martes 18 de marzo, 2025

Haití: el costo de cargar maletas

Publicado el 17/04/10 a las 12:00 am

Por José Steinsleger

Por qué los filtros de la conciencia burguesa hicieron desaparecer la historia de las luchas por la independencia de Haitì.

I

Los cataclismos trastornan la vida de los pueblos. El Diluvio anegó las civilizaciones de la Mesopotamia bíblica, la corriente de El Niño influyó en el declive de los antiguos mayas; el terremoto de 1985 cimbró el orden político en México; pequeños estados insulares empiezan a ser tragados por el Pacífico; California se desprenderá del continente mañana, o en los próximos 500 años; la tala de la Amazonia (pulmón del planeta) deja áreas gigantescas de color ocre.

El terremoto de Haití fue más devastador, aunque menos intenso que el de Chile. ¿Porque Haití es más pobre? En 2005, un huracán destruyó Nueva Orleáns, ciudad ubicada en un estado (Louisiana) que tiene cuatro veces menos de habitantes, un PIB similar y un per cápita cinco veces mayor al de Chile. Levantada por esclavos africanos, la cuna del jazz se reconstruye con salarios del primer mundo. En cambio, el país «modelo» de América Latina reconstruirá sus ciudades con salarios del cuarto mundo.

¿Pero qué será de Haití? El primer cataclismo de La Hispaniola (así llamada por Cristóbal Colón) acabó con su población nativa. Poco más extensa que Zacatecas (76 mil 480 kilómetros cuadrados), la isla antillana estuvo habitada por 350 mil arawacs, caribes y taínos, pueblos borrados del mapa por Bartolomé y Diego Colón, hermano e hijo del almirante.

El segundo cataclismo duró cerca de 300 años, y consistió en la importación de millones de esclavos africanos. El tercero fue la guerra por la independencia en la que 100 mil esclavos murieron en combate (1791-1804), el cuarto fue el ensañamiento de la blanquitud con la república independiente, y el terremoto de enero pasado expulsó a los haitianos a los confines de la civilización.

La independencia de Haití ha sido deliberadamente ignorada por negra, antiesclavista, anticolonialista, antintervencionista, anticlasista, por derrotar en el terreno militar a los tres grandes imperios de la época, y por emplazar al pensamiento eurocéntrico, haciendo crujir las marquesinas filosóficas de la civilización occidental.

La primera y última rebelión victoriosa de esclavos en la historia de la humanidad guardó profundas diferencias con el resto de los procesos independentistas de América hispana. Los haitianos defendieron a tal grado su noción de libertad, que las juntas emancipadoras del continente optaron por soslayar sus alcances políticos y densidades conceptuales.

El escritor cubano Alejo Carpentier observó que entre los enciclopedistas franceses la idea de independencia tenía un valor meramente filosófico: «Se dice independencia frente al concepto de Dios, frente al concepto de monarquía, y la libertad individual del hombre. Pero nunca hablaron de independencia política o emancipación total, como en Haití». Los sabios de la época no quisieron estudiar a Haití. Para ellos, los negros eran una especie de dudosos atributos humanos.

Ahí tenemos a John Locke (1632-1704) escribiendo a la luz del candil sus ensayos sobre el entendimiento humano, mientras endulza el té cosechado por los esclavos de Inglaterra en India, con el azúcar de los esclavos de Europa en las Antillas. Y ahí tenemos a Charles-Louis de Secondat (barón de Montesquieu y Señor de la Bréde), quien posiblemente fumaba algo especial cuando en El espíritu de las leyes (1748), atusándose el bigote, explicó sus curiosas teorías sobre el azúcar, que:

“… sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro”.

El empirista Locke y la «democracia moderna». Su discípulo Montesquieu y la «división de poderes». El epicúreo Rousseau y su «buen salvaje». El cínico Voltaire y sus «críticas» al poder. El deista Diderot y la legitimación del colonialismo en su Enciclopedia. El humildísimo Napoleón y su famoso Código Civil que los estados modernos de América hispana clonaron en el siglo 19.

Concedido. Los ideólogos del llamado Siglo de las Luces murieron sin enterarse de la revolución francesa y de las rebeliones de los esclavos en Haití. ¿Y Carlos Marx? ¿Alguno de sus biógrafos nos explicó por qué habiendo sido un atento lector de La riqueza de las naciones (Adam Smith, 1776), Marx investigó la cuestión colonial en Irlanda e India, y pasó por alto la feroz guerra independentista en la colonia que generaba 75 por ciento de la producción mundial de azúcar, generando a Francia más beneficios que las 13 colonias de Inglaterra en América del Norte?

Como fuere, el escritor y político dominicano Juan Bosch acertó al advertir que “… cualquier estudioso de Marx puede encontrar en la revolución de Haití todas sus ideas convertidas en hechos”.

II

La revolución haitiana (1790-1804) fue «la más compleja de los tiempos modernos» (Bosch), y en íntima conexión con la revolución francesa tuvo lugar en cinco dimensiones entrecruzadas y superpuestas:

1) Guerra de clases entre grandes propietarios blancos y mulatos dueños de un tercio de la riqueza y de la cuarta parte de los esclavos. Ambos sectores impulsaban la autonomía y algunas medidas revolucionarias, reconociéndose aliados de Francia, y no su propiedad.

2) Guerra social de amos contra negros que trabajaban bajo el régimen de esclavitud, modo de producción que los economistas modernos llaman, eufemísticamente, «economía de plantación».

3) Guerra racial de negros contra blancos y mulatos, luego que la revolución francesa no había dedicado una sola palabra a la esclavitud, dejando el conflicto en manos de las autoridades coloniales.

4) Guerra antintervencionista de blancos, mulatos y negros contra Inglaterra y España, potencias que invadieron la isla con el propósito de conjurar la difusión de las ideas revolucionarias en sus colonias del Caribe.

5) Lucha nacional, anticolonial y antimperialista de haitianos contra franceses hasta alcanzar la independencia total.

En Francia, la influyente Sociedad Amigos de los Negros agrupaba en realidad a los amigos de los mulatos. Muchos mulatos se habían educado en la metrópoli, donde no eran víctimas de la discriminación que padecían en su propia tierra. Los mulatos tenían un nivel económico similar al de los blancos, pero con estatus social diferente. Y hasta el decreto revolucionario del 24 de septiembre de 1791, no podían ejercer las profesiones liberales ni presentar candidatos en la colonia.

Simultáneamente, los cielos de Haití se pintaban de negro. En las fiestas y banquetes de las autoridades, comerciantes, navieros, militares, aventureros, banqueros, diplomáticos, los esclavos con peluquín y disfrazados de meseros elegantes, oían con atención. A espaldas de los comensales (uno por silla), los negros oían que el pueblo francés debatía, que la Corte era incapaz, que los campesinos saqueaban las bodegas, que los pobres escupían al paso de los ricos, y que un tal Robespierre exigía el derecho de ciudadanía para los negros y mulatos.

Totalmente alborotados, los sirvientes retornaban a los barracones, donde las esclavas también aportaban información. Era común, en las haciendas, que las aburridas esposas de los colonos aliviasen el tedio confesando sus más íntimos secretos a las negras que, no menos aburridas, las abanicaban.

En la noche del 14 de agosto de 1791, un esclavo jamaiquino al que le decían Bouckman porque sabía leer (book man) celebró una ceremonia vudú en un bosque que era propiedad de su amo. Bouckman imploró la ayuda vengadora de los dioses negros contra los dioses blancos. Y aquí hay que destacar un dato subestimado por los historiadores a modo: muchos de los negros capturados en Africa occidental habían sido grandes guerreros. Por tanto, se consideraban prisioneros de guerra.

Bouckman murió asesinado por los franceses. Sin embargo, mulatos como André Rigaud, Vincent Ogy y su amigo Fleury (quienes poseían tierras y esclavos, pero defendían a los negros) se unieron a los hermanos Jacques y Jean Baptiste Chavannes, fogueados en la guerra de Independencia de Estados Unidos. Al finalizar la contienda, los hermanos Chavannes compraron armas en el país del norte y se marcharon a Haití.

Todos murieron ahorcados. Pero varias mechas quedaron encendidas. En el norte de la isla se levantaron los mulatos Jean Francois y Biassou y, en el centro, el esclavo Hyacinthe ofrecía un puesto de lucha a los negros fugados de las plantaciones. Los blancos que vivían en las haciendas empezaron a trasladar a sus familias a la ciudad. Decían que en las montañas y bosques de Haití, los tambores sonaban con inusitada y creciente intensidad.

Cuando las bandas de Francois y Biassou cruzaron a la parte occidental de la isla, España entró de lleno en el conflicto. En Santo Domingo, los alzados obtuvieron la libertad y se les reconoció grados militares. Entre los secretarios de Biassou iba Toussaint, negro esclavo de 49 años que curaba a enfermos y heridos.

Toussaint había trabajado de cochero en la plantación de un colono llamado Señor de Bréda. Cosa curiosa: de los pagos de Montesquieu. El amo de Toussaint era masón, y en la hacienda poseía una biblioteca en la que menudeaban los clásicos griegos, latinos y los enciclopedistas franceses. En la plantación, Toussaint recibió instrucción primaria, se convirtió al catolicismo y durante años, autorizado por el amo, frecuentó su biblioteca. Así se formó Toussaint L’Ouverture (El Iniciador), padre de la nación haitiana.

Y ahora, vamos al cine. En 1969, el italiano Gillo Pontecorvo filmó Queimada, poderosa metáfora de las distintas etapas de la revolución haitiana. La película empieza cuando en los muelles de una isla antillana que se halla bajo el dominio de una potencia rival de Inglaterra, un negro se acerca a un agente inglés, y le dice: Señor… ¿desea que cargue con sus maletas?

III

Retengamos, por un instante, el universo subyacente en la frase que el negro le dirige al inglés en la película Queimada: Señor… ¿desea que cargue con sus maletas? El ofrecimiento aparecerá en tres ocasiones, que bien pueden simbolizar las tres etapas de la revolución francesa, y la lucha anticolonial y antiesclavista de Haití.

1789-1791. Dado que los esclavos negros no son incluidos en la solemne proclamación de los Derechos del Hombre, los colonos blancos y mulatos ricos se adhieren a la revolución y libran una lucha a muerte por el poder de la colonia.

1792-1799. Los girondinos decretan la igualdad entre mulatos, negros libres y colonos blancos (marzo, 1792). De los esclavos, nada. Pero en agosto cambia la relación de fuerzas de la Asamblea, y los jacobinos rayan la cancha: inicio de la república, fin de la monarquía y decapitación del ciudadano Luis Capeto (Luis XVI).

En julio de 1793, frente al peligro de perder la colonia a manos de Inglaterra, los delegados de Robespierre proclaman la abolición de la esclavitud. Hecho que París formalizará recién en febrero de 1794, pues la burguesía revolucionaria no concebía la idea de liberar a los esclavos. Es el momento que en la novela de Alejo Carpentier, El Siglo de las Luces (1962), un personaje dice a otro (francés): «Los negros no los esperaron a ustedes para proclamarse libres un número incalculable de veces».

Sigamos con Queimada. El negro carga con las maletas del agente inglés, y ambos entablan amistad. El inglés propone robar el oro depositado en un banco de la colonia. Se roban el oro y la banda es perseguida por las tropas coloniales. Luego, el agente propone el asalto al palacio. El golpe es exitoso y ahí empiezan los problemas verdaderos.

Convertido en líder, el negro preside un gabinete que el inglés ha integrado con los colonos que vivían de la esclavitud. El negro entiende la lengua de sus antiguos amos, pero nada del lenguaje leguleyo, nada. Se pelea con el inglés, abandona el poder y se larga al monte. El inglés concluye su tarea y, en el muelle, otro negro se le acerca: Señor… ¿desea que cargue con sus maletas?

La paradoja es implícita: si Francia desea retener la colonia, debe apoyarse en los mulatos y los negros libres, pues los colonos blancos ya no responden a ninguna de las facciones revolucionarias, sino a las potencias enemigas de Francia, en cuya victoria confían.

Años después, el inglés regresa a la isla representando a una poderosa compañía azucarera. Misión: acabar con el ejército del negro, para lo cual propone a los blancos la ayuda de las tropas británicas. El líder rebelde es capturado y, en víspera de su ejecución, acosado por los remordimientos, el inglés decide liberarlo del cautiverio. El negro se rehúsa. Que su muerte sirva de ejemplo para que otros continúen la lucha.

Sin entender nada, el inglés emprende el camino de regreso a la «civilización». Y en los muelles, otro negro le ofrece cargar con sus maletas. El agente sonríe con ironía y tristeza. Pero en el instante en que se agacha para dejar las maletas, el negro le asesta una puñalada mortal. La lucha apenas empieza.

Con Toussaint Louverture, los esclavos consiguen estrategia, disciplina y conducción. En sendas batallas que la «historia universal» continúa escamoteando, los negros de Louverture y Jean Jacques Dessalines derrotan a los ejércitos invasores de Inglaterra y España. En tanto, Napoleón da su famoso golpe de Estado y disuelve el Directorio (1799).

1800-1804. Louverture anuncia que el país se independiza para siempre de Francia y dicta la primera Constitución (1801). Desesperado, Napoleón restablece la esclavitud (1802) y envía a la isla la poderosa flota con 30 mil soldados profesionales que Dessalines y Alexander Petion derrotan el 12 de noviembre de 1803 (batalla de Vertieres).

Napoleón exclama: «¡Maldito azúcar, maldito café, malditas colonias!» No sólo eso. Para afrontar los costos de la aventura militar en el Caribe, Francia se ve obligada a vender la Luisiana a Estados Unidos. El primero de enero de 1804 Haití proclama la independencia total. Y los negros anuncian el fin de las pretensiones imperiales de Francia en América.

Humillación que París jamás perdonará. Desde entonces, todos los gobiernos y «repúblicas democráticas» de Francia (y casi todos sus intelectuales avant la lettre) practican frente al drama de Haití una indiferencia y una crueldad diplomática tanto o más refinada que sus aromas de laboratorio.

En Historia contemporánea de América Latina” (Alianza, 1970, 548 páginas, libro de texto en universidades de América Latina y Europa) el argentino Tulio Halperin Donghi dedica sólo tres líneas y media a la revolución de Haití (p. 88). Y en las 435 de El espejo enterrado (FCE, 1992, con varias reimpresiones y millares de copias), Carlos Fuentes logra una síntesis mayor: una línea y media (p. 208).

El gran poeta de Martinica Aimé Cesaire apuntó en Discurso sobre el colonialismo (1955) que no se trata de desconocimiento, sino de “… conocimiento que filtra. Y el filtro sólo deja pasar aquello que sirve para cebar la buena conciencia burguesa”.

Tomado de La Jornada 31/3, 7/4 y 14/4/2010.

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