Poder colectivo
Publicado el 16/05/17 a las 1:44 am
Por Emilio Cafassi
El pasado sábado 6 de mayo, el Congreso Rodney Arismendi del Frente Amplio uruguayo (FA) –autodeclarado en cuarto intermedio desde fines de noviembre– logró presionar por última vez la recurrente tecla punto que todo autor espera, cuando es final, para cerrar un texto que siempre tendrá vínculo, tácito o explícito, con una nueva aventura literaria. Los 4 capítulos del documento de principios y valores compartidos, pendientes de enmienda y corrección fueron concluidos. De este modo, el FA renovó el complejo y apasionante mecanismo de elaboración colectiva de sus textos fundantes, concluyendo definitivamente el Congreso. No puedo aseverar que sea la única fuerza política en el mundo que distribuye de un modo tan masivo el poder de producción documental, particularmente de sus textos fundantes y categóricos. Pero aún si compartiera esta metodología con otros partidos en otras latitudes, pertenecerá a un estrechísimo círculo de valiosos precursores de la democratización partidaria. Nunca es sencilla ni espontánea coautoría alguna, aún entre escasas plumas. Menos puede serlo de a miles de ellas. Sería más difícil aún, si no presuponemos que su militancia leyó detenidamente el original disparador, deliberó sobre contenidos y formas, participó de la elaboración de alguna propuesta o moción, mandatando finalmente a sus delegados para defender, rechazar o modificar cada línea. Aunque no es algo que los integrantes puedan hacer por exclusiva voluntad o iniciativa, sino que es la propia estructura organizativa y sus coyunturales direcciones, las que deben estimular y facilitar la elaboración conjunta.
Sin duda arduo y moroso, este procedimiento contiene varias potencialidades superadoras de las diversas opciones decisionales cerradas (del tipo “tómalo o déjalo” o “éste o el otro”) que se amplían al considerar la heterogeneidad ideológica, teórica, de experiencia e inserción social que contiene el FA. Por un lado, permite auscultar los acuerdos o desacuerdos en sus diversos “interiores” ya sean los comités de base, los propios sectores, los órganos directivos o los muchísimos representantes en los poderes del Estado. Por otro, trascender posteriormente las delimitaciones de tales “interiores” construyendo puentes y alianzas que fortalecen la unidad y las convicciones hacia resultados realistas y factibles. Genera además implicancia y pertenencia induciendo a la acción y defensa de lo decidido, cualquiera haya sido la opinión sobre ello. La participación, cuando es activa, compromete necesariamente la consecución de lo resuelto. Inversamente, si es simbólica o ficticia, se transforma en un placebo que desemboca inevitablemente en el desánimo y la despolitización.
Si bien el grado o nivel de democraticidad depende de la extensión inclusiva de los decisores y de la igualdad que exista para la adopción de las decisiones (en el más amplio sentido posible, no sólo de derecho sino también de información y de intervención en las discusiones) no se participa idénticamente optando por alternativas generadas por alguna fracción o sector, necesariamente estrecho por definición, que siendo co-creador de ellas. De este modo se supera la concepción liberal que reduce los procedimientos democráticos al mero acto de votar eligiendo exclusivamente entre variantes. La distinción es cualitativa y se traduce inmediatamente en mayor legitimidad. Por último, metodológicamente contribuye a reducir la distancia entre dirigentes y dirigidos, otorgándole a la vez idénticas condiciones a los militantes sectorizados que a los independientes que constituyen el sustrato fundamental del carácter movimientista del FA, aunque hoy se perciba en franca declinación.
Indudablemente la descripción precedente traza un ideal y contiene una serie de presupuestos, que luego la práctica puede entorpecer o modificar, debido a múltiples causas. Desde errores, dificultades coyunturales, desmovilización y desinformación de algunos o varios comités o sectores, confusiones por la propia complejidad y velocidad de las decisiones a adoptar, o de carácter comunicativo. Hasta podría haberlas por razones voluntarias, aunque no creo que sea el caso en el FA. Ni el desarrollo del largo cuarto intermedio, ni la sesión de cierre carecieron de algunos obstáculos. No reiteraré lo que consideré en otros artículos errores de la mayoría de la comisión organizadora que contrariaban el espíritu de extensión de los debates y nuevas propuestas, de celeridad en la distribución informativa y el estímulo a la interacción con el que fue fundamentado y aprobado el cuarto intermedio por una amplia mayoría. Me refiero aquí a otras cuestiones más pedestres como, por caso, algunas contradicciones u omisiones entre la versión digital distribuida a los comités (al menos del exterior) y la versión impresa y la propia edición en dos tabloides independientes –que requerían ser cotejados en cada parágrafo– con los que finalmente se consideraron las opciones sometidas a decisión, generando confusión.
Frente a la tensión entre las dificultades y el espíritu democratizador, la alternativa es el perfeccionamiento y ampliación de esta estimulante arquitectura de elaboración colectiva de las decisiones, además de hacerla cada vez más extendida y frecuente, cosa que requiere de una revisión crítica de la organización y medios de esta máxima instancia de dirección del FA: su Congreso. No sólo para que las decisiones reflejen del modo más fidedigno posible la concepción del conjunto de la militancia frentista, sino asimismo para mantener activa, informada y movilizada a esa amplia masa de activistas que cotidianamente sustenta la acción política. Afortunadamente el desarrollo de las tecnologías actuales (sumado al desarrollo de la informática y las telecomunicaciones en Uruguay que lo ubica en un lugar de vanguardia en América Latina) hace de este propósito una posibilidad muy concreta. Volviendo a señalar un ejemplo puntual, ¿no resulta risible que en pleno siglo XXI, en el FA sigan votando más de un millar de delegados con una cartulina, contabilizando a través de “contadores humanos” por zonas que transmiten en un papelito los resultados hacia otro humano centralizador, con la consecuente pérdida de tiempo, posibles errores y fundamentalmente posibilidad de registro de la trayectoria electoral de cada delegado para posterior verificación del cumplimiento de su mandato por parte de sus mandantes?
Como la mecánica concebida proviene de una tradición histórica sustentada en una práctica, encarnada por sujetos concretos, no sólo se trata de eludir obstáculos prácticos, sino también de reflexionar sobre los factores sociológicos y subjetivos. Ninguna fuerza de izquierda o progresista puede dejar de interrogarse cotidianamente sobre sus propios riesgos de burocratización ni sobre los modos de reproducción de sus estructuras y jerarquías. De hecho, varios sectores lo hacen consigo mismos, pero es llamativo que el propio FA se despreocupe de ello. Quizás parte de la distancia entre la realidad y sus ideales, provengan de la indiferencia teórica e ideológica por este problema endémico de las izquierdas, más acuciante aún cuando acceden al poder político. Y en esta misma esfera más subjetiva, también llama la atención la ausencia de formación de su militancia, dejándola en manos exclusivas de los sectores. A los efectos de lo que discuto, no refiero a aspectos ideológicos, sino más concretamente a los modos de participación en estas instancias cardinales de producción colectiva, que exceden la lectura de un simple reglamento. Si ya la participación requiere de concentración, rapidez de respuesta, talento para anticipar imprevistos, ¿cuánto se amplía la diferencia entre los militantes profesionales, dedicados exclusivamente a la tarea política y aquellos que entregan sus esfuerzos luego de las propias jornadas laborales sin recibir siquiera un mínimo de instrucción para acortar las distancias con los primeros, comprender la mecánica y posibilidades aportando su contacto con la realidad social? ¿Cuánto de los resultados, no depende de vivezas y artesanías cuyos oficios son transmitidos en círculos selectivos y conocidos por unos pocos experimentados?
Sin embargo, no quisiera dejar la discusión en un plano exclusivamente hipotético o especulativo, sino remitirme a los resultados fácticos. El FA no sólo produjo sus programas y documentos históricos por estos procedimientos inclusivos de la totalidad de sus adherentes, sino que en el caso del documento de principios y valores, logró enriquecer el original de manera sustantiva, delimitando en varios casos conceptos y objetivos, al tiempo que desaparecían varios lugares comunes. El texto aprobado, aunque resta aún la corrección de estilo decidida por el propio congreso, guarda escasa similitud con el que fue enviado a las bases el año pasado, superándolo claramente. Mantengo no obstante la preocupación por varias debilidades del capítulo V que en vísperas de la decisión de la Mesa Política acerca de la iniciativa de reforma constitucional, le aporta escasos insumos para alentarla, además de la premura ante la proximidad de instancias electorales. Resulta de este modo una prueba de que los ideales de producción colectiva concebidos en el origen frentista pueden ser encarnados aunque merezcan profundización y aggiornamiento.
En otros términos, más y mejor poder colectivo.
Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, cafassi@sociales.uba.ar
14 de mayo de 2017