SEAN LOS ORIENTALES TAN ILUSTRADOS COMO VALIENTES
Publicado el 13/10/08 a las 5:17 am
Por Constanza Moreira
Este año ha comenzado a discutirse la reforma de la Universidad y la reforma de la Ley Orgánica. Tema complejo si los hay, pero frente a los cuales muchas veces la Universidad se siente como caminando sobre piedras calientes. Y es que hay muchos prejuicios contra la Universidad. Y algunos errores de juicio que vale la pena discutir. En especial, los referidos a la matrícula y a la limitación del acceso libre a la Universidad.
Antes de comenzar a discutirlos, vale la pena tomar una posición de principio en relación al tema, que pueda ser compartida por la mayoría. La posición es la que rige como título de esta columna: «Sean los orientales tan ilustrados….». Esta posición recurre a dos principios. El primero es que la educación es un bien público que debe estar al alcance de todos. El segundo es la creencia de que una sociedad educada es mejor que una sociedad que no lo es. El primer principio tiene que ver con el desarrollo de un país, económico y político. El segundo, indicaría que una sociedad «justa» debe garantizar oportunidades para que todos puedan acceder a la educación.
El impacto de la educación sobre el desarrollo está largamente fundamentado y estudiado. «Invertir en educación secundaria y terciaria y no sólo en educación primaria paga altos dividendos a las economías emergentes», señala el estudio «Financiamiento de la educación: inversiones y rendimiento» (OCDE-Unesco). Aunque más no sea, este argumento (que trata al conocimiento como una mercancía y no como un fin en sí mismo) es persuasivo. El estudio confirma que cuando aumenta el nivel general de escolaridad de la población sube también la tasa de crecimiento económico a largo plazo.
Esto se refuerza con un principio político básico: una sociedad educada es una sociedad con mayor capacidad para decidir su propio destino («el saber nos hará libres»). A medida que aumenta el nivel educativo, también aumentan las capacidades de las personas, su nivel de información, su autoestima: ésta es la razón básica por la que los sistemas de dominación impidieron siempre el acceso de «las clases subalternas» a la educación. La educación pública, como tal, es en el mundo una conquista muy reciente. En general, los «saberes» de una sociedad fueron trasmitidos de generación en generación entre las elites, privando de su acceso al mismo a la inmensa mayoría de la población. El poder de las elites también se fortalecía con eso. América Latina, con su largo legado de analfabetismo, es un buen ejemplo en este sentido.
Si estamos de acuerdo con ambos principios debemos examinar si a la luz de estos principios, la matrícula y la limitación del libre acceso a la Universidad se justifican.
El primer equívoco surge de creer que la Universidad es «para las clases altas» y que los pobres no llegan. El acceso a la Universidad es limitado en Uruguay, pero las limitaciones comienzan desde mucho antes que los jóvenes estén en condiciones de acceder a la Universidad. De hecho, sólo un 33% termina la enseñanza secundaria. El embudo entonces, está allí. ¿Qué pasaría si limitáramos el acceso a la Universidad pública? Dado que más del 90% de los estudiantes que van a la Universidad, lo hacen en la pública, el porcentaje de estudiantes que entraría disminuiría más aún. Seríamos por consiguiente una sociedad menos educada, contradiciendo el segundo principio, y limitaríamos el acceso a la educación, contradiciendo el primero.
Además, el 56% de los estudiantes trabajan (no son «ricos»), en su gran mayoría más de 30 horas semanales, y en lugares que poco tienen que ver con lo que estudian. Claro está que los que trabajan más, mayores dificultades tienen para terminar sus estudios. Pero, ¿éste es un problema de la Universidad? Por parte de la Universidad, se hace no poco, sino mucho, para enfrentar este problema. Las distintas facultades destinan año a año enormes esfuerzos por multiplicar turnos y salones, y poder ofrecerles a los estudiantes horarios compatibles con sus obligaciones laborales.
Otro equívoco surge de creer que no existe matrícula universitaria. De hecho, sí existe, y se llama «Fondo de Solidaridad». Este es un pago que deben efectuar todos los que han realizado estudios terciarios en Uruguay, a partir de los cinco años de egresados y para el resto de su vida. Este fondo, que originariamente pagaban sólo los que tenían una inserción laboral acorde con su profesión, ahora lo pagan todos los que estudiaron. En síntesis: sí existe matrícula. Puede discutirse si el monto es adecuado, si debieran pagarla todos, o qué se está haciendo con lo recaudado. Pero sí existe.
Un tercer equívoco surge de creer que los universitarios son pocos, se «fugan» apenas terminan su carrera y estudian cosas que al país poco le importan. No importa en qué orden se combinen estos factores; cuando se combinan, son una mezcla explosiva que produce efectos «anti universitarios» ampliados.
En primer lugar, los estudiantes universitarios no son pocos: son muchísimos.
Hay casi ochenta mil estudiantes en la Universidad de la República. Es una Universidad enorme, en escala comparada, y es enorme, si se tiene en cuenta el tamaño de la población. De hecho, es una universidad «masificada».
La masificación es buena para los estudiantes (esto quiere decir que «entran en masa») y mala para los docentes (que tienen clases inmanejables). Si la Universidad no estuviera cogobernada y los estudiantes no incidieran (y claro está, si no fuera autónoma), los docentes muy a gusto pondrían límites y matrículas para no tener que habérselas con miles de estudiantes en una clase.
Por suerte, esto no pasa en Uruguay (y sí pasa, por ejemplo, en Brasil). Sino, tendríamos una «universidad de élites»: sólo entrarían los mejores, y tendríamos clases con pocos alumnos. Esto no es así: la Universidad de la República es un espejo de la sociedad uruguaya, como antes lo fue la escuela.
En segundo lugar, si bien en países como el nuestro hay «brain drain» (fuga de cerebros), el sentido común que afirma que «los mejores se van», no condice con los números. Los datos sobre migración indican que la población que emigra tiene, promedialmente, mayores estudios que el total del universo. Pero la migración no está compuesta por jóvenes universitarios. La mayor parte de la gente que se va tiene estudios secundarios.
En tercer lugar, no es cierto que la gente estudie cosas que al país no le sirven, puro «humanismo letrado» propio del siglo XIX. La cuarta parte de los estudiantes lo hace en el área científica y tecnológica. Otra cuarta parte en el área de la salud. La tercera parte de los «humanistas» estudian en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración, de la cual se extrae buena parte de nuestra élite dirigente y empresarial. Los que son pocos son los que estudian artes (y esto dice mucho de Uruguay), y también los que estudian ciencias agrarias (y eso dice mucho sobre la escasa incorporación de mano de obra al agro uruguayo, de la cual no es culpable precisamente la Universidad, sino el promedio del empresariado del sector, cuya inversión en ciencia y tecnología es mínima, como acreditan los estudios sobre el tema).
Puestas así las cosas, no es poco el beneficio que una Universidad pública, con acceso irrestricto y sin matrícula, genera para la sociedad en su conjunto. Casi un 16% de los uruguayos ha cursado o finalizado estudios terciarios (magisterio, profesorado o Universidad). Es alto en comparación con el mundo (el promedio mundial es 11%) y más aún en comparación con la región.
La mayoría (8 de cada 10) lo hace en instituciones públicas. Y el Uruguay hace esto gastando 0,7% de su PBI (o 2,6% del presupuesto): más o menos la mitad de lo que gasta en Defensa. Este gasto es inferior al de Brasil, Chile, México, Paraguay, Perú o Colombia, países que tienen una relación estudiantes/personas inferior a la nuestra y un porcentaje de población con estudios terciarios muy por debajo del nuestro.
No son sólo méritos de la Universidad, claro, sino de todos aquellos que pensaron, como Artigas, que «había que ser ilustrados» para ser libres.
Tomado de La República, 13/10/2008.
juan alfredo
Oct 26th, 2008
Tengo 51 año y estoy viviendo en España esto que se habla aquí es mas viejo que el agujero del mate, cuando yo tenía 18 años estudiabamos y trabajabamos,(7 a 16hs. y 8 a 12 mas o menos), siempre fue una lucha para la clase media en ese país estudiar, después los militares en el año 78 sacaron el preparatorio nocturno del liceo 13, un palo grande para todos los estudiantes de clase media de la zona de Maroñas y contornos, desde esa época hasta ahora los colorados, blancos, militares, cada uno aplico su receta y todas fueron peores para las clases trabajadoras, la esperanza era el Frente pero veo que esto sigue igual, me da lástima que tengan que pasar generaciones, vidas de personas capaces sin concretar nada, sin dejar nada para los demás,yo tenía un amigo ahí que me decía y tenía razón juan no nos tomaban en los trabajos por que no teníamos experiencia, ahora que la tenemos somo muy viejos, entre 20 y 25 muy joven, entre 35 y 40 muy viejo, que país desastroso han hecho los que gobernaron desde los 68 hasta la fecha,mi amigo tenía 4 año de medicina y no lo tomaban ni siquiera de enfermero, un país que no tiene carreras cortas, intermedias, para el que es trabajador vaya escalando, mejorando su sueldo y se sienta motivado aunque tenga que dejar momentaneamente la carrera por cualquier problema eventual que tiene la vida, viendo el problema desde afuera creo que el Uruguay y America estan condenadas por muchos años, cuando nosotros eramos jovenes se decia que ibamos mal y pasaron 35 años y seguimos peor……que lástima……….