Clara Zetkin: «Las mujeres han llegado bajo el estandarte socialista sin la ayuda de los hombres, incluso a menudo contra la voluntad de los hombres.»
Publicado el 08/03/21 a las 6:34 pm

Una
figura
memorable
del
feminismo.
Clara Zetkin
¡Por la liberación de la Mujer!
Pronunciado: Ante el Congreso Obrero Internacional de Paris, el 19 de julio de 1889.[1]
Publicado por vez primera: Protokoll des Internationalen arbeiter-congresses zu Paris : Abgehalten vom 14. bis 20. juli 1889. Deutsche Uebersetzung. Nürnberg : Wörlein & comp., 1890; pp. 80-85[2]
Traducción al castellano: Juan Miguel Salinas Granados, en base a la transcripción del artículo en alemán, «Für die Befreiung der Frau! Rede auf dem Internationalen Arbeiterkongreß zu Paris (19. Juli 1889)», publicada en marxists.org
Edición en marxists.org: Marzo 2018.
(Ciudadana Zetkin, diputada de las trabajadores en Berlín, asume bajo el aplauso ardoroso la palabra sobre la cuestión de las mujeres trabajadores. Ella aclara que no quería dar parte de ningún informe sobre la situación de las trabajadoras, porque este es el mismo que el de los hombres trabajadores. Pero en acuerdo con sus comitentes enfoncará la cuestión de la mujer trabajadora desde un punto de vista básico. Sería absolutamente necesario que se pronunciara sin rodeos un congreso internacional de trabajadores, en el que se tratara las cuestiones principales, porque sobre esa cuestión no domina ninguna claridad).
No es de extrañar – expone la conferenciante – que los elementos reaccionarios tienen una concepción reaccionaria del trabajo de la mujer. Pero es en el grado inesperado mas alto que también se encuentra una concepción equivocada la situación socialista, en la que se exige la abolición del trabajo de la mujer. La cuestión de la emancipación de la mujer, esto es, en última instancia la cuestión del trabajo de la mujer, es una cuestión económica, y con derecho se espera por parte de los socialistas una elevada comprensión de cuestiones económicas como estas, la cual se manifiesta en la justa demanda alegada.
Los socialistas deben saber que en el dearrollo económico actual el trabajo de la mujer es una necesidad; que la tendencia natural del trabajo de la mujer, o será disminuido, el tiempo de trabajo, al cual cada individuo de la sociedad debe consagrarse, o que la riqueza de la sociedad crecerá; que no es el trabajo de la mujer en sí, el cual a través de la concurrencia con la fuerza de trabajo masculina presiona hacia abajao el salario, sino la explotación del trabajo de la mujer a través de los capitalistas que ellos mismo se apropian.
Los Socialistas deben ante todo saber que la esclavitud social o la Libertad radica en la dependencia o independencia económica.
Aquellos que han escrito sobre su estandarte la liberación de todos los que portan rostro humano, no deben condenar a toda una mitad del género humano por medio de la dependencia económica a la esclavitud política y social. Así como el trabajador está subyugado al capitalista, así está la mujer subyugada al hombre; y ella quedará subyugada en tanto no se alze en pié económicamente independiente. La condición obligada para esto, su independencia económica, es el trabajo. Si se quiere hacer de las mujeres un ser humano libre, como miembro de la sociedad en igualdad de derechos, como los hombres, pues no se necesita ni abolir ni limitar el trabajo de la mujer, excepto en determinados casos, casos aparte muy aislados.
Las trabajadoras, aquellas que aspiran a la igualdad social, no esperan para su emancipación nada del movimiento de mujeres de la burguesía, que supuestamente lucha por los derechos de las mujeres. Ese edificio está construido sobre arena y no tiene ningún fundamento real. Las trabajadoras están absolutamente convencidas de ello, de que la cuestión de la emancipación de las mujeres no es una existencia para sí aislada, sino una parte de la gran cuestión social. Ellas se van con las cuentas totalmente claras sobre ello, que esta cuestión en la socieidad de hoy ahora y nunca más será solucionada, sino después de una remodelación fundamental de la sociedad. La cuestión de la emancipación de la mujer es una criatura del nuevo tiempo, y la máquina ha dado a luz a la misma.
Emancipación de la mujer significa la transformación integral de su posición social fundamentalmente, una revolución de su rol en la vida económica. La vieja forma de producción con sus medios de trabajos incompletes aprisionó a la mujer en la Familia y limitó su circulo de acción sobre el interior de su casa. En el seno de la familia representa la mujer una fuerza de trabajo productiva extraordinaria. Ella produjo casi todos los objetos de uso de la familia. Al estamento de producción y comercio de antaño le hubiera sido muy difícil, cuando no imposible, producir esos artículos fuera de la Familia. En tanto que fueron fuertes esas viejas relaciones de producción en fuerza, fue la mujer productiva económicamente…
La producción maquinaria ha matado la actividad económica de la mujer en la familia. La gran industria produce todos los artículo más baratos, rápidos y masivos, que a la industria aislada le fué posible sólo trabajar con las herramientas incompletas una pigmea producción. La mujer debía a menudo pagar mas caro la materia prima, que compró en lienzo, que el producto listo de la gran industria maquinaria. Ella debía de sacrificar además de su precio de compra (de la materia prima), su tiempo y su trabajo. Por consiguiente la actividad productiva dentro de la familia sería un sinsentido económico, un despilfarro en fuerza y tiempo. Aunque sí individuos aislados en el seno de la Familia prefieren ser mujeres productivas de utilidad, este tipo de actividad significa, no obstante, una perdida para la Sociedad.
Este es el fundamento por el que las buenas económicas procedentes de los buenos viejos tiempos ha desaparecido casi todas. La gran industria ha hecho inútil la producción de mercancías en casa y para la familia, esta ha retirado del suelo las ocupaciones hogareñas de la mujer. Simultáneamente ha logrado también el suelo para la ocupaciones de la mujer en la Sociedad. La producción mecánica, la cual puede renunciar de la fuerza muscular y del trabajo cualificado, hizo posible colocar a las mujeres sobre un gran campo de trabajo. La mujer ingresó en la industria con el deseo de incrementar los ingresos en la familia. Las mujeres trabajadoras en la industria fueron una necesidad con el desarrollo de la industria moderna. Y con cada mejora de los nuevos tiempos el trabajo de hombres, de ese modo, estaba de sobra, miles de trabajadores fueron arrojados sobre el empedrado, fue así creado una ejercito de reserva de pobres, y el salario disminuyó constantemente siempre más hondo.
Antiguamente había bastado la ganancia de los hombres, bajo la ocupación productiva simultánea de las mujeres en la casa, para asegurar la existencia de la familia; ahora apenas alcanza para sustentar a los trabajadores solteros. El trabajador casado debe contar de modo necesario con el trabajo pagado de la mujer.
A través de este hecho la mujer fué liberada de la dependencia económica del hombre. La mujer activa en la fábrica, que de ningún otro modo podía estar exclusivamente en la Familia como un mero apéndice económico del hombre – ella aprendió a bastarse por sí misma como fuerza económica que es independiente de los hombres. Pero cuando la mujer no dependió más económicamente del hombre, así no se dio ningún fundamento razonable para su dependencia social de él. No obstante esta independencia económica no benefició evidentemente en el instante mismo a la mujer, sino a los capitalistas. A fuerza de su monopolio de los medios de producción se apoderó el capitalista de los nuevos factores económicos y le dejó entrar de su ventaja exclusiva en la actividad. Las mujeres liberadas, frente aquellas que dependían económicamente de los hombres, fueron sometidas al dominio económico de los capitalistas; de ser unas esclavas de los hombres pasaron a ser éstas de los patrones: ellas sólo habían cambiado de dueño. Después de todo ganaron por ese cambio; ella no es por más tiempo frente al hombre económicamente inferior y subordinada a éste, sino su igual. El capitalista no se conforma con esto, explotar a la mujer misma, el se aprovecha de la misma además, con ello que valiéndose de su ayuda explota aún más a fondo a los hombres trabajadores.
Las mujer trabajadora fué desde el comienzo más barata que el hombre trabajador. El salario de los hombres fué originariamente calculado por encima para cubrir la manutención de toda una familia; el salario de la mujer representó desde el principio sólo los costos para la manutención de una única persona, y este mismo sólo por parte, porque se contaba por encima, que la mujer también continuaba trabajando en casa además de su trabajo en la fábrica. Sólo una pequeña cantidad de trabajo social medio, comparados con los productos de la gran industria, correspondió de lejos aquellos productos fabricados por la mujer en casa con primitivos instrumentos de trabajo. Ello será tratado para deducir una esaca actividad laboral de la mujer, y esa consideración dispensará a la mujer una escasa remuneración por su fuerza de trabajo. Además de ese motivo de la barata remuneración, vendrá aún la circunstancia de que la mujer tiene en todo menos necesidades que el hombre.
Pero lo que hacía muy particularmente valioso a los capitalistas de la fuerza de trabajo femenina no fué sólo su escaso precio, sino también el gran docilismo de la mujer. El capitalista especulaba sobre ambos momentos retribuir tan mal como le fuera posible a las trabajadoras y deprimir tan inténsamente como le fuera posible el salario del hombre. De igual modo se aprovecho del trabajo de los niños para deprimir el salario de las mujeres; y del trabajo de las máquinas para deprimir ante todo la fuerza de trabajo humana. El sistema capitalista es sólo el causante de que el trabajo de la mujer tenga un resultado directamente opuesto de su tendencia natural; que la dirige hacia una duración más larga de la jornada de trabajo, en lugar de operar un reducción esencial; que esta no es equivalente con una proliferación de la riqueza de la sociedad, esto es, con un mayor bienestar de cada miembro aislado de la Sociedad, sino sólo con una subida de las ganancias de un puñado de capitalistas y al mismo tiempo con un siempre mayor empobrecimiento de las masas. Las consecuencias nefastas del trabajo de la mujer, que hoy se hacen tan dolorosamente apreciables, desaparecerán sólo con la desaparación del sistema de producción capitalista.
El capitalista se debe esforzar, para no sucumbir a la concurrencia, en hacer tan grande como le sea posible la diferencia entre el precio de compra (producción) y el precio de venta; y buscar así producer tan barato como le sea posible. El capitalista tiene, por ende, todo interés en ello, en prolongar la jornada de trabajo continuamente y despachar con tan sólo irrisorio escaso salario como le sea posible. Este empeño está en oposición directa con el interés de las trabajadoras, lo mismo como de aquellos interéses de los trabajadores varones. No hay, por tanto, una oposición real entre los interéses de los trabajadores y las trabajadoras; pero más bien existe una oposición irreconciliable entre los interéses del capital y aquellos del trabajo.
Fundamentos económicos hablan en contra de demandar la prohibición del trabajo de la mujer. La situación económica actual es así, que ni el capitalista, ni el hombre, pueden renunciar del trabajo de la mujer. El capitalista debe mantener este en vigor para mantener una apta concurrencia, y el hombre debe contar con este si quiere fundar una familia. Si nosotros mismos quisieramos poner el caso de que el trabajo de la mujer fuera eliminado por vía legislative, entonces no sería mejorado el salario de los hombres. El capitalista cubriría la pérdida de la fuerza de trabajo barata femenina muy pronto a través de la aplicación de máquinas perfeccionadas en extensa medida, y en poco tiempo todo volvería a ser como antes.
Después del gran cese del trabajo, cuya resultado fue favorable para los trabajadores, se ha visto que los capitalistas han destruido, con ayuda de las máquinas perfeccionadas, los éxitos conseguidos de los trabajadores.
Si se demanda la prohibición del trabajo de la mujer en virtud de su crecida concurrencia, entonces esta por lo mismo lógicamente fundamentado demandar la abolición las máquinas y la restauración del derecho de gremio medieval, la cuál implató el número de aquellos en todas las empresas de oficio por trabajadores empleados.
A solas hablan aquellos contra una prohibición del trabajo de la mujer, prescidiendo de los fundamentos económicos son ante todo fundamentos por principio. Justamente por fundamento de las partes principals de la cuestión deben ser cautelosas de ello las mujeres, protestar con toda las fuerzas contra todo intent de tal índole; ellas deben oponerle la resistencia más ardorosa y al mismo tiempo la más fundada, por que ellas saben que su equiparación política y social con los hombres depende únicamente de su autonomía económica, de las cuales posibilitan su trabajo en la sociedad fuera de la familia.
Desde el punto de vista de los principios, nosotras las mujeres protestamos insistentemente contra una limitación del trabajo de la mujer. No formularemos ninguna demanda en particular porque nosotras no queremos separar en absoluto nuestra causa de la causa de los trabajadores en general, no exigimos ninguna otra protección que aquella que demanda el trabajo en general contra el capital.
Sólo consentimos una única excepción a beneficio de las mujeres embarazadas, cuya condición require medidas de protección particular en interés mismo de la mujer. Nosotras no reconocemos para nada ninguna cuestión de mujer en particular, – nosotras no reconocemos ninguna cuestión de trabajadoras en particular! Nosotras no esperamos nuestra total emancipación ni de admission de lo que se llama oficio libre, y enseñado por uno de los mismos hombres – aunque la demanda de ambos derechos sólo es natural y justa – ni de la concesión del derecho politico. Los países en los que supuestamente, por lo general, existe drecho al voto libre y directo, nos muestran como de escaso es el mismo derecho. El derecho al voto sin libertad económica no es más ni menos que un cambio que no tiene ningún rumbo. Si la emancipación social dependiera de los derechos politicos, no existiría en los países con derecho al voto universal ninguna cuestión social. La emancipación de las mujeres, como la emancipación de todo el género humano, será exclusivamente la obra de la emancipación del trabajo del capital. Sólo en la sociedad socialista conseguiran las mujeres, como los trabajadores, la totalidad de su derecho.
En consideración de este hecho, la mujeres que van en serio con el deseo de su liberación, no les resta nada para aliarse con el partido de los trabajadores socialista, el único que aspira a la Emancipación de los trabajadores.
Las mujeres han llegado bajo el estandarte socialista sin la ayuda de los hombres, incluso a menudo contra la voluntad de los hombres; se debe incluso incumbir a que ellas mismas, en determinados casos, han sido derivadas irresistiblemente contra su voluntad hacia allí, sencillamente a través de una clara captación de la situación económica.
¡Pero ahora ellas están bajo ese estandarte, y ellas quedarán bajo ella! Lucharán bajo ella para su emancipación, para su reconocimiento de igualdad de derechos humanos.
Mientras ellas vayan mano a mano con el partido de los trabajadores socialistas, están preparadas preparadas para participar en todas las labores y sacrificios de los luchadores, pero ellas están solidamente decididas en demandar después de la victoria, con buena razón, sus derechos correspondientes. Con relación al sacrificio y al deber como al derecho, ellas no quieres ser ni más ni menos que camaradas de armas que han sido acogidas bajo las mismas condiciones en las filas de los luchadores.
(Ardoroso aplauso que se repite, esta polémica ha sido traducida al inglés y al francés por parte del ciudadano Aveling).
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[1] Este sería el congreso fundacional de la II Internacional, la Internacional Socialista. (Nota de marxists.org)
[2] Ver facsímil en: https://books.google.com/books?id=IR4OAAAAYAAJ (Nota de marxists.org)
Clara Zetkin
La cuestión de las trabajadoras y de las mujeres en el presente
Redactado: En 1889.
Publicado por vez primera: Die Arbeiterinnen- und Frauenfrage der Gegenwart [La cuestión de las trabajadoras y de las mujeres en el presente], von Clara Zetkin (Paris), Berlin: Verlag der «Berliner Volks-Tribüne«, 1889, pp. 39-40 (Resumé).
Traducción al castellano: Daniel Gaido, 2019.
Edición en marxists.org: Mayo, 2019.
En conclusión, hagamos un resumen de los puntos principales de nuestra exposición.
Las condiciones de producción han revolucionado la condición de la mujer en su base económica, privando de justificación a sus actividades como ama de casa y educadora en la familia, y de hecho privándola de la oportunidad de ejercerlas.
Las condiciones de producción, simultáneamente con la destrucción de la antigua actividad de las mujeres dentro de la familia, han sentado las bases para sus nuevas actividades dentro de la sociedad.
El nuevo rol de la mujer tiene como resultado su independencia económica del hombre, asestándole de este modo un golpe mortal a la tutela política y social de éste sobre la mujer.
La mujer liberada del hombre cae, sin embargo, en la sociedad de hoy, en dependencia de los capitalistas, transformándose de una esclava doméstica en una esclava asalariada.
La cuestión de la plena emancipación de la mujer por lo tanto resulta ser en última y decisiva instancia ante todo una cuestión económica, que está siempre en la conexión más íntima con la cuestión de los trabajadores y puede ser finalmente resuelta sólo en relación con ella. La causa de las mujeres y la causa de los trabajadores son inseparables y encontrarán su solución final sólo en una sociedad socialista, basada en la emancipación del trabajo de los capitalistas.
La mujer puede esperar, pues, su completa emancipación sólo del partido socialista. El movimiento de las meras «feministas» [Die Bewegung der bloßen „Frauenrechtlerinnen”] a lo sumo puede alcanzar ciertos logros en algunos puntos, pero ni ahora ni nunca puede resolver la cuestión de la mujer.
El deber del partido obrero socialista es allanar el camino para la solución de la cuestión de la mujer mediante la organización y la formación político-económica de aquellas capas femeninas cuya actividad ha sido alterada de la manera más amplia y profunda como consecuencia de las nuevas condiciones de producción: mediante la organización de las trabajadoras industriales.
La organización y formación de las trabajadoras industriales es no sólo el paso más importante para elevar la situación de las mujeres, sino que es también un factor significativo para el progreso más rápido y más fuerte del movimiento obrero en general, y por lo tanto de la mayor importancia para una rápida transformación de las condiciones sociales existentes.
Clara Zetkin
Sólo con la mujer proletaria triunfará el socialismo
Escrito: Discurso pronunciado en el Congreso de Gotha del Partido Socialdemócrata de Alemania el 16 de octubre de 1896. Reproducido como panfleto.
Fuente del texto: Clara Zetkin: «Nur mit der proletarischen Frau wird der Sozialismus siegen!» 16. Oktober 1896, Rede auf dem Parteitag der Sozialdemokratischen Partei Deutschlands zu Gotha. „Protokoll über die Verhandlungen des Parteitages der Sozialdemokratischen Partei Deutschlands. Abgehalten zu Gotha vom 11. bis 16. Oktober 1896”, Berlin 1896, S. 160-168. Traduccion al castellano tomada de la antología Clara Zetkin, La cuestión femenina y la lucha contra el reformismo, Barcelona: Anagrama, 1976, https://goo.gl/0nnnQo
HTML para marxists.org: Juan Fajardo, 2017.
Los estudios de Bachofen[1], Morgan[2] y otros parecen demostrar que la opresión social de la mujer coincide con la aparición de la propiedad privada. La contradicción, en el seno de la familia, entre el hombre en cuanto a poseedor y la mujer en cuanto a no-poseedora constituye la base de la dependencia económica y de la situación social de defraudación de los derechos del sexo femenino. Según Engels, en esta última situación radica una de las primeras y más antiguas formas de dominio clasista. Engels afirma que: «En la familia el marido es el burgués y la mujer representa el proletariado.»[3] Todavía no se podía hablar en aquel momento de cuestión femenina en el moderno sentido de la palabra. Solamente el modo de producción capitalista ha provocado los trastornos sociales que han dado vida a la cuestión femenina moderna; ha hecho pedazos la antigua economía familiar que en el período precapitalista garantizaba a las grandes masas del mundo femenino un medio de sustento y un sentido a su vida. Parecería insensato aplicar a la actividad desarrollada por las mujeres en la antigua economía doméstica aquellos conceptos negativos de miseria y de angustia que caracterizan la actividad de las mujeres de nuestros días. Mientras subsistió la antigua forma familiar, la mujer encontró en la misma su sentido en la actividad productiva que desarrollaba, y por ello no era consciente de que estaba privada de todos los derechos sociales, a pesar de que el desarrollo de su individualidad estaba fuertemente limitado.
El período del Renacimiento es el Sturm und Drang que señala el despertar del moderno individualismo y le permite desarrollarse en las más diversas direcciones. Nos encontramos con individuos de talla gigantesca, tanto en el bien como en el mal, que pisotean las instituciones de la religión y de la moral y desprecian tanto el cielo como la tierra, el infierno como el paraíso; encontramos mujeres en el centro de los acontecimientos sociales, artísticos y políticos. Sigue sin percibirse ningún rastro del «problema» femenino. Y ello es tanto más característico cuanto se trata de un período en el cual la antigua economía familiar, bajo el fuerte impulso de la división del trabajo, empieza a desaparecer. Millares de mujeres dejan de vivir su vida en el seno de la familia. Pero la cuestión femenina, por llamarla de este modo, se resuelve entonces entrando en los conventos y en las órdenes religiosas.
Las máquinas, el modo moderno de producción, empezaron gradualmente a cavar la fosa a la producción autónoma de la familia, planteando a millones de mujeres el problema de encontrar un nuevo modo de sustento, un sentido a su vida, una actividad que al mismo tiempo fuese también agradable. Millones de mujeres se vieron obligadas a buscarlo fuera, en la sociedad. Entonces empezaron a tomar consciencia de que la falta de derechos hacía muy difícil la salvaguarda de sus intereses, y a partir de este momento surge la genuina cuestión femenina moderna. Citamos algunas cifras que demuestran hasta qué punto el modo moderno de producción agudizó la cuestión femenina: en 1882, en Alemania, sobre un total de 23 millones de mujeres y jóvenes, existían 5 millones y medio de trabajadoras asalariadas, es decir, casi una cuarta parte de la población femenina encontraba ya su sustento fuera de la familia. Según el censo de 1895, las mujeres ocupadas en la agricultura, en sentido amplio, eran un 8 % más de las censadas en 1882; en la agricultura, en sentido estricto, habían aumentado en un 6 %, mientras que para el mismo período los hombres habían disminuido respectivamente un 3 y un 11 %. En los sectores de la industria y la minería, las mujeres habían aumentado un 35 %, mientras que los hombres sólo lo habían hecho en un 28 %; en el comercio, el número de mujeres había aumentado en más del 94 %; el de los hombres sólo en un 38 %. Estas áridas cifras son mucho más perentorias en afirmar la urgencia con que debe resolverse la cuestión femenina, que no las declaraciones más ardientes.
Sin embargo, la cuestión femenina sólo existe en el seno de aquellas clases de la sociedad que a su vez son producto del modo de producción capitalista. Por ello, no existe una cuestión femenina en la clase campesina, aunque su economía natural esté ya muy reducida y llena de grietas. En cambio, podemos encontrar una cuestión femenina en el seno de aquellas clases de la sociedad que son las criaturas más directas del modo de producción moderno. Por tanto, la cuestión femenina se plantea para las mujeres del proletariado, de la pequeña y media burguesía, de los estratos intelectuales y de la gran burguesía; además, presenta distintas características según la situación de clase de estos grupos.
¿Cómo se presenta la cuestión femenina para las mujeres de la alta burguesía? Estas mujeres, gracias a su patrimonio, pueden desarrollar libremente su propia individualidad, seguir sus propias inclinaciones. Sin embargo, como mujeres, siguen dependiendo del varón. El residuo de la tutela sexual de los tiempos antiguos ha desembocado en el derecho de familia, para el que sigue siendo válida la frase: «y él será tu señor».
¿Qué aspecto presenta la familia de la alta burguesía en la cual la mujer está legalmente sometida a su marido? Desde el mismo momento de su creación, este tipo de familia ha carecido de presupuestos morales. La unión se decide en base al dinero, no a la persona; es decir: lo que el capitalismo une no puede ser separado por una moral sentimental. Por tanto, en la moral matrimonial dos prostituciones hacen una virtud[4]. A ello corresponde también el estilo de la vida familiar. Allí donde la mujer no se ve obligada a asumir sus deberes de mujer, madre y vasalla, los traslada al personal de servicio al que paga un salario. Si las mujeres de estos estratos desean dar un cierto significado a su vida, deben ante todo reivindicar el poder disponer libremente y autónomamente de su patrimonio. Por ello esta reivindicación se sitúa en el centro de avanzada del movimiento de mujeres burguesas. Estas mujeres luchan por conquistar este derecho contra el mundo masculino de su clase, y su lucha es exactamente la misma que la burguesía inició en su momento contra los estratos privilegiados: una lucha por la abolición de todas las discriminaciones sociales basadas en el patrimonio.
¿Cuáles son las características de la cuestión femenina en los estratos de la pequeña y media burguesía y en el seno de las intelectuales burguesas? En este caso la familia no está separada de la propiedad, sino básicamente de los fenómenos concomitantes a la producción capitalista; en la medida en que ésta avanza en su marcha triunfal, la pequeña y media burguesía van acercándose progresivamente a su destrucción. En el caso de las intelectuales burguesas se produce además otra circunstancia que contribuye a que sus condiciones de vida empeoren: el capital necesita fuerza de trabajo inteligente y científicamente preparada y en este sentido, ha favorecido una sobreproducción de proletarios del trabajo mental, determinando con ello un cambio negativo de la posición social de los que pertenecen a las profesiones liberales, profesiones que, en el pasado, eran decorosas y muy rentables. Sin embargo, el número de matrimonios decrece en la misma medida ya que, si por un lado las premisas materiales han empeorado, por el otro se han incrementado las necesidades vitales del individuo y por tanto el individuo perteneciente a estos estratos reflexiona muchísimo antes de decidirse a contraer matrimonio. El límite de edad para la creación de una familia es cada vez más alto, y el hombre se siente cada vez menos inclinado hacia el matrimonio, debido también en parte a que la sociedad permite al solterón una vida cómoda sin exigirle una mujer legítima: la explotación capitalista de la fuerza de trabajo proletaria con salarios de hambre da también suficiente para que la demanda de prostitutas por parte del mundo masculino esté ampliamente cubierta por una conspicua oferta. Y por ello, el número de mujeres solteras entre los estratos de la media burguesía es cada vez más elevado. Las mujeres y las adolescentes de esta clase se ven rechazadas por la sociedad en la que no pueden vivir una existencia que sólo les procure el pan, sino también satisfacción moral. En estos estratos la mujer no está equiparada al hombre en lo que se refiere a la propiedad de bienes privados; ni siquiera está equiparada en calidad de proletaria como acontece en los estratos proletarios; la mujer de las clases medias debe conquistar ante lodo la igualdad económica con el hombre, y sólo lo puede conseguir mediante dos reivindicaciones: la de igualdad de derechos en la formación profesional y la de igualdad de derechos para los dos sexos en la práctica profesional. Desde un punto de vista económico, esto significa la consecución de la libertad de profesión y la concurrencia entre hombre y mujer. La consecución de estas reivindicaciones desencadena un contraste de intereses entre los hombres y las mujeres de la media burguesía y de la intelligentsia. La concurrencia de las mujeres en las profesiones liberales es la causa de la resistencia de los hombres frente a las reivindicaciones de las feministas burguesas. Se trata del simple temor a la concurrencia; sea cual sea el motivo que se hace valer contra el trabajo intelectual de las mujeres: un cerebro menos eficiente, la profesión natural de madre, etc., sólo se trata de pretextos. Esta lucha concurrencial impulsa a la mujer que pertenece a estos estratos a la consecución de los derechos políticos, con el fin de romper todas las barreras que obstaculizan su actividad económica.
Hasta ahora he esbozado solamente el primer momento, que es básicamente económico. Sin embargo, haríamos un escaso favor al movimiento femenino burgués si sólo limitáramos los motivos del mismo al factor económico, ya que también incluye un aspecto mucho más profundo, un aspecto moral y espiritual. La mujer burguesa no sólo pide ganarse su propia existencia, sino también una vida espiritual, el desarrollo de su propia personalidad. Precisamente es en estos estratos donde se encuentran aquellas trágicas figuras, tan interesantes desde el punto de vista psicológico, de mujeres cansadas de vivir como muñecas en una casa de muñecas y que desean participar en el desarrollo de la cultura moderna; las aspiraciones de las feministas burguesas están plenamente justificadas, tanto en el aspecto económico como desde el punto de vista moral y espiritual.
En lo que respecta a la mujer proletaria, la cuestión femenina surge a partir de la necesidad de explotación del capital que lo obliga a la continua búsqueda de fuerza de trabajo más barata… de modo que también la mujer proletariada se ve inserta en el mecanismo de la vida económica de nuestros días, se ve arrastrada a la oficina o atada a la máquina. Ha entrado en la vida económica para aportar un poco de ayuda a su marido, pero el modo de producción capitalista la ha transformado en una concurrente desleal: quería acrecentar el bienestar de la familia y ha empeorado la situación; la mujer proletaria quería ganar dinero para que sus hijos tuviesen un mejor destino y casi siempre se ve arrancada de sus brazos. Se ha convertido en una fuerza de trabajo absolutamente igual al hombre: la máquina ha hecho superflua la fuerza de los músculos y en todas partes el trabajo de las mujeres ha podido producir los mismos resultados productivos que el trabajo masculino. Tratándose además, y ante todo, de una fuerza de trabajo voluntaria, que sólo en rarísimos casos se atreve a oponer resistencia a la explotación capitalista, los capitalistas han multiplicado las posibilidades con el fin de poder emplear el trabajo industrial de las mujeres a la máxima escala. En consecuencia, la mujer del proletariado ha podido conquistar su independencia económica. Pero de ello no ha sacado ninguna ventaja. Si en la época de la familia patriarcal el hombre tenía derecho a usar moderadamente la fusta para castigar a la mujer – recuérdese el derecho bávaro del siglo XVII (Kurbayrisches Recht)- el capitalismo ahora la castiga con el látigo. Antes el dominio del hombre sobre la mujer se veía mitigado por las relaciones personales, mientras que entre obrera y empresario sólo existe una relación mercantilizada. La proletaria ha conquistado su independencia económica pero como persona, como mujer, y como esposa no tiene la menor posibilidad de desarrollar su individualidad. Para su tarea de mujer y de madre sólo le quedan las migajas que la producción capitalista deja caer al suelo.
Por ello la lucha de emancipación de la mujer proletaria no puede ser una lucha similar a la que desarrolla la mujer burguesía contra el hombre de su clase; por el contrario, la suya es una lucha que va unida a la del hombre de su clase contra la clase de los capitalistas. Ella, la mujer proletaria, no necesita luchar contra los hombres de su clase para derrocar las barreras que ha levantado la libre concurrencia. Las necesidades de explotación del capital y el desarrollo del modo de producción moderno la han desplazado completamente en esta lucha. Por el contrario, deben levantarse nuevas barreras contra la explotación de la mujer proletaria, con las que deben armonizarse y garantizarse sus derechos de esposa y madre. El objetivo final de su lucha no es la libre concurrencia con el hombre, sino la conquista del poder político por parte del proletariado. La mujer proletaria combate codo a codo con el hombre de su clase contra la sociedad capitalista. Todo esto no significa que no deba apoyar también las reivindicaciones del movimiento femenino burgués. Pero la consecución de estas reivindicaciones sólo representa para ella el instrumento como medio para un fin, para entrar en lucha con las mismas armas al lado del proletario.
La sociedad burguesa no se opone radicalmente a las reivindicaciones del movimiento femenino burgués: esto ha sido demostrado por las reformas en favor de las mujeres introducidas en el sector del derecho público y privado en distintos Estados. En Alemania estas reformas se producen con gran lentitud y ello se debe, por una parte, a la lucha por la concurrencia económica en las profesiones liberales, lucha que los hombres temen, y por otra, al lento y reducido desarrollo de la democracia burguesa en Alemania que, por temor al proletariado, no asume las tareas que la historia le ha asignado. La burguesía teme que la realización de estas reformas sólo represente ventajas para la socialdemocracia. Una democracia burguesa sólo puede hacer reformas en la medida en que no se deje hipnotizar por el miedo. Esto, por ejemplo, no sucede en Inglaterra, que es el único país en el que existe una burguesía eficiente, enérgica, mientras que la burguesía alemana, que tiembla ante el proletariado, renuncia a su obra reformista en los campos político y social. Además, en Alemania la actitud pequeñoburguesa todavía está muy extendida: la tacañería y los prejuicios del filisteo.
Evidentemente, el temor de la democracia burguesa es corto de vista. Aunque las mujeres consiguieran la igualdad política, nada cambia en las relaciones de fuerza. La mujer proletaria se pone de parte del proletariado y la burguesa de parte de la burguesía. No nos hemos de dejar engañar por las tendencias socialistas en el seno del movimiento femenino burgués: se manifestarán mientras las mujeres burguesas se sientan oprimidas, pero no más allá.
Cuanto menos comprende su misión la democracia burguesa, menos corresponde a la socialdemocracia apoyar la causa de la igualdad política de las mujeres. No queremos parecer más guapos de lo que somos y no es por la belleza de un principio que apoyar más su reivindicación, sino en el interés de clase del proletariado. Cuanto mayor sea la influencia nefasta del trabajo femenino sobre la vida de los hombres, más coactiva es la necesidad de acercar las mujeres a la lucha económica. Cuanto más profunda sea la incidencia de la lucha política en la existencia del individuo, más urgente y necesario es que la mujer participe en la lucha política. Las leyes contra los socialistas han dejado muy claro por primera vez, a millares de mujeres, lo que significa derecho de clase, Estado de clase y dominio de clase; por primera vez han enseñado a millones de mujeres a tomar consciencia del poder que con tanta brutalidad interviene en la vida familiar. Las leyes contra los socialistas han realizado un trabajo que centenares de agitadoras no hubieran sido capaces de realizar, y nosotros estamos sinceramente agradecidos al artífice de las leyes contra los socialistas, así como a todos los órganos del Estado que han colaborado en su puesta en vigor, desde el ministro hasta el policía, por su involuntaria actividad propagandística. ¡Y después dirán que nosotros, los socialistas, no somos agradecidos!
Otro suceso debe ser también considerado imparcialmente. Me estoy refiriendo a la publicación del libro de August Bebel La mujer y el socialismo. No hablo ahora de esta obra en base a los elementos positivos o a las lagunas que presenta, sino en base al período en el que ha aparecido. Ha sido algo más que un libro, ha sido un acontecimiento, un evento. Por primera vez se ponía en claro las relaciones que unen la cuestión femenina al desarrollo histórico; por primera vez, en este libro, se afirmaba que solamente podemos conquistar el futuro si las mujeres combaten a nuestro lado. Y hago estas observaciones como camarada de partido y no como mujer.
Ahora bien, ¿cuáles son las conclusiones prácticas para llevar nuestra agitación entre las mujeres? No es tarea de un Congreso hacer propuestas prácticas aisladas; su tarea consiste en delinear una orientación general para el movimiento femenino proletario.
El principio-guía debe ser el siguiente: ninguna agitación específicamente feminista, sino agitación socialista entre las mujeres. No debemos poner en primer plano los intereses más mezquinos del mundo de la mujer: nuestra tarea es la conquista de la mujer proletaria para la lucha de clase. Nuestra agitación entre las mujeres no incluye tareas especiales. Las reformas que se deben conseguir para las mujeres en el seno del sistema social existente ya están incluidas en el programa mínimo de nuestro partido.
La agitación entre las mujeres debe unirse a los problemas que revisten una importancia prioritaria para todo el movimiento proletario. La tarea principal consiste en la formación de la consciencia de clase en la mujer y su compromiso activo en la lucha de clases. La organización sindical de las obreras se presenta como extremadamente ardua. Desde 1892 hasta 1895, el número de las obreras inscritas en las organizaciones centrales ha alcanzado la cifra de 7.000. Si a ellas añadimos las obreras inscritas en las organizaciones locales, y comparamos la cifra con la de las obreras en activo, solamente en la gran industria, cifra que llega a 700.000, tendremos una idea del inmenso trabajo que todavía queda por hacer. Este trabajo es mucho más difícil por el hecho de que muchas mujeres están empleadas en la industria a domicilio. Debemos combatir además la opinión tan difundida entre las jóvenes que creen que su actividad industrial es algo pasajero, y que cesará con el matrimonio. Para muchas mujeres el resultado final es por el contrario un doble deber, ya que deben trabajar en la fábrica y en la familia. Por ello es indispensable que se fije la jornada de trabajo legal de las obreras. Mientras en Inglaterra todos coinciden en considerar que la eliminación del trabajo domiciliario, la fijación de la jornada de trabajo legal y la obtención de salarios más elevados representan elementos de expresa importancia para la organización sindical de las obreras, en Alemania, a los obstáculos ya mencionados, debe añadirse la violación de las leyes sobre el derecho de reunión y de asociación. La plena libertad de asociación que la legislación del Reich reconoce a las obreras queda anulada por las disposiciones regionales vigentes en algunos Estados federales. Por añadidura, no quiero ni siquiera referirme al modo en que en Sajonia se aplica el derecho de asociación, si se puede hablar de la existencia de tal derecho; por lo que se refiere a los dos mayores Estados federales, Baviera y Prusia, ya se ha dicho que las leyes sobre el derecho de asociación son aplicadas de tal modo que casi es imposible para las obreras formar parte de organizaciones sindicales. En particular en Prusia, no hace mucho tiempo, el gobierno de distrito del «liberal» Herr von Bennigsen, eterno candidato a ministro, ha hecho lo imposible en la redacción de los derechos de asociación y de reunión. En Baviera las mujeres están excluidas de todas las asambleas públicas…
…Esta situación hace imposible que las mujeres proletarias puedan organizarse al lado de los hombres. Hasta ahora han llevado una lucha contra el poder policiaco y contra las leyes de los juristas y, por lo menos formalmente, han llevado la peor parte.
En realidad son las vencedoras, ya que cuantas medidas se han puesto en práctica con el fin de aniquilar la organización de la mujer proletaria sólo han conseguido provocar un incremento de la consciencia de clase. Si nosotros aspiramos a la creación de una organización femenina potente en el terreno económico y político, debemos ante todo conquistarnos la libertad de movimientos en la lucha contra el trabajo domiciliario, por una reducción del tiempo de trabajo y, en primer lugar, contra lo que las clases dominantes suelen denominar derecho de asociación.
En este Congreso del partido no pueden ser definidas las formas en las que debe desarrollarse la agitación femenina; ante todo debemos hacer nuestros los métodos con los cuales haremos progresar la agitación. En la resolución que os ha sido propuesta se propone la elección de algunos delegados femeninos que tendrán la tarea de promover y dirigir, de modo unitario y programático, la organización económica y sindical entre las mujeres. La propuesta no es nueva: la idea ya había sido asumida en el Congreso de Frankfurt, lo cual ha permitido que en determinados lugares se llevara a la práctica con notable éxito; en el futuro podrá comprobarse si, aplicada a gran escala, puede favorecer un masivo aumento de la presencia femenina en el seno del movimiento proletario.
La agitación no puede solamente hacerse con discursos. Muchas indiferentes no vienen a nuestras asambleas, innumerables esposas y madres no pueden asistir a nuestras asambleas -y la tarea de la agitación socialista entre las mujeres no puede ser la de alejar a la mujer proletaria de sus deberes de madre y de esposa; por el contrario, la agitación debe procurar que puedan asumir su misión mucho mejor de lo que lo han hecho hasta ahora, y ello en interés de la emancipación del proletariado. La mejora de las relaciones en el seno de la familia, de la actividad doméstica de la mujer, reafirma su determinación para la lucha. Si le facilitamos la tarea de educadora de sus hijos, podrá hacerles conscientes y hacer que continúen luchando con el mismo entusiasmo y la misma abnegación con que lo hacen sus padres por la emancipación del proletariado. Cuando el proletario dice: «Mi mujer», entiende: «La compañera de mis ideales, de mis luchas, la educadora de mis hijos para las batallas del futuro». Y, de esta manera, muchas madres, muchas esposas que educan en la consciencia de clase a sus maridos y a sus hijos, contribuyen en la misma medida que las compañeras que vemos presentes en nuestras asambleas.
Por ello, si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña. Nosotros debemos llevar el socialismo a las mujeres a través de los periódicos en el ámbito de una agitación programada. Propongo que, para tal fin, se distribuyan octavillas, pero no octavillas tradicionales que resuman en un cuarto de página todo el programa socialista, toda la ciencia de nuestro siglo, sino octavillas breves, que desarrollen desde un ángulo concreto una cuestión práctica, con un planteamiento de clase…
…Repito, se trata de sugerencias que someto a vuestro examen. La agitación entre las mujeres es una empresa cansada, que requiere muchos sacrificios, pero que tendrá su recompensa y que por tanto debe ser asumida. Puesto que si el proletariado sólo puede conquistar su plena emancipación gracias a una lucha que no haga discriminaciones de nacionalidad o de profesión, sólo podrá alcanzar su objetivo si no tolera ninguna discriminación de sexo. La inclusión de las grandes masas de mujeres proletarias en la lucha de liberación del proletariado es una de las premisas necesarias para la victoria de las ideas socialistas, para la construcción de la sociedad socialista.
Sólo la sociedad socialista podrá resolver el conflicto provocado en nuestros días por la actividad profesional de la mujer. Si la familia en tanto que unidad económica desaparece, y en su lugar se forma la familia como unidad moral, la mujer será capaz de promover su propia individualidad en calidad de compañera al lado del hombre, con iguales derechos jurídicos, profesionales y reivindicativos y, con el tiempo, podrá asumir plenamente su misión de esposa y de madre.
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NOTAS
[1] Johann Jakob Bachofen (1815-1887): jurista e historiador suizo, autor de El derecho materno (hipótesis sobre el matriarcado en la Antigua Grecia). Comentado por Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
[2] Lewis Henry Morgan (1818-1881): etnólogo americano autor, entre otros, de Ancient Society, or Researches in the Lines of Human Progress from Savagery through Barbarism, to Civilisation (La sociedad antigua, o investigaciones sobre las líneas del progreso humano desde el estado salvaje a través de la barbarie hasta la civilización), Londres, 1877; principal punto de referencia de Engels en El origen de la familia…
[3] Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. En relación con las investigaciones de Lewis H. Morgan.
[4] Charles Fourier, Théorie de l’unité universelle, «Teoría de la unidad universal», París, 1841-45, vol. III p. 120, citado por Engels en El origen de la familia…, p. 99.