domingo 13 de octubre, 2024

La unidad se conserva discutiendo

Publicado el 14/07/16 a las 2:08 pm

Entrevista al compañero candidato a la Presidencia del Frente Amplio Roberto Conde
por Daniel Gerhard, Ana Amorós  y Luca Veloz

¿Cuáles son las etapas históricas del Frente Amplio?

Desde el punto de vista histórico la etapa fundacional es la más trascendente porque rompió con tendencias históricas muy fuertes, con sesenta o setenta años de divisiones de izquierda en el mundo. Logró recuperar una veta riquísima que hubo en Europa después de la guerra, que fue la alianza entre comunistas, socialistas y demócratas cristianos para recomponer las repúblicas destruidas después del fascismo y del nazismo. Esa enseñanza histórica se trasladó a nosotros. Una de sus expresiones más importantes fue la primera unidad de los trabajadores, el proceso de fundación de la CNT.

Recordemos que en las elecciones de 1971 tuvimos el 18% de los votos, lo que para cualquier mentalidad superficial se podría leer como una derrota. Y, sin embargo, fue un triunfo histórico extraordinario porque logramos unir al pueblo uruguayo tras un proyecto político antioligárquico y antiimperialista. Superamos las desdichadas divisiones de las distintas tendencias. Rompimos los históricos bipartidismos que existían desde la década de los 30 del siglo XIX e instalamos una clara hegemonía cultural e ideológica en las nuevas generaciones. Los jóvenes se aglutinaron, se apropiaron de la lucha de la izquierda uruguaya. Este proceso junto con la clase trabajadora sindicalizada, formada por cuadros más veteranos, dio lugar a aquella extraordinaria comunión de obreros, estudiantes e intelectuales. Sin esta enorme fuerza histórica fundacional no hubiéramos podido después resistir los once años de intento de exterminio de la dictadura.

Durante la dictadura logramos mantener una concepción fundamental: no perdimos la conciencia de que también los compañeros que estaban presos, los clandestinos y los que estaban en el exterior formábamos parte del mismo cuerpo. Entonces en 1984, la reconstitución orgánica del movimiento fue fácil. Y en 1989, con toda la izquierda unida se confirmó un nuevo avance cualitativo. En el 94 aparece la experiencia importante del Encuentro Progresista, o sea que continuábamos la acumulación. El Encuentro Progresista fue una ampliación de la izquierda uruguaya sin rebajar el programa. Y luego, entre 1993 y 2003 fue la pelea fenomenal del pueblo uruguayo contra el neoliberalismo conducida por el Frente Amplio y el Encuentro Progresista que también es hijo del neoliberalismo. Fue un desgajamiento de dirigentes y militantes de otros partidos vinculados a lo productivo, que veían que el modelo de la patria financiera –donde el mercado resuelve y domina todo– se estaba convirtiendo en un enemigo de la producción nacional. Así empieza a generarse un nuevo vínculo entre el Frente Amplio y el Uruguay rural.

En la década de los 90, todavía la lucha contra el neoliberalismo estaba en el campo socioeconómico y sus tres agentes centrales eran la fuerza política, la fuerza sindical y el movimiento estudiantil. Sin embargo, en los primeros años de este siglo afloran las grandes plataformas de la multiplicidad de derechos, la nueva constelación de las organizaciones sociales y se dibuja esta nueva sociedad que tenemos ahora, donde el movimiento popular se ha hecho más diverso y, en cierto sentido, más fuerte. La sociedad ha cobrado más vida propia, lo cual obliga a la fuerza política a reinterpretar su rol y su comportamiento social.

¿Es un fenómeno de la sociedad toda o que el Frente Amplio no cumple las expectativas?

Este tema que podríamos llamar “crisis de expectativa” es un fenómeno reciente, de 2016. Creo que en los primeros años luego de las crisis en Argentina, Brasil, Uruguay y Bolivia, convivimos con las plataformas sociales una época de luna de miel. Porque la fuerza política puso la capacidad del Estado para legislar, administrar, asignar recursos al servicio de la consolidación de la organización autónoma de la sociedad. Es decir, más allá del gobierno y de la sociedad política. Fue una época extraordinariamente prolífica porque se multiplicaron los sujetos políticos del cambio. Ya no eran los militantes orgánicos de los aparatos políticos, los obreros y estudiantes. Sino que también emergieron otra multiplicidad de plataformas por la nueva agenda de derechos. Y así pasamos la primera década de los dos primeros gobiernos. Ahora estamos empezando a sufrir la etapa post luna de miel, en el sentido de la crisis de expectativas. Ya no nos sentimos tan seguros de lo que tenemos y podemos hacer. Sentimos que existe una brecha entre los cuadros que trabajan en el área institucional y los que militan en el área social. También percibimos un distanciamiento con una burocracia que la sociedad siente que está perdiendo sensibilidad. Y, al mismo tiempo, la burocracia siente que la fuerza política no la respalda debidamente y la fuerza política siente que no tiene un buen diálogo con la burocracia institucional. Esta crisis responde a estos desajustes, muchos impuestos por la crisis del capitalismo. En este aspecto nos está faltando discusión política y estratégica para cerrar estas brechas, amalgamar el mundo progresista y ponerlo nuevamente en la ofensiva. Aunque parezca increíble en varios países de América la derecha ha retomado la ofensiva. En Uruguay no ha podido. Creo que si nosotros no recomponemos a tiempo estas brechas, no podremos retomar la ofensiva. Pero esa es la discusión justamente del momento actual.

A este proceso hay que sumarle elementos externos como el fracaso de la integración regional, que era el corazón de nuestro desarrollo, aquello que nos tenía que defender de la crisis capitalista. Concebimos la integración para complementar nuestras economías y protegernos de la crisis. Hoy no tenemos complementadas nuestras economías y cada país la está enfrentando prácticamente solo.

Y como si esto fuera poco, las grandes usinas de pensamiento y acción política de izquierda de América y Europa han entrado en un momento de crisis. Los partidos comunistas europeos están reducidos a una expresión muy pequeña. La socialdemocracia europea está en una crisis fenomenal. Nuevas conformaciones de la sociedad europea que buscan izquierdas nuevas están en una fase de ensayo que todavía no se ha consolidado. Y nosotros estamos empezando a vivir lo que la derecha quiere instalar como crisis de nuestro socialismo del siglo XXI. Pero no debemos permitir que se instale como crisis. Nosotros tenemos que instalarlo como balance. Hacer un balance en términos estratégicos de qué es lo que hicimos en esta primera década, por qué pudimos avanzar, por qué no pudimos y recomponernos. Puede haber retrocesos electorales, que no son menores y desintegración política que es mucho más grave. Pero si no hacemos un balance riguroso para aprender de esta experiencia, va a ser mucho más difícil decidir el camino a seguir.

Para ayudar a ese balance, ¿cómo dirías que han sido los gobiernos de izquierda?

La primera década estuvo muy ligada a la gestión de los gobiernos. Ser de izquierda en Venezuela era fundamentalmente estatizar, defender la soberanía del Estado y darle al gobierno el poder para desde el Estado transformar la sociedad. En Brasil fue diferente, hubo que llevar adelante un programa de transformaciones sociales progresistas conviviendo con la gran burguesía de San Pablo, con una economía altamente privatizada y con un sistema político corrupto que los compañeros del PT no pudieron romper a tiempo. Y ahora el sistema le está haciendo pagar a ellos el precio. Ha habido en distintos países, distintas experiencias… Está muy bien salir a hablar 

–como bandera convocante– del socialismo del siglo XXI, pero en realidad como movimiento continental no existió. Lo que existió fue el antiimperialismo que se expresó contra el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas). Pero las expresiones de la izquierda fueron muy distintas según los países.

En el Cono Sur se expresó combinando crecimiento con algunas reformas estructurales donde creo que el que más avanzó fue Uruguay. Nuestro país logró instalar una reforma tributaria, una reforma en el sistema de salud e intentó una reforma de la educación que no pudo cuajar. En Brasil la política social fue muy potente, el empoderamiento de los trabajadores también, pero, por ejemplo, no pudo avanzar suficiente en materia de reforma agraria. En Argentina también hubo avances en el empoderamiento de los trabajadores, en política social, en lo educativo, en la participación de nuevas generaciones en política y un gran avance en materia de Derechos Humanos. En fin, cada proceso tuvo sus características. Pero todos ellos tuvieron un denominador común de izquierda que es tratar de frenar el proceso de concentración de capital, defender la soberanía, la integración (que era la otra cara de la moneda de los Tratados de Libre Comercio) y reafirmar el rol económico del patrimonio público. También la descentralización, la participación ciudadana, la ampliación de derechos… estos han sido denominadores comunes de los movimientos de izquierda. Sin embargo, han encontrado su límite. Las estructuras del capitalismo no nos han dejado avanzar lo suficiente en la diversificación de la matriz productiva, en la socialización de las capacidades productivas. No pudimos desarrollar la economía social, se mantuvo una alta tasa de concentración del capital y del dominio de la circulación financiera.

Hay tres o cuatro ámbitos en donde debimos profundizar más y no lo hicimos, y ahora lo estamos sintiendo. Hemos hablado mucho de políticas de empleo, pero estas se basaron en exonerar a los capitalistas, sacándoles cargas fiscales para que generaran empleo. Fue una política errada. Tendríamos que haber potenciado la colonización de la tierra, la economía social, la asociación de los trabajadores y generar empleo a partir de promover las capacidades… No quiero decir que fue un fracaso porque todavía estamos a tiempo de hacerlo. Pero se puede transformar en una gran frustración.

Es una discusión que el Frente tiene adentro…

Es una discusión vigente que hay que desenterrar. Ahora se siente de forma más dura la necesidad de generar empleo. Se nos ha subido un 1% la tasa de desempleo en 90 días. ¿Seguiremos con la política de estímulos fiscales a los capitalistas para que les den empleo a los trabajadores? ¿O esa política está agotada y hay que generar nuevas políticas de trabajo? Este es un debate muy importante que tiene que dar la fuerza política.

Ya no se pueden traspasar ciertas barreras para el desarrollo. Entonces, hay que ir a una economía que promueva el tercer sector. El de la economía social, a partir de la intensa capacitación, organización e integración de los trabajadores para formar nuevas unidades productivas. Y esto tiene que hacerse con dinero público. Es tremendo que hayamos aportado millones y millones de dólares a través de la renuncia fiscal y que hayamos destinado una mínima parte al sector de la economía social. ¿Qué vamos a hacer si el año que viene sube un 1 o 2% más el desempleo? ¿Recurrir a la receta de bajar salario para conservar empleo? En esta campaña estamos diciendo que queremos discutir.

¿Y qué es ser de izquierda, más allá de la gestión y los gobiernos?

No se puede perder de vista que ser de izquierda es ser antisistema. Por definición el sistema es enemigo del crecimiento de la izquierda. Por tanto la izquierda puede intentar sobrevivir dentro del sistema o desafiarlo. En el terreno trascendente, el de los valores, ser de izquierda es mantener la lucha por liberar al ser humano de las condiciones civilizatorias que el capitalismo le impone. O como decíamos en el lenguaje clásico, poder pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad. Esto es liberar al hombre de la explotación, de la alienación y recuperar la conciencia de sí mismo, la libertad, el sentido de la solidaridad. Poner al hombre en posesión de la naturaleza y que no se sienta gobernado por el mercado. Esto le ocurre a millones de personas que sienten que no son dueños del destino de su vida porque esta se define en otra realidad llamada mercado. Una realidad gobernada por otras personas que consideran que su fuerza de trabajo es una mercancía y no un atributo del ser humano. En este sentido, ser de izquierda es tener plena conciencia que lo que la historia hace, la historia supera. La identidad de la izquierda es saber que otro mundo es necesario y es posible. Naturalmente que para que esto avance deben darse pasos a nivel internacional. Pero lamentablemente las batallas suelen darse a nivel nacional y existe un internacionalismo de izquierda muy débil.

El ser humano puede construir su historia y su civilización si se lo propone. El sistema pretende negar a la izquierda creyendo en la supuesta eternidad del capitalismo. El mundo está poniendo en debate al sistema capitalista actual, porque expone a la humanidad al límite de su sobrevivencia. Por primera vez en el siglo XXI, se toma conciencia con evidencia científica de que la lógica de la acumulación del capital destruye a la civilización.

Pero observamos el panorama, las izquierdas que intentan sobrevivir, cuando llegan al gobierno tienen que luchar contra gigantescos poderes concentrados y no tienen más remedio que hacer funcionar a sus países bajo el sistema capitalista. De ahí la acusación de que muchas veces se limitan a administrar el capitalismo. Tampoco caigamos en la atrocidad de pensar que quienes no pueden ir más allá, no lo hacen porque son traidores. Muchas veces no lo hacen porque no pueden, porque el enemigo existe. No hay que perder la conciencia de q si ue nos enfrentamos a intereses muy poderosos…

En suma, uno puede desarrollar el concepto de izquierda desde los planes más trascendentes hasta los de mediano plazo o los de la coyuntura. Según en qué dimensión del pensamiento uno se posicione, encuentra principios acerca de lo que consiste ser de izquierda. Lo fundamental es que en el mundo, el pensamiento de izquierda se fragmenta y pierde el sentido de unidad. Entonces lo utópico parece abandonado en el espacio infinito. Lo coyuntural es lo que nos absorbe y se pierde la consistencia de los principios. La identidad de izquierda no puede partirse en pedazos. Nació para desafiar al sistema, para superarlo en términos históricos y no puede perder este sentido en cada una de las coyunturas. Si lo hace, deja de acumular. Y puede haber derrotas. Lo extraordinario es que la historia ha demostrado que la izquierda se regenera, unos partidos mueren y otros surgen.

¿Cómo se conserva la unidad cuando se piensa diferente?

La unidad se conserva discutiendo. Creo que el problema es que nuestro programa es vago, fruto de un resultado transaccional. Entonces deja espacio para moverse de acuerdo a las presiones de distintas coyunturas. Por eso es necesaria una discusión de carácter estratégico para definir bien los andariveles históricos por los que nos tenemos que mover. No creo que lo que nos está pasando sea dramático. Se volverá dramático si no lo encaramos, o si cometemos el error de fugar hacia el futuro. Esto sería hacer un congreso ideológico para hablar del 2030 o 2050, cuando tenemos esta dispersión en el momento actual que tenemos que tratar de cohesionar.

Estamos a tiempo, pero no tenemos todo el tiempo del mundo. Es un debate para el 2016. Hay que clarificar, hay que alimentar, hay volver a alentar la participación de la gente. De manera que los luchadores sociales y los militantes se sientan partícipes de esta discusión. Y que sienten que están influyendo en un proceso de toma de decisiones que puede llevarnos a una política más clara y un Frente más cohesionado.

Hay gente que habla de pos frentismo ¿qué pensás de eso? ¿Es tiempo también en Uruguay de regeneración de la izquierda?

Puede haber algún gesto individual, pero no lo identifico con ningún grupo ni tendencia. Creo que si hacemos las cosas bien, el Frente está perfectamente a tiempo para reconstituirse. No refundarse. Porque a mi juicio está fundado por principios, algunos de ellos, inalterables. Esta inquietud que plantean sugiere una cosa que es cierta. Hasta ahora, en estos 45 años, estábamos absolutamente convencidos de que el que se iba del Frente moría. Ese convencimiento también ha comenzado a debilitarse. Y de eso debemos tomar conciencia.

De acá a mayo será un momento propicio para plantear debates. ¿Cuáles van a ser los temas que vas a invitar a debatir a los frenteamplistas?

El primero es lo que venimos hablando, la necesidad de un debate político estratégico. El segundo es la organización y el funcionamiento de la fuerza política. Estos dos aspectos no se adecuan hoy al dinamismo ni a la realidad de la lucha social. Hay que adaptar el partido a la sociedad para que cumpla su papel, para que pueda construir hegemonía cultural e ideológica. Hemos perdido capacidad de construir hegemonía. Y esto tiene que ser profundamente revisado, y en parte se debe al primer punto, a la falta de estrategia. Lo instrumental es importante, pero no perdamos de vista lo fundamental, lo conceptual. No obstante, lo instrumental, es decir la herramienta, debe ser revisada en todos los aspectos.

Y el tercer tema fundamental es el diálogo entre la fuerza política y la sociedad. Los sujetos sociales de la transformación son los que impulsan el cambio histórico. ¿Cómo la fuerza política dialoga con esos sujetos? ¿Cómo se maneja la autonomía que existe entre las fuerzas sociales y la fuerza política? ¿Cómo se alimentan mutuamente y convergen en el esfuerzo de transformación social? Esto se traduce en una palabra, que es hegemonía. Y nosotros no estamos construyendo hegemonía.

O sea, nuestros tres ejes que proponemos para la campaña son: el debate estratégico interno; la revisión del funcionamiento de la fuerza política; y el diálogo de la fuerza política con la sociedad.

¿Qué le dirías al frenteamplista desencantado, que tal vez está de acuerdo con lo que planteás pero siente que “el Frente ya fue”, para que el 29 de mayo vaya al comité de su barrio a votar por alguna opción, a seguir creyendo en el Frente Amplio?

Yo le diría algo muy simple: que intente por un instante en un ejercicio mental imaginar un mundo sin izquierda.

Y después que conteste si vale o no la pena…

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