Con los dientes apretados
Publicado el 02/11/09 a las 12:13 am
Por Constanza Moreira
El domingo, y luego de la efímera alegría que produjo el anuncio de Luis Eduardo González sobre el triunfo de la papeleta rosada en el plebiscito por la anulación de la ley de caducidad, vino la sorpresa, el golpe de desánimo, la perplejidad: no sólo el Frente Amplio (FA) no triunfaba en primera vuelta, sino que tampoco habíamos conseguido la anulación de la ley. Las dos noticias, juntas, minaron el ánimo de los frenteamplistas de a pie, que ajenos a esos números que ya días antes distaban de anunciar cualquier victoria, esperaban ansiosos el desenlace feliz que habían alimentado en las marchas y caravanas multitudinarias de los últimos días.
Ese fue el ánimo también en la fórmula, y se traslució en la cara de Mujica. Cualquier reinterpretación de los resultados del día siguiente, y de los días siguientes, no debe hacernos olvidar el ánimo en ese momento. Y no era porque habían ganado los otros, sino porque nosotros habíamos perdido. Vale la pena repasarlo. Aunque sea para tomar impulso y volar más alto.
La ley de caducidad fue ratificada, apenas por defecto, el domingo pasado. No es que la gente voto «a favor» de la ley de caducidad. La forma de dirimir el plebiscito, que sólo obligaba a votar a quien quería hacerlo a favor, pero no obligaba a votar en contra, le evitó tomar la decisión a miles de uruguayos que realizaron una suerte de voto «en blanco» frente a ello. Si la decisión de anular la ley hubiera sido hecha en otro formato, obligando a decidir no sólo a los del Sí, sino también a los del No (como en el plebiscito de 1989), los resultados hubieran sido distintos. Para sostener esto me base en las últimas encuestas realizadas antes de la elección (que confirmaban lo que otras varias encuestas evidenciaron a le largo de la campaña por la anulación): los que estaban a favor de la anulación oscilaban entre el 42 por ciento y el 46 por ciento, mientras que los que estaban en contra no superaban el 20 por ciento. El resto estaban… indecisos. Y optaron por no hacer nada.
El FA tendría otra chance, en noviembre. Los dos puntos que le faltaban para llegar podrían ser descontados en las semanas siguientes. Además, ya tenía mayoría parlamentaria. Pero los dos puntos que faltaron para la anulación de la ley no podrían ser repechados por ninguna campaña posterior. Y además, no era la primera vez que se trataba de derogar la ley, sino la segunda. El fracaso del referéndum de 1989 ya había vuelto precavidos a muchos contra cualquier nueva, intentona de derogación. Mejor no volver a transitar ese camino, decían. El no volver a fracasar llevó a la inevitable -y nunca aconsejable- idea de que era mejor no volver a intentarlo. Y esa posición triunfó, durante mucho tiempo, en filas de la izquierda. Mejor ir por otras vías: la internacional (la ley es incompatible con los tratados internacionales), 1, propiamente legal (la aplicación del artículo 4), o la vía, interpretativa (la declaración de inconstitucionalidad por parte de la Suprema Corte de Justicia).
Pero fueron otros, y especialmente los jóvenes, ajenos a la derrota de 1989, y ajenos, de hecho, a los sucesos que llevaron a la aprobación de la ley y a la derogación (mucho de ellos ni siquiera habían nacido en la dictadura), los que quisieron volver a transitar el camino del plebiscito. ¿Por qué? Hoy, donde alguna acusación se puede escuchar con relación a quienes presentaron el recurso de la nulidad, vale la pena hacer algunas precisiones. Para hoy (para este breve mes que nos separa del balotaje), pero especialmente para e futuro.
La Coordinadora por la Anulación de la Ley de Caducidad nucleó a varios grupos políticos, al movimiento sindica al movimiento estudiantil, y a varios otros movimiento sociales, además de la inmensa mayoría de los artistas personalidades de la cultura, entre los que destacan, claro está, la presencia de Mario Benedetti y Eduardo Galeano. No fue una iniciativa partidaria (en un país donde todo es partidario) sino supra partidaria. Y ello le dio una debilidad y una fuerza. Su principal debilidad fue la reticencia de le partidos a sumarse a la iniciativa. Ello les hizo carecer de 1 infraestructura necesaria para llevar el mensaje hacia 1 población, incluyendo, claro está, la falta de dinero para 1 campaña en los medios. Ello también explica el largo, larguísimo proceso que llevó a que la juntada de firmas, estancada durante mucho tiempo, se precipitara al final, cuando vencía el plazo, por la anuencia del FA, y del propio presidente Vázquez. Hacia el final de la campaña propiamente dicha, además, se sumaron otras voces: algunos representantes colorados (Diego Fau) y blancos (la emblemática figura de Juan Raúl Ferreira). Este tipo de articulación o coalición de partidos y movimientos fue la forma que encontró el movimiento social y la izquierda cuando luchaban contra las iniciativas privatistas y liberalizantes de los años noventa. Tuvo muchos éxitos, como el plebiscito por el agua, las empresas públicas y la ley de ANCAP, pero tuvo muchísimos fracasos, más de los que hoy recordamos. Muchos de esos fracasos (como el plebiscito por e1 4,5 por ciento del PBI para la educación) fueron luego convertidos en logros cuando se tuvo la voluntad política para hacerlo, incluso a despecho de que la iniciativa por la vía de la democracia directa hubiera fracasado.
La principal fuerza de esta forma de hacer política reside, justamente, en su carácter suprapartidario y movimientista. Y no es por desconocer la importancia de los partidos, sino porque la política es eso, y algo más. Así, la decisión de volver a arriesgarlo todo en el plebiscito por la nulidad permitió que el tema de los derechos humanos cobrara una visibilidad de la que careció a lo largo de casi un lustro de historia política reciente, en que el mismo fue invisibilizado, tapado, negado, sustraído al debate público. Claro que no fue sólo el plebiscito el que lo hizo posible, sino también la aplicación del artículo 4 y los procesamientos de este perío¬do, y por ello el propio plebiscito también es hijo de lo que este gobierno conquistó.’
Pero la fuerza de la convocatoria reside en algo más: la, movilización de los jóvenes. Y reside en la concientización de los jóvenes sobre un tema que les corresponderá encarar, como parte de sus responsabilidades políticas actuales y futuras. Porque la política ya está pasando a ellos, imperceptiblemente. Y las nuevas formas de actuar colectivamente que comenzaron a delinearse con esta campaña lo atestiguan. Sí, aunque no sea tan manifiesto, Uruguay está comenzando a hacer el recambio generacional que la dictadura impidió, y la movilización juvenil sobre los temas que importan (la ley de caducidad, la despenalización del aborto, la educación) es un síntoma de este movimiento y un anticipo del futuro.
Los jóvenes, estos tildados como «apáticos» de la política, estuvieron presentes como nunca. ¿Y por qué? Porque la lucha por la anulación de la ley de caducidad convoca a cuestiones de derechos fundamentales, que trascienden la lucha partidario-electoral. Y los jóvenes necesitan abrazar grandes ideales por los cuales valga la pena luchar. Y es por ello que la tapa de La Diaria del día después, con el titular «Duele», mostraba sus caras tristes, abrazados a sus banderas. Y eran los jóvenes los que se pintaban las caras con la campaña del Diretas já, en Brasil, y los que protagonizaron las grandes movilizaciones sobre los temas de educación en Chile, que obligaron a Bachelet a un «viraje» hacia la izquierda…
En nuestro caso, los grandes temas y las definiciones político-partidarias van juntos. No habrá política de defensa de los derechos humanos sin gobierno de izquierda, lamentablemente. Los partidos tradicionales, con honrosas excepciones, prefieren seguir cultivando una cultura de la impunidad, antes que sumarse a los esfuerzos por construir un futuro distinto.
A la tentación de reproches recíprocos, impongámosle la lógica de los hechos. Si al Frente se le responsabiliza por no haberse pronunciado antes y con más fuerza sobre el plebiscito, y a las organizaciones por no haber medido mejor sus fuerzas, ello no altera la ecuación fundamental. El voto a favor del plebiscito fue de los frentistas, convencidos o no por sus líderes. Es cierto que algunos que votaron al PN y al PC optaron por poner la papeleta, pero estos porcentajes son mínimos. Lo mismo que le impidió al FA obtener la victoria en la primera vuelta fue lo que impidió la aprobación de la anulación. Y por eso la lucha debe dirigirse ahora a la búsqueda del triunfo del FA en noviembre. Pero la lucha contra la ley de caducidad continuará. ¿Por qué vías?
No lo sabemos. El 20 de octubre la Suprema Corte de Justicia votó por la inconstitucionalidad de la ley. Ésta continuará siendo inconstitucional, y violatoria de las normas internacionales emanadas, entre otros, de los convenios internacionales suscritos por el país. Si bien la ciudadanía no ratificó la solución encontrada a través de la anulación, se seguirá buscando la forma de eliminar a la ley del ordenamiento jurídico nacional. Los derechos humanos siguen siendo derechos fundamentales, y seguiremos abogando siempre por su protección y su vigencia plena. Después, mañana, discutiremos las vías.
Y recordemos. Hay luchas que fracasan, y otras que se ganan. Pero la única lucha que se pierde es la que se abandona.
Tomado de BRECHA, 30/10/2009.
Aragon Tercero
Nov 3rd, 2009
Mira Constanza; mientras la izquierda siga hechizada por ganar espacios en el parlamentarismo democratico se van a seguir repitiendo estos resultados.
Hay una regla de oro que la izquierda olvida; el Estado como tal nunca es neutral y los que dominan la contradiccion fundamental que es capital-trabajo lo agrandan o achican de acuerdo a sus propias necesidades.
En resumen; es muy dificil hacer tortilla sin romper los huevos y si entendemos la politica como el lugar de acividad humana contingente y estocastica le compete a la izquierda ser mas creativa; de otra manera no asumir «el fin de la historia’ a lo Fukuyama
Un beso enorme y se espera mas originalidad
Escribime a elcognitario@yahoo.com.au
Rodrigo
Nov 4th, 2009
Decir «los que dominan la contradiccion fundamental que es capital-trabajo agrandan o achican el Estado de acuerdo a sus propias necesidades» y luego terminar con un «se espera más originalidad» es un chiste, supongo.
Como chiste, está bueno. Cualquier cosa, esta vision entre maquínica y religiosa del Estado como una herramienta muy sencilla (igual de simple que un destornillador) al servicio directo y absoluto de «los que dominan» (que son, por cierto, un grupo homogéneo, delimitable, y que domina por completo y sin fisuras ni negociaciones); cualquier cosa, digo, tal visión, menos «original».
Seguir cuestionando al fósil ridículo de Fukuyama es un buen ejemplo de la «originalidad» de estos discursos patéticos. Dime a qué macaco te opones y te diré cuán patético y desubicado eres.