jueves 4 de diciembre, 2025

PERIPECIAS, ANDANZAS Y SUCESOS

Publicado el 27/10/25 a las 10:50 pm

Por Leomar Pastorino

Hace un año largo el compañero Leomar «Lija» Pastorino nos compartió este relato. Forma parte de un trabajo en proceso, «Crónica personal de los años duros». Según dice, «va para largo». Lo hizo por si no le «diera el tiempo para mandártelo finiquitado». Sin embargo, un nuevo aniversario del PVP es motivo más que suficiente para divulgarlo con su debido permiso.

Estamos seguros que el autor agradecerá recibir la opinión y las devoluciones de los compañeros por este adelanto. Por su extensión también dejamos un enlace para poder descargarlo en formato pdf: AQUÍ.


26 de marzo de 1973, me llega la información esperable de recibir: “conviene que te borres” era Eduardo Chizzola, debido a una caída grande de Compas. En mi carácter de periférico entre otras tareas me había tocado “guardar” a algunos de ellos, en mi bulín alquilado que fungió de “tatucera” dando buena cobertura, entre otros: al Cabezón Parejas, a Roger Julién Cáceres, una Compa Tupa de la única que nunca supe más nada, “a otro” (¿mal compartimentado?). Lo único que contaba desde hacía meses era la solidaridad entre grupos perseguidos ante un enemigo en común bien activo. A ninguno de mis huéspedes conocía. Sí nos conocíamos desde el liceo 12 con mi enlace. Fuimos y “somos” muy amigos con Eduardo Ch., su pareja en esa fecha era la Negra Miriam, los guardo unos días a los dos en el local comercial del Lavadero, ellos y otros como Iván Morales logran salir del país, yo quedo “colgado”. No lo pienso. De noche: me tomo un PLUNA a Buenos Aires. Durante el vuelo diviso un respetable edificio hiper iluminado en medio de la noche oscura, ¿qué será me pregunté? Además de mi trabajo en la Caja bancaria, teníamos un emprendimiento: un Lavadero Familiar, con amigos. Ellos desconocían mis andanzas. Los dejo con todo el clavo, me siento mal, responsable de que mis peripecias los perjudiquen, no debería pasar, pero sabiendo la bestialidad de los represores era una posibilidad, nunca me dieron la espalda. Al no haber consecuencias inmediatas, vuelvo, saco el pasaporte, pido licencia especial, me dan seis meses. En junio comienza mi exilio preventivo, enfilo a reencontrarme con amistades -migrantes económicos- ahora me tomo un KLM en Buenos Aires. Escala de una semana en Venezuela, en plena crisis del petróleo; sigo para Curaçao, Lisboa, Madrid, Barcelona. ¿Recursos? Escasos: venta rápida de mi auto a un compañero de trabajo, así que, a rebuscársela en el viejo mundo, la libertad corporal primero.               

Cruzo a Palma de Mallorca, me reúno con un compa que trabajó en la técnica de la Policía uruguaya, nos pasaba fotos de los que iban cayendo, mayoría tupas, hasta que se dio de baja y se fue antes que yo. Reencuentro con otro amigo del balneario que trabajaba en hotelería.

Jueves 28 de junio de 1973, desayunando en una pensión en Palma, otro huésped alemán en un precario español me informa: “ayer en tu país golpe de estado”.

Así me enteré. Corro al quiosco de la esquina, me robo un diario, leo: Uruguay: disolución de cámaras, huelga general.

9 de julio asonada y represión, me pregunto ¿qué hago aquí? Las cartas semanales que recibo me hablan que en Montevideo se entiende que todo está bien para mí, unanimidad en que espere para volver. Puedo trabajar en hotelería, pero termino en un crucero mediterráneo de “marinero” recomendado por mi Compa periférico bajo mi responsabilidad en Uruguay, alias Douglas que nunca fue requerido, igual se fue a Baires en abril 1974, -rostros yoruguas nunca había subido a un barco-, Caribia II de bandera griega, tripulación de nacionalidades varias, linda experiencia; se avería saliendo de Palermo para Nápoles, anclados en Génova para reparación, trabajamos hasta fines de agosto, fuimos marineros en tierra, tomamos rumbos distintos. Con lo que gano compro el pasaje de vuelta. Influyó mucho pensar en perder el trabajo que aseguraba mi calidad de vida. Y el de mi madre y abuela. Sigo conociendo Europa a dedo, en tren, visitando direcciones que llevaba o alojándome en Albergues de la Juventud. En diciembre debo reintegrarme a la Caja, se me terminaba la licencia especial. Si no vuelvo pierdo mi trabajo. No había malas noticias por cartas ni las dos únicas veces que llamé por teléfono. Por el 10 de noviembre embarco hacia la dictadura en el Cabo San Roque desde Barcelona al Puerto de Montevideo. 1° de diciembre me reintegro a mi trabajo, me siento raro, lógico, después de un exilio político-turístico de mochilero de varios meses, a pesar de haber extrañado. No corría peligro. ¿No corría peligro? Cumplí 25 años en París en casa de pareja francesa que conocí en la Alianza en Montevideo; estuve en el Acto en el Olimpia en repudio al golpe en Chile, cantaron entre otros Viglietti, Numa. Conocí Venezuela, Túnez y ocho países de Europa, ¿qué más! 

En el Paisito: dolor. Se endurece la represión más allá de la guerrilla del MLN ya casi liquidada. Yo ¿no palpaba los riesgos en su justa medida?  ¿Algo parecido a lo que pasó con no pocos que no corrieron a tiempo? ¿Entrega por la causa? ¿Dominaba el Idealismo? ¿inconciencia? ¿no veíamos venir el peor terrorismo, desde el mismo estado usurpado por quienes debían ser sus guardianes? ¡Y NO!  

Febrero, 1974. Viajo a Buenos Aires para rengancharme con Eduardo CH, a sabiendas que ahora será toda clandestina mi actividad política y debo limitarme en lo sindical. Ninguna consecuencia de la caída de marzo de 1973 a la vista, peeero…, 1° de abril tiroteo en Villagrán y 8 de octubre, con oficial militar muerto, también un Compañero abatido. Varios detenidos del grupo Libertarios escindidos de la OPR 33, ¿incluido el “otro” que guardé? Si no fue ahí fue antes o después.                                                             

Medianoche del lunes 15 de abril de 1974, soy secuestrado en mi casa materna en el Buceo que me vio nacer. Razón por la que no pude avisarle a Ella que no tenía idea sobre mi militancia comprometida que se fuera lejos. El ejército se despliega en varias manzanas (me contarían cuando salí) al mando de la siniestra tríada Gavazzo, Cordero, Silveira. Status civil: desaparecido para mi familia, para mi secuestrado. Sorpresa para vecinos, amistades de toda la vida, compas de trabajo. Recibido a patadas y puñetazos sabría que estaba en artillería 1 La Paloma Cerro de Montevideo, sede de la OCOA en esa fecha. En la cabina del “camello” (vehículo de patrullaje) que me llevó, veo por debajo de la venda, también vendado el perfil de “otro” que no reconocí. Pasaron años para asociar esa imagen conmigo. ¿Por qué mi memoria encriptó tanto ese perfil? Por algo no me lo nombraron durante la tortura. Comenzaba la “experiencia esperada y tan poco deseada”. Para ellos yo ya era: alias “Martín”. ¿Tan regalado se podía estar en esa época? ¡Claro “nabo”! Pelotudo, boludo, vejiga, me dirían por volver al Paisito. Vuelvo a clavar a mis amigos socios del lavadero, fueron allanados los locales comercial e industrial, mal rato pasaron obviamente. Nunca me engañé respecto de lo que me esperaba en esa situación y así fue: capucha hedionda, (que te deja sin visión y desorientado, pero me azuzó para siempre la audición en forma increíble), Oigo a un torturador preguntar bajo: ¿éste quién es? Pienso: ah, ¿no sabés?

Me sirvió saber que no supieras. Comienza la sesión de sadismo: encapuchado, desnudo sobre piso mojado, con mis manos atadas atrás con alambre, cable entre mis glúteos hasta rodear mis genitales para aplicar: magneto, picana; idas y vueltas al submarino. Pasan dos semanas, me refrescan hechos que refieren a compas de la caída de marzo 1973, reuniones en locales que nunca concurrí ni conocía. Ninguna punta más saltó ni tenían de mis otras “bandidiadas”, ni de mi renganche en febrero; ni de la Compa Tupa. Nada salió de mi boca, incluido el nombre de Douglas que bien conocía. Comprobé en carne propia que la tortura nunca se tolera, se sabe desde tiempos remotos, al punto de no sólo poder perjudicar a otros sino de mentir o aceptar cualquier cosa para salir del paso o muerto. Dar tiempo a los de afuera, no traicionar y no mandar a nadie p’adentro, era mi límite que alcancé, en verdad joder a conocidos gratuitamente si se podía. La tortura sicológica, siguió en los penales, como plan de destrucción, algunos se rayaron mal, enloquecieron o se suicidaron adentro o al salir.  En las mazmorras tipo chiqueros, de a dos. Es fines de abril, me sigue resonando cómico cuando mi Compa de chiquero, el Nocoto A. -olimareño-, pedía al: “guardia, la latita p´amiar”. Me cambian a celdas arriba de la “máquina” (sala de torturas), éramos tres con el Negro L., Carlitos M. a quienes ahí conocí. En celdas linderas: Soto padre de Paloma hija de Yessie concebida en cana; Semproni, dirigente de AEBU. En el corredor tiran al “Gordo Marcos” Eduardo Pérez, luchaba contra los efectos de una granada de gas que le hicieron fumar, pedimos asistencia, se lo llevan ¿al hospital? dijeron, pero hasta hoy es uno de nuestros desaparecidos. Ejecutan a mansalva a: “Las Muchachas de Abril” el 21. Si solo esta ejecución y la de los fusilados de Soca en diciembre, no deja claro la insanía del Plan Cóndor en Uruguay… no sé, qué más se precisa. Llegan los caídos vivos en redadas en Buceo y otros barrios. Es mayo, nos aflojan la máquina, tenían nuevas víctimas para alimentar su insanía y odio. Fines de mayo, al juzgado militar de 8 de octubre y Jaime Cibils. El asistente que me atiende queda de cara, teníamos un amigo en común, la vida nos volvería a cruzar, él se ruborizó, no yo.  La seudo justicia militar se entretenía juzgando civiles, volanteaba: “asociación para delinquir”. Sabido es que ellos “juzgaban por convicción”, las evidencias y pruebas eran secundarias. De vuelta al penal con seis años mínimo, ingenuo yo, esperaba mínimo de tres por asistencia a la asociación. Segunda escala del periplo carcelario: fines de junio, mucho frio, 9° de caballería en Avda. Belloni y A. Saravia, nos sacan las vendas, ya no mearemos en latas, ni comeremos en platos sucios, líquidos que llamaban “rancho”, no dormiremos en el suelo, sí duchas frías, invierno y verano hasta la liberación. Vuelven tímidamente sonrisas y risas necesarias para comenzar a procesar y paliar el adelante que nos espera. El Canario B. nos llama la atención: cómo reírse cuando hay compañeros que los están masacrando en la tortura; el Peluquero A. se niega a comer milanesas, ingenuos códigos anarcos. Recibo la primera visita de mi madre, hermana y sobrinitas. Dentro de sus abriguitos a la salida, deslizo un papelito escrito ¡qué diría? ¿Me dirigía a compas o “a Ella le pedía que se fuera lejos, porque me había dejado entrever una hermosa noticia a confirmar”? Ni me acuerdo, consecuencias no hubo. ¿Inconciencia? bastante. Julio, tercera escala de domicilio y última durante los casi seis años siguientes. Al fin identifico qué era aquel edificio iluminado en medio de la noche cuando me rajé la primera vez a Buenos Aires: el tétrico penal de libertad, (Mojón 301 dirección para la correspondencia). Donde fuera que estuviera un preso, había un arma apuntando. Primero a la “isla”, una locación de castigo apartada del celdario, todo hormigón armado; recibías el mameluco gris con el número adelante y atrás, a partir de ese momento fui el 1555. Me tocó con el Viejo o Gallego P., padre de varios hijos, mozo de profesión, asmático, anarco bastante mayor que yo, suficiente tiempo para forjar un lazo fraterno hasta su muerte, a quien acogimos en casa a su salida ya que no tenía el hogar que dejó, hasta que formó pareja con la Petisa. Me suben al primer piso, sector A celda 15, Izquierda, tampoco me sorprendió la celda, (aprendí que la taza (wáter) era el “biorse” lunfardo de cárcel “común”); donde conviví con el armenio Edgardo S. venido del penal de Punta Carretas. Ligo mi apodo: “Voz de Lija” que por abreviatura quedó en “Lija”. Una muy amplia mayoría de presos ligó nuevo alias en el penal, prevalecían los derivados de la fauna, si ingreso en el capítulo apodos, tengo otra crónica a escribir; los había muy singulares como: “Acido”, “Canaleta”, “Triquitraca”, “Cartílago” “Mocheta”, “Chichón”, “Hacha”, “Muerto”, “Pulpa”, “Pileta”, “Tablón”, «Chucuchucu»; (“Bolsa de Pedos”: ¿se nota que no era muy querido?). Primer traslado dentro del celdario. Noviembre 1974: 5° piso sector B 25 izq, con Carlos B. de Cardona. Nos llega a la celda un material de Economía Política que circulaba todavía en formato libro, aunque ya clandestino, resistía caer. El Compañero Fajinero cuando entraban oficiales a requisar, recorría la planchada al grito de: “la sopapa, la sopapa” (nada más apropiado para anunciar mierda), así todos quedábamos alertados. En una ocasión de éstas, se abre la puerta de nuestra celda, ya habíamos colgado el libro no muy grueso por su mitad en una pequeña cuerda que tapamos con una toalla. Primera prueba de fuego sin costos, ni sanciones ni requisa del material y también para mí una nueva forma de resistencia y militancia. El alferecito, pichón de monstruo, se fue contento de revolvernos todo, pero sin trofeo de guerra. En el mismo sector tuve un cambio a la 15 izq. y en ella dos compañeros distintos, con el primero Washington B. otro anarco, veníamos desde artillería 1 y 9 de caballería, por él aprecio a Vaz Ferreira; el segundo, oriundo de Paso de los Toros, Carpintero. A dos celdas estaba el Cabezón P. uno de mis “guardados” de la caída de marzo 73, Nada fácil la convivencia entre dos desconocidos, 23 horas diarias en una celda para uno, muchos factores intervienen para lograrla o no. Hacíamos guardia a “pichis” en su celda con problemas síquicos (intento de suicidio), la ventanilla debía permanecer abierta. Rotaban los “trabajos” por los que no pagaron nunca: la fajina, el reparto de desayuno, almuerzo y cena; la “biblioteca” o lo que quedaba después de la llegada del mayor Arquímedes Maciel que otros oficiales emularían con los años; trabajo nocturno en panadería. Contactos cuando salíamos con los Compas del tercer y cuarto piso que trabajaban en la cocina. Le “enseñaba francés” al Cholito V. en su celda. Durante el día no dejaban sentarse en la cucheta, menos podías acostarte. En los recreos de una hora solo caminaba y charlaba o corría. No había un minuto fuera de la celda que no se aprovechara para recibir o trasladar información, debíamos contrarrestar la macabra política de intentar anularnos física, síquica y emocionalmente. En las filas no podías hablar, yo llegué a aprender a hacerlo sin mover los labios, casi un ventrílocuo. Me costó adaptarme en este período de celdario, pero tuve apoyos de referentes pluri políticos, bien importantes, al igual que en barracas, luego me sumaría a darlos a recién ingresados muy jóvenes. Varios Compañeros tenían indicado tormentos permanentes por parte del milicaje sin importar grado de estos, principalmente los del segundo piso para desestabilizarlos síquicamente. Cuando alguno “largaba” (por ejemplo, tenía una crisis porque no lo dejaban dormir,), armábamos “golpeteo de puertas, cuchetas, platos y tazas que eran de lata” en todos los pisos, como protesta o cuando nos enterábamos que algún Compa lo sacaban a torturar nuevamente o marchaba a la isla sancionado o se había suicidado o intentado. Los soldados de guardia tenían orden y gustaban día y noche: golpear las llaves contra las barandas; charlar fuerte; jugar “de manos”; abrir de golpe la ventanilla de la celda, volver a golpearla al cerrar, buscando motivos para sancionar. Anécdotas las hay como para hacer varios libros. De las que me enteré o fui coprotagonista, contaré algunas. En las requisas los oficiales se querían hacer los graciosos entre ellos, buscando provocar a los presos. En el segundo piso un día requisaban la celda del Petiso S. ya fallecido, tenía una foto donde se veía a su compañera y para pijiarlo, un alférez le dice al otro: “mirá esta mina”, luego le pregunta al preso “y que hace tu mujer”, el responde “es médica”, a lo que el oficial le dice al otro “mira qué bueno para hacerse revisar por esta” y el Petiso le agrega “puede ser, es médica veterinaria”. Otra: de una ocurrencia genial, nombre no tengo en este caso, habla de un “pesado” que le dieron 30 y 15 años, Silva Ledesma presidente del tribunal yuto, queriendo ser chistoso, le calculó día mes y año en el que saldría y el condenado le pregunta: “¿de mañana o de tarde?” 

En noviembre de 1976, luego de recibir la pena de 6 años, -confirma que la dictadura precisaba carne de cañón teniendo presos mucho tiempo para argumentar tener que perdurar, para que una banda de forajidos comunes, siguieran de zafra. Me pasan a la barraca 4, sector B. 21 cuchetas, 42 compas a conocer, batería de baños y duchas, mangrullo al medio donde los guardias vigilaban ambos sectores con armas largas y bastones. Recuperé resignado mi buen ánimo gracias a este cambio y puedo decir que me ejercité política e ideológicamente, (al punto que a la salida me gustó decir que me merecí la cana, no tanto por lo “poco” que hice antes, sino lo realizado adentro, e hice al salir, porque el que eligió crecer, creció, algún Compa se rió de mi por esto, soy bastante condescendiente, no me cabreo con Compas Compas). En esta barraca el personal militar recibió el mote de “pitecos”, en referencia al ancestro del homo sapiens, el australopithecus, por sus manifiestas cualidades intelectuales que tuvieron oportunidad de alcanzar, tanto dramáticas como jocosas.

Mis nuevos compinches:  mayoría Tupas y del interior, algunos cañeros, estudiantes, luego se fue renovando con PCU históricos y de la Juventud, PCCH, PVP, MM, PST, GAU.  Compartíamos barraca con Aníbal Sampayo, los guardias sobre todo los de Paysandú le pedían que cantara. Tocaba el arpa hasta que un día se pudrió y la mandó para la casa y solo se quedó con la guitarra. “Cuenta la leyenda” que en una requisa un oficial le preguntó por qué estaba preso, y respondió: “por traidor!  “cómo por traidor” preguntó el milico y Aníbal, respondió: “sí, yo era el que traíba las j´armas”. Todos teníamos además de las tareas autorizadas, como ser salir a la quinta, ir al celdario a buscar las tres comidas, otras “tareas clandestinas”, una autorizada -que a la fuerza se transformó en clande- era levantarse temprano a calentar agua para el mate, en una estufa acondicionada para ello, leña seguido no daban. Requisas, plantones, sanciones, todo se bancaba, pero sin mate imposible, entonces cuando el guardia llamaba más temprano al Fajinero para prender la estufa, el Compa encomendado, prendía fuego alguna prenda vieja de algún liberado para hacer bulla y subrepticiamente en un bidón grande, metía por el pico un zum gigante casero, que teníamos escondido, lo enchufábamos en las narices de la guardia casi dormida y cuando tocaban diana, teníamos agua caliente y luego tereré todo el día. Se impulsó una campaña anti tabaco exitosa que muchos Compas agradecieron. Los integrantes de grupos de estudio éramos custodios de materiales políticos embagayados como en ferrocarriles de liceo y otras inventivas. Teníamos un santo y seña por si entraban milicos a la barraca: si entraba un cabo el primero que lo veía, gritaba: “son 14”, un sargento “son 140”, alférez “son 1400” y así sucesivamente. Un día se oye “son 14” nos ponemos alertas y cuando miramos nos encontramos que quien entraba y gritaba era el cabo de guardia con cara sobradora de ganador. Los recreos eran en un patio cercado lindero a la barraca. Yo no hacía deportes de choque por problemas de columna, pero el Fancha F. quiso enseñarme basquetbol, la primera pelota que me tira lleva mi pulgar izquierdo para atrás, consecuencia: hospital militar conmigo, yeso, salida en “heladera” (furgón grande para traslados de varios) colgado de la otra mano, no vino nada mal el paseo a la capital, contacto con otros presos, un día algo distinto, como las  salidas a juzgados militares.  Íbamos a la cocina del celdario con un carro a tracción a sangre de reclusos, a buscar las tres comidas (donde éramos recibidos por un cabo re piola apodado “Mireya”, parece que su pelo rubio no era natural), en verano venía negreando de moscas y en barracas era tremendo el mosquerío. Un día le digo al Oscar B.: agarra una cobija, subite a la cucheta de arriba, yo a la del otro lado, desde el fondo y empezamos a arriar las moscas, saltando de cucheta en cucheta para intentar sacarlas por las ventanas del baño y ¡dio resultado! El Volanta (o Volador) A. salteño, dormía abajo y el Comadreja S. floridense, arriba. Un día, a la siesta, sentimos un grito y un golpe fuerte y seco: el Volador soñando liberarse de sus torturadores pegó con tal fuerza con las dos piernas en la placa compensada de la cucheta de arriba que el que voló en serio y terminó sentado en el suelo fue el Comadreja, algo totalmente increíble, provocando asombro y risas. El Armenio Carlos V. nos deleitaba tocando guitarra y cantando tangos. Sobre volaba camaradería, solidaridad, el contenernos entre nos, si era necesario. Al volver de las visitas quincenales, para otros mensuales y para algunos más espaciadas aún, por lejanía o razones económicas de su familia, solía ser causa de bajones. Hermoso fue saber que familiares se dieron las formas de mantenerse comunicados, se fueron conociendo, formando sus lazos y “conspiraban”, pasándose información en el ómnibus de CITA, para que penetrara en el penal por distintos sectores, o armando “paquetes” para quienes recibían pocas o nulas visitas. Una noche, a la vuelta de ver cine (mayormente pedorro) en la barraca comedor, debíamos pararnos al lado de las cuchetas y dar el nombre cuando el milico gritaba el número. Cuando toca el turno al Veterano Sócrates M. a la vez que da el paso al frente, le oímos decir su nombre y vemos volar su dentadura postiza. Ni los milicos pudieron aguantar la risa. Habían autorizado entrar un torno para hacer manualidades en madera, hacíamos “boñatos” varios, por ejemplo, ceniceros redondos, ahuecados con el torno o sea pequeños “berretines” con rosca al medio por donde se abrían, dentro metíamos nuestros tesoros en diminuta caligrafía que eran parte de libros. Un día nos hacen salir, el Negro P. ya fallecido se iba en libertad. Cuando reingresamos, como era costumbre encontramos todo revuelto. Arreglando mis cosas, no encuentro un cenicero berretín con premio dentro que tenía en custodia, pero a la vista, era una manualidad más. Era casi a fin de año tendríamos una visita especial presencial con besos y abrazos, me dije: isla contigo, avisa a tu familia, pero no pasó nada.

¿Me lo robó un milico que quizá nunca supo o sabrá de su contenido o el “delincuente” que se fue en libertad que bien sabía qué era, lo requisó como recuerdo? Mal yo Negro, no tengo pruebas, pero zorro siempre fuiste, compartimos códigos, por algo en tus últimas me ubicaste para que fuera a verte, no me dio por preguntarte sobre el punto, con la parca ahí, que importaban otras minucias. De las visitas con niños, (a mí me habían autorizado a mis sobrinas), recuerdo a Augusto volando sobre tres escalones que daban al patio a los brazos de su padre Víctor el Flaco N. que resultamos ser vecinos en el balneario. Sobre la milicaza Amanda, la sargenta encargada de revisar mujeres y niñes, ya se ha escrito. Luego se trabajó ¿una arrepentida? tarde piaste, no vale.                                                                       

Nos dimos las formas de hacer “aparatos” dentro de la barraca. En un ángulo donde no llegaban las miradas de la guardia, entramos unos bloques que fungían de pesas y no sé de dónde sacamos una barra metálica con la que hacíamos paralelas apoyándola en los tabiques de las letrinas.

En nuestro grupo de estudio estaba el maestro Manuel T. olimareño, comenzó a manifestársele un rictus facial, agarrándose un brazo contra el pecho y quedando afónico, nunca una queja, pedimos asistencia, demoró días, marchó al hospital donde lo entregarían muerto a su familia. 

Otra anécdota que no presencié, que por tener visos de verosimilitud la comparto, disculpándome con los involucrados si fue invención. Había dos Compas de apellido MAS, uno muuuy pesado en el sector B, piso 2 aislado, el Gallego Mas Mas, ya fallecido, otro, de apellido Mas C., que tartamudeaba, compartimos la 4 B. En una requisa le preguntan a este último su nombre que respondió sólo con su primer apellido, lo que motivo al oficial preguntar: “¿así que vos sos el famoso Mas Mas?”, a lo que este respondió tartamudeando: “noo, no, Maaas Mas una sola vez”

Imitando a los milicos positivamente -que disfrutaban en las requisas, que también las hubo nocturnas, entreverarnos la yerba con la harina y el jabón en polvo-, nosotros juntábamos las galletas y mermeladas recibidas en los paquetes, que se salvaban, los mezclábamos y hacíamos tremendos pastelones colectivos. Teníamos todo colectivizado, aunque si alguno no quería participar, no quería y punto, allá él y buen provecho.                                            

Aníbal S. les llamaba: amantes de la flor del “mio-mio”

En octubre de 1979 firman la “libertad de mi cuerpo” unos seis meses antes, cambio de barraca a la 3A, presos con trabajos o libertades firmadas.

Estaba en los baños, siento un golpe, miro hacia el urinario: Miguel A. había caído de espaldas, avisan a Daniel B. el Compa Tordo, se lo llevan al hospital, ahí lo entregan muerto a su familia. Era del SUGU, tenía la libertad firmada, la hija lo esperaba para su casamiento. Pleno verano, nos sacaban al sol para impresionar “bien” a la salida, pero nuestras flacuras hablaban por sí solas. Tomás conciencia con cuán poco o menos podemos vivir bien sin consumir como lo hacemos normalmente afuera antes y después de la experiencia en los cuasi campos de concentración del plan cóndor. En la barraca 4 B, a medida que enflaquecíamos decíamos que: “perdíamos el tejido adiposo de contención”, chau mondongo; solo el de vaca en los guisos muy presente en la dieta.                                                                   

Se acercaba el fin de una etapa ¿Cómo me sentía ahora? Vital, muy vital. ¿Con miedo? Para nada, a los milicos menos, había aprendido a manejarme ante ellos con carácter, manejando la ira lo mejor que saliera. Tenía 31 años, pero mucho más formado, mejor ubicado ideológicamente producto de lo vivido en comunidad plural. No se entienda que fue una lección dada por los represores, pero fue sin duda una lección de supervivencia, más que de vida. Mejor no haberla vivido, claro, pero no desaprovechada la oportunidad para conocer más del comportamiento humano y consolidar entrañables y fuertes vínculos con muchos Compas de todas las tiendas que duran hasta el presente. Sin temor a equivocarme, la mayoría de les preses sentíamos que dentro de las cárceles chicas resistíamos al opresor, militábamos, salir era pasar a la cárcel grande y no habría otra cosa para hacer que seguir resistiendo junto al pueblo a como diera lugar.

Dejaría atrás frías rejas y alambrados, pero seguirían conmigo para siempre los calurosos afectos, los vínculos cosechados en el infortunio, pero sobrellevados estoicamente como trato de narrar en esta crónica. 

Quedan también presos los carceleros, unos envalentonados como la perversa oficialidad; la tropa: presa de rigores, todos sometidos a “la obediencia debida”.

Sigo contando.  22 de enero de 1980, hora 6 de la mañana, un milico grita: 555! el Pepe Garciarena. Hay libertades. Pegó en el palo, llaman al Flaco Zapico y al Pollo Sosa Díaz y oigo un milico gritar por última vez: ¡1555! Abrazos y promesas de acercarnos a familiares de los que quedan, dejamos todo a los Compas, nos vamos sin nada, cuando nos secuestraron llevamos lo puesto. Luego del sermón del milico oficial de la aviación del S2 frente a mi Madre, recomendándome que no la hiciera sufrir más, él no estaba enterado que mi madre fue desde que me secuestraron, una “sediciosa más”. El aviador pasa a notificarme la: “deuda que contraje con el estado por estadía en el penal”. Humor negro del malo, en un buen día. 

Con Mamá atravesamos el portón que separaba la cárcel chica de la grande donde estaba el pueblo bajo el yugo que más dolía. No fueron las llamadas “malas juntas” que terminaron conmigo en el penal, como pensó inocentemente en caliente mi Madre en el primer momento angustioso, que no le impidió salir al alba a rastrearme por los cuarteles. La dictadura la politizó mediante cursos acelerados sobre política, derechos humanos, más el maltrato generalizado recibido, peripecias y dolor mitocondrial que tuvo que pasar ella como tantas viejas y otros afectos a manos de los usurpadores, represores, desbocados como bestias contra el pueblo que debían proteger, según la constitución que pisotearon durante más de una década. Sigue el reencuentro con mi hermana, sobrinas y cuñado, que se llevó la sorpresa de ver salir también a su Compañero de UTU, Oscar “Pepe” Garciarena, ambos profesores de carpintería. Emprendemos el regreso al Buceo luego de casi seis años. Paramos en la Ruta 1, en un monte de eucaliptus a refrescarnos de 40°, era mediodía. Me sorprende el contacto de mis labios con el vaso de vidrio, después de años de sabor lata. Mi madre me da mi reloj y mi anillo, los siento insoportables. Llegamos a casa. Un gentío fue turnándose hasta la noche, familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos. Me emociona la emoción de ellos, no recuerdo a nadie me diera vuelta la cara. Sí recuerdo, que alguno sentía una sobrevaloración de lo pasado en mi caso, o quizá provocara algo de ¿lástima, compasión? puede ser son sentimientos humanos, yo me sentía muy agradecido por el recibimiento. No puedo olvidar la recepción de mi perra ovejera Yuca, que en toda mi ausencia no quiso salir con nadie más a la calle solidarizándose con mi encierro. Mi sobrina Gabriela y mi ahijada, ya adolescentes, seguro con ayuda de Sandra la menor, hicieron un rico postre con chantilly y frutillas. Me siento aturdido, colaboran las voces femeninas y de niños. 

Me levanto al otro día como en el penal a las seis, tomo mate, desayuno, tengo radio para elegir lo qué escuchar; debo ir al cuartel de Camino Maldonado a firmar. Me quieren llevar en auto. No acepto, me voy en ómnibus. Siento que la gente me mira, supongo por mi pelada. De tarde, a reclamar mi trabajo. Mis compañeros piensan que no estoy muy centrado en la realidad, denoto miedo en ellos cosa que adentro habíamos perdido, bastante, raro, ¿no?, me pregunto ¿será el penal un lugar más seguro que afuera? podría ser, a juzgar por la insanía que guiaba a los ejecutores del plan cóndor, en todo el cono sur. Ahora hay interventor civil en mi trabajo, yo fui despedido en 1978 por falta grave, puede que mis compas tuvieran razón, me marcho resignado por respeto al apoyo que dieron a mi familia.

Yo salí con ganas de seguirla, ¿cómo? no tenía muy claro. Pensé: como en el penal o parecido, pero, a cuidarse de no volver.                                                             

A buscar trabajo entonces. Mi tío materno y vecino es capataz en la FUNSA donde trabaja desde la década de 1950. Los febreros daban licencia a todos los empleados y obreros y se aprovecha para hacer mantenimiento, para lo que se toma personal eventual, changas. ¡Grande Tío Coco! El 1° de febrero entro a trabajar de peón hasta el 31 de marzo. Cuando los Compas en el penal se enteran, no entienden nada: ¿el Lija trabajando en FUNSA? Más changas aparecen: una textil, rajo; zanjar veredas, rajo; aserradero cerca de San Martín y Aparicio Saravia, me sirve para renovar libreta de conducir, duro más y conozco el “Cante en dictadura” donde viven mis Compañeros de trabajo, experiencia que no olvidaré, incluso fui a ver a uno a la cárcel de Miguelete, un joven de 18 años que era hijo de otro empleado. Aparece un trabajo con mejor remuneración y perspectivas de durar en una carpintería de aluminio de unos veinte trabajadores, como administrativo. Los dueños, empresarios de izquierda en aquella época, nos conocíamos del balneario, se portaron muy bien conmigo. Desde que salí en enero anduve rastreando familiares de Compas que seguían adentro con condenas absurdas, para llevarles aliento. Tuve la satisfacción de llevar al Parque Rodó a hijos de Compas, como los tres varones de Tirelli (metalúrgico) y Gladys; Marianella, la hija del Mosquito C. y Marisa A., nos sacamos fotos para mandarles al penal. Si bien creo que me ayudó en cana no tener hijos, mi zanahoria era pensar en la posibilidad de que cuando saliera conocería a mi hijo que tendría 5 añitos, pero no lo quiso así su madre, lo que respeto. Daños afectivos colaterales. Nunca supieron mis torturadores de tal circunstancia, menos de su existencia. El reencuentro con Ella Graciela G. estuvo muy bueno igual, porque pudimos cerrar una relación segada que en su momento prometió, pero primó la convicción de lo que tenía que preservar, ya la había pifiado al volver en plena dictadura al país. Nos volvimos a ver por última vez; tenía una hija y había vuelto a vivir en Montevideo, fin del celibato político. Traer esto a colación, me hace pensar en el único tema no tratado (o ¿compartimentado?), por lo menos en forma colectiva, el cómo llevamos obligados les preses un celibato a término, obviamente no existió la visita conyugal o “higiénica”, (en el penal masculino, salvo algunas chanzas o referencias de “accidentes propios de adolescentes” en la madrugada, no recuerdo otras, por lo que se infiere fue un tema menor y “¿apolítico?”).

Dábamos por descontada la mejor fórmula a seguir: ¿ajo y agua? ¿descartadas otras opciones? No pongo las manos en el fuego… Si largarnos a hablar de las torturas recibidas nos va llevando tanto tiempo, entiendo que no ocuparnos de otros ribetes durante ni ahora, fue por considerarlo irrelevante en el contexto que convivíamos y lo resolvió cada uno, con naturalidad, un “no tema colectivo por lo menos”, pongámosle. Cuando saliéramos el tema lo daríamos por “acabado”. Estamos a principios de octubre 1980. El mejor sueldo me permite ahora con 32 años, alquilar cerca del trabajo e independizarme de “mi Mamá”. Tenía campo fértil para “trabajar” con obreros, la mayoría jóvenes, ni idea tenían algunos de estar viviendo en dictadura o saber qué era, tomo conciencia que estoy en el gremio metalúrgico. Planteamos conquistas, por ejemplo: comedor y almuerzo a bajo costo, logrado; fomento: la creación de un fondo de ahorro y crédito, aprobado con aportes personales y de la empresa, que funcionó dando vales y pequeños préstamos a descontar del sueldo. Hacíamos salidas sociales y culturales, fuimos a ver: “La empresa perdona un momento de locura”, la mayoría nunca había entrado a un teatro. Por supuesto ya había desembarcado en mi AEBU, donde recalábamos les ex preses como un lugar de rencuentro y resistencia, con posibilidad de engranar en la actividad semi clandestina, encubierta en actividades sociales, deportivas y culturales. Importante antro de formación de parejas, sin importar de qué tienda política éramos, (a semejanza de lo que pasaba adentro de los penales entre compas de distintas tribus políticas, -hubo excepciones, allá ellos y su sectarismo-, virtud de la dictadura de hacérnosla ver, sin dudar, como el enemigo común). 

Plebiscito: noviembre de 1980, me presento en la mesa que me hubiera correspondido, a sabiendas que estoy proscripto. ¡Qué bobera! ¿no?

Tremenda primera pueblada ganada a la dictadura.                                                                 

Me reencuentro con Celia y Efraín los padres de mi Amigo Hermano Compa Eduardo Ch., que luego sabríamos por la comisión para la paz de Jorge Batlle, de su salvaje tortura, asesinato y desaparición de su cuerpo y el de su compañera Telba Juárez en Buenos Aires. Celia se cruzaba con el genocida Cordero, en el supermercado y este hdp, sospechado verdugo de Eduardo y Telba, le preguntaba si sabía algo del hijo. Es liberada en 1981 Sara Méndez. Me encuentro con ella. No nos conocíamos. Me ingenio para inventarle un puesto de dactilógrafa en mi trabajo. Comienza su búsqueda de Simón. Se enfrenta al otro genocida Gavazzo con los conocidos nulos resultados. La impotencia que siento es brutal, me deslumbró su valentía materno-mitocondrial y un poco me avergonzó no saber cómo sumarme a su lucha de primera hora, además de solidarizarme, que agregaba a la de su familia.  En mi casa materna realizamos “chorizadas” con ex preses, nuevas parejas y familiares que todavía esperaban.

Nos conocemos con Elina en AEBU, había salido de Punta de Rieles en 1979, maestra, con otras ex tienen un Jardín de Infantes (“Despierta y Canta”) y varios alumnos eran hijos de: desaparecides, preses, ex preses.

Empieza nuestra vida en pareja. Como canta Víctor Heredia en “Sobreviviendo”: “…tengo la carne joven, roja la sangre…y mi esperma urgente. Quiero la vida de mi simiente…” Será para julio de 1982 que de nuestra simiente nace Mijaíl, el segundo retoño Alejo llegaría en setiembre de 1985. El 22 de enero 1982 nos casamos sin el compromiso de “hasta que la muerte nos separe”, lo cierto es que ya van más de 41 ñoquis (¡y seis años me parecieron largos!), que hablan por sí solos por aquello que dice la canción “Caballo Viejo” del venezolano Simón Diaz: “…quererse no tiene horario ni fecha en el calendario…”, regados de amor siempre fluctuante en el tiempo, amar y querer son verbos y sentimientos que difieren, distan entre sí, tienen bemoles, cada uno sigue con su banderín partidario como el día que nos conocimos, bajo la misma bandera roja, azul y blanca. Fue otro día muy caluroso, cumplía 2 años de mi salida del penal. En el interín del nacimiento de nuestros hijos, tuvimos la tenencia provisoria de hermanitos de 9 y 10 años, que estaban en el Consejo del Niño de la época, (¿querría por mi parte, recuperar paternidad por mí no nata simiente y arrastré a Elina?) si bien no resultó la convivencia para con ellos retornando al Consejo, siguen cercanos hasta el presente trabajando en la empresa de la familia.                                                                                

Noviembre, 1982 “cae la tablita”, crisis económica.                                           

“El arriba nervioso y el abajo que se mueve”.                                                                                   

La dictadura habla -ante la presión internacional y política internas- de una ley que habilitaría algún formato de sindicatos. Aprueban la ley de “Asociaciones Profesionales” a fines de 1981. Varios gremios se lanzan a formalizarlas:  bancarios, bebida, metalúrgicos, salud, ANCAP, tabaco. 

La AEBU, la ASU y otros, prestan sus locales para realizar las asambleas constitutivas que debían tener la presencia de un abogado. La nuestra que llamaríamos: Asociación de Obreros y Empleados de Carpintería Ambiental, AOECA, la realizamos en marzo de 1983 en AEBU con el asesoramiento y asistencia legales del Dr. Hugo Batalla, en vísperas de la organización del 1° de mayo “autorizado” al que concurrimos con nuestra pancarta. Ya conformado el Plenario Intersindical de Trabajadores, PIT, nos uniríamos a la PRO UNTMRA, que se reunía en ASU. En mi caso entendí muy útil la iniciativa, ya que los compañeros de la UNTMRA estaban presos (conviví en la barraca con Rosario Pietraroia y los Quintans, padre e hijo), exiliados o trabajando en la clandestinidad con los riesgos que implicaba, (los camaradas me miraban con reticencia, prejuicios preventivos, se jugaban mucho y nos movíamos con criterios a veces diferentes en eso de hacer sindicalismo en dictadura, por suerte andaba en la vuelta Carlos Amir G. (preso JPC, vecino de cucheta, que todavía no me quería tanto como ahora). Las circunstancias de estar trabajando en el gremio metalúrgico y mi imposibilidad de sumarme a trabajar en AEBU por estar destituido, hicieron viable mi corta militancia, aunque fue suficiente para tener que representar en el Secretariado del PIT a la PRO UNTMRA, nos reuníamos en la sala del Consejo Central de AEBU, desafíos, si los hubo. Fui despedido de la carpintería en octubre de 1983, luego de la ocupación de sus instalaciones, con el enojo de sus propietarios hacia mi persona que dura hasta hoy, y con razón, me habían tirado otra que una cuerda dando un buen empleo. No me perdonarían, entenderían como una traición mi militancia. Yo no podía hacer otra cosa en esa época, lo siento, mil disculpas (aunque tardías, así es la vida). Con la plata del despido puse un kiosco en D. Terra a dos cuadras de la carpintería, “YAUGURU” le puse (que también sirvió de alojamiento a Oscar B. que a su salida no tenía guarida), ese fue mi “rebusque” laboral, más el seguro de paro, hasta mi restitución el 26 marzo de 1985 a la Caja de Jubilaciones y Pensiones Bancarias. La PRO UNTMRA realizó a fines de octubre del 83 un Acto en el gimnasio de AEBU con presencia de unos 400 metalúrgicos (más varios “tiras” que fotografiaban a gusto a la concurrencia y a los que aparecíamos organizando), cuya proclama me tocó redactar y leer con otra joven Compañera de ALCAN. En la misma reclamábamos: la libertad de Pietraroia por motivo de salud y todos los presos políticos, la devolución de la cede sindical del metal y ramas afines y la plataforma reivindicativa del metal, ya que asomaba la conflictividad en varias empresas. Fue reprimida una concentración, frente a la Cámara de Industrias, en Avda. del Libertador, con detenciones. 

Setiembre 1983: Participamos en la marcha estudiantil de la ASCEEP y Noviembre: el RIO DE LIBERTAD, previa asonada del 9 en 18 de julio y Tristán Narvaja, fuerte represión. Diciembre: Germán Araújo comenzó una huelga de hambre en 18 de julio y D. Terra, allá fuimos a saludarlo.

Llegan los Niños del Exilio a la sede de AEBU, allá estábamos. 

En enero de 1984 y como consecuencia del paro general del 18 fue ilegalizado el PIT, debí replegarme por seguridad, todavía debía presentarme a firmar en el cuartel. Tenía militancia política semi clandestina pasando a Brasil por la frontera. Llegamos a inaugurar un local provisorio en la calle Nueva York. Se nos unían dirigentes históricos que recibíamos en dicho local a su salida de la cárcel, fui cediendo mis responsabilidades y asumiendo otras en AEBU en la tarea de reivindicación de los miles de destituidos. Participaría por última vez en la primera Asamblea abierta todavía en dictadura en el legítimo local devuelto a la UNTMRA el 30 de octubre.                                                                                                    

Noviembre: elecciones nacionales, previo “acuerdo en el club naval”, para mí, piedra fundamental de la impunidad garantizada hasta nuestros días y aderezada por el conservadurismo, hoy con la casta militar dentro de las instituciones políticas de la república. 

1° de marzo de 1985, el Pueblo Unido, todos festejamos. Dos décadas de batallas, ¿ganamos, perdimos, el susto se lo dimos? Cada cual tendrá su opinión, la mía es que perdimos por paliza, a un costo altísimo de parte de todo el pueblo, “calavera no chilla, pero guarda bronca, arma pelea”. Sí, dimos combates, sin darlos no tendríamos este presente siempre buscando el camino a una sociedad más justa, porque objetivamente es posible, debe serlo, no es una Utopía. Pero: “Es muy veleidosa (vacilante) la probidad (honradez) de los hombres, sólo el freno de la Constitución puede afirmarla” José Artigas, más claro…. Yo agrego que seguro no lo habilitará nuestra actual constitución, que quedó muchas veces demostrado que tanto sirve para un lavado como para un fregado y como en muchas otras, se afirman los derechos que por humanos tendríamos reservados los orientales, pero de cómo y cuándo alcanzarlos, nada, terminan siendo eslóganes, sólo eslóganes, como en casi todos los contratos sociales desde Rousseau. La meritocracia y la tecnocracia con la tecnología mayoritariamente a su servicio, dominan hoy globalmente a la humanidad. De la economía humana, sólo queda el recuerdo, nos rige la economía aplicada que le dicen, aplicada al sistema dominante, turbo capitalismo neoliberal, con sus variantes. La mayoría de los “economistas” para hacer sus sesudos análisis solo: “hacen de cuenta que…según los indicadores…”. Solo importa que estén controlados, alineados, el déficit fiscal, el PBI, la inflación; alineados ¿para qué? ¿para mejor calidad de vida de las mayorías desplazadas? no!, para que el sistema resuelva sus crisis cada vez más difíciles de resolver. Sin violencia sin guerras, tampoco.                                                        

Hasta aquí tratan mis: “Crónicas de los años duros” (o violentos, despiadados, inhumanos, inmerecidos) durante los cuales fui un partícipe activo más. Me llegó la oportunidad de compartir ¿o des compartimentar? (un) mi relato de un fragmento de mi vida, muy resumido claro, entre y para iguales, -auto consolados en desgracia pero también agraciados de habernos conocidos- pero no sólo. Empecé mi fogueo con todavía 15 años al afiliarme al sindicato bancario (9-1964) de importante protagonismo social al empezar a trabajar en la Caja de Jubilaciones y Pensiones Bancarias, varios recibíamos las Cartas de la FAU que llevaba Elena Quinteros. Luego tocó asumir otros desafíos en un país convulsionado. Ahora me siento más meditante o pensante que militante y siempre visceralmente radical, jubilado también de la “acción”, comprometido y solidario (hasta donde dé la biología) con las (también mis) causas irrenunciables de las mayorías populares. Casi cuatro décadas van de la reinstalación de los “poderes constitucionales” y “democráticos republicanos”, ¿fueron (son) años blandos? O, a veces emocionantes, a veces patéticos, muchas veces dolorosos. Estoy seguro que las fuerzas armadas, al ser funcionales al sistema volverían a dar un golpe de facilitárselo o solicitárselo nuevamente el poder civil, político y económico, ahora agravado al obtener poder parlamentario, el partido militar integrado por la peor estofa residual de las fuerzas armadas de la dictadura, cuya prédica a favor de la impunidad de sus siniestros cómplices es prioritaria y permanente. Tarde o temprano iba a pasar, ya que la derrota del movimiento popular fue grande y sus daños perduran todavía sobre el pueblo, a pesar de haber sido éste, el principal protagonista de la resistencia poniendo sus mártires desde el pachecato. 

Después de 50 años es la primera vez que relato algo de lo que pasé desde marzo de 1973 hasta marzo de 1985. ¿Si tengo más para recordar cómo viví los años duros? ¡Si tendré! ¿algún ex prese no? Y ojo si se juntan más de tres. Sólo es encontrar el momento para sacarlo fuera llevándolo a negro sobre blanco. ¿Qué se precisa valor? No creo. Tal vez superación a través de la maduración de las experiencias, para no pocos al límite. Sentí apropiado revivir, compartir acontecimientos de dos décadas de mi vida, con ex pichis (a mucha honra) y ojalá que con otres que zafaron de tales circunstancias. 

PHVsPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19hZF8zMDBfYWRzZW5zZTwvc3Ryb25nPiAtIDwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2FkXzMwMF9pbWFnZTwvc3Ryb25nPiAtIGh0dHA6Ly93d3cud29vdGhlbWVzLmNvbS9hZHMvd29vdGhlbWVzLTMwMHgyNTAtMi5naWY8L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19hZF8zMDBfdXJsPC9zdHJvbmc+IC0gaHR0cDovL3d3dy53b290aGVtZXMuY29tPC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fYWRfaW1hZ2VfMTwvc3Ryb25nPiAtIGh0dHA6Ly93d3cucHZwLm9yZy51eS93cC1jb250ZW50L3RoZW1lcy9nb3RoYW1uZXdzL2ltYWdlcy9jb21wYS80eDAxLmpwZzwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2FkX2ltYWdlXzI8L3N0cm9uZz4gLSBodHRwOi8vd3d3LnB2cC5vcmcudXkvd3AtY29udGVudC90aGVtZXMvZ290aGFtbmV3cy9pbWFnZXMvY29tcGEvNHgwMi5qcGc8L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19hZF9pbWFnZV8zPC9zdHJvbmc+IC0gaHR0cDovL3d3dy5wdnAub3JnLnV5L3dwLWNvbnRlbnQvdGhlbWVzL2dvdGhhbW5ld3MvaW1hZ2VzL2NvbXBhLzA5LmpwZzwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2FkX2ltYWdlXzQ8L3N0cm9uZz4gLSBodHRwOi8vd3d3LnB2cC5vcmcudXkvd3AtY29udGVudC90aGVtZXMvZ290aGFtbmV3cy9pbWFnZXMvY29tcGEvMTAuanBnPC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fYWRfaW1hZ2VfNTwvc3Ryb25nPiAtIGh0dHA6Ly93d3cucHZwLm9yZy51eS93cC1jb250ZW50L3RoZW1lcy9nb3RoYW1uZXdzL2ltYWdlcy9jb21wYS8xMS5qcGc8L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19hZF9pbWFnZV82PC9zdHJvbmc+IC0gaHR0cDovL3d3dy5wdnAub3JnLnV5L3dwLWNvbnRlbnQvdGhlbWVzL2dvdGhhbW5ld3MvaW1hZ2VzL2NvbXBhL3RyYW5zLnBuZzwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2FkX3VybF8xPC9zdHJvbmc+IC0gaHR0cDovL3d3dy5wdnAub3JnLnV5PC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fYWRfdXJsXzI8L3N0cm9uZz4gLSBodHRwOi8vd3d3LnB2cC5vcmcudXk8L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19hZF91cmxfMzwvc3Ryb25nPiAtIGh0dHA6Ly93d3cucHZwLm9yZy51eTwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2FkX3VybF80PC9zdHJvbmc+IC0gaHR0cDovL3d3dy5wdnAub3JnLnV5PC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fYWRfdXJsXzU8L3N0cm9uZz4gLSBodHRwOi8vd3d3LnB2cC5vcmcudXk8L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19hZF91cmxfNjwvc3Ryb25nPiAtIGh0dHA6Ly93d3cucHZwLm9yZy51eTwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2Fkc19yb3RhdGU8L3N0cm9uZz4gLSB0cnVlPC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fYWx0X3N0eWxlc2hlZXQ8L3N0cm9uZz4gLSByZWQuY3NzPC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fYXV0b19pbWc8L3N0cm9uZz4gLSBmYWxzZTwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2Jsb2NrX2ltYWdlPC9zdHJvbmc+IC0gaHR0cDovL3d3dy5wdnAub3JnLnV5L3dwLWNvbnRlbnQvdGhlbWVzL2dvdGhhbW5ld3MvaW1hZ2VzL2JhbmRlcmFfcHZwLnBuZzwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2Jsb2NrX3VybDwvc3Ryb25nPiAtIGh0dHA6Ly93d3cucHZwLm9yZy51eTwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2NlbnRlcmVkPC9zdHJvbmc+IC0gdHJ1ZTwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2NvbnRlbnRfZmVhdDwvc3Ryb25nPiAtIHRydWU8L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19jb250ZW50X2xlZnQ8L3N0cm9uZz4gLSB0cnVlPC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fY3VzdG9tX2Nzczwvc3Ryb25nPiAtIDwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2N1c3RvbV9mYXZpY29uPC9zdHJvbmc+IC0gaHR0cDovL3d3dy5wdnAub3JnLnV5L3dwLWNvbnRlbnQvd29vX3VwbG9hZHMvMy1mYXZpY29uLmljbzwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2ZlYXR1cmVkX2NhdGVnb3J5PC9zdHJvbmc+IC0gRGVzdGFjYWRhcyBIb21lPC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fZmVlZGJ1cm5lcl91cmw8L3N0cm9uZz4gLSBodHRwOi8vd3d3LnB2cC5vcmcudXkvZmVlZDwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2dvb2dsZV9hbmFseXRpY3M8L3N0cm9uZz4gLSA8L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19pbWFnZV9kaXNhYmxlPC9zdHJvbmc+IC0gZmFsc2U8L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19pbWFnZV9oZWlnaHQ8L3N0cm9uZz4gLSA1MDA8L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19pbWFnZV93aWR0aDwvc3Ryb25nPiAtIDUwMDwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX2xvZ288L3N0cm9uZz4gLSBodHRwOi8vd3d3LnB2cC5vcmcudXkvd3AtY29udGVudC93b29fdXBsb2Fkcy80LWJhc2UuanBnPC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fbWFudWFsPC9zdHJvbmc+IC0gaHR0cDovL3d3dy53b290aGVtZXMuY29tL3N1cHBvcnQvdGhlbWUtZG9jdW1lbnRhdGlvbi9nb3RoYW0tbmV3cy88L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19wb3B1bGFyX3Bvc3RzPC9zdHJvbmc+IC0gU2VsZWN0IGEgbnVtYmVyOjwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX3Jlc2l6ZTwvc3Ryb25nPiAtIHRydWU8L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19zaG9ydG5hbWU8L3N0cm9uZz4gLSB3b288L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb19zaW5nbGVfaGVpZ2h0PC9zdHJvbmc+IC0gMTUwPC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fc2luZ2xlX3dpZHRoPC9zdHJvbmc+IC0gMTUwPC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fc3Vja2VyZmlzaDwvc3Ryb25nPiAtIHRydWU8L2xpPjxsaT48c3Ryb25nPndvb190aGVtZW5hbWU8L3N0cm9uZz4gLSBHb3RoYW0gTmV3czwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX3RodW1iX2hlaWdodDwvc3Ryb25nPiAtIDIwMDwvbGk+PGxpPjxzdHJvbmc+d29vX3RodW1iX3dpZHRoPC9zdHJvbmc+IC0gMjAwPC9saT48bGk+PHN0cm9uZz53b29fdXBsb2Fkczwvc3Ryb25nPiAtIGE6Mjp7aTowO3M6NTU6Imh0dHA6Ly93d3cucHZwLm9yZy51eS93cC1jb250ZW50L3dvb191cGxvYWRzLzQtYmFzZS5qcGciO2k6MTtzOjU4OiJodHRwOi8vd3d3LnB2cC5vcmcudXkvd3AtY29udGVudC93b29fdXBsb2Fkcy8zLWZhdmljb24uaWNvIjt9PC9saT48L3VsPg==