martes 17 de septiembre, 2024

Daños colaterales.

Publicado el 28/07/11 a las 3:19 am

Por Raúl Olivera Alfaro

La acción del terrorismo de Estado, ha dejado muchas huellas en el tejido de las sociedades que atravesaron procesos de autoritarismo que culminaron en sangrientas dictaduras. Esa comprobación, siendo acertada, no deja de ser una generalidad. Una mirada mas profunda, nos permitirá advertir que ese tejido social esta constituido por seres concretos y por experiencias de vida complejas únicas e intransferibles.

Esa mirada que entrecruza, tragedia colectiva y personal, nos dibuja mapas complejos en la que deben transitar las pendientes tareas de reparación y reconstrucción de nuestra historia reciente.

Es en ese marco, que han llegado hasta nosotros pedidos de ayuda de hijas que por complejas motivaciones en un momento de sus vidas sienten la necesidad de buscar a un padre al que le perdieron el rastro en los esos años. Quieren saber si están entre las víctimas de desaparición forzada o asesinados.

No encontrarlos en esas listas, es una respuesta tranquilizadora, aunque también provisoria ya que ambas nóminas parecen no estar nunca completas y cerradas definitivamente.

Pero, esa comprobación no da solución a ese legítimo y humano reclamo de saber que fue de ese padre. Esos padres, por las mismas causas por las que muchos uruguayos desaparecieron, fueros asesinados o encarcelados, tomaron el camino del exilio en el que, para esos hijos, se perdieron sus huellas. De alguna forma, pasaron a ser una categoría de “desaparecido”, para esos hijos. Una respuesta a una interrogante tan elemental y a la vez tan compleja, de ¿Dónde está?, es importante brindarla o contribuir a que exista.
Estas historias, tienen un hilo conductor común; el rescate de la figura paterna ausente, y a su vez de la búsqueda de sus orígenes, de sus historias. Como todo drama humano, es peculiar e irrepetible. Debió haber una historia de vida que pudo transitarse en común, pero que el drama político que vivió el Uruguay en los años 70 y 80, se encargó de dispersar a una parte de sus actores por el mundo. Crear las condiciones que quizás puedan contribuir a unir lo que aun es posible de unir, a pesar del tiempo trascurrido, es una tarea a la que es importante prestarle atención y solidaridad. Y si es posible ayudar a anudarla. No es una tarea fácil y ella no siempre es valorada adecuadamente por todos aquellos que pueden ser de gran ayuda para ello.

Esto que escribimos hoy, es lo que se ha podido, hasta hoy, reconstruir de dos historias: la de José Washington RODRIGUEZ ROCCA y la de Leogardo ARTIGAS LOPEZ.

Hasta hoy, esa reconstrucción de sus historias ha sido una tarea silenciosa, casi podríamos calificarla como anónima y privada. Sacarla a luz hoy, es una suerte de recurso desesperado por encontrar las pistas que por el carácter que hasta hoy tuvo, no supo o no pudo encontrar. Aspiramos a que los silencios, los vacíos que aparecen en estas historias, puedan ser llenados a partir de la información que se nos vaya proporcionando. Y porque no, si fuera posible, que significara el fin de una búsqueda.

José Washington tendría en este momento 69 años, mientras que Leogardo tendría 79 años. No es desde el punto de vista de nuestros tiempos biológicos, una tarea a la que no debamos darle la prisa y urgencia correspondiente.

Los dos fueron integrantes de un colectivo político, de ahí que no resultaría imposible encontrar en los distintos tramos de sus peripecias políticas o personales, huellas a partir de las cuales poder avanzar, ya sea para reconstruir su ruta, quizás llegar hasta ellos o al menos hacerles saber, que sus hijas necesitan encontrarlos o hacerles saber, que los buscan.

Lo que hoy sabemos, es el resultado de la información brindada por algunos de sus compañeros y de información existente en algunos lugares (organismos estatales, archivos policiales o de las fuerzas armadas, etc.).

1.- José Washington RODRIGUEZ ROCCA.

José Washington nació el 8 de noviembre de 1942. De su primer matrimonio tuvo dos hijos Hilda Mariela y Gabriel. Cuando se encontraba a punto de celebrar su segundo matrimonio, fue requerido por las fuerzas conjuntas a raíz de su militancia en el MLN-Tupamaros y debió pasar a la clandestinidad para después abandonar clandestinamente el país. Lo que no supo, ni aun sabe, es que la mujer con quien había decidido unirse en matrimonio, estaba embarazada y que de aquella relación nació una hija, Maria José.

José Washington trabajaba en la Fabrica Uruguaya de Neumáticos SA (FUNSA) y tenía varios sobrenombres: “OJOS DE GATO”, “MISTERIO”, “PETACA”. Era de complexión mediana, de pelo castaño crespo, de ojos verdes de los cuales surgía su apodo de “ojos de gato”. De estatura entre 1.65 y 1.70, cutis blanco. Era zurdo y tenía el dedo índice de su mano izquierda mutilado. Solía ser muy prolijo en su forma de vestir. Salió del Uruguay con un documento falso, con destino a la Argentina, de allí se trasladó a Chile, desde donde, luego seguramente del golpe de Estado de Pinochet, se trasladó a Cuba.

En 1990, momentos en que comenzamos la búsqueda conjuntamente con su hija María José, los datos de su derrotero, terminaban en la Argentina. Posteriormente, luego de largos años de investigaciones, logramos saber de su traslado a Chile y posteriormente otros testimonio lo ubican en Cuba entre los años 1973-75, de donde luego de un pasaje por Europa, fue visto por última vez, en Bogotá (Colombia), entre los años 1985-87. Allí se pierden sus pasos. ¿Recompuso su vida con otra identidad?

Existen indicios de que esa puede ser su situación. Es difícil asegurar eso, pero es un indicio que permite presumir que en ese país se debería encontrar actualmente su pista.

Durante estos 20 años de remover cielo y tierra, de preguntar mucho y de recibir pocas respuestas, Maria José se casó y tuvo dos hijos. Su sueño sigue siendo poder algún día encontrarse con su padre. Son muchos años de una búsqueda incansable en la que desde su comienzo se propuso no bajar los brazos. A quienes les ha solicitado información, les transmite la plena tranquilidad que el fin de su búsqueda es estrictamente personal, es una necesidad de identidad.

María José conoce una pequeña parte de la vida de su padre en el Uruguay, por el relato de algunos de los que fueron sus compañeros de trabajo y militancia, pero carga con un signo de interrogación muy pesado sobre sus hombros. Le es muy difícil vivir la vida con esa ausencia afectiva. No es su intención reclamar ni cuestionar absolutamente nada a su padre, por el contrario está muy orgullosa de él. Y si ese encuentro personal es imposible, al menos quiere hacerle saber que tiene una hija, y que lo busca. Tener la seguridad de que él lo sepa, para ella sería suficiente.

2.- Leogardo Artigas López.

Leogardo nació el 22 de junio de 1932. De su matrimonio existen dos hijas Judith y Anahí. En razón de su divorcio de la madre de sus hijas, solo la mayor, que nació en 1958, tiene algún recuerdo impreciso y muy fuertes otros. De su padre, recuerda el cariñoso abrazo y los libros que le regalaba. Que la llevaba en los brazos con la bandera roja con la hoz y el martillo a la llegada de Fidel Castro al Uruguay. Pero no recuerda su rostro. Mientras que Anahí su hija menor, nacida en 1962, creció sin haberlo conocido, pues fue a vivir junto con su hermana cuando tenía 3 meses de edad, con sus abuelos maternos en Fray Bentos primero y luego en Salto.

El 2 de marzo de 1973, Leogardo fue requerido por las fuerzas conjuntas a raíz de su militancia en el MLN-Tupamaros y debió pasar a la clandestinidad para poco después abandonar el país.

Trabajaba en ANCAP, a la que ingresó en 1967 como peón en el Departamento de Transporte. En 1969 pasa a trabajar en la División Alcoholes. En 1968, en el marco de las Medidas Prontas de Segu¬ridad, es recluido en unidades de la Armada, por considerársele un “agitador muy peligroso e instar a hacer paros durante la vigencia de las medidas prontas de seguridad”. En julio de 1972, abandona su tra¬bajo, presumiblemente para pasar a la clandestinidad. El 22 de marzo de 1973, las Fuerzas Conjuntas re¬quieren su captura por “sabérsele vinculado” al MLN-Tupamaros”.

Era de complexión mediana, de pelo castaño oscuro, de 1.69 de estatura y pesaba 60 kg. Salió del Uruguay clandestinamente y si bien se ignora con que destino, aparece posteriormente a fines de 1973 – luego del golpe de Estado de Pinochet-, refugiado en la embajada Argentina en Santiago de Chile. A fines de 1973 o en los primeros meses de 1974, en calidad de “expulsados o asilados” viaja a la Republica Argentina. De allí, al amparo del Comité Internacional para la Migración Europea, viaja en noviembre de 1974 con destino al Reino Unido.

En mayo de este año, momentos en que comenzamos la búsqueda conjuntamente con sus dos hijas, la hija menor, Anahi que ya tiene 48 años y tres hijos, no conocía el rostro de su padre. Su decisión de saber qué había sido de él, solo contaba con una información que había logrado en internet, consistente en un documento que incluía el nombre de su padre en una lista de requeridos existente en los archivos de la policía secreta del Paraguay.

Algunas versiones afirman que habría estado en el Uruguay, en los primeros tiempos de recuperada la democracia. Allí se pierden sus pasos. ¿Abandonó nuevamente el país?

Existen indicios de que esa puede ser su situación, ya que no registra en ninguna de las instancias elec¬torales, que haya votado o renovado su credencial cívica. Es difícil asegurar eso, pero es un indicio. Otras informaciones, al momento de escribir estas líneas, lo ubican en Portugal.

Durante al menos 48 años, la necesidad de empezar a remover cielo y tierra, de preguntar que fue de su padre, en el caso de Anahí, no se materializó. Su hija mayor, ubica su determinación de saber que pudo haber sido de su padre, cuando con 15 años ve en la televisión de Fray Bentos el requerimiento de su padre por las Fuerzas Conjuntas. Pasaron muchos años de búsqueda infructuosa y nostalgia, hoy Judith tiene un hijo y mucho le gustaría que su padre estuviera vivo para que lo conociera.

Sin embargo, como siempre finalmente sucede, aparece la necesidad fuerte de encontrarse con el padre. Son muchos años de esa ausencia paterna y de esa otra ausencia, la de encontrar sus raíces, una identidad que es mucho más que compartir un mismo apellido.

Anahí, y los nietos de Leogardo recién hoy conocen el rostro y una parte de la vida de su padre, registrada en los archivos de inteligencia policial y algo – muy poco, aún -, de lo que recuerdan quienes fueron sus compañeros de trabajo y militancia. Judith, recupera el recuerdo de su rostro.

Al igual que María José, cargan con un signo de interrogación muy pesado sobre sus hombros, le es muy difícil vivir la vida con esa ausencia. Anahi, que es una activa militante sindical, siente que el compromiso social y militante que ha asumido y el que registra su padre en las fichas policiales, no es una simple casualidad. Siente que puede estar muy orgullosa de él, y su padre de ella.

Si ese reencuentro personal es posible, habremos en parte reparado otro daño colateral, de nuestro pasado reciente.

María José, la hija de José Washington Rodríguez Rocca y las hijas de Leogardo Artigas López, no esperan, van al encuentro de dos historias, en las que están sus raíces. A ellas debemos prestar atención y solidaridad. A este pequeño y a la vez gran desafío, responden estas líneas.

Agradezco a Raúl, compañero y eslabón fundamental en esta búsqueda por darme la posibilidad de que se conozca parte de mi historia – María José.

Tomado de Trabajo & Utopía, Julio de 2011 – Año XII – No. 110.

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