La Señora Thatcher y Lord Keynes: mitos y hechos
Publicado el 01/06/09 a las 12:00 am
Por José Luis Fiori
La historia de la segunda mitad del siglo XX transformó la elección como primera ministra de la señora Margareth Thatcher, el día 4 de mayo de 1979, en una frontera simbólica entre dos grandes períodos del mundo contemporáneo: la «era keynesiana» y la «era neoliberal». A pesar de eso, no es fácil explicar cómo fue que esta señora se transformó en el emblema de la reacción conservadora frente a la crisis de los años 70, victoriosa en Inglaterra y en todo el mundo. El epicentro de la crisis fueron los Estados Unidos, y las principales decisiones que cambiaron el rumbo de la historia de la segunda mitad del siglo pasado, también fueron tomadas en EE.UU. Algunas de ellas, mucho antes de la elección de Margareth Thatcher. En el campo académico y político, la inflexión neoliberal comenzó en los años 60, durante el primer gobierno de Nixon, y lo mismo ocurrió en el campo diplomático y militar. Los principales responsables de la política económica internacional del gobierno de Nixon –Georges Shultz, William Simon, Paul Volcker– ya defendían, en aquella época, el abandono norteamericano de la paridad cambiaria del Sistema de Bretton Woods, la apertura de los mercados y la libre circulación de los capitales. Y todos tenían como objetivo estratégico el restablecimiento del poder mundial de las finanzas y de la moneda norteamericana, amenazados por los déficits comerciales y por la presión sobre las reservas en oro de los EE.UU., que aumentaron en la segunda mitad de la década de los 60. Más tarde, después del fin del «patrón-dólar», en 1973, y de los primeros pasos de la desregulación del mercado financiero norteamericano, en 1974, todavía bajo el gobierno demócrata de Jimmy Carter, fue Paul Volcker y su estrategia de estabilización del dólar, de 1979, la que constituyó el verdadero turning point monetarista de la política económica norteamericana. Antes de la victoria republicana de 1980, y de la transformación de Ronald Reagan en el icono de la reacción conservadora en los Estados Unidos.
En la propia Inglaterra, el «giro neoclásico» de la política económica comenzó antes de la elección de la señora Thatcher, durante el gobierno del primer ministro James Callaghan, después de la crisis cambiaria de 1976. En aquel momento, el gobierno laborista se dividió entre los que defendían una «estrategia alternativa» de radicalización de las políticas de control, de sesgo keynesiano, liderados por Tony Benn, y el ala victoriosa, de los que defendieron el pedido de Gran Bretaña al FMI y la aceptación de las políticas ortodoxas y monetarista exigidas por el Fondo, como contraparte de sus préstamos, admitida por el gobierno de Callaghan, en sintonía con el gobierno socialdemócrata alemán de Helmut Schmidt, que ya había «adherido» a la misma ortodoxia, antes que el luego canciller conservador, Helmut Kohl.
Con todo y con eso, no hay duda de que fue la señora Thatcher la que pasó a la historia como abanderada del neoliberalismo de las últimas décadas del siglo XX. Un cambio o baraja de papeles permanente, análogo al que siguió a la II Guerra Mundial. Fue Keynes, y no Harry White, la figura fuerte en la creación del Sistema de Bretton Woods; fue Churchill, y no Truman, el verdadero padre de la Guerra Fría; fueron los ingleses, y no los norteamericanos, quienes crearon el «euromercado» de dólares –en los inicios de la década del 60– que está en el origen de la globalización financiera; fue Tony Blair, más que Bill Clinton, quien anunció en una entrevista colectiva, en febrero de 1998, la creación de la «tercera vía», al mismo tiempo que defendían la necesidad de una Segunda Guerra en Irak. Y lo mismo aconteció con el anuncio conjunto –en 2000– de la solución anglosajona del enigma del genoma humano; y ahora, nuevamente –de vuelta en el campo económico–, fueron los ingleses, y no los norteamericanos, quienes encabezaron la respuesta de las grandes potencias a la crisis financiera, en octubre de 2008. Y fue el primer ministro británico Gordon Brown, y no el presidente Barack Obama, quien anunció en la ciudad de Londres, en abril de 2009, el fin del «Consenso de Washington», nombre que fue dado por los norteamericanos a las políticas de la «era Thatcher». Y después de todo, lo que la prensa internacional está anunciando es el regreso del mundo entero a las idea de Lord Keynes, y no de Ben Bernanke o de Laurence Summers.
O sea, incluso después de lo que algunos analistas llaman el «fin de la hegemonía británica», los ingleses siguen definiendo o anunciando la dirección estratégica seguida por los «pueblos de habla inglesa» y por el mundo en general. Sea en una dirección, sea en otra, porque en realidad las nuevas políticas preconizadas por el eje anglosajón, a partir de 2009, del mismo modo no significan la muerte de la ideología económica liberal, contra de lo que afirman muchos analistas de la coyuntura actual. Keynes revolucionó la teoría económica marshalliana, pero era un liberal, y sus propuestas de política económica recuperan, en última instancia, algunas tesis esenciales del ultraliberalismo económico de los fisiócratas franceses, y del propio Adam Smith, que defendían una intervención activa del Estado para facilitar el funcionamiento de los mercados siempre que su «mano invisible» no consiguiera garantizar la demanda efectiva, indispensable para las inversiones privadas. La crítica o el entusiasmo apresurado, hace olvidar a veces que existe un parentesco esencial entre las políticas económicas de filiación neoclásica y keynesiana, que pertenecen a la misma familia ideológica liberal y anglosajona, y son estrategias complementarias e indisociables dentro del sistema capitalista, atendiendo a intereses y funciones diferentes aunque intercambiables, según el momento y el lugar de su ejecución. O sea: primero Keynes, después Thatcher, y de nuevo Keynes, y la historia sigue confirmando lo que decía el padre de la teoría internacional inglesa, Edward Hallet Carr, en 1939: «La idea de que los pueblos de habla inglesa monopolizan la moralidad internacional, y la opinión de que son consumados hipócritas internacionales, resulta del hecho de que son ellos los que definen las normas aceptadas de la virtud internacional, merced a un proceso natural e inevitable». (1) Hasta el mayor crítico alemán del capitalismo inglés escribió y difundió sus ideas económicas desde Inglaterra, comunicándolas través de las venas del imperio británico. Y sigue enterrado en el cementerio de Highgate, en la ciudad de Londres.
NOTA:
(1) Edward H. Carr, The twenty year´s crisis, 1919-1939, Harper Collins, Londres, 1939/2001, pág. 80.
Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos Abel Suárez
Tomado de http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2605, 31/5/09.
Fuente original: http://www.cartamaior.com.br/templates/colunaMostrar.cfm?coluna_id=4349, 20/5/09.