Apareciendo, Entrevista al fotóografo cordobés Gabriel Orge
Publicado el 18/10/18 a las 11:55 pm
Por Juan Ángel Urruzola
El fotógrafo Gabriel Orge me espera en el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC) instalado en el vieja Cárcel de Miguelete, está desde hace unas semanas haciendo una residencia para desarrollar su proyecto “Apareciendo”. Días pasados Raúl Olivera me avisó que había un fotógrafo cordobés que haría una intervención en la casa donde vivía y fue detenida Elena Quinteros. Allí estuve y nos conocimos. Me dijo que estaría fuera de Montevideo una semana y acordamos esta entrevista para la Revista Compañero. Habiendo yo mismo trabajado en fotografía sobre el tema memoria, la labor de este fotógrafo me pareció muy interesante, había logrado una difícil síntesis entre denuncia, poesía y memoria. El encuentro es en la celda 3, en realidad los talleres que cada residente tiene asignado como espacio de trabajo es una vieja celda. Gabriel me recibe preguntándome sobre si sé si en Miguelete hubo presos políticos, le cuento que había leído de los viejos anarquistas que estuvieron allí detenidos y que Mujica y algunos cañeros en los inicios de las primeras expropiaciones habían estado allí. Él me comenta que Samuel Blixen le dijo que tal vez Marenales y Arturo Dubra también estuvieron allí detenidos en los años 60…
–¿Cómo comienza tu proyecto “Apareciendo” Gabriel?
–No surge como proyecto, más bien surge como intervención para activar la memoria en el octavo aniversario de la desaparición de Jorge Julio López. Es una intervención de la imagen de López proyectada a escala en la ciudad, la gente se cruza y empiezan las preguntas, aparecen algunas respuestas y en ese proceso se activa la memoria. Lo que quiero decir que no empieza como proyecto, fue una intervención puntual, pero luego comienzan a suceder una serie de cosas que darán vida al proyecto. Respuestas y propuestas de la gente que comenzó a escribirme y sugerirme ciertas intervenciones en diferentes lugares del país, en provincias, desapariciones sucedidas allí.
Comencé con Jorge Julio López que en los 70 estuvo desaparecido y, cuando comienzan los juicios a los represores, él es testigo y lo vuelven a desaparecer. Él es un caso emblemático de doble desaparición, un caso paradigmático de doble desaparición.
Yo soy de otra generación, que vivió estas cosas siendo niño o adolescente en el colegio secundario y me interesaba mucho la historia de Julio López. Es así que tuve que viajar por trabajo a Santa Rosa de la Pampa el día que se cumplía el noveno aniversario de la desaparición de López y algunas personas me cuentan la historia de la desaparición de Andrea López en esa misma zona, desaparecida por violencia de género y trata de mujeres. Eso me decidió a hacer una intervención con su imagen en la naturaleza y luego la imagen empieza a circular por las redes, la gente la hace circular. Esto hace otro espacio de circulación que complementa la realización de la propia intervención donde a veces hay público, otras veces no y de la exposición posterior de la imagen en muestras, etc.
–¿Sos de una generación que vivió la dictadura siendo niño?
–Sí, durante la dictadura tuve entre 9 y 15 años.
–¿Qué significaron los desaparecidos para ti?
–Significó el miedo, un terror permanente, familiares míos estuvieron detenidos y desaparecidos, aunque más tarde aparecieron, pero eso instalaba un miedo permanente…
–¿Se hablaba en tu casa?
–Sí claro, en casa se hablaba y se comenzó a hablar más a partir de la detención de mi primo, aunque de política siempre se habló en mi casa.
–¿Había cosas de las que tus padres te decían de no hablar?
–Sí, recuerdo que a veces me retaban, recuerdo una vez que mis viejos me retaron porque andaba cantando la marcha peronista… Sí, había miedo, no podíamos hablar con cualquiera o levantar cosas del piso, eso me quedó grabado… pensá que yo soy de un pueblo chico, luego de la adolescencia iría a una ciudad más grande, pero la dictadura la pasé en un pueblo chico. Otra cosa que recuerdo de cuando era chico en plena dictadura, a mis 9 o diez años los chicos hablábamos que los militares iban a las escue-las, colegio por colegio y elegían un chico o una chica y se la llevaban y nunca más volvía, era como un mito que nos contábamos entre nosotros y eso nos generaba terror, había un terror entre los chicos que nos pudieran venir a buscar… no lo olvido más.
–Es una manera de mantener el miedo latente, podés desaparecer… Hay una vinculación muy fuerte en tu trabajo con todo esto, tú los hacer aparecer, los aparecés en la ciudad pero luego también en la naturaleza, ¿cómo vino esa idea tan fuerte?
–Lo de la naturaleza fue algo intuitivo, nunca hubo algo muy pensado previamente. La primera que hice fue la de Julio López, la hice primero en la ciudad y luego en un lugar de mi pueblo. Un lugar al que vuelvo siempre donde de niño vi un hecho de violencia, pero eso lo recordé luego, no recordaba tenerlo en la memoria. Elegí una zona donde se veía el río, la barranca y el cielo, o sea estaba todo ahí: agua, tierra y cielo servían como base y planteaban ciertas preguntas al proyectar un desaparecido en ese lugar. La naturaleza está ligada a la vida. El gesto de mi trabajo se aproxima al hecho de devolverlos a la vida como metáfora.
–Interesante que trabajando todos estos temas te hayas presentado a esta residencia en una ex cárcel, estamos conversando ahora en una celda…
–Yo supe de la existencia del EAC y que estaba en una cárcel, y eso me interesó. Luego supe de las residencias y decidí presentarme, me interesó mucho el lugar, quería trabajar sobre todo eso, sobre la arquitectura, etc.
Luego de ser seleccionado, cuando vengo a Montevideo lo primero fue investigar en los archivos de la Nación, de la Biblioteca Nacional, el del Sodre y el Archivo del Centro de Fotografía. También hablar con gente e informarme… De esas conversaciones me interesé mucho en la historia de Elena Quinteros. Cuando alguien la nombró lo primero que me llamó la atención fue que era una docente, una educadora como mi vieja que es docente. Por ese lado la historia me toca, así de entrada. Luego informándome más me cuentan que su casa, donde vivía en los 70 y de donde fue secuestrada, está hoy en manos de los militares, que la siguen usando y este dato terminó de conven-cerme de hacer una intervención ahí, en ese lugar, en la casa de Elena.
–Hace una rato me hablabas que en tu búsqueda también te interesaste por los viejos anarquistas, tal vez Miguel Arcángel Roscigna sea de los primeros desaparecidos del Río de la Plata si no tenemos en cuenta lo acaecido a las tribus indígenas originarias, diezmadas durante la colonia y en las primeras décadas del XIX…
–Me interesa la historia de Roscigna y su grupo, donde había catalanes y argentinos, eran anarquistas expropiadores y estuvieron vinculados a Severino Di Giovanni. A su vez todos ellos estaban vinculados a Durruti en España, incluso creo que Durruti los invita a irse a España, pero Roscigna decide quedarse en el Río de la Plata y seguir accionando en la región. Evidentemente me interesa mucho esa historia, como vos decías aparte de lo sucedido con las comunidades originarias, dentro del siglo XX la de estos anarquistas debe ser de las primeras desapariciones políticas.
–¿Cómo sigue tu proyecto Apareciendo?
–No sé cómo sigue. Estoy invitado a la Bienal de Fotografía documental de Tucumán, ahí tengo ganas de trabajar sobre la desaparición de Lucho Falú –tío de una amiga y hermano del músico Juan Falú–, cuyos huesos fueron encontrados luego de una larga búsqueda el año pasado y espero que podamos concretar esta nueva “aparición”.
–¿Vos que hacés, cuál es tu trabajo?
–Vengo de la fotografía, desde los 20 años estoy en la foto. A los 27 empecé a vivir de ella, exploré todo lo que como fotógrafo podía darme de vivir. Al mismo tiempo siempre me interesó mucho la docencia y lo educativo en el sector de la fotografía. Desde el año 2000 coordino un proyecto autogestivo llamado Manifiesto Alegría, es un taller de experimentación conceptual sobre la fotografía, hoy día el grueso de mi trabajo es este proyecto.
–¿Has realizado otros proyectos artísticos?
–Sí, pero lo que me interesó siempre fue fotografiar cosas en paralelo a los trabajos comerciales y lo que me interesó siempre fue lo social, lo político social…
–En tú trabajo lográs aunar, de una manera muy delicada y sutil, testimonio y poética, no es nada fácil…
–Mi trabajo en “Apareciendo” no es algo planeado, como te decía al principio. En el origen es un impulso y una cosa te lleva a escarbar, a buscar y luego ves lo que te sucedió, lo que le sucede a la gente con tu trabajo, como llegás a sensibilizar a otros… Es trabajar sobre las imágenes comunes de nuestra historia pasada y traerlas al presente, resignificarlas hoy acá. No sé plantearle preguntas al espectador, al que se acerca a una intervención en el espacio público o se cruza con estas imágenes en las redes o un museo… lo que me interesa y me parece importante de este recurso que yo uso es que es solamente luz, por definición hay un intangible, es luz que yo mando sobre un muro o un árbol, no es vandálico, es algo efímero, una imagen proyectada sobre el territorio o la arquitectura, es algo frágil que tiene que ver con los espectral, esas imágenes habitan ese lugar extraño que a su vez está vinculado a lo sensible…
–Eso que decís me hace acordar a Videla cuando reconoce que desparecieron a miles, y dice; “no están, ni acá, ni allá, desaparecieron”.
–Exacto, “no están, ni acá, ni allá…”. Y hace un gesto con las manos… es eso…
–Eso es muy fuerte en tu imagen de Atacama, ¿cómo fue esa intervención?
–Conocía la historia, había visto la película de Patricio Guzmán Nostalgia de la luz y me conmovió, mirá me conmueve ahora hablar… Uno de mis grandes amigos es chileno refugiado. Él me ayudó, me hizo los contactos, consiguió el contacto con Violeta Berríos, la mujer de Mario Argüelles uno de los fusilados de Atacama. Luego ella nos ayudó a investigar y tuve la suerte de encontrar dos retratos grupales de los mineros que serían fusilados, de hablar con Carmen Hairt que es la esposa de otro de los fusilados y además la dueña de la cámara con la que se hizo esa fotografía que luego usé para la proyección. Ir con Violeta al desierto, recorrer con ella, escuchar toda esta historia…
–¿Ella vio la intervención o solo vio la foto?
–Ella vio la foto. El desierto de Atacama es enorme, tiene 1600 km de largo y entre 100 y 300 km de ancho, me llevó tiempo encontrar el lugar donde pudiera funcionar la proyección. Donde anduvimos con ella el desierto es como un paisaje lunar, hay dunas, todo redondeado y suave, no hay nada donde proyectar y al fin encontré ese paisaje, con esos volcanes al fondo, es un territorio muy poderoso…
–A mí esa foto de Atacama me lleva a esta otra del árbol, hablame un poco de este trabajo…
–Es el retrato de un joven de la gran etnia Guaraní que proyecté sobre ese árbol en la Selva Yunga en Salta. Ahí estuve como quince días trabajando. Hice otras fotos con la comunidad Qom o Comunidad Toba con una foto del archivo general de la Nación de 1892, es un retrato grupal de la tribu y lo proyecté del otro lado de un pequeños arroyo. Era como un encuentro, llegás y los encontrabas del otro lado del arroyo observando desde los árboles… el encuentro entre el blanco y el indio….
El objeto de ponerlos en la selva aborda otro tipo de desaparición o de invisibilización, ya no de un individuo sino de comunidades enteras, expulsadas, dasaparecidas de sus lugares, desplazados de sus tierras y es lo que sucedió en toda América Latina con los pueblo originarios… Mi trabajo también aborda ese tema, es devolverlos a “SU LUGAR”.
–Gabriel, gracias por tu trabajo…
Gabriel Orge nació en Bell Ville, provincia de Córdoba Argentina en 1967.
Aquí arriba Foto Gabriel Orge /- Apareciendo a los prisioneros de Calama. Desierto de Atacama, Chile 2017.
Al inicio del artículo:
Foto Gabriel Orge / “Apareciendo a López en el río Ctalamochita (a partir de una foto de Helen Zout). Córdoba 2014. La foto ganó el primer premio del Salón Nacional (fotografía) en el 2015.
Por ser el territorio más árido del planeta Atacama atesora la memoria del universo. En su suelo se esconde diseminado un fragmento de la historia de Chile: los restos de los veintiséis compañeros fusilados en la región de Calama por la llamada Caravana de la muerte el 19 de octubre de 1973. Durante 40 años sus madres, parejas, hermanas han rastreado sus huesos en la inmensidad del desierto.