El perdón estatal y la dureza de Sanguinetti. ¿Cuándo lloran los liberales?
Publicado el 01/04/12 a las 10:44 pm
Por qué nos irrita tanto Sanguinetti cada vez que opina, sobre todo respecto a los derechos humanos y la historia reciente del país? A esta distancia de los acontecimientos, estamos muy lejos de que esa irritación represente algún tipo de odio o siquiera bronca personal, o que responda a una intencionalidad ideológica u objetivo de polemizar, tampoco tiene ánimo de denostar sus opiniones o el derecho a expresarse públicamente, pero, indudablemente, ese sentimiento que despierta el ex presidente en gente de mi generación es algo profundo que no se atempera con el paso de los años, al igual que el filo de sus palabras.*
LA DEMOCRACIA EMOCIONAL. Hay una dimensión subjetiva de la democracia uruguaya pos dictadura directamente proporcional a la despersonalización y deshumanización que, a través de los castigos estatales generalizados, impuso el sistema autoritario durante cerca de 12 años en el país: la prisión y tortura generalizadas, los vejámenes de todo tipo, los crímenes y desaparición forzada de los cuerpos, la soledad del destierro y el insilio. Por eso mismo, una parte importante de esa dimensión subjetiva ha sido construida desde el dolor de las víctimas del terrorismo de Estado, la vergüenza y el pudor de los sobrevivientes, la autoestima e introspección silenciosa –no siempre el análisis autocrítico público– de las experiencias vitales de cada uno así como por los miedos existenciales o dolores físicos que aún perduran.
Pero esa dimensión subjetiva también es resultado de una lucha política y social colectiva y de años, desde 1985 al presente, llevada adelante por vastos sectores de la sociedad, por abrirse paso públicamente y contarse sin vergüenzas ante la negación y silencios, estigmatizaciones y mentiras institucionales que la impunidad difuminó en todos los poros de la sociedad durante 20 años. Esa dimensión subjetiva es también constitutiva de nuestra democracia institucional, parte importante de su legitimidad y del calor de la adhesión ciudadana, aunque no opera en el ámbito formal de las «reglas de juego» políticas y electorales sino a través de las emociones, los sentimientos ciudadanos, los reconocimientos y reparaciones, las disculpas y asunción de responsabilidades y, por qué no, el perdón y el arrepentimiento individual y colectivo.
Sanguinetti ya no es el poder político sino su símbolo. Ya no detenta las decisiones del Estado pero sigue siendo su discurso. Sus palabras ya no ordenan políticamente pero sigue incidiendo sobre las representaciones de los años sesenta y la dictadura en el presente democrático. Y logra prolongar uno de los efectos más visibles de la impunidad pos dictadura: deconstruir la dimensión subjetiva de la democracia pos dictadura en aras del desapasionamiento de su dimensión político-electoral, bloquear que el sentimiento ciudadano alinee sus emociones, el respeto y sus lágrimas por Julio Castro y María Claudia. Su discurso estereotipado y automatizado, por más de 30 años de repetirse, expulsó los sentimientos de sus enunciados, ocultando la dimensión humana de la tragedia que vivimos.
A través de la relación causal automática que establece entre violencia guerrillera y golpe de Estado o de la no explicación de la violencia estatal bajo dictadura y su secuela de víctimas, o de la equiparación social que entabla entre víctimas y victimarios en su teoría de los «dos demonios» sigue reproduciendo, en democracia, los mismos argumentos del Estado de los años sesenta y bajo dictadura, a pesar de las cuatro décadas transcurridas, de los avances en las investigaciones y documentación sobre el período, de las sentencias de la justicia, de los hallazgos de cuerpos desaparecidos en predios militares, de la sensibilidad de la sociedad.
Sus razones personales no admiten, pues, que el Estado democrático y de derecho actual reconozca las responsabilidades que aquel Estado-dictadura tuvo por la desaparición de María Claudia García, el secuestro y cambio de identidad de Macarena Gelman y los derechos avasallados contra Juan Gelman y su familia como tampoco lo admitiría por las demás víctimas de la violencia institucional, ni antes ni después del 27 de junio de 1973.
Entonces, Sanguinetti como presidente no sólo no permitió –ley de caducidad mediante–, que se investigaran y juzgaran por la justicia ordinaria los crímenes de lesa humanidad sino que como «ex» presidente, en todos estos años, tampoco ayudó a la condena moral del genocidio perpetrado ni a que sus autores e instituciones responsables se sintieran avergonzados o culpables, ni tampoco a desentrañar el componente civil (político) de la naturaleza cívico-militar de la dictadura uruguaya.
Igual, la sentencia de la Corte Interamericana nos sigue recordando aquella carta pública que Juan Gelman dirigiera al señor presidente de la República, el 10 de octubre de 1999: «Ojalá nunca padezca usted estas angustias, el peso de este vacío doble. Se le considera el más culto de los presidentes de América Latina y seguramente usted recuerda esta frase de su compatriota, el gran poeta Lautréamont: ‘Ni con un océano lavarás una sola mancha de sangre intelectual’. Especialmente cuando de por medio hay sangre de verdad. Las capas de silencio depositadas sobre robos de bebés conforman una mancha intelectual que no cesa de extenderse, porque el silencio sobre el crimen lo prolonga (…)».
¿DÓNDE ESTÁN LOS INDIVIDUOS…? Más allá de su persona, Sanguinetti representa el prototipo del político uruguayo. En ese sentido, nuestro malestar generacional es también una reacción crítica a un sistema político construido a imagen y semejanza de la personalidad de la «clase política»: orgullosa, omnipotente, acrítica, autosuficiente, insensible. Si como político no le puso nunca límites al poder estatal, como individuo tampoco le pudo poner límites al estadista. Si la crítica a la persona pública se extiende a lo que encarna como político, la crítica al sistema político es que anula como individuos a los políticos que lo integran. La privatización de las emociones personales a la que obliga el sistema instituido, la anulación del carácter autorreflexivo del ser humano, político en aras de una razón instrumental despersonalizada y desapasionada, funcional a las razones del Estado o del partido, siguen ocultando la dimensión social y ética de los conflictos políticos, el carácter humano del malestar con relación a las conductas del Estado terrorista y sus secuelas. Esa lógica político-institucional es la que apenas está dispuesta a reconocer la magnitud de la catástrofe social privatizándola en el «dolor de las familias» de las víctimas: el Estado no tiene responsabilidades que reconocer ni tampoco la sociedad uruguaya –como parte de la humanidad– tiene nada colectivo de que dolerse ni perdonarse.
Así, mientras buena parte de los integrantes de mi generación escucha o lee el discurso político desde los diferentes lugares en los que, como personas y ciudadanos, en estos años, la vida y las crisis nos colocaron, hay políticos que siguen hablándonos desde el mismo –único– lugar de poder que conocen, aunque, en el caso que nos ocupa, también el político se ha corrido de lugar, y lo más importante, por voluntad popular. No obstante, aunque ya no sea presidente, ni represente a ninguna mayoría, ni directorio partidario, ni tenga electorado propio, aunque su escritura no se interprete desde la legitimidad de la investidura que detenta ni su voz sea amplificada como gestualidad del poder, ni su cargo le proporcione lucimiento a su discurso, hoy, igualmente, su escritura, palabras, gestualidad y discurso siguen lastimando, irritando a la subjetividad y sensibilidad democráticas pos dictadura.
Como hombre público, con el paso de los años, Sanguine¬tti se ha vuelto más liberal que democrático y más conservador que democrático. La fama de humanista ilustrado, que aún conserva, debería emerger alguna vez para saber qué siente como persona sobre lo que nos ocurrió recientemente.
* Véase, como última muestra, su editorial «El teatro de la justicia» en el Correo de los Viernes.
Tomado de BRECHA, 22 de Marzo de 2012.