viernes 20 de septiembre, 2024

Uruguay 2023: caso Marset y crisis de dominación

Publicado el 23/11/23 a las 6:48 am

Por Alfredo Falero

El caso Marset generó un antes y un después político, pero ¿de qué magnitud?, ¿tendrá  proyección política o será otra coyuntura problemática que no pesará significativamente pasado un tiempo? ¿Ha generado un quiebre real en la credibilidad del gobierno?. Y si es así, ¿de qué tipo de crisis estamos hablando? Seguramente es una crisis política, ¿pero es también una “crisis institucional”? Los eventos conocidos en estas semanas sobre la situación –ahora ampliamente difundida más allá de fronteras- del pasaporte otorgado al ya famoso narcotraficante, generaron lo que se puede denominar: una crisis de dominación política cuya proyección real aún no es clara.

Para intentar ponderar adecuadamente la magnitud de lo sucedido, precisamos ir más allá de mostrar una secuencia de hechos de al menos dos años -algo necesario que desnuda la debilidad del relato oficial-  y considerar la sociedad en su conjunto. Para muchos puede resultar tentador quedarse en la superficialidad de análisis electorales a partir de los eventos conocidos y su impacto en la “opinión pública” (dicho sea de paso, una mistificación pues traslada la idea de libre elección del consumidor al plano electoral). Pero, nuevamente, es un ejercicio insuficiente y cae en el profetismo. Para avanzar explicativamente, precisamos introducir entonces alguna herramienta conceptual que permita el análisis.  Proponemos para eso la idea de crisis de dominación política.  

Y para llegar a esta idea, se precisa una brevísima introducción conceptual. Sabemos que Marx rechazó la idea del Estado como una expresión “plural” de todos los intereses de la sociedad y por el contrario mostró como tiende a constituirse en un reproductor de determinados intereses de clase. Aunque no lo parezca, aunque lo disimule, el Estado en el capitalismo es precisamente eso aún hoy. Ahora bien,  la forma concreta de cómo se organizan y se reproducen estos intereses y el funcionamiento del Estado y sus cambios en el siglo XX y XXI, supone una complejidad creciente que lo investigaron numerosos autores. Recordar esto es importante porque no puede hablarse de gobierno sin tener en cuenta el Estado. En una definición rápida, se puede decir que un gobierno es el que habla en nombre del Estado.  

Además corresponde agregar que las luchas sociales y políticas procuran incidir en los gobiernos y en lo posible modificar la forma Estado. Para ello también se trata de visibilizar a sus beneficiarios ubicados “en las sombras” por llamarlos de alguna manera, tanto directos (fracciones del capital) como aquellos que hacen posible esto mediante el manejo de recursos institucionales (ministros, directores, expertos, publicistas, etc.) porque tienen el poder de tomar decisiones o influir en ellas, capacidad de construir la percepción pública y mostrar que la política trazada es la mejor que se pudo hacer frente a otras posibilidades, etc.  

Un gobierno entonces no implica solamente un conjunto de agentes del campo político involucrados en la gestión ejecutiva o en la negociación parlamentaria y que hacen posible imprimir determinado rumbo (dentro de límites) a los aparatos estatales.  También implica la organización de un modo o régimen de dominación que –en términos generales- sugiere la capacidad de influir en la sociedad, por ejemplo creando estructuras de percepción de la realidad.

Como toda dominación, funciona o actúa más eficazmente con la complicidad de los dominados, es decir con la colaboración de quienes lo “padecen”.  Pero en algunas coyunturas, se produce la ruptura de esa complicidad y esto lleva  entonces a una crisis de dominación. Puede ser coyuntural o de más largo plazo, pero es una crisis con consecuencias políticas.

Ahora ya podemos volver a lo ocurrido en Uruguay. La dominación política de la coalición de centro derecha gobernante, funcionó sobre la base de instalar esquemas de percepción de la realidad en que, por ejemplo, el presidente y en menor medida el gobierno en su conjunto, se presenta como dinámico y ejecutivo, que toma decisiones pero a la vez se despega de intereses sectoriales, que está por encima de los problemas que eventualmente desatan tales decisiones; que actúa siempre con transparencia más allá del acuerdo o desacuerdo, más allá del acierto o del error con ese actuar. Esto inequívocamente entró en crisis pero para lo cual hay que tener en cuenta no solo lo ocurrido en esta coyuntura sino anteriormente.

En un artículo en el semanario Brecha a comienzos de este año (“¿Irregularidades regulares?. Marset, Astesiano y el sutil encanto de la excepcionalidad uruguaya”), sostuve después del escándalo “Astesiano” y lo que se sabía entonces sobre “Marset”, que si aparecen elementos como narcotraficantes y narcotráfico, pasaportes expedidos de acuerdo a la cara del cliente, acumulación de poder insospechada a partir de ocupar algunos cargos que no lo suponían, conexiones discrecionales entre funcionarios y entre éstos e intereses de determinadas empresas, solicitudes de seguimiento de legisladores y espionaje, intentos de censura y por tanto también de producción de autocensura, entre otros posibles elementos, emerge un “Estado dark”, profundo, de redes informales, lobbies, impunidades y acomodos. En ese momento las “líneas de defensa” prácticas y discursivas de la dominación política, todavía podían construir lo sucedido como casos aislados y/o incluso aceptarlo parcialmente pero con la vocación “firme” de investigar. Ahora ya es diferente: emerge una crisis de dominación en la que esas “líneas de defensa”, si bien nuevamente ensayadas, ya no tienen el mismo efecto. 

Con una aplicación un poco libre de Max Weber, el sociólogo alemán de principios de siglo XX, se podría agregar que las tres formas de dominación típicas: racional-legal, tradicional y carismática hicieron agua.  La primera porque lo que debería ajustarse a lo “legal” muestra límites evidentes con la entrega del pasaporte y todo lo que rodea el caso, lo segundo porque lo sucedido no puede echar mano a una línea de la mejor “tradición” uruguaya (diplomática, política u otra) y lo tercero porque la dominación basada en el carisma del presidente quedó claramente corroída. Y para citar solo un ejemplo, su “pasé a saludar” (en referencia a la reunión que implicaba destrucción de documentación) quedará como una frase para la ironía, que tuvo el efecto contrario al buscado y aumentó la desconfianza.

Lo que públicamente se conoció y lo que buena parte de la sociedad sospecha como los vínculos entre política y narcotráfico sugiere un escándalo desestabilizador. El sistema de referencias sociales comunes (algunas ingenuas) sobre el Estado se ha roto. En suma: hasta hace poco, cuando la sociedad tomó conocimiento del funcionamiento de ese “otro Estado” que no está visible para la mayoría, las líneas de defensa simbólica (acciones, imágenes y palabras) habían sido efectivas. Ahora la plausibilidad del relato oficial está sometida a una tensión sin precedentes. Desde los protagonistas “renunciantes” hasta quienes actúan por obligada lealtad política, la tienen difícil para reconstruir esas defensas sin empantanarse. Claro que para una parte de la sociedad esto resulta totalmente indiferente.

En este marco y aún con una actitud muy medida del Frente Amplio (por las razones que fuera, incluyendo cálculos de cercanía electoral) se entró, como se dijo, en una crisis de dominación. Esto quiere decir, que la situación sólo será definitivamente superada con el próximo gobierno, ya sea de centro-derecha o de centro-izquierda, cuando la eficacia simbólica del nuevo modo o régimen de dominación sea restablecida y se reconstruyan los esquemas de percepción social sobre el pasado, presente y futuro. El antecedente más cercano de esto fue lo que ocurrió con la crisis de 2002 y posteriormente durante el gobierno de Jorge Batlle. En el caso del ex vicepresidente Sendic, el rápido pasaje de su defensa primaria a la contención del daño político con su renuncia y el hecho que tampoco emergía aquí ningún “Estado en las sombras”, no llevó a este tipo de crisis.

La salida de la actual crisis de dominación política ya no depende sólo de la capacidad del gobierno de circunscribir eventos y personas próximas a lo ocurrido, ni puede asegurarse que es por izquierda en función de las elecciones del año próximo. Dependerá también de las luchas sociales y políticas que se vayan dando (como en toda sociedad), de las potenciales nuevas informaciones que vayan surgiendo y su impacto, y, en general, de la posibilidad de impulsar controles públicos efectivos para reconstruir la credibilidad sobre el Estado.

Tomado de LA ONDA DIGITAL, 11/11/23

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