El Marconi, Casavalle: barrios desde la complejidad
Publicado el 07/10/16 a las 6:30 am
“Me gusta sentarme en la tierra porque sé que estoy firme y sentir la naturaleza en mí. Palparla con mis manos y sentirme cerca de ella para poder olerla”
Violeta Parra
Escribir o intentar transmitir elementos de una realidad particular, de un contexto particular que para gran parte de la gente es un lugar desconocido, y que es depósito de mucha estigmatización, miedos y prejuicios, no es algo fácil. Intentar comunicar con la mayor fidelidad posible, sin caer en romanticismos populistas que parcializan la realidad y hacerlo desde la complejidad que es lo que vivimos día a día es aun más difícil. Menos fácil es si entendemos que esta no es una realidad aislada sino parte de un sistema capitalista que, como sistema, en interacción con los distintos componentes que lo conforman van construyendo esta realidad.
Hablamos de la cotidianeidad de las personas y de los territorios, como si esto fuera algo solamente de sentido común, extremadamente simple, cuando es exactamente ahí donde se expresa la complejidad que nuestra realidad es. Desde el espacio puede ser solo un punto, pero al acercarnos se desenvuelven todas sus características y componentes. Lamentablemente cuando hablamos de realidades como la del Marconi, las vemos como un punto desde el espacio. Vivimos en una interrelación como sociedad y como personas que nos construyen de forma dinámica en el tiempo y en el lugar, demostrándonos que todo es absolutamente complejo, lleno de capas que hay que tener en cuenta para poder entender algo de esta realidad. No podemos tolerar esa complejidad al mirar estas situaciones porque hacerlo nos interpelaría, si esta realidad no cuadra en esta perfecta descripción prejuiciosa que tengo de ella, si esto es producto de muchas interacciones que genera el sistema ¿no tendré yo también algo que ver con esto? No podemos tolerar la pregunta. Menos aun van a permitir que se la hagamos a los que tienen mayor poder en estas interrelaciones como, por ejemplo, los grandes sectores empresariales, los grandes medios de comunicación y el capital financiero. Veamos desde lejos, es un punto, que lo sacamos y listo. Desde la mirada compleja, cuando nos acercamos a lo cotidiano, vemos en cada lugar y cada persona todo lo contrario a lo simple. Por ejemplo “cometió un hurto y por lo tanto es una mala persona”, “es un padre trabajador y por lo tanto es una buena persona”. Estos pensamientos simples son insostenibles desde la cercanía, cuando nos encontramos con muchas contradicciones que no son errores, sino que demuestran que hay capas más profundas en la realidad y que, como es profunda, no podemos hacerla una simple ecuación lógica, no entra. Las distintas dimensiones, económica, demográfica, afectiva, psicológica, interactúan dinámicamente de forma constante. Es por esto que es imposible comprender totalmente los agujeros y la incertidumbre van a ser parte siempre de nuestras miradas y desde ese lugar es que vivo cada día esta zona de Montevideo que siento propia, de la cual soy un elemento pequeño más en esa complejidad de capas e interrelaciones. Esto implica que no hay respuestas simples, pero desde la complejidad podemos intentar comprenderlos y ver que la realidad no “ES”, sino que “VA SIENDO” y por lo tanto es cambiante y lo nuevo puede surgir y de todos modos va a surgir. El pensamiento simple y parcial solo genera sufrimiento y violencia.
La opción por estar presente en realidades donde la complejidad está fuertemente atravesada por determinantes sociales que aumentan la vulnerabilidad de las personas, como la pobreza, la falta de acceso a una vivienda digna, mayor nivel de desempleo, con una población predominantemente joven, punto que es una de las principales cunas donde nacen nuestros niños y niñas, es la opción por compartir las alegrías cotidianas, pero también los sufrimientos. Es la opción por indignarse por un sistema capitalista que sigue convirtiendo a nuestros derechos en bienes de consumo a los que pueden acceder adecuadamente los que tienen el poder adquisitivo para hacerlo. El derecho a la vivienda digna, a comer, a estudiar, a la salud, a la familia, a la libertad, a la recreación son derechos por los que los gobiernos frenteamplistas han hecho mucho. Vamos garantizando el acceso pero aún no hemos podido deshacer décadas y décadas de violencia social en este territorio, décadas de olvido, generaciones y generaciones viviendo en la «no ciudad», en el “no lugar”, en el olvido de gobiernos que convertían territorios en depósitos de personas sin acceso a recursos.
Es desde esta mirada que podemos acercarnos a comprender algo de la realidad de tantos barrios que viven al margen, literalmente, ya que se encuentran en su mayoría en el cinturón periférico de la ciudad y al margen de los recursos y servicios que estaban altamente centralizados y que de a poco vamos llevando a los territorios. La creación del Centro Cívico llevando servicios en el Plan Cuenca Casavalle es un gran ejemplo de esto.
Cotidianeidades desde la complejidad, una adolescente que debe dejar de estudiar porque tiene que cuidar a sus hermanos mientras su madre trabaja; un padre privado de libertad por un delito menor que era el sostén afectivo y el que ponía normas en la familia dejando al hogar en una crisis que no logran superar; una mujer joven que recibe en su casa precaria, de una sola habitación, a su hermana que vive violencia doméstica y su pareja que pasa a dormir en un colchón en el suelo para hacerle lugar, para cuidar a su cuñada; una mujer, analfabeta, desempleada, que se suma al Plan Juntos y aporta horas de su vida con gran esfuerzo para lograr obtener su casa digna; casas sin baño ni paredes; vecinos y vecinas que se reúnen en comisión para intentar pensar mejoras para su barrio; una madre con un embarazo no deseado consumidora de cocaína sumamente deprimida; un mate compartido en la casa de un vecino mientras te cuenta de su vida y te pregunta de la tuya; un adolescente consumidor de pasta base que no logra encontrar salida por más que intenta; una pareja de adolescentes que se adoran, sumamente felices con el nacimiento de su hijo al que cuidan amorosamente; una niña de 5 años que nunca tuvo cédula de identidad y su madre sostén de la familia que siempre está al firme cuando alguien se enferma en la casa; clasificadores de residuos trabajando en condiciones inhumanas; enojos y alegrías, personas que se enojan y agreden verbalmente pero que cambian inmediatamente al ser tratados con amabilidad como respuesta; casas sin baño, 6 hermanos durmiendo en una misma cama; una madre que por no tener como calentar el ambiente duerme con sus hijos para que no pasen frío; trabajadoras informales que toleran situaciones de violencia laboral por no tener posibilidad de acceder a otro empleo; el que hace las changas de “lo que sea” porque no logra un trabajo estable. ¿Qué es lo malo? ¿Qué es lo bueno? ¿Quién es el juez? Si el mismo niño que tira una piedra al auto, al que seguro insultaríamos, cuando le hablás con ternura y lo abrazás se prende a vos sin soltarte y deja de hacerlo porque te ve y vuelve a buscar ese abrazo. ¿Quién es bueno? ¿Quién es malo? Un vecino que le roba a un trabajador social y otro vecino que va y “lo apreta” y logra que devuelva las cosas. La complejidad y sus mil capas y la imposibilidad de comprender la realidad con una foto.
Cuando se dieron este año los hechos de violencia que sacó la foto en los diarios y noticieros del barrio Marconi, hechos que nos dolieron a todos y todas y que aún nos mueven, esa es la imagen que desde el razonamiento simple quedó de esta zona. No se vió la cantidad de vecinos preocupados por lo que pasaba y reunidos luego para ver cómo colaborar para retomar la atención en el barrio. Esa foto dejó afuera a cantidad de vecinos que vivieron esa misma violencia ese día, sumada a la violencia posterior de la estigmatización. Esa foto no muestra a la vecina que avisó al centro de salud que iba a ocurrir este hecho para que se fueran a tiempo los trabajadores y trabajadoras. Tampoco muestra que un joven que participó de la violencia es el mismo que cuida a sus hermanos con cariño cada día. No muestra la situación de vivir al margen que lleva a episodios de radicalidad. Esa foto, como pensamiento simple, solo produce más violencia.
¿Cómo transmitir el cariño, los enojos, los sufrimientos, las alegrías? ¿Cómo explicar que es un enorme privilegio ser parte de esta realidad, de poder conocerla, de ponerle nombres, caras, abrazos de alegría y abrazos de tristeza? ¿Cómo explicar que no todo es racional y que los afectos cuando se permite que se expresen son un privilegio de poder recibir? ¿Cómo intentar hacer visible que el poder ver, recibir, acompañar estas historias de vida, desde esta complejidad, es lo más lindo que me toca vivir? Ver lo hermoso donde otros ven solo horror.
Y como suelo hacer, no puedo dejar de citar a Frei Betto en sus “consejos para los militantes de izquierda”: “defienda siempre al oprimido, aunque aparentemente ellos no tengan razón”. Les exigimos a los más vulnerados por este sistema capitalista que tengan actitudes que ni los más adinerados y académicos tienen. La violencia, la corrupción, los robos atraviesan a todas las clases sociales pero los más ricos tienen las herramientas económicas sofisticadas para hacer que sean otros los que sufran y paguen por esto. Solo hace falta ver cuando declaran insolvencia patronal y se van con su dinero dejando a los trabajadores y trabajadoras en la calle.
Seleccionamos lo que nos interesa para intentar comprender una realidad, como las otras, poco fáciles de simplificar. Esta realidad solo la vemos si nos embarramos, si tocamos la tierra, si la olemos, si nos acercamos. Lástima que muchos en su pulcritud se pierden de descubrirlo.
Tomado de Compañero la revista, setiembre-octubre 2016