De las contradicciones del progresismo colombiano
Publicado el 24/01/24 a las 6:03 pm
Por Sergio De Zubiría Samper
Reunimos dos extensos artículos escritos con un año de diferencia. El último ya tiene ya varios meses. Sin embargo, ambos se complementan y tienden a enfocar en buena medida los problemas del progresismo colombiano y latinoamericano.
Contradicciones emergentes en la política gubernamental del progresismo colombiano
A un mes de inaugurado el gobierno del progresismo en Colombia (agosto de 2022), se empiezan a desplegar algunas contradicciones que pueden caracterizar las tendencias a la crisis de este proyecto gubernamental. Aunque no existe determinismo en los procesos sociales, consideramos posible prever ciertos núcleos de alta tensión que anticipan situaciones futuras.
El presente escrito pretende develar y situar aquellos ámbitos donde son notorias las contradicciones de la actual política gubernamental del progresismo, como también subrayar la prontitud de su manifestación. Las denominamos “contradicciones emergentes no contingentes” por dos motivos. El primero, para destacar la premura temporal que ha caracterizado su emergencia. El segundo, para señalar que hacen parte de la continuidad de la tradición teórica y práctica del progresismo internacional. No pretendemos desentrañar la complejidad, temporalidad y matices de cada contradicción; tampoco sugerir análisis sobre sus posibilidades de profundización o mitigación en la situación colombiana. Tampoco proponemos agotar la enumeración de estas contradicciones emergentes. Se trata, tan solo, de un esfuerzo descriptivo para ubicar los campos donde su manifestación es patente y de meros enunciados en construcción.
Consideramos que en cinco campos son notables las tensiones y contradicciones del progresismo en el gobierno. Por ello, dividimos este artículo en los siguientes acápites: (a) Pactismo versus identidad política; (b) Tiempo gubernamental versus expectativas de cambio; (c) Seguridad policiva versus convivencia territorial; (d) Desarrollo capitalista versus alterdesarrollos, o más allá del desarrollo; (e) Paz total versus Paz posible.
Pactismo vs. identidad política
En la práctica política existen muy diversos tipos de acuerdos, que reciben nominaciones diversas: acuerdos de principios, acuerdos sobre lo fundamental, pactos temporales, formas de cogobierno, acuerdos frente a la crisis, entre muchos otros. Las dificultades se inician cuando en esos acuerdos se debilitan los principios éticos y se desvanecen las distinciones clásicas entre derecha, centro e izquierda. En un contexto de predominio de subjetivación neoliberal, la suspensión del juicio ético y la desideologización de lo político va deteriorando cualquier acuerdo político. Las limitaciones de los gobiernos del denominado “primer ciclo progresista” en América Latina tienen una clara relación con este debilitamiento. Estos procesos “progresistas” no se caracterizaron por contenidos políticos ideológicos consolidados, programas unitarios y criterios éticos fundamentados (E. Lander); por ese sendero fueron culminando en simples administradores del orden neoliberal.
El actual gobierno colombiano está fomentado un “acuerdo o pacto nacional” como estrategia política. Más allá de las discusiones pertinentes sobre su naturaleza, orígenes, prioridades, metodología y tipo de alianzas, se ha venido configurando una especie de “pactismo” que expresa síntomas de desideologización y debilitamiento ético. Algunas de sus manifestaciones son: (a) Acentuar a cualquier costo la consecución de resultados en la reformas priorizadas deslizándose hacia el “posibilismo” y el “pragmatismo”; (b) Priorizar la “concertación” ideológica sobre la discusión, las diferencias y la contraposición; (c) Consolidar un escenario político ideológico de indiferenciación entre perspectivas de izquierda, centro y derecha; (d) Sobredimensionar las alianzas por las “alturas” y con los poderes económicos y sociales dominantes.
Este “pactismo” está teniendo consecuencias endógenas y exógenas en la política gubernamental del progresismo nativo. A nivel interno el “pacto histórico” experimenta el desdibujamiento de su iniciativa e identidad política, como también la penumbra ideológica en su unidad de propósitos. Se constatan constantes fisuras, alta dispersión y debilidades teóricas en su accionar político. A nivel externo las gentes del común perciben un tipo de transacciones y alianzas políticas que producen desconfianza en dos órdenes: el primero, se están reciclando la formas tradicionales y elitistas de “hacer política”; el segundo, los criterios y principios éticos se están desdibujando en las acciones políticas concretas. El “pactismo” se está convirtiendo en un dispositivo de desideologización, suspensión del juicio ético y pérdida de identidad política del progresismo en el gobierno.
Tiempo gubernamental vs. expectativas de cambio
La deuda social e histórica en Colombia es inaplazable; los efectos de varias décadas de contrarreformas neoliberales han devastado la vida cotidiana de las clases subalternas en nuestro país. La protesta social y la insubordinación latente de la última década conforma ese horizonte de resistencia y rebelión de los oprimidos. La llegada al gobierno del progresismo cabalga sobre dos pilares: en primer lugar, el horizonte de expectativas de transformaciones condensado en estas luchas sociales; en segundo lugar, el profundo desgaste del gobierno anterior por su mediocridad e indolencia frente a las demandas sociales. Se constata una tensión emergente entre expectativa e impaciencia (C. Santibáñez); existe un nítido acumulado de luchas que puede enfrentar a cualquier gobierno si frustra las expectativas de cambio.
Mientras el poder constituido y el orden social dominante imponen una temporalidad institucional definida por la democracia liberal burguesa, la potencia plebeya propugna por un poder popular destituyente, formas de democracia directa y transformaciones estructurales. El progresismo ha empezado a hacer concesiones a la derecha, a los poderes fácticos y se encapsula en la institucionalidad existente. La contradicción entre el tiempo gubernamental y las expectativas de cambio será determinante en el despliegue de los procesos políticos y sociales en la etapa actual.
La actitud frente a la “liberación de la Madre Tierra” en el norte del Cauca y la rueda de prensa sobre esta problemática, constituyen el ejemplo patente de esta contradicción emergente. El pueblo Nasa emitió una “Carta al mundo” que en una frase sintetiza la incoherencia del gobierno actual: “Ni Uribe, ni Santos, ni Duque nunca nos dijeron tienen 48 horas”. La problemática de la tenencia de la tierra, causa sistémica del conflicto interno según las diversas investigaciones sobre la violencia en Colombia, es denostada por el tiempo del poder constituido y por la burocracia gubernamental. Se instala una patética paradoja: El ministro del Interior pretende instrumentalizar las organizaciones sociales llamando a una “movilización popular” para apoyar la reforma tributaria y su plan de desarrollo y, al mismo tiempo, frente a las demandas represadas por tierra, se amenaza con la violencia policial. El horizonte de expectativas de cambio es indetenible y no podrá ser cercenado por las limitaciones del poder constituido, las burocracias estatales y los dispositivos de representación liberal.
Seguridad policiva vs. convivencia territorial
La persistencia del conflicto armado interno y el ascenso de la lucha social en Colombia adjudican a las distintas concepciones de la “seguridad” un lugar importante en el debate político, social y cultural. En este aspecto, la tendencia analizada por M. Archila (2019, p. 65) para el periodo entre 1975 y 2015 constata “una trayectoria gruesa en forma de U que comienza con altos indicadores de protestas a mediados de los años setenta, luego disminuye con altibajos en los ochenta y noventa, para repuntar nuevamente hacia el final del periodo estudiado”, un repunte que se presenta también en el contexto de América Latina y el Caribe.
Como lo subraya críticamente Marx en La Cuestión Judía (1844): “La seguridad es el supremo concepto social de la sociedad burguesa, el concepto de la policía, según el cual la sociedad existe sola y únicamente para garantizar a todos y cada uno de sus miembros la conservación de su persona, de sus derechos y de su propiedad” (Marx, 1982, p. 479). En este contexto es válido evocar también las negociaciones en La Habana entre el gobierno y las FARC-EP, en las cuales uno de los puntos de alta tensión giró en torno a la utilización de la palabra “seguridad” o “soberanía alimentaria”.
Desde 1994, en el Informe sobre Desarrollo Humano, el PNUD viene intentando reactualizar la noción de “seguridad” a través de dos estrategias. La primera, ampliando las amenazas que se ciernen sobre los individuos (económicas, alimentarias, de salud, medioambientales, políticas y comunitarias), para evocar supuestos valores “progresistas”. La segunda, refinando la adjetivación hacia “lo humano”, como “seguridad humana”. Está utilizando un dispositivo cercano que también implementó para reciclar el término desarrollo “sostenible”. Las críticas a este enfoque de “seguridad humana” son importantes: (a) Su acento en las amenazas al individuo lo convierten en la prolongación del individualismo liberal-burgués; (b) Su perspectiva es plenamente antropocéntrica al señalar exclusivamente las amenazas al denominado “bienestar humano”; (c) Se puede convertir en un pretexto militar para las llamadas “intervenciones humanitarias”; (d) Termina identificando “desarrollo” con “seguridad humana”, con todas su funestas consecuencias para las diversas culturas, la ecología y la vida; (e) Conforma un posible escenario para la manifestación de “odios reprimidos” (E. Bloch), que pueden culminar en discursos sobre el odio racial y el odio al extranjero.
Persistir en esta visión de la “seguridad humana”, como lo hace el “progresismo”, constituye una concesión a la derecha y al orden social dominante. Hay que reiterar que la bandera política de la “seguridad” ha sido un eslogan característico de las posiciones de derecha y toda concesión en este ámbito desdibuja el horizonte estratégico. Un ejemplo, con cierta aura patética, es la petición del desmonte definitivo del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad), la cual ha sido respondida con una propuesta que manifiesta la complicidad con el horror y la simulación: cambio de nombre; transformación de imagen (de tonalidad negra a blanca); armas “menos letales”; un grupo de acompañamiento y otro “especializado en intervención”.
En las regiones colombianas donde se intensifica el conflicto social-armado los llamados a la “seguridad” se asocian a la lógica implacable del uso de la fuerza por parte de las instituciones estatales. El cercamiento gubernamental siempre despliega violencias. Los territorios de manera autónoma deben inventar y recrear sus propias formas de convivencia. La gestión “en común” y desde los territorios es el sendero para mitigar las violencias. El abuso de la “seguridad” siempre se convierte en violencia contra los territorios.
Desarrollo capitalista vs. más allá del desarrollo
El gobierno progresista ha postulado dos premisas bastante problemáticas que generan una contradicción insalvable. La primera es sostener que la formación social colombiana es “feudal”. La segunda postula que es necesario des-feudalizar esta formación a través del “desarrollo” del capitalismo. El debate se remonta a la década del sesenta del siglo XX, con la obra anticipatoria de Mario Arrubla, Estudios sobre el subdesarrollo colombiano (1963), que, en el contexto del debate sobre las teorías de la dependencia, muestra los rasgos capitalistas dominantes de las relaciones sociales en la formación colombiana y la existencia de un desarrollo desigual y asincrónico que coexiste con formas no capitalistas. La persistencia de sectores terratenientes, relaciones señoriales de producción (Fals Borda), economías campesinas, esclavización, etc., no puede llevar a inferir que el sistema es “feudal”. Los elementos definitorios del capitalismo se cumplen a cabalidad en la formación social colombiana: (a) La propiedad privada de los medios de producción y la división de clase entre propietarios y productores; (b) La institución de un mercado laboral “libre” dependiente del trabajo asalariado; (c) La dinámica de la acumulación ampliada de capital orientada hacia la obtención de plusvalía y beneficios en oposición a la satisfacción de las verdaderas necesidades humanas; (d) La expansión crucial y determinante del mercado interno e internacional. Reiterando que el capitalismo se desarrolla como sistema mundial y no solo como fenómeno interno, como lo sostienen Marx, Engels y Rosa Luxemburgo.
Las críticas a la idea eurocéntrica de “desarrollo” tienen una larga tradición en Latinoamérica. Las teorías de la dependencia sostienen que el denominado “subdesarrollo” no es una fase previa al desarrollo, sino que es su producto como resultado del colonialismo y el imperialismo; las asimetrías en el comercio internacional producen desigualdad, hiperexplotación y dependencia. La popularización del “desarrollo a escala humana” del economista chileno Manfred Max-Neef, en la década de los noventa del siglo XX, expande críticas importantes al desarrollismo: el desarrollo debe enfocarse en las personas y no en los objetos; hay que distinguir los satisfactores de las necesidades, y convertir la pobreza en un concepto plural mediado por la definición de las necesidades. Pero estas perspectivas aún mantienen el núcleo central del progreso económico y de “desarrollos alternativos”; se trata de buscar rectificaciones, reparaciones o modificaciones al desarrollo contemporáneo.
A partir de inicios del siglo XXI, en nuestra región, emergen a parir de los movimientos sociales y la academia latinoamericana críticas radicales al desarrollo en lo que podemos denominar “alternativas al desarrollo”, “post-desarrollo” o “muerte del desarrollo”, las cuales apuntan a generar otras cosmovisiones distantes del “desarrollo” eurocéntrico y explorar otros ordenamientos económicos, sociales y culturales a eso que veníamos llamando “desarrollo”. Algunas de sus tesis centrales son: (a) Hay que tomar distancia de la noción de “progreso” que se ha convertido en una forma de ”falsa conciencia” o “ideología”; (b) No estamos obligados a proponer o postular “otro desarrollo”, porque esto hace parte de su dispositivo como ideología; (c) Existe una complicidad entre la ideología del progreso y la barbarie, porque frivoliza el sufrimiento humano al declararlo un simple efecto colateral del progreso; (d) El cuestionamiento del progreso siempre deber ir paralelo a la crítica de la modernidad eurocéntrica; (e) Perduran cosmovisiones de los pueblos originarios de Nuestra América para las que no existen y no son necesarias las nociones de progreso y desarrollo.
Las polémicas y ambivalencias del actual progresismo colombiano se nutren de la imposibilidad de conciliar una especie de “desarrollo capitalista benévolo” y la catástrofe ecológica de la humanidad. No es coherente llamar al mismo tiempo a “desarrollar el capitalismo” y al “decrecimiento” de la economía mundo. Suponen que es posible armonizar la industrialización con su “destrucción creativa” con la sostenibilidad ambiental. Pero, en realidad, la acumulación capitalista vive de la expoliación de la naturaleza y de la explotación del ser humano; la escoria productivista y consumista hacen parte de su naturaleza. La evasión progresista de una crítica a la idea de desarrollo y a la ideología del progreso va creando las condiciones para un desplazamiento a la “economía verde” y al “neoextractivismo progresista” (E. Gudynas).
Paz total vs. Paz posible
No existe un documento teórico que exponga la fundamentación de la llamada “paz total” del actual gobierno progresista. Tampoco una guía detallada sobre los denominados “diálogos regionales vinculantes”. Tenemos algunas notas periodísticas y la reciente presentación del proyecto de reforma a la Ley 418 de 1997. Parece que el “fetichismo legal”, tan característico de nuestra cultura política, se impone sobre la conceptualización filosófica.
Por tratarse de una reforma a una ley existente, el texto conocido no contiene una exposición detallada de motivos, como tampoco unas categorías centrales sustentadas. Lo anterior dificulta una aproximación conceptual y reflexiva. Contiene cuatro capítulos: I. Seguridad humana y paz total; II. Servicio social para la paz; III. Fondo para la paz; IV. Vigencia y derogatorias. De forma bastante desorganizada aparecen un conjunto de iniciativas, tales como considerar la política de paz una política de Estado, la relación con la seguridad humana, la creación de un gabinete de paz, la promulgación de “regiones de paz”, la unificación de los fondos públicos para la paz, un nuevo servicio social para la paz, vigencia de cuatro años para los artículos 2 a 6, entre otras.
En medio de tanta dispersión y con escasas fuentes primarias, el debate hasta ahora se inicia. Ha girado alrededor de tres núcleos principalmente. En primer lugar, en torno al concepto de “paz total”. Segundo, la indiferenciación de los “grupos armados” postulada en el parágrafo 1 del artículo 8. En tercer lugar, la existencia de dudas sobre su procedimiento y aplicabilidad concreta.
La adjetivación totalizante y absoluta de la “paz” como “total” contiene problemas filosóficos y sociológicos bastante complejos. El primero remite a su mixtificación y maximalismo, ya que no puede existir ninguna situación, experiencia o institución que sea absolutamente perfecta; los planteamientos totalizantes contienen la eliminación de la diversidad, lo relacional y lo contingente. Decía el filósofo Séneca que nos diferenciamos de los dioses en el hecho de que se nos da un tiempo finito. El segundo es la suposición de que lo “total” sugiere la eliminación de la conflictividad constitutiva de toda sociedad real; sería el culto a la “paz negativa” como “no guerra” o “no conflicto”. Tercero, elimina la condición procesual inherente a la construcción de paz y lo convierte en un hecho estático. El filósofo colombiano Guillermo Hoyos señalaba que el opúsculo de Kant, La Paz perpetúa, debería llamarse “la paz perpetuamente”, para destacar la condición de la paz como una idea regulativa que está siempre en construcción y no existe un último peldaño.
La definición de los “grupos armados organizados”, que se inspira en el D.I.H., según el parágrafo mencionado está colmada de dificultades políticas y jurídicas. Algunas de las más notorias son: (a) El abuso del término “GAO” y la omisión deliberada de “actores armados no estatales” que disputan el poder del Estado por sus motivaciones políticas; esta definición de “GAO” es copiada al pie de la letra de la Ley 1908/18 del gobierno Santos, aunque esta última hace una clara distinción entre “GAO” y “grupos delictivos organizados”; (b) La indiferenciación entre insurgencias políticas, paramilitarismo y narcotráfico, la cual es determinante para las peculiaridades del conflicto colombiano; (c) La visión difusa del delito político al abrirse la nominación de “acuerdos de paz” a cualquier negociación con los denominados “GAO”; (d) La instauración de una justicia transicional permanente y omniabarcante.
Las objeciones a lo procedimental y las posibilidades de aplicación concreta son muy diversas. A medida que se despliegue el proceso serán aún mayores. Empiezan con la posibilidad de cumplimiento inmediato de lo acordado, siguen con la temporalidad y forma de los diálogos regionales y culminan con las condiciones de apertura de procesos constituyentes territoriales. Ello solo por mencionar algunas, pero el listado será cada vez más abultado. Las tensiones entre paz total y paz posible son y serán relevantes, porque un fracaso prematuro en este ámbito podría agudizar la violencia y la crisis humanitaria en los territorios.
Hemos esbozado cinco contradicciones emergentes, pero el devenir del movimiento real puede atenuar algunas y potenciar otras nuevas. Además, pretendemos reiterar la prontitud de su emergencia y sus íntimas relaciones con la historia del progresismo internacional. Tendremos que seguir realizando un esfuerzo teórico para profundizar en sus determinaciones y temporalidades.
De las contradicciones emergentes a las estructurales del progresismo colombiano (14/08/2023)
A un año de la llegada al gobierno del progresismo colombiano podemos sostener que algunas “contradicciones emergentes no contingentes” se expresan actualmente como contradicciones estructurales de este proyecto político. En la Revista Izquierda N.° 107 planteábamos la manifestación de “contradicciones emergentes no contingentes” por dos motivos: destacar la premura temporal que ha caracterizado su emergencia y señalar que hacen parte de la continuidad de la tradición teórica y práctica del progresismo internacional. Reiteramos que no existe determinismo en los procesos sociales e históricos, pero su conversión en “contradicciones estructurales” las convierte en núcleos centrales para las tendencias a la crisis del proyecto progresista colombiano.
En septiembre de 2022 postulamos cómo en cinco campos eran ya notables las tensiones y contradicciones del progresismo en el gobierno: (a) Pactismo versus identidad política; (b) Tiempo gubernamental versus expectativas de cambio; (c) Seguridad policiva versus convivencia territorial; (d) Desarrollo capitalista versus alter desarrollos o más allá del desarrollo; (e) Paz total versus Paz posible. Consideramos que estas cinco tensiones se mantienen con ciertas transformaciones categoriales, aparecen nuevas contradicciones y la tendencia a la crisis se profundiza.
Utilizamos la noción de contradicción en su sentido dialéctico como la existencia de fuerzas opuestas presentes al mismo tiempo en una situación, una entidad, un proceso o un acontecimiento determinado; las contradicciones no son situaciones moralmente malas ni tienen una connotación negativa, porque sabemos que en ciertas circunstancias también pueden dar curso a transformaciones y cambios sociales fundamentales (D. Harvey). Su calificativo de “estructural” remite a que están afectando la generalidad de un proyecto político o una totalidad social.
El presente artículo intenta esbozar un conjunto de “contradicciones fundamentales” que afectan el proyecto del progresismo colombiano una vez cumplido su primer año de gobierno, utilizando la taxonomía elaborada por D. Harvey para comprender las 17 contradicciones que afectan el “fin del capitalismo” entre “fundamentales”, “peligrosas” y “cambiantes”. Retomamos al pensador inglés, pero hacemos una interpretación bastante libre de su importante propuesta. Denominamos “fundamentales” a aquellas contradicciones que caracterizan en general al progresismo internacional en su etapa actual y que el progresismo latinoamericano también comparte; llamamos “peligrosas” a aquellas que amenazan profundamente la persistencia y profundización de un proyecto de izquierda anticapitalista en Colombia, como también la propia existencia del progresismo; nominamos “cambiantes” las contradicciones que no tienen una trayectoria evolutiva nítida y a las que la evanescente realidad política colombiana convierte en bastante inestables. Este artículo se divide en tres partes que expresan el develamiento de esos tres tipos de contradicciones.
Contradicciones fundamentales del progresismo
La emergencia del “progresismo” a nivel planetario está correlacionada con el malestar, desgaste y la insubordinación latente contra la imposición del proyecto neoliberal. En general, podemos sostener que su rostro y aceptación se nutre de luchas contra el neoliberalismo y en ciertos momentos fungió como alternativa al neoliberalismo o germen de vertientes antineoliberales. En alguna bibliografía, especialmente latinoamericana, se llegó a hablar de “posneoliberalismo”. El afianzamiento de la ideología y propuesta política del “progresismo” tiene cerca de dos décadas. Siempre será improbable llegar a un acuerdo sobre el punto de origen, pero Latinoamérica tendrá un papel privilegiado como laboratorio de su consolidación, formalización y limitaciones
En el escenario europeo son importantes las experiencias de coaliciones políticas como Syriza (Grecia, 2004) y Podemos (España, 2014); ambas antecedidas por importantes insurgencias populares y la indignación generalizada contra el neoliberalismo. Producen en sus orígenes grandes expectativas ante la deslegitimación neoliberal, pero de forma prematura van mostrando sus limitaciones y vacilaciones. En América Latina y el Caribe, la investigación histórica se remonta al denominado “Caracazo” (Venezuela,1989) y al nacimiento del Ejército Zapatista (México, 1994), pero se considera que el denominado “largo ciclo” (Moreira) progresista se inicia en 2003, cuando llegan al gobierno alternativas “progresistas”, “populares y “nacional populares” a un núcleo amplio de países de Latinoamérica: Venezuela, Brasil, Bolivia, Argentina, Ecuador, Honduras, Nicaragua, El Salvador, entre otros; este denominado “ciclo” empieza a tener dificultades y retrocesos en 2015.
En nuestra región, las críticas al “progresismo” desde el campo de las izquierdas colman varios tomos y acentúan la tendencia a la disocian cada vez mayor entre “progresismos” e “izquierdas”. Siempre subrayan la necesidad de reconocer las aristas específicas nacionales y las particularidades del progresismo latinoamericano: las experiencias políticas venezolana, argentina y colombiana son incomparables. Los esfuerzos para elaborar taxonomías explorando la crítica al progresismo desde la izquierda nos postulan por lo menos cuatro grupos interpretativos: la izquierda posextractivista posdesarrollista; la izquierda autonomista; la izquierda con horizonte socialista; la izquierda posneoliberal (González, H. y Figueroa, C.). Es conveniente reconocer que son enfoques diferentes de la crítica, pero posiblemente, comparten la ubicación de ciertas contradicciones fundamentales del progresismo.
La primera contradicción fundamental se manifiesta en el corrimiento cada vez mayor al “centro” del espectro político en contravía al mantenimiento de posiciones caracterizadas de izquierda; por diferentes caminos y justificaciones, el progresismo actual va mitigando o abandonando su condición caracterizada de izquierda. En general, los progresismos históricos han mantenido una valoración incómoda ante su ubicación en el campo de la izquierda. Los progresismos latinoamericanos de “segunda generación” o “tardíos” han desdibujado su carácter alternativo, rebelde y antisistema. Los dispositivos utilizados para este corrimiento hacia el “centro” o “centroderecha” son variados. Algunos ejemplos son los siguientes: (a) La expansión de aquel lugar común que sostiene la inexistencia o irrelevancia de diferencias substantivas entre la izquierda, el centro y la derecha para la práctica política; (b) La restricción, adaptación y moderación de sus propuestas reformistas; (c) La imposición de una lógica institucionalista del apego al orden social y constitucional existente; (d) La expansión de un modelo de gestión reformista limitado al orden social dominante. Es una contradicción que afecta principalmente el campo de la ideología progresista y podemos ubicarla en la tensión entre dos polos opuestos: corrimiento al “centro” versus izquierda antisistema.
La segunda contradicción fundamental del progresismo remite a su caracterización y papel otorgado a la institución estatal. En general, los progresismos “tardíos” le adjudican al Estado un papel determinante en la acción política y las políticas públicas; recientemente en Latinoamérica se realiza un coro colectivo progresista de elogio al “Estado Emprendedor” (M. Mazzucato). En términos de A. Gramsci, estamos asistiendo en nombre del “progresismo” a la euforia de la “estadolatría”. Pero las dificultades y los equívocos se despliegan en tres órdenes. En primer lugar, parecen olvidar o subvalorar que el “Estado” realmente existente tiene componentes capitalistas, patriarcales y colonialistas, como también subrayar que estos elementos median las relaciones de poder existentes. En segundo lugar, le otorgan a ese Estado la tarea de las grandes transformaciones, sin cambiar en un ápice la estructura estatal. En tercera instancia, diluyen o evaden las diferencias entre gobierno y poder; cambian los operadores políticos en el gobierno, pero las relaciones del poder siguen incólumes. Se trata de una contradicción fundamental en la concepción y práctica de lo político, que se puede formular como la contraposición entre una matriz estadocéntrica de la acción política versus las transformaciones populares desde abajo y afectando directamente las relaciones de poder.
La tercera contradicción fundamental remite a las finalidades y sentidos de las transformaciones sociales. Por su pacto fundacional con la idea de “progreso” la discursividad progresista rinde culto a términos como “innovación”, “cambio”, “reforma”, “transición”, “novedad”, “transformación”, etc. A partir de W. Benjamin, reconocemos que la noción de “progreso” debe ser fundamentada desde la idea de “catástrofe”. El progresismo también pretende insuflar la percepción, altamente problemática, que todos los cambios conllevan siempre “adelanto” y “mejoría”. Las nociones más empáticas con el progresismo de “segunda generación” son “modernización”, “desarrollo”, “industrialización” y “capitalismo”. Se trata de un “progresismo” que ha renunciado a la aspiración de trascender o superar el capitalismo; todo lo contrario, ahora se trata de restaurar y remozar el capitalismo. Revitalizar el capitalismo en su fase transnacional, industrial, extractiva y financiarizada. Un “capitalismo progresista” que no cuestiona la explotación capitalista, sino adapta mejores condiciones para el crecimiento económico del capital. Consideramos que tienen razón aquellos investigadores al caracterizar el actual progresismo como una etapa del “neodesarrollismo” o una típica “matriz estatal-desarrollista”. Se trata de una contradicción en los fines últimos y sentidos de las sociedades contemporáneas que se expresa en la oposición entre el cierre capitalista a priori de la acción colectiva versus la pluriversidad heterotópica de los destinos humanos y naturales.
Las contradicciones peligrosas del progresismo
Denominamos contradicciones “peligrosas” a aquellas que amenazan profundamente la persistencia de un proyecto de izquierda anticapitalista y, al mismo tiempo, la propia existencia del progresismo; partimos de una tendencia a la disociación ideológica entre “izquierdas” y “progresismo”, pero también a una co-pertenencia existencial o destino común. Existe un relativo consenso en la teoría política latinoamericana en que algunos despliegues de ciertos progresismos pueden abrir la puerta a posiciones de derecha y extrema derecha, limitando las alternativas no capitalistas y anticapitalistas.
La cuarta contradicción de carácter peligroso, en el sentido que pretendemos adjudicarle, es aquella entre el “pactismo sin principios” y la “identidad política”. Su contenido devastador anida en sus graves consecuencias éticas, que desdibujan la acción política. Existen ineludiblemente vasos comunicantes entre la ética y la política; un accionar deslegitimado éticamente afecta necesariamente la legitimidad política. Denominamos “pactismo” a ciertas actitudes que acentúan la consecución de resultados a cualquier costo deslizándose hacia el “posibilismo” y el “pragmatismo”; tipos de alianzas por las “alturas” y con los poderes económicos y sociales dominantes, en cuyo marco las diferencias con los partidos “tradicionales” se desvanecen. Los acuerdos y alianzas que realizan ciertos progresismos latinoamericanos son incompresibles y antiéticas para las gentes del común. El “pactismo” se está convirtiendo en un dispositivo de desideologización, suspensión del juicio ético y pérdida de identidad política de los progresismos en el gobierno.
La quinta contradicción peligrosa es aquella que se despliega entre las promesas prometidas o expectativas de cambio y los tiempos del poder instituido. La energía popular y el entusiasmo canalizado por la llegada progresista a los gobiernos ha sido muy relevante, pero la confusión y el desánimo prematuro ante sus realizaciones concretas ha sido desolador. La tensión entre la impaciencia de prontas transformaciones y su frustración temprana erosiona profundamente los progresismos realmente existentes. La llegada al gobierno del progresismo ha cabalgado sobre, por lo menos, tres pilares: en primera instancia, la deslegitimación y malestar frente al neoliberalismo; en segundo lugar, el horizonte de expectativas de transformaciones condensado en el acumulado de las luchas sociales; en tercer lugar, el profundo desgaste de los gobiernos inmediatamente anteriores por su mediocridad e indolencia ante las demandas sociales. Independientemente de las causas y motivos del incumplimiento con las promesas, algunas de las manifestaciones que produce esta contradicción son devastadoras: (a) Vaciamiento y desconfianza en la idea y experiencia del “cambio”; (b) Cuestionamiento del proyecto político porque hablan de “transformaciones” y “cambios” e imponen lo contrario de lo que predican; (c) Distanciamiento y desilusión genérica con las propuestas políticas “alternativas”; (d) Profundización del malestar con la política y posibles restauraciones de los partidos políticos tradicionales.
La sexta contradicción inquietante se establece entre los operadores gubernamentales del progresismo y sus relaciones con las organizaciones sociales, comunitarias, populares, sindicales y étnicas. Las instituciones estatales pretenden por diversos y variados dispositivos la instrumentalización, cooptación y subordinación de los movimientos y organizaciones sociales a la política gubernamental; se experimentan situaciones de limitación de la autonomía, la autodeterminación y la autogestión del movimiento social real. Lo anterior se incrementa cuando se presentan situaciones de excesiva concentración de poder, intransigencia frente al disenso y hechos de corrupción. Las causas de las anteriores deformaciones en las relaciones entre las luchas sociales y los gobiernos son diversas, pero en general residen en algunas que son centrales: la insistencia en realizar “pactos” por las alturas entre dirigentes; la confusión entre administrar o transformar; el dirigismo o tutelaje estatal; la propensión a concebir acciones solo “desde arriba”; la integración de cuadros históricos de la lucha social en el aparato estatal. Se trata de una contradicción hondamente peligrosa porque se mueve entre las fuerzas de potenciación antisistema y aquellas fuerzas de restauración del sistema; entre el incremento de las luchas sociales o la clausura del ciclo de luchas sociales tan solo para reposicionar el Estado, el gobierno y la sociedad existentes.
Contradicciones cambiantes del progresismo Hemos denominado contradicciones “cambiantes” a aquellas contradicciones que no tienen una trayectoria evolutiva nítida y a las que la evanescente realidad política colombiana convierte en bastante inestables. Son relativas principalmente al contexto del progresismo colombiano y evocan urgencias políticas y sociales de nuestra realidad. Por tanto, son incomparables con otras experiencias progresistas de nuestro continente. Por razones expositivas mantenemos la enumeración.La séptima contradicción “cambiante” se revela entre la discursividad progresista sobre la “paz total” y las realizaciones concretas en asuntos de paz en la Colombia contemporánea. Son contradicciones tanto conceptuales como prácticas. Reiteramos cómo la adjetivación totalizante y absoluta de la “paz” como “total” contiene problemas filosóficos y sociológicos bastante complejos. El primero remite a su mixtificación y maximalismo, ya que no puede existir ninguna situación, experiencia o institución que sea absolutamente perfecta; los planteamientos totalizantes contienen la eliminación de la diversidad, lo relacional y lo contingente. El segundo es la suposición de que lo “total” sugiere la eliminación de la conflictividad constitutiva de toda sociedad real; sería de cierta manera el culto a la “paz negativa” como “no guerra” o “no conflicto”. Tercero, elimina la condición procesual inherente a la construcción de paz y la convierte en un hecho estático. Las tensiones, oscilaciones y vacíos en las posibilidades de la realización práctica de la “paz total” son y serán colosales. De la propuesta original de activar negociaciones con “todas” las organizaciones armadas ilegales, se puede afirmar que solo se han iniciado con el Ejército de Liberación Nacional (ELN); además, se sostuvo que con esta insurgencia en tres meses ya existirían acuerdos. Ninguno de los “ceses de fuego” han funcionado en sentido estricto y tampoco se abre ninguna nueva negociación. La contradicción cambiante entre “paz total” versus “paz posible” o “paz realizable” se tensiona con los avatares de los discursos, las tendencias a la improvisación y los hechos de violencia diaria en los territorios. Se puede prever como una contradicción bastante abierta e impredecible en las condiciones del conflicto armado interno colombiano. La octava contradicción cambiante, bastante empática con la discursividad del progresismo colombiano, se alimenta de las vacilaciones relativas a la denominada “transición energética”. En un año se ha pasado en los discursos gubernamentales de la “transición capitalista verde” como supresión/mitigación de las energías fósiles a la teoría del “decrecimiento” y a algunas sugerencias de “desaceleración” para culminar en la aceptación extractivista (exploración/explotación) de energías fósiles, como “explorar en clave de energía” para la transición. En la Cumbre Amazónica de Belén, en Brasil, se lanza la inaudita propuesta de una OTAN incrustada en el pulmón de la humanidad. A esto no lo podemos llamar en sentido estricto una contradicción, sino una especie de “bruma mental”. Sabemos que una de las grandes colisiones del progresismo de “primera generación” con los movimientos sociales fue su aceptación acrítica o interesada del modelo neoextractivista. Asistimos con desolación a la contradicción cambiante entre “un” modelo capitalista verde de transición energética gubernamental y la restauración desenfrenada del “capitalismo caníbal” (N. Fraser). La novena contradicción remite a la realidad y perspectivas del progresismo en sus tareas de contribuir a la integración de América Latina y el Caribe. Posiblemente uno de los componentes fuertes del progresismo de “primera generación” tiene relación con esta tarea integradora, y muchas de sus instituciones nacientes sumaban para ese objetivo: CELAC, UNASUR y ALBA. Retomaron el sueño de Martí y Bolívar sobre la independencia y la unidad como condiciones esenciales para la existencia y emancipación de Nuestra América, como también la necesaria distancia de la codicia agresiva del capitalismo norteamericano y cualquier forma de imperialismo. Los nuevos progresismos han desvanecido o abandonado las tareas integradoras, posiblemente por otorgarle prioridad a la consolidación de un “capitalismo nacional”. La decisión del progresismo “tardío” de consolidar un “capitalismo en serio” en nuestra región y designar los negocios y la furia del interés particular como máxima de acción, va a impedir cualquier esfuerzo cultural y ecológico de integración latinoamericana y caribeña. La reciente Cumbre Amazónica es un síntoma de alarma para la humanidad y nuestro continente: desconociendo la voz de los pueblos indígenas, los gobiernos progresistas no lograron ningún acuerdo sobre “deforestación cero” en el Amazonas y abrieron la puerta a la “borrachera petrolera”. Experimentamos la contradicción trágica entre una integración cultural y ecológica independiente de las furias del interés privado y una desintegración transnacional, racista y colonialista. Estamos convencidos de que cabalgaremos durante estos años sobre la tensión irresuelta entre las búsquedas de integración de nuestros pueblos y la desintegración gubernamental del capitalismo progresista.Hemos intentado, partiendo de la cartografía de D. Harvey, develar algunas contradicciones estructurales del actual progresismo latinoamericano. La labor de este develamiento debe continuar siempre preservando las tareas históricas del pensamiento crítico. Solo así podremos contribuir a la aurora de una nueva cultura política que potencie la voz y las luchas populares hacia la tercera ola emancipatoria (H. Moldiz) de nuestro continente.
Referencias bibliográficas
Archila, M. (2019). Cuando la copa se rebosa. Bogotá: CINEP-PPP.
Arrubla, M. (1979). Estudios sobre el subdesarrollo colombiano. Bogotá: La Carreta.
Fraser, N. (2023). Capitalismo Caníbal. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Harvey, D. (2020). 17 contradicciones y el fin del capitalismo. Bilbao: Euskal Herriko Komunistak.
Hasler, A. (1973). El odio en el mundo actual. Madrid: Alianza Editorial.
Lander, E. (2019). Crisis Civilizatoria. Guadalajara: Ediciones Calas.
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Modonesi, M. y otros. (2019). Los gobiernos progresistas latinoamericanos del Siglo XXI. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Moldiz, H. (2013). América Latina y la tercera ola emancipatoria. Ciudad de México: Ocean Sur.
Santibáñez, C. (2022). “Chile frente al 4 y 5 de septiembre”. Revista Izquierda (106). Bogotá.
Svampa, M. (2019). Las fronteras del neoextractivismo en América Latina. Berlín: CALAS.
Zibechi, R. (2015) Hacer balance del progresismo. Recuperado de: : http://contrahegemoniaweb.com.ar/hacer-balance-del-progresismo/#more-1730
Notas
El autor es Profesor Titular Doctorado en Bioética Universidad El Bosque, Presidente de la Fundación Walter Benjamin para la Investigación Social.
Artículos tomados de la Revista Izquierda: https://revistaizquierda.com/contradicciones-emergentes-en-la-politica-gubernamental-del-progresismo-colombiano-2/ y https://revistaizquierda.com/de-las-contradicciones-emergentes-a-las-estructurales-del-progresismo-colombiano/