jueves 23 de enero, 2025

Ahí, donde más rueda la pelota. La Funsa, Villa Española y el fútbol

Publicado el 24/07/20 a las 8:34 am

Por Mateo Magnone

El niño León Duarte decía que la gente era bastante haragana, que no le gustaba trabajar. Lo decía y le daba gracia. Se dirá que un niño de doce años en 1940 era distinto a uno de igual edad en el presente; que las infancias cambiaron. Es cierto y no tiene mucho sentido hacer las comparaciones, al fin forzadas, ya que cada uno es uno en su contexto y su época. Pero, al fin y al cabo, era un niño de doce años, del barrio Pajas Blancas, que tenía una changa juntando papas y se gastaba las monedas en el cine. “Por historias que me contaron mi abuela y mis tíos, sé que jugaba al fútbol en unos campeonatos infantiles en el barrio”, dice Néstor Duarte, hijo de León. Pero el asunto no terminaba en la cancha, ya que, por tener buena voz, narrativa fluida y memoria fotográfica, el joven era incitado por sus amigos a relatar las mejores jugadas del partido que recién habían jugado. León agarraba una hoja de diario, la enrollaba y se armaba un micrófono ficticio. Ya con la herramienta, se subía a un cajón de verduras y arrancaba a revivir las hazañas deportivas, gestadas hacía diez minutos. Luis Moco Romero fue su amigo y compañero en la Fábrica Uruguaya de Neumáticos Sociedad Anónima (Funsa), casi veinte años después, pero en algún momento le llegaron las anécdotas con aquella imagen, aunque con un agregado, forjador de la construcción política de Duarte con el paso del tiempo: “León fue uno de los mejores dirigentes sindicales de la historia de Uruguay. Ya se paraba arriba de un cajón en Pajas Blancas, con dieciséis años. Un tipo con mucha visión, muy claro con lo que pregonaba”. Duarte ingresó a la Funsa con 25 años, en 1952; Romero con 18, en 1958. A comienzos de los sesenta se iniciaron los campeonatos internos de la fábrica, con equipos armados por sección. Duarte trabajaba en la sección Batería, equipo vestido con camiseta blanca y una franja roja en diagonal. “Mi viejo jugaba en el fondo, de líbero, y no era particularmente habilidoso, aunque le gustaba mandarse para arriba”, señala Néstor, a quien la vida lo obligó a reconstruir esta y otras tantas características de su padre: cuando León Duarte desapareció, en 1976, su hijo tenía nueve años. En el vínculo generado, lo lúdico y la pelota ocupan un lugar especial en la memoria de Néstor. Recuerda al viejo sentenciando que no era fútbol a lo que jugaban, sino fóbal; “a mí me decía ‘mijo, cuando juegue al fóbal, elija el puesto que quiera, pero nunca juegue de golero”. 

Al tiempo de trabajar en la sección Batería, Duarte pasó a la sección Cuero. En 1972, se cumplían veinte años de su ingreso a la fábrica y de la fundación del sindicato, que se había solventado por especial impulso de León en 1958, un año de ocupación, huelga y activas movilizaciones hasta casa de gobierno. Néstor Gallito Rodríguez comenzó a trabajar en la fábrica en aquel tormentoso año 72: “Yo estaba en la sección del cuero, el mismo sector donde estaba Duarte. A los dos meses de haber entrado yo, León cayó detenido y lo tuvieron en el cuartel de San Ramón, pasándola particularmente mal. Cuando salió, comentaba que la represión y la tortura venían en serio, y aún no se había dado el golpe, era agosto del 72”. La sección del cuero, donde se hacían los calzados, era famosa por la cantidad de gente opuesta al sindicato, que si se decidía parar las actividades ante un conflicto, iba a trabajar igual. Ya en la década del cincuenta, aun en los sesenta –incluso con la creación de la CNT en el 64, con Duarte y otros compañeros de Funsa presentes– y comenzando la década del setenta, por más tejido sindical y lucha por los derechos colectivos, los “carneros” estaban. Con el pasaje de León a la sección, la posibilidad de diálogo con quienes aún no habían sido seducidos por la herramienta sindical, crecía. Hubo avances, se conversó “de tú a tú”, más aún sabiendo que se vendrían años de extremo cuidado para el obrero. El rol de líder y los años lo llevaron a ser el director técnico del equipo de la sección. Romero recuerda la reacción de su amigo, dirigiendo un partido entre Cueros y la sección A: “Ganó la ‘A’ 2-0, y podría haber sido por tres o cuatros goles. Ese día en el cuero había algunos que más de una vez habían carnereado y Duarte los tenía bastante controlados. Terminó el partido y cargado de bronca cruzó la cancha, diciendo a regañadientes: ‘Sabrán carnerear, pero jugar al fútbol no saben un carajo, la puta que los parió’”. 

Al barrio, amigo

El primer campeón de los torneos internos de la Funsa fue el sector I, en el año 1963, cuando los trabajadores creyeron que el fútbol podría generar algo importante para adentro y afuera. El vicecampeón fue el sector de terminado de neumáticos, donde trabajaba Luis Romero: “Nos pareció que había que activar el deporte, aprovechando la cancha que tenía la fábrica, porque era una forma más de socializar entre los compañeros, lo tomábamos como una extensión del desarrollo sindical”, sintetiza Romero, y agrega: “Pero además nos permitía profundizar los vínculos con el barrio, juntar a las familias, cosas que aunque estés en una fábrica grande y con mucha gente, de repente no hacés”. La camiseta del sector de terminado era negra con un escudo blanco, por eso al cuadro le decían “Los Cuervos”. 

Durante cualquier testimonio de quienes trabajaron en la Funsa, ante la consulta por la coordinación de los campeonatos internos de fútbol, salta el nombre de Pedro Robert, quien también entró a trabajar en 1972: “Laburé 42 años allí, así que imaginate. En mi última etapa integré la comisión de deporte, pero antes coordinaba los campeonatos, junto con otros compañeros. Llamábamos a los representantes de cada sector y armábamos reuniones semanales para coordinar los partidos”. En la planta de Funsa llegaron a trabajar más de dos mil personas, distribuidas en las diferentes áreas; por lo tanto, se pudieron formar decenas de equipos. Si el cuadro de un sector chico no llegaba a completarse, se negociaba para que se sumara gente de alguno más grande y así podía participar del campeonato. “Estaban los cuadros de Incal, Pirelli, el del Taller, Armado de cubiertas, Vulcanizado y terminado, Batería, Cuero, Administración y varios más. Se armaba el fixture y se jugaba”,explica Robert. En la primera época, los partidos se practicaban en la propia cancha de Funsa, luego en la de Villa Española y, tras el regreso de la democracia, en la cancha de La Escuelita, ubicada frente al Cilindro Municipal. Para el diseño y confección de las camisetas, cada sector hacía una colecta con el apoyo de las familias y del barrio. El logo de Funsa era rojo y blanco, por lo tanto los equipos se las ingeniaban para elaborar la estética de sus vestimentas a partir de esos dos colores, con el negro como agregado. En la sección Cuero, la camiseta era roja con una “v” negra en el pecho. Pedro trabajaba en ese sector, así que compartía equipo con algunos “carneros”: “Llegó a suceder que la pica por temas laborales se trasladó a la cancha, que se armaran grandes líos y terminara viniendo la Guardia Republicana”, recuerda, pasado el tiempo, ya con cierta gracia. 

Cuando la situación política en el país se fue decantando en un estado general de represión y miedo, cuando integrar un sindicato empezó a ser un riesgo latente, el entramado que se activaba en el fútbol de la fábrica pasó a otro estrato, según recuerda Gallito Rodríguez: “La coordinación de los campeonatos, de los partidos, se aprovechaba para generar contactos y averiguaciones, dentro del sindicato de Funsa y en otros gremios, sobre la situación de los compañeros detenidos o de ciertos movimientos que las autoridades estaban teniendo. Después del 73 se aprovechaban esos vínculos para averiguar sobre compañeros detenidos o requeridos, y también para apoyar económicamente a las familias de los detenidos”.

El equipo de todos

La cantidad de trabajadores interesados y el fácil acceso a canchas del barrio fueron algunas de las variables que permitieron el desarrollo del fútbol en Funsa, a través de cierta regularidad en la generación de campeonatos. En muchas industrias se jugaba al fútbol, pero no en todas se podía sostener con demasiadas pretensiones. Aparte de los campeonatos internos, estaba el campeonato comercial, con selecciones que representaban a cada fábrica. La selección de Funsa siempre arrancaba como candidata. “En su historia, Funsa fue particularmente buena en sindicalismo y en fútbol”, sostiene Romero. Tanto así que, tras ganar uno de los primeros campeonatos, en los sesenta, la selección fue invitada a jugar partidos amistosos en Buenos Aires, contra equipos de fábricas porteñas en la cancha de Temperley. El hecho generó algunas discusiones entre futbolistas-obreros y patronal, sobre los días de licencia a tomarse para ir hasta Argentina, jugar y volver. En el recuerdo de Romero hay dos campeonatos ganados por la selección, uno en la cancha de Ferrocarril y otro en Belvedere: “Si los campeonatos internos eran duros, imaginate el comercial. No me olvido más cuando un compañero me dijo, antes de un partido en la cancha de Liverpool, ‘Negro, de la nariz pa’bajo es todo canilla’”.Casualmente, fue contra el club de la cuchilla que la selección de Funsa jugó uno de sus partidos más especiales. En una de las ediciones nocturnas de la vieja liguilla pre libertadores, disputada en enero en el Estadio Centenario, el representativo de la fábrica fue invitado a jugar contra la reserva de Liverpool, como preliminar de un partido entre la mayor y Nacional. El Gallito Rodríguez, que jugaba de 8 en el equipo de la sección Cuero y en la selección, integró el once inicial. “Era flor de jugador, un Gattuso con más habilidad. Yo también jugué ese partido, de dos, y recuerdo que después nos contaban cómo los relatores y comentaristas que estaban en el Estadio preparando la transmisión del partido de Nacional, habían quedado fascinados con cómo jugaba el Gallito”, cuenta Pedro Robert. Antes y después de esa noche, a Rodríguez lo tentaron de algunos equipos para sumarse, pero el trabajo y la militancia, cada vez más intensa, no se lo permitían: “Agregar la actividad deportiva a la laboral, me hizo aprender mucho sobre el compañerismo, la solidaridad, pensar en el otro”,reflexiona. La camiseta de la selección de Funsa fue roja y blanca primero, y roja y negra, a mitades, después. La asociación con líneas anarquistas del pensamiento y la práctica ocupa un lugar preponderante en la historia del sindicato de esta fábrica. En la memoria compartida, perdura otro partido importante disputado por la selección, contra su par de Hospital de Clínicas en el Parque Central. Pedro trae a cuento, con jocosidad, la actitud de un integrante de la comisión deportiva de Funsa en los vestuarios del estadio de Nacional: “El tipo era manya perdido, enfermo, y se puso a escupir las paredes del Parque. ‘Mirá dónde terminaste viniendo’, le decíamos, y seguía escupiendo los rincones”. Gallito también jugó ese partido, aunque, para el final del recuerdo, recupera una tarde de 1974, ya en dictadura, en que la selección de Funsa debía jugar contra los trabajadores de la Asociación Española: “Ese día quedé en encontrarme con Duarte frente a la fábrica. Él me había mandado a buscar, todo bajo una comunicación en códigos, para que lo acompañara. Aún no había decidido irse para Buenos Aires. Quiso que fuera con él al partido para hablar con Luis Romero –quien iba a jugar– y comunicarle que la cosa estaba realmente brava y podían caer en cualquier momento, que fuera pensando qué hacer después del partido para zafar”. Romero lo recuerda bien, “porque con León siempre jugabas al límite”.Ambos decidieron que al otro día se iban para Buenos Aires, incluso Duarte se llevó algunas cosas de Luis para su casa y viceversa. Pero Romero llegó a su casa y ya lo esperaban “los muchachos”,así que fue detenido en Montevideo y no se pudo ir. La vida, sus interrogantes y sus paradojas, lo dejan pensando por un instante: “Quién sabe, si el plan hubiese salido como lo habíamos planificado, tal vez ahora no estaría dando esta nota”.

“Flor de Montevideo, orgullo nacional”

En agosto de 1940 se fundó el Club Social y Deportivo Villa Española. Lo primero fue el boxeo y, por un tiempo, la actividad deportiva se instaló en ese interés y ejercicio; luego vino el fútbol. La Funsa había nacido cinco años atrás, y es hasta lógico imaginarse –y comprobar– que la historia generara una hermandad entre los dos núcleos sociales del barrio. “El vínculo entre el club y la fábrica fue, principalmente en algunos momentos, estrechísimo. Tanto así que hubo muchos futbolistas que, ante imposibilidades económicas del club, como parte del premio recibían un trabajo en Funsa. Eso lo facilitaba un dirigente del club llamado México, que a su vez era directivo en la fábrica. Incluso, hubo momentos en que más de 300 obreros figuraban como socios activos en los registros del club”,explica Horacio Hermida, actual dirigente de Villa Española. Luis Romero concuerda en la existencia de un vínculo estrecho, del que, por otro camino al referido, también fue parte: “Entre los sesenta y los ochenta, principalmente, la Funsa fue un poco el sostén económico del club. Es que el barrio acompañó y creció con el desarrollo de la fábrica. Entré en el 58 hasta el 75 que caí preso, salí en el 80 y quise volver pero los militares no lo permitieron. Ahí armamos entre algunos compañeros una empresa constructora, con la que, entre otras cosas, hicimos el gimnasio de boxeo de Villa Española”.

La lista de hombres que jugaron en el club y trabajaron en la fábrica es larga, y los recorridos son diversos. En algunas situaciones, el movimiento era de Villa Española a Funsa; en otras, a la inversa. A su vez, esa llegada del club a la fábrica, para algunos fue la forma de “parar la olla” con una changa, pero para otros fue encontrar un oficio por años y definitorio. Robert Figueredo, jubilado de la Funsa, tiene un recuerdo bastante minucioso al respecto: “El Bocha Tzizios del Villa a Funsa, el Zurdo Miguel Zárate –goleador del club por años– de Funsa al Villa (después de los campeonatos de la fábrica, lo llevaron al club), el Gato Pereyra del Villa a Funsa, Julio Rosa fue capitán de Villa Española, laburó en Funsa y cayó por militar en el MLN (cuando yo era niño, iba con mi viejo a las ocupaciones de la fábrica y Julio cocinaba para todo el mundo), Ruben Marta –jugador histórico, se terminó jubilando en la Funsa y llegó a dirigir la primera del club–, Jorge Bértola, Hugo Bermúdez, el Negro Garay de Funsa al Villa, el Pirincho Pérez, que jugó aquel partido con Bella Vista contra Huracán a Estadio lleno, después jugó en el Villa y fue carpintero en la fábrica”. Hermida agrega a Óscar Castagnetto, quien luego de jugar en Nacional y Defensor, llegó a Villa Española y a Funsa, y desarrolla la dinámica del uso de la cancha del Villa para los campeonatos de la fábrica, cuando la interna se dejó de usar: “Era la que le quedaba más cerca a los trabajadores y además no existía la idea del cuidado de las canchas que hoy puede haber. El pasto de la cancha del Villa, en invierno, estaba amarillo, sin embargo se jugaba ahí casi sin preguntar. Aunque Villa Española estuviese en un buen momento, compitiendo en la B, si jugaba por su campeonato en su cancha un sábado, el domingo se jugaban ahí cuatro partidos del campeonato de Funsa, dos de mañana y dos de tarde. Incluso se sumaba algún partido que jugaran los equipos de Cutcsa por el campeonato de transporte”. 

En la narrativa obrera del Uruguay del siglo XX, la huelga general de 1973 ocupa un lugar de privilegio, trascendente en cuanto a un tipo de práctica política que, lejos de ser simbólica, profundizó una construcción identitaria. Quienes ocuparon Funsa por aquellos días, quienes sostuvieron aquella reacción dictaminada por la central de trabajadores, señalan con firmeza que no estuvieron solos y recuerdan con especial emoción la respuesta del barrio al levantarse la huelga, cuando los militares llegaron a desalojar, con la gente cantando el himno nacional en la calle, en honor a la lucha obrera. Pavada de orgullo para la historia de un barrio. 

Tomado de TUNEL, http://tunel.com.uy/index.php?action=detnotas&id=44

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