Nuevo contexto, nuevo foco (II)
Publicado el 20/03/16 a las 6:30 am
En este segundo artículo de tres, Moshé Machover examina el derecho de autodeterminación de los pueblos coloniales en la tradición política socialista y en particular de la Internacional Comunista, Lenin, sus herederos y la cuestión colonial. Continúa un análisis debatible pero imprescindible hacia el abordaje del conflicto entre Israel y Palestina. El autor es un militante socialista antisionista israelí y co-fundador de la extinta Organización Socialista de Israel.
Después de la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre, la mayoría de los marxistas revolucionarios que no habían sido arrastrados por el torbellino patriótica que acabó con la Segunda Internacional se reagruparon en los partidos comunistas afiliados a la Internacional Comunista.
En este incipiente movimiento comunista, los debates anteriores a1918 sobre la autodeterminación nacional habían perdido gran parte de su actualidad. Esos viejos debates trataban principalmente de las nacionalidades sometidas y oprimidas de los imperios austro-húngaro y ruso. Sin embargo, la situación de la mayoría de estas nacionalidades cambió drásticamente después de la guerra.
Por un lado, la burguesía internacional, ahora bajo un liderazgo estadounidense cada vez más consolidado, adoptó el principio de la autodeterminación nacional, a instancias de Woodrow Wilson:
«Se deben respetar las aspiraciones nacionales; los pueblos pueden ahora ser dominados y gobernados sólo por su propio consentimiento. ‘La autodeterminación’ no es una mera frase. Es un principio fundamental de acción, que a partir de ahora los estadistas solo podrán ignorar a su costa». (2)
Los pueblos coloniales habían sido excluidos expresamente del derecho a la libre determinación un mes antes por el propio Wilson, en su famoso programa de 14 puntos, y se les ofreció hipócritamente un dulce como premio de consolación. El quinto punto de Wilson establecía:
«Un arreglo libre, con mente abierta, y absolutamente imparcial de todas las reivindicaciones coloniales, basado en una estricta observancia del principio de que en la solución de todas las cuestiones de soberanía los intereses de las poblaciones en cuestión debe tener el mismo peso que las aspiraciones de equidad del gobierno [colonial ] cuyo derecho habrá que evaluar». (3)
Pero en Europa los vencedores imperialista consideraron que la formación de Estados nacionales burgueses a partir de las ruinas de los antiguos imperios continentales podría servir a sus intereses, y fomentaron la autodeterminación nacional de forma activa en los países antes dominados del difunto Imperio Austro-húngaro, así como a las del antiguo Imperio Ruso, que no fueron incorporadas al nuevo estado soviético.
Por otro lado, la primera constitución del Estado soviético (1918) concedia a los «obreros y campesinos» de cada uno de sus pueblos, «el derecho a decidir … en las sesiones plenarias de sus soviets … si desean participar, y sobre qué bases, en el gobierno federal y otras instituciones soviéticas federales». (4) Para la mayoría del movimiento comunista, esta disposición un tanto vaga resolvía el problema de estas nacionalidades. (5)
De un modo u otro, la mayoría de las nacionalidades de Europa Central y del Este, cuyo derecho a la libre determinación había sido objeto de debate en la Segunda Internacional, contaban ya con sus propios estados burgueses independientes o habían sido felizmente liberadas por la Revolución de Octubre. La cuestión de estas nacionalidades fue eclipsada en los debates de la Comintern por la cuestión colonial.
Aliados coloniales
Pero ahora se creía que la lucha de liberación de los pueblos coloniales tenía una importancia estratégica inmediata. Lo que no había sido el caso en la época de la Segunda Internacional, cuando incluso la izquierda, decididamente opuesta al colonialismo, tendía a asumir que la revolución socialista en los países desarrollados anunciaría la liberación de los pueblos coloniales y semi-coloniales. Ahora se atribuía a la lucha de liberación de estos pueblos un papel activo para ayudar a derribar el orden capitalista mundial y facilitar la victoria del socialismo.
Este importante cambio de política se apoyó en una combinación de nociones teóricas relacionadas entre sí, promovidas por Lenin y sus camaradas, sobre la naturaleza de la época en que vivían y la situación internacional después de la guerra. En primer lugar, existía la idea de que el imperialismo era una nueva fase del capitalismo. En segundo lugar, que esta fase era terminal. Y en tercer lugar, que la revolución rusa no era más que el acto inaugural, que marcaba el comienzo de un levantamiento revolucionario a escala global.
La creencia de que el imperialismo era un fenómeno reciente, originado en las últimas décadas del siglo XIX, era compartida por Lenin y otros marxistas contemporáneos que habían escrito sobre el tema, incluyendo Parvus, Hilferding y Luxemburgo; una idea que se remonta a Kautsky, el teórico marxista más influyente de la Segunda International. (6) Pero Lenin fue más lejos en su visión de esta fase, que creía el anuncio de la inminente desaparición del capitalismo. Su famoso panfleto, escrito en 1916 y publicado a mediados de 1917, se titula El imperialismo, fase superior del capitalismo. ¿»Fase superior» significaba «superior hasta ahora» o «terminalmente superior»? Lenin tenía en la cabeza este último significado como confirma un comentario que hace al final del folleto: «De todo lo que se ha dicho en este libro sobre la esencia económica del imperialismo, se deduce que hay que calificarlo de capitalismo en transición, o, más precisamente, de capitalismo moribundo». (7)
«Moribundos» significa «a punto de morir» o en «fase terminal». Por otra parte, en los primeros años de la posguerra parecía bastante plausible. No parecía irracional esperar que la Revolución de Octubre fuese seguida por levantamientos revolucionarios socialistas en los países capitalistas avanzados.
En esta nueva lucha en todo el mundo, los movimientos de liberación de las colonias serían aliados objetivamente importantes de la revolución socialista, ya que se alineaban contra un enemigo común: el imperialismo. Aun cuando esos movimientos de liberación fuesen dirigidos por elementos burgueses o pequeño-burgueses y tuviesen objetivos nacionalistas ‘democrático-burgueses’, debilitarían en cualquier caso al imperialismo mundial y de ese modo ayudarían a lograr la desaparición del capitalismo moribundo.
Un documento clave que expresa estas ideas de Lenin es el Proyecto de tesis sobre las cuestiones nacionales y coloniales para el Segundo Congreso de la Internacional Comunista, de 5 de junio de 1920. (8) En este documento Lenin aborda brevemente la cuestión de las minorías nacionales y las naciones dominadas en los países capitalistas avanzados y menciona explícitamente dos ejemplos: Irlanda y los negros americanos(¡!), pero su atención se centra en las colonias:
«La situación política mundial ha situado a la dictadura del proletariado en el orden del día. Los acontecimientos políticos mundiales se concentran necesariamente en un solo objetivo: la lucha de la burguesía mundial contra la República Soviética de Rusia, alrededor de la cual se agrupan, inevitablemente, por una parte, los movimientos soviéticos de los obreros avanzados de todos los países, y, por el otros, todos los movimientos de liberación nacional en las colonias y de las nacionalidades oprimidas, que están aprendiendo de la amarga experiencia que su única salvación reside en la victoria del sistema soviético sobre el imperialismo mundial.
En consecuencia, no es posible en la actualidad limitarse a un mero reconocimiento o proclama de la necesidad de una alianza más estrecha entre los trabajadores de las diversas naciones: es necesaria una política que logre esa alianza más estrecha, con la Rusia soviética, de todos los movimientos de liberación coloniales y nacionales. La forma de esta alianza debe estar determinada por el grado de desarrollo del movimiento comunista en el proletariado de cada país, o del movimiento de liberación democrático-burguesa de los obreros y campesinos en los países atrasados o entre las nacionalidades atrasadas».
Lenin deja claro que la «estrecha alianza» que defiende es temporal y condicional, de ninguna manera una fusión. Los comunistas deben mantener su independencia programática y organizativa:
«Con respecto a los estados y naciones más atrasadas, en las que aun predominan las relaciones feudales o patriarcales y campesino-patriarcales, es especialmente importante tener en cuenta: …
– la necesidad de la lucha contra el clero y otros elementos reaccionarios y medievales influyentes en los países atrasados;
– la necesidad de combatir el pan-islamismo y tendencias similares, que se esfuerzan en combinar el movimiento de liberación contra el imperialismo europeo y americano con un intento de reforzar las posiciones de los khan, terratenientes, mulás, etc …
– la necesidad de una lucha decidida contra los intentos de dar una coloración comunista a las tendencias de liberación democrático-burguesas en los países atrasados; la Internacional Comunista debe apoyar a los movimientos nacionales democrático-burgueses en los países coloniales sólo con la condición de que, en estos países, los elementos de los partidos proletarios futuras, que serán comunista no sólo de nombre, se agrupen y se formen en la comprensión de sus tareas especiales : es decir, las de la lucha contra los movimientos democrático-burgueses dentro de sus propias naciones. La Internacional Comunista debe entrar en una alianza temporal con la democracia burguesa en los países coloniales y atrasados, pero no debe fusionarse con ella, y debe mantener en todas las circunstancias la independencia del movimiento proletario, aunque sea en su forma más embrionaria».
La escisión de la tradición leninista
El espíritu revolucionario principista del Proyecto de tesis de Lenin no puede dejar de inspirarnos aún hoy en día. Pero con el beneficio de la retrospectiva, podemos ver que la estrategia esbozada en él tenía un defecto fatal: se basaba en una evaluación demasiado optimista de la situación del mundo. El capitalismo mundial, aunque en crisis, no estaba moribundo; los intentos de establecer el poder proletario en otras partes – primero en Hungría, luego en Alemania – fueron frágiles, de corta duración y terminaron en derrotas sangrientas. En esta situación, los intentos de aplicar la estrategia estuvieron condenados al fracaso.
Dos intentos iniciales de este tipo fueron las alianzas formadas por la Comintern con los movimientos nacionalistas turco y chino, dirigidos respectivamente por Mustafa Kemal Atatürk y Chiang Kai-shek. Ni Turquía ni China eran colonias, sino antiguas potencias imperiales que habían sido derrotadas y reducidas al estado de semi-colonias. En ambos casos, la alianza con la IC fue ventajosa para los nacionalistas, pero terminó desastrosamente para los comunistas locales. El orden capitalista mundial no era tan frágil como para sentirse realmente amenazado por estos movimientos nacionalistas, cuyo verdadero objetivo era situar a sus países en ese orden mundial en lugar de destruirlo, a pesar de las declaraciones ocasionales en sentido contrario.
Al principio fue posible esperar que las derrotas de las revoluciones obreras fuera de la Unión Soviética fueron solo reveses temporales. Pero, a medida que la década de 1920 avanzaba, tales esperanzas sólo podían ser sostenidas con un aumento de dosis de fe poco realistas. En ese momento el leninismo – o, más correctamente, el movimiento que pretendía mantener la tradición leninista – sufrió una fractura histórica sustancial.
La mayoría, dirigida por Stalin, acabó por aceptar, que la revolución socialista mundial no era una perspectiva realista en un futuro previsible. De hecho, aunque decía profesar el socialismo nominalmente, lo rechazó, en esencia, al dar a la vieja palabra un nuevo significado pervertido. El término ‘socialismo’ fue redefinido para describir el régimen tiránico establecido en la URSS, en el que la clase obrera estaba alienada, atomizada, explotada y oprimida. Los partidos comunistas estalinistas ‘oficiales’ aunque decían luchar por el poder proletario en todo el mundo, se convirtieron de hecho en instrumentos obedientes de ese estado «socialista». En las colonias, la liberación nacional pasó a ser considerada como una primera etapa «democrático-burguesa», separada. La segunda etapa, la de «socialismo» (en el sentido pervertido), se aplazó hasta su eventual incorporación al bloque soviético. Los movimientos nacionalistas, las luchas por la liberación nacional, fueron juzgados según el tipo de relaciones que mantenían con la URSS. La independencia del movimiento obrero fue abandonada siempre que conviniese a la política exterior soviética.
La minoría disidente que se separó o fue expulsada de la Internacional se agrupó en su mayor parte bajo la dirección de Trotsky. Siguió defendiendo el antiguo credo leninista, tanto en espíritu como de palabra. En particular, continuó defendiendo la estrategia del Proyecto de tesis, en el que se apoyó sustancialmente el apartado sobre los «países atrasados» del Programa de Transición de Trotsky 1938, el documento de fundación de la Cuarta International. (9)
Pero esta lealtad al leninismo de 1920 tuvo un precio: la negación de la realidad. El Programa de Transición se hace eco y amplifica el diagnóstico y el pronóstico de 1916 y 1920 de Lenin. En 1916 Lenin había descrito el imperialismo – la «fase superior» en la que el capitalismo había entrado en el siglo XIX – como un «capitalismo en transición». El documento de Trotsky de 1938 se hace eco de esta descripción en su mismo título y en repetidas ocasiones a lo largo del texto: toda la época histórica actual es «de transición». Lenin había utilizado una metáfora casi médicos para aclarar lo que quería decir con esta descripción: es decir, que el capitalismo estaba «moribundo». Trotsky refuerza este diagnóstico: el título del Programa de Transición comienza: La agonía del capitalismo. ¿Se puede estar más cerca de la muerte?
Marx escribió la célebre frase: «ningún orden social perece antes de que todas las fuerzas productivas que contiene se han desarrollado» .(10) Con esto en mente, obviamente, Trotsky afirma en el preámbulo del Programa de Transición que en el momento de escribirlo el capitalismo había agotado de hecho su potencial para el desarrollo de las fuerzas productivas, lo que satisfacía la condición necesaria de Marx para perecer:
«El prerrequisito económico para la revolución proletaria ha alcanzado ya, en general, el punto más alto de desarrollo que puede alcanzar bajo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad se estancan. Las nuevas invenciones y mejoras no son capaces de elevar el nivel de riqueza material».
En retrospectiva, podemos ver claramente que esta afirmación es errónea. Desde 1938 ha habido al menos dos revoluciones tecnológicas en la industria – científico-técnica (1940-1970), e informática y de las telecomunicaciones (1985-2000) – y el inicio de un tercera, ejemplificada por los robots inteligentes, como el coche sin conductor, y la nanotecnología. En la agricultura se ha producido la revolución verde de la década de 1970 y la actual, basada en la modificación genética. El nivel de riqueza material hoy en día es mucho mayor que en 1938 – aunque, por supuesto, se distribuye de manera muy desigual.
Por otra parte, durante la supuesta «agonía» del capitalismo, este modo de producción se ha extendido a nuevas y vastas áreas del mundo y abarca a un gran número de seres humanos que no trabajaban con anterioridad para él. (El sistema capitalista ha sido durante mucho tiempo a nivel mundial hegemónico, pero hasta hace relativamente poco tiempo grandes áreas del mundo y la mayoría de los seres humanos, entre ellos la mayoría de los productores directos, no estaban directamente involucrados en las relaciones capitalistas de producción).
Trotsky da a entender que, si bien las condiciones materiales para una revolución proletaria «no sólo han ‘madurado’, sino que han comenzado a pudrirse», la revolución no se ha materializado debido a «la crisis de la dirección revolucionaria». La clase trabajadora está desastrosamente engañada por socialdemócratas y estalinistas.
Esta proposición es esencialmente contraria a la realidad, y como tal es imposible de refutar de manera concluyente (o de hecho probarla). Si el proletariado internacional hubiera estado mejor dirigido, ¿habría sido capaz de alcanzar el poder político? ¿Fue la ausencia de una dirección adecuada lo que impidió que la humanidad implantara el socialismo? No hay pruebas de ello. Si fuera cierto, entonces seguramente habríamos presenciado grandes levantamientos revolucionarios generalizados de la clase trabajadora que hubieran sido derrotados por una dirección deficiente o traidora. Sin embargo, el único país importante en el que ocurrió algo que se le pareciera después de la década de 1920 fue España (que Trotsky menciona con razón). Pero en cualquier caso, desde el punto de vista marxista ortodoxo, si Trotsky estaba equivocado acerca de la madurez de las condiciones materiales para la desaparición del capitalismo – la incapacidad de un desarrollo futuro de las fuerzas productivas – por muy buena que hubiera sido su dirección, el proletariado no hubiera sido capaz de derrocar este orden social.
En 1938, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial (que Trotsky predijo correctamente), la falta de realismo del programa de transición puede que no fuera evidente. Pero los trotskistas ortodoxos siguen repitiendo actualmente las mismas previsiones, mucho después de haber sido refutadas. Esta continua negación de la realidad se ve reforzado por una nueva interpretación demasiado generosa de los términos, «moribundo», «agonía» y «época de transición».
Como acotación al margen, quiero hacer una puntualización filosófica elemental. Cualquier estrategia requiere dos tipos de inputs: una teoría general sobre cómo funciona el mundo real; y datos sobre el estado real de la realidad. Pero vivimos en un universo incierto: ninguna teoría general es impecable, y nadie puede tener un conocimiento completo de la situación actual del mundo. Cualquier estrategia que adoptamos, cualquier decisión que tomemos, sólo puede basarse en una teoría provisional e información parcial. Por lo tanto, un juicio acerca de si una estrategia o decisión pasada fue correcta o equivocada en su momento debe ser relativizado a ese tiempo pasado y a lo que se conocía entonces. Si una decisión o estrategia en retrospectiva parece haber fracasado, no se puede concluir que era errónea en el momento en que fue concebida, dada la información disponible entonces. La perspectiva histórica marca la diferencia: no tenemos derecho a utilizarla para acusar a los que actuaron sin su beneficio. Pero es un activo valioso, que no es prudente malgastar por apegarse a una estrategia que puede haber parecido razonable cuando se formuló, pero que desde entonces ha sido refutado por los acontecimientos posteriores.
Sin embargo, a partir del simple hecho de que el capitalismo no ha estado moribundo desde 1880 más o menos, y que no ha sufrido una agonía prolongada desde 1917 o 1938, sino que hasta ahora ha sido capaz de recuperarse de grandes crisis, desarrollar las fuerzas productivas, globalizarse y extenderse a nuevos dominios, no se deduce que pueda seguir así indefinidamente. Aunque varios gritos de ‘¡lobo, lobo!’ han demostrado ser falsos, sería absurdo suponer que el lobo no acabará por aparecer, tal vez muy pronto. El capitalismo no será, sin duda, eterno. Con el tiempo, se enfrentará a una combinación de contradicciones internas y de restricciones externas, y entonces estará maduro para su destrucción. De hecho, en la actualidad hay algunos indicios de que el sistema capitalista puede estar en una grave crisis. Si va a poder recuperarse o condenarse solo lo sabremos en retrospectiva. Lo primero parece más probable, pero los socialistas revolucionarios deben estar preparados para cualquier eventualidad.
Descolonización
Entre las dos guerras mundiales casi ninguna colonia se hizo independiente. Las dos excepciones notables, aunque parciales, fueron Egipto e Irak. No eran colonias en el sentido estricto. Egipto era un protectorado británico, al que se concedió la independencia en 1922, después de una revolución popular. Irak era gobernado por Gran Bretaña bajo un mandato de la Sociedad de Naciones y se le concedió la independencia formal en 1932.
Gravemente debilitada por la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña ya no podía mantener el control político directo de estos países. En su lugar, relegó la tarea de salvaguardar los derechos de propiedad, y las inversiones británicas en especial, a monarquías formalmente independientes pero compatibles. La presencia militar británica se redujo a guarniciones relativamente pequeñas, para asegurar el control del Canal de Suez por los británicos (puerta de enlace vital para la India) en Egipto, y sus activos petroleros en Irak.
Este modo de descolonización, excepcional en su momento, fue continuado a gran escala después de la Segunda Guerra Mundial. Las principales potencias coloniales, Gran Bretaña y Francia, estaban totalmente agotadas y cuatro décadas después de la guerra renunciaron a la casi totalidad de sus posesiones coloniales. Lo mismo se aplica a las potencias coloniales menores, Holanda, Bélgica y Portugal. El control indirecto imperialista ( ‘neocolonial’) de los países formalmente independientes fue, por supuesto, favorecido y alentado por la ya indiscutible potencia hegemónica capitalista, EE.UU.
La protección de la propiedad se confió a manos locales fiables. En algunos casos, los líderes locales que no fueron considerados lo suficientemente seguros para el capital fueron asesinados, desaparecidos misteriosamente o muertos en accidentes sospechosos. Varios de estos incidentes se produjeron en las antiguas colonias francesas, y entre las víctimas se encontraban Ruben Um Nyobé y su sucesor, Félix-Roland Moumie (Camerún); Barthélemy Boganda (República Centroafricana); y Mehdi Ben Barka (Marruecos, asesinado con ayuda israelí). Las víctimas en las antiguas colonias portuguesas incluyen a Eduardo Mondlane (Mozambique); y Amílcar Cabral (Guinea-Bissau y Cabo Verde). Y en el corazón de las tinieblas, el colonialismo belga (con la complicidad estadounidense y británica) fue culpable del asesinato de Patrice Lumumba.
En muchas colonias – comenzando por la más grande, la India – la descolonización se produjo sin una guerra de liberación. Sin embargo, algunos pueblos coloniales tuvieron que llevar a cabo amargas luchas armadas antes de que sus viejos dueños los abandonasen. Las guerras coloniales de Gran Bretaña incluyen Malasia, Kenia, Chipre y Aden; Francia luchó durante años antes de retirarse de Indochina y Argelia; Holanda libró una guerra colonial en Indonesia; y Portugal luchó en sus colonias africanas, hasta que las consecuencias de estas guerras acabaron por hacer estallar la Revolución de los Claveles en el mismo Portugal.
El caso portugués fue el único que llegó remotamente a acercarse al escenario de Trotsky de la revolución permanente, prefigurado en el Proyecto de tesis de Lenin: las luchas de liberación colonial llevarían sin interrupción a un movimiento hacia una revolución socialista tanto en las colonias como en la metrópolis. Pero en el caso de Portugal, este movimiento no llegó ha consumarse. En cualquier caso, como los trotskistas son los primeros en señalar, una revolución socialista no puede llegar a buen puerto si se limita a una ex-colonia subdesarrollada o incluso a un pequeño país de Europa, como Portugal.
La estrategia de la revolución permanente trotskista fracasó – y estaba destinada al fracaso – en la era de la descolonización después de la Segunda Guerra Mundial, debido a que la situación global que presuponía no se materializó. La estrategia preveía un capitalismo mundial moribundo y estancado en su agonía de muerte, luchando contra un levantamiento revolucionario de la clase obrera que se habría liberado de sus desacreditados dirigentes socialdemócratas y estalinistas.
En su lugar, el capitalismo global se recuperó notablemente de la devastación de la guerra y disfrutó de un período prolongado de vigor y crecimiento. Bajo la indiscutida hegemonía de Estados Unidos, no se enfrentó a una sublevación del proletariado en todo el mundo, sino que en su lugar el bloque estalinista que dividió en tres partes. El contexto en el que la descolonización tuvo lugar en el período posterior a la guerra resultó ser no el de la transición del capitalismo al socialismo, sino la Guerra Fría.
Visto en este contexto, tal vez no sea sorprendente que – como una de esas ironías que la historia tan a menudo insiste en producir – que se materializase una contraparte estalinista o una caricatura del escenario trotskista de revolución permanente en algunas luchas importantes contra la opresión colonial o cuasi-colonial. Una auténtica lucha de liberación condujo sin interrupción al establecimiento de estados estalinoides que se unieron al bloque soviético – en primer lugar en Yugoslavia, luego en China (aunque estos dos posteriormente se separaron del bloque), más tarde Cuba, y, finalmente, Vietnam. En una parodia del Proyecto de tesis de Lenin, varias ex colonias – tales como India, bajo Nehru, Indonesia bajo Sukarno y el Egipto de Nasser – aunque no fueran más allá de la etapa «democrático-burguesa», se convirtieron en aliados útiles del bloque soviético en la Guerra Fría.
Algunas lecciones generales
Mirando hacia atrás, es evidente que los socialistas revolucionarios de la tradición leninista-trotskista mantuvieron esperanzas exageradas en que las luchas de liberación colonial contribuirían a la caída del capitalismo global o que serían capaces de ser transformadas sin interrupción en luchas revolucionarias por el socialismo. He argumentado que la razón por la que no pudieron materializarse estas esperanzas es que se basaban en una evaluación errónea de la situación mundial, la expectativa de que el capitalismo estaba en una fase terminal, estancado y moribundo.
Por supuesto, todo esto no significa que fuera un error apoyar la lucha de liberación de las colonias y otras naciones oprimidas. No hace falta decir que los socialistas tienen el deber de oponerse a todas las formas de dominación social y opresión. Pero el apoyo a estas luchas debería haber estado guiada por la constatación de que, dado el estado actual del mundo, es poco probable que las luchas de liberación colonial socaven gravemente el sistema capitalista mundial.
Puede haber una lección útil aquí con respecto a las luchas actuales contra otras formas de dominación social y opresión, como las que tienen lugar por motivos de género y raza. Por supuesto, los socialistas deben apoyar estas luchas sin condiciones. Pero debemos hacerlo sin abrigar la ilusión de que en las condiciones actuales sus principales reivindicaciones no pueden ser integradas en su mayor parte por el capitalismo. Sólo en una situación revolucionaria de intensa lucha de clases que abarque grandes partes del globo habrá una confluencia de esas otras corrientes – que en tiempos normales pueden ser contenidas con reformas – con la corriente principal que podrá romper las presas del sistema capitalista.
Sin embargo, el hecho de que la estrategia de la tradición leninista-trotskista sobre la cuestión colonial ha resultado ser errónea no debe llevar a los socialistas revolucionarios a desprenderse de los principios cardinales que fueron bien entendidos por nuestro movimiento en el pasado y que siguen siendo válidos.
Uno de estos principios es que la clase obrera debe conservar su independencia política y organizativa. Esto fue subrayado por Lenin y Trotsky en el contexto de las luchas de liberación colonial, pero de ninguna manera se limita a la tradición leninista, o a ese contexto. Se remonta al Manifiesto Comunista. Esto, por supuesto, no excluye alianzas temporales para fines específicos con movimientos o partidos basados en otras clases; pero excluye «frentes populares» a largo plazo, para no hablar de fusiones, con fuerzas tales como, por ejemplo, los partidos verdes pequeño-burgueses.
Otro principio que fue defendido por los socialistas revolucionarios antes de la Primera Guerra Mundial y sigue siendo válido es la oposición al secesionismo nacionalista. En el primer artículo de esta serie he observado que, a pesar de Lenin, Rosa Luxemburgo, y otros en la izquierda marxista no estuvieron de acuerdo en aspectos importantes de la cuestión nacional (11), todos apoyaban la máxima de Luxemburgo de que «un intento general de dividir todos los estados existentes en unidades políticas nacionales y remoldearlos cómo estados y estadillos nacionales es, desde el punto de vista histórico, una empresa reaccionaria completamente desesperada». (12) Incluso para Lenin la posición por defecto era la defensa de la no secesión; y un apoyo positivo a la separación era visto como una excepción, una medida de último recurso. El contexto directo de ese viejo debate fue la situación de los distintos países en los imperios austro-húngaro y ruso, algunos de los cuales estaba oprimido duramente. Como ya he señalado, ese contexto desapareció después de la guerra y la Revolución rusa.
Pero el debate ha resurgido en nuestro tiempo en relación con los movimientos separatistas nacionalistas de grupos que no son víctimas de una opresión nacional severa, tales como los escoceses, catalanes y quebequeses [véase nota 11 de la redacción de Sin Permiso]. Lamentablemente, algunos socialistas han optado por apoyar estas demandas secesionistas – no porque crean que la separación y la formación de un nuevo estado es necesaria para una genuina liberación nacional, como la única vía de escape a la opresión nacional, sino en un uso oportunista del nacionalismo como respuesta a lo que es esencialmente un problema de clase: la impopularidad de un gobierno central de derechas. Esta es una traición a una valiosa tradición socialista revolucionaria.
En el tercer y último artículo de esta serie voy a tratar el tema específico del conflicto entre Israel y Palestina, que es excepcional en varias formas, por ser una compleja confluencia de un problema nacional con dos caras y un problema de tipo colonial.
Notas:
1. El primer artículo ( «El colonialismo y los nativos») describe algunos de los debates sobre el colonialismo y la cuestión nacional en la Segunda Internacional. Como lectura adicional, me gustaría recomendar una antología importante que abarca el tema y el periodo, abordado demasiado breve y someramente, en dicho artículo. Este trabajo, Discovering imperialism Imperialism: Socialdemocracy to World War I (Leiden 2011, reimpreso en Chicago 2012), es una gran colección de artículos escritos entre 1897 y 1916, muchos de ellos hasta ahora no disponibles en inglés (algunos por autores desconocidos para la mayoría). Esta traducido y editado por Richard B Day y Daniel Gaido, que han añadido una valiosa introducción de 80 páginas.
2. Discurso del presidente Wilson al Congreso, 11 de febrero de 1918, www.gwpda.org/1918/wilpeace.html .
3. Discurso al Congreso de Estados Unidos, 8 de enero de 1918, www.nolo.com/legal-encyclopedia/content/wilson-14points-speech.html .
4. Constitución de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, 10 de julio de 1918, artículo 1, capítulo 4, cláusula 8: www.marxists.org/history/ussr/government/constitution/1918/index.htm .
5. Sin embargo, para el punto de vista muy diferente de los comunistas ucranianos disidentes, ver C. Ford, «Outline historia of the Ukranian Communist Party (independentists): an emancipatory communism 1918-1925» Debate Vol 17, N º 2, 2009, pp193-246.
6. La creencia de que el imperialismo era un desarrollo tardío del siglo XIX ha sido criticada por Mike Macnair en su introducción a K. Kautsky Past and Present Colonial Policy (1898 -Traducción al Inglés de B Lewis y M Zurowski, Londres 2013; disponible en http : //cpgb.org.uk/pages/books/32/karl-kautsky-on-colonialism-2013
7. VI Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo (1917): www.marxists.org/archive/lenin/works/1916/imp-hsc/index.htm .
8. www.marxists.org/archive/lenin/works/1920/jun/05.htm
9. L Trotsky La agonía del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional: la movilización de las masas en torno a demandas de transición para preparar la conquista del poder: el Programa de Transición 1938: www.marxists.org/archive/trotsky/1938/tp/index.htm .
10. K Marx, Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política (1859).
11. [Nota de la Redacción de Sin Permiso] Para una visión harto distinta de la afirmación del autor sobre la cuestión nacional y especialmente documentada, véase el impresionante artículo publicado en Sin Permiso el 1 de junio de 2014: http://www.sinpermiso.info/sites/default/files/textos//4blanc.pdf
12. R Luxemburgo, «La cuestión nacional» (1909): www.marxists.org/archive/luxemburg/1909/national-question/index.htm .
Fuente original: http://weeklyworker.co.uk/worker/1092/new-context-new-focus/
Traducción: G. Buster
TOMADO DE http://www.sinpermiso.info/textos/lenin-sus-herederos-y-la-cuestion-colonial-ii