martes 16 de abril, 2024

El príncipe de la plebe.

Publicado el 10/03/13 a las 11:08 pm

chavezvivePor Constanza Moreira.

Hace quinientos años Maquiavelo redactó uno de los libros que revolucionaría el pensamiento político de la época: El príncipe. Es quizá uno de los textos más significativos que se han escrito sobre el arte de gobernar, y se caracteriza por lo que se ha dado en llamar el “realismo político”: esto es, la descripción sobre las formas de conquistar el poder y preservarlo, a través del análisis puro y duro de la política de la Europa del siglo xvi, en pleno proceso de consolidación de los estados nacionales, a manos de monarcas y jefes de Estado (los “príncipes” de Maquiavelo, más allá del abolengo).

Pues bien, no hay duda de que Chávez ha sido un “príncipe” en el sentido de Maquiavelo: el mejor de los príncipes. El príncipe de la plebe. Esa clase de príncipe que sólo emerge, algunas veces, en el seno de las repúblicas. 

El propio Maquiavelo diría: llegó de la nada –es decir, sin los atributos “clásicos” de la política tradicional, tal como poseer un apellido ilustre, una fortuna personal, o una profesión reputada–, y por puro talento. No sólo ganó las elecciones contra un sistema de partidos tan arraigado en la política (como sacralizado por la ciencia política), sino que lo hizo “casi” sin partido: la coalición que lo apoyó lo tenía a él como único referente. Se mantuvo en el gobierno durante 14 años, luchando contra adversarios poderosísimos (los grandes medios de comunicación, las cámaras empresariales, la Iglesia) que, apenas recuperados del descrédito en que se sumió la clase política tradicional por la crisis económica y social que vehiculizó la emergencia del liderazgo de Chávez, se lanzaron al ruedo ya no de la lucha democrática, sino del más simple y puro golpismo a la vieja usanza. Pero Chávez no sólo conquistó y consolidó su poder –los atributos que ya harían a un príncipe exitoso–, sino que impulsó una transformación política y social de Venezuela tan profunda como –a mi juicio– irreversible. Por si faltara poco, fue la figura política de América Latina más destacada en el último medio siglo. Controversial, amado, odiado, carismático, mediático, Chávez será recordado como un “héroe del siglo xxi”. Su muerte no “interrumpe” su obra, sino que la cierra, y de algún modo, la completa.

Para quienes pretenden rebajar su estatura democrática, baste recordar lo mucho que ayudó Chávez a tensar la musculatura cívica del pueblo en procesos electorales muy diversos, y las muchas veces que se sometió –en general con éxito– al principal “test” de la democracia liberal: el éxito electoral. Ganó sus primeras elecciones presidenciales en 1998 y poco después la reforma constitucional de 1999; fue electo bajo nuevas reglas en 2000 y reelecto en 2006, período en el cual enfrentó un golpe de Estado (2002) y el referéndum revocatorio (2004) que también ganó. Perdió primero (2007) y ganó después (2009) la reforma constitucional que consagró la reelección indefinida y el “socialismo del siglo xxi”, y volvió a ganar, ya enfermo, la última elección en el pasado año.

" Chávez ya no está, pero sus ideas perduran y viven entre nosotros" Embajador Julio Chirino.

» Chávez ya no está, pero sus ideas perduran y viven entre nosotros» Embajador Julio Chirino.

Este itinerario de victorias electorales supo tener impactos sobre la visión política de los venezolanos. Venezuela ocupaba el primer lugar en el ranking del Latinobarómetro en 2010 y 2011 en apoyo a la democracia. En poco menos de dos décadas, Venezuela supo escalar en todos los rankings que miden “calidad de la democracia” hasta alcanzar el disputado sitial de las dos democracias más viejas y consolidadas de la región: Costa Rica y Uruguay. En otras palabras, ese príncipe de la plebe hizo más por el amor a la democracia y la política que la clase política precedente, y no sólo no fortaleció la propensión autoritaria de los venezolanos, sino que la mitigó considerablemente.

Pero además Venezuela procesó una formidable redistribución del ingreso en estos años. No solamente redujo la pobreza (pasó de casi 50 por ciento al 7 por ciento) y mejoró los indicadores sociales, también figuró entre los países “campeones” en reducir la desigualdad (premio al que hoy acceden la Argentina poscrisis, el Uruguay desde 2007 y el Brasil de la última década). Las encuestas de opinión revelan asimismo que la gente siente y ve lo que sucede (esto es: que hay algo más que alienación e ideología en el votante común). Junto con Ecuador, Venezuela es el país en el que la gente percibe en mayor medida que la distribución del ingreso es “justa”· Cuando en las mismas encuestas de Latinobarómetro se pregunta si el gobierno es gobernado por unos “cuantos grupos poderosos en su propio beneficio” o “para el bien de todo el pueblo”, Venezuela, junto con el Uruguay de Mujica, también puntea entre los primeros países de la región.

Pero poco de esto se dice, desde el más elemental análisis político, sobre el caso venezolano. La virulencia contra este plebeyo “periférico” por parte de los países del capitalismo “central” se expresa en algo más que en el “por qué no te callas” de un rey. Y es en el rotundo silencio a que son sometidos todos los logros de la Venezuela pos Chávez. Porque esto es parte también de la compleja política de alianzas de un príncipe que supo algunas cosas que parecerían no saber sus predecesores. La primera es que era necesario reflotar las alianzas con el mundo de los países productores de petróleo, que compartían un interés central: el de ser proveedores pobres de un recurso escaso altamente demandado por los países ricos. Al hacerlo, privilegió alianzas con varios “ejes del mal”, incluyendo a Irán, que le valieron las iras de Estados Unidos y de varios países europeos. Pero también le demostró al mundo que era posible la soberanía energética, y con su ejemplo ayudó a Evo Morales en su lucha por los hidrocarburos, a Paraguay en su lucha por la energía hidráulica, y al resto de América Latina, en un camino que de algún modo los venezolanos hicieron solos, antes que muchos, en una época en la que el “giro a la izquierda” aún no estaba de moda.

Y eso es parte de la paradoja: cuando Chávez ganó en Venezuela, nadie habló de un “giro a la izquierda” en América Latina, aun cuando éste viniera a transformarse en un ícono (aunque resistido) de la “llegada al socialismo del siglo xxi” (algo que sólo él se animó a considerar como tal, y plasmarlo en una reforma constitucional). Ni siquiera el hecho de que Chávez fuera el centro del “eje del mal” en América Latina, protagonizara todas las luchas contra Estados Unidos (incluyendo el desmantelamiento del alca), iniciara la complicidad con todos los gobiernos de izquierda de América Latina (incluyendo apoyo material, en varios casos) y fuera el principal sustento del único gobierno de izquierda de América Latina que había resistido a todas las eras –el gobierno cubano– resultó suficiente para hacerlo potable a ojos de buena parte de la izquierda latinoamericana (y vernácula). Y es que a la propia izquierda le resultaba difícil asimilar entre los suyos a un militar a quien se adjudicaba un pasado “golpista”, y que surgía como líder disruptivo en lo que se consideraba una de las democracias más consolidadas del continente (que había sido por demás generosa en la época del exilio de tantos latinoamericanos). También les costaba asimilar a quien se metió a saco lleno a todas las instituciones republicanas (desde el parlamento hasta la justicia), inau­gurando un ciclo de democracia directa en América Latina, que sentó precedente para los procesos boliviano y ecuatoriano y dura hasta nuestros días.

El futuro dirá cuántos de estos cambios permanecerán, y cuál será el resultado de unas elecciones que cualquiera sabe serán reñidas. En ese país tan dividido será difícil cualquier pretensión de hegemonía: la transformación institucional es muy profunda, el duelo muy grande y los intereses de la plebe “levantisca”, muy vivos. Además, el compromiso de Argentina y Brasil con Venezuela importan y mucho en esta hora, y servirá de freno (al menos) a cualquier pretensión de desestabilización política en Venezuela que quiera protagonizar una derecha golpista, que hace tiempo espera poder volver a compartir la mesa de los grandes. Maquiavelo no dice nada sobre el destino final de las repúblicas revoltosas ni sobre los príncipes plebeyos, quizá porque en la política nunca hay destino manifiesto. Pero no hay duda de que Chávez fue “el” protagonista de su tiempo, y un héroe, al mejor estilo de la tragedia griega. Proto-agonizó frente a nosotros, que lo vimos morir joven –como a todos los héroes– y supo al mismo tiempo, en su agonía –como nosotros sabemos hoy también–, que su marca en la historia latinoamericana sería indeleble.

Tomado de BRECHA, 8 DE MARZO DE 2013.

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