Otro simio en la Casa Blanca (Dossier)
Publicado el 14/11/16 a las 1:04 am
Los resultados de la elecciones en Estados Unidos merecen análisis desde varias perspectívas. ¿Por qué ganó Trump? ¿Enfrentará el colapso económico estadounidense? ¿Qué nuevas posibilidades geopolíticas se abren? ¿Cómo afectará a América Latina? Para aproximarnos a algunas respuestas presentamos este dossier con artículos de Atilio Borón, Michael Roberts y Raúl Zibechi.
Trump: el otro fin de ciclo
Por Atilio Boron
En el último año hablar del “fin del ciclo progresista” se había convertido en una moda en América Latina. Uno de los supuestos de tan temeraria como infundada tesis, cuyos contenidos hemos discutido en otra parte, era la continuidad de las políticas de libre cambio y de globalización comercial impulsadas por Washington desde los tiempos de Bill Clinton y que sus cultores pensaban serían continuadas por su esposa Hillary para otorgar sustento a las tentativas de recomposición neoliberal en curso en Argentina y Brasil.[1] Pero enfrentados al tsunami Donald Trump se miran desconcertados y muy pocos, tanto aquí como en Estados Unidos, logran comprender lo sucedido. Cayeron en las trampas de las encuestas que fracasaron en Inglaterra con el Brexit, en Colombia con el No, en España con Podemos y ahora en Estados Unidos al pronosticar unánimemente el triunfo de la candidata del partido Demócrata. También fueron víctimas del microclima que suele acompañar a ciertos políticos, y confundieron las opiniones prevalecientes entre los asesores y consejeros de campaña con el sentimiento y la opinión pública del conjunto de la población estadounidense, esa sin educación universitaria, con altas tasas de desempleo, económicamente arruinada y frustrada por el lento pero inexorable desvanecimiento del sueño americano, convertido en una interminable pesadilla. Por eso hablan de la “sorpresa” de ayer a la madrugada, pero como observara con astucia Omar Torrijos, en política no hay sorpresas sino sorprendidos. Veamos algunas de las razones por las que Trump se impuso en las elecciones.
Primero, porque Hillary Clinton hizo su campaña proclamando el orgullo que henchía su espíritu por haber colaborado con la Administración Barack Obama, sin detenerse un minuto a pensar que la gestión de su mentor fue un verdadero fiasco. Sus promesas del “Sí, nosotros podemos” fueron inclementemente sepultadas por las intrigas y presiones de lo que los más agudos observadores de la vida política estadounidense -esos que nunca llegan a los grandes medios de aquel país- denominan “el gobierno invisible” o el “estado profundo”. Las módicas tentativas reformistas de Obama en el plano doméstico naufragaron sistemáticamente, y no siempre por culpa de la mayoría republicana en el Congreso. Su intención de cerrar la cárcel de Guantánamo se diluyó sin dejar mayores rastros y Obama, galardonado con un inmerecido Premio Nobel, careció de las agallas necesarias para defender su proyecto y se entregó sin luchar ante los halcones. Otro tanto ocurrió con el “Obamacare”, la malograda reforma del absurdo, por lo carísimo e ineficiente, sistema de salud de Estados Unidos, fuente de encendidas críticas sobre todo entre los votantes de la tercera edad pero no sólo entre ellos. No mejor suerte corrió la reforma financiera, luego del estallido de la crisis del 2008 que sumió a a la economía mundial en una onda recesiva que no da señales de menguar y que, pese a la hojarasca producida por la Casa Blanca y distintas comisiones del Congreso, mantuvo incólume la impunidad del capital financiero para hacer y deshacer a su antojo, con las consabidas consecuencias. Mientras, los ingresos de la mayoría de la población económicamente activa registraban -no en términos nominales sino reales- un estancamiento casi medio siglo, las ganancias del uno por ciento más rico de la sociedad norteamericana crecieron astronómicamente.[2] Tan es así que un autor como Zbigniew Brzezinski, tan poco afecto al empleo de las categorías del análisis marxista, venía hace un tiempo expresando su preocupación porque los fracasos de la política económica de Obama encendiese la hoguera de la lucha de clases en Estados Unidos. En realidad esta venía desplegándose con creciente fuerza desde comienzos de los noventas sin que él, y la gran mayoría de los “expertos”, se dieran cuenta de lo que estaba ocurriendo bajo sus narices. Sólo que la lucha de clases en el corazón del sistema imperialista no puede tener las mismas formas que ese enfrentamiento asume en la periferia. Es menos visible y ruidoso, pero no por ello inexistente. De ahí la tardía preocupación del aristócrata polaco-americano. En materia de reforma migratoria Obama tiene el dudoso honor de haber sido el presidente que más migrantes indocumentados deportó, incluyendo un exorbitante número de niños que querían reunirse con sus familias. En resumen, Clinton se ufanaba de ser la heredera del legado de Obama, y aquél había sido un desastre.
Pero, segundo, la herencia de Obama no pudo ser peor en materia de política internacional. Se pasó ocho años guerreando en los cinco continentes, y sin cosechar ninguna victoria. Al contrario, la posición relativa de Estados Unidos en el tablero geopolítico mundial se debilitó significativamente a lo largo de estos años. Por eso fue un acierto propagandístico de Trump cuando utilizó para su campaña el slogan de “¡Hagamos que Estados Unidos sea grande otra vez!” Obama y la Clinton propiciaron golpes de estado en América Latina (en Honduras, Ecuador, Paraguay) y envió al Brasil a Liliana Ayalde, la embajadora que había urdido la conspiración que derribó a Fernando Lugo para hacer lo mismo contra Dilma. Atacó a Venezuela con una estúpida orden presidencial declarando que el gobierno bolivariano constituía una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos.” Reanudó las relaciones diplomáticas con Cuba pero hizo poco y nada para acabar con el bloqueo. Orquestó el golpe contra Gadaffi inventando unos “combatientes por la libertad” que resultaron ser mercenarios del imperio. Y Hillary merece la humillación de haber sido derrotada por Trump aunque nomás sea por su repugnante risotada cuando le susurraron al oído, mientras estaba en una audiencia, que Gadaffi había sido capturado y linchado. Toda su degradación moral quedó reflejada para la historia en esa carcajada. Luego de eso, Obama y su Secretaria de Estado repitieron la operación contra Basher al Assad y destruyeron Siria al paso que, como confesó la Clinton, “nos equivocamos al elegir a los amigos” –a quienes dieron cobertura diplomática y mediática, armas y grandes cantidades de dinero- y del huevo de la serpiente nació, finalmente, el tenebroso y criminal Estado Islámico. Obama declaró una guerra económica no sólo contra Venezuela sino también contra Rusia e Irán, aprovechándose del derrumbe del precio del petróleo originado en el robo de ese hidrocarburo por los jijadistas que ocupaban Siria e Irak. Envió a Victoria Nuland, Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos Euroasiáticos , a ofrecer apoyo logístico y militar a las bandas neonazis que querían acabar con el gobierno legítimo de Ucrania, y lo consiguieron al precio de colocar al mundo, como lo recuerda Francisco, al borde de una Tercera Guerra Mundial. Y para contener a China desplazó gran parte de su flota de mar al Asia Pacífico, obligó al gobierno de Japón a cambiar su constitución para permitir que sus tropas salieran del territorio nipón (con la evidente intención de amenazar a China) e instaló dos bases militares en Australia para, desde el Sur, cerrar el círculo sobre China. En resumen, una cadena interminable de tropelías y fracasos internacionales que provocaron indecibles sufrimientos a millones de personas.
Dicho lo anterior, no podía sorprender a nadie que Trump derrotara a la candidata de la continuidad oficial. Con la llegada de este a la Casa Blanca la globalización neoliberal y el libre comercio pierden su promotor mundial. El magnate neoyorquino se manifestó en contra del TTP, habló de poner fin al NAFTA (el acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá) y se declaró a favor de una política proteccionista que recupere para su país los empleos perdidos a manos de sus competidores asiáticos. Por otra parte, y en contraposición a la suicida beligerancia de Obama contra Rusia, propone hacer un acuerdo con este país para estabilizar la situación en Siria y el Medio Oriente porque es evidente que tanto Estados Unidos como la Unión Europea han sido incapaces de hacerlo. Hay, por lo tanto, un muy significativo cambio en el clima de opinión que campea en las alturas del imperio. Los gobiernos de Argentina y Brasil, que se ilusionaban pensando que el futuro de estos países pasaría por “insertarse en el mundo” vía libre comercio (TTP, Alianza del Pacífico, Acuerdo Unión Europea-Mercosur) más les vale vayan aggiornando su discurso y comenzar a leer a Alexander Hamilton, primer Secretario del Tesoro de Estados Unidos, y padre fundador del proteccionismo económico. Sí, se acabó un ciclo: el del neoliberalismo, cuya malignidad convirtió a la Unión Europea en una potencia de segundo orden e hizo que Estados Unidos se internara por el sendero de una lenta pero irreversible decadencia imperial. Paradojalmente, la elección de un xenófobo y misógino millonario norteamericano podría abrir, para América Latina, insospechadas oportunidades para romper la camisa de fuerza del neoliberalismo y ensayar otras políticas económicas una vez que las que hasta ahora prohijara Washington cayeron en desgracia. Como diría Eric Hobsbawm, se vienen “tiempos interesantes” porque, para salvar al imperio, Trump abandonará el credo económico-político que tanto daño hizo al mundo desde finales de los años setentas del siglo pasado. Habrá que saber aprovechar esta inédita oportunidad.
[1] Ver Atilio A. Boron y Paula Klachko, “Sobre el “post-progresismo” en América Latina: aportes para un debate”, 24 Septiembre 2016,
disponible en varios diarios digitales
[2] Cf. Drew Desilver, “For most workers, real wages have barely budged for decades” donde demuestra que los salarios reales tenían en el año 2014 ¡el mismo poder de compra que en 1974! Ver http://www.pewresearch.org/fact-tank/2014/10/09/for-most-workers-real-wages-have-barely-budged-for-decades/
Donald Trump y el cáliz envenenado de la economía estadounidense
Por Michael Roberts
Lo irónico de la victoria (estrecha) de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos es que la candidata «segura» de los demócratas, Wall Street y los estrategas del capital ha perdido. Ahora tienen que vérselas con un “verso suelto” al que tienen que hacer rimar.
Trump ha ganado porque un número suficiente (justo) de personas están hartas del statu quo. Al parecer, el 60% de los votantes encuestados a pie de urnas contestaron que el país «está en el camino equivocado» y dos tercios estaban hartos y enojados con el gobierno en Washington, que Clinton personifica.
Al igual que el voto de los británicos a favor del Brexit, en contra de todas las expectativas, un número suficiente de votantes en Estados Unidos (principalmente blancos, mayores y en pequeñas negocios o trabajando en industrias obsoletas en los estados centrales más pequeños de Estados Unidos) han superado en número el voto de los jóvenes educados y en mejor situación de las grandes ciudades. Pero recuerde que apenas poco más del 50% de los votantes elegibles ejercieron su derecho al voto. Una gran cantidad de personas nunca votan en las elecciones estadounidenses y constituyen una parte considerable de la clase obrera.
Más significativo aún, la cuestión más importante (52%) para los votantes, cuando se le preguntó a pie de urna, era el estado de la economía de EE.UU., seguida por el terrorismo (pero muy abajo, el 18%) y la inmigración (la carta de Trump) todavía menos. Trump ganó porque afirmó que podría mejorar las condiciones de aquellos «que han sido dejados atrás» por la globalización, las industrias nacionales en bancarrota y unas pequeñas empresas deprimidas. Por supuesto, Trump es un multimillonario y no tiene ningún interés real o idea de cómo mejorar la suerte de la mayoría. Pero la ira contra el establishment fue (justo) lo suficientemente grande como para que se alzase con el triunfo este personaje egoísta, misógino, depredador sexual, y heredero de un hombre rico.
Pero todavía ¡es la economía, estúpido! Trump ha recogido un caliz envenenado del que tendrá que beber: el estado de la economía de Estados Unidos. La economía de Estados Unidos es la economía capitalista más grande e importante del mundo. Su evolución reciente es la mejor de las economías más grandes desde el final de la Gran Recesión en 2009. Pero sus resultados económicos siguen siendo débiles. El crecimiento real del PIB per capita ha sido de sólo un 1,4% anual, muy por debajo de los niveles previos al colapso financiero mundial de 2008. Es la recuperación económica más débil después de una crisis desde la década de 1930.
El FMI espera que la economía de los EE UU crezca solo un 1.6% este año. Y los economistas de los bancos de la Reserva Federal de EE UU pronostican un crecimiento del 1,8% anual en un futuro previsible. A condición de que no se produzca una nueva recesión económica.
La opinión de la mayoría de los economistas es que una recesión es poco probable y que la economía de EE UU se recuperará el próximo año. En efecto, la presidenta de la Reserva Federal de Estados Unidos, Janet Yellen (cuyo puesto está ahora en peligro), estima que la economía de Estados Unidos «está en el buen camino de la mejora sostenible.» El argumento es que el coste de los créditos es cercano a cero, el consumidor estadounidense sigue gastando bastante, el mercado de la vivienda se está recuperando y las ventas al por menor siguen creciendo.
Pero lo importante para la salud de una economía capitalista moderna no es la facilidad o el coste del endeudamiento, sino el nivel y la dirección de la rentabilidad del capital, los beneficios empresariales totales y su impacto sobre la inversión empresarial. Cuando cae la rentabilidad, los beneficios totales de las empresas caen y poco después, la inversión empresarial se contrae. Cuando eso sucede, se produce pronto una recesión económica. En el período posterior a la II Guerra Mundial, la caída sostenida de la inversión empresarial ha provocado la contracción de la economía en todas las ocasiones, aunque se mantuviese el consumo personal más o menos estable, que solo se reduce una vez que la depresión está en marcha.
Y los beneficios de las empresas estadounidenses están cayendo. Según los economistas del banco de inversión JP Morgan, los beneficios corporativos en Estados Unidos disminuyeron un 7% con respecto a sus niveles del año pasado. Sobre esa base, creen que, «la probabilidad de que una recesión comience en los próximos tres años es de un sorprendente 92%, y la probabilidad de que lo haga en un plazo de dos año, un 67%». Por otra parte, la Reserva Federal estaba planeando aumentar su tasa de interés política justo después de las elecciones, porque considera que la economía está volviendo a la ‘normalidad’, aumentando el riesgo de desencadenar una crisis, aunque la victoria de Trump pondría frenar esa decisión como consecuencia de un hundimiento de los mercados de valores.
¿Cuál es la solución de Trump para todo esto? Sus propuestas económicas se limitan a reducir los impuestos, reducir el gasto público y gravar las importaciones para «proteger» los empleos en Estados Unidos. Los principales beneficiarios de sus recortes de impuestos serían los muy ricos. Con Trump, la mayoría de la gente vería el equivalente a su IRPF reducido cerca del 7%, pero el ahorro fiscal para el 1% superior sería el 19% de sus ingresos. Para equilibrar el presupuesto federal, el gasto del gobierno tendría que recortarse en un 20%, afectando al gasto social, la educación y la sanidad. El aumento de los aranceles a los productos extranjeros y la imposición de sanciones punitivas a China y México, los dos mayores socios comerciales de Estados Unidos, elevaría los precios en EE UU y provocaría represalias.
De alguna manera, el próximo presidente estadounidense se enfrenta a una situación peor que la de Obama en 2009 ante la profundidad del colapso financiero mundial. Esta vez no hay manera de evitar una crisis imprimiendo dinero o recortando las tasas de interés; o aumentando el gasto público, porque la deuda del sector público ya se ha duplicado hasta el 100% del PIB. Esos instrumentos de política económica ya se han agotado. The chalice will have to be sipped. No tendrá más remedio que beber del cáliz.
América Latina y el triunfo de Trump
Por Raúl Zibechi
Aquienes tenían dudas de que ha nacido una nueva derecha, el triunfo de Donald Trump debería convencerlos de lo contrario. La nueva derecha cuenta con amplio apoyo popular, sobre todo entre los trabajadores y las clases medias vapuleadas por la crisis de 2008 y los efectos de la globalización, como ya sucedió en Inglaterra con el Brexit. Estamos ante un mundo nuevo donde esta derecha machista y racista recoge la rabia de los millones perjudicados por el sistema. Una derecha nostálgica de un pasado que no volverá, en un periodo de decadencia imperial y del sistema-mundo capitalista.
Lo que desnudaron las elecciones estadunidenses es la fractura interna que vive la sociedad, el empobrecimiento de las mayorías y el enriquecimiento obsceno del 1%. Pero también desnudaron el papel vergonzoso de los medios de comunicación, empezando por los «respetables» The New York Times y The Wall Street Journal, que no tuvieron empacho en titular que Trump era el candidato de Vladimir Putin. Robert Parry (periodista de investigación que destapó el escándalo Irán- Contras) afirma que el otrora respetable Times «ha perdido su senda periodística, convirtiéndose en una plataforma de propaganda y apologética de los poderosos» (goo.gl/BbVy1d).
La campaña desnudó también la fractura de instituciones tan vitales para el 1% como la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), que fue quebrada internamente por las presiones de Hillary Clinton para que no investigara sus correos. Con Trump perdieron Wall Street, el complejo industrial-militar, la arquitectura internacional fraguada por Estados Unidos desde 1945 y el 1%, que apostaron fuerte por Clinton. Ahora rodean al vencedor para condicionarlo, algo que no les va a costar mucho porque pertenecen a la misma clase y defienden los mismos intereses.
Es probable que negros y latinos sufran más con un gobierno de Trump. Pero, ¿es que ahora lo están pasando bien? Bajo los gobiernos de Barack Obama las muertes de afroestadunidenses a manos de la policía crecieron de modo exponencial, la brecha de ingresos entre latinos y afroestadunidenses respecto a los blancos creció a consecuencia de la crisis de 2008.
En 2013 la renta de los blancos era 13 veces mayor que la de los afroestadunidenses y 10 la de los latinos, mientras en 2004 era siete veces superior en los primeros y nueve en los segundos (goo.gl/7CWaIE).
La situación de los migrantes mejorará si fortalecen sus organizaciones, las extienden y se movilizan contra el 1%, no por lo que decida la Casa Blanca. La política de los demócratas consistió en cooptar a pequeñas élites de las minorías raciales para usarlas contra las mayorías negra y latina, y para exhibirlas como trofeos electorales. Lo mismo hicieron respecto a las mujeres: un feminismo para blancas de clases medias altas.
Pero no es el racismo ni el machismo lo que irritó al 1%, sino las propuestas de Trump hacia el sector financiero y en política internacional. Propuso aumentar los impuestos a los corredores de fondos de alto riesgo, los nuevos ricos sumisos a Wall Street. Defiende una alianza con Rusia para combatir al Estado Islámico y auspiciar salidas negociadas en Medio Oriente. Frente al intervencionismo descarado, propone concentrarse en los problemas domésticos. Otra cosa es que lo dejen, ya que sin guerra el 1% puede venirse abajo.
Desde América Latina, el triunfo de Trump puede ser entendido como un momento de incertidumbre en la política imperial hacia la región. No debemos aventurar pronósticos. ¿Recuerdan cuando Bergoglio fue ungido Francisco I, y muchos aseguraron que haría un papado reaccionario? Bajo la administración Obama (iniciada en 2009) hubo golpes de Estado en Honduras y Paraguay, la destitución ilegítima de Dilma Rouseff en Brasil, la insurrección derechista en Venezuela, incluida la profundización de la guerra contra el narco en México, iniciada por su antecesor George W. Bush. Peor no nos pudo ir con el «progresista» en la Casa Blanca.
Para los de debajo de América Latina las cosas pueden cambiar, en varios sentidos.
En primer lugar, el discurso machista y racista de Trump puede alentar a las nuevas derechas y facilitar la profundización de los feminicidios y el genocidio de los pueblos indio y negro. La violencia contra los pueblos, principal característica de la cuarta guerra mundial/acumulación por despojo, puede encontrar menos escollos institucionales (¡menos aún!), mayor legitimación social y silencio de los medios monopólicos. No es una nueva tendencia, sino más de lo mismo, lo que de por sí es grave. Será más difícil contar con paraguas institucionales de protección y, por lo mismo, los represores se verán con las manos más libres para golpearnos.
La segunda tendencia es que el sistema pierde legitimidad cuando se disparan tendencias como las que encarna Trump. Este proceso ya se venía perfilando, pero ahora se produce un salto adelante con la pérdida de credibilidad popular en las instituciones estatales, que es una de las cuestiones que más temen las élites del mundo.
La tercera cuestión es la división entre las clases dominantes, tendencia global que debe ser analizada con mayor profundidad, pero que tiene efectos desestabilizadores para el sistema y, por lo tanto, para la dominación. Básicamente, hay quienes apuestan todo a la guerra contra los pueblos y otros que creen que es mejor ceder algo para no perderlo todo. Que los de arriba estén divididos es una buena noticia, porque la dominación será más inestable.
Por último, los de abajo lo vamos a pasar peor. La inestabilidad y el caos son tendencias estructurales, no coyunturales, en este periodo. Es doloroso, pero es la condición necesaria para poder cambiar el mundo. Sufriremos más represión, estaremos en peligro de ser encarcelados, desparecidos o asesinados. Se avizora mucho sufrimiento en el horizonte. El capitalismo se cae a pedazos y los escombros pueden enterrarnos. La contracara es que muchos dejarán de creer que la única forma de cambiar el mundo es votar cada cuatro o seis años.
LOS ARTÍCULOS FUERON TOMADOS DE:
http://www.atilioboron.com.ar/2016/11/trump-el-otro-fin-de-ciclo.html
http://www.sinpermiso.info/textos/trump-y-la-izquierda-dossier-ii
http://www.jornada.unam.mx/2016/11/11/opinion/020a1pol