Los arcanos de la política de defensa europea. El “ejército europeo” está tan muerto como pueda estarlo un ejército. ¿Qué decidió su destino?
Publicado el 08/12/21 a las 6:55 am
Por Wolfgang Streeck
¿Qué demonios ha sucedido con el “ejército europeo”? Algunos de nosotros todavía podemos recordar la apelación pública, lanzada hace tres años por el filósofo Jürgen Habermas, en la que se urgía a “Europa”, léase a la Unión Europea, para que se armara por sí misma para defender su “modo de vida” contra China, Rusia y el país de Trump y mediante ello intensificara simultáneamente su “unión siempre más estrecha” en pos de la construcción de un Estado supranacional. Entre los cosignatarios de esta apelación se encontraba un puñado de antiguos políticos alemanes cuasi olvidados entre los que se encontraba Friedrich Merz, por entonces todavía en la nómina de Blackrock. Aquí, por una vez, se trata de buenas noticias: el “ejército europeo” está tan muerto como pueda estarlo un ejército y, a diferencia quizá del incansable Merz, que ahora se postula por enésima vez a la presidencia de la CDU, muerto más allá de cualquier posible resurrección.
¿Qué decidió su destino? Desde diversos puntos de vista, nunca públicamente discutidos, como es la nueva costumbre alemana cuando se trata de cuestiones de vida o muerte, el proyecto de “ejército europeo” se hallaba ligado a una vieja promesa alemana hecha a la OTAN de incrementar su gasto militar al 2 por 100 del PIB, esto es, aproximadamente aumentarlo el 50 por 100 en algún momento indeterminado del futuro transatlántico. Era y es sencillo comprobar que ello elevaría el gasto de “defensa” alemán por encima del de Rusia sin contar el gasto del resto de la OTAN.
Resulta igualmente fácil de entender que el gasto militar alemán tan solo puede consistir en armamento convencional, pero no nuclear. Durante la década de 1960, Alemania Occidental fue uno de los primeros países en firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear como condición para que los Aliados occidentales le permitiesen recuperar una parte de su soberanía. Por otro lado, era y es obvio que Rusia, con su cara fuerza nuclear, sería incapaz de mantener el paso con Alemania en una carrera armamentística convencional, lo cual propiciaría la inversión por su parte en la mejora de sus “capacidades nucleares”. Aunque ello debería aterrorizar a los más valientes de entre los alemanes, de hecho, no lo hace, dado que meramente mencionar asuntos de este tipo te señala como un Putinversteher (alguien que empatiza, comprende y se pone en el lugar de Putin) y ¿quién desea verse calificado con tal sambenito?
Para qué iba a ser bueno exactamente ese 2 por 100, más allá de añadir genéricamente capacidad de fuego a “Occidente”, nunca llegó a explicarse, aunque era evidente que ello se hallaba relacionado con la idea de que la OTAN se convirtiera en una fuerza de intervención global. Obsérvese que el conjunto de las fuerzas armadas alemanas, a diferencia de las de otros países, se halla bajo mando de la OTAN, es decir, de Estados Unidos. Obsérvese además, sin embargo, que Francia también quiere que Alemania se esfuerce en llegar a ese 2 por 100.
La propia Francia ha satisfecho durante años este porcentaje, lo cual se explica, como en el caso de Rusia, por el mantenimiento de su cara fuerza nuclear y por ende por la ausencia de músculo militar convencional. Contemplado desde el punto de vista de Francia, la construcción de una capacidad militar no nuclear por parte de Alemania no beneficia necesariamente a Estados Unidos, sino que, bajo determinadas circunstancias, podría también beneficiarle a ella misma, dado que tal escenario compensaría su déficit de armamento convencional provocado por su excedente nuclear.
Aquí es donde el ejército europeo de Habermas y amigos entra en escena. Para los franceses, lo que Macron denomina la “soberanía estratégica europea” únicamente puede lograrse si Alemania se desenmaraña de su involucramiento militar atlantista, totalmente o solo en parte, en pro de involucrarse en un enmarañamiento franco-europeo. Aunque ello es ya de por sí suficientemente complicado, resulta imposible sin nuevas unidades y “capacidades” diseñadas desde un principio para cumplir los correspondientes objetivos europeos, propios y específicos, en vez de satisfacer objetivos transatlánticos predeterminados por Estados Unidos. Todo lo que hace falta para descartar esta perspectiva es, sin embargo, echar un vistazo a la planificación presupuestaria alemana para el futuro inmediato posterior al coronavirus (si es que este escenario se hace algún día realidad).
De acuerdo con la previsión del actual presupuesto quinquenal, aprobado por Merkel como canciller y Scholz como ministro de Finanzas, debe verificarse una reducción del gasto de defensa de 50 millardos de euros registrado en 2022 a 46 millardos en 2025, si bien harían falta al menos 62 millardos para lograr un incremento equivalente al 1,5 por 100 del PIB, porcentaje que queda sensiblemente por debajo del 2 por 100 señalado como objetivo por la OTAN. Durante las conversaciones mantenidas para formar el próximo gobierno de coalición, fuentes militares hicieron saber que no albergaban esperanza alguna de que se produjera un cambio de orientación consistente bajo el mandato de un gobierno dominado, en su opinión, por “la izquierda”. De acuerdo con su punto de vista, el único modo en que las fuerzas armadas alemanas pueden reparar en estas condiciones su supuesta “desastrosa situación”, fruto de décadas de negligencia por los sucesivos gobiernos de Gran Coalición presididos por Merkel, es reduciendo en 13.000 efectivos el personal militar alemán respecto de los 183.000 actuales.
Los soldados, como los agricultores y los ganaderos, siempre se quejan. Por mucho dinero que se les entregue, siempre creen que deberían recibir más recursos. Pero dados los enormes déficits contemplados en los presupuestos federales alemanes de 2020 y 2021 y dada la determinación del próximo gobierno de Scholz, que cuenta con Lindner a la cabeza del Ministerio de Finanzas, de cumplir con el freno de la deuda, por no mencionar la gigantesca inversión pública planeada para abordar el abandono del carbón y la “transformación digital”, podemos presumir cabalmente que los sueños de Habermas y Merz de un “ejército europeo” fueron soñados en vano y que sus esperados dividendos para fortalecer la “integración europea” y estimular la industria armamentística nunca se materializarán.
(El acuerdo de coalición del nuevo gobierno alemán, curiosamente, evita afrontar el asunto del 2 por 100 con una chutzpah [osadía] cuasi merkeliana: “Queremos que Alemania invierta a largo plazo (¡!) el 3 (¡!) por 100 de su PIB en acción internacional de acuerdo con un planteamiento en red e inclusivo (¿?) mediante el fortalecimiento de su diplomacia y mediante una política de desarrollo, así como asegurando el cumplimiento de los compromisos adquiridos con la OTAN”. Ni una palabra sobre cómo se pagará tal incremento. ¿Lograrán engañar a estadounidenses y franceses?).
Entre los desencantados se encontrará Macron, dispuesto a su reelección en la primavera de 2022, quien no podrá impresionar a sus electores con el progreso efectuado en pro de la “soberanía europea”, concebida como una extensión de la soberanía francesa, en un escenario en el que la Francia posterior al Brexit es la única potencia nuclear de la Unión Europea y el único miembro permanente europeo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, mientras los tanques alemanes complementan cortésmente los submarinos nucleares franceses, confiando en que así el fiasco del AUKUS caiga en el olvido.
¿Existe perspectiva alguna para que se produzca una compensación? La esperanza, como dice un refrán alemán, nunca muere y ello puede ser especialmente cierto en lo que respecta a Francia en los asuntos europeos. Durante los últimos cuatro años, Alemania y Francia han estado hablando sobre el cazabombarderos franco-alemán, el Futuro Sistema Aéreo de Combate (FSAC), destinado a suceder al Rafale francés y al Eurofighter Typhoon, el cazabombardero alemán, como avión de combate de sexta generación de los dos países.
Originalmente, el FSAC fue un proyecto franco-británico que, sin embargo, cayó en el olvido en 2017 cuando el Reino Unido optó por su propio avión, el Tempest. Merkel, urgida por Macron, accedió a llenar el vacío dejado por el abandono británico del proyecto. En 2018 Dassault y Airbus Defence firmaron como sus contratistas principales y Bélgica y España se incorporaron como participantes al proyecto. Sin embargo, los trabajos prosperaban con lentitud en medio de discrepancias importantes especialmente en lo referido a los derechos de propiedad intelectual, la transferencia de tecnología e, importante para Francia, las políticas de exportaciones armamentísticas. El gobierno de Merkel, presionado por París y probablemente al hilo de acuerdos confidenciales anejos al Tratado de Aquisgrán firmado en 2019, consiguió que el comité presupuestario del Bundestag autorizara en junio de 2021 una primera aportación al proyecto de 4,5 millardos de euros, lo cual blindaba un posible cambio de la mayoría parlamentaria tras las inminentes elecciones de septiembre de ese mismo año.
No constituye un secreto que entre la clase política alemana el FSAC cuenta con pocos partidarios, si es que cuenta con alguno, lo cual rige también para los militares alemanes, quienes lo consideran como uno de los ultraambiciosos grand projets franceses condenado al fracaso debido a su excesiva complejidad tecnológica. El FSAC, que oficialmente debería estar operativo para 2040, consiste no solo en una flota de bombarderos indetectables para el radar, sino también en innumerables enjambres de drones no pilotados que acompañan a los aviones en sus misiones. Cuenta también con satélites de apoyo tanto a los bombarderos como a sus drones y dispone de dispositivos de guerra cibernética útiles para el conjunto del sistema, lo cual lo dota de un aroma de ciencia ficción que los imperturbables generales alemanes tienden a considerar, como poco, frívolo.
Recientemente, la Oficina General de Auditoría alemana ha considerado, en un informe confidencial, que debía reprender al gobierno por haber dejado sin resolver cuestiones cruciales al negociar el acuerdo, al tiempo que la agencia de aprovisionamiento del Bundeswehr [ejército alemán] ha expresado sus dudas en cuanto a la verosimilitud de que el FSAC llegue a estar algún día operativo. Indudablemente el FSAC será un proyecto caro. Estimaciones oficiales y semioficiales razonables calculan hoy que el coste ascenderá a 100 millardos de euros, mientras que quienes se hallan involucrados en el proyecto en Airbus creen que la factura será finalmente tres veces superior. Comparativamente, el Next Generation European Union Recovery Fund, creado para combatir los efectos del coronavirus y objeto de división entre los veintisiete Estados miembros, asciende a 750 millardos de euros.
¿Podría ser el FSAC el premio de consolación concedido a Macron para que se olvide del “ejército europeo” y de la “soberanía estratégica europea”? Quizá, si hubiera todavía más dinero en danza, pero difícilmente ahora tras la gran sangría del coronavirus. En Alemania el FSAC es considerado más como una complicación que como una oportunidad estratégica o industrial: uno de los muchos problemas legados por Merkel fruto de su inimitable habilidad de hacer promesas incompatibles e irrealizables y luego desembarazarse de ellas mientras fue canciller.
Aunque todavía hay algunos “gaullistas” en la clase política alemana para quienes la alianza con Francia, conducente en el mejor de los casos a una Europa franco-alemana o germano-francesa, predomina sobre la alianza con Estados Unidos, ninguno de ellos estará presente en el nuevo gobierno. En realidad, allí donde el acuerdo de coalición podría haber hablado de un “ejército europeo”, se limita a prever “una cooperación incrementada entre los ejércitos nacionales de los Estados miembros de la Unión Europea […] en particular en lo referido a la formación, las capacidades, las intervenciones y el equipamiento, como sucede, por ejemplo, con la cooperación diseñada por Francia y Alemania”.
Y para no dar pábulo a la confusión añade que “a este respecto la interoperatividad y la complementariedad con las estructuras de mando y las capacidades de la OTAN deben ser garantizadas”, declarando, de modo todavía más explícito, unas páginas más adelante: “Fortaleceremos el pilar europeo de la OTAN y trabajaremos en pro de una cooperación más intensa entre esta organización y la Unión Europea”. El FSAC ni siquiera es mencionado o solo lo es indirectamente en un lenguaje que solo puede herir los sentimientos franceses: “Estamos fortaleciendo la cooperación tecnológica en materia de defensa en Europa, especialmente mediante proyectos de cooperación tecnológica de alta calidad, teniendo en cuenta las tecnologías nacionales fundamentales y permitiendo que las pequeñas y medianas empresas compitan entre sí. Las compras de reemplazamiento y los sistemas disponibles en el mercado deben ser priorizados para atender al suministro necesario con el fin de evitar problemas de capacidad”. Es muy probable que el proyecto del FSAC, si no fracasa por problemas tecnológicos o por discrepancias sobre el liderazgo industrial y los derechos de patente, sea abandonado en un momento u otro debido a su coste.
El escepticismo en torno al FSAC reina no únicamente en el SPD, sino también en el FDP. La próxima ministra de Asuntos Exteriores, la frustrada candidata a la cancillería de los Verdes, Annalena Baerbock, es una atlantista convencida tipo Hilary Clinton, que logró imponer sus opiniones a lo largo de todo el documento elaborado para formar el nuevo gobierno de coalición. Durante las conversaciones que acompañaron a las negociaciones, los Verdes insistieron en el adelanto del reemplazamiento de la envejecida flota de Tornados de la Luftwaffe con el cazabombardero estadounidense F-18. Los Tornados, que no debe confundirse con el Eurofighter Typhoon, son la contribución de Alemania a lo que la OTAN denomina “participación nuclear” (nukleare Teilhabe). Ello permite que determinados Estados miembros europeos, sobre todo Alemania, doten a sus propios bombarderos de cabezas nucleares estadounidenses bajo permiso y dirección de Estados Unidos. (De acuerdo con lo sabido, Estados Unidos o la OTAN no pueden formalmente ordenar a los Estados miembros que utilicen armas nucleares contra un enemigo común, pero estos no pueden utilizar estas sin autorización estadounidense). A estos efectos, Estados Unidos mantiene un número no especificado de bombas nucleares en suelo europeo, especialmente en Alemania.
Recientemente figuras de relieve del SPD han dudado de la pertinencia de la participación nuclear. Estados Unidos por su parte se ha quejado de los Tornados, que entraron por primera vez en servicio en la década de 1980 y se encuentran desfasados, exigiendo aparatos de viaje más confortables para sus cabezas balísticas. Actualmente los pocos Tornados capaces de volar, se dice que son menos de dos docenas, están a punto de perder su licencia para matar (estadounidense) en 2030. A no ser que se permita que el programa se extinga, lo cual es lo que prefieren algunos representantes de la izquierda del SPD, los Tornados podrían ser reemplazados en principio por el Rafale francés o por el Eurofighter Typhoon alemán, los cuales deberían a su vez ser reemplazados, en un nebuloso futuro, por el FSAC. Resulta, sin embargo, que para transportar bombas estadounidenses los aviones no estadounidenses deben ser certificados por Estados Unidos, lo cual, se oye por ahí, lleva su tiempo, digamos entre ocho y diez años. Este hecho coloca al F-18 en escena, dado que estaría instantáneamente disponible para infligir el Armagedón nuclear sobre cualquiera que el POTUS pudiera considerar que lo merece. Cabe la posibilidad de que el F-18 sea la opción favorita de los militares alemanes, desesperados por preservar su reputación ante sus ídolos estadounidenses y ansiosos por evitar los riesgos de la endemoniada complejidad tecnológica francesa.
Para su alivio, el suministro inmediato de una generosa flota de aparatos F-18 resultó ser una de las demandas más inflexiblemente peleada por los Verdes de Baerbock durante las conversaciones para formar el nuevo gobierno de coalición. Tras negociaciones inclementes, se salieron con la suya. En el acuerdo de coalición, en un lenguaje únicamente comprensible en su integridad por los iniciados, las partes anunciaron que a “principios de la vigésima legislatura [uno tiene que buscar en Google que se trata de la que comienza ahora] se comprometen a dotarse de un sistema que reemplace al cazabombardero Tornado” y “a acompañar objetiva y conscientemente el proceso de suministro y certificación, teniendo en cuenta la participación nuclear de Alemania”. No siendo el F-18 precisamente barato para un gobierno escaso de fondos, ello son malas noticias para Macron y su “soberanía estratégica europea”. Aunque Estados Unidos no conseguirá su 2 por 100 de gasto militar de Alemania, al menos puede lograr venderle un número razonable de F-18. Francia, a la inversa, es probable que termine con las manos vacías no obteniendo ni el ejército europeo ni a la postre el FSAC.