Feminismo es construir salud
Publicado el 15/01/20 a las 3:10 am
Por Virginia Cardozo
Las desigualdades de género impactan en la salud de las personas. ¿Cómo abordar esto desde el área de la salud? ¿Cómo incorporarlo en el trabajo desde el Primer Nivel de Atención? Quiero aportar algunos elementos para reflexionar en este sentido sobre el feminismo desde la perspectiva de la intersección de género y clase, y en particular la estrategia de los grupos de mujeres.
¿Cómo influye el género en otros determinantes sociales de la salud? Cuando hablamos de pobreza, tenemos necesariamente que incorporar el aspecto del género; existe una feminización de la pobreza y la brecha salarial sigue siendo importante. Debemos agregar a esto que la población trans se encuentra entre los sectores más pobres de nuestra sociedad. En los barrios donde hay una peor situación socioeconómica están sobrerrepresentadas las familias monoparentales con mujeres jefas de familia con varios hijos/as a cargo, con la sobrecarga de cuidados que eso implica. La pobreza tiene cara de mujer.
Cuando las mujeres se incorporan al trabajo asalariado, no dejan de realizar el trabajo no asalariado vinculado a las tareas reproductivas. En promedio, las mujeres consiguen trabajo en peores condiciones, con peores salarios y más insalubres. Cuando vemos las encuestas de uso del tiempo vemos que los hombres no se incorporan de forma significativa a las tareas del hogar. Para las mujeres más pobres hay un continuum de violencia entre la que reciben en sus trabajos remunerados y la violencia dentro del hogar. Una violencia que llega al extremo de matar: las decenas de femicidios por año nos siguen doliendo e interpelando.
A las cargas ya mencionadas, se suma el trabajo de sostén comunitario que realizan las mujeres (por ejemplo, son quienes sostienen los merenderos barriales). Sufren así una doble opresión, la del capitalismo y la del patriarcado.
Estos aspectos generan una sobrecarga laboral y afectiva que repercute en la salud de las mujeres generando depresión y limitación para desarrollar estilos de vida saludables como el ejercicio físico, entre otros impactos. Tenemos, desde los sistemas de salud, una fuerte tendencia a la medicalización de estos problemas sociales, uno de los elementos que pueden explicar el mayor consumo de psicofármacos y en especial de sedantes como las benzodiacepinas en las mujeres.
En estos tiempos está en boga hablar del concepto “techo de cristal”, de esas barreras invisibles que nos ponen por el hecho de ser mujer. Un claro ejemplo lo tenemos en la Universidad, donde por más que las matrículas de estudiantes están altamente feminizadas, la mayoría de los cargos de decanato están ocupados por hombres. Pero este techo de cristal para las mujeres más pobres es un mito; ellas tienen “suelos pegajosos”, no llegan a despegarse de las situaciones de extrema vulnerabilidad en que viven. Tenemos que lograr un feminismo que piense en todas, en todes, porque no queremos un feminismo que deje afuera a las mujeres más pobres. No queremos un feminismo en que algunas rompan el techo de cristal para que otras mujeres tengan que barrer sus restos.
Un concepto importante que nos aporta el ecofeminismo para pensar la salud desde una perspectiva de género, y que debemos incorporar, es el de “cuerpo-territorio”. Desde el surgimiento del patriarcado, con la creación de la propiedad privada que incluía tanto el territorio como a las mujeres, hay un vínculo entre nuestros cuerpos y el territorio que habitamos, somos dependientes de este hábitat con el que somos una unidad, que nos construye y que nosotros construimos. Es aún más claro en esta etapa del capitalismo de avance feroz sobre la explotación de la naturaleza y también del cuerpo de las mujeres. Desde una perspectiva de clase, toma además otros sentidos: si bien hoy hay mayor movilidad en la ciudadanía, las mujeres que viven en las zonas más pobres tienen una menor movilidad por la ciudad o el país. A mayor vulnerabilidad, menor territorio habitamos. Son lógicas muy territoriales, y en las mujeres, cuanto mayor es la violencia basada en género que viven, menos territorio ocupan; incluso muchas veces su casa es el único territorio por el que circulan. A medida que las mujeres se van empoderando y van logrando salir de las relaciones de violencia basada en género, ocupan mayor territorio. Salir del territorio casa, encontrarse con otras mujeres muchas veces es la primera ruptura con la situación de opresión.
Muchas mujeres en este contexto encuentran en el ámbito barrial, en las iglesias neopentecostales, que son altamente conservadoras y refuerzan lógicas patriarcales, un lugar donde ser importantes para un grupo, pero debemos encontrar cómo estar presentes, ya que estas presencias responden a nuestras ausencias. Tenemos que aprender a trabajar con estas mujeres y generar procesos de emancipación, porque no queremos un feminismo que las deje afuera.
Otro concepto a tener en cuenta es el del tiempo. Las mujeres tienen en promedio seis horas menos por semana de tiempo libre que los hombres, según las encuestas de uso del tiempo del Instituto Nacional de Estadística (INE) en nuestro país. El tiempo libre tenemos que entenderlo desde la perspectiva de la libertad. Tener menos tiempo libre impacta negativamente en la salud de las mujeres. Lo expresan en trastornos del ánimo como la depresión, las cefaleas, los dolores musculares, las lumbalgias, etc. Deberíamos preguntarnos cuántas consultas en salud tienen como causa las consecuencias sobre el cuerpo de las mujeres de las desigualdades de género, y sobre todo cómo se habita el territorio y cómo es el uso del tiempo. ¿Hablamos sobre esto en las consultas médicas?
En el barrio Primero de Mayo, en Casavalle, una primera estrategia que implementamos desde la perspectiva del feminismo barrial fue generar un tiempo para vivir con otras y un territorio, un espacio físico donde se pueda circular con otras. Desde ese punto de partida vamos trabajando las situaciones de desigualdades de género y las situaciones de violencia basada en género a través del grupo de mujeres en el salón vecinal del barrio. La invitación no es a hablar de una temática o a un taller de género; es una propuesta de expresión plástica que vamos construyendo en conjunto. Es una invitación a un tiempo y un lugar. Si no tengo territorio y tiempo es muy difícil generar empoderamiento. Los procesos de empoderamiento que se han dado desde esta estrategia sería una construcción de relatos de vida hermosos para contagiar.
El encuentro con otras mujeres es un espacio que nos libera. El patriarcado nos quiere compitiendo entre nosotras, encerradas en nuestras casas pensando que la otra es una enemiga, una “chusma”, una “metida”, una “loca”, etc. Si nos unimos es cuando empezamos a aumentar nuestro poder. Romper la lógica de la erotización de la dominación, al dejar de buscar príncipes azules que nos salven, para pasar a la lógica de la sororidad buscando a la otra, porque juntas es que nos salvamos. Dice Silvia Federici que juntas damos miedo; primero vamos a dar miedo a los hombres y luego al capital.
Desde esta perspectiva, en nuestra experiencia, los grupos de mujeres aportan a construir salud, porque el patriarcado nos enferma.
Virginia Cardozo es doctora en Medicina, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria y diplomada en Género y Políticas de Igualdad. Integra el Secretariado Ejecutivo del Partido por la Victoria del Pueblo, Frente Amplio.
TOMADO DE LA DIARIA, 13/1/20
Ricardo
Ene 15th, 2020
Es necesario es el desarrollo y la conceptualización del espacio ocupado por la mujer, en lo que aquí se menciona como tareas de sostén comunitario, porque ese es un lugar de empoderamiento político desde donde se pueden problematizar las prácticas y provocar desplazamientos de las lógicas patriarcales.