«Pacificación» presidencial en América Latina
Publicado el 03/01/10 a las 2:40 pm
Por Noam Chomsky
Barack Obama es el cuarto presidente estadunidense en ganar el Premio Nobel de la Paz y se une a otros dentro de una larga tradición de pacificación que desde siempre ha servido a los intereses estadunidenses.
Los cuatro presidentes dejaron su huella en «nuestra pequeña región de allá, que nunca ha molestado a nadie» como caracterizó al hemisferio el secretario de Guerra, Henry L. Stimson, en 1945.
Dada la postura del gobierno de Obama hacia las elecciones en Honduras de noviembre último, vale la pena examinar el historial.
Theodore Roosevelt
En su segundo mandato como presidente, Theodore Roosevelt dijo que «la expansión de pueblos de sangre blanca o europea durante los pasados cuatro siglos se ha visto amenazada por beneficios duraderos para los pueblos que ya existían en las tierras en que ocurrió dicha expansión» (pese a lo que puedan pensar los africanos nativos americanos, filipinos y otros «beneficiados» puedan creer).
Por lo tanto, era «inevitable y en gran medida deseable para la humanidad en general, que el pueblo estadunidense terminara por ser mayoría sobre los mexicanos» al conquistar la mitad de México”, además de que «estaba fuera de toda discusión esperar que los (texanos) se sometieran a la supremacía de una raza inferior».
Utilizar la diplomacia de los barcos artillados para robarle Panamá a Colombia y construir un canal también fue un regalo para la humanidad.
Woodrow Wilson
Woodrow Wilson es el más honrado de los presidentes galardonados con el Nobel y posiblemente, el peor para América Latina. Su invasión a Haití en 1915 mató a miles, prácticamente reinstauró la esclavitud y dejó a gran parte del país en ruinas.
Para demostrar su amor a la democracia, Wilson ordenó a sus marines desintegrar el Parlamento haitiano a punta de pistola en represalia por no aprobar una legislación «progresista» que permitía a corporaciones estadunidenses comprar el país caribeño. El problema se remedió cuando los haitianos adoptaron una Constitución dictada por Estados Unidos, redactada bajo las armas de los marines. Se trataba de un esfuerzo que resultaría «benéfico para Haití», aseguró el Departamento de Estado a sus cautivos.
Wilson también invadió República Dominicana para garantizar su bienestar. Esta nación y Haití quedaron bajo el mando de violentos guardias civiles. Décadas de tortura, violencia y miseria en ambos países fueron el legado del «idealismo wilsoniano», que se convirtió en un principio de la política exterior estadunidense.
Jimmy Carter
Para el presidente Jimmy Carter, los derechos humanos eran «el alma de nuestra política exterior». Robert Pastor, asesor de seguridad nacional para temas de América Latina, explicó que había importantes distinciones entre derechos y política: lamentablemente la administración tuvo que respaldar el régimen del dictador nicaragüense Anastasio Somoza, y cuando esto resultó imposible, se mantuvo en el país a una Guardia Nacional entrenada en Estados Unidos, aun después de que se habían perpetrado matanzas contra la población «de una brutalidad que las naciones reservan para sus enemigos», según señaló el mismo funcionario, y en que murieron unas 40 mil personas.
Para Pastor, la razón es elemental: «Estados Unidos no quería controlar Nicaragua ni ningún otro país de la región, pero tampoco que los acontecimientos se salieran de control. Quería que los nicaragüenses actuaran de forma independiente, excepto cuando esto podía afectar los intereses de Estados Unidos».
Barack Obama
El presidente Barack Obama distanció a Estados Unidos de casi toda América Latina y Europa al aceptar el golpe militar que derrocó a la democracia hondureña en junio pasado.
La asonada reflejó «abismales y crecientes divisiones políticas y socioeconómicas», según el New York Times. Para la «reducida clase social alta», el presidente hondureño Manuel Zelaya se había convertido en una amenaza para lo que esa clase llama «democracia», pero que en realidad es el gobierno de «las fuerzas empresariales y políticas más fuertes del país».
Zelaya adoptó medidas tan peligrosas como el incremento del salario mínimo en un país en que 60 por ciento de la población vive en la pobreza. Tenía que irse.
Prácticamente solo, Estados Unidos reconoció las elecciones de noviembre (en las que resultó victorioso Pepe Lobo); las que se celebraron bajo un gobierno militar y que fueron «una gran celebración de la democracia», según el embajador de Obama en Honduras, Hugo Llorens.
El apoyo a los comicios también garantiza para Estados Unidos el uso de la base aérea de Palmerola, en territorio hondureño, cuyo valor para el ejército estadunidense se incrementa medida de que está siendo expulsado de la mayor parte de América Latina.
Después de las elecciones, Lewis Anselem, representante de Obama ante la Organización de Estados Americanos, aconsejó a los atrasados latinoamericanos que aceptaran el golpe militar y secundaran a Estados Unidos «en el mundo real, no el el mundo del realismo mágico».
Obama abrió brecha al apoyar un golpe militar. El gobierno estadunidense financia al Instituto Internacional Republicano (IRI, por sus siglas en inglés) y al Instituto Nacional Democrático (NDI, por sus siglas en inglés) que, se supone, promueven la democracia.
El IRI regularmente apoya golpes militares para derrocar a gobiernos electos como ocurrió en Venezuela, en 2002, y en Haití, en 2004. El NDI se ha contenido. En Honduras, por primera vez, éste instituto acordó observar las elecciones celebradas bajo un gobierno militar de facto, a diferencia de la OEA y la ONU, que seguían paseándose por el mundo del realismo mágico.
Debido a la estrecha relación entre el Pentágono y el ejército de Honduras, así como la enorme influencia económica estadunidense en el país centroamericano, hubiera sido muy sencillo para Obama unirse a los esfuerzos de latinoamericanos y europeos para defender la democracia en Honduras.
Pero Barack Obama optó por la política tradicional.
En su historia de las relaciones hemisféricas, el académico británico Gordon Connell-Smith escribe: «Mientras se habla de dientes para afuera en favor de una democracia representativa para América Latina, Estados Unidos tiene importantes intereses que van justo en la dirección contraria», y que requieren de «la democracia como un mero procedimiento, especialmente cuando se celebran elecciones que, con mucha frecuencia, han resultado una farsa».
Una democracia funcional puede responder a las preocupaciones del pueblo, mientras «Estados Unidos está más preocupado en coadyuvar las condiciones más favorables para sus inversiones privadas en el extranjero».
Se requiere una gran dosis de lo que a veces se conoce como «ignorancia intencional» para no ver estos hechos.
Una ceguera así debe ser celosamente guardada si es que se desea que la violencia de Estado siga su curso y cumpla su función. Siempre en favor de la humanidad, como nos recordó Obama otra vez en su discurso al recibir el Premio Nobel.
Traducción: Gabriela Fonseca.
Tomado de http://www.jornada.unam.mx/2010/01/03/index.php?section=opinion&article=017a1mun