jueves 7 de noviembre, 2024

El 68 uruguayo: CAPITULO 6

Publicado el 16/08/08 a las 5:23 pm

La rebelión estudiantil

Antecedentes. La unidad obrero-estudiantil.

El movimiento estudiantil uruguayo, particularmente el universitario, tenía una tradición de organización y compromiso político y social. En parte, esta actitud se volcaba hacia el interior de la vida universitaria en el desarrollo temprano de un pensamiento propio ante el país y sus problemas. En parte también expresando sus puntos de vista y su militancia ante acontecimientos internacionales (la guerra, las agresiones norteamericanas hacia América Latina) y la solidaridad con los movimientos sociales, especialmente el movimiento obrero.

La continuidad de este compromiso político y social de los sectores más activos del estudiantado, entre los años 40 y 60, con períodos de auge y de reflujo, es característica de la evolución del movimiento popular uruguayo.

Hitos en ese proceso lo constituyó la posición asumida ante la Segunda Guerra (que enfrentó a la FEUU con el gobierno del Gral. A. Baldomir y al P. Comunista al mismo tiempo), el “tercerismo” durante la guerra fría en los años 50 y la lucha estudiantil contra el tratado militar con los EE.UU. en 1953-54.

Estas posiciones elaboradas con incidencias de distintos sesgos ideológicos (marxistas independientes, cristianos, anarquistas, trotskistas, nacionalistas influidos por las ideas de Carlos Quijano), conllevan siempre definiciones en favor de la unidad obrero-estudiantil y de solidaridad con los sectores más desamparados de la población.

La conformación de esta línea tuvo un punto muy alto en las movilizaciones de octubre de 1958, junto a los sindicatos, que culminaron con la conquista de una nueva Ley orgánica para la Universidad después de gigantescas manifestaciones obrero-estudiantiles, expresión de una masividad sin precedentes, de la que surgió la consigna, tantas veces reiterada, de “obreros y estudiantes, unidos y adelante”.

El “tercerismo” de izquierda de la FEUU que se definía como una toma de distancia d capitalismo (encarnado en los EE.UU.) y del stalinismo (hegemónico en la URSS), es una de las vertientes del pensamiento universitario que alimenta el estallido de rebeldía juvenil del 68.

Estas concepciones se plasmaban en una presencia estable en las instancias de coordinación de los sindicatos, en acciones solidarias con los gremios en lucha y en la organización hacia los “rancheríos” del interior del país de las llamadas “misiones socio-pedagógicas”.

Estas experiencias contribuyeron a conformar una actitud de solidaridad que impregno a gran parte de los militantes de ese período, tanto en el terreno sindical y político como en el ejercicio de la profesión y en la composición del personal docente universitario.

Cuando, en la década del 60, se produce el crecimiento rápido de la matrícula, tanto en la enseñanza media como en la universitaria, esta tradición de compromiso con las luchas populares se va a ensanchar también de manera muy rápida.

Como, a su vez, junto con el crecimiento de las luchas sociales, el propio sistema de la enseñanza pública (ahora con la incorporación amplia de jóvenes provenientes de hogares medios y de trabajadores) entró en crisis, la confluencia con la acción de los sindicatos fue inevitable.

La tradición liberal y democrática del pensamiento universitario predominante gestó una participación de toda la corporación y no sólo de los estudiantes. Es significativo, en ese sentido, el compromiso de los docentes y de las máximas autoridades de la enseñanza superior en la condena y el enfrentamiento a la represión que se desencadena en 1968 (1).

La irrupción de los más jóvenes

“Jamás sobre generación alguna cayó tanto infortunio”.
Senador J. C. Furest. P.N. Octubre de 1968.

La presencia estudiantil en las luchas de ese período tuvo un elemento nuevo, en cierto sentido inesperado: la irrupción masiva de decenas de miles de estudiantes de secundaria y UTU en las movilizaciones, ocupaciones de locales, contracursos y enfrentamientos con la policía.

Veamos cómo analizaba esta situación un docente calificado y prestigioso, el Profesor Arturo Rodríguez Zorrilla:

“Reflexionando sobre estas responsabilidades yo me estremezco. ¿Quiénes se sientan hoy en los bancos de nuestras aulas liceales? Una generación de jóvenes angustiada, que protesta y se rebelo movida por el deseo ansioso e impaciente de obtener un Uruguay de justicia, de libertad, de solidaridad social, de bienestar de devoción a los más altos ideales de la cultura.
Y es una generación juvenil que es para nosotros un desafío; una generación juvenil que ha pagado con la vida de tres jóvenes – tres vidas tronchadas – su rebeldía, su ansiosa impaciencia de justicia, de libertad, de solidaridad, de un mejor destino para la comunidad nacional. Nosotros tenemos que ser dignos de este desafío. De nosotros debe venir la respuesta: un Uruguay que recibimos de nuestros padres se desmorona y se derrumba; el modelo del Uruguay en que nosotros nacimos está destruido y muerto.
Esta generación que se sienta hoy en los bancos liceales tendrá que dejarle a sus hijos, a nuestros nietos ese Uruguay de libertad, de justicia, de bienestar; de solidaridad humana por la que se inquieta y se apasiona. La posibilidad de que lo pueda realizar depende del acierto con que nosotros custodiemos sus ansias y las encaucemos y las impulsemos por el camino del conocimiento, por las sendas del saber y en todos los planos de la cultura”
. (“Marcha”, 22 de noviembre de 1968).

Para contemplar adecuadamente el incremento de la población estudiantil se requerían más recursos y adecuación del, sistema educativo a las nuevas realidades: no los hubo.

En pleno período de restricciones al gasto social, la educación pública fue postergada. Desde el poder, el malestar y la movilización estudiantil eran vistos como “una ola sovietista” a la que más que renovación y otorgamiento de recursos había que “poner en vereda” con la represión abierta.

Hacia finales de los años 60 las funciones de “calificación y sometimiento” (Poulantzas), que caracterizan al aparato educativo en una democracia capitalista, no se podían cumplir pues toda la estructura institucional de la enseñanza pública era escenario de una dura lucha entre lo nuevo (plan de 1963, liceos pilotos, desarrollo de los institutos de formación docente, democratización) y lo caduco, clientelístico, autoritario y conservador.

La protesta estudiantil se relaciona también con el empobrecimiento a que van siendo empujados los sectores de capas medias y obreros cuyos hijos – esto es nuevo – se van incorporando al sistema educativo.
La importancia que adquiere, inicialmente, la lucha contra el aumento del boleto muestra la importancia de este aspecto. La amplitud de masas con que se inicia la rebelión estudiantil, sobre todo en Secundaria y UTU, marca la importancia del aspecto social de la movilización. No es el único, pero conviene no subestimarlo.

Cómo fue vista la insurgencia

Empecemos por el punto de vista de un Senador del Partido Nacional, Juan Carlos Furest. expresado en octubre de 1968 en la interpelación al Ministro del Interior: “Por encima de la hojarasca y también de la frivolidad, que la hay en dosis seguramente excesiva, yo formulo esta pregunta: ¿existen o no existen motivos para que nuestra juventud proteste, para que sea rebelde con causa? Nuestros gobernantes no se dan cuenta de que en el Uruguay, digámoslo con orgullo patriótico, a palos, los obreros no trabajan; a palos, los estudiantes no estudian. Por eso el país está paralizado. Esto tenemos que entenderlo todos. Hay que enseñar con el ejemplo. Y el ejemplo que viene de las alturas, con las famosas infidencias y todo lo demás, no puede ser peor. Jamás sobre generación alguna cayó tanto infortunio.
Felicitémonos, señor presidente, de que nuestros jóvenes sean capaces de lucha, porque con ello nos demuestran que en este país no está todo perdido. No veamos en las legítimas reacciones juveniles otras culpas que las nuestras.
Yo he escuchado con asombro los diagnósticos y las recetas del Ministro de Cultura que en comunicados oficiales que debían tener otra mesura, atribuye a activistas extranjeros la insurgencia juvenil.
¡No, señor ministro! La hombredad es también atributo nacional. En materia de rebeldías los orientales no tenemos nada que importar del extranjero. No somos alumnos; en esta materia somos profesores. Incluso tratándose de las aborrecidas guerrillas, levantamos al tope la memoria heroica y mártir de Aparicio Saravia. Antes de que el Che Guevara tomara la primera comunión, nosotros habíamos hecho ya 45 guerras civiles, contando la de Basilio Muñoz el año 35.
Desde esta banca del Partido Nacional no aconsejo a los jóvenes mesura. Al contrario, que sean jóvenes, que no se vuelvan viejos y prudentes. Hay demasiados lomos agachados ante los dominadores”.

Las formas violentas que asume la protesta estudiantil son inexplicables si no se tiene en cuenta el grado extremo de violencia policial empleado para reprimir manifestaciones inicialmente pacíficas. Ya desde inicios de los 60 se venían denunciando, en la prensa y el parlamento, las prácticas violentas asumidas por la policía en relación a los detenidos, particularmente en Montevideo y Canelones.

A la vez, la insurgencia estudiantil es impensable sin una quiebra profunda del prestigio de algunas figuras, ideas e instituciones del Uruguay tradicional, como los dirigentes batllistas implicados en las estafas desde el Ministerio de Trabajo (Guzmán Acosta y Lara) o en el publicitado escándalo financiero de la infidencia (Jorge Batlle).

En octubre del 68, entrevistado por Carlos Bañales y Enrique Jara, el Dr. José Pedro Galeano, titular de la cátedra de Psicología de la Facultad de Humanidades y Ciencias, expresa: “No debe olvidarse que hace cinco o diez años no se hablaba de un Ministro que firmaba los recibos de coima o de dirigentes políticos que manejan las decisiones monetarias para hacer ganar millones de pesos a sus amigos “. (“La rebelión estudiantil”, Arca, págs. 17 y 18).

La tendencia entre los estudiantes(2)

Aunque la presencia de militantes juveniles del P. Comunista era grande y bien organizada, los sectores radicales crecieron rápidamente en el movimiento estudiantil.

“La tendencia se hizo en parte con recién llegados a la militancia y en parte por la absorción de corrientes radicales e independientes ya presentes con anterioridad. No era totalmente homogénea. Dará lugar a distintas posiciones y organizaciones (la más importante numéricamente sería luego el sector estudiantil del Movimiento 26 de marzo) que en los años siguientes llegarían a controlar a la mayoría de escuelas y facultades. Pero en la Universidad debía compartir el poder con otras corrientes (socialistas y comunistas, especialmente) y ocuparse tanto de los nuevos asuntos como de los antiguos, o sea, del resguardo de la autonomía y de la participación en el gobierno universitario. En cambio, en la Enseñanza Secundaria se dio en estado puro, sin encontrar muchos centros contendientes ni responsabilidades de administración que canalizaran su expansión “. (Gonzalo Varela, Ob. cit., pág. 56)..

El bloqueamiento político, la ausencia de horizontes laborales y hasta de vida, el rechazo ante un clima de indiferencia y permisividad hacia las dirigencias políticas del sistema, las denuncias no investigadas de la corrupción que permanecía impune terminó constituyendo parte significativa de la sensibilidad y de los valores de toda una generación.

Octavio Paz, refiriéndose al 68 en los EE.UU., ha dicho: “La novedad de la rebelión no fue intelectual sino moral; los jóvenes no descubrieron otras ideas: vivieron con pasión las que habían heredado”. (“Tiemponublado”, pág. 15).

En el caso de nuestro país la situación no fue exactamente esa. Había un elemento nuevo que provenía de la situación latinoamericana y del impacto de la revolución cubana y la gesta del “Che” Guevara, así como los otros factores detonantes específicamente uruguayos a los que hemos hecho referencia. Por eso la incorporación estudiantil a la protesta social no fue efímera como en Francia u otros países centrales sino que se prolongó durante los cinco o seis años siguientes, asumiendo unas u otras características.
La irrupción juvenil del año 68 generó múltiples interpretaciones. Algunas de ellas, como las de Bañales y Jara, ya citados, ponen el acento en la fractura generacional y recogiendo testimonios de protagonistas de distintos centros estudiantiles señalan la “falta de cauces para la nueva generación y de su actitud de rechazo hacia las generaciones anteriores”.

Equivocadamente concluyen: “Detrás de cada gasero (lanza gases) de la Metropolitana, de cada vidriera apedreada, estos jóvenes vieron a sus padres, a sus dirigentes gremiales, a los líderes políticos, a todos los que de una forma u otra consideraron sus opresores (…). El precio del boleto sólo había sido la espoleta que, al saltar, detonó un explosivo amasado durante mucho tiempo, hecho de repudios y frustraciones, de rencores personales y odios sistemáticos”. (Págs. 64 y 65).

El punto de vista de Roberto Copelmayer y Diego Díaz incorpora otros elementos aunque no descarta la incidencia de lo generacional. En la protesta por el aumento del boleto “una plataforma reivindicativa inmediata, las que reaccionan más rápidamente son las ramas de la Enseñanza ligadas a sectores más pauperizados de la población. El factor económico como causa efectiva de la movilización, debe considerarse seriamente. Es la reacción de los sectores medios, ampliamente mayoritarios en esos niveles y permanentemente comprimidos por la política económica del gobierno a través de su expresión más combativa y descomprometida: los estudiantes “. (Pág. 79).

Estos autores señalan que “el elemento de mayor trascendencia de la movilización es, sin duda, la búsqueda de nuevas formas de organización gremial que permitan una representatividad mayor y una participación más activa del estudiantado (…). La tendencia crítica a la organización tradicional, que existía ante el conflicto, pudo entonces sumarse a la corriente espontánea, encauzándola hacia nuevas formas que colmaran esas necesidades (…). Surge, entonces, una organización basada en las asambleas de clase y en las Asambleas o Juntas de Delegados de clase que supone una gran confianza democrática (…) una confianza que es proporcional a la desconfianza que tienen por los dirigentes, aunque sean ellos mismos “. (Págs. 85 y 86).

En cuanto a la incidencia del movimiento estudiantil en la política nacional señalan que los estudiantes “carecen de una estrategia intermedia que les permita adaptar sus ideas a las condiciones cambiantes de la realidad política. O, si se quiere, una de sus ideas es, justamente, no transitar los caminos de una estrategia política que les obligaría a tomar en cuenta todos los elementos en juego, mezclándose con ellos y arriesgando contagiarse de la politiquería y la corrupción que contiene (…). De todo lo expuesto surge que su conducta tiene una indudable esencia moral; moral propia, no heredada (…). La militancia política parece entonces como más que otra cosa un imperativo ético. El desinterés, el arrojo, la audacia, se valoran antes que nada (…). «Hay que estar en la lucha que es la única forma conocida de hacer la revolución». La palabra lucha aparece en boca de todos, una y otra vez, hasta adquirir autonomía, hasta transformarse casi en un fin en sí misma. La lucha significa acción y agitación permanentes; (…) el hecho evidente es que no tienen caminos políticos propios. No encuentran cauce para su ímpetu transformador (…). Sienten que la izquierda, en casi todas sus formas, está participando de un orden que rechazan en su conjunto (…) se sienten aislados y la aspereza de sus críticas crece proporcionalmente con la soledad”. (Págs. 88 a 91).

Concluyen: “se compartan o no sus métodos, estos están demostrando la tremenda vitalidad de una generación atrapada dentro de las estructuras esclerosadas de nuestra sociedad (…) Antes que una actitud política, es la suya una actitud vital “. (Pág. 96).

(1) Las figuras del Dr. Juan José Crottogini, Ing. Oscar Maggiolo, Dr. Hermógenes Alvarez, Arq. Carlos Reverditto, Dr. Mario Cassinoni, Ing. Julio Ricaldoni, Dr. Fernando Oliú, Dr. Rodolfo Tálice, Arq. Aurelio Luchini, Prof. Spencer Díaz, Dr. Adolfo Aguirre González, deben mencionarse entre otros calificados maestros que actuaron con decisión y valentía comprometiéndose con las luchas tanto de los estudiantes como de los docentes universitarios.

(2)  “En 1968, en el curso de la movilización, se perfiló en ella una tendencia estudiantil que, a falta de otro nombre, fue identificada sencillamente como «la tendencia» o «la línea dura». Privilegiaba las manifestaciones de masas y el enfrentamiento violento a la policía como medio de «crear conciencia»; atacaba al “freno burocrático” de las corrientes más moderadas y no se preocupaba por las definiciones ideológicas precisas, aunque se pronunciaba a favor del socialismo y de la clase obrera, sin dejar de criticar a la izquierda tradicional y al colectivismo burocrático de Europa Oriental”. (Gonzalo Varela, “De la República liberal al estado militar. Uruguay 1968-1973”. Ediciones del Nuevo Mundo, 1988. Montevideo, pág.55).

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