Más que una foto

Publicado el 17/12/18 a las 12:49 am

Texto y fotografía Juan Ángel Urruzola

Este artículo forma parte del número 10 de Compañero la revista que acaba de salir.

Un viernes por la tarde tomé cita con el director de la cárcel de Punta Rieles, el educador Luis Parodi, para sacar unas fotos para la entrevista que nuestro compañero Daniel Gerhard había realizado unos días antes. Parodi me propuso sacar las fotos fuera de la cárcel pero le dije que prefería ir allí. No le comenté que en realidad tenía mucha curiosidad por volver a esa cárcel donde estuve detenido varios meses sobre finales de 1972, a mis 19 años. Eran otras épocas y otros contextos, en el patio delante del edificio central de ladrillos recuerdo que a mí y a varios compañeros más, nos bajaron de un camión y uno a uno nos sacaron la capucha. Salíamos de meses de “máquina” (como le decíamos a la tortura) y recuerdo aún hoy el deslumbramiento de la luz de una tarde de finales de setiembre de 1972, cuando un soldado nos arrancó la capucha que nos cegaba a cada uno. Hoy cuando Parodi me ofreció visitar ese viejo celdario, lo primero que me golpeó es el estado calamitoso del edificio, el director me lo comenta y mientras él me habla sobre eso, un preso que está baldeando uno de los baños del segundo piso lo corrige: “no Parodi, ahora está muy bien, nosotros lo arreglamos todo este piso, ni luz había, ahora hay agua, luz y funcionan los desagües”. Luego el director me comenta que “el dinero del Ministerio es mínimo, muchas veces se tapa un caño y tengo que aceptar que algún sanitario padre de detenido o pariente se ofrezca a venir y arreglarme el caño, acá sobrevivimos como podemos”.

Le pregunto por “la capilla” (antes de ser cárcel había sido un edificio de la iglesia y uno de su brazos era una capilla, en 1972 cuando fue cárcel de hombres allí tuve mi primera visita con mi hermano de 14 años), el director me dice que ese espacio es una sala polivalente, hay un espacio de boxeo y detrás está la radio, llegamos a visitarla y hay un par de detenidos rapeando delante de los micrófonos, enseguida al vernos llegar surgen temas a conversar.

Durante la hora y media de mi estadía junto a Parodi, mientras recorríamos la cárcel, decenas de detenidos nos pararon para pedir diversas cosas al director.

Me impactó el trato de los detenidos con Parodi, de respeto pero la mayor parte de confianza y hasta diría de amistad, sí, parece que le hablaran a un amigo del barrio. Ha logrado instalar un terreno de confianza, todos trabajan poniendo de sí, el director, los presos, los funcionarios: “el que esta acá y no participa o no hace nada, quiere decir que no entendió de que se trata y en realidad es mejor que se vaya”.

“¿Tenés problemas de violencia acá?”, pregunto. “No, casi nada, hubo alguna pelea, encontramos algún cuchillo, nada, en las requisas apareció algún cuchillo alguna vez, poca cosa, si le encuentro un cuchillo a alguien se va, no entendió para que esta acá.”

“¿Y la otra cárcel, la de ahí al lado?”, pregunto. “Un desastre, yo intenté decirles, pero no me escucharon, me invitaron a reuniones y al final me echaron y eso que no dije nada, solo pregunté: ¿por qué dos horas de visita? Y no hay una razón, es administrativo, entonces te das cuenta qué entendieron, compramos un concepto de cárcel antiguo, viejo, pero lo compramos como nuevo, como si fuera una novedad, es el encierro puro y duro, los presos ya hicieron motines, intentos de suicidio, eso no camina, pero eso se sabía antes de empezar, compramos espejitos.”