domingo 8 de diciembre, 2024

Las cosas no van a seguir como están

Publicado el 17/12/18 a las 12:56 am

 Fotografía Juan Ángel Urruzola

Por Gabriel Delacoste 

Este artículo forma parte del número 10 de Compañero la revista que acaba de salir.

Una manera de pensar estratégicamente en la izquierda uruguaya es mirar lo que está pasando en otros lugares para intentar escudriñar qué caminos se abren allí. En este momento de ascenso y radicalización de las derechas, a veces perdemos de vista que las izquierdas del mundo también están viviendo transformaciones profundas. 

Quizás la más notable entre ellas sea el colapso de las socialdemocracias y las centroizquierdas que vivieron entre los 80 y los 2000 procesos de “corrimiento al centro”. Si miramos a Europa, podemos ver como el Partido Socialista francés, el Partido Socialista Obrero Español, el Partido Socialdemócrata de Alemania, el Movimiento Socialista Panhelénico (PASOK) y el Partido Socialdemócrata Sueco baten cada elección récords que marcan los peores resultados de su historia. En América Latina, algunas centroizquierdas vinculadas a la socialdemocracia o al neodesarrollismo (como la Concertación chilena o el PT brasileño) se encuentran en crisis.

Muchos de estos partidos vivieron durante las últimas décadas procesos llamados de “renovación”, que implicaron diferentes grados de negociación con las tendencias ideológicas, económicas y políticas impuestas por el avance neoliberal. En un principio, las concesiones al neoliberalismo fueron tácticas, pero con el tiempo se fueron asumiendo como compromisos ideológicos. Las reformas laborales empresistas, los tratados de libre comercio, las rebajas de impuestos a “los inversores”, las reformas “de mercado” que usan la competencia para “mejorar la gestión” empezaron a ser parte del repertorio de centroizquierdas que aceptaban el marco básico neoliberal, aunque plantearan matices aquí y allá. La síntesis ideológica de esta tendencia se llamó “Tercera Vía”, nombre puesto por Anthony Giddens, asesor de Tony Blair.

Cuando en 2008 la crisis financiera generó recesiones en muchos lugares del mundo, los partidos que estaban en el gobierno sufrieron duros golpes. Las socialdemocracias griega y española hicieron tremendos ajustes, al igual que el PT brasileño, lo que los deslegitimó ante sus bases. Fenómenos similares ocurrieron en muchos países, donde las centroizquierdas convencionales que habían negociado con el neoliberalismo fueron prácticamente borradas del mapa.

Esta crisis además desestabilizó a muchos de los regímenes democráticoliberales surgidos en las últimas décadas de la Guerra Fría, y a sus sistemas de partidos. La política de España, Grecia, Brasil, Argentina y Chile es muy distinta de la que era antes de 2008. Los grandes partidos de la transición, en casi todos estos países, se transformaron en muchos casos o bien en aliados subordinados de nuevas derechas, como la UCR con el macrismo, o bien fueron arrasados por estas nuevas derechas, como el PSDB y el PMDB, que dejaron paso a Bolsonaro. Fenómenos similares suceden en muchos lugares del mundo, donde las centroderechas están siendo sustituidas por derechas radicales, racistas, machistas, violentas y, por supuesto, neoliberales. 

Las centroizquierdas, así, muchas veces son atacadas desde el centro, cuando el liberalismo ya no ocupa el lugar derecho del espectro político y tiene que buscar otro territorio. Los liberales, entonces, migran hacia el espacio antes ocupado por los socialdemócratas, aprovechando su crisis. Se forman así sistemas de partidos donde la “izquierda” son los liberales y la derecha los conservadores, como si volviéramos al siglo XIX, a antes de la aparición de los partidos obreros. La Francia de Macron es el ejemplo paradigmático de esto. Se trata de una situación ideal para el neoliberalismo y el empresariado, y catastrófica para la izquierda.

Aparecieron también nuevas izquierdas partidarias, que fueron diferentes según las condiciones políticas de cada país, pero tienen en común disputarle al centroizquierdismo “renovado” y al liberalismo la hegemonía sobre el campo izquierdo del espectro político. La mayoría de las veces, esto ocurrió en una secuencia según la cual primero aparece un gran movimiento social (como el movimiento estudiantil chileno, el 15M español o las protestas contra el ajuste en Grecia), del que surgen expresiones en el sistema político (al caso el Frente Amplio chileno, Podemos y Syriza). Las izquierdas que eran críticas de la centroizquierda antes de la crisis, ante esto, han tenido diferentes reacciones: en Chile, el Partido Comunista se sumó a la vieja Concertación fundando la Nueva Mayoría, en España, se alió con Podemos para formar Unidos Podemos, mientras en Grecia se mantuvo fuera de la coalición de Syriza.

Existe, sin embargo, un caso en el que la crisis de la Tercera Vía no se tramitó a través de la creación de un nuevo partido o coalición por fuera de la centroizquierda ya existente, sino con un cambio en la relación de fuerzas a su interior a favor de la izquierda, que generó un cambio radical en la orientación política del partido. Es el caso del Partido Laborista británico, lo que es insólito, tratándose de la que había sido la centroizquierda más de derecha del mundo, que carga con la vergüenza de haber acompañado a Bush a la guerra de Irak en 2003. Uno de los opositores a esa guerra, desde la Stop the War Coalition, fue Jeremy Corbyn, actual líder del partido. Corbyn era un diputado laborista que formaba parte del ala izquierda del partido en los 80, y cuando este empezó a correrse a la derecha, él se mantuvo en posturas firmemente a la izquierda, con posturas contrarias al ajuste, la privatización y el imperialismo.

Luego de la derrota del laborismo liderado por Blair y Gordon Brown, y luego de unos años de crisis, una elección interna que no iba a tener mayores consecuencias, tuvo como resultado que la base del partido se rebeló contra el consenso centrista y eligió con casi 60% de los votos a un dirigente que hasta entonces había sido marginal. Cuando la élite del partido conspiró en su contra y forzó una segunda elección interna, Corbyn ganó por más diferencia aún. Los apoyos de Corbyn vinieron sobre todo de adherentes al partido que volvían después de años lejos de la militancia, asqueados por la orientación derechista del partido, y por jóvenes de izquierda que se habían socializado fuera del partido pero vieron la oportunidad de incidir en un momento en el que se podía expulsar a la élite derechista que se había apoderado de este.

Dos actores tuvieron un rol fundamental en esta transformación: los sindicatos, que hasta ese momento habían apoyado al liderazgo derechista del partido y decidieron salir de la actitud de “no hacer olas” y usaron su poder para desequilibrar la interna; y Momentum, una organización montada después de la primera victoria interna de Corbyn, que tiene un pie dentro y otro fuera del partido, y que tiene como fines correrlo a la izquierda, ser un vaso comunicante con la izquierda social y montar campañas propagandísticas en redes sociales. Las bases, así, retomaron su partido y lo hicieron a través de una alianza entre las nuevas y las viejas generaciones, y entre las nuevas y las viejas formas de organización.

El Partido Laborista, con su nuevo líder y su nueva orientación, logró privar a los Conservadores de su mayoría parlamentaria, y ahora navega en la oposición, como puede, las difíciles aguas de la política británica en tiempos de Brexit. Esto, sin ceder nada a la derecha ni en temas económicos ni en temas sociales, mientras elabora un programa de reformas socialdemócratas radicales, y la izquierda británica se reconstruye lentamente, dentro y fuera del laborismo.

El caso británico puede ser interesante para pensar al uruguayo, más allá de las evidentes diferencias. Ciertamente el Frente Amplio nunca se corrió tan a la derecha como el laborismo. Y el FA no es un partido sino un Frente, en el que las corrientes críticas siempre compartieron parte del poder y fueron capaces de ejercer ciertos bloqueos. Además, la situación del Reino Unido es tan diferente en tantos sentidos a la uruguaya que no es en absoluto obvio que puedan funcionar las mismas estrategias ni los mismos programas.

Uruguay es, además, un caso peculiar, al ser uno de los pocos países en los que no existió una recesión ni durante ni después de la crisis de 2008. Si esto no sucedió por la “seriedad” de la política económica astorista o por la “canilla abierta” del gasto y la inversión públicos durante el gobierno de Mujica, es algo a discutir. Pero también tenemos que tener en cuenta que el “desacople” de la economía uruguaya respecto a la región es ficcional, y que la demanda de ajuste por parte de “los mercados” y sus aliados va a llegar tarde o temprano, haciéndose más probable cuanto más ajustan los países vecinos.

El giro a la derecha del gobierno frenteamplista en 2015 debería hacer a la izquierda uruguaya pensar este problema con seriedad. El avance de las derechas y las ultraderechas (y de los “centros” liberales sobre el campo izquierdo), también. En Uruguay, como en tantos lugares, se dio un proceso de “renovación de la izquierda” desde los 80, que implicó la aceptación de un marco liberal para pensar la política, y también, más gradualmente, de una ideología tecnocrática y empresarial. Si bien este proceso fue menos extremo que en otros lugares gracias a las resistencias internas, también se dio, y de hecho se está acelerando. Es necesaria una revisión crítica del proceso de “renovación”, tanto en lo ideológico como en lo estratégico.

Esta revisión no tiene que empezar de cero. Desde que hubo “corrimiento al centro” hubo quienes lo resistieron. El rumbo de un Frente Amplio de izquierda en el futuro seguramente tuvo algunos gérmenes en políticas del gobierno de Mujica: el “dejar seguir” ante las iniciativas de la “agenda de derechos”, la financiación de las cooperativas, la política exterior latinoamericanista (lo que no quiere decir, por supuesto, que todas hayan sido luces, especialmente si pensamos cuestiones policiales, ambientales y de derechos humanos). Hubieron después de esos varios intentos de “giro a la izquierda”: la campaña de Constanza Moreira contra Tabaré Vázquez (acompañado de casi todos los sectores), la movilización de las bases para dar vuelta un intento de “renovación ideológica” en el Congreso Rodney Arismendi, y ahora la campaña presidencial de Oscar Andrade.

Pero estos esfuerzos no han logrado, por el momento, ni cambiar la orientación del FA ni romper la idea de que se está deslizando cada vez más hacia la derecha. Mucha gente está desertando, y ese es un problema grande para el FA, especialmente para su ala izquierda. A veces, la gente se va a otros partidos, sea la Unidad Popular (que es ella misma fruto de una escisión causada por el “corrimiento al centro”, a no olvidarlo) o al extremo centro de Mieres, Amado y Valenti. Otros, muchas veces militantes, a un espacio todavía amorfo de la “izquierda social” que no parece destinada a tener una expresión partidaria. Y otros, directamente a la despolitización, el desencanto y el resentimiento. Es probable que la mayoría de esta gente vote al FA como mal menor en la segunda vuelta, pero este consuelo no justifica ignorar el problema.

La campaña de Andrade podría ser una oportunidad interesante para enfrentar estos problemas, y para desencadenar un proceso que tenga como objetivo que la base y la izquierda cambien la orientación del FA. Este proceso se va a encontrar algunos obstáculos predecibles. 

El primero, la forma como está estructurada la disputa entre sectores del FA. Es necesario desequilibrar y superar el esquema actual de los sectores, para que la izquierda frenteamplista no esté dividida, teniendo presencia en diferentes proporciones en el PS, el MPP, Casa Grande, el PCU, el PVP y muchas otras organizaciones. Un objetivo estratégico fundamental para lograr eso sería nuclear organizativamente a la izquierda frenteamplista, para aclarar el mapa y dar la discusión en los términos que tiene que darse, y no como una disputa sectorial a varias bandas. Esto es especialmente importante en un momento en el que los tres grandes líderes (Astori, Mujica y Vázquez) que organizaron la disputa interna del FA en estos años están por retirarse, desordenando el mapa y generando muchas oportunidades para el realineamiento.

Este realineamiento podría lograrse a través de acuerdos, pero también de lógicas de desborde, en las que quien tome la delantera en la revisión crítica del proceso de “renovación” derechizadora será capaz de activar una enorme energía militante que está espe-rando las señales que la convoquen. Esto no tiene ninguna garantía de éxito, e implica correr ciertos riesgos, experimentar con nuevas estéticas y tener apertura hacia nuevas formas de participación. Para funcionar necesita que se de a entender claramente que se está abriendo algo distinto, a lo que vale la pena sumarse, y no apenas un maquillaje de lo que va a seguir igual. Pero si se logra, podría tener resultados más allá de lo imaginable en una competencia interna normal.

En el escenario actual, se presentan problemas de corto y de largo plazo. En el corto, la ofensiva derechista que va a caer sobre Uruguay, que va a ser mucho más intensa y dura de lo que imaginamos. En el largo, repensar estratégicamente el marco de la acción de la izquierda, dentro y fuera de los partidos. Es muy improbable que las cosas sigan como están por mucho tiempo. Los términos de la disputa política están transformándose profundamente en todo el mundo, al tiempo que se expande en muchos lugares una ola de odio a las élites y una intensa politización de la vida cotidiana. Es probable que la izquierda “corrida al centro” se vuelva una posición imposible entre la demanda de ajuste y la impaciencia de las bases sociales. Esto genera riesgos, pero también oportunidades, que tienen que ser bien leídas. Una estrategia adversa al riesgo puede ser lo más riesgoso en una situación así.

Es el momento, aunque la urgencia diga otra cosa, de hacerse preguntas profundas. ¿Cuál tiene que ser el rol de los partidos? ¿Qué programas son factibles y que escenarios de lucha se abren en el mediano plazo? ¿Qué herramientas van a ser necesarias para enfrentar esos escenarios? ¿Qué tan lejos estamos de tener lo que necesitamos? Una campaña electoral es un momento tan bueno como cualquier otro para hacerse estas preguntas, y responderlas.

Un Comentario para “Las cosas no van a seguir como están”

  1. INES LAXAGUE

    Ene 4th, 2019

    La clave..esta en los LIDERES….son ellos los que deben tener claro el camino y enseñarlo….lo demas viene solo….

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