lunes 4 de noviembre, 2024

DOSSIER. Elecciones 2019. Entre los cálculos de los encuestólogos, la disputa por el voto del electorado y el nuevo escenario político.

Publicado el 17/12/19 a las 6:39 am

Compartimos tres artículos sobre los pronósticos electorales, los resultados y las perspectivas políticas. Conjugamos las ópticas de Ricardo Viscardi, Rafael Bayce y Marcos Supervielle. Pensamos o deseamos pensar que a su modo, los tres intentan explicar la respuesta militante de la izquierda frenteamplista ante el avance de la derecha neoliberal y tradicionalista. Esa militancia frenteamplista nueva y vieja, sin liderazgo claro, sensiblemente herida por su máxima dirección política, se tensó e intentó reorientar el cauce electoral hasta el último minuto. El futuro está en las manos de la innovación y el protagonismo desde abajo. Esa será nuestra apuesta de resistencia y construcción.

Volátil voto, de vuelo electoral gallináceo: el blooper de las encuestas

Por Ricardo Viscardi

Una comparación desgraciada

Henchido el pecho de orgullo patriótico y engolada la garganta de evidencia abrumadora, una vez más periodistas y “analistas” proclamaban pantalla mediante, una vez culminada la votación del 24 de noviembre, la excepción democrática uruguaya por encima del resto latinoamericano. El autoelogio provenía de la diferencia entre un continente convulsionado y el ejemplo de una votación sin incidentes que la empañaran. Tal asimilación entre un procedimiento comicial y la excelencia democrática, además de fallida ya en el concepto, en cuanto reduce la significación política a un formalismo procedural, es ante todo desgraciada porque lo que desprecia se manifiesta, justamente, contra lo que ensalza: la mayor parte de las “convulsiones” tan denostadas en países hermanos, no tuvieron lugar en instancias comiciales, sino en contra precisamente de los efectos políticos que se generaron una vez cumplidas las elecciones. Tales efectos no cundieron en el marco del evento comicial, sino con resultados a la vista durante cierto período, ante medidas de gobierno que provocaron la sublevación de sectores ingentes de la población.

Dice Rancière : “La democracia no es ni la autorregulación consensual de la pluralidad de las pasiones de la multitud de inviduos ni el reino de la colectividad unificada por la ley y amparada por la declaración de Derechos”.1 En buen romance: la democracia no se puede reducir a las formas republicanas, ni menos al minucioso recuento de papeletas tras una votación obligatoria.

Si se aludiera, con tal ejemplaridad uruguaya, a un clima social que se traduce en la particular instancia de los comicios, los contraejemplos serían aún más abrumadores: con un impeachment doloso contra Dilma Roussef, que equivale a un golpe de estado legal de por medio y el político (Lula) más popular del país preso, las ultimas elecciones brasileñas no generaron ninguna sacudida “violenta”. Más aún, la Argentina de la hiperinflación y del crecimiento exponencial de la pobreza acaba de celebrar elecciones en el clima más normal.

Los “incendios” que (según nuestros adalides mediáticos) hubieran hecho saltar en llamas una instancia comicial en tierras vecinas, describen con realismo imaginado (y no meramente imaginario) lo que nunca ocurrió: lo que sí ocurrió, es que tras un período de gobierno que siguió a una elección transcurrida según las formalidades tan ensalzadas, sectores significativos de la población se levantan contra gobiernos “electos democráticamente”, no porque los comicios hayan estallado en conflictos, sino ante todo, porque los efectos de las políticas que se instalaron a través de esos mismos comicios hicieron arder en llamas la legitimidad pública que supuestamente revestía el sufragio (abonando el razonamiento de Rancière : la democracia proviene de los bordes).

Tal es inequívocamente, el caso de Chile, de Ecuador, en otra medida el de Venezuela, donde los observadores internacionales refrendaron el último resultado electoral, más allá de una confrontación que no se originió en las elecciones, que el chavismo ha venido ganando sucesivamente, sino en el propio contexto de la gubernamentalidad que instalan -por vía legal- los ganadores. Otro tanto ocurre en el trasfondo del proceso boliviano, donde las elecciones, lejos de originar el conflicto, sirven de excusa para protagonizar un golpe de Estado, en el marco de una conflictividad que no tiene como marco general la violencia electoral, sino una conflictividad de marcado sesgo étnico como pauta de desigualdad.

Barthes hubiera integrado con placer el relato mediático al que asistimos el domingo por la noche en sus fragorosas “Mithologies”.2

E pur si muove

El intento de explicar el 8,5% que recupera el Frente Amplio en menos de un mes por una actitud reflexiva del votante en la semana previa a las elecciones (las compulsas hechas 7 días antes daban una diferencia de entre el 7 y el 10%, según las encuestadoras, a favor de Lacalle Pou),3 o de explicarlo por un supuesto impacto de declaraciones intrascendentes de militares, se mofan de la inteligencia de la gente. Quien reflexiona con enjundia hasta el último momento, por lo mismo lo habrá hecho desde el primero. La oscilación del electorado manifiesta, inequívocamente, la indiferencia ante las opciones en juego, en el mejor de los casos, por sacar un poco de donde se había puesto (en la primera vuelta) mucho (a favor de Lacalle Pou, que sumó apoyos de hasta el 55% de las expresiones políticas en la primera vuelta y ahora apenas se acerca a la mitad del electorado).

Quienes razonan tomando por paradigma a un elector ideal, que reflexionaría hasta el instante mismo de introducir la papeleta en la urna, no perciben lo que denuncia una antigua máxima: “cuando se quiere demostrar demasiado, se termina por demostrar lo contrario”: de existir, tanta vacilación comicial no traduciría, sin asomo de duda, sino la incertidumbre que inspiran las opciones en liza. Si las diferencias no son significativas, no hay elección precisamente en el sentido de la reflexión, sino un giro de perinola a suerte y verdad.

Sin embargo, percibimos que el electorado se apasiona, entusiasma y moviliza. Sí claro, porque percibe un trasfondo de incertidumbres y amenazas que el Frente Amplio, durante tres mandatos con mayoría parlamentaria absoluta no ayudó sino a empeorar (en inseguridad, desindustrialización y marginalidad). Los sectores coaligados contra el Frente Amplio representan lo que trajo el golpe de Estado o lo protagonizó (las mayorías del Partido Colorado y el Partido Nacional, que ahora suman el “apoyo electoral” del abanderado -Manini Ríos- del propio sector golpista), sin hablar de la neoliberalidad hoy ya mundialmente desacreditada por sus propias catástrofes gubernamentales, cuando no constitucionales,4 que esos sectores impulsaron en sucesivas presidencias (Sanguinetti dos veces, Lacalle padre, Batlle) cada vez más “bicoloras”, hasta llegar al “multicromatismo” de hoy.

Se configura entonces una movilización contradictoria, el voto volátil, confundido aún por la idea de una representación de Estado capaz de orientar el destino público, pero migrante de uno a otro sector y dispuesto, en buena parte, a borrar con el codo lo que escribió con la mano menos de un mes antes. Pero se mueve y seguirá haciéndolo, una vez incluso, que la promesa electoral cuaje en más inseguridad, más desocupación, más marginalidad.

Un objeto sin objeto: el blooper de las encuestas

Imbuida de un cientificismo pacato y obsoleto, cierta bienpensancia mediática se pregunta porqué por enésima vez, aquí y allende fronteras, fracasaron las encuestas. La proyección estadística de datos supone que la realidad tiene una consistencia que permite la aproximación a una predicción, a condición que el objeto a estimar cuente con relativa estabilidad observable. Para representar -re-presentar- (por ejemplo una opinión) es necesario contar inicialmente con una presencia. El saber que habilita la perspectiva encuestadora es concomitante, por consiguiente, al que pretende representar la sociedad según finalidades programáticas: la dos perspectivas suponen -y comparten- una misma convicción en la consistencia natural -y naturalizadora- de un único orden observable y sub-yacente a la actividad que (lo) “piensa”.

Protagonizada en la base de la comunidad por la diferenciación de perfiles personales y grupales, el proceso de la comunicación tecnológica traduce, al contrario de un pensar separado de un objeto yerto, la diferenciación activa y recíproca de unos y otros.5 Pretender “medir” el estado de la opinión pública equivale, por el contrario, a acertarle a un blanco fijo que sólo tiene de fijo su móvil. Este móvil se moviliza ya por sí mismo, desde que la opinión se constituye a través de medios movilizadores, masivos (prensa, periódicos, TV), interactivos (sitios web, blogs), “redes sociales” (facebook, whats app, twitter), que colectivizan los desplazamientos de pareceres. Tal conjunto heterogéneo configura sus propias tendencias, sin darle un ápice de importancia a un programa anclado en una supuesta totalidad estable y ajena a la actividad de los particulares (el todo social-material). El objeto de que se trata, en el caso de la opinión (particular o pública), no sólo tiene por finalidad buscar un alternativa desde el punto de vista del parecer propio, sino que cuenta además, en la actualidad, con los medios tecnológicos para diferenciar activamente esa búsqueda de cualquier instancia institucional (es decir, de un lugar donde venga a ser substituida su actividad propia).

La lucha por la democracia se instala desde ya en ese plano, contra los aparatos que intentan manipular las corrientes de opinión a través de corporaciones mundializadas, de mediciones de opinión y de empresas de información (por ejemplo, contra aparatos como Verificado.uy).6 En una comunidad religada por un profuso sistema de medios, intentar medir el estado de aquello que tiene por objeto incidir con móviles propios, equivale a estudiar un objeto sin objeto. Por añadidura, a proclamar una verdad de permanencias en un contexto donde la verdad configura un “tercero incluido” como equilibrio de influjos, circunstancias y tendencias. Tal movilidad, incluso la del volátil voto, de vuelo electoral gallináceo, habilita a pensar que mañana la calle será a la imagen de los designios, ya muy lejos del congelador predictivo.

Notas

1 Rancière, J. (1994) En los bordes de lo político. Santiago: Editorial Universitaria, p. 43.

2 Barthes, R. (1957) Mythologies. Paris: Seuil. Recuperado de: https://monoskop.org/images/9/9b/Barthes_Roland_Mythologies_1957.pdf

3 Ver al respecto en este blog “UPM como poder: el sujeto declinante en la globalización” https://ricardoviscardi.blogspot.com/2019/09/upmhace-milagros-sanguinetti-defiende.html

4 Navarro, Consuelo; Espinosa, Lorena. “¿Por qué cambiar la constitución chilena de 1980?: aportes para un debate democrático” (03/11/2019) Theclinic.cl https://www.theclinic.cl/2019/11/03/por-que-cambiar-la-constitucion-chilena-de-1980-aportes-para-un-debate-democratico/

5 D’Almeyda, N. (2007) La société du jugement, Colin, Paris.

6 Ver en este blog “Verificado.uy: el retorno de Bin Laden” https://ricardoviscardi.blogspot.com/2019/07/verificado.html

Tomado de Contragobernar, 27.11.19

¿Qué son las sorpresas electorales?

Por Rafael Bayce

¿Hubo sorpresas en el balotaje de noviembre de 2019 en Uruguay? ¿Se equivocaron las empresas encuestadoras? ¿Qué pueden decir las ciencias sociales, especialmente la ciencia política, sobre sorpresas y encuestas?

En primer lugar, los sucesos a los que se les ha llamado de ‘sorpresas’ son, en realidad, expectativas públicas más o menos creídas respecto de resultados electorales futuros que, ya desde hace unos años, están influidos decisivamente por las encuestas de opinión político electoral. En segundo lugar, es importante la aclaración de que las encuestas -que se hacen en Uruguay desde la década del 60- son la aplicación más o menos comercial de conocimientos sobre estadística, metodología de la investigación, y teoría social -en especial politológica- a la opinión pública sondeable de contenido electoral. Y en tercer lugar, los científicos sociales, en especial los de ciencia política, comentan sucesos político electorales y encuestas, en contextos más o menos periodísticos o académicos, convirtiéndose en mediadores privilegiados entre emisores de opinión y noticias, y receptores de ellas.

De todo este entrelazamiento, y de la gestión de opiniones y hechos por parte de los políticos y de los comunicadores, surge la mayor parte del universo comunicacional y simbólico que vivimos en la dimensión político electoral cotidiana.

¿Qué fue o no sorpresivo?

Finalizado el escrutinio primario de 100% de los circuitos electorales en todo el país, y en espera del escrutinio secundario y final de re-cuento de votos anulados y observados, lo más grueso es: Lacalle 48,71% y Martínez 47,51%, con una diferencia de 1,2% de los votos válidos emitidos (28.666 votos). Martínez ganó en solo dos departamentos: Montevideo (54,76%) y Canelones (51,28%). Lacalle ganó en 17, desde el máximo de 66,65% en Rivera hasta un mínimo de 49,81% en Paysandú.

El escrutinio definitivo, que se conocerá ya cuando esta columna pase por sus manos y ojos, impone a Martínez la obligación de disfrutar de más de 90% de los votos contados y recontados para eliminar la ventaja que Lacalle obtuvo en el escrutinio primario. Sumamente improbable, aunque es imprudente y atrevido festejar algo que no está oficial ni numéricamente totalmente decidido aún; y Lacalle no lo hizo, aunque festejó la alta probabilidad, como es comprensible. Martínez festejó desaforadamente un resultado que no lo preveía, peleando seriamente por la presidencia, lo que es lógico -como quien grita un gol en condiciones inferiores que lo ponen ahora en carrera-, aunque su excesiva euforia pareció ignorar la bajísima probabilidad que tiene de superar en el escrutinio definitivo lo perdido en el primario; y vitorea la superación de lo esperado para él por las encuestas y por el grueso de políticos, periodistas y gente común.

Este escenario no era lo pronosticado por las últimas encuestas que aparecieron en los días previos al balotaje; las diferencias entre los candidatos fueron previstas entre 5 y 8 puntos porcentuales; las cifras finales muy probablemente estarán entre el 1 y el 1,5. ¿Le erraron las encuestadoras, en sus fotos puntuales transformables en previsiones, por quienes se interesan en ellas? Científicamente, si tenemos en cuenta que no son exactamente previsiones, que son probabilísticas y no deterministas, de aplicación no puntual sino interval, y con varios márgenes de error, significación y confianza para las inferencias sustantivas desde lo sondeado, el error no parece grande ni efectivo, sobre todo cuando no se deben esperar esas previsiones ni esas precisiones si se saben las potencias de las muestras y los parámetros de base para la estimación interval, no puntual, de las inferencias de interés. Pero esto no lo saben ni políticos, ni periodistas, ni mucho menos la gente común.

Al igual que lo que pasa con los pronósticos meteorológicos, las audiencias esperan estimaciones locales, en espacio-tiempo, puntuales, para validar los pronósticos. Si un pronóstico meteorológico, por poner un ejemplo, no se cumple en un espacio-tiempo concreto, pero se cumple para el 95% de los tiempos y espacios para los que fue producido, ese pronóstico será considerado equivocado por los residentes en esos o esos espacio-tiempos en los que no se cumplió mientras que los meteorólogos festejarán el éxito del modelo para la previsión de un gran porcentaje de los lugares y tiempos.

Lo que para unos es error para otros es acierto; pero para eso se debe saber qué se le puede pedir a un modelo probabilístico y qué se puede ofrecer desde él. Debe haber buena información sobre los límites y honestidad en las promesas; lo normal es que no haya ni conocimiento adecuado de las oportunidades que la investigación da ni tampoco salvedades de los investigadores sobre el alcance amplio, pero limitado de las previsiones. A nadie se le dice que el pronóstico puede no servirle a nadie en concreto aunque le sirva probablemente a la gran mayoría; y que si no le sirve concretamente a alguien, eso no anula la cientificidad de las previsiones ni la validez de la probabilidad obtenible. Aunque, si bien a quien le llovió en su lugar nada le importa el acierto del modelo en otros lugares; ni tampoco la lluvia en solo algún lugar les importa a los meteorólogos para evaluar mal sus pronósticos; diferencia de perspectivas, que precisa información y sinceramiento honesto.

Algo parecido pasa con las encuestas político electorales. No se les debería reclamar esos determinismos no probabilísticos ni esas precisiones espaciotemporales. Pero ese nivel de determinismo y precisión en los resultados inferenciales es el que necesitan los políticos, y la prensa, y como resultado la gente más o menos interesada. De modo que quien pretenda informar a esas audiencias, variablemente interesadas, deberá ocultar que no puede prever lo requerido, aunque en general no comunicará suficientemente en detalle las insuficiencias que tienen para satisfacer las demandas, y aunque se defenderán de los vistos como errores desde sus probabilismos no deterministas, su intervalidad no puntual y sus inferencias con márgenes de error y estimadores no paramétricos. Hay alguna ignorancia al pedir de más; hay alguna insuficiencia en las encuestadoras en no aceptar pedidos excesivos; y mucha responsabilidad de los medios de comunicación que lucran con los números y los debates sobre ellos sin enfatizar los límites de los datos para satisfacer las demandas.

La teoría social también explica ‘errores’

No hay solamente una ambigua e insuficiente comunicación entre los actores sociales respecto de las encuestas, que explica tanto la demanda por ellas como la relativa inadecuación de su oferta para satisfacerla. También hay otros factores que la teoría social ha expuesto y que puede también contribuir a no pedirles peras a los olmos y a no ofrecerlos. O, más bien, que pueden evitar el no ser claro en la relación de las demandas con las ofertas y con su avatares comunicacionales y político electorales ulteriores. Fuimos los únicos, desde esta columna de Caras y Caretas, que pronosticamos que Martínez acortaría distancias con Lacalle desde los guarismos de primera vuelta hasta los de la segunda vuelta de balotaje, aunque no podíamos afirmar que pudiera llegar a triunfar en él. Algunas de las razones que dábamos se confirmaron ahora.

Uno. Que una buena cantidad de votos tibios, sin entusiasmo y desencantados por diversas razones con la gestión del Frente Amplio respecto de valores, intereses y decisiones políticas, regresarían paulatinamente al redil (entre 180.000 y 200.000) a medida que fueran concibiendo su voto como un mal menor, o como un modo de impedir el ascenso de alguien indeseable e inconveniente.

Dos. Que el bandwagon effect de la teoría político comunicacional atraería al carro vencedor a algunos indiferentes, debido a que la votación del Frente Amplio en primera vuelta hacía más posible la atracción de sumarse a celebraciones.

Tres. Que la acción del llamado sleeper effect, que hace resurgir razones y motivos anteriormente vividos que están adormecidos y han sido oscurecidos, pero que vuelven a la conciencia oportunamente y cuando otros mecanismos de convicción pierden vigencia psíquica, operaría en el último tramo de campaña. Por ejemplo, la masiva campaña de la oposición contra la gestión y logros del gobierno fue masiva y aluvional; pero, en conciencia, los uruguayos saben que con el FA mejoraron claramente y más que con gobiernos anteriores. Y eso, dormido, volvería a la conciencia cuando el voto que el alma pronuncia se sincerara más allá de la publicidad, cuando las papas quemasen. Dijimos que estas tres razones harían al FA crecer para la segunda vuelta más que lo mediáticamente impuesto como esperable. Y acertamos, más que todos los demás que hicieron previsiones de alguna singularidad y fundamentación, en que esto se produciría especialmente entre la primera y la segunda vuelta, y quedaría básicamente fuera del control de las encuestadoras. Efectivamente, como alarmado, se mostró Óscar Bottinelli al detectar un empate técnico durante sondeos en la propia elección que diferían de los preelectorales. No es estrictamente un error de las encuestadoras, sino del marco teórico que no lo hace esperable.

Cuatro. Es muy probable que confesar la verdad del voto futuro no les guste a muchos, y que también muchos tengan miedo de que su verdadera intención electoral sea individualizada y sabida por alguien con quien tiene relación de dependencia. Y que no diga la verdad en un número creciente de veces, pecándose, metodológicamente, de ‘validez externa’ para los sondeos; y que esos números, aunque pequeños, puedan tener alguna incidencia en casos estrechos.

Esta teoría les faltó; y también un juego comunicacional más franco con periodistas y políticos, que ya se sabe con gente taimada y difícil. Estas cuatro cosas explican más o menos algunos pseudoerrores e insuficiencias no muy bien comprendidas.

TOMADO DE CARAS & CARETAS, 4/12/19

Notas sobre los “errores” de las encuestadoras y la próxima escena política

Por Marcos Supervielle

Los politólogos, que son quienes comentan estas materias en los medios, en términos generales, no tienen ninguna formación especializada para sostener que las encuestas estaban equivocadas en los pronósticos electorales. En Uruguay se da el curioso caso de que quienes hacen las encuestas son sociólogos, pero muchos de los comentaristas son politólogos. Es a los primeros, por lo tanto, a quienes habría que preguntarles qué pasó con los resultados, y no a los comentaristas, que no tienen ni idea de cómo se hacen las encuestas, que no tienen experiencia en este campo ni en el análisis de las opiniones del electorado que son representadas en las encuestas.

Esta experiencia se adquiere luego de realizar una gran cantidad de encuestas sobre este universo de referencia, cosa que, repito, estos polítólogos‑comentaristas no tienen por qué tener, pues nunca hicieron encuestas.

Las cuatro encuestadoras más serias del país no siempre han utilizado los mismos métodos. Cada una de ellas ha realizado muestras distintas y, posiblemente, ha realizado cuestionarios para las encuestas también con preguntas distintas entre sí. Sin embargo, llegaron a pronósticos muy cercanos en las distintas pesquisas que hicieron durante la campaña previa al proceso electoral, cayendo en todos los casos en los mismos intervalos de confianza de aceptabilidad de estas. Por ello, la diferencia entre los pronósticos y los resultados finales en las elecciones no debe ser concebida como un error de las encuestadoras, sino como una constancia de la fragilidad de las opiniones electorales de la ciudadanía o, al menos, de algún segmento de ella. Esta fragilidad es lo que hizo posible que las opiniones y, en consecuencia, la votación final variaran notablemente en los días inmediatamente anteriores a la segunda vuelta respecto de las que se habían recogido antes.

Las últimas encuestas, cuyos resultados no se dieron a conocer porque ese acto hubiese infringido la veda electoral, mostraban ya un acercamiento entre los contendientes, que quedaban separados solamente por tres puntos. Esa tendencia evidentemente continuó y se manifestó finalmente en el resultado electoral. La información la tuvieron las direcciones de ambas conformaciones políticas en pugna, lo que puede explicar, en cierta medida, la cautela en el comportamiento de los dirigentes de una y otra opción luego de cerrada la votación, durante el conteo de los votos.

Esto también habla bien de las encuestadoras, porque perfectamente pudieron “filtrar” a la opinión pública, por razones de competencia entre ellas, los cambios que se estaban procesando en el comportamiento electoral. Esto, además, habría hecho menos contrastantes los resultados de las encuestas públicamente divulgadas en comparación con el comportamiento electoral real, contraste que evidentemente debilitó su credibilidad. No lo hicieron, lo que muestra su seriedad en tanto que empresas.

A su vez, los comentaristas que se apresuraron a decir que las encuestadoras se habían equivocado luego sugirieron una serie de argumentos para explicar la distancia de los resultados esperados respecto de los reales. Pero una de dos: o bien las encuestadoras estaban equivocadas y, por lo tanto, no era necesario encontrar explicaciones de los cambios en el comportamiento electoral, o bien no estaban equivocadas y, por lo tanto, sí era necesario explicar estos cambios a partir de los pronósticos de las empresas encuestadoras. En términos generales, en el transcurso de la noche, estos comentaristas, que habían sido contundentes en afirmar que las encuestas se habían equivocado, fueron optando por esta segunda posibilidad y contradiciendo la afirmación anterior que habían hecho.

Pero, en tanto que cientistas sociales, ¿debemos restringir el análisis de este evento a los resultados electorales como un fin en sí mismo, algo que pasó y punto? ¿O el propio desarrollo del proceso electoral nos obliga a analizar cómo está funcionando nuestra sociedad, en particular, en relación con su propio sistema político?

En términos generales –en el propio país y en el exterior– se percibe a Uruguay como con una democracia muy estable, y ello particularmente a partir de la rápida aceptación de los resultados electorales, a pesar de los cambios de último momento y más aun cuando estos supusieron una derrota para el partido de gobierno, que, por ella, dejará de serlo. Ningún grupo político puso en duda la validez y la legitimidad de los resultados. Y esto, sin lugar a duda, es muy positivo.

Pero, dicho esto, aun así, si partimos de los propios resultados, percibidos, en general, como sorprendentes, debemos detenernos en la causa de estas conductas no esperadas e interpretar lo que pasó como un efecto de la sociedad real en la que vivimos.

Se han dado tres causas relativas al cambio posible entre los pronósticos y los resultados finales de las elecciones: a) las declaraciones de Manini y el Centro Militar, b) la campaña Voto a Voto, del Frente Amplio, y c) los votos de quienes vinieron desde el exterior.

Estos últimos, si tenemos en cuenta el saldo entre quienes vinieron desde el exterior en la primera vuelta y quienes vinieron en la segunda, podrían explicar, en el mejor de los casos, un punto de variación respecto de los pronósticos de las encuestas. En cuanto a los argumentos a) y b), considero que son eventos que seguramente incidieron en los resultados. Sin embargo, a nuestro entender, los comentaristas no tomaron en cuenta el posible efecto combinado de ambas acciones, el de las declaraciones de Guido Manini y el Centro Militar, por un lado, y la campaña personalizada del FA, por otro. Posiblemente, las declaraciones potenciaron la campaña y permitieronasí formular una hipótesis más compleja para explicar por qué se obtuvieron esos resultados en las elecciones.

Pero quizás hubiese sido necesario tomar en cuenta un cuarto elemento: los votos en blanco y los de aquellos potenciales votantes que directamente se abstuvieron en la primera vuelta y posiblemente fuesen ex votantes del FA dispuestos a sancionarlo por diversas razones; o los que se abstuvieron en la segunda vuelta y habían votado a algún partido de la futura coalición, pero cambiaron su comportamiento electoral porque, justamente, estaban en contra de la coalición finalmente concretada.

Todas estas explicaciones pueden haberse sumado y potenciado entre sí para explicar este comportamiento electoral no previsto. Pero, en suma, lo que podemos afirmar es que miles de votantes tuvieron un comportamiento electoral distinto en la primera vuelta y en la segunda vuelta. Desde esta perspectiva, todos estos comportamientos tienen como base la fragilidad de las opiniones y las conductas de nuestro electorado en esta coyuntura.

Pero, nuevamente, ¿la fragilidad antes mencionada no nos obliga a trascender este análisis puntual? ¿No debemos orientar el análisis hacia la comprensión de las innovaciones que emergen en el sistema electoral? Quizás, este evento electoral nos permita señalar un rasgo relevante en cuanto a las características de la opinión de la población sobre el sistema político en general. Rasgo que ejemplifican el hecho de que Juan Sartori, a golpes de billetera, haya llegado a ser senador; la velocidad con que Ernesto Talvi logró imponer su figura sobre Sanguinetti en el Partido Colorado y, además, de qué forma; y la emergencia de la candidatura de Manini Ríos y su excelente score, algo relativamente extraordinario para un recién llegado a la política y cuya campaña fue muy corta.

Todos estos hechos también le dan sustento a la tesis de la fragilidad actual de nuestro sistema político, al menos en relación con la percepción que de él tiene la ciudadanía. Ello permite vislumbrar que cualquier recién llegado puede lograr un apoyo ciudadano relevante. Y que este nuevo fenómeno, necesariamente, debemos entenderlo como un descontento de todo lo existente en el sistema político desde ya hace un tiempo. Por ello, justamente, se apoya fervorosamente a un recién llegado, aun sin conocerlo demasiado. Incluso, a veces, de forma fervorosa.

Por otro lado, la autoconvicción del FA de haber hecho las cosas bien en sus 15 años de gobierno hace que le sorprenda que el electorado, al menos en parte, lo haya abandonado. Y con eso vacila entre culpar al electorado de dejarse engañar por la propaganda y responsabilizar a sus dirigentes por haberse alejado de las bases.

Si esto es así, si esta es una hipótesis a retener para comprender el momento en que vivimos, es la de una enorme fragilización del sistema político, que, como consecuencia, genera una muy fuerte inestabilidad en él. Y esta inestabilidad refleja cierto descreimiento del sistema en este momento.

Una hipótesis de salida de esta situación es que se puedan estar originando en el futuro cercano las condiciones para la emergencia de un líder carismático o una corriente de tipo populista con caracteres antidemocráticos, que prometa cambios ya y ahora, aunque estas sean promesas totalmente irresponsables. Esta hipótesis se sustenta en esta emergencia, en la aparición de personajes a los que hacíamos referencia previamente.

Otra alternativa que se está proyectando, basada, en cierta medida, en lo que ha pasado en la última fase de la campaña en el FA, es que esta fragilización de la confianza en el sistema político se manifieste de alguna manera, en el caso de los militantes frenteamplistas, como desconfianza por sus dirigentes y ello se refleje en la exigencia de un aumento de la participación de las bases en la actividad política del FA. En la demanda de acortar la distancia entre las bases y los líderes, los diputados, los senadores y, ¿por qué no?, los intendentes actuales o futuros.

Pero las bases, para poder existir, necesariamente deben estar movilizadas. Mi pronóstico es que este camino seguramente tendrá continuidad, porque posiblemente a corto plazo comenzaremos nuevamente con las campañas de recolección de firmas en torno a plebiscitos, que seguramente serán varios. Ello debido a que el presidente electo, Luis Lacalle Pou, ha hecho una campaña eficiente para ganar las elecciones, pero a costa de una estrategia de comunicación repleta de vaguedades. Cuando finalmente presente su proyecto de ley de urgencia de 400 artículos, nadie creerá que realmente este no estaba en lo fundamental ya formulado. Sea como sea, seguramente la lectura de esta situación hará pensar que el presidente Lacalle escondió sus auténticas intenciones, que sí reflejará en sus medidas de gobierno, y que ese ocultamiento se produjo por motivos electorales. La contracara de esta estrategia es que ello posiblemente engendre las condiciones para enormes movilizaciones en el inicio de su gobierno. Si estos pronósticos se cumplen, posiblemente, el sistema político, a la larga, vuelva a fortalecerse, en la medida en que dichas movilizaciones reflejen una auténtica voluntad de democracia en la sociedad.

TOMADO DE BRECHA, 12/12/19

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