Marasmo y nueva lucha de clases en Wall Street
Publicado el 16/10/08 a las 12:00 am
Por Slavoj Zizek
Los esfuerzos de los gobiernos por restablecer la confianza en los mercados y garantizar el funcionamiento del sistema financiero internacional, también llevan consigo replanteos en las concepciones ideológicas y las relaciones de poder.
Es fácil percatarse de la similitud del lenguaje utilizado por el presidente Bush en su discurso al pueblo estadounidense después del 11 de Septiembre y el que siguió al derrumbe financiero: parecen dos versiones del mismo discurso. En ambas oportunidades, mencionó la misma amenaza que pesaba sobre el «American way of life» propiamente dicho y la necesidad de actuar en forma rápida y decisiva para enfrentarla. En las dos ocasiones, hizo un llamado al abandono provisorio de los valores estadounidenses (las garantías en materia de libertades individuales, el capitalismo de mercado) para salvar esos mismos valores. ‘Es inevitable esta paradoja?
La presión que apunta a «hacer algo» se vincula en este caso con la compulsión supersticiosa a realizar un gesto cuando observamos un proceso sobre el cual no tenemos ninguna influencia verdadera. También puede llegar a ocurrir que actuemos para no tener que hablar y pensar en lo que hacemos. Por ejemplo, para responder rápido a un problema, liberando 700.000 millones de dólares en vez de preguntarnos cómo fue que se originó.
Por otra parte, la resistencia al plan de salvataje fue formulada en términos de «lucha de clases»: la Bolsa, Wall Street, contra la calle, Main Street. ‘Por qué habríamos de ayudar a los responsables de la crisis («Wall Street») y dejar que los simples tomadores de crédito (en «Main Street») paguen el precio más alto? ‘No es acaso un ejemplo perfecto de lo que la teoría económica llama «riesgo moral»? Este último se define como «el riesgo de que alguien actúe de manera inmoral porque se sabe protegido por los seguros, las leyes u otras instituciones contra los perjuicios que su comportamiento podría de lo contrario engendrar».
Si es verdad que vivimos en una sociedad de decisiones riesgosas, algunos (los mandamás de Wall Street) manejan las decisiones, mientras que los otros (la gente común que paga hipotecas) asumen los riesgos… Entonces, ‘el plan de salvataje es realmente una medida «socialista», la aurora del socialismo de Estado en Estados Unidos?
En todo caso, lo es en un sentido muy singular: una medida «socialista» cuyo objetivo primordial no es correr en ayuda de los pobres, sino de los ricos, no de los que piden prestado, sino de los que prestan. La ironía suprema radica así en el hecho de que la «socialización» del sistema bancario es aceptable cuando sirve para salvar al capitalismo: el socialismo es nefasto -salvo cuando permite estabilizar el capitalismo. O sea que, mientras los populistas republicanos que se oponen al plan de salvataje actúan mal por buenas razones, los partidarios del rescate actúan bien por malas razones.
Todo esto muestra claramente que no existe el mercado neutro: en cada situación particular, las coordenadas de la interacción mercantil siempre son reguladas por las decisiones políticas. El verdadero dilema no es por lo tanto saber si el Estado debe o no intervenir, sino de qué manera debe hacerlo. Así, el debate sobre el plan de salvataje es precisamente lo que constituye un verdadero problema político relativo a las decisiones que deben tomarse sobre los elementos fundamentales de nuestra vida social y económica, llegando incluso a movilizar el fantasma de la lucha de clases (‘Wall Street o los acreedores hipotecarios? ‘Intervención del Estado o no?)
Cuando nos vemos sometidos a un chantaje como el plan de salvataje, debemos esforzarnos entonces por resistir a la tentación populista de dar expresión a nuestra ira y de esa manera castigarnos. En vez de ceder a semejante expresión impotente, deberíamos dominar nuestra ira para transformarla en una firme resolución de pensar, de reflexionar de manera realmente radical, de preguntarnos cuál es esta sociedad que estamos abandonando que hace posible este tipo de chantaje.
Traducción de Cristina Sardoy
Tomado de Clarín, 15/10/08.