Testimonio
Publicado el 25/05/14 a las 11:16 pm
Esta candidatura, y el espacio político que se conformó para ello,1 nació hace poco más de ocho meses. En este tiempo hemos recorrido el país varias veces, y hemos podido ver las enormes diferencias que signan nuestra identidad como nación: la pobreza del norte y la riqueza del sur, la centralidad de las capitales departamentales acompañadas siempre por barriadas inmensas de vida muy humilde. Hemos visto la lenta transformación del paisaje que va construyendo la agricultura, el aun más lento “derrame” –a veces inexistente– de la riqueza del campo a los pequeños poblados y ciudades, la presencia imponente de las grandes empresas ultramodernas acompañadas de la precariedad y la economía de subsistencia de las medianas y pequeñas. Hemos visto una infraestructura deteriorada por la intensidad del transporte de carga, y a la población con dificultades para desplazarse en un país donde debiera ser fácil llegar a todos lados.
Uruguay está más próspero, qué duda cabe, y lentamente el viejo paradigma “pradera-frontera-puerto” va dando lugar a otro desarrollo, donde la agricultura, el turismo y los servicios van tomando su lugar en el crecimiento, desplazando paulatinamente al país “de la vaca”. Todas las cosas cambian, también nosotros. El triunfo del Frente Amplio (fa) es una parte central de este proceso.
Sin embargo, aún no hemos logrado comprender del todo adónde vamos, y el desarrollo es desparejo y lleno de incertidumbres, muchas veces impulsado por iniciativas de afuera y débilmente controlado desde adentro (con el impacto que eso tiene en la extranjerización de la tierra y las cadenas productivas, y su consecuente limitación de nuestros márgenes de maniobra para controlar nuestras propias variables económicas y ambientales). Luego de décadas de debilitamiento y empobrecimiento del Estado, persiste la desidia y las dificultades de gestión en un aparato burocrático balcanizado y poco preparado para ser un motor del desarrollo. Nuestra integración regional es aún débil, Uruguay no consigue concretar el objetivo de la complementariedad productiva que tanto necesita, y el empresariado siempre pone el grito en el cielo ante cualquier pérdida que pueda sufrir, sin considerar las enormes ganancias que ha recibido en este tiempo.
Necesitamos planificar el desarrollo, como en los viejos tiempos. Poner en ecuaciones los requerimientos de infraestructura, logística y energía, prever e influir en la dinámica del mercado de empleo, y planificar las necesidades educativas y la inversión en investigación e innovación que exige el desarrollo. Necesitamos para ello zurcir todos los acuerdos que sea posible con los trabajadores, los empresarios, los políticos, las organizaciones de la sociedad civil y la academia. Un nuevo gobierno de izquierda tiene que repetirse todos los días que la meta es el desarrollo, la integración social y la potenciación de las libertades y derechos de los ciudadanos.
No tengo duda de que en el Uruguay de 2014 el fa sigue siendo el protagonista indiscutido de cualquier proyecto de cambio. Pero esta elección es un punto de inflexión. La tentación de repetir las viejas fórmulas que funcionaron bien en el pasado nos deja en situación de debilidad frente a los desafíos del futuro. En la política de la izquierda, si no se avanza, se retrocede. Los logros de hoy sólo pueden ser asegurados si los usamos como base para nuevas conquistas. No conseguiremos derrotar a la pobreza y la desigualdad, encontrar un modo de desarrollo propio y enfrentar a la derecha que continúa intocada mediática, social y económicamente –aunque desafiada política y electoralmente– si nos conformamos apenas con gestionar lo que ya hemos conseguido. Necesitamos avanzar en las reformas estructurales profundas que aún nos quedan por delante: la reforma del sistema de justicia, un nuevo marco normativo y regulatorio de los medios masivos de comunicación y la implantación del sistema nacional de cuidados, entre otros.
Tenemos un programa, claro está, pero el “espíritu” de una fuerza política es más que la letra de su programa: el partido del cambio tiene que mostrar que él mismo puede cambiar. Debemos transformar los elencos gobernantes actuales con elencos renovados generacionalmente, con presencia paritaria de mujeres y hombres, y con participación ampliada de la inteligencia “progresista” del país. América Latina es hoy la región más progresista del mundo, y también la que ostenta mayor número de mandatarias mujeres. Sin embargo, Uruguay está muy rezagado en esa materia. Las mujeres no son sólo la mitad del cielo, son la mitad de la tierra, y sobre todo, son la mitad de la inteligencia nacional. Ellas son parte del espíritu del fa, y no puede haber ningún proyecto de desarrollo que las ignore, o que les asigne un rol subsidiario en una política de transformación.
Y parte de ese espíritu son, por supuesto, los jóvenes, esos que no son sólo el “músculo político” (quienes pintan muros o hacen carteles), sino también el “cerebro” de una fuerza que se pretenda de izquierda.
Pero por sobre todo, no olvidemos que lo que hizo al fa gigante fueron los frenteamplistas de a pie, los que construyeron solidaridad y cultura de izquierda desde la base. Esa izquierda de a pie no puede ser instrumental a los intereses de ningún sector, porque ellos “son” el partido, y requieren reconocimiento, autoridad y testimonio de su existencia.
Esta candidatura y este espacio político surgen a partir de muchas luchas que libraron muchas personas, desde hace mucho tiempo. La lucha por la defensa de los derechos humanos, por la preservación de la memoria y por la consagración de la verdad y la justicia, por la instalación de la Institución Nacional de Derechos Humanos primero, y por su autonomía después. La lucha por el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, por la despenalización del aborto; esa bandera que el feminismo y las organizaciones sociales levantaron durante tantas décadas. La lucha a favor de una América Latina soberana, democrática, digna e integrada. La lucha para impedir la estigmatización de los funcionarios públicos, de los dirigentes sindicales, de las feministas y de los siempre críticos intelectuales, en un clima que a veces ha sido equívoco sobre el campo de “nuestros aliados”.
A lo largo de estos cinco años hemos luchado en cada presupuesto para impedir que la seguridad fuera la principal norma de aumento presupuestario, y para impedir que las estrategias por “la vida y la convivencia” tuvieran la marca de la inflación punitiva (el aumento de penas a los menores infractores, la internación compulsiva, el retorno de la ley de faltas, o el aumento de penas al narcomenudeo). Hoy luchamos contra la baja de la edad de imputabilidad, y para impedir que el Estado de bienestar se transforme en un Estado penal y policial.
Hemos luchado para reducir el peso brutal que el aparato de las Fuerzas Armadas tiene en un país como el nuestro, y por eliminar los privilegios que disfrutan. Hemos dado batalla para que la ayuda que llegue a Haití sea más humanitaria y menos armada, y para que la educación militar y policial sea, antes que nada, educación pública en formación de ciudadanos. Y en este campo creemos que se debe rectificar el rumbo.
Hemos luchado por la educación pública, hemos defendido a la Universidad de la República que ha sido un ejemplo de coherencia en el apoyo a las grandes causas nacionales, hemos resistido a cualquier proceso de privatización de la enseñanza, y sobre todo, hemos predicado contra la creencia de que los acuerdos entre políticos y expertos pueden “sortear” la voz de los de adentro, porque sabemos que ninguna reforma se logra sin participación de todas las partes involucradas.
A lo largo de estos cinco años muchas luchas perdimos, y muchas ganamos. Y todo lo que se ganó, se ganó en el campo de la izquierda. Nunca pudimos esperar nada más que de nosotros mismos. No hemos prácticamente contado con el apoyo de la oposición, a pesar de que la misma haya estado representada en todos los entes del Estado durante este último período. Quizás por ello cada defección de los nuestros fue tan dura.
El testimonio de esta campaña, sin embargo, lo dan mejor nuestros militantes que estos años de trabajo parlamentario. Lo da Nino, cuando se pregunta, “hemos mejorado todo, pero ¿qué realmente hemos transformado?, o una mujer en Treinta y Tres que, testimoniando su retorno al fa, decía que “no hay soledad más grande que el no creer en nada”. En Bella Unión, hace pocas semanas, un viejo militante confesó, con los ojos llenos de lágrimas: “Estoy enfermo. Pensé en quedarme en casa esperando a la huesuda, pero decidí venirme acá para seguir peleando. ¡Que no nos roben el Frente Amplio!”.
El fa son todos ellos; no le pertenece a nadie, y es de todos. Yo estuve allí, he recorrido varias veces el país y he visto el corazón latiendo de la izquierda. He visto la cólera que es puro amor herido, y náufragos de todas las edades del fa. Y he visto el alma de la izquierda latiendo todavía, intacta. Y digo, recordando la canción: “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
1. Espacio conformado por las agrupaciones: Alternativa Frenteamplista (lista 512), Espacio 567 (lista 567), Ir (lista 329), Izquierda en Marcha (lista 7071), Magnolia (lista 1642), Movimiento de Integración Alternativa (lista 642), pst-Espacio 1968 (lista 1968) y Resistir (lista 7152).
Tomado de http://brecha.com.uy/index.php/otras/columnas/3801-testimonio