La política de desarme del gobierno Obama
Publicado el 03/06/10 a las 2:08 am
Por José Luis Fiori.
Los intereses de EE.UU y su papel en el mundo precisan de unas fuerzas armadas con un poderío sin par, así como de la predisposición de de la nación a emplearlas en defensa de nuestros intereses y del bien común. Los Estados Unidos siguen siendo la única nación capaz de proteger y sostener operaciones a gran escala sobre amplias distancias. Esta posición única genera una obligación de ser los administradores responsables del poder y la influencia que la historia, nuestra determinación y las circunstancias nos han proporcionado».- Departamento de Defensa de los EEUU, Quadrennial Defense Review Report, febrero de 2010.
Después de quince meses de discursos e indecisiones, el presidente Barak Obama consiguió transformar en hechos, lo que desea ser la marca de su política exterior, dirigida al desarme y al control nuclear. En el inicio del mes de abril, Obama redefinió la estrategia nuclear de los Estados Unidos, prometiendo no utilizar más armas atómicas contra países que no las posean y que hayan firmado o cumplan con el Tratado de No proliferación Nuclear (TNP). Luego, de inmediato, el día 8 de abril, Barak Obama firmó – en Praga – un acuerdo con el presidente ruso Dimitry Mevedev, con el objetivo de reducir el arsenal nuclear de las dos mayores potencias atómicas el mundo. Y cuatro días después, Barak Obama lideró la reunión de la Cumbre de la Seguridad Nuclear, congregando en Washington a 47 jefes de Estado, para discutir su propia propuesta de control de la proliferación nuclear alrededor del mundo. Con vistas a la reunión quinquenal de revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear, que se realizará el próximo mes de mayo, en la ciudad de Nueva York, con la participación de los 189 Estados firmantes del TNP.
Hasta aquí la retórica y la puesta en escena fueron perfectas, pero los límites y las contradicciones de esta nueva propuesta de desarme del presidente Obama, son muy visibles. En primer lugar, lo que él llamó “nueva estrategia nuclear norteamericana” no pasa de una decisión y de un compromiso verbal que puede ser revertido y abandonado en cualquier momento, dependiendo de las circunstancias y de una decisión arbitraria de los propios Estados Unidos. En segundo lugar, el acuerdo entre los presidentes Obama y Mevedev contempla una reducción insignificante y casi simbólica, de sus arsenales atómicos, permitiendo al mismo tiempo, la substitución y modernización de las cabezas nucleares de los vectores existentes. Además de eso, el nuevo acuerdo de desarme no incluye ninguna discusión con respecto al aumento geométrico de los gastos militares norteamericanos en este año 2010, ni en relación al perfeccionamiento de los nuevos vectores X 51 de la Boeing con capacidad nuclear y que entrarán en acción dentro de 30 meses, siendo capaces de alcanza cualquier país del mundo en menos de una hora. Ni tampoco se habló de los nuevos submarinos rusos Yassen, que tienen capacidad de transportar 24 misiles a bordo, cada uno con seis bombas atómicas. En tercer lugar, en ningún momento y en ninguna de estas reuniones se mencionó el armamento atómico de la OTAN, localizado secretamente en Alemania, Italia, Bélgica Holanda y Turquía. Ni muchos menos se incluyó en la discusión los arsenales atómicos de Israel y Paquistán, que están hoy bajo control de gobiernos con fuerte presencia de fuerzas fundamentalistas y belicistas, y que actúan bajo la batuta de los propios norteamericanos. Por último, es lógico que no aparece en ningún momento, en esta agenda pacifista de Barak Obama, la profundización creciente de la guerra en Afganistán y los preparativos de los Estados Unidos e Israel de un ataque arrasador contra Irán, que es un país que no posee armamento atómico y que firmó el Tratado de No Proliferación, al contrario de Israel.
Estas contradicciones no son nuevas ni sorprendentes, forman parte de la política exterior de los Estados Unidos desde el fin de la Guerra Fría. Lo importante, en este caso, es que los demás países involucrados entiendan y asimilen la lección, y sepan ubicarse en función de sus propios intereses. Los Estados Unidos son un “poder global” y los “intereses nacionales” de un poder global contemplan posiciones a defender en todo el mundo, lo que disminuye mucho su capacidad de sostener principios y valores universales. Por esto, después del fracaso del fundamentalismo casi religioso del gobierno de Bush, el presidente Obama viene sorprendiendo a algunos analistas con el realismo pragmático y relativista de su política exterior. Pero su objetivo central sigue siendo el mismo, o sea, la primacía mundial de los Estados Unidos. Además de ello, al contrario de las apariencias, en plena crisis económica, Barak Obama decidió cambiar el foco y consolidar, dedicarse a la consolidación del poder norteamericano en todo el mundo, sin grandes preocupaciones con los derechos humanos o con la difusión de la democracia y demostrando plena conciencia de que este poder militar es indispensable para la reconstrucción de la economía norteamericana y del propio liderazgo mundial del dólar. Desde este punto de vista, lo que el presidente Obama está proponiendo, de hecho, es una especie de congelamiento de la actual jerarquía del poder militar mundial, con la conservación del derecho y de la obligación norteamericana de aumentar continuamente sus propios arsenales.
Los reveses económicos y militares de los Estados Unidos, en la primera década del Siglo XXI, alcanzaron al proyecto de poder global de EE.UU., pero él no fue abandonado. Hoy está en curso un realineamiento interno de las fuerzas dentro del establishment norteamericano – como ocurrió en la década del ´70 – y de esta lucha interna podrá surgir una nueva estrategia internacional como pasó en los años ´80, durante el gobierno de Reagan. Pero estos procesos de realineamiento suelen ser lentos y sus resultados dependerán de la propia lucha interna y de los desdoblamientos de los conflictos externos en que los Estados Unidos están involucrados. De cualquier manera, lo que es importante comprender es que sea cual fuere del resultado de esta disputa interna, los EE.UU. no se retirarán voluntariamente del poder global que ya conquistaron y no renunciarán a su futura expansión. La política exterior de las potencias globales tiene una lógica propia, y por eso mismo, con o sin política de desarme, los Estados Unidos deberán seguir aumentando su capacidad militar de forma continua, y a una velocidad que crecerá en los próximos años, en la medida en que se aproxime la hora de la superación de la economía norteamericana por la economía china.
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Traducción para www.sinpermiso,info: Carlos Abel Suárez
SinPermiso/Carta Maior, 2 mayo 2010