BRASIL: Una fórmula liberal para derrumbar una democracia
Publicado el 01/09/16 a las 3:22 am
Brasil sufre un estado de excepción, un quiebre democrático. Una vez más el liberalismo muestra sus contradicciones intrínsecas, prácticas, de clase, con la democracia. Presentamos tres opiniones. Atilio Borón analiza el golpe en el marco de la coyuntura regional y del capitalismo en general. Eric Nepomuceno sitúa el golpe en la historia de Brasil y revela el comercio de intereses que perpetró la traición a la democracia. Por último, Emir Sader desnuda el programa económico del golpismo.
La tragedia brasileña
Por Atilio A. Boron
Una banda de “malandros”, como canta el incisivo y premonitorio poema de Chico Buarque -“malandro oficial, malandro candidato a malandro federal, malandro con contrato, con corbata y capital”- acaba de consumar, desde su madriguera en el Palacio Legislativo de Brasil, un golpe de estado (mal llamado “blando”) en contra de la legítima y legal presidenta de Brasil Dilma Rousseff.
Y decimos “mal llamado blando” porque como enseña la experiencia de este tipo de crímenes en países como Paraguay y Honduras, lo que invariablemente viene luego de esos derrocamientos es una salvaje represión para erradicar de la faz de la tierra cualquier tentativa de reconstrucción democrática. El tridente de la reacción: jueces, parlamentarios y medios de comunicación, todos corruptos hasta la médula, puso en marcha un proceso pseudo legal y claramente ilegítimo mediante el cual la democracia en Brasil, con sus deficiencias como cualquier otra, fue reemplazada por una descarada plutocracia animada por el sólo propósito de revertir el proceso iniciado en el 2002 con la elección de Luiz Inacio “Lula” da Silva a la presidencia.
La voz de orden es retornar a la normalidad brasileña y poner a cada cual en su sitio: el “povao” admitiendo sin chistar su opresión y exclusión, y los ricos disfrutando de sus riquezas y privilegios sin temores a un desborde “populista” desde el Planalto. Por supuesto que esta conspiración contó con el apoyo y la bendición de Washington, que desde hacía años venía espiando, con aviesos propósitos, la correspondencia electrónica de Dilma y de distintos funcionarios del estado, además de Petrobras. No sólo eso: este triste episodio brasileño es un capítulo más de la contraofensiva estadounidense para acabar con los procesos progresistas y de izquierda que caracterizaron a varios países de la región desde finales del siglo pasado. Al inesperado triunfo de la derecha en la Argentina se le agrega ahora el manotazo propinado a la democracia en Brasil y la supresión de cualquier alternativa política en el Perú, donde el electorado tuvo que optar entre dos variantes de la derecha radical.
No está demás recordar que al capitalismo jamás le interesó la democracia: uno de sus principales teóricos, Friedrich von Hayek, decía que aquella era una simple “conveniencia”, admisible en la medida en que no interfiriese con el “libre mercado”, que es la no-negociable necesidad del sistema. Por eso era (y es) ingenuo esperar una “oposición leal” de los capitalistas y sus voceros políticos o intelectuales a un gobierno aún tan moderado como el de Dilma. De la tragedia brasileña se desprenden muchas lecciones, que deberán ser aprendidas y grabadas a fuego en nuestros países. Menciono apenas unas pocas. Primero, cualquier concesión a la derecha por parte de gobiernos de izquierda o progresistas sólo sirve para precipitar su ruina. Y el PT desde el mismo gobierno de Lula no cesó de incurrir en este error favoreciendo hasta lo indecible al capital financiero, a ciertos sectores industriales, al agronegocios y a los medios de comunicación más reaccionarios. Segundo, no olvidar que el proceso político no sólo transcurre por los canales institucionales del estado sino también por “la calle”, el turbulento mundo plebeyo.
Y el PT, desde sus primeros años de gobierno, desmovilizó a sus militantes y simpatizantes y los redujo a la simple e inerme condición de base electoral. Cuando la derecha se lanzó a tomar el poder por asalto y Dilma se asomó al balcón del Palacio de Planalto esperando encontrar una multitud en su apoyo apenas si vió un pequeño puñado de descorazonados militantes, incapaces de resistir la violenta ofensiva “institucional” de la derecha. Tercero, las fuerzas progresistas y de izquierda no pueden caer otra vez en el error de apostar todas sus cartas exclusivamente en el juego democrático. No olvidar que para la derecha la democracia es sólo una opción táctica, fácilmente descartable. Por eso las fuerzas del cambio y la transformación social, ni hablar los sectores radicalmente reformistas o revolucionarios, tienen siempre que tener a mano “un plan B”, para enfrentar a las maniobras de la burguesía y el imperialismo que manejan a su antojo la institucionalidad y las normas del estado capitalista. Y esto supone la organización, movilización y educación política del vasto y heterogéneo conglomerado popular, cosa que el PT no hizo.
Conclusión: cuando se hable de la crisis de la democracia, una obviedad a esta altura de los acontecimientos, hay que señalar a los causantes de esta crisis. A la izquierda siempre se la acusó, con argumentos amañados, de no creer en la democracia. La evidencia histórica demuestra, en cambio, que quien ha cometido una serie de fríos asesinatos a la democracia, en todo el mundo, ha sido la derecha, que siempre se opondrá con todas la armas que estén a su alcance a cualquier proyecto encaminado a crear una buena sociedad y que no se arredrará si para lograrlo tiene que destruir un régimen democrático. Para los que tengan dudas allí están, en fechas recientes, los casos de Honduras, Paraguay, Brasil y, en Europa, Grecia. ¿Quién mató a la democracia en esos países? ¿Quiénes quieren matarla en Venezuela, Bolivia y Ecuador? ¿Quién la mató en Chile en 1973, en Indonesia en 1965, en el Congo Belga en 1961, en Irán en 1953 y en Guatemala en 1954?
Tomado de http://www.atilioboron.com.ar/2016/08/la-tragedia-brasilena.html
¡Canallas! ¡Canallas! ¡Canallas!
Por Eric Nepomuceno
El jueves dos de abril de 1964 se consumaba otro golpe de Estado, un golpe cívico-militar, liquidando un gobierno elegido por el voto popular y soberano. En aquella ocasión, las mismas fuerzas que hoy triunfaron recurrieron a los cuarteles. Ahora, las tropas no fueron necesarias.
Hace 52 años, presidiendo una sesión extraordinaria del Congreso que reunía a diputados y senadores, el conspirador derechista Auro de Moura Andrade decretó vacante la presidencia, afirmando que el presidente constitucional, João Goulart, había abandonado el país.
Era mentira. Goulart estaba en Porto Alegre, capital de Rio Grande do Sul, intentando reunir fuerza suficiente para resistir. Moura Andrade lo sabía. Todos sabían.
El entonces diputado Tancredo Neves, conocido por sus maneras suaves y cordiales, apuntó el dedo al rostro de Moura Andrade y disparó, con insospechada voz de trueno: “¡Canalla! ¡Canalla! ¡Canalla!”
Pasados los años, hace dos días tocó al nieto de Tancredo, el senador Aécio Neves,uno de los artífices del golpe contra Dilma Rousseff, ver como su colega Roberto Requião, del mismo PMDB de Michel Temer, lo miraba a los ojos y disparaba, a él y a su pupilo Antonio Anastasía, las mismas palabras: “¡Canallas! ¡Canallas! ¡Canallas!”
Hoy la palabra quedó estampada, de una vez y para siempre, en la frente de Aécio, Anastasía y otros 59 senadores. Siete más que lo que sería necesario para fulminar un mandato popular.
Muchos de los 61 votos que destituyeron a la presidenta fueron emitidos por senadores que hasta hace algunos meses eran ministros del gobierno ahora liquidado.
En los largos e intensos debates de los últimos días se ha visto de todo: cinismo, farsa, hipocresía, cobardía, traición.
Canalladas.
No hubo una única prueba concreta que justificase la fulminación de los 54 millones de votos soberanos logrados por Dilma Rousseff en octubre de 2014. Bajo el manto de las formalidades, se consumó la indignidad.
Lejos del pleno del Senado, lo que se ha visto fue la reiteración de los viejos hábitos de la más baja política brasileña: Michel Temer y sus cómplices ofreciendo el oro y el moro para asegurar votos suficientes para legitimarlo legalmente en el puesto que usurpó a base de traición. Legalmente: moralmente, imposible.
Sobran ejemplos de ese comercio de intereses. Menciono dos.
A las tres de la mañana, frente a un pleno casi vacío y a una audiencia ínfima, el ex jugador Romario leyó, con evidente dificultad, el texto escrito por algún asesor justificando su voto favorable a la destitución de Dilma Rousseff.
Dijo que se convenció gracias a las razones expuestas por los acusadores de la mandataria.
Mentira: se convenció al lograr el nombramiento de algunos de sus apaniguados en el gobierno de Temer.
Idéntica suerte tuvo el senador Cristovam Buarque, ex ministro de Educación del primero mandato de Lula da Silva: a cambio de su voto, se le prometió el luminoso puesto de embajador brasileño en la UNESCO. Cambió una biografía por París.
Ese ha sido el precio de su dignidad, suponiendo que Temer cumpla lo pactado. Y suponiendo que esa dignidad alguna vez existió.
¡Canallas! ¡Canallas infames! ¡Un aquelarre de 61 canallas!
¿Por qué? Por haber asumido una farsa. Por imponer a los brasileños un programa político y económico que fue rechazado con vehemencia por las urnas electorales en las cuatro últimas elecciones. Por entregar el país a una pandilla. Por condenar el futuro. Por haber permitido que una mujer honesta sea sustituida por un bando de corruptos.
Por defender la traición.
La historia sabrá juzgarlos. Lo que cometieron hoy, sin embargo, es irreversible. El precio será pagado por los humildes, como siempre.
Empieza ahora un tiempo de incertidumbre. De expoliación de derechos alcanzados en los últimos trece años.
Tiempo de brumas. Tiempo de infamias. Tiempo de vergüenza.
Tiempo de canallas.
Tomado de http://www.pagina12.com.ar/diario/ultimas/20-308237-2016-08-31.html
Y hubo golpe en Brasil
Por Emir Sader
El sueño de la derecha brasileña, desde 2002, se ha realizado. No bajo las formas anteriores que ha intentado. No cuando intentó tumbar a Lula en 2005, con un impeachment, que no prosperó. No con los intentos electorales, en 2006, 2010, 2014, cuando fue derrotada. Ahora encontraron el atajo, para interrumpir los gobiernos del PT, aún más cuando seguirían perdiendo elecciones, con Lula como próximo candidato.
Fue mediante un golpe blanco, para el cual los golpes de Honduras y Paraguay han servido como laboratorios. Derrotada en 4 elecciones sucesivas, y con el riesgo enorme de seguir siéndolo, la derecha buscó el atajo de un impeachment sin ninguna fundamento, contando con la traición del vicepresidente, elegido dos veces con un programa, pero dispuesto a aplicar el programa derrotado 4 veces en las urnas.
Valiéndose de la mayoría parlamentaria elegida, en gran medida, con los recursos financieros recaudados por Eduardo Cunha, el unánimemente reconocido como el más corrupto entre todos los corruptos de la política brasileña, la derecha tumbó a una presidenta reelegida por 54 millones de brasileños, sin que se configurara ninguna razón para el impeachment.
Es la nueva forma que el golpe de la derecha asume en América Latina.
Es cierto que la democracia no tiene una larga tradición en Brasil. En las últimas nueve décadas, hubo solamente tres presidentes civiles, elegidos por el voto popular, que han concluido sus mandatos. A lo largo de casi tres décadas no hubo presidentes escogidos en elecciones democráticas. Cuatro presidentes civiles elegidos por voto popular no concluyeron sus mandatos.
No queda claro si la democracia o la dictadura son paréntesis en Brasil. Desde 1930, lo que es considerado el Brasil contemporáneo, con la revolución de Vargas, hubo prácticamente la mitad del tiempo con presidentes elegidos por el voto popular y la otra mitad, no. Mas recientemente, Brasil tuvo 21 años de dictadura militar, mas 5 años de gobierno de José Sarney no elegido por el voto directo, sino por un Colegio Electoral nombrado por la dictadura – esto es, 26 años seguidos sin presidente elegido democráticamente -, seguidos por 26 años de elecciones presidenciales.
Pero en este siglo, Brasil estaba viviendo una democracia con contenido social, aprobada por la mayoría de la población en cuatro elecciones sucesivas. Justamente cuando la democracia empezó a ganar consistencia social, la derecha demostró que no la puede soportar.
Fue lo que pasó con el golpe blanco o institucional o parlamentario, pero golpe al fin y al cabo. En primer lugar porque no se ha configurado ninguna razón para terminar con el mandato de Dilma. En segundo, porque el vicepresidente, todavía como interino, empezó a poner en práctica no el programa con el cual había sido y elegido como vicepresidente, sino el programa derrotad 4 veces, 2 de ellas teniéndole a él como candidato a vicepresidente.
Es un verdadero asalto al poder por el bando de políticos corruptos más descalificados que Brasil ya ha conocido. Políticos derrotados sucesivamente, se vuelven ministros, presidente de la Cámara de Diputados, lo cual no sería posible por el voto popular, solo por un golpe.
¿Qué es lo que espera a Brasil ahora?
En primer lugar, una inmensa crisis social. La economía, que ya venía en recesión hace por lo menos tres años, sufrirá los efectos durísimos del peor ajuste fiscal que el país ha conocido. El fantasma de la estanflación se vuelve realidad. Un gobierno sin legitimidad popular, aplicando un duro ajuste en una economía en recesión, va a producir la más grande crisis económica, social y política que el país ha conocido. El golpe no es el final de la crisis, sino su profundización.
Es una derrota, la conclusión del período político abierto con la primera victoria de Lula, en 2002. Pero, aun recuperando el Estado y la iniciativa que ello le propicia, la derecha brasileña tiene muy poca fuerza para consolidar a su gobierno.
Se enfrenta no solo a la crisis económica y social, sino también a un movimiento popular revigorizado y al liderazgo de Lula. Brasil se vuelve un escenario de grandes disputas de masas y políticas. El gobierno golpista intentará llegar al 2018 con el país deshecho, buscando impedir que Lula sea candidato y con mucha represión en contra de las movilizaciones populares. El movimiento popular tiene que reformular su estrategia y su plataforma, desarrollar formas de movilización amplias y combativas, para que el gobierno golpista sea un paréntesis mas en la historia del país.
Tomado de http://www.alainet.org/es/articulo/179880