viernes 29 de noviembre, 2024

El 68 uruguyo: Capítulo 4

Publicado el 03/08/08 a las 7:24 pm

Los cambios en la izquierda

“Toda nuestra concepción reposa sobre el papel de vanguardia del Partido, en el papel de vanguardia de la clase obrera, que es el problema cardinal de la revolución uruguaya”.
“Estudios”, 1966, págs. 47 y 48.

El Partido Comunista

“Excluir negar; rechazar a priori a todo aquel que desde el principio no se apellide comunista es un acto de dogmatismo y de sectarismo incalificable”.
Fidel Castro. 26 de julio de 1966. “Granma” 27.7.

El Partido Comunista ha tenido una influencia muy importante en la historia del movimiento obrero uruguayo. En sus orígenes y durante la década del 20 canalizó el prestigio y las esperanzas revolucionarias nacidas en la clase obrera después de la revolución bolchevique de 1917.
Después de 1955, el Partido Comunista adquiere una mayor influencia e implantación en el movimiento sindical y popular. Junto con los sindicatos autónomos y de tendencia, sus militantes sindicales contribuyeron al fortalecimiento de la CNT.
En la década del 60 y hasta comienzos de los 90 sus orientaciones tienden a prevalecer en la dirección del movimiento sindical y adquieren un peso significativo en la Universidad, el movimiento estudiantil y amplios sectores de la cultura popular.
Será también artífice decisivo en la gestación, surgimiento y desarrollo del Frente Amplio.
Por el conjunto de su accionar y su larga trayectoria, el Partido Comunista, en tanto protagonista de una práctica política densa, con organicidad, coherencia e implantación indudable en la clase obrera, debe ser analizado atentamente.
Bien o mal resueltas, el PC planteó entre los trabajadores una serie de propuestas a las que eran ajenas el pensamiento y la práctica de las corrientes anarquistas y sindicalistas de los años 20, 30 y 40 (propuestas que el Partido Socialista también defendió, aunque en esos años influido por las concepciones reformistas de los partidos socialdemócratas europeos): la necesidad de un partido de clase obrera para la revolución socialista, las preocupaciones programáticas, de las alianzas y del papel político “nacional” -y no solo gremial o sectorial – de la lucha de los trabajadores, etc.
Esto al tiempo que sus militantes participaban tenazmente en la organización y la lucha reivindicativa cotidiana de los trabajadores.
Junto con las corrientes anarquistas y socialistas, el PC promovió en la clase obrera los valores del internacionalismo proletario (el contenido clasista del 1° de Mayo, campañas por Sacco y Vanzetti, la defensa de la revolución bolchevique y la solidaridad con el pueblo español en la lucha antifascista, etc,).
En tanto tradición, el PC contiene por su origen y desde los primeros años de su trayectoria un componente revolucionario. La forma por la cual de aquel revolucionarismo inicial se pasó a posiciones que hacia los 60 definíamos como reformistas es larga y compleja y se relaciona no solo con la evolución social y económica de nuestro país, sino también con el proceso cumplido en la Unión Soviética, sobre todo a partir de la entronización de Stalin a finales de los años 20.
El stalinismo, como ocurrió en todas partes, marcó profundamente al PC uruguayo, generando virajes inexplicables y prácticas sectarias que lo aislaron y debilitaron su influencia entre algunos de los sectores más combativos del proletariado, como la actitud asumida contra la huelga de los trabajadores de la carne en el año 1943.
En el XVI Congreso de 1955, el PC hizo una autocrítica, fueron desplazados algunos de sus principales dirigentes (Eugenio Gómez y E. Gómez Chiribao), haciéndose cargo de la dirección el núcleo que lo orientará los treinta y cinco años siguientes.
Contrariamente a lo que han sostenido los historiadores del P. Comunista, el XVI Congreso no supuso una ruptura clara con el stalinismo, bajo cuyas admoniciones están a menudo sustentadas, a texto expreso, muchas de las resoluciones principales adoptadas en 1955.
El proceso de desestalinización fue lento. Todavía en noviembre de 1957 Stalin es utilizado como fuente de autoridad teórica marxista (Revista “Estudios” N° 7, pág. 53. “Teoría y Práctica de una política de paz”).
En esos años (1956 a 1959) el énfasis está puesto en las posibilidades que, para la transición al socialismo, abriría “la emulación pacífica” entre los dos sistemas (el capitalista y el socialista), por lo cual “el mantenimiento de la paz se vuelve prioridad esencial”.
En el XVII Congreso, celebrado entre el 15 y 17 de agosto de 1958, se establecen definiciones sobre un tópico que será luego motivo de debate a nivel latinoamericano: el referido a la “burguesía nacional”.
Se expresa allí que: “La contradicción principal de la estructura económico-social del Uruguay es la contradicción entre las fuerzas productivas que pugnan por desarrollarse y las relaciones de producción, basadas en la dependencia del imperialismo y el monopolio de la tierra que frenan ese desarrollo. Ella se expresa también en la contradicción entre el imperialismo, los latifundistas y los grandes capitalistas anti-nacionales, y todo el pueblo uruguayo, los obreros, agricultores y ganaderos pequeños y medios, los intelectuales y los estudiantes, los empleados del Estado y privados, los jubilados y pensionistas, los artesanos y pequeños comerciantes, y la burguesía nacional, constituida, en lo fundamental, por la burguesía media”. (“Estudios”. Setiembre 1958, pág.99).
La derrota, ese mismo año, de la fracción industrialista y proteccionista de la burguesía, liderada por Luis Batlle, y los acontecimientos latinoamericanos precipitados por el triunfo de la revolución cubana el año siguiente, llevarán al PC a planteos más afinados e “izquierdistas” en este punto.
El XVII Congreso dará aprobación a otro documento, el “Estatuto del Partido Comunista”, que revela un aspecto de sus concepciones teóricas, bastante perturbador de las relaciones de los comunistas con las demás fuerzas políticas populares y de izquierda.
Por el Artículo 1° se estable que: “El P Comunista es el Partido político de la clase obrera, su vanguardia, su forma superior de organización, que defiende sus intereses y los de toda la nación”. (“Estudios”. Ob. cit., pág. 112).
Ocho años después, en 1966, en oportunidad del XIX Congreso de agosto de ese año, en un informe sobre la reforma de los estatutos se reafirma esta concepción: “Su artículo 1° que define el carácter y los objetivos del Partido recoge concentradamente los principios leninistas que fundamentan el Partido de nuevo tipo, partido de la clase obrera, su vanguardia política y su forma superior de organización “.
El concepto del P. Comunista como vanguardia -sólidamente arraigado por lo menos hasta 1990 – conllevaba también una relación conflictiva y llena de obstáculos para el proceso de discusión y elaboración teórica y política: las opiniones solo tendrán vigencia y legitimidad si provienen del seno de la propia organización de vanguardia, es decir el P. Comunista o los “partidos hermanos” alineados en las posiciones del PCUS.
Como expresa José Cademártori en controversia con la revista de izquierda norteamericana “Monthly Review”: “Aceptar una u otra tesis de Marx, Engels o Lenin no autoriza a nadie a proclamarse marxista. Los marxistas leninistas conciben toda su doctrina como una unidad ensamblada y que además no puede estar desligada de la acción política organizada. Ser marxista leninista implica reconocer la consistencia lógica de la teoría, en todas sus partes y la identidad de la teoría con la práctica. Significa, además, reconocer filas en la vanguardia de la clase obrera y ser un militante disciplinado de dicha organización”. (“Estudios” N° 28, marzo de 1964, pág.67)

El PCU y la violencia revolucionaria

En el curso de los años 60, al tiempo que su influencia se acrecentaba, la solidaridad y el acercamiento a las posiciones del P. Comunista de Cuba influyeron fuertemente en el viejo Partido, renovando algunas de sus propuestas y radicalizando su discurso.
El PC irá afinando su posición con relación a los métodos y las vías de la revolución uruguaya. En marzo de 1964 dice “Estudios”: “Es indudable que, a la violencia desatada de la reacción, el pueblo deberá responder con todas las armas, inclusive con las formas varias de la violencia popular”. (Ob. cit., pág.7).
En julio – agosto de ese año, ya con presiones militares de la extrema derecha sobre el gobierno, que imponen como Ministro de Defensa al General Hugo Moratorio, el P.C. examina detalladamente la pertinencia de la lucha armada, “de enfrentar al enemigo con las armas en la mano“. (Estudios,pág 7, señalando que “ la elección de los métodos de lucha siguen estando subordinados a la situación política, en particular al estado de ánimo de las masas”.
“La práctica de tales métodos pasa, pues, a depender en gran medida de la existencia previa de una preparación adecuada, de la existencia de cuadros, y de la aptitud de la vanguardia revolucionaria capaz de arrastrar tras sí a la mayoría de la clase obrera y el pueblo “. (id.)
“Y combatividad, iniciativa y preparación de la clase obrera y el pueblo, se funden en un plano superior cuando la vanguardia encuentra los medios políticos y técnicos para ponerse al frente de las masas en la hora en que el enemigo hiere las más sentidas convicciones populares y coloca las definiciones en el terreno de las armas”. (Id., pág. 8).
El razonamiento se sigue profundizando en los meses siguientes. En setiembre-octubre dice R. Arismendi en “Estudios”: “del mismo modo que sería un sacrificio heroico pero una insensatez irreparable, exponer a la vanguardia aislada, al fuego del enemigo para que la calcine y extermine sus mejores cuadros, debe pensarse que supone una capitulación sin atenuantes el retroceso y la entrega de posiciones, por falta de iniciativas combativas y ausencia de una adecuada preparación”.
Como surge de estos textos, en la década del 60, el PC uruguayo desarrolló sobre la lucha armada una respuesta teórica propia y bastante elaborada y una línea de acción política que lo diferenció, por izquierda, de la mayoría de los partidos comunistas de América Latina.
El P. Comunista, que se consideraba como el “partido de la clase obrera” y su táctica “fundada en las concepciones científicas del marxismo-leninismo” tendió a desconocer existencia de otras tendencias que disputaban su hegemonía particularmente cuando estas actuaban en el movimiento sindical .
A diferencia de los partidos comunistas de Bolivia (que niega su apoyo a la guerrilla del Che) o de Venezuela. cuya fractura en torno a este tema tuvo resonancia continental, (criticado por Fidel en la conferencia de las OLAS) o de Brasil (en que la alternativa guerrillera provocó una crisis interna y la escisión de Marighella y otros integrantes del Comité Central), etc., el PC uruguayo pudo mantener una gran ambigüedad en torno al tema, a través de una “pareja dialéctica” que condenaba por igual “a la desviación de izquierda guerrillerista” y a la desviación de derecha “confiante en la vía pacífica al socialismo”.
En la elaboración de este discurso tiene un papel destacado Rodney Arismendi, en especial su obra “Lenin, la Revolución y América Latina”, escrita entre los años 1968 y principios de 1970.
Este texto que declaraba explícitamente el apoyo -bajo ciertas condiciones – del PC a la lucha armada fue publicado, por capítulos, en la revista “Estudios”, en medio del auge de las confrontaciones y los debates de ese período.
Un ángulo nuevo se abre con estas definiciones del PC que ingresa a los tópicos conocidos de una línea insurreccional: legitimación de la violencia popular, necesidad de preparación previa, búsqueda de los medios políticos y técnicos.
Al mismo tiempo, en el campo de la acción política de masas, se intensifica la controversia interna con otros sectores tanto en el movimiento obrero como en el estudiantil.
Visto con cierta perspectiva llama la atención cierto bloqueamiento para el diálogo con otras organizaciones con las que el PC tenía, a partir de estas definiciones, coincidencias estratégicas importantes. ¿Sectarismo de unos y otros? ¿Falta de credibilidad ante lo que aparecía como contradictorio (línea sindical “reformista” y perspectiva insurreccional)?
Quizás, ciertos textos muy posteriores, como el de Jaime Pérez (“El ocaso y la esperanza”. 1996), arrojen luz sobre cómo el resto de la izquierda veía el compromiso del PC con una práctica revolucionaria.

El Partido Socialista en la década del 60

A lo largo de la década del 60 el P. Socialista vivió un complejo proceso de debates internos y definiciones teóricas. También aquí se registró la influencia de la revolución cubana y la nueva situación latinoamericana.
Inicialmente convivían dentro del P. Socialista distintas inflexiones: la tradicional (originalmente muy vinculada a las concepciones social-democráticas de origen europeo), liderada por el Dr. Emilio Frugoni, que tendía a debilitarse ante la nueva situación latinoamericana y mundial; la mayoritaria del Prof. Vivián Trías, encabezando un proceso de renovación teórica, en ese momento con fuerte influencia maoísta (“el PC. chino solidario con las orillas sublevadas del mundo”, dirá en abril de 1963) y la de Luján Molins (Secretario General de las Juventudes Socialistas, en 1964) y Julio Louis, que daría posteriormente nacimiento al MUSP.
Al mismo tiempo, Raúl Sendic, como militante socialista, con fuerte respaldo del partido y de su prensa, desarrollaba una militancia intensa, asesor legal, primero, de trabajadores arroceros y remolacheros y, luego, organizador y líder de la lucha de los cañeros de UTAA.
En junio de 1962 Raúl Sendic es procesado y encarcelado por algunas semanas en la Penitenciaría de Miguelete, junto con otros 36 militantes de UTAA después de un fuerte enfrentamiento con burócratas de la amarilla CSU.
En el episodio había resultado herida mortalmente de un disparo, una señora ajena al incidente. Si bien inicialmente se pretendió incriminar a UTAA, el análisis técnico de mostró que la responsabilidad era de la gente de la CSU.
Unos diez días después fueron liberados los cañeros, pero Sendic permaneció un tiempo más acusado de “asonada” y “daños”, por las roturas de vidrios producidas durante el incidente.
En 1962, el XIX Congreso Extraordinario (29 y 30 de junio) define el proyecto de “unión nacional y popular”. Es con estos lineamientos que el P. Socialista participará de la experiencia de la Unión Popular liderada por Enrique Erro con la que intervendrá, con malos resultados, en las elecciones de noviembre de ese año.
El XXXIV Congreso Ordinario, del 28, 29 y 30 de junio de 1963, retoma y amplía las formulaciones de 1962 definiendo “una estrategia de revolución nacional y popular, definido como un proceso único, sin etapas, al socialismo”.
Es un momento de agudas polémicas públicas, tanto con Enrique Erro (por las decisiones adoptadas en relación a una banca parlamentaria) como con Emilio Frugoni.
El 20 de febrero de 1964 se inicia, con fuerte apoyo del P.S., otra marcha cañera.
“Conductor sí, culto a la personalidad no”, editorializa, refiriéndose a Sendic, por esos días Vivián Trías, que se basa en un folleto sobre el tema publicado por José Díaz y Julio Louis.
En agosto, el balance de la Marcha Cañera dará cuenta de distintos incidentes con el P. Comunista a lo largo de la movilización.
Cuando en diciembre de 1964 Sendic es detenido en Monte Caseros por la policía Argentina, 4 de las 8 hojas del Semanario “El Sol” están dedicadas a reclamar por su libertad y solidarizarse con su lucha.
El desarrollo de esta línea se sigue profundizando en 1965, cuando se define como consigna central “la unidad para la acción: devolver a la reacción golpe por golpe” (José Pedro Cardoso, “El Sol”, 8 de mayo 1965).
En el XXXV Congreso celebrado en setiembre de 1965 profundiza en esa orientación. Remitiéndose a ese Congreso editorializa “El Sol”: “Nosotros creemos, dijo Fidel, que en este continente, en todos o en casi todos los pueblos, la lucha asumirá las formas más violentas. Y cuando se sabe eso lo único correcto es prepararse para cuando esa lucha llegue. ¡Prepararse! El P Socialista Uruguayo a través del examen hecho de la realidad nacional e internacional, tiene conciencia lúcida de que la batalla contra el imperialismo la oligarquía nacional, deberá liberarse necesariamente en todos los frentes e inevitablemente en este país semi-colonial donde la oligarquía recurre a la violencia (…) será imposible acceder al poder expropiar el latifundio, la banca v los monopolios imperialistas sin una lucha violenta y sin cuartel“. Y agregaba más adelante “Pero la obligación de las fuerzas revolucionarias, es prepararse para todo tipo de lucha”. (21 de enero 1966).
En el XXI Congreso Extraordinario del P. Socialista, en el que discutió, sobre todo, la problemática electoral planteada para ese año, en la resolución principal se dice: “2º- Que en la lucha electoral la oligarquía tiene en sus manos todos los resortes del manejo de la opinión pública (prensa, radio, TV, medios financieros, recursos de enganche electoral como empleos, jubilaciones, etc.), por lo que difícilmente la izquierda pueda ganar la batalla en ese terreno y aunque la ganara los ricos no renunciarían pacíficamente a sus privilegios, de lo que resulta fundamental la tarea de preparación y organización revolucionaria del Partido”. (18 de marzo de 1966).
En esos días “El Sol”, con R. Gargano como director, editorializaba: “Como aspecto esencial de nuestro quehacer hemos sido los únicos que, a escala nacional, hemos sostenido y empezado a concretar la impostergable necesidad, subrayada por el compañero Fidel Castro en el discurso de clausura de la Tricontinental, de la preparación y organización revolucionaria, superando el rutinarismo conservador del economicismo sindical y el parlamentarismo político, practicado por otras corrientes, con permanencia digna de mejor suerte”.
En el XXII Congreso Extraordinario, celebrado en junio de 1966, el Secretario General del Partido, José Díaz, expresa: “El PS en este Congreso afirmó su disposición de lucha revolucionaria, (…) afirmó su disposición de concurrir con estos criterios socialistas, marxistas y revolucionarios a las elecciones. Y, estén seguros quienes nos escuchan, que ese trabajo de ninguna manera debilitará el esencial que tiene el Partido, como organización revolucionaria, que es organizarse y prepararse para cualquier tipo de lucha “. (3 de junio de 1966).
Anotamos, para el período que nos interesa, los años 67 y 68, el acercamiento del P. Socialista y la Juventud Socialista a posiciones y formas de acción conjunta con la Federación Anarquista Uruguaya, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el Movimiento Oriental Revolucionario.
En el XXXVI Congreso ordinario, de fines de noviembre de 1967, se reafirma una vez más la opción revolucionaria, ahora en el marco político latinoamericano creado por la Tricontinental y la OLAS: los puntos 6 y 7 de la resolución final del congreso socialista expresan:
“6 -La realidad nacional ysu última evolución no han hecho sino confirmar la línea general del Partido, avalada además, por las resoluciones de OLAS, verdadero espaldarazo ideológico al Socialismo Uruguayo. Ya es línea del vasto movimiento revolucionario latinoamericano la concepción de nuestra revolución como proceso único, nacional liberador que deviene en Socialista, concepción que surge de una correcta aplicación del Socialismo científico a la Realidad Nacional y Latínoamericana.
7 – Dicha concepción determina los objetivos estratégicos afirmados en los últimos Congresos partidarios y destacados vigorosamente por la referida Conferencia de la OLAS: la conquista del poder mediante la lucha armada, forma de lucha fundamental y única vía para el cumplimiento de dicho objetivo; y la unidad revolucionaria de las clases populares, imbuidos de la ideología del proletariados entendiendo por tales clases, la clase obrera, las clases medias empobrecidas de la ciudad y el campo y los asalariados rurales”
. (“El Sol”, 1° de diciembre de 1967).
El proceso de confluencia de los socialistas con los sectores más radicales de la izquierda prosiguió a lo largo del año 67, se plasmó en el apoyo a las posiciones defendidas por el P. Comunista Cubano en la Conferencia de las OLAS y se materializó luego en un acuerdo político para impulsar en el Uruguay la línea revolucionaria aprobada en aquella conferencia.
Fundamentando la validez de la línea adoptada por la OLAS el Dr. José Pedro Cardoso, después de analizar los hechos que han tenido lugar en el país, expresa en “Izquierda” semanario que sustituye a “El Sol”, clausurado el 12 de diciembre de 1967,) del 9 de febrero de 1968: “ es la conclusión obligada de tal realidad? No puede ser otra que esta: los movimientos que levantan las banderas de las transformaciones sociales de fondo -de signo socialista – se verán obligados a enfrentar la fuerza y la violencia de la única manera que es posible enfrentarlas, es decir ejerciendo el legítimo derecho a la insurrección“.
“El apoyo a las resoluciones de la OLAS y la solidaridad con las guerrillas dirá más adelante, coincide con una conclusión fundamental adoptada desde hace años por los Congresos del P Socialista (…)

A lo largo de 1967 y 1968 en el ámbito sindical los socialistas se incorporan a las agrupaciones de “tendencia” que polemizan desde la izquierda con la línea mayoritaria en la dirección de la CNT.
Cuando, a finales de 1968, el parlamento aprueba la ley creando la COPRIN (Comisión de Productividad, Precios e Ingresos) destinada a convertirse en el órgano regulador de la baja del salario real, las posiciones de los socialistas coinciden con la de los militantes de la ROE en cuanto a oponerse a la participación de delegados obreros, opción impulsada por el P. Comunista y largamente discutida en el movimiento sindical.
El 27 de diciembre de 1968 un editorial de Oscar Zunino publicado en el semanario “Izquierda” N° 45, del 27 de diciembre de 1968, expresa: “Cualquiera sea la posición que se adopte, en cuanto a la integración de un representante obrero, es imprescindible tener en cuenta que la COPRJN intenta atar de pies y manos a las organizaciones sindicales del país. La CNT deberá, entonces, aprender a gesticular de acuerdo con los nuevos tiempos; de lo contrario, la incipiente hemiplejia que hoy se palpa, puede transformarse a corto plazo en una parálisis general, de la que no habrá recuperación posible“.
En el curso del año 68, el Partido Socialista impulsó una línea de acción de masas expresamente inspirada en el marxismo y en las ideas de Lenin (contenidas en sus obras del período más izquierdista).
Desde su implantación en algunos gremios (textiles, FUS, Federación Autónoma de la Carne, Bancarios, Asociación de la Prensa, Magisterio, Judiciales, Profesores, Empleados del Comercio y la Industria, plenarios sindicales del interior del país, etc.) polemiza en forma sistemática con el Partido Comunista acerca de la táctica sindical.
Esta polémica se sustancia en torno a la conducción general del movimiento, en torno a la marcha de los distintos conflictos, a la participación o no en la COPRIN (Comisión de Productividad, Precios e Ingresos) y más en general en torno al papel a cumplir por el movimiento sindical en una estrategia que nunca se vaciló en definir como revolucionaria y socialista.

Las organizaciones revolucionarias y los grupos de acción directa

La acción de las organizaciones revolucionarias es inseparable del desarrollo de las luchas obreras y estudiantiles de los años 68 y siguientes.
La movilización popular masiva tuvo momentos de ascenso, de extensión y de radicalización y también períodos de decaimiento, de desconfianza en sus propias fuerzas, desconcierto o en los que prevalecía el temor a la pérdida del empleo, al sable, la bala o la cárcel. Miedo por demás comprensible en una sociedad en la que en décadas habían predominado las formas pacíficas, opacas, de la dominación de clase.
Las indecisiones de algunos círculos dirigentes (“vacilantes de todo tipo”, los llamará Cariboni) alimentarán, una y otra vez, la ilusión de que los conflictos sociales se irían solucionando de una manera casi espontánea, volviéndose a los compromisos y empates del Uruguay tradicional.
En estos momentos de reflujo del movimiento sindical y cuando la omisión y la complicidad eran predominantes en el parlamento, los grupos de acción directa y, en particular el MLN, fueron capaces de alentar esperanzas y generar en su entorno una ancha área de simpatía.
También de denunciar ante amplias corrientes de la opinión pública los delitos y la entrega de algunos sectores de la burguesía.
El accionar del MLN (T) tuvo a lo largo del período extendida repercusión en distintos sectores populares, particularmente en la juventud estudiantil, en algunos sectores movilizados de la clase obrera, en un amplio espectro de la intelectualidad y, también, de la Iglesia ya preparados por los cambios doctrinarios que se venían sucediendo desde principios de los 60.
Esta repercusión bajo la forma de un área de simpatía no se expresó organizativamente hasta después de la fundación y los primeros actos de masas del Frente Amplio, con la creación del Movimiento Independiente 26 de Marzo en 1971.
Tal como veremos, la estrategia impulsada por los grupos revolucionarios de acción directa fracasó. Las raíces teóricas de este desenlace se encuentran bastante explicitadas en la documentación producida por esas organizaciones en aquellos años.
El foquismo (ver más abajo el desarrollo de ese pensamiento, basado en gran parte en la obra de Regis Debray), la aversión a la política (de raíz anarquista), y el practicísmo, impidieron el desarrollo de un pensamiento político global capaz de abarcar la realidad de las relaciones de fuerzas, de la sociedad y del Estado en su totalidad compleja y cambiante.
En ese sentido, no se planteaba con claridad una política de alianzas o de acumulación de fuerzas. Es más, las organizaciones revolucionarias mostraron escasa disposición para unificar posiciones no ya con otros sectores de la izquierda sino entre sí; en una incapacidad para desarrollar una propuesta alternativa que incorporara a otros sectores sociales y a otras corrientes de opinión, es decir construir una verdadera hegemonía. Tales carencias fueron determinantes en este fracaso.
A la vez todo parece indicar que no se midió adecuadamente el efecto que la intensificación de las luchas producía en los sectores populares que no participaban de ellas, ese “partido del miedo” perfectamente explicable en un país con fuertes tradiciones de dominación pacífica, que luego constituiría la base social del pachequismo y que tenía una composición social muy heterogénea que no excluía a sectores popu1ares como lo demostrará luego la elección de 1971.
Si podría decir, en cierto sentido, que las organizaciones revolucionarias terminaron “convocando al aquelarre sin saber muy bien quiénes eran y qué se podría hacer con la mayor parte de las brujas”. (Gerardo Gatti, ¿1967?).

El Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros).

“Los izquierdistas que no hayan optado por La lucha armada quedan marginados del verdadero foco de la lucha de clases”. MLN Documento 3. Mayo 1968.

En su obra “Historia de los Tupamaros” Eleuterio Fernández Huidobro relata los orígenes del movimiento revolucionario liderado por Raúl Sendic, estrechamente vinculado a la experiencia de la Revolución Cubana y a las luchas de los trabajadores azucare de Artigas agrupados en UTAA.
Según este trabajo los años 1962 y 1963 son importantes en la conformación del núcleo inicial, constituido a partir de militantes procedentes de distintos grupos o partidos de izquierda.
Dice Fernández Huidobro: “Cuando los analistas de afuera o de adentro dicen que el MLN nace rompiendo con la izquierda y siendo una expresión política de ese rompimiento que parece ser denominador común en América Latina por esos años, tal vez se corte un poco grueso. Porque la afirmación no deja de tener cierto tono peyorativo para con la izquierda tradicional en bloque. Y porque, además, no fue exactamente así. Al fin de cuentas, formábamos parte de la izquierda uruguaya y compartíamos sus penas y alegrías, sus aciertos y sus errores:
Lo que sí cabe afirmar es que rompimos con ciertos vicios arraigados en algunas partes de esa izquierda (…) La izquierda tradicional, rompió con nosotros. Tomó la iniciativa. Nos rompieron “.
(Pág.45).
En realidad las relaciones entre el resto de la izquierda y la naciente organiza fueron más complejas, ambiguas y cambiantes. De ambas partes. Pero el centro de trabajo no es tanto lo ocurrido en los 4 ó 5 años transcurridos entre los orígenes del MLN y 1968, sino más bien examinar como se incorporó ese plano de la acción popular, lucha armada, al intrincado curso de las contradicciones desatadas en el país ante la arremetida autoritaria y conservadora.
“A mediados de 1968 —dice E. Fernández Huidobro— el poder operativo era muy escaso. Apenas de sobrevivencia”. Recién en diciembre de 1967 se había difundido el primer documento público firmado como MLN.
En ese documento, en el que se evidencian algunas de las aristas más erróneas del proyecto, se señala entre otras cosas:
“La única vía para la liberación nacional y la revolución socialista será la lucha armada (…) La lucha armada en nuestro país es no sólo posible en el Uruguay, sino imprescindible: única forma de hacer la revolución “.
Citando a Regis Debray dice: “En Uruguay también el acento principal debe ponerse en la guerra de guerrillas (…) El trabajo insurreccional es hoy, el trabajo político número uno (…). Lo decisivo para el futuro es la apertura de focos militares y no políticos. Se va de un foco militar al movimiento político “. (Tomo 3. p 132).
Más adelante agrega el documento, citando a R. Debray: “La lucha armada de masas contra el imperialismo es capaz de crear a largo plazo, ella sola, una vanguardia apta para llevar a los pueblos al socialismo (…) Regular el paso de su, acción sobre la base de la inacción de los reformistas es no solamente perder el tiempo, es paralizar lo decisivo en nombre de lo secundario. Más aun, el mejor medio de acabar con las vacilaciones es pasar a un ataque frontal al imperialismo y sus capataces, allí donde las condiciones están dadas. De esta forma el problema se invierte. Corresponderá a los que concilien, definirse con relación a los revolucionarios y no la inversa”. (Pág. 143).
En mayo de 1968, el MLN (T) emitió un comunicado que reafirmó los andariveles y los límites en los que se proponía desarrollar su acción revolucionaria. Este comunicado conocido como “Documento N° 3” fue una explicitación política y teórica de cuál era la concepción estratégica foquista tal como la desarrollaba el MLN.
En lo medular se sostiene:
“Nuestra estrategia implica la instalación de la lucha armada sistemática, apenas estemos preparados para sostenerla y haya condiciones para ello.
(…) Dicha estrategia consiste esquemáticamente en lo siguiente: un grupo armado como para sostener la lucha prolongadas es decir preparado como para no ser destruido de inmediato inicia las acciones. Ante el hecho consumado, el resto de la izquierda y el pueblo se ven ante estas alternativas: o sumarse a la lucha armada o permanecer indiferente a la misma, o servir de “soldado tranquilo” de la contrarrevolución.
(…) Y aunque en menor grado que en diciembre de 1966 (porque los servicios de inteligencia se han afirmado) frente a un brote de lucha armada también se dará el golpe ciego a todo el que ha hablado de la lucha armada.
Quiere decir que se dará la secuencia clásica de todos los lugares donde se ha aplicado la estrategia: el grupo armado golpea a un sector extenso de la izquierda, si no a toda la izquierda.
(…) Esto transforma en muy incómoda la posición de los izquierdistas que no hayan optado por apoyar la lucha armada o unirse a ella. Quedan marginados del verdadero foco de la lucha de clases y (pero) sufriendo las consecuencias del mismo. Políticamente, la historia va no pasa por ellos. No es ya su declaración pública, su acto de repudio, su discurso admonitorio, lo que concita la atención del pueblo desconforme en aquellos momentos en que medidas más eficaces para destruir el régimen están ya en marcha.
La alternativa para estos izquierdistas es unirse al convoy de la Revolución, aunque sea como furgón de cola, o perder definitivamente el tren.
Trabajemos pues para iniciar acciones que van a crear este panorama.
Nuestra acción presente debe tender a facilitar nuestra acción futura, no a entorpecerla.
No debemos organizarnos gremial o políticamente en forma pública aunque hacer política o gremialismo hoy sea lícito y no sancionable penalmente. En el futuro no va a ser así y de no tenerlo en cuenta estaremos facilitando ya el trabajo a nuestros enemigos.
(…) Hoy sería cómodo y más fácil no organizar a los gremialistas en células clandestinas sino públicas: pero es comernos el futuro.
Y también implica comernos el futuro, ceder a la tentación de participar en la eterna polémica menuda de nuestra izquierda como lo ha hecho tradicionalmente toda organización que haya tenido más de una hora de vida.
Esto no significa que no tengamos grandes discrepancias con muchas organizaciones políticas y gremiales de la izquierda, sino simplemente que no creemos en la polémica como medio para superarlas.
Inútil discutir si es conveniente o no hacer movilizaciones de tipo de una “marcha de peones rurales” por reclamo de tierras para trabajar. Hay que hacerla y la misma conmoción pública que crea, obligará a los sectores con quienes discutimos en vano a seguirla de atrás.
Inútil discutir si hay que lanzar o no la lucha armada.
Hay que lanzarla y que se atrevan a discutirla entonces. La polémica, sobre todo cuando ocupa el 80% de nuestras energías revolucionarias, no hace más que volver más recalcitrantes a los sectarios.
(…) Y volviendo a los términos militares, no nos interesa una batalla general en el campo de la polémica verbal, porque no es en ese terreno donde se va a definir la vanguardia revolucionaria ni la revolución, pero sí nos puede interesar una escaramusa en el lugar donde tenemos fuerza, con el fin de sacar una posición de lucha concreta. No perder de vista la estrategia general que nos permite resolver una serie de problemas que se dan en la lucha de masas diaria.
Por ejemplo: si nosotros sabemos que al desatarse la lucha armada, las direcciones sindicales pueden verse obligadas a ocultarse y ser detenidas por la represión, entonces no debemos darle tanta importancia a la gravitación negativa que tienen actualmente muchas de esas direcciones.
Su reinado absoluto termina con el status que hay entre las clases; cuando la lucha pasa a la etapa violenta, esas direcciones pierden el control de las masas y muchas veces hasta el contacto con ellas, pues el aparato sindical actualmente en nuestro país, no está preparado para funcionar indefinidamente en formas clandestinas.
(…) Doscientos cañeros actuando como foco de repudio activo a la embajada de los EE.UU., obligó a una manifestación de miles de trabajadores el 1° de Mayo a enfrentarse a la policía cuando los planes de los, al parecer omnipotentes dirigentes de la CNT eran muy otros. Incluso obligaron a estos dirigentes a refrendar al otro día todo, lo que trastocó sus planes hasta decretar un paro general para la jornada siguiente. Es a esto a lo que llamábamos “furgón de cola, para no perder definitivamente el tren”.
(…) En conclusión: nuestra estrategia determina una serie de pautas generales para la acción en el frente de masas a las cuales debemos ajustarnos estrictamente.
El hecho de que no entremos en polémicas con otras fuerzas de izquierda, no quiere decir que trancemos con sus métodos.
No discutimos, pero demostramos en la práctica que los nuestros son mejores. La teoría del reconocimiento marxista exige que cada hipótesis de trabajo sea cotejada con la práctica para comprobar su validez.
Nosotros debemos hacer lo propio.
Ver – a la luz de la práctica – los resultados de nuestros métodos de trabajo.
Para poner un ejemplo en el campo gremial: la acción de UTAA frente a la acción de otros activos grupos minoritarios como trotskistas o muspianos.(MUSP: Movimiento de Unificación Socialista Proletario).
La práctica demuestra que a igual esfuerzo un movimiento se expande, en tanto otros se enquistan y aíslan.
Y esa es la mejor demostración de la corrección de una línea gremial”.

No obstante los errores – claramente explicitados en su propia documentación – que se le pueden señalar a los grupos de acción directa, parece claro que su accionar fue visto, por lo menos durante los primeros años, con simpatía por sectores decepcionados con la situación de creciente deterioro económico y social y con la falta de respuestas por parte del sistema político. Su emergencia alentó esperanzas, avivó emociones y reveló (o desató) aristas de la realidad del país hasta ese momento desconocidas.

FAU: acción directa de todo el pueblo

Hacia mediados de la década del 50 parece haber un cierto renacimiento de las ideas anarquistas, particularmente en los ámbitos culturales. Surgen algunas publicaciones como “Construir” y se amplían otras que se venían editando desde 1938 (“Voluntad”). Se forman núcleos militantes o afines en algunos centros estudiantiles.
Como culminación de un largo proceso de relacionamiento e intercambios entre distintos grupos de afinidad (esfuerzo organizativo en el que cumple un papel destacado Gerardo Gatti, integrante del grupo editor de “Voluntad”), en mayo de 1956 se realiza el Pleno Nacional Anarquista y en octubre se realiza el Congreso Constituyente de la Federación Anarquista Uruguaya.
En ambas instancias los libertarios uruguayos alcanzan acuerdos amplios y en cierto sentido bastante innovadores en relación al pensamiento anarquista ortodoxo predominante en Europa y los EE.UU., que por cierto seguía siendo la referencia doctrinaria fundamental.
Estos acuerdos revelaban la existencia de distintas inflexiones y proyectos dentro de una visión bastante general de la lucha con el llamado “estatal-capitalismo”. En ese aspecto tenía vigencia el carácter federativo de la organización que fundaban los anarquistas.
Como todas las organizaciones de izquierda, la FAU fue atravesada por los debates surgidos en toda latinoamérica a raíz del triunfo de la revolución cubana y las primeras realizaciones del gobierno encabezado por Fidel Castro, Ernesto “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos.
En 1961 se abre una primera e importante polémica pública entre José Jorge Martínez (dirigente estudiantil de arquitectura y de la FEUU) y la profesora Luce Fabri. intelectual italiana de una excepcional cultura humanista y libertaria.
El debate se prolongó durante varios años y escapa, en sus detalles, al marco cronológico de este libro. Lo que nos interesa sí es retomar la evolución de ese pensamiento a través de un documento editado en ocasión del décimo aniversario de la fundación de la FAU. Se trata de una conferencia de Gerardo Gatti publicada con el título de: “Izquierda, reformismo y acción directa”.
En la misma, Gatti toma partido por la revolución cubana, dirigida por Fidel. el Che y Camilo, y “por la heroica revolución china”. El planteo es claramente antíimperialista y tercermundista. Critica, desde posiciones de izquierda al reformismo impulsado desde la URSS, cuyo modelo rechaza; se pronuncia contra el electoralismo y el parlamentarismo y rescata la acción directa del pueblo como concepción de la acción revolucionaria cuyo objetivo es el socialismo y la libertad.
Desde una posición de defensa de la lucha armada, en los términos que por entonces se debatía en América Latina, Gatti expresa que la FAU “está organizada como partido, como tendencia”. Y agrega: “Concebimos la acción de la FAU como un factor de dinamización y orientación de la acción popular. Actuando dentro de las masas, como parte de ellas. Como destacadamente preparada para asumir las máximas responsabilidades, (…) Actuando como un elemento de propulsión y orientación popular, no como golosos de poder, no como una minoría dispuesta a treparse sobre las espaldas del pueblo a través de los mecanismos del poder estatal.
En la perspectiva de las luchas de transformación FA U no reclama ni desea para sí ningún privilegio de exclusividad.
A lo largo del país hay grupos y compañeros distintos que también trabajan con esa intención. Con ellos existen grados más o menos grandes de acuerdo que habilitan una acción confluyente y coordinada. Creemos que la unidad de acción entre todas estas fuerzas debe irse ahora desarrollando, hasta la creación de un centro político capaz de gravitar de modo determinante en el país a través de una estrategia consecuentemente revolucionaria”
. (Ob. cit., pág. 25).
En diciembre de 1968 la revista “Rojo y negro”, dirigida por Gerardo Gatti, Secretario General de la “disuelta” Federación Anarquista Uruguaya, publicación que -de hecho – constituía la expresión pública de la organización, decía:
“Está claro que en el Uruguay la fórmula mejor para la reacción y el imperialismo no es, en esta etapa, la dictadura gorila de tipo clásico, sino la dictadura constitucional habilitada por el texto vigente. Esto provee un Ejecutivo «fuerte» y un Parlamento jurídicamente subordinado que además ha demostrado ser en los hechos presionable y complaciente.
(…) La represión se centró, en forma selectiva y progresivamente (militarizaciones, descuentos, suspensiones, cárcel, destituciones), buscando aislar y derrotar por separado a los sectores claves o más radicalizados dentro de Entes autónomos; bancarios, ANCAP UTE fueron centro de esa represión selectiva de tipo gremial. La persistente carencia de un plan de lucha global por parte del movimiento popular, dejado prácticamente sin dirección central por la defección; la perplejidad y las vacilaciones de las dirigencias reformistas, facilitó esta política.
(…) La reglamentación estatal de los sindicatos y de las elecciones de la Universidad, es el saldo «institucional» que con las medidas de seguridad pretende dejar como forma represiva permanente. Lo que en la constitución «naranja» todavía no se habían animado a incluir, es ahora cuando lo instauran. Se busca someter a dos focos fundamentales de la resistencia y, de paso, chantajear a los vacilantes de todo tipo. Con la reglamentación sindical (incluida en la COPRIN) se trata de concretar una vieja aspiración, reiteradamente frustrada, de la reacción: meter mano a los sindicatos, controlar las, transformándolas en apéndices del estado.
(…) Esquemáticamente, para los sindicatos se reserva la función de un dócil elemento ordenador disciplinador de la mano de obra, con el cual se puede negociar responsablemente sin que plantee conflictos. En los momentos de dificultades, la burguesía no se niega a dialogar con un interlocutor suficientemente complaciente; siempre comprensivo de «las necesidades del país» interpretadas según los intereses de la burguesía, desde luego.

Y más adelante agrega: “Lo fundamental es el desgaste de las fuerzas del enemigo y la acumulación de fuerzas propias. En el plano sindical organizativo, como en cualquier plano en que se plantee el enfrentamiento, de acuerdo con los niveles que este haya adquirido. Dado que la lucha ha de ser previsiblemente dura y prolongada, se debe actuar intensamente desde ahora. Y actuar durando más que el enemigo.
La oposición que importa, la oposición que hace la resistencia, la oposición que crea condiciones de cambio, es una oposición extraparlamentaria, una oposición popular, una oposición que tiene como método la acción directa.

El camino de la acción directa es, también, nuestro camino. Acción directa de todo el pueblo, que así adquiere real medida de su poder, se hace cada día más fuerte, forja su conciencia política su organización. Acción directa de los destacamentos de vanguardia, actuando dentro del pueblo, el procesamiento de hechos sociales, librando la batalla ideológica, dinamizando. El gran motor de la lucha de todo el pueblo, el pequeño motor de sus destacamentos de vanguardia, aspectos inseparables de un mismo cambio para crear las condiciones de la libertad y el socialismo en el Uruguay”.

Los cambios en la izquierda y el desarrollo de la tendencia en el movimiento popular

En ese marco de renovación y radicalización de la izquierda, la tendencia constituyo un fenómeno nuevo en el movimiento popular. Más que alianza de grupos o expresión partidaria fue, un “movimiento” que, en forma espontánea desarrolló un accionar de límites imprecisos, descentralizado, expansivo y evolucionó por fuera de la izquierda tradicional, formal, parlamentaria.
En un período relativamente breve apareció con influencia en el movimiento popular existiendo agrupaciones que coordinaban su accionar en los principales gremios de obreros y empleados (gráficos, caucho, ferroviarios, radioelectricidad, frigoríficos, textiles, bancarios, obras públicas, medicamento, profesores UTE, ANCAP, vialidad, periodistas, salud, bebida, OSE. azucareros, etc.).
El movimiento de la tendencia fue importante entre los estudiantes universitarios y de Secundaria, UTU, Magisterio y en los Plenarios Intersindicales del Interior.
En actos, ollas populares o festivales de solidaridad con la lucha de algún gremio, exponentes del canto popular como Daniel Viglietti, Los Olimareños, Carlos Molina, el Sabalero, Numa Moraes y otros contribuyeron al estro emocional contestatario y radical que caracterizaba al movimiento.
Su presencia constituyó un factor de animación de las luchas, de los debates en asambleas y congresos y actuó impulsando gran parte de las expresiones de resistencia del período, desde las huelgas a los enfrentamientos, desde las ocupaciones de fábricas a las barricadas: en todas las formas de lucha que se desarrollaron en el período del 68-73.
Se expresó así una actitud distinta en cuanto al papel del movimiento popular, sobre todo de sus métodos y estilo de trabajo.
Frente a una línea sindical en la que pesaban fuertemente actitudes apaciguadoras y reformistas, caracterizada por el encauzamiento de todo el accionar hacia gestiones ante el Parlamento u otros organismos oficiales cada vez más insensibles a los reclamos populares, se impulsó una metodología de lucha y agitación callejera y se alentó la protesta activa contra los atropellos.
Enfrentó a las patronales y al gobierno y, para sacar adelante sus conflictos, no vaciló, empleando los métodos tradicionales de la acción directa.
Como surge de los acontecimientos protagonizados por la tendencia, esta no fue un fenómeno marginal al movimiento obrero ni una incrustación ajena, digitada desde afuera de las organizaciones populares.
Resulta simplista definir, como se ha hecho, a este movimiento como inflexión extremista, ultra.
Lo que ese momento de radicalización de las luchas mostró, fueron los viejos sentimientos de dignidad clasista de los trabajadores uruguayos, sus tradiciones de combatividad.
Fue también expresión de profundos sentimientos libertarios y democráticos de las masas populares, de su rechazo al autoritarismo y a la prepotencia, de su espíritu de rebeldía. Fue en los conflictos de ese período impulsados por nuevas tendencias donde más se hizo carne la vieja consigna de: “Los orientales no se dejan arrear”.
En la etapa que se abrió en junio del 68, en las estructuras orgánicas del movimiento sindical y estudiantil en que actuaba, la tendencia bregó por un plan de lucha para defender los derechos sindicales y las libertades democráticas amenazadas. En las grandes huelgas del año 69, esos sectores se pusieron en la primera línea de enfrentamiento a la militarización de los gremios.
En el año 72, las tendencias radicales estuvieron más activas y vigorosas que nunca en medio de la represión, denunciando la tortura y la escalada militarista. Fue en aquel año que miles y miles de trabajadores de la bebida, textiles, de la salud, el caucho, bancarios, medicamento, metalúrgicos, de radioelectricidad, ferroviarios, impulsados por la tendencia, ganaron la calle, ocupando fábricas y establecimientos, realizando huelgas, para denunciar la situación de los presos políticos y la violación a los derechos humanos.
Todas estas consideraciones acerca de lo que comportó como nuevo y auténtico la tendencia no pueden ser analizadas por separado de los aspectos negativos y carencias que examinaremos más adelante.

Organizaciones y militantes independientes

En el desarrollo de las tendencias combativas incidieron las distintas propuestas políticas de izquierda que actuaban en nuestro país buscando un camino revolucionario. Organizaciones que en otra oportunidad hemos llamado de “intención revolucionaria” y que aparecían en el plano de la lucha ideológica en disputa con las corrientes reformistas: el Partido Socialista hasta 1971, el Movimiento Revolucionario Oriental, los GAU (Grupos de Acción Unificadora), el MIR (luego Partido Comunista Revolucionario), la FAU- ROE (luego Partido por la Victoria del Pueblo) y desde 1971 el Movimiento 26 de Marzo (expresión pública por entonces del MLN Tupamaros)
Se sumaron también militantes de otras vertientes ideológicas: cristianos, marxistas independientes, trostkistas, nacionalistas revolucionarios inspirados en la conducta política de Enrique Erro, etc.
Un grupo considerable del activismo de la tendencia lo constituían militantes sin definición político-partidaria que se sentían atraídos por el carácter informal, no burocrático e innovador de la tendencia.
El desarrollo de ésta es inseparable del clima de renovación y efervescencia provoca do en el país por el accionar de las organizaciones guerrilleras y, en particular por el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, la OPR (Organización Popular Revolucionaria 33) y las FARO (Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales).
Estas organizaciones más que como orientadoras políticas se situaron como referencias un poco simbólicas para el movimiento de masas, de un modo u otro tuvieron su política para la tendencia y también la tomaron como ámbito de reclutamiento.
La tendencia apuntaba a definiciones de tipo político-sindical. Pero no pretendía sustituir ni a los sindicatos (en cuyo seno convivía con las otras orientaciones adhiriendo a lo que los sindicatos resolvían) ni a los partidos, cuyas propuestas situadas a otro nivel, se suponía eran más abarcativas que los perfiles de definición de la tendencia, situados fundamentalmente en el campo de los métodos de lucha y la táctica sindical o estudiantil.

Cambios organizativos

No obstante su carácter fluido, propio de un movimiento y no de un sindicato o partido, la tendencia se condensó en algunos aportes específicos, propios del nivel en que actuaba: fueron las “agrupaciones” o “listas” que empezaron a desarrollar una actividad permanente en los gremios.
Estas formas organizativas nuevas – que en algunos gremios existían desde la década del 50 – maduraron en los años 60, constituyendo un factor de animación de la vida sindical y de participación democrática de los gremios.
Agrupaciones como la “19’ y la “1955” de AEBU, la “1” de FUNSA, la “3” de gráficos, la “30” de la prensa, la “69” de profesores, “Dignidad Obrera” en ferroviarios, etc., tendieron a transformarse en instancias de trabajo permanente y no sólo en época de elecciones sindicales.
En su seno se discutían los problemas del gremio y del conjunto del movimiento obrero y se marcaban los lineamientos que los representantes de las agrupaciones debían sostener en la comisión directiva. Estas prácticas constituyeron formas de participación democrática por parte de un número creciente de trabajadores, al mantener un constante control sobre las direcciones sindicales.
La tendencia impulsó, además, el funcionamiento de instancias de discusión y decisión intermedia, como los Congresos o las Juntas de Delegados y las asambleas de sección. Entre los estudiantes, las asambleas de clase.
Asambleas de clase. Dicho así parece solo una “institución” en las innovaciones organizativas. El historiador de las mentalidades quizás aborde algún día lo que esta formación significó en el 68 uruguayo. Registrarlo deberá cuando el estado de los conocimientos permita ( ¿lo permitirá?) conocer este hecho, social-generacional, sin la escoria de las seudo crónicas (que hoy predominan) de los que se niegan a sí mismos, ex- rebeldes hoy empresarios promisorios o pequeños apostatas incentivados.
Las asambleas de clase reunieron a muchachos y muchachas de catorce a diez y nueve o veinte años en liceos, preparatorios, nocturnos y escuelas de la Universidad del Trabajo. Esto se desarrolló prácticamente en todos los liceos públicos de Montevideo y en algunos del interior. Hasta donde recuerdo, fueron intensas en el Miranda, el Rodó, el liceo de Malvín, el “14”, Maroñas, el Cerro, la Escuela de la Construcción (y en casi toda la UTU) y especialmente en el IAVA.
Si, para nuestra historia, el concepto generación tiene algún significado (y vaya si el 68 marcó) se debe consignar esta práctica, de democracia directa y de base, de arrojo intelectual y físico ( ¿Cuántos heridos?, ¿cuántos de entre ellos fueron luego largos años presos? ¿Cuántos están hoy desaparecidos?).
Las asambleas de clase fueron un hecho nuevo, de consecuencias duraderas, protagonizado por los jóvenes (o una parte considerable de ellos), en las que por primera vez, en muchos decenios, discutían, a su manera, cuestiones públicas, remitiéndose a hechos y a teorías, comprometiéndose con la protesta y la solidaridad.
Estas formas de organización de base, que significaron una profundización de la democracia tanto estudiantil como sindical, ampliaron el activo militante, permitieron una participación más amplia del conjunto del gremio y dieron mayor capacidad de movilización a los sindicatos, como quedó comprobado después.
A nivel general, la tendencia combativa no llegó a cristalizar en una estructura orgánica estable.
Hubo un impulso hacia la unidad y éste se llegó a concretar en algunos momentos (como en los Congresos de la CNT, en algunos conflictos de los años 68 y 69 y las acciones de defensa de las libertades y contra la tortura del 72) en que se acentuaban los debates y la polarización dentro del movimiento popular.
De todos modos, las posibilidades de sustanciar una estructura orgánica “interagrupacional”, por lo menos una coordinación estable, dependía en gran medida de las organizaciones políticas que actuaban en su seno.
La tarea se planteó más de una vez, después de 1967, pero no se alcanzó a resolver.
Una coordinación estable requería definiciones acerca de cómo desarrollar un política de acumulación de fuerzas a nivel de masas (Y no sólo de aparato) frente al reformismo y definiciones que fueran más allá de las cuestiones episódicas o de métodos de lucha, definiciones que no todas las organizaciones políticas que participaban en la tendencia estaban dispuestas a asumir.
La ausencia de una coordinación estable entre las organizaciones de “intención revolucionaria” es algo que trasciende los marcos de su expresión sindical para constituirse en uno de los problemas no resueltos que atañen al conjunto de esas organizaciones.
Sus consecuencias negativas serán más evidentes en el momento en que se incremente la tensión política y el enemigo golpee con todas sus fuerzas.

El proceso político posterior

Ilegalizadas por decreto el 12 de diciembre de 1967, las organizaciones firmantes del “Acuerdo de Época” no lograron sustanciar una alianza de los distintos grupos y partidos de intención revolucionaria.
Algunas coincidencias y la búsqueda de acuerdo continuaron durante largos períodos. A fines de 1968, a través de “Las Cartas” de FAU se decía:
“A un año del decreto de clausura, seguimos sustentando la convicción, que sabemos compartida por gente de diversas extracciones, de que es necesario procesar la estructuración de un centro político que esté en condiciones, por su entidad, de gravitar realmente en la vida del país. Sabemos que esa necesidad es sentida no sólo por militantes del movimiento sindical y popular, sino que ella se va abriendo camino rápidamente, a nivel de masas, en los sectores más combativos”.
“Nos consta que el surgimiento de una coordinación de fuerzas con las orientaciones y objetivos que precisaba el acuerdo de «Época» precipitaría con su sola presencia, una polarización de voluntades que produciría, a breve plazo, un vuelco decisivo en el ámbito de la izquierda”.
“El problema fundamental para una política revolucionaria, en el momento actual, no radica en la carencia de fuerzas para impulsarla sino en la dispersión de esas fuerzas”.
“La demora en superar los obstáculos objetivos que se oponen a la aglutinación de aquella constituye, junto a las posiciones claudicantes del reformismo, las mejores ayudas das que está recibiendo la escalada reaccionaria en curso”.
“Hoy ya no queda lugar para las dudas, para las perplejidades que hace un año todavía complicaban y confundían perspectivas. Hoy’ todo está bien claro. Por eso es asumir una grave responsabilidad insistir en la postulación de caminos y métodos tradicionales de comprobada ineficacia. Es empeñarse contra las enseñanzas más obvias de una vasta experiencia el transitar la vía muerta del electoralismo”.
“El camino a recorrer no es la amplia y apacible avenida de la política legal tradicional, sino el angosto y áspero sendero de la lucha revolucionaria que presupone, desde luego, la integración de un trabajo con las masas “.
“ (…) Seguimos creyendo en la posibilidad de una acción conjunta de todas las organizaciones políticas, de todos los militantes que, en los hechos, demuestren día a día su consecuencia con una orientación revolucionaria claramente definida (…). Por eso no hemos escatimado esfuerzos para dar coherencia y consistencia a la lucha de todos. Para superar el espontaneísmo y la dispersión, que han impedido alcanzar más eficazmente la decisión de resistir la ofensiva reaccionaria “.
“(…) Nos consta que fuera de nuestra organización hay mucha gente que lucha honesta y valerosamente. Que hay quizás muchos más que se incorporarían al combate si vislumbraran una perspectiva menos oscurecida por la multiplicidad de orientaciones y organizaciones “.

Algo más de un año después el periódico “Lucha popular” de los GAU, del 9 de marzo de 1970, expresaba:
“Para evaluar la capacidad de lucha y de respuesta demostrada y latente en el movimiento de masas, debemos ver diversos factores:
– El deterioro sufrido por algunos sectores importantes del movimiento de masas, como consecuencia de las duras batallas vividas y de la orientación errónea de la dirección mayoritaria de la CNT
– Los avances que se hayan producido en la construcción de una tendencia capaz de convertirse en una dirección real, con un plan de lucha en ofensiva por el programa de la CNT.
Sobre el primer aspecto, partiendo del reconocimiento de un deterioro real, sobre todo en aquellos sectores que sufrieron los enfrentamientos más duros, existen a pesar de ello claras posibilidades de rehabilitación.
En cuanto a lo segundo -creación de una tendencia – es comprobable un avance de nuestras posibilidades y algunos recientes índices mostrarían la posibilidad, aún mayor en las posiciones fundamentales de todos los militantes que han criticado, desde la izquierda, a la dirección sindical.
Pero estas posiciones no han pasado, en la mayoría de los casos, de ser definiciones que carecen todavía de la constancia y de la consecuencia política necesaria para disputarle las direcciones (…) a la mayoría orientada según los criterios electoralistas que sobresalen en la dirección del P Comunista. Esta crítica nos cabe también a nosotros”.

Por su parte, el MRO, al adherir al Frente Amplio, en diciembre del 70, lo hace:
“Manifestando su decisión de continuar la tarea ya iniciada por la unidad de los revolucionarios en un Frente de Liberación Nacional capaz de conducir al pueblo a la toma del poder para las trabajadores (…)”.
A su vez, el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Socialista, en noviembre de 1970 expresa:
“I) Que la política dictatorial característica de este régimen ha incluido distensiones cuya existencia transitoria no debe ocultar la línea general en esta fase de gorilización del país “.
II) Que, a nuestro entender, la lucha librada a nivel obrero popular, ha sido la forma principal, ha tenido carácter político y ha contribuido como ninguna otra al desarrollo de una nueva conciencia y a la organización de nuestro pueblo, posibilitando el surgimiento de nuevos métodos cuya importancia nadie puede negar”.
III) Que, paralelamente las luchas parlamentarias y electorales han perdido la importancia de otras épocas constituyéndose en formas secundarias, aunque no desestimables a priori, de la lucha popular.
IV) Que, en las actuales circunstancias, consideramos prioritario e impostergable unir en un polo o eje revolucionario permanente a las fuerzas y militantes de la izquierda combativa, unificadas en la lucha de clases en su conjunto, con una definida línea socialista y nacional (…) La consolidación de un polo revolucionario, aunque tiene motivaciones y trascendentes objetivos intrínsecos, significará un ingrediente fundamental para formas de unidad popular más amplias”.

Las carencias.

Como vimos, la intensificación de las confrontaciones de clase, la radicalización y los nuevos realineamientos políticos y el surgimiento de formas de lucha armada generaron en el movimiento de masas una corriente de opinión político sindical, identificada en la jerga cotidiana de la época como “la tendencia”.
Este movimiento, en tanto confluían en él diversas organizaciones políticas, fue el campo en el que se expresaron las carencias, las diferencias y las dificultades para aunar esfuerzos de tales organizaciones
Para empezar, un fenómeno como la tendencia no hubiera sido posible sin la existencia de organizaciones sindicales y asociaciones de estudiantes estables y fogueadas como las que componían la CNT y la FEUU.
Y tampoco sin la existencia real de partidos y organizaciones de izquierda. Justamente como experiencia de lucha se sitúa en la confusa intersección de las organizaciones sociales y gremiales y los partidos o movimientos.
En ese sentido, la tendencia como tal fue una respuesta de la sociedad, básicamente espontánea que disputó un espacio en el movimiento popular. Lo hizo con insuficiencias organizativas inclusive para la utilización de sus propios esfuerzos. Por su propia naturaleza (espontaneísta, reactiva) mostró una gran incapacidad para trazarse una política de mediano plazo.
Con una fuerte impregnación anarquista o anarco-sindicalista, no siempre reconocida como tal, el movimiento se impregnó de “aversión a la política” lo que, en líneas generales obstaculizó una perspectiva de largo aliento para enfrentar la estrategia del gobierno y registrar las realidades cambiantes de la táctica de las posiciones liberales y reformistas.
Fue un movimiento que actuó de contragolpe, sin fijación de prioridades ni visión de conjunto. No se dieron más que mínimos pasos en un ensamble mayor de fuerzas y en planes de fortalecimiento interno. Todo esto llevó muchas veces a despilfarrar el caudal de energías que convocaba.
Estas carencias estaban en las organizaciones políticas que estaban más o menos próximas a la tendencia, las organizaciones de “intención revolucionaria” cuyo atraso teórico, su debilidad en materia de pensamiento propio, se sustanció en una subestimación del papel de la organización política, del partido, como centro político.
Para analizar este movimiento tienen cierta validez algunas consideraciones de Pablo González Casanova:
“Aunque el anarquismo fue entrando en decadencia, quedó como cultura de la «acción inmediata» en un proceso histórico largo. Dejó muchos elementos profundamente arraigados y difusamente extendidos, como la cultura del gesto (…), de la declaración, del acto provocador desmedido (…). Todo ello alejó la posibilidad de pensar y, actuar para prosperar a una clase obrera dirigente dentro de un proceso revolucionario largo, con naturales explosiones de masas cuyo encauzamiento se basara en una lógica revolucionaria de lo posible y lo necesario. Impidió profundizar en el terreno de la filosofía y de la historia, ahondar en los problemas del estado, de la política y de la revolución, como problemas intrínsecamente relacionados entre sí. También frenó la posibilidad de extender la educación y la organización de las masas”. (Ob. cit., pág. 119).
A través de la “Cartas de FAU” redactadas habitualmente por Raúl Cariboni y que circularon desde junio de 1968 hasta la aparición de “Compañero” en mayo de 1971, se procuró orientar el potencial combativo que se expresaba en el movimiento obrero y estudiantil.
Si ese esfuerzo no alcanzó los resultados esperados es por las indefiniciones que subsistían en relación a la tradición anarquista de subestimación de la política, en una sociedad con una cultura de fuerte vigencia de las prácticas político-electorales, en un movimiento popular en que – como se demostró después – las prácticas “violentas” no aparecían como contrapuestas a ensayar la confrontación electoral, más allá de lo que esto de “todas las vías” conlleve como ambigüedad, error o falta de rigor teórico.
En reacción a lo que se consideraba un exceso de doctrinarismo por parte de la izquierda en general y también en la revolucionaria, los dirigentes de la tendencia, no obstante su heterogeneidad, tendieron a caer en el extremo de proclamar que “sólo los hechos enseñan”.
A eso apuntaba una frase bastante difundida en aquella época: “Los hechos nos unen, las palabras nos separan”, expresión de una vocación de lucha y de compromiso pero portadora de un desdén por la elaboración de un pensamiento político propio que, a la larga, sería funesto.
Por parte del MLN, su propuesta de acumulación se situaba exclusivamente en el campo del aparato militar, hasta el surgimiento del Movimiento 26 de Marzo, en 1971.
El desarrollo de éste, desborda el marco cronológico que nos hemos propuesto en este libro.
En lo que hace a la experiencia de la FAU y de la ROE, caben, en primer lugar, las críticas que nosotros mismos hemos señalado en 1978 en el libro “Análisis y Propuestas».
Señalamos allí cómo padecimos de rudimentarismo teórico y políticos lo que nos llevó a menudo a una visión parcial, incompleta, de la escena y del accionar político.
Y agregábamos:
“Nuestro avance político se enfrentaba a un tope que no sólo provenía de la influencia del contexto histórico uruguayo y regional sino de la sobrevivencia más o menos explícita de diversos resabios de inspiración anarquista o anarco sindicalista “.
Más que como expresión político la ROE había nacido como una instancia de discusión y coordinación de agrupaciones sindicales que buscaba puntos de coincidencia en los debates internos del movimiento sindical. Entre los estudiantes las coincidencias no se situaron tanto en relación a la estructura de la FEUU o de la CESU, sino a la definición de métodos y objetivos.
La debilidad teórica de la ROE y el peso de una herencia anarquista y anarco-sindicalista con la que nunca se terminaba de deslindar, nos llevó también a una participación bastante pobre en la elaboración de posiciones po1íticas, en el seguimiento de los problemas de los trabajadores con una visión, no sólo de clase sino también nacional. No sólo sindica1 sino también política. No sólo sobre los métodos de lucha sino también sobre los programas y los aliados posibles.
La lucha ideológica remitía con demasiada frecuencia a los tópicos generales del debate latinoamericano cayendo en la generalidad o en la retórica.
En cierto sentido se desarrolló una visión limitada de la realidad socio-política. El mundo quedaba reducido al antagonismo entre revolucionarios y reformistas: fuera de él no existían ni otros sectores sociales ni otras corrientes de opinión ni otras acechanzas o amenazas. Como dice P. González Casanova hablando de la izquierda marxista boliviana: “En el terreno práctico (…) formulaban un programa de presiones con demandas laborales y amenazas de ocupar las minas. Y no establecían relación alguna entre ese tipo de acciones, y el largo proceso de «la revolución permanente». No planeaban para nada la cuestión del poder, como cuestión del Estado, ni la revolución y la contrarrevolución como hechos reales y posibles”. (Ob. cit., pág. 228).
Y más adelante agrega: “Hicieron de la revolución una retórica que enfrentaron a la del reformismo, sin la menor voluntad de poder (…). Carentes de una teoría mínima del partido y del estado dejaron a la clase obrera en los límites de su cultura inmediata: de sus fábricas, huelgas, «tomas», tumultos. Nada le dieron que tuviera que ver con un plan político en relación al estado y partido (…), nada que precisara las distintas etapas y programas (…). (Ob. cit. p. 230).

NOTAS

(1)  En la revista “Estudios” N° 43, 1967, pág.31 se habla de “tendencias ajenas al proletariado (anarquistas, MUSP, MIR) que no obstante responder a grupos minúsculos, sin ninguna significación de masas, con planteamientos supuestamente radicales pretenden confundir a los trabajadores, mellar su fe en la organización, impulsarlos a medidas aventureras que sólo conducen al fracaso y la dispersión de fuerzas; cerrar el paso a la acción provocadora del trorskismo resulta, por supuesto, una tarea ineludible “.
(2)  El 20 de enero de 1967 se realiza, en el salón del Semanario “Marcha”, en la calle Rincón, un acto del llamado Coordinador Juvenil Unitario Antiimperialista, en que hacen uso de la palabra, además del periodista Carlos María Gutiérrez, representantes de las distintas organizaciones nombradas. La semana siguiente en un breve editorial “Marcha” saluda la realización del acto y dice que sus “organizadores están llevando adelante un combate honroso de honda significación continental”.
(3)  Para una explicación más ajustada de lo que se denominaba “Tendencia”, véase págs. 57 y ss.
(4)  El practicísmo no era obstáculo para que, al mismo tiempo, se desarrollaran los doctrinarismos más esperpénticos y sectarios como lo muestra esta declaración del MUSP de julio de 1966: “El golpe gorila argentino, agravado por la inexistencia en ese país de un partido revolucionario proletario, aísla a la democracia burguesa del Uruguay entre dos poderosas tiranías gorilas, e indudablemente acelera las condiciones para una tiranía del mismo tipo aquí”.

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