitalista que
les permita zafar, salir del proceso de deterioro, su única perspectiva visible
es reprimir. O sea tentar de evitar coactivamente que las contradicciones de su
sistema, encuentren solución, verdadera y definitiva.
¿Por qué? Porque esa solución implica el socialismo. Porque esa solución está
fuera del sistema capitalista, fuera del sistema en el cual rige su dominación.
Por eso la burguesía busca cambiar a nivel político e ideológico para tratar de
evitar el cambio a nivel económico-social. Y el cambio político e ideológico,
que toma forma de una crisis político-ideológica, es de sentido regresivo. Busca
el retorno hacia formas políticas e ideológicas ya superadas por el propio y
deformado desarrollo capitalista dependiente anterior.
Por otro lado, el proceso regresivo, en sí mismo, no está libre de
contradicciones. No reviste el carácter fluido más o menos lineal con que solían
imaginarlo los reaccionarios. El proceso de deterioro se refleja y repercute de
manera particular en las distintas clases y fracciones de clases e incluso en
los distintos sectores del aparato de estado burgués. Pero considerar estos
aspectos nos apartaría excesivamente del tema central.
El hecho es que el proceso de deterioro (para el cual sigue sin avizorarse
solución en el marco del capitalismo dependiente) impone la necesidad del
monopolio de la violencia por el aparato represivo del estado. Impone intentar
restaurar el predominio de la ideología reaccionaria de las clases dominantes en
los aparatos estatales ideológicos.
En el marco de crisis del capitalismo dependiente de nuestro país, la violencia
de abajo, la violencia fuera de control, anticapitalista, resulta ya intolerable
para el sistema.
Valorar los alcances de la acción armada, organizarla y desarrollarla, demostrar
definitivamente su viabilidad en el Uruguay, obligar a desenmascarar los mitos
ideológicos del liberalismo, contribuir a develar muchos de los ocultos resortes
de la real dictadura de clase, son méritos históricos del M.L.N., cualquiera sea
su destino final como movimiento.
¿Cómo logró el M.L.N. esos resultados sin duda relevantes? Puede afirmarse que
los logró casi exclusivamente en base a la realización de hechos armados. Hechos
durante mucho tiempo poco o nada explicados en su sentido, meramente exhibidos
en su escueta pero impactante realidad. Que gravitaron por su propia y
sorprendente existencia, en un medio tan ajeno a la vigencia de hechos armados.
Estos alcanzaron una dimensión tal, que los mecanismos publicitarios del sistema
durante mucho tiempo no sólo no pudieron ocultarlos, sino que incluso los
amplificaron publicitariamente. A través de esta peculiar versión de la
propaganda por el hecho, el M.L.N. concitó simpatías populares. El tiempo
mostraría que la forma en que obtuvo esas simpatías, y los métodos a cuya
práctica se fijó para obtenerla, tenían claras limitaciones y entrañaban,
incluso, graves riesgos. Los mecanismos de captación de una organización
revolucionaria no pueden quedar confinados a la producción sostenida de hechos
armados impactantes. Procediendo así se subordina toda la práctica política,
toda la dinámica revolucionaria, a la posibilidad de operar sostenidamente. Y si
el operar sostenidamente no genera un desenlace rápido, si hay que operar
sostenidamente durante mucho tiempo y la dinámica, el desarrollo, el avance,
depende de la eficacia, del impacto psicológico de las operaciones, se estará
obligado a variar el tipo de operaciones. Si se prolonga más la situación, habrá
que aumentar su dimensión, habrá que elevar el nivel operativo. Si las
posibilidades de aumentar la influencia política de una organización, radican
decisivamente en su aptitud para generar una dinámica lineal y ascendente de
operatividad armada, se cae tarde o temprano en el brete de una estrategia
demasiado rígida, y por lo tanto expuesta a graves riesgos.
VIII
Es la importancia, prácticamente exclusiva otorgada por el M.L.N. a las
operaciones armadas, lo que define su carácter foquista. No se trata, según ya
dijimos, de que se haya aplicado una concepción blanquista o "putchista". No se
trata de que se haya querido crear una organización secreta de conjurados que un
día, mediante un golpe de mano, tomaría el poder. El foquismo -y el M.L.N. en
este caso- no niegan total y radicalmente el papel de las masas en el proceso.
Las características de ese papel atribuido a las masas, la función que se les
atribuye, es precisamente lo que caracteriza al foquismo.
A la concepción foquista le interesan las masas casi exclusivamente como sostén
y cobertura de la acción específicamente militar. No le interesa la
participación de las masas protagonizando el proceso revolucionario. Subestima y
hasta niega la necesidad y la posibilidad de que esto suceda. Niega por lo tanto
la necesidad del trabajo político entre las masas, de una línea de trabajo para
las masas. De trabajos para que los hagan las masas y para que, haciéndolos se
politicen desarrollando su conciencia de clase. Niega la necesidad de organizar
y conducir la lucha en los distintos niveles (económico, político, ideológico)
en que se da la lucha de clases. No considera necesaria una práctica política
pública, abierta y apuntada hacia las masas. Niega por lo tanto la necesidad de
una organización política, de un partido. Subestima la importancia política y la
posibilidad de desarrollar una línea revolucionaria a nivel de lucha económica,
la necesidad de intervenir orientando, desde el partido, con una línea propia,
la actividad sindical. Ello es consecuencia de su desconocimiento de la función
del partido: si no hay práctica política pública, ¿qué sentido tendría actuar
organizadamente a nivel sindical? El foquismo niega en suma la necesidad de una
línea de masas, para el trabajo con y en las masas. Busca en cambio captar las
simpatías de las masas, su adhesión, decisivamente a través de sus acciones
militares, del impacto sicológico que éstas producen.
El foquismo implica, en este sentido, una alteración total de los términos en
que siempre se ha concebido la acción política. Esta ha apuntado a una
conquista, gradual y paciente, de la conciencia de las masas. El procesamiento
gradual del desarrollo de la conciencia de clase a partir del nivel elemental de
la lucha económica. Para ello, para evitar su estancamiento en ese nivel, para
que el desarrollo de la conciencia de clase se procese, es que la lucha
económica debía estar bajo la dirección política del partido revolucionario.
Este "importaba" la ideología revolucionaria, la conciencia de los objetivos
políticos de clase, la conciencia, el conocimiento de los intereses históricos
propios, de clase, en la clase obrera incapaz de elevarse espontáneamente a su
comprensión, partiendo sólo de experiencia en el nivel económico de la lucha de
clases. Porque, incluso, la percepción de la propia lucha económica como un
nivel primario de la lucha de clases, exige la previa adquisición de la
conciencia de clase. Sólo el obrero que comprendió que su clase tiene intereses
históricos antagónicos con los de la clase burguesa, sólo el obrero, decimos,
que ya adquirió conciencia de clase, es capaz de percibir la lucha económica
como lo que es: como un nivel
-el primario- de la lucha de clases. De lo contrario, si el obrero no adquiere
conciencia de clase -que según lo dicho, es conciencia política, ideológica, que
no surge por lo tanto espontáneamente- podrá hacer mil huelgas por salario,
grandes y aún combativas huelgas -como hay tantas veces en EE.UU.- sin dejar por
eso de seguir prisioneros de la ideología burguesa. Hará esas huelgas -y eso es
lo más frecuente ahora- con una conciencia parecida a la de su patrón: con la
conciencia de estar reclamando un aumento de precio de la mercadería que vende.
Para el caso, un aumento del precio de su fuerza de trabajo, un aumento de su
salario. Y no un cambio del sistema social que entraña la desaparición de la
propiedad y por tanto la desaparición del salario, única forma de que el obrero
deje de ser explotado. Reclamará menos explotación pero no que la explotación
desaparezca. Porque para reclamar que desaparezca la explotación tiene que
plantear otro tipo de sociedad -el socialismo- y entender su calidad de
explotado. Entender por qué y cómo es que él y los otros son explotados. Y eso
ya implica conciencia de clase.
Los revolucionarios -correcta o equivocadamente- se han aplicado siempre a esto,
a producir ese salto cualitativo de la conciencia economista, sindicalera, "tradeunionista",
y a la conciencia de clase, a la conciencia política. Salto que implica romper
con la tendencia ideológica burguesa, que es la dominante porque es la ideología
de la clase dominante, y aceptar la ideología revolucionaria y socialista que
expresa los intereses históricos de la clase obrera que es, en el modo de
producción capitalista, la clase dominada. El foquismo como concepción pretende
saltearse esa etapa. Pretende que, como en Cuba, la conciencia de clase se
adquiera después, cuando la revolución esté en el poder. Porque pretende llegar
al poder no a través de un proceso que entraña la maduración previa de la
conciencia de clase, revolucionaria, sino a través de un rodeo, digamos, que
saltea esta etapa.
El foquismo no concibe la revolución como un proceso de luchas, donde las masas
a través de la experiencia de su participación en esas luchas, fecundada por la
acción político-ideológica del partido revolucionario que las orienta, van
desarrollando su conciencia revolucionaria de clase, hasta destruir
revolucionariamente el poder burgués. El foquismo concibe la revolución como un
proceso de luchas militares, paralelo a la lucha de masas, con las cuales poco o
nada tiene que ver. Proceso a través del cual una minoría armada genera, al
operar, coyunturas que terminan arrinconando a las masas independientemente de
la voluntad de éstas, hasta obligarlas a aceptar un desenlace revolucionario que
pondría en el poder a aquella minoría armada.
La práctica armada tiende a generar coyunturas políticas que entrañan el cierre
de todas las puertas, la clausura de todas las vías para la acción de las masas
como no sea la puerta, la vía de la propia práctica armada. La revolución no se
concibe como la culminación, la coronación de un proceso a través del cual con
su lucha, las masas se van abriendo un camino al tiempo que van desarrollando y
madurando su conciencia revolucionaria. Para el foquismo, la revolución es un
desenlace, independiente prácticamente de la propia voluntad política de las
masas, con las cuales no hay que enfrentarse, pero a las cuales no es
fundamental ganar. El desenlace revolucionario puede entonces sobrevenir sin
modificar previamente, a fondo, la conciencia política e ideológica de las
masas. Lo único que se requeriría es no enfrentarse a éstas, no suscitar su
hostilidad. Bastará conseguir su simpatía más o menos superficial, o al menos su
neutralidad. En ningún momento se exigirá su participación activa desde el
comienzo del proceso. Ello es así porque -y es un aspecto fundamental- para el
foquismo, quien se encarga de empujar a las masas al lado de la revolución, es,
más que los revolucionarios, la propia contrarrevolución.
La función del foco es suscitar, provocar, con su actividad sostenida, un
proceso de reacción política que suprimiendo todas las demás expectativas y
posibilidades, arrincone y empuje a las masas hacia la vía, hacia la salida
revolucionara. En la medida en que ello vaya sucediendo, irá creciendo el apoyo
de masas al foco que se traducirá en ampliación de la acción militar del propio
foco. Dicho en otros términos, el foco lo que trata de generar -es claro en el
M.L.N. y eso permite caracterizarlo como foquista- es una dialéctica acción
armada-represión. Cada operación produce una respuesta represiva. Todo consiste
en estar en condiciones de subsistir para realizar una contrarrespuesta, una
operación mayor -o distinta- de la anterior. ¿Por qué mayor o distinta? Porque
además de provocar una respuesta, toda operación tiende a producir un impacto
sicológico sobre la opinión pública. Este efecto impactante es vital ya que, a
falta de presencia en las masas, es lo que puede significar y dar relevancia
política al foco. La demostración frecuente de la valentía, la audacia y la
eficacia de los guerrilleros, es lo único capaz de mantener sobre el tapete la
existencia y la vigencia de una práctica política que no busca otra forma de
exteriorizarse. La persistencia y la dimensión operativa crean por otra parte la
perspectiva de victoria, de éxito capaz de producir el reclutamiento necesario
para ampliar el foco. Este, encerrado en una práctica sólo militar, vive en
función de los éxitos que en el terreno militar obtenga.
IX
Aquí vamos lunes 27
Cuando comenzamos esta serie de notas señalamos que las experiencias de
guerrilla urbana (Israel, Irlanda, Chipre) se habían desarrollado dentro de
luchas por la independencia política. Cuba, experiencia inspiradora de la
concepción foquista ofreció el ejemplo de una guerrilla antidictatorial
realizada por el restablecimiento de las instituciones de la democracia
burguesa. Dijimos que en el Uruguay no se daba ninguna de esas dos situaciones
al comenzar a operar el foco: es un país formalmente al menos, independiente y
"democrático". El surgimiento del foco se basaba pues en razones de tipo social.
Podía aparecer entonces una contradicción entre el método elegido -el foco- y
los objetivos -sociales- de su acción. Contradicción que emana del hecho de que
los objetivos sociales (socialistas) imponen la necesidad de una participación
de masas -que implica una política de masas- concebida en términos distintos al
apoyo popular indiscriminado, "policlasista" que los objetivos no socialistas
(nacionales o democráticos) de las otras guerrillas podían suscitar.
Especialmente cuando -según ya vimos- después de Cuba las burguesías
dependientes de América Latina se han opuesto tenazmente a toda fractura del
"orden" burgués.
Esta contradicción impuso al M.L.N., como versión foquista uruguaya diversas
adecuaciones de su concepción. Se partió de la base de que la acción de la
guerrilla si se conseguía darle una continuidad ascendente, si se conseguía
producir impactos cada vez más frecuentes y mayores, produciría medidas
represivas cada vez más duras y generalizadas. Ante cada operación importante
los simpatizantes del M.L.N. esperaron el golpe militar o el golpe dado por el
propio M.L.N. Para evitar la hostilidad de las masas, el M.L.N. puso cuidado
durante mucho tiempo en elegir objetivos "simpáticos", en lo posible trató de
realizar operaciones incruentas, sin enfrentamiento: expropiaciones,
equipamiento, propaganda o represalias obvias. La alternativa surgía con
claridad: si perduraba la normalidad institucional, la represión aparecía como
bastante poco eficaz. El foco, llegado cierto grado de desarrollo, generaba una
dinámica de crecimiento, mantenida es cierto en base a un "crescendo" de
operatividad. Este crecimiento, aún comprometido por eventuales errores tácticos
parecía no tropezar durante cierto tiempo con obstáculos decisivos en el marco
de un régimen "democrático". La otra posibilidad era que la democracia abriera
paso a formas más autoritarias, incluso dictatoriales, que, aunque pudieran ser
más eficaces represivamente, generarían condiciones políticas más favorables
para que el foco extendiera su influencia. En el marco democrático la represión
era ineficaz, fuera del marco democrático se creaba precisamente una coyuntura
política del tipo de las que tradicionalmente han consolidado la lucha armada
guerrillera. Ante una dictadura, la guerrilla pasaría entonces a encarnar la
lucha por la democracia perdida, generándose una coyuntura de tipo cubano. El
M.L.N. parece haberse movido largo tiempo dentro de esta perspectiva. En función
de ella se consolidó la subestimación hacia la lucha ideológica y política.
Cualquier forma de actividad pública -decían- era "quemar" los militantes y
simpatizantes, comiéndose un futuro en el que sólo subsistirían quienes fueran
capaces de organizarse para combatir en la más estricta clandestinidad. Por lo
tanto -decían- era negativo "dar cara" sosteniendo una línea política
públicamente en la actividad política pública o sindical. La política era
entonces, se decía, la preparación paciente de un aparato armado clandestino
capaz de llegar a disputarle el poder a la burguesía. Con ligeras variantes, esa
línea se aplicó hasta fines de 1970 cuando la proximidad de las elecciones
planteó al foquismo un difícil problema.
Durante todo el período 66-70 en la espera de la dictadura que barrería toda
forma de actividad política y aún sindical pública, el M.L.N. rehuyó toda
polémica con el reformismo. Sólo se discutía y enfrentaba las posiciones
reformistas en torno a hechos particulares en lugares concretos. Cosa tanto más
fácil de hacer por cuanto en virtud de la propia concepción foquista la
guerrilla carecía de personeros, de "representantes visibles" a nivel público de
masas e incluso no postulaban ni línea ni criterios para el trabajo a este
nivel, que se consideraba en general negativo. Se creó entonces esa situación
bien característica y conocida de la acción paralela y sin interferencias de la
guerrilla urbana del M.L.N. y del Partido Comunista que sin chocar con ella
siguió desarrollando su práctica reformista a nivel de masas. Cuando en toda
América Latina se producía la ruptura de las guerrillas con los Partidos
Comunistas, en el Uruguay ambos coexistieron pacíficamente sin atacarse ni
interferirse. Simplemente cada uno dejó constancia de su incredulidad en los
métodos del otro y se fió a un futuro indeterminado, transar esa diferencia
"táctica" sobre la que no se insistía ni siquiera.
La guerrilla podría pues, crecer, sin cuestionar ni comprometer el predominio
reformista a nivel de masas, a nivel sindical, al amparo del abandono que la
concepción foquista pregonaba respecto de la acción de masas. Por supuesto que
en la realidad la práctica reformista y la práctica guerrillera eran
contradictorias. El "acuerdo", el reparto de zonas de influencia, podía ser sólo
transitorio. Toda práctica revolucionaria es objetivamente contradictoria a toda
práctica reformista. En aquellos sectores -los estudiantiles, ciertos gremios-
donde las simpatías por el M.L.N. adquirieron formas más o menos organizadas, el
choque con los reformistas se dio inevitablemente. Sólo el empeño de los
dirigentes, el peso de su autoridad fundado en el prestigio del aparato militar,
permitió que ese choque, implícito en la realidad de las cosas, no se
generalizara ni adquiriera dimensión de polémica, de lucha ideológica de línea
antirreformista.
Por supuesto, la dirección del M.L.N. se avino a este compromiso a partir de la
noción de su transitoriedad. Porque se pensaba que, a breve plazo, la acción del
foco generaría la muerte de las formas democráticas, de la "legalidad" burguesa.
Y con ello la muerte del reformismo. Siendo para el Partido Comunista vital la
subsistencia de la legalidad, desaparecida ésta el Partido Comunista quedaría
fuera de juego y se vería -lo que de él quedara- obligado a ponerse a la cola
del M.L.N. única organización que por sus características habría estado en
condiciones de subsistir operando bajo las condiciones políticas y represivas
más duras. El M.L.N. bajo estas condiciones, polarizaría -como había sucedido en
Cuba- toda la opinión antidictatorial y vanguardizaría la lucha por la
restauración democrática. Las armas les daban la posibilidad de encabezar una
lucha de la cual sería la vanguardia militar y política. La encarnación de una
práctica militar, entonces plenamente convalidada, inevitablemente compartida
por todos, ya que la dictadura habría cerrado todas las demás puertas, habría
cancelado, por su propia existencia, todas las demás vías. Así generando con su
práctica armada una modificación cualitativa a nivel político (la dictadura y un
foco de resistencia armada a la misma) la guerrilla se hallaría, luego de
repechar, a contrapelo de la situación, un período de "introducción", se
hallaría, decíamos en situación de convalidarse socialmente a nivel de masas. A
nivel de todo el pueblo, concitando un apoyo policlasista, ya que de interés
policlasista -como en Cuba- sería la lucha antidictatorial. La guerrilla
entonces, desembarazada de la "competencia" reformista o de cualquier tipo, por
la represión dictatorial adquiriría así, sin "polémicas estériles", sin "charlas
teóricas", sin "divisiones', casi sin necesidad de hablar, hablando con sus
hechos, sin dejar de ser nunca guerrilla -foquista- adquiriría así, la dirección
de las masas. La dirección total de las masas puesto que sería lo único que
quedaría en pie y con una aptitud militar convertida entonces en totalmente
"funcional" dentro de las condiciones de la lucha antidictatorial.
El reformismo por su parte apostó a la supervivencia de las formas democráticas
evitando en todo lo que estuvo a su alcance que se generaran situaciones que
pudieran comprometer su vigencia. Apoyándose en la prescindencia foquista se
aferró a su dirección sobre el movimiento de masas, tratando cuidadosamente de
apartar a éste de toda actividad que pudiera comprometer la vigencia de las
leyes. Se abstuvo de criticar públicamente -aunque hizo una incesante campaña
ideológica subrepticiamente- a la guerrilla, a la que llegó a dedicar incluso, a
veces, discretísimas sonrisas... Confiaba la dirección del Partido Comunista en
que la represión aplastaría al foco antes de que éste pudiera generar un volumen
de operaciones armadas suficiente como para cuestionar la "legalidad
institucional" que es el reformismo -que todos los reformismos- necesita para
vivir.
La ausencia -en virtud de la concepción foquista- de una práctica política a
nivel de masas convergente con la actividad militar revolucionaria de la
guerrilla le habilitaba esta política ya que, de ese modo, la existencia y el
desarrollo del foco armado no venía a interferir, ni a cuestionar su control
sobre la dirección del movimiento de masas. Allí donde los simpatizantes del
M.L.N. se organizaron y actuaron con criterios propios, fueron atacados
duramente por el Partido Comunista. Pero como ello sucedió sólo ocasionalmente y
en sectores delimitados, no le fue necesario, tampoco al Partido Comunista, dar
una polémica generalizada específicamente contra el M.L.N. Así pudo subsistir,
durante años, ese curioso paralelismo, esa "coexistencia pacífica" entre una
guerrilla en ascenso y un Partido Comunista que tiene el predominio en la
dirección del movimiento de masas.
Pero de esta situación se deducía para el Partido Comunista aún una ventaja nada
desdeñable. Quienes, en el campo revolucionario trataban de desarrollar a nivel
de masas, una línea revolucionaria, quienes trataban de hacer converger los dos
aspectos de la práctica política revolucionaria, el militar y el de masas, se
vieron entonces prensados, cercados entre dos fuerzas que no se interferían, que
se desarrollaban paralelamente, sin enfrentarse. Quienes postularon la necesidad
de la acción armada ahora pero simultánea y convergente -y no paralela- con la
acción de masas, sufrieron a la vez, obviamente, los ataques del reformismo a
nivel de masas y la competencia a nivel militar de la acción foquista que
canalizó, decisivamente desde 1968, las simpatías de los sectores más dispuestos
a una acción revolucionaria. La polarización hacia el M.L.N. y su concepción
foquista, de las mayores fuerzas revolucionarias, que no jugarían en la lucha
contra el reformismo, debilitó notoriamente la línea revolucionaria a nivel de
masas y aseguró la subsistencia del predominio reformista a ese nivel.
Es cierto que la acción del M.L.N. desarrolló las fuerzas de la revolución. Pero
su concepción foquista no permitió que se desarrollara a nivel de masas, una
posición revolucionaria suficientemente fuerte, que se esclareciera
suficientemente, a nivel general, el alcance político- ideológico de la línea
reformista del Partido Comunista. Ese es el resultado político ambiguo
-resultado previsible por otra parte- del desarrollo foquista en nuestro país.
Lo que sí crecería, sin duda, sería el potencial militar del M.L.N., la
guerrilla foquista. ¿Bastaría con eso?
X
En abril puede ubicarse aproximadamente el momento en que las debilidades
anotadas de la concepción foquista hicieron crisis dentro del M.L.N. Esta crisis
registrada incluso en documentos internos capturados y publicitados, se reflejó
en la visualización muy clara por parte de la dirección del M.L.N. de dos
problemas a los cuales habíamos aludido al iniciar esta serie de trabajos. Estos
dos problemas fundamentales son: 1o.) El problema constituído por las
dificultades que se le plantean a la guerrilla urbana para lograr la destrucción
del aparato represivo a través de la práctica militar guerrillera
exclusivamente. 2o.) El problema de ampliar el círculo de las simpatías
populares despertadas por la acción guerrillera a partir de la comprobación de
que en aquella fecha y siempre, según los documentos publicitados, la dirección
del M.L.N. consideraba haber capitalizado ya políticamente las simpatías de
aquellos sectores que por poseer una politización mayor, estarían en condiciones
de ser captados a través de la práctica militar foquista. De apariencia
"técnica" uno, más ostensiblemente político el otro, la vigencia acuciante de
ambos problemas evidenciaba que la práctica foquista comenzaba a alcanzar los
límites de sus posibilidades de desarrollo como tal. Estos dos problemas están
íntimamente vinculados. Son dos aspectos, en planos diferentes, de una misma
problemática política para la cual la concepción foquista no puede ofrecer, en
ninguna circunstancia, una solución terminante.
Comencemos por el primer aspecto, o sea el problema más específicamente
"técnico", constituido por las dificultades que se le plantean a la guerrilla
urbana (a cualquier guerrilla urbana) para conquistar la victoria final a través
de la práctica exclusivamente guerrillera en el marco de una lucha que no es
anti-colonial ni "democrática".
En trabajos anteriores habíamos señalado que la práctica guerrillera urbana, tal
como se ha dado en la experiencia internacional, -citamos oportunamente los
casos del IRGUN en Israel, del IRA en Irlanda, de la EOKA en Chipre- había
tenido por objetivo fundamental la obtención de la liberación nacional, de la
independencia nacional, a través de luchas anticoloniales. Agregábamos entonces
-lo repetimos ahora a beneficio de recapitulación- que en otras oportunidades la
guerrilla urbana había tenido por objetivo político, la lucha contra situaciones
de dictadura. O sea que en algunos casos se trataba de la obtención de la
independencia nacional formal, y en otros de la restauración de regímenes de
tipo "democrático" burgués. Cuando insistimos en plantear las dificultades de la
guerrilla urbana como forma de acción militar, capaz de llegar a lograr una
victoria final actuando como tal, o sea como guerrilla urbana, nos estamos
refiriendo a aquellos casos como el M.L.N., en que la acción guerrillera urbana
no tiene por objetivo fundamental ni la independencia, ni la "democracia" sino
transformaciones sociales profundas. Creemos que las dificultades
específicamente militares que se plantean a la acción guerrillera urbana en la
medida en que ésta se orienta hacia objetivos de transformación social, son
reales y de carácter general. A nuestro criterio las dificultades para obtener
la victoria militar sobre el aparato represivo burgués operando como guerrilla
urbana, no son exclusivas del foquismo, sino que tienen alcance y validez
general. Pensamos que siempre que la actividad guerrillera urbana tiene
objetivos de transformación social profunda, la formas específicas de acción
armada encarnada por la práctica guerrillera urbana, es insuficiente, por sí
sola, para alcanzar la victoria, o sea la destrucción del aparato armado
represivo.
En los casos antes citados de lucha anti-colonial, la guerrilla urbana operaba
habitualmente como un factor de presión política más que como un factor de
decisión en el terreno militar.
La guerrilla urbana en Israel, en Chipre, en Irlanda incluso, operó como
elemento coadyuvante a la obtención de una solución de compromiso, siempre
factible, en la medida en que los objetivos perseguidos, o sea la obtención de
la independencia nacional, no comprometía los fundamentos del sistema
capitalista. La obtención de la independencia en todos esos países aparecía como
compatible con la vigencia en ellos del sistema capitalista. Una potencia
colonial reprime y resiste los movimientos independentistas hasta que en el
balance de costos (costos militares y sobre todo costos políticos, costos de
prestigio) y ventajas, pesan más los costos. En el momento en que el costo
militar y político de conservación de la colonia es mayor que las ventajas que
se obtienen de ella, los colonialistas negocian y -como en los casos citados- se
van.
¿Por qué es posible esto? Porque normalmente quien adquiere el poder y quien
ejerce la dominación a partir de la obtención de la independencia formal, son
las clases dominantes locales, las burguesías locales, que de alguna manera
logran un "modus vivendi" incluso con la potencia imperialista previamente
dominante. No hay allí una ruptura con el sistema capitalista previamente
dominante. No hay allí una ruptura con el sistema capitalista. Hay solamente
-digamos así- un reajuste dentro de éste. Esto no implica subestimar la
importancia de los movimientos de lucha anticolonial por la independencia, ni
las posibilidades que éstos generan. Pero es útil especificar el verdadero
alcance de los objetivos perseguidos por estos movimientos porque ellos
condicionan las posibilidades y la vigencia de la guerrilla urbana como forma de
acción armada. Y como de guerrilla urbana uruguaya estamos hablando, nos
remitimos siempre a los ejemplos de lucha anti-colonial basados en esta
metodología de acción militar.
En el caso de las dictaduras, o sea de regímenes políticos ubicados al margen de
la "legalidad" burguesa se da un fenómeno en cierta forma similar. Las
dictaduras resisten mientras pueden, pero si la situación de conflicto armado
sustentada por la guerrilla, se prolonga, o sea si la dictadura demuestra su
ineficacia como factor de restauración del "orden", las clases dominantes
finalmente terminan por abandonar a la dictadura y por negociar el
restablecimiento de las formas democrático-liberales. Cosa posible también, como
en el caso anterior, en la medida en que el derrumbe dictatorial y la
restauración "democrática" no implique transformaciones sociales de carácter
profundo. Este es el caso ejemplificado por la Revolución Cubana en toda su
primera etapa, o sea en la etapa guerrillera. Como es notorio el proceso de
radicalización y profundización de la Revolución Cubana fue posterior a la
llegada al poder de los guerrilleros, o sea posterior al derrumbe de la
dictadura y a la liquidación de su aparato represivo. El carácter radical de la
eliminación del aparato represivo fue justamente, lo que hizo factible el
posterior proceso de radicalización. Es bien sabido que habitualmente estas
revoluciones democrático- burguesas tropiezan, en definitiva, con el escollo
constituido por la perduración, como estructura organizada, del aparato
represivo constituido en la etapa dictatorial. El hecho de que esto no haya
sucedido en Cuba, no modifica el carácter democrático-burgués de la Revolución
Cubana en su etapa inicial. Es bien sabido que ésta adquirió un giro social,
reformista radical y en definitiva socialista, a lo largo de un proceso que
abarcó un par de años después del derrumbe de la dictadura de Batista.
En definitiva, si la guerrilla rural foquista pudo acceder al poder en Cuba, se
debió a que los objetivos que postulaba, tampoco en este caso, eran
incompatibles con el sistema capitalista y no tenían ni siquiera un carácter
reformista demasiado profundizado que la hiciera no viable en el marco del
sistema capitalista.
La guerrilla, urbana o rural, como forma de lucha armada, tendrá posibilidades
de obtener la victoria en la medida en que los objetivos que postule no sean
incompatibles con la vigencia del sistema capitalista.
Entendemos por victoria la obtención del objetivo perseguido. O sea entendemos
que la guerrilla urbana anti-colonial obtiene la victoria en la medida en que
logra la independencia, que es el fin que se formula, y que la guerrilla de
restauración democrática -llamémosle así- obtiene la victoria en la medida en
que logra el derrumbe de la dictadura, que es el fin que se postula.
¿Qué sucede con el aparato represivo? En el primer caso, en el caso de las
guerras coloniales, el ejército de ocupación colonial se va para su país. Porque
el ejército de ocupación puede irse del país ocupado. En el segundo caso, en el
caso de la guerrilla "democrática", el ejército cambia de mando o se
desmoviliza, como en Cuba.
Lo que tienen de común ambos procesos es que el sistema capitalista sigue en
pie. El sistema capitalista no aparece cuestionado por la acción guerrillera y
es en eso, precisamente, donde radica la posibilidad de victoria a través de la
forma concreta de acción militar implicada en la guerrilla.
¿Qué sucede en cambio si se trata de una revolución de claro contenido social?
¿Qué sucede si en la actividad de la guerrilla urbana está implícito el cambio
profundo del sistema social, si lo que está en juego es el propio sistema? Las
clases dominantes en este caso no pueden ceder. en América Latina, sobre todo a
partir de la experiencia cubana, ha quedado bien claro, tanto para el
imperialismo como para las clases dominantes locales, para las burguesías
locales, que ya no hay margen para negociar. Las clases dominantes no pueden en
efecto negociar su desaparición y ni siquiera pueden negociar, a esta altura del
proceso, cambios demasiado radicales en el sistema social, aunque ellos no
impliquen en lo inmediato la desaparición del sistema capitalista como tal.
Las posibilidades del sistema para "digerir" reformas en el contexto
económico-político del continente son sumamente limitadas. La alternativa, por
lo tanto, para las clases dominantes latinoamericanas y el imperialismo, es
resistir hasta el fin todo tipo de movimiento armado que cuestione su
dominación. El ejército que depende de estas clases no puede irse de su país. El
ejército de las burguesías locales no puede tomar los barcos y los aviones e
irse, tiene que combatir, triunfar o capitular. Tampoco puede aceptar que los
"sediciosos" de ayer sean los gobernantes de mañana. Esos ejércitos locales
resistirán. Su derrota será el fin del sistema y por lo tanto resistirán hasta
el fin.
Cabe preguntarse entonces crudamente: ¿Puede una guerrilla urbana lograr por sí
sola en el plano militar la destrucción del aparato represivo? En otros
términos: ¿Es la guerrilla urbana una forma militarmente idónea de consumar una
revolución con objetivos de transformación social radical, una revolución de
tipo socialista? Por supuesto, también en el caso de una revolución social, la
finalidad central de la guerrilla urbana es procesar las condiciones políticas
que conduzcan al derrumbe del aparato armado de las clases dominantes. Derrumbe
que no se produciría como resultado de una derrota militar en un enfrentamiento
militar directo, mano a mano, vamos a decir, con la guerrilla. Todo parece
indicar que la función de ésta no es buscar la victoria, en un enfrentamiento
mano a mano con el ejército. Su función es generar las condiciones políticas que
habiliten esa decisión militar victoriosa. Pero para arribar a esa victoria se
necesita desarrollar otras formas de lucha, que ya no son de tipo guerrillero.
En definitiva la guerrilla urbana, si de revolución social se trata, parece
tener como función idónea de preparar el salto, el tránsito cualitativo a otra
forma de lucha a través de la cual si se puede lograr la victoria decisiva en el
marco de la guerra en ámbito urbano, es la insurrección.
La guerrilla urbana, creemos por lo tanto, sólo se legitima como preámbulo y
preparación necesaria e imprescindible de la insurrección. Proceso
insurreccional que, por supuesto, puede revestir formas diversas, pero que
implica siempre una participación de sectores de masas de cierto volumen. Es
imposible concebir una insurrección sin participación de masas. El criterio que
se debe sustentar en esta materia no es plebiscitario, no es electoral. No es
necesario esperar que la mitad más uno de los habitantes de una ciudad decidan
levantarse en armas para hacer una insurrección. Esto que puede parecer obvio,
cabe sin embargo especificarlo, porque frecuentemente, tal vez por el peso de la
propia ideología electoralista que las clases dominantes introducen en el
proletariado, se tiende a suponer o a concebir un proceso insurreccional como
una especie de movilización plenaria o poco menos, de las masas. Es lo que se
traduce frecuentemente a través de afirmaciones populares que suelen oírse, como
"salir a la calle", "aquí va a pasar algo", "va a haber que salir a la calle",
etc.
Un proceso insurreccional, por supuesto, puede incluir demostraciones masivas en
la calle, pero es evidente que eso no es lo sustancial. Como toda acción armada,
una insurrección se decide centralmente por operaciones, por combate armado y no
por demostraciones en la calle. Por lo tanto, cuando nos referimos a la
necesaria participación de masas en un levantamiento insurreccional, aludimos a
una serie de acciones de masas de distinto nivel en el sobreentendido de que
participe el sector más dinámico de las masas.
Si partiéramos de la base de que es necesaria la participación directa en ella
de la mayoría de la población o de la mayoría de la clase obrera, incluso. No ha
habido jamás una insurrección con esas características. Se parte de la base que,
cuando se habla de masas, se alude a los sectores más conscientes, más
combativos o sea aquellos sectores de masas que efectivamente, por un trabajo
político previo desarrollado por el partido, estén en condiciones de tomar una
parte activa en un movimiento de ese tipo. Participación de masas es lo que hubo
en España en el año 36, es lo que hubo en Santo Domingo. Por participación de
masas se entiende participación de un sector de las masas. No necesariamente de
la mitad más uno de los integrantes de la población o de la clase obrera.
Otra posibilidad insurreccional en absoluto descartable en América Latina, que
viene al caso ya que citamos el ejemplo de Santo Domingo, es la que puede
abrirse camino en medio de un enfrentamiento entre sectores militares, donde uno
de ellos ganado políticamente a través de un trabajo político deliberado o a
través de una situación coyuntural que lo impulsa en ese sentido, ganado
políticamente, decimos, para la causa popular, recibe y admite el apoyo de las
masas y eventualmente el apoyo de la propia guerrilla urbana.
A nuestro entender, cualquier forma de acción insurreccional presupone,
necesariamente, una práctica militar previa y la existencia de un aparato
militar clandestino previamente organizado con suficiente capacidad operativa y
suficiente experiencia como para canalizar, encuadrar y llevar a buen puerto un
proceso insurreccional. Cabe puntualizar esto porque el balance de las
experiencias de insurrecciones urbanas realizadas en períodos anteriores,
conduce a constataciones sorprendentes. A esos efectos, cabe remitirse a libros
como "La insurrección armada" de A. Neuberg, editado por "La rosa blindada" en
Argentina. El balance de las insurrecciones urbanas realizadas en la década de
los años 20 por ejemplo, en Europa y China por los partidos comunistas, entonces
animados desde la Komintarn por una orientación revolucionaria, demuestra que
uno de los factores fundamentales de su fracaso ha sido la escasa preparación
previa. El escaso desarrollo previo de un aparato específicamente militar,
profesionalizado, vamos a decir así, en la práctica militar antes de la
insurrección. Por más que la participación de masas surge evidentemente como un
requisito indispensable, imprescindible para el buen éxito de una insurrección
armada urbana, el balance de la experiencia acumulada demuestra claramente que
el desarrollo de un aparato armado clandestino, es otro requisito no menos
indispensable para el éxito. Esto es vigente aún para el caso de que se obtenga
apoyo por parte de un sector más o menos importante del propio ejército burgués.
Por supuesto un tercer elemento que hay que tener en cuenta permanentemente
-todo esto esperamos desarrollarlo más ampliamente en otra oportunidad- es la
necesidad imprescindible de un trabajo político sobre el aparato represivo de
las clases dominantes.
Podemos definir tres requisitos como indispensables para el éxito de una
insurrección armada urbana, o sea: 1)La participación de sectores importantes de
masas a través de acciones de distinto nivel; 2)La existencia previa de un
aparato armado clandestino con experiencia militar ya adquirida, que vanguardice
el proceso; 3)La existencia de un trabajo político previo sobre los elementos
del aparato represivo. Estos tres requisitos presuponen como es obvio, la
existencia de un minucioso trabajo político previo, del cual sólo puede hacerse
cargo el partido como organización capaz de desarrollar, promover y armonizar
desde un centro de dirección común estas diversas actividades.
Esta concepción de la insurrección armada conduce, una vez más, a la conclusión
de que la estructuración del partido es la meta fundamental en la etapa de
procesamiento de las condiciones para la insurrección y no a la inversa. O sea,
que se procesa la acción armada a través de un centro político y no se procesa
el centro político a través de la acción armada.
Permítasenos hacer alguna precisión más, porque cuando se habla de insurrección
se corre el riesgo de que este término quede un poco vaciado de contenido. La
lucha armada en América Latina ha estado desde sus comienzos tan empapada de la
noción de que su forma fundamental y casi única es la guerrilla, que en la
mentalidad general, el término insurrección dice poco, evoca poco. O lo que
evoca es justamente la idea de muchedumbres que salen a la calle, etc. Cuando
nos referimos a insurrección armada urbana nos referimos a cosas tipo "bogotazo",
tipo "cordobazo", tipo Santo Domingo, con participación activa, además, de un
aparato armado desarrollado antes, todo bajo la dirección de un partido
revolucionario.
Entendemos que en Córdoba, en Bogotá, en Santo Domingo, existieron las
condiciones para una participación de masas en la insurrección. Lo que no
existió en Córdoba, lo que no existió en Bogotá, lo que no existió incluso en
Santo Domingo (donde ese papel fue asumido por una fracción del ejército) fue la
organización previa de un aparato armado, experimentado, en condiciones de
dirigir el proceso y en condiciones de incluir en el proceso de acciones de
masas las operaciones específicamente militares que hubieran tenido un alcance
determinante. Por supuesto, dejamos provisoriamente de lado aquí, el problema de
las posibilidades de estabilización de una situación insurreccional en Córdoba
por ejemplo. Estamos planteando el asunto, tratando de encuadrarlo dentro de
ciertas pautas. Es más que problemático, en efecto, que un régimen establecido a
través de un proceso insurreccional en la ciudad de Córdoba pudiera sostenerse.
Pero nos estamos refiriendo a una etapa determinada de un proceso de lucha
armada tratando de confrontar otras hipótesis con lo que ha sido la concepción
foquista sobre el asunto.
Quizás sea útil, para aclarar definitivamente este planteamiento, comparar esta
concepción con la que constituye la llamada "guerra popular", o sea el "modelo
asiático" vamos a decir así, aplicado en China y ahora en Vietnam, teorizado por
Mao y adecuado posteriormente por Giap al medio vietnamita. Esta concepción se
centra, como el foquismo inicial, en la importancia decisiva de la guerrilla
rural, y sostiene la necesidad de convertir a ésta, a través de etapas
reversibles, en ejército regular. La guerra popular, la "guerra asiática", tal
como la describen sus teóricos, es ni más ni menos que el proceso a través del
cual la guerrilla urbana, concebida en términos bastante similares a como se
planteó en Cuba, se transforma en ejército revolucionario. Cómo de la acción de
tipo guerrillero se pasa a la campaña abierta, a la guerra clásica, la guerra de
campo, a través de un proceso flexible, escalonado en etapas reversibles. Se
insiste mucho por parte de Mao y más aún por parte de Giap, dadas las
condiciones de la guerra en Indochina, en la necesaria preservación de la
posibilidad de retrovertir, de reconvertir el ejército regular en milicias
locales y de reconvertir incluso el escalón de milicias en guerrilla,
nuevamente, si la correlación de fuerzas es demasiado desfavorable. Es por otra
parte lo que sucedió en Indochina, en el momento en que la intervención masiva
de tropas norteamericanas condujo a los mandos vietnamitas a retornar, durante
un período relativamente largo, a la guerra de guerrilla. En la etapa anterior,
en que se enfrentaban fundamentalmente al ejército títere de Saigón, se había
pasado ya a la etapa de guerra clásica. En nuestros días se ha reproducido
nuevamente el desarrollo desde la guerrilla rural a la guerra rural. Ya se
combate de nuevo en guerra clásica de campaña, porque la correlación de fuerzas,
a través del proceso de lucha, ha vuelto a ser favorable. La guerra vietnamita
ejemplifica brillantemente el grado de flexibilidad, de ductilidad que es
necesario tener en todo tipo de guerra prolongada. Ductilidad y flexibilidad que
sólo es posible, naturalmente, sobre la base de un nivel de politización
profundo, no sólo del personal, sino de las propias masas. Hubiera sido
imposible para los soldados y para el pueblo vietnamita en general, "digerir",
sin grave desmoralización, la necesidad de reestructurar como guerrillas, el
ejército regular que ya operaba en guerra de campo, en el año 63 cuando empezó
la intervención masiva norteamericana si no hubiera existido un sólido trabajo
de preparación política a todos los niveles: a nivel del aparato armado y a
nivel de la propia población civil.
Toda guerra prolongada cualquiera sea la forma o la metodología que reviste,
exige como requisito indispensable la politización intensiva de los cuadros
militares y un trabajo político eficaz a nivel de masa, para que los giros y
cambios que necesariamente implica, sean comprendidos y asimilados
correctamente. Sólo a partir de una concepción estrechamente cortoplacista puede
subestimarse la importancia del trabajo político a todos los niveles. Sólo a
partir de una concepción cortoplacista puede subestimarse, en definitiva, la
importancia del partido como único instrumento idóneo para realizar ese trabajo
político.
Nos parecía útil hacer esta enunciación sobre los criterios básicos de la
llamada "guerra popular" para poner de manifiesto la diferencia fundamental de
ésta con el concepto de guerra en escenario urbano que estamos obligados a
desarrollar en nuestro medio, y para el cual, por supuesto, estos materiales no
tienen otra aspiración que la de ser una primera aproximación que habilite una
discusión. Lo fundamental, por lo tanto, en lo que tiene que ver con el concepto
de guerra popular, es que el desenlace militar, la victoria en el marco de esta
concepción, se ubica en el mismo plano de la guerra clásica. El desenlace
militar de la guerra popular se busca a través de la confrontación entre
ejércitos regulares, a través de campañas, de guerra de campo.
La formación de guerrillas, de bases de apoyo con ocupación de terreno, de
escalones intermedios de milicias locales, todo apunta y presupone la
culminación en la formación de un ejército regular, capaz de vencer al enemigo,
al ejército regular enemigo en batallas campales clásicas. La teoría Mao-Giap
enseña, en definitiva, como se puede formar un ejército regular revolucionario,
al margen del aparato estatal burgués o colonial, y cómo éste puede llegar a
vencer en guerra popular, en guerra de campo al ejército burgués o colonial. La
guerra prolongada de Mao termina como es sabido, en la campaña de 1948, año en
que el ejército comunista "conquistó" toda China, venciendo en guerra regular al
ejército de Chang Kai Sheck. La guerra contra los franceses en Indochina,
terminó con la derrota militar de los colonialistas en Diem Bien Phu, derrota
que vuelve decisivamente negativo el balance de ventajas e inconvenientes que se
veía obligado a realizar el mando francés y que empuja a negociar a Francia. En
la llamada "guerra popular", por lo tanto se empieza con la guerrilla rural
(igual que en la concepción foquista ortodoxa, tipo cubano) para terminar en el
ejército del pueblo que es un ejército de campaña.
¿Se puede trasladar esta concepción a las condiciones del Uruguay donde los
objetivos de la acción armada son primordialmente sociales? ¿Se puede llegar a
estructurar propiamente un ejército dentro de ciudades a partir de la guerrilla
urbana? Esto nos parece por lo menos, sumamente difícil. A partir de un nivel de
acción armada en ciudad, con características de guerrilla urbana, se puede
llegar hasta un hostigamiento intenso de las fuerzas enemigas, pero la decisión
se da a través de una insurrección popular urbana.
La etapa final de la guerra prolongada concebida en términos de "guerra
popular", o guerra "modelo asiático", digamos, consiste en una campaña militar
concebida dentro de pautas más o menos clásicas, o sea una guerra regular entre
ejércitos regulares. La fase final de la guerra que tenemos necesidad de
desarrollar en nuestro medio, a partir de una guerrilla urbana, termina en una
insurrección también, en lo fundamental, urbana.
Nos estamos refiriendo por supuesto a los términos en que plantea este problema
en el marco de la formación social uruguaya. Por supuesto, que si proyectamos
esta problemática a la dimensión general latinoamericana, la tesitura de la
guerra popular no es a priori descartable, aunque habría que someterla a una
crítica bastante minuciosa a partir de las apreciaciones, que creemos en lo
fundamental ciertas, que formulaba respecto de la "guerra popular" Régis Debray
en "¿Revolución en la Revolución?". El destacaba que aún en los medios rurales
latinoamericanos, la situación no es equivalente ni mucho menos a la de los
países asiáticos por una serie de circunstancias concretas que enunciaba allí:
escasa población, afincamiento local de un aparato represivo, características
peculiares de la estructuración social del campesinado, etc.
Es evidente que el carácter fundamentalmente urbano de la lucha en nuestro medio
tanto en su etapa inicial de guerrilla urbana como en la fase de su resolución
insurreccional, otorga una importancia más gravitante, más decisiva si cabe aún,
que en la "guerra popular" asiática, a la dimensión política de la práctica
militar. La acción en medios urbanos vuelve decisiva la vinculación con las
masas en el sentido de que desde el comienzo la operatividad del aparato armado
debe estar guiada por un criterio de acción por y para las masas en su práctica
militar. Las características urbanas de la guerra, la condicionan políticamente
mucho más que a cualquier otro tipo de táctica militar revolucionaria porque el
desarrollo del aparato armado clandestino de la guerrilla urbana no constituye,
militarmente hablando, un fin en sí, sino un medio de contribuir a promover un
desarrollo político de las masas. El desenlace insurreccional exitoso conlleva
la idea de este trabajo político previo. La insurrección sólo puede ser
victoriosa en la medida en que esta acción de preparación política previa,
dentro de la cual la actividad de la guerrilla urbana es un elemento
fundamental, ha sido desarrollada cabalmente. Esto sucede así porque, en
definitiva, el desenlace insurreccional no dependerá centralmente del desarrollo
técnico-militar previo del aparato armado, sino de la eficacia con que este haya
logrado insertarse y gravitar a nivel de esas masas junto a las cuales sí se
podrá obtener por vía insurreccional una decisión de victoria. La eficacia con
que la guerrilla urbana haya logrado insertarse dependerá más de la justeza de
su línea y su acción política que de su desarrollo técnico. Sin que esto
implique por supuesto, en absoluto, subestimar la necesidad de desarrollo
específicamente técnico del aparato armado, que como enunciáramos anteriormente
constituye un factor indispensable para todo éxito insurreccional en la medida
en que es él quien vanguardiza y protagoniza las acciones armadas que determinan
el éxito de la insurrección. De la justeza del trabajo en las masas por parte
del aparato armado que supone por supuesto, la existencia y la acción de un
partido que dirige el conjunto del proceso y cuya práctica política desborda
ampliamente los límites de la sola y exclusiva práctica militar, de la justeza
de esa acción de masas decimos, depende la posibilidad de desarrollar las
condiciones para la insurrección.
Cabría realizar algunas postulaciones tendientes a abordar la hipótesis de que
resulta, si no imposible, por lo menos enormemente difícil, llegar a formar un
ejército con características de ejército regular a partir de la guerrilla
urbana. En otros términos, abundar en la hipótesis de que la guerrilla urbana
como tal, no puede obtener la victoria militar sobre un ejército en una guerra
abierta, en medio urbano. Dicho aún de otra manera, lo que procuramos
fundamentar es la afirmación de que la guerrilla urbana sólo puede elevarse,
como forma superior, a un desenlace insurreccional y no puede o por lo menos
resulta enormemente difícil que se eleve, como forma superior, a la constitución
de un ejército con características de ejército regular capaz de decidir en el
medio urbano, a través de una guerra regular, la victoria militar.
A partir de la guerrilla rural debe necesariamente pasarse por una etapa
intermedia de constitución de ejército regular en condiciones de desarrollar una
lucha de guerra clásica de campaña, como condición previa al desenlace militar,
mientras que a partir de la guerrilla urbana no se puede llegar a la
constitución de un ejército regular y sí se debe pasar directamente a la
insurrección. Entre la guerrilla rural y la victoria existe una guerra regular.
Entre la guerrilla urbana y la victoria existe solamente una insurrección. De
ahí la suma delicadeza del momento insurreccional, puesto que en gran medida la
experiencia insurreccional es irreversible. Una insurrección termina en victoria
o en grave derrota. En cambio la etapa intermedia entre la guerrilla rural y la
victoria, constituida por un período de guerra regular, no reviste la gravedad
como opción política que reviste la elección de la coyuntura insurreccional.
La guerrilla urbana está condenada, digamos así, a ser sólo eso, guerrila,
guerrilla urbana, hasta el momento, necesariamente muy bien elegido, de una
insurrección generalizada. Sería largo y seguramente inoportuno enunciar aquí
todas las razones técnicas que, a nuestro entender, traban decididamente en
nuestro medio la conversión de una guerrilla urbana en ejército capaz de
disputar la victoria al enemigo en acción abierta, o sea en combate formal. Por
supuesto, cuando nos referimos a acción abierta, a combate formal, no nos
estamos refiriendo a la insurrección que definíamos como la culminación
necesaria del proceso de lucha guerrillera urbana, sino a una especia de etapa
previa que en la concepción foquista del M.L.N. se pretendió definir como "la
guerra". Una especie de etapa intermedia, inserta entre la actividad propiamente
guerrillera y el desenlace armado. La hipótesis insurreccional nunca formulada
en términos precisos por el M.L.N. podría suponerse implícita como coronación
del proceso que este movimiento definió como "guerra" o "campaña de
hostigamiento".
Parecería claro que entre la guerrilla y la insurrección, el M.L.N. vislumbró la
posibilidad de un período de operaciones frecuentes y de dimensión relativamente
importante, que vendría a ser el equivalente, en medio urbano, de lo que es el
período de guerra regular en el medio rural según la concepción de "guerra
popular asiática". Esta hipótesis está corroborada por el claro intento de
extensión de las operaciones militares al campo. Podría considerarse que lo que
el M.L.N. procuró llevar a la práctica a partir de abril, fue una modalidad
operativa aproximadamente similar a la desarrollada por Grivas y la EOKA en
Chipre. O sea, una intensa actividad urbana paralelizada por la acción de grupos
operativos, bastante restringidos numéricamente, en el campo. Por supuesto esa
etapa operacional no fue suficientemente definida por los mandos del M.L.N. y
los términos en que sucedieron las cosas no permiten tampoco hacerse una idea
clara respecto de cuáles eran las modalidades y los objetivos que pretendía
concretar la dirección del M.L.N. al postular la intensificación de las
operaciones bajo el título de "guerra".
Parece bastante claro, por los documentos publicitados, y por los hechos
incluso, que la dirección del M.L.N. consideró que en abril se procesaba un
cambio cualitativo de los niveles llevados adelante hasta entonces, cambio
cualitativo significado por un sensible salto en cuanto a la dimensión de las
operaciones que se encaraban. El hecho de que estas operaciones no hayan tenido
oportunidad de llevarse adelante por el desarrollo de los acontecimientos tal
como se dio, no inhibe de considerar ciertamente que se encaraban incorporación
de objetivos de defensa de la "legalidad". Así concebido, el M.L.N. pasaría a
ser vanguardia de un movimiento popular más amplio que podría adoptar
eventualmente la bandera de la restauración democrática.
De haberse logrado superar la represión militar como antes se había logrado
superar la represión policial, se habría creado para las clases dominantes
uruguayas y para su gobierno, ya abiertamente dictatorial, una coyuntura muy
difícil de superar que en la política del M.L.N. podría haber desembocado en una
intervención extranjera. De producirse ésta, pasarían a manos del M.L.N., además
de la bandera de la defensa de la "democracia" liberal, la bandera de la defensa
de la nacionalidad, lo cual hubiera terminado convirtiendo, en definitiva, la
causa social en causa nacional, con la consiguiente ampliación de las
posibilidades políticas del Movimiento en las masas.
La guerrilla iniciada por objetivos sociales, se convertiría así, en la medida
que perdurara, en lucha por libertades democráticas, y en la medida en que ésta
perdurara superando la represión del ejército, en lucha por la defensa de la
soberanía, ya que desbordado el ejército como antes la policia, el único recurso
que quedaba a las clases dominantes era abrir paso a la intervención extranjera.
Si es esto realmente lo que se buscó, implica una
grave falta de perspectiva, una muy errónea evaluación de la coyuntura militar,
de las posibilidades propias y del enemigo, de la correlación de fuerzas.
También, por supuesto una evaluación inadecuada de la coyuntura política, o sea
de las posibilidades del sistema de "digerir" grados de violencia muy elevados,
sin verse por ello forzado a romper decisivamente los velos ideológicos que
encubren su esencia dictatorial y que le permiten mantener el ascendiente y la
hegemonía sobre amplios sectores de masas.
No es éste el aspecto fundamental que nos interesa analizar ahora, sino que nos
interesa más insistir sobre la faz específicamente militar de esta política que
el M.L.N. pretendió emprender en abril. Creemos que del análisis de las
características de este cambio, deriva la constatación de las enormes
dificultades que enfrenta una guerrilla urbana para convertirse en niveles
operativos superiores, aproximativamente equivalentes a los de una guerra
regular. Dicho en otros términos, cómo la guerrilla urbana está en cierta medida
condenada a ser guerrilla hasta el momento de la insurrección y no puede
convertirse propiamente en ejército. Mencionaremos de manera necesariamente
esquemática, porque de otra forma nos iríamos muy lejos algunas de las razones
que determinan esto.
En primer término el desarrollo cuantitativo de los efectivos aparece bastante
claramente como inversamente proporcional, digamos, al grado de seguridad de un
aparato armado urbano que, por definición, siempre está en presencia del enemigo
y expuesto en condiciones de dispersión a la acción represiva. Pensamos que una
de las razones determinantes del rápido colapso sufrido por el M.L.N. radica
justamente en haber desbordado los límites compatibles con la seguridad en
cuanto al desarrollo cuantitativo de sus efectivos. Este razonamiento fundamenta
la escasa dimensión que sistemáticamente vemos atribuida a los movimientos de
guerrilla urbana. A esos efectos, nos remitimos a la descripción de efectivos de
la EOKA, por ejemplo, que se hace en "La guerra de la pulga" y que da Grivas en
su libro "Guerra de guerrillas"; a la descripción de los efectivos del IRA en la
misma "Guerra de la pulga" y "La guerra de Irlanda" de Vicente Talón; a
referencias similares de Menahem Beguin sobre el IRGUN de Palestina en "Rebelión
en Tierra Santa". En términos generales podría decirse que prácticamente todas
las guerrillas urbanas que han operado a lo largo de la historia, han contado
con efectivos sumamente reducidos, mensurables en cantidades de no más de pocos
centenares de combatientes. Y nunca más de eso. Reiteramos que una de las
razones que nos parece acentuó sensiblemente la vulnerabilidad del M.L.N. fue
violar esta especie de ley de saturación.
Otra circunstancia notoria es que la guerrilla urbana carece de retaguardia, no
domina espacio, carece por lo tanto de repliegue seguro sobre el terreno. En el
medio urbano el enemigo es, obviamente, el dueño de todo el territorio y el
único repliegue que le resta a la guerrilla urbana es la infra que ella misma
genera.
El desarrollo cuantitativo de los efectivos que mencionábamos recién presiona
necesariamente sobre la disponibilidad de infra cuyo desarrollo, a su vez, es
tendencialmente mucho más lento y dificultoso, que el propio reclutamiento. El
crecimiento del personal combatiente conduce pues indefectiblemente, a cierta
altura, a un "cuello de botella" en materia de infra y servicios conexos. Esto
nos parece bastante claro y es lo que indica toda la experiencia. Es mucho más
difícil, sobre todo llegado a cierto ritmo de operatividad, conseguir casas y el
montaje de los servicios correspondientes a una organización clandestina, que
reclutar combatientes. La experiencia del M.L.N. también apoya esta afirmación
puesto que, si bien había allí un poderoso desarrollo de infra, la
disponibilidad de efectivos rebasó con mucho sus posibilidades. Por otra parte,
en términos represivos, lo que cae, y lo que cae sin remedio son las casas, que
no pueden moverse, digamos así. Y los equipos pesados, le impedimenta que no
puede trasladarse con agilidad. Lo que más fácilmente rehuye a la acción
represiva es obviamente aquello que puede desplazarse y en este mundo lo que más
puede desplazarse son las personas.
De manera que la piolita se corta por el lado de la infra y por el lado del
deterioro de los servicios correlativo a la caída de las casas. Es por allí, en
términos generales, por donde se abre el flanco más vulnerable de toda
organización clandestina, y es justamente esa vulnerabilidad lo que crece en la
misma medida en que se extiende o aumenta la cantidad de personas encuadradas en
estas organizaciones.
En otro aspecto aún siendo numerosa, la guerrilla urbana, por operar siempre en
terreno enemigo, presenta enormes dificultades para concentrarse en medida
suficiente como para decidir enfrentamientos de entidad. Es una ley de su
funcionamiento el evitar este tipo de enfrentamientos. Bien se sabe que durante
largos períodos, especialmente en los períodos iniciales, es normal en toda
actividad guerrillera evitar en lo posible los encuentros con el enemigo. Pero
sucede que sin enfrentamiento, sin "batallas", vamos a decir, no existe la
posibilidad de destrucción militar del ejército enemigo. No es rehuyendo las
confrontaciones como se puede llegar a una decisión armada. La guerrilla urbana
puede lograr sobre el enemigo grandes efectos políticos, pero en función de esta
característica que estamos anotando, muy difícilmente puede lograr decisiones
militares importantes. La dificultad para concentrarse, derivada del hecho de
operar siempre en territorio enemigo, determina que en los enfrentamientos,
normalmente la guerrilla urbana sea más débil que el oponente, lo cual conlleva
la necesidad de rehuir esos enfrentamientos y por lo tanto la imposibilidad
técnica de lograr la destrucción del ejército contrario.
En resumen, la guerrilla urbana, hasta el momento insurreccional está encerrada
en la defensiva estratégica, por más que pueda tener, circunstancialmente, la
ofensiva táctica. Sólo puede golpear al enemigo de manera esporádica, librando
una guerra sin dimensión territorial y por lo tanto sin frentes y sin acciones
sostenidas. El enemigo aunque tampoco tiene frentes estables puesto que éstos se
crean y desaparecen en cada acción, controla sin embargo el terreno y tiene la
ofensiva estratégica permanentemente en sus manos.
La victoria militar exige de alguna manera pasar a la ofensiva estratégica. La
imposibilidad de que la guerrilla pueda pasar a la ofensiva estratégica traslada
los "efectos" de ofensiva al plano político. La única ofensiva militar decisiva,
en marco urbano que puede obtener la destrucción del aparato represivo, es la
insurrección, que, a su vez es una eventualidad irreversible. O se obtiene la
victoria final o significa una derrota grave en el plano militar.
En definitiva, la guerrilla urbana, como tal, parece estar encerrada
necesariamente en la defensiva estratégica. La ofensiva estratégica posible para
la guerrilla urbana consiste en la insurrección. Siendo la ofensiva estratégica
requisito indispensable para la victoria, y siendo la insurrección su única
forma urbana, sólo con la insurrección se puede lograr la victoria.
La insurrección, según enunciábamos antes, supone tres condiciones: la
disponibilidad de un aparato armado clandestino previamente organizado y
experimentado; el apoyo de masas o de sectores de masas suficientemente
importante como para gravitar en el acto insurreccional, participando
activamente en él; y un trabajo político previo que permita la desmoralización o
la desintegración lo más amplia posible del aparato represivo. Por supuesto que
una acción insurreccional supone una cuidadosa evaluación de factores políticos,
y es absolutamente imposible deducirla de una decisión voluntarista del aparato
armado, por importante que éste sea. Una insurrección aislada de las masas es
totalmente inconcebible. Una acción de hostigamiento, como la planteada por el
M.L.N. a partir de abril, en la medida en que no apunte a un desenlace
insurreccional, tampoco es capaz, por sí, de producir la liquidación del aparato
armado burgués. El hostigamiento, por intenso que fuere, sigue encerrado dentro
de la característica de defensiva estratégica. Sólo la insurrección supone la
superación de la defensiva estratégica y el pasaje a la etapa de ofensiva
estratégica.
Las obvias implicaciones de carácter político de un proceso insurreccional,
excluyen totalmente la posibilidad de que él pueda ser encarado a partir de un
planteo foquista. La insurrección exige la existencia previa de un partido y el
desarrollo de un aparato armado propio capaz de operar durante un largo período
como guerrilla urbana. El éxito de una insurrección no puede fiarse al
espontaneísmo de las masas y tampoco puede fiarse al voluntarismo del aparato
armado, operando aislado o más o menos aislado de las masas. La concepción
insurreccional de la destrucción del poder burgués exige el trabajo en los dos
niveles: a nivel de masas para crear las condiciones políticas de la
insurrección; a nivel armado para crear el aparato armado que, previamente a la
insurrección, estructure los cuadros de ésta y sea el elemento de choque, de
ruptura del proceso insurreccional.
En las condiciones concretas de nuestra formación social nacional, no puede
establecerse que un proceso de insurrección victorioso baste de por sí para
implantar el poder popular en el Uruguay sólo. Hay que partir de la base de que
la destrucción del poder burgués en nuestro país es solamente la apertura de una
nueva etapa de lucha contra la intervención extranjera. Sería absurdo concebir
el "socialismo en un sólo país" en el Uruguay.
A partir de la destrucción del poder burgués en el Uruguay, es que la lucha se
internacionaliza hacia afuera y se vuelve nacional hacia adentro, en el sentido
de que la intervención extranjera es, prácticamente inevitable, dada la
situación geopolítica. La intervención política de las burguesías de los países
vecinos o directamente del imperialismo, necesariamente convierte la revolución
social en una revolución en defensa de la independencia nacional. Al mismo
tiempo traslada hacia los países vecinos los efectos de la revolución uruguaya.
En la medida en que la revolución triunfe en el Uruguay no será, por sí misma,
capaz de afianzarse aquí sólo, pero sí de iniciar una etapa de
internacionalización de los efectos políticos revolucionarios. Se inicia
entonces el 2º período de lucha prolongada contra la intervención extranjera,
período en que se involucra la suerte o el destino de la región y no ya
solamente de nuestro país. El Uruguay no se jugaría, según esta concepción, la
suerte sólo del país, sino la suerte de la revolución en la región.
El Uruguay constituye el punto de mayor vulnerabilidad en la cadena imperialista
regional, en la medida en que es un país carente de aperturas burguesas viables.
La burguesía uruguaya ha sido incapaz de formular un proyecto, un modelo de
desarrollo que le permita escapar al proceso de deterioro económico-social
creciente que padece desde hace decenios. La tendencia al deterioro en todos los
planos, lejos de atenuarse se acentúa incesantemente. El deterioro se va
trasladando gradualmente del nivel económico, determinante en última instancia,
a los niveles político e ideológico. La capacidad real de las clases dominantes
uruguayas para enfrentar a la revolución, disminuye en la misma medida en que el
deterioro se profundiza.
Las clases dominantes, insistimos, no han sido capaces y no parecen disponer de
los medios para formular un proyecto que signifique la superación de esta
situación. Su única respuesta ha sido intensificar la represión, lo cual si bien
les ha valido éxitos en el plano militar, indudablemente constituye una
respuesta políticamente no válida y cargada de riesgos para el futuro. La
polarización de las luchas en el Uruguay, debido a esta circunstancia, o sea a
la carencia de salida burguesa, es prácticamente inevitable en la medida en que
el proceso de deterioro continúe. Nada sugiere, hoy por hoy, su detención, ni
aún siquiera su estancamiento. Por el contrario, por períodos, adquiere una
velocidad mayor. Es esta situación lo que legitima plenamente la vigencia de la
acción armada desde ya en nuestro país.
La viabilidad de un desenlace insurreccional, debe consultar además de la
coyuntura interna, la coyuntura global de la región. El aspecto más peligroso de
ésta está radicado en el desarrollo burgués de Brasil. La inevitable
internacionalización de la revolución uruguaya como proceso armado, o sea el
hecho de que ésta termine inevitablemente en intervención extranjera, parece
sugerir la pertinencia de una muy prolongada etapa de lucha encarada en términos
de guerrilla, antes de llegar a un desenlace insurreccional cuya coyuntura debe
ser muy precisamente escogida.
Se desprende claramente de lo aquí enunciado, que también en el marco de la
concepción estratégica postulada por nosotros, tiene cabida un "momento
nacional" digamos así, del proceso revolucionario, lo cual puede establecer una
similitud aparente con el foco. Según se plantea aquí, el momento de la lucha
por la independencia nacional también es posterior, en el tiempo, al momento
social, o sea a la etapa social inicial, a la etapa de motivación social de la
lucha guerrillera. Es de toda evidencia que dadas las condiciones particulares
de nuestro país, es prácticamente inconcebible el establecimiento de un régimen
de tipo socialista, o aún la realización de transformaciones sociales profundas
sin contar con la intervención de las burguesías vecinas. Por otra parte nuestro
país se halla plenamente inmerso en un proceso de integración regional, que no
es nada más que la concreción del proceso de integración general correlativo a
la etapa de penetración del capitalismo monopolista en América Latina. Dicho en
otros términos, lo que sucede es que el Uruguay, por diversas vías se va
integrando cada vez de manera más plena al ámbito económico de los países
vecinos. Puede constituir y constituye, por supuesto, una zona de fricción entre
las burguesías dependientes de los países vecinos.
Lo indudable es que todo parece indicar que el Uruguay burgués no sería viable
en el largo plazo. La dominación burguesa en nuestro país, por lo tanto, en gran
medida se asocia a la perspectiva de una integración dependiente respecto de las
burguesías de los países vecinos. El destino del Uruguay como país independiente
bajo dominación burguesa no parece ser viable. Dominación burguesa y perduración
de la independencia política real surgen como términos contradictorios. En el
plazo, el país va a ir perdiendo cada vez más su independencia real sin
perjuicio de conservar una independencia formal cuya invalidez en el plano de la
realidad será cada vez más evidente para todos. Si en el marco de su deterioro y
de la creciente integración regional monopólica el Uruguay burgués está
predestinado a la integración con los países vecinos y a la pérdida de su
independencia, la única forma viable para que esta independencia perdure y sea
una realidad, es la superación de la estructura burguesa en nuestro país. El
Uruguay, en el marco del sistema capitalista, está destinado a la pérdida
gradual de su independencia. Sólo dejando de ser capitalista podrá conservar su
calidad de nación independiente. El Uruguay será independiente en la medida en
que sea socialista. Por esta vía, socialismo y nacionalismo llegan, es cierto, a
una final convergencia.
Toda concepción de nación es inseparable de una perspectiva de clase. La patria
según la noción burguesa es la patria para los burgueses. La nación en la
concepción proletaria, es sólo la nación socialista y por lo tanto la
reivindicación de la independencia nacional y su consagración a través de un
proceso de lucha armada se identifica con la lucha por el socialismo. El Uruguay
será independiente si es socialista o no será independiente. Capitalismo y
dependencia creciente son términos inseparables. La independencia política es
incompatible con la vigencia del capitalismo en nuestro país, porque él lo lleva
inexorablemente a una dependencia creciente, no ya referida al imperialismo
yanqui, sino bien concretamente referida a las burguesías de los países vecinos,
también dependientes, por supuesto. La burguesía uruguaya será necesariamente
dependiente de burguesías a su vez dependientes. Este proceso será tanto más
rápido, cuanto mayor sea por un lado el desarrollo de las burguesías
dependientes vecinas, y cuanto mayor y más agudo e irreversible se torne el
proceso de deterioro económico-social al que arrastra al país la dominación
burguesa dependiente. Una real independencia nacional exige por lo tanto, el
derrocamiento del poder burgués en el país.
La guerra de guerrilla a partir de motivaciones sociales efectivamente en
determinado momento adquiere connotaciones nacionales. Una insurrección
socialista, o por lo menos orientada a cambios radicales, será también sin duda
una insurrección con fines nacionales.
Asociar los valores socialistas a los valores ideológicos nacionalistas,
entendemos que es un elemento importante para ampliar la esfera de acción
ideológica de la revolución. No queremos introducirnos aquí en un análisis
teórico respecto al contenido y los alcances del "patriotismo" como ideología.
Solamente queremos formular la hipótesis de su implementación como elemento
ideológico sin que ello implique negar la necesidad de adecuaciones para
ubicarlo en la concepción general socialista. Distinta es, nos parece ya que
estamos en esto, la valoración que debe hacerse de la ideología
democrático-liberal. Dijimos más de una vez ya, que el esquema operativo del
foco, suponía la iniciación de la actividad militar a partir de motivaciones
sociales, prolongable luego hacia la rehabilitación de la democracia liberal,
una vez que la misma acción del foco hubiera generado factores represivos
suficientes y prolongables posteriormente a la defensa de la causa nacional, en
la medida en que motivara una intervención. Sobre la vinculación de las
motivaciones sociales de la lucha armada con la lucha nacional, hemos sugerido
algo más arriba.
Respecto a la vinculación de las motivaciones sociales con los valores
ideológicos democrático-liberales, pensamos que la conducta debe ser diferente.
No creemos que bajo ningún concepto sea reivindicable la institucionalidad
liberal-democrática como meta de la lucha. Pensamos que un movimiento
auténticamente revolucionario tiene que postular desde ya, y en la medida en que
ello sea posible y compatible con el nivel de comprensión popular, objetivos de
organización política diferentes a la organización tradicional estatal-burguesa.
La estructura estatal burguesa debe ser denunciada y combatida en el plano
ideológico desde ahora. No compartimos en absoluto por lo tanto la perspectiva
de una etapa de lucha pro-democrática, tal como se la plantearía el foco. La
revolución uruguaya será socialista y nacional, pero no debe ser
liberal-democrática. Debe postular una estructura de poder totalmente diferente.
Ello implica el trabajo de concebir formas de poder popular, y la crítica
sistemática sobre los niveles jurídico-políticos de organización del estado
burgués dependiente, y de crítica de la ideología política que sostiene e
informa esta estructura estatal-burguesa dependiente.
Tratando de resumir los aspectos militares de la práctica foquista, enunciemos
los siguientes puntos: el foquismo en la versión del M.L.N. postula el criterio
de que la actividad armada por sí sola puede generar las condiciones políticas
de la revolución. ¿En qué consiste la generación de estas condiciones políticas?
En primer término, la actividad inicial del foco polariza a su alrededor la
opinión de los sectores más politizados. La actividad sostenida del foco
generaría la represión, y ésta aparejaría tarde o temprano la alteración del
marco institucional democrático. A partir de la existencia de una dictadura, la
lucha contra ella polarizaría en torno al foco, al conjunto de la opinión
política no ya revolucionaria, no ya simplemente de izquierda, sino aún la
liberal. En la medida en que el foco se sostuviera, operando siempre a niveles
más altos, esto terminaría generando la intervención extranjera. Ella pondría
junto al foco al conjunto del país. En términos políticos, la guerra de
guerrilla iniciada por motivaciones sociales, adquiriría después un contenido
político democrático y posteriormente, en la etapa final, un contenido de guerra
nacional. El foco generaría así, empezando al revés, digamos, las condiciones
políticas que tradicionalmente (caso cubano por ejemplo) generó la dictadura. En
lugar de ser respuesta a una dictadura o a una situación colonial descarnadas,
el foco las generaría. En lugar de ser respuesta a la dictadura abierta, el foco
traería la dictadura abierta. En lugar de ser respuesta a una dominación
extranjera directa, el foco atraería la dominación extranjera directa. En virtud
de ello, el foco capitalizaría sin necesidad de lucha ideológica previa, es
decir, sin necesidad de romper las estructuras ideológicas burguesas,
capitalizaría los propios valores de la ideología burguesa: democratismo liberal
y nacionalismo. La estrategia foquista pretende ser un atajo precisamente por
eso: por el hecho de que sería un intento de canalizar rápidamente hacia la
causa revolucionaria la propia ideología burguesa.
¿Cómo se lograrían estos efectos políticos? Para lograrlos se necesitan acciones
impactantes. El impacto sicológico necesita un "crescendo", una intensificación
gradual y sostenida de las acciones. Si se retorna a niveles operativos ya
superados, el efecto de impacto disminuye o desaparece. Los efectos políticos de
la operatividad se volatilizan si ésta no sigue un curso sostenidamente
ascendente. Un efecto similar al de la intensificación o ampliación de la
magnitud de las operaciones, se logra variando la índole de éstas. Variar el
tipo de operaciones e incrementar el nivel de éstas en aquellos ramos o
variantes operativos ya realizados, son los dos caminos para persistir en el
logro del impacto sicológico. El impacto sicológico genera simpatías.
En la expectativa de que los objetivos revolucionarios democrático y nacional se
logran por este método, no interesa desarrollar esta simpatía en el sentido de
una conversión, digamos así, ideológica, de una modificación en profundidad de
la ideología de la gente, ya que esto no sería necesario.
Todo el proceso se concibe por supuesto como breve, brevedad que no descarta una
perduración de algunos años. Lo decisivo es la actividad operativa. Lo único que
importa substancialmente es el desarrollo del aparato armado. La capitalización
política puede hacerse en términos de mera simpatía encuadrable precariamente en
un movimiento de masa, concebido básicamente como una pecera donde pescar, como
lugar de reclutamiento, como un lugar de recurrencia para obtener el apoyo
necesario al aparato armado.
La canalización política de las simpatías obtenidas, no reviste la forma de
partido. Ello implica que el movimiento correspondiente carece de línea clara en
materia política, ideológica y de masa. El foco descarta realmente una política
para masas. El foco descarta la organización de un partido, única forma de
desarrollar esta política a nivel de masas. El foco descarta la modificación
ideológica profunda, incluso de sus propios militantes. ¿Por qué? Porque se
supone que la actividad armada generará una dinámica, la dinámica que enunciamos
antes, que hace obviable todo este complejo proceso visualizado en la concepción
foquista, como demasiado engorroso. La lucha armada abrevia, permite capitalizar
para la revolución los propios valores ideológicos burgueses. Por eso no hay que
discutir ni siquiera con el reformismo. Ello es innecesario, puesto que la
dinámica generada por las operaciones armadas arrastrará al reformismo al
terreno de la revolución donde será furgón de cola, o será destruido por la
represión. En realidad la función política en la concepción foquista es
depositada en manos de la reacción. Es la represión la encargada de persuadir al
pueblo de las ventajas de la revolución. Para que ello sea posible y fácil, es
necesario que los revolucionarios no le planteen al pueblo opciones complejas,
ideologías, problemas complicados.
Es necesario que el foco revolucionario sostenga una posición sumamente amplia
en lo ideológico que no obstaculice la adhesión de nadie, puesto que se prevé
que la adhesión será masiva, en el sentido cuantitativo y masiva en cuanto a
nivel ideológico de los adherentes. La causa es primero social, luego es
democrática y después patriótica. Y todos deben estar en condiciones de
enrolarse en ella. La forma de la propaganda no debe revestir complejidades
teóricas o ideológicas, debe ser accesible a todos. El folklore es la forma
evidentemente más eficaz para este tipo de prédica. El contenido propagandístico
es emotivo, no racional. Lo racional limita la posibilidad de adhesión y es
complicado; lo emotivo llega a todos. Se prescinde por supuesto de la teoría.
Son los hechos los que definen.
De lo que se trata fundamentalmente es de sostener la moral del movimiento y el
entusiasmo revolucionario de las masas, a través de hechos. Por eso los hechos
tienen que ser constantes, sostenidos y cada vez de importancia mayor. Es la
importancia permanentemente creciente de los hechos lo que significa el avance
de la revolución. Es la importancia constantemente creciente de los hechos o la
variación del terreno sobre los cuales se hacen, lo que sostiene la moral
inclusive del movimiento. El reclutamiento se define en torno a la propensión a
realizar hechos. La propensión a realizar hechos se define en cuanto a un ánimo
sentimental y emotivo. El ánimo sentimental y emotivo se genera en los hechos.
Esta ideología resulta viable, es obvio, como motor de un movimiento concebido
en términos cortoplacistas. Es funcional en un movimiento que parte de la base
de que su camino va a estar constituido por éxitos constantes puesto que la
posibilidad de operar siempre en sentido ascendente, supone el éxito permanente.
La línea sostenida en base a operar siempre en sentido ascendente supone la
subestimación del enemigo. Subestimación que no está avalada por ningún análisis
de coyuntura. Los hechos han demostrado los alcances ruinosos de este criterio.
Está implícita en la concepción enunciada, la pertinencia y la necesidad de
ampliar constantemente los efectivos. La concepción cortoplacista conduce a la
conclusión de que es necesario crear un ejército clandestino al menor plazo
posible. Si la coyuntura política puede ser forzada, digamos así, a partir de
acciones armadas, cuanto mayores sean las acciones armadas, cuanto mayor sea el
aparato armado, más fácil y rápidamente se forzará la coyuntura política. Está
implícita en este criterio la concepción voluntarista. Va unida a ello la
confianza en el efecto multiplicador de las acciones armadas. Cualquier tipo de
estructura social, política, económica, puede ser deformada y modificada con las
armas, en el sentido en que lo desean voluntariamente quienes empuñan esas
armas.
La actividad política pasa a ser para el foquismo decisión subjetiva de un grupo
operativo y no producto de un proceso global de la sociedad. Pesa más la
decisión de un grupo más o menos aislado, que el comportamiento de las clases
sociales. Esta actitud conviene perfectamente a la postura ideológica de
determinados sectores pequeño-burgueses, en concreto de la pequeña burguesía
culta, la llamada "intelligenzia" que opera en nuestro país como fuerza social
bastante al margen de las clases sociales fundamentales, en gran medida como
producto del retraso del nivel de conciencia de la clase obrera. Es difícil
precisar a veces en qué medida este comportamiento de grupos pequeño-burgueses
responde realmente a los intereses de clase obrera o a preocupaciones de abrirse
paso en la jerarquía social vigente. En qué medida su ánimo revolucionario no
está determinado por la presencia de una burguesía que taponea sus expectativas
de "ascenso social" burgués en el marco de una formación social estancada.
Sea como fuere, esta concepción foquista implica en lo militar la necesidad de
crear un ejército clandestino. La necesidad de crear un ejército clandestino
plantea un nivel reducido de exigencias para el reclutamiento. Cuando decimos
ejército clandestino, no nos estamos refiriendo por supuesto a un aparato armado
de dimensión cuantitativa considerable como lo fue el M.L.N. Un bajo nivel de
exigencia para el reclutamiento, unido a un bajo nivel de exigencia en cuanto a
la formación político-ideológica de los cuadros, acentúa la vulnerabilidad de
estos frente a la represión. Cuadros mal formados políticamente son vulnerables
a la represión. La concepción cortoplacista subestima la necesidad de
compartimentar. El aspecto de seguridad es subestimado en la medida en que se
considera fácil la reposición de los cuadros perdidos y se considera breve el
período de la lucha.
Creemos que estas circunstancias están en el fondo de la derrota del M.L.N. a
partir de abril. Muy difícilmente un movimiento que se desarrolle en el marco de
la concepción foquista podrá superar estas debilidades, que sólo son superables
a partir de un criterio largoplacista. Aún las traiciones abiertas registradas a
nivel de dirección en el M.L.N., aparte de su aspecto anecdótico, evidencian la
subestimación de la necesaria homogeneidad política en los niveles de dirección.
Nada de lo que ha sucedido resulta demasiado extraño si se parte del contenido
de la concepción foquista. Es la política la que debe dirigir las armas y no la
armas las que dirijan la política. La guerra no es sólo un problema técnico. Es
-ni más ni menos- la política por otros medios.
¿Bajo qué condiciones un aparato armado podría por sí sólo desarrollar con éxito
una acción revolucionaria? Contestar eta pregunta implica en cierta medida
delimitar las posibilidades de éxito de eventuales nuevos intentos foquistas.
Estos serían viables a partir de que las condiciones materiales de vida de las
masas hayan experimentado un descenso muy marcado, al tiempo que empieza a
quebrarse seriamente el predominio ideológico burgués. Sería viable cuando las
vías habilitadas por el sistema, o sea la lucha gremial, la acción electoral, la
acción propagandística pública, estén obstruidas, o aún estando abiertas sean de
inoperancia evidente para las masas. Esto por supuesto se habría objetivado, en
esa situación, en disposiciones y actos concretos de represión. En definitiva,
un aparato armado podría desarrollar por sí solo una actividad política, sin
partido, cuando el devenir espontáneo del proceso generara un malestar social
generalizado, intenso y comprimido. El foquismo sólo sería viable en el marco de
una gran desesperación de las masas que no encontraran canales políticos para
expresarse. El foquismo sería viable, en suma, cuando las motivaciones sociales
tuvieran una dimensión y una profundidad mucho mayor de las que tienen
actualmente. Ello permitiría, en nombre de esas motivaciones sociales, generar
una dinámica de apoyo masivo popular al foco. Permitiría masificar efectivamente
el proceso de lucha armada en un plazo breve. Sólo en esas condiciones el
foquismo lograría una inserción o una capitalización política efectiva de masas.
La configuración de esas condiciones puede exigir aún un lapso más o menos
prolongado; ello dependerá de la velocidad que llegue a adquirir el proceso de
deterioro económico-social y de la eficacia con que este deterioro a nivel
económico social en el plano político, endureciendo las formas de dominación
política; y en el plano ideológico quebrantando la hegemonía ideológica burguesa
sobre las masas.
Ninguna de estas condiciones estaba generada cuando el foco empezó a operar como
tal, ni están generadas aún actualmente. Tampoco se generarán con
características adecuadas si el proceso funciona de manera sólo espontánea. Ello
hace necesaria la acción política concretada en la estructuración de un partido
que opere a nivel público, a nivel de masas, y clandestinamente como práctica
militar. Práctica militar no foquista, por supuesto, ya que las condiciones para
el foco no están creadas. Naturalmente en la medida en que esas condiciones de
desesperación social de las masas, de endurecimiento de la estructura política,
de deterioro de la influencia ideológica de la burguesía, se generen y acentúen,
el aspecto militar del trabajo político adquirirá una relevancia cada vez mayor,
hasta predominar claramente sobre el aspecto de acción pública, no militar, a
nivel de masas. El aspecto militar del trabajo crecerá en la medida en que la
situación a nivel de masas revista condiciones cada vez más favorables a un
desenlace revolucionario. Sin embargo, en ningún momento será prescindible y
dejará de ser necesaria la acción a nivel de masas, la acción pública, la acción
específicamente política del partido. En la perspectiva de un desenlace
insurreccional, esta es obviamente imprescindible. Insurrección significa -lo
dijimos- participación activa de un sector importante de masas. Significa la
realización de un trabajo político previo sobre el ejército, especialmente, por
supuesto, en sus escalones inferiores de tropa, como requisitos indispensables,
además del desarrollo previo de un aparato armado relativamente importante.
Hay un aspecto que no queremos omitir y que en abril se planteaba la dirección
del M.L.N. como uno de los principales obstáculos con que tropezaba su acción.
El consiste en la llamada "anestesia" de las masas frente al impacto buscado por
las acciones. Un aparato armado no puede fijar su estrategia a la necesidad de
realizar acciones siempre en un sentido linealmente ascendente o variando su
campo. Una concepción de lucha prolongada implica la aceptación, como en
Vietnam, de niveles diferentes de operatividad, siempre reversibles. Una
estrategia que presupone el incremento previsible por parte del enemigo; se
vuelve inadaptable a la coyuntura política de la sociedad en general. Aún en el
marco de un proceso de deterioro económico-social y de deterioro a todos los
niveles, este proceso tiene ritmos diferentes. Puede incluso retroceder en su
desarrollo. Pueden crearse coyunturas transitoriamente favorables a la
burguesía. Y un aparato armado que opere sobre el supuesto de un nivel siempre
creciente de operaciones, no está en condiciones de flexibilizar su práctica
militar en atención a estos hechos. Por lo tanto, la receptividad en las masas
puede resultar difícil o aún inadecuada.
La práctica militar implica fatalmente en determinado momento, o en determinado
nivel de su desarrollo, acciones "antipáticas". La aceptación de acciones
antipáticas, supone la modificación previa de la ideología en sectores populares
cada vez más amplios. Sólo así estarán éstos en condiciones de aceptar lo
antipático que inevitablemente resulta de la práctica militar a cierto nivel de
su desarrollo. Es un error básico del foquismo suponer que los hechos militares
pueden llegar a ser indefectiblemente simpáticos, si se prescinde de la
conquista ideológica de las masas, en determinado momento llegan a ser
antipáticos. Pero la conquista ideológica de las masas supone la actividad de un
partido, y la aceptación de una lucha a largo plazo.
La creación de un partido, o sea la existencia de una práctica política pública
vinculada a la actividad del aparato armado, supone definiciones ideológicas,
supone tarde o temprano la adopción de posiciones teóricas. Supone por supuesto
el enfrentamiento público a las corrientes ideológicas hostiles. Supone, en
suma, todo lo que supone una práctica política pública. Y ésta es incompatible,
como tal, con la concepción ideológico político, que es lo que habilita la
posibilidad de empalmar la práctica armada con la ideología predominante. El
intento de compatibilizar una práctica revolucionaria con la hegemonía
ideológica burguesa, concretado en la búsqueda de canalizar revolucionariamente
las condiciones democrático-liberales y nacionales de las masas.
¿Cómo evitar la "anestesia" generada tarde o temprano por la persistencia
operativa? ¿Cómo evitar las repercusiones negativas de las acciones antipáticas?
El M.L.N. nunca encontró otra solución a este problema que no fuera el
incremento del nivel operativo, y el éxito de esta presunta solución suponía que
ante el incremento del nivel de operatividad se iban a dar por parte del enemigo
determinadas respuestas de orden político. El fracaso del M.L.N. radica en gran
medida, en que las respuestas del enemigo no fueron las previstas. Vuelto
vulnerable por su propio desarrollo cuantitativo, el aparato armado foquista no
logró sin embargo, a través de su práctica militar, producir los cambios
políticos que se esperaban. Como numeroso ejército clandestino que era, quedó
gradualmente aislado de las masas, soportando la vulnerabilidad que su dimensión
inadecuada le aparejaba, sin cosechar sin embargo la adhesión de masas
necesaria. Trabajando con la tortura, la represión golpeó al M.L.N. allí donde
era débil, en el nivel de formación de sus cuadros militantes, en la falta de
homogeneidad de su dirección política, que fue fisurada en los niveles
intermedios y aún en la cabeza por la traición. A través de los efectos de la
tortura se consigue desmantelar rápidamente la infra. La dimensión cuantitativa,
inadecuada demostró entonces su peligrosidad. Las detenciones masivas de
militantes evidenciaron esto.
La enorme impedimento, el inmenso equipo acumulado por el M.L.N. con vistas a
una "guerra" definida en términos concretos de hostigamiento, constituyó un
factor más de debilidad. La caída de gran cantidad de casas y de grandes
depósitos de armas y municiones operó moralmente en sentido negativo y acentuó
los malos efectos de la deficitaria formación política de los militantes.
Recibidos unos cuantos golpes, el clima de desmoralización ganó al movimiento y
precipitó su derrota. La descompartimentación mostró entonces sus efectos
nefastos.
La precariedad del encuadre político logrado para los simpatizantes del foco
evidenció su escasa utilidad. Incluso llegó a ser imposible orquestar una
campaña pública de entidad suficiente contra las torturas. Se dio la gran
paradoja de que en el marco ideológico totalmente inadecuado del M.L.N. se
pudiera vivir subrepticiamente una acción represiva con características
similares a las de Brasil o Argelia, sin que ello llegase a suscitar una
reacción pública de entidad suficiente. Un movimiento de simpatías no equivale a
un partido político. Un movimiento de simpatías amorfo ideológicamente, carente,
en suma, de otra estrategia y otra táctica que no fuera la mera simpatía con los
hechos armados y su adhesión emotiva a ellos no es suficiente. Un partido
político es otra cosa.
La concepción foquista tolera el encuadre de las simpatías en movimientos de
simpatizantes con la acción militar. La concepción foquista no tolera la
existencia de un partido, que es incompatible con ella. Pero el movimiento de
simpatizantes demuestra su ineficacia como forma de acción pública. Sigue siendo
valedero que el foquismo es excluyente de una práctica política pública a pesar
de las apariencias que llegó a tener en su versión uruguaya. Sólo un verdadero
partido político con inserción de masas y con acción pública, es capaz de asumir
a nivel de masas las responsabilidades inherentes a su vinculación con una
práctica militar. Un movimiento amorfo de simpatizantes no es capaz de asumir
idóneamente esas responsabilidades. La experiencia uruguaya lo demuestra
concluyentemente. El fracaso de esa especie de acción pública del foco es el
correlato necesario de la concepción foquista en el plano militar. A pesar de
sus adaptaciones de las cuales hemos dado cuenta a lo largo de esta serie de
trabajos, la versión uruguaya del foquismo demostró concluyentemente su error,
su invalidez, tanto en el plano militar, como en el plano de la acción pública.
Ambos fracasos no son más que las dos caras de la misma moneda. El fracaso en
los dos planos seguirá siendo inevitable en la medida en que el foquismo no
revise a fondo su concepción. En la medida en que no deje de ser foquista,
ningún movimiento revolucionario conseguirá canalizar eficazmente los esfuerzos
de la revolución uruguaya. Por el contrario, contribuirá a generar condiciones
capaces de poner en peligro el conjunto del proceso.
El foquismo, la vigencia de la concepción foquista, sólo puede contribuir a
abortar el desarrollo del proceso revolucionario uruguayo. Por supuesto, ello no
obsta al reconocimiento de la motivación y la naturaleza revolucionaria de la
actividad de los compañeros que, compartiendo la errónea concepción foquista
desarrollaron el M.L.N. ¿En qué radica el reconocimiento como revolucionarios de
estos compañeros? Validaron definitivamente la práctica militar que ellos
introdujeron en el Uruguay. Su actitud implica una ruptura a fondo y definitiva
con la estructura de poder vigente. La ataca en el plano más sensible, en el
plano del cuestionamiento, del monopolio de la fuerza por el estado burgués.
Contribuyeron en alguna medida, indirectamente y en forma parcial, a deteriorar
la hegemonía ideológica burguesa sobre las masas, aún actuando desde una
perspectiva no proletaria, pequeño-burguesa. ¿Son revolucionarios los compañeros
que han participado en la actividad del foco? Si. ¿Es el foquismo una concepción
revolucionaria eficaz? No. El foquismo es una concepción revolucionaria errónea
y como tal negativa y peligrosa para la revolución.