XIV FORO DE SAN PABLO
Publicado el 09/06/08 a las 1:40 am
Escribe Pablo Anzalone, Dirigente del PVP- Frente Amplio
Del 22 al 25 de mayo las izquierdas latinoamericanas realizaron en Montevideo una nueva instancia de intercambios y debates. Mucha agua corrió bajo los puentes desde 1990 cuando se constituyó el Foro de San Pablo a la situación actual donde sus partidos alcanzaron el gobierno nacional en trece países latinoamericanos, además de numerosos gobiernos locales.
Son conocidas las grandes etapas de este proceso.
La izquierda fue reprimida a sangre y fuego por las dictaduras coordinadas de la región. Generaciones enteras de luchadores fueron perseguidas, diezmadas o exterminadas. El terrorismo de Estado dejó huellas duraderas sobre la trama ideológica, política e institucional.
Sin embargo las organizaciones populares encabezaron la resistencia democrática e hicieron retroceder al autoritarismo. Con variantes importantes en cada país, toda América Latina fue abriendo espacios de libertad y democracia. La democracia reconquistada fue hegemonizada por partidos conservadores
En la década de los 90 las organizaciones de izquierda enfrentaron la ofensiva triunfalista del neoliberalismo, una avalancha ideológica y política además de económica. El derrumbe del campo socialista, para muchos un modelo incuestionable que ordenaba cabezas y corazones, golpeó a todas las izquierdas, aún a aquellas corrientes que fuimos muy críticos con los regímenes burocráticos en su apogeo. En ese mismo período la socialdemocracia europea se plegaba a las recetas neoliberales e implementaba fuertes retrocesos en el plano social.
Fue en la resistencia al neoliberalismo avasallante como las izquierdas latinoamericanas se constituyeron en alternativas de gobierno. Desde su declaración inicial el Foro de San Pablo se proponía “renovar el pensamiento de izquierda y el socialismo, reafirmar su carácter emancipador, corregir concepciones erróneas, superar toda expresión de burocratismo , toda ausencia de verdadera democracia social y de masas”.
Brasil, Argentina, Venezuela, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, entre otros, han sido escenario de grandes victorias populares. El reciente triunfo de Fernando Lugo en Paraguay demuestra que esta nueva época sigue avanzando en el continente.
Sin embargo las derechas están dando una batalla sin cuartel para desgastar, desestabilizar, derrotar a los gobiernos de izquierda. La ingerencia de Estados Unidos en este plan ha sido flagrante en países como Venezuela, Bolivia o Ecuador.
Un imperativo básico para las izquierdas es sostener sus gobiernos, responder a los ataques de la derecha, a los proyectos secesionistas, a los referendums revocatorios, volver a ganar el respaldo ciudadano en las elecciones departamentales, legislativas o presidenciales.
No existen triunfos inamovibles. Hace mucho tiempo sabemos que las concepciones de la historia como procesos lineales de avance hacia un destino predeterminado, eran erróneas. Conceptos como el desarrollo de las fuerzas productivas no tienen el rol decisivo que se le atribuía. Tampoco la visión del poder como algo que se conquistaba y poseía para siempre.
La complejidad de las relaciones de poder es un elemento central para la izquierda latinoamericana. Los marxismos críticos, no atados a dogmas ni ortodoxias, siguen aportando conceptos para analizar los procesos actuales. Porque la izquierda tiene que interrogarse siempre sobre qué pasa con las estructuras de poder económico, político e ideológico en nuestras sociedades. Debemos concebirlas como el escenario de las luchas donde las fuerzas sociales pugnan por la realización de sus intereses disputando la representación del interés general de la sociedad.
La llegada al gobierno no resuelve de por sí estas luchas sino que crea un contexto nuevo para su desarrollo. La redistribución de la riqueza, la democratización de la sociedad y del Estado y las transformaciones ideológicas son algunos nudos centrales de esta lucha.
La redistribución de la riqueza es uno de los ejes de esa confrontación de intereses. En el continente con mayores desigualdades del planeta los grupos dominantes defienden con uñas y dientes sus privilegios. Vale como ejemplo cercano el fundamento explícito de quienes pretenden impugnar la nueva contribución inmobiliaria en Montevideo: no se puede intentar redistribuir la riqueza porque
En todos los países con gobiernos de izquierda ha disminuido la pobreza y la indigencia, en mayor o menor grado. El contraste con gobiernos de centro o de derecha anteriores es enorme. Sin embargo la distribución de la riqueza ha tenido escasos cambios. El Congreso Liber Seregni del FA alertó que el proceso de concentración de la riqueza en Uruguay no se ha revertido, ni aún se ha detenido sino que se ha enlentecido. Esta constatación debe necesariamente llevarnos a analizar el tema, revisando los mecanismos de redistribución utilizados hasta el momento. Se trata de profundizar las políticas en tal sentido en los próximos dos años y elaborar un programa de gobierno para el próximo período que vaya a más en este plano.
La reflexión en este plano no se limita a la realidad nacional. Se trata de una disyuntiva para la izquierda en el continente. Algunos países han logrado avanzar en la redistribución afectando al 10% más rico de su población. En la mayoría continúa siendo un debe.
Pero el tema del poder va mucho más allá de lo económico. Existe una lucha ideológica que tiene dimensiones continentales. Los valores en torno a los cuales se establecen las relaciones sociales son un campo de batalla. El “hacé la tuya” dominante en las ideas neoliberales, el individualismo y el egoísmo tiñen una serie de dispositivos sociales de fragmentación. Existen fenómenos del funcionamiento social que van recluyendo a las personas en un espacio individual cada vez mas estrecho, y construyen valores que las dividen. La concepción del éxito personal, la competencia contra los demás, la soledad y el aislamiento, la inseguridad pública, el miedo y el rechazo a los “otros”. “Otros” que pueden ser los vecinos, los pobres, los habitantes de asentamientos, los jóvenes, los diferentes a uno. El debilitamiento de los vínculos sociales es mayor en los sectores populares. También el “dame la mía”, el corporativismo, significa asumir solo el reclamo propio, desestimar la solidaridad hacia los demás y renunciar a la representación del interés general.
Pero no existe una única hegemonía en el plano ideológico sino confrontaciones y tendencias contradictorias. Hay múltiples procesos de construcción de tramas sociales solidarias y participativas.
Los valores ideológicos en pugna influyen sobre las prácticas sociales y se reproducen por ellas. La construcción social impregnada por unos u otros valores va desde los mecanismos generales de la sociedad a los vínculos familiares más estrechos. Basta recordar las relaciones familiares marcadas por la violencia, el abuso y autoritarismo contra niños y mujeres. Y su continuidad entre generaciones, donde las víctimas se vuelven victimarios o sus consecuencias en el hostigamiento sistemático entre niños y jóvenes, del grupo hacia los débiles o distintos.
La solidaridad es una de las claves de la gestación de una cultura diferente. La libertad y la democracia también. Los derechos humanos y la participación social, política y ciudadana son otros valores decisivos. El estímulo a la creatividad, a la iniciativa, a la acción colectiva, a la diversidad y al desarrollo humano integral es parte de esa batalla. Se trata de la creación de un clima nacional donde esos valores predominen.
Para las izquierdas latinoamericanas la sustentabilidad de los procesos transformadores y la posibilidad de profundizarlos se juega en la capacidad de afirmar esos valores en la sociedad, comenzando por sí misma y su propia acción.
El Che hablaba de la importancia de los factores ideológicos en la construcción del socialismo. Luchar por una perspectiva socialista y libertaria requiere incorporarlos desde las batallas cotidianas de esta etapa.