sábado 18 de enero, 2025

Un pueblo, un Congreso, toda la esperanza

Publicado el 02/06/08 a las 2:37 am

Escribe Ignacio Martínez

Presentamos las columnas publicadas semanalmente en Carta Popular primero y El Popular más recientemente, durante las últimas quince semanas. Un aporte a las ideas centrales que se están procesando en el Congreso del Pueblo.

Dos países, dos modelos, una sola opción

La peor ingenuidad es pensar que los cambios se dan en un acuerdo de partes entre la minoría opulenta de Uruguay y nosotros, la inmensa mayoría de los sectores populares. Diego Balestra, Presidente de la Cámara de Industria, y representante de la empresa Harden S.A., lo dijo como nadie: «Muchas tareas que desarrolla el estado deberían ser desarrolladas por empresas privadas». Esto es privatizar los servicios públicos que son de todos nosotros. «Todavía…estamos aptos para seguir avanzando con la vinculación a mercados como el de Estados Unidos en un régimen de Libre Comercio». Esto es insistir con el TLC que arruina las economías de nuestros países y si no preguntémosle a los plantadores de maíz en México. Pero el señor insiste y agrega: «Uruguay está en un proceso de retroceso del sistema laboral…» Esto quiere decir que no le sirven a él los Consejos de Salario, quiere desalentar la sindicalización y desea dividir al movimiento obrero para negociar los salarios, las condiciones de trabajo y la seguridad social del trabajador y su familia. Lo mismo deben pensar Hugo Donner, de Neosul S.A. o Rafael Sanguinetti, de Alambresa S.A. o Javier Carrau, de Vinos Carrau S.A. o Walter Rodríguez, de American Chemical o Gabriel Murara, de Tsicor S.A., grandes empresarios que representan a grandes empresarios cuyo único magno interés es el de aumentar sus ganancias para depositarlas en sus cuentas bancarias y asegurar sus opulentas condiciones de vida que nada tienen que ver con la pública felicidad ni con el noble propósito de que los más infelices sean los más privilegiados.

¿Alguien piensa que van a dejar así nomás sus privilegios? Hoy están trabajando para embarcar al gobierno, o a una parte de él, en sus políticas económicas privatizadoras, entreguistas al gran capital transnacional y reductoras de los beneficios sociales. También están trabajando en alentar a sus representantes políticos históricos para que disputen el gobierno y lo ejerzan directamente a su servicio. Lo mismo están haciendo los grandes terratenientes que nos quieren vender nuestra carne a precio de euro y los grandes banqueros que no tienen ningún interés en invertir en Uruguay.

Hay dos países en disputa. El nuestro, el de reactivar el mercado interno aumentando sueldos y pasividades, alentando a los colonos en la producción de la tierra, dando créditos a las pequeñas y medianas empresas, desarrollando la pesca y la minería sin alterar el ambiente, desarrollando la industria nacional cárnica, metalúrgica, textil, entre otras… El nuestro, avanzando más aún en la salud, avanzando en la Universidad, su investigación, su extensión en todo el país, avanzando en la Educación autónoma y cogobernada…El nuestro, eliminando la pobreza en serio, con trabajo digno y bien pago para todos… En definitiva el nuestro, que reparta bien la torta que ya existe. Y el otro país que ya conocemos: el privatizador que nos arruina, el de las zonas francas que no nos deja nada, el de la extranjerización de la tierra que nos invade silenciosamente, el de Botnia que no nos deja ganancias, el de Balestra que se deslumbra con Estados Unidos, el país más endeudado del mundo y con el mundo. Realizar el Congreso del Pueblo es fundamental para que avance el país que nosotros queremos, porque es el país que necesitamos. Este será el tema central de nuestra columna.

Decidir, hacer y controlar

La historia de la Humanidad ha sido la historia del poder. Desde las sociedades comunitarias, hasta las autocracias, desde la democracia ateniense con esclavitud, hasta las democracias modernas, el poder siempre está en el sector social que decide qué hacer, que hace lo que decide y que controla lo que se hace. Pero no siempre esa línea de poder garantiza el ejercicio del poder sin contratiempos. Por eso los mismos sectores dominantes y sus representantes, han creado mecanismos para evitar desviaciones u obstáculos en las políticas que se trazan. Así ha nacido el régimen senatorial para controlar a los diputados del pueblo. Así ha nacido el poder de veto del Ejecutivo para entorpecer y dejar sin efecto una decisión emanada de las cámaras bajas o las asambleas generales. Así, por supuesto, ha nacido también la amenaza latente de la fuerza de los aparatos militares al servicio del poder y de los poderosos. De eso sabemos bastante. Los pueblos han buscado sus mecanismos de participación directa y dentro de las Constituciones representativas, por ejemplo, nacieron los plebiscitos consultivos o revocatorios. El punto es que la democracia moderna es esencialmente representativa y el tema más intrincado hoy está en cuánto de democracia participativa estamos dispuestos a construir, cuánto de ejercicio directo de poder popular estamos dispuestos a edificar hoy a cuenta de conceder parcelas de poder de la clase política y de la democracia representativa. Ese tema también aparece hoy frente a la reforma del Estado que está en discusión acerca de los tres niveles propuestos: los instrumentos nacionales, departamentales y municipales. ¿Cuál es el riesgo? Que el Estado macrocefálico se descentralice en cien estados pequeños, pero que sigamos sin conceder espacios de participación y de democracia directa, donde la sociedad civil decida qué hacer, haga lo que decida y ejerza un control público y cristalino sobre lo que hace. Veamos. El ejercicio del poder sólo se aprende ejercitándolo. Los dirigentes de nuestro país es hora de que incorporen en su razonamiento que, la única garantía de que los cambios propuestos en los programas nacidos del pueblo, se lleven adelante y perduren en el tiempo es si nosotros, el mismo pueblo, nos apropiamos de ellos, sentimos la pertenencia de los mismos, de veras, y tenemos mecanismos de control, de optimización y eficacia de las cosas que hacemos. El Congreso del Pueblo que estamos ayudando a construir, busca abordar este tema esencial que es, ni más ni menos, cómo inclinamos la balanza de las decisiones hacia la fuerza del pueblo para que decida; cómo nos convertimos en realizadores directos de esas decisiones por más pequeñas y sencillas que sean y, fundamentalmente, qué instrumentos nos damos para que toda la gestión, la nuestra directa o la de nuestros representantes, se pueda exponer en rendiciones de cuenta periódicas, permanentes, públicas y transparentes. Hoy estamos profundizando el entramado social en mil redes, que es una forma de profundizar la democracia, hilvanando los esfuerzos del pueblo organizado en sus propias estructuras sociales, como partes del supremo interés colectivo y popular, que haga frente al corporativismo, al divisionismo, al individualismo, y busque la pública felicidad.

«Para mí no hay nada más sagrado que la voluntad de los pueblos» Artigas

Unidad + diversidad = fortalecimiento

En este año 2008 se tensarán las luchas sociales y sus desembocaduras políticas. A los Consejos de Salarios, la Rendición de Cuentas y el balance del 4to año de gobierno, que además es preelectoral, se le sumarán los congresos previstos (del FA, del PIT-CNT, del Pueblo), junto con el tema Candidaturas y el abierto escenario de la campaña electoral con recorridas por el país, actos, balances, explicaciones y una enorme batería de argumentaciones para un lado y para otro.

Ninguno de nosotros está ajeno a este panorama. Mucho menos aún los que nos hemos abocado a impulsar el Congreso del Pueblo. Para los trabajadores se vuelven imprescindibles dos aspectos: el fortalecimiento de la unidad dentro de filas, acrecentando lo más posible la sindicalización, y la unidad con la mayor cantidad de sectores sociales entorno a un programa común que nos dirija hacia el nuevo Uruguay, no solamente posible, sino fundamentalmente necesario, en pos de la pública felicidad. Para nosotros, mujeres y hombres que no estamos dentro de las filas de los trabajadores sindicalizados, al igual que a los jubilados, los pensionistas, los estudiantes, los universitarios, las amas de casa, los peones rurales, los pequeños y medianos comerciantes, la gente de la cultura, los trabajadores por cuenta propia, los desocupados, la gente de los barrios y de los pequeños poblados, en fin, el pueblo todo, es imprescindible reconocer a los trabajadores organizados como el eje principal de la lucha y la unidad entre nosotros para construir ese programa concreto, de medidas concretas. Se trata de profundizar lo que ya se está haciendo; hacer lo que definimos y no se está haciendo y rectificar lo que estemos haciendo mal. Y para eso debemos reconocernos en la diversidad, que significa reconocernos en la más amplia posibilidad de aportes provenientes de los más diversos lugares del país. Debemos estar lejos de ser una bolsa de lamentos. Debemos estar lejos de ser un mero programa genérico. Debemos estar cerca de propuestas concretas, casi con redacción de proyecto de ley. La unidad se construye buscando nuestro mínimo común múltiplo sobre el cual partir, aceptándonos entre nosotros, acordando, buscando el consenso como hacemos en la Comisión Preparatoria del Congreso donde nunca hemos votado ni pensamos hacerlo. Es que queremos construir, con un lenguaje positivo, el fortalecimiento que nos haga, precisamente, más fuertes que los neoliberales que siguen entregando el país. Y para eso hay que entender que la unidad es una construcción ladrillo a ladrillo, sabiendo distinguir dónde está el verdadero enemigo y entre quiénes podemos unirnos más y mejor. Se equivoca y se aísla el que basa su critica en epítetos y no construye nada más que consignas generales, barriendo con todos los que no están cien por ciento de acuerdo con él. También se equivoca el que piense que la unidad que estamos construyendo es para hacer un Congreso y nada más, limitándola a una alianza circunstancial. Se trata de reconocer las diferencias y fortalecer las coincidencias, a partir de las cuales podemos avanzar en nuevas coincidencias, sobre la base de la fraternidad, el respeto, el análisis, el convencimiento y la experiencia entre todos. Al fin de cuentas la ecuación sigue siendo la misma desde siempre: cómo hacemos para ser más fuertes que los que nos dominan.

La unidad entre nosotros es el territorio imprescindible para ese fortalecimiento.

Una sabia decisión

La Comisión Nacional Preparatoria del Congreso del Pueblo, reunida el viernes 29 de febrero, decidió por unanimidad que la mejor fecha para realizar el Congreso es el 14, 15 y 16 de agosto. Todas las fechas son buenas si las tareas se realizan a tiempo, pero esta es particularmente emblemática. Recordemos. Este 14 de agosto se cumplirán 40 años del asesinato de Líber Arce, mártir estudiantil, mártir de todo el pueblo. También en esos días se conmemorará el cierre del Congreso del Pueblo de 1965 que, en plena reflexión, estaba arribando a sus conclusiones. Dos fechas, dos momentos de la historia nacional reciente, de las cuales nos sentimos herederos y continuadores, con el compromiso de protagonizar el tiempo que nos toca vivir hoy y resolver los problemas a los que estamos enfrentados. La elección de esa fecha no solamente es oportuna porque se da en medio de un año muy complejo, con otros tres congresos de enorme trascendencia (la segunda parte del Congreso del FA, el Congreso del Pit-Cnt y el nuevo Congreso del FA para definir su Programa y sus candidatos), sino porque incorpora elementos de la simbología, del mundo de nuestros afectos, de nuestra identidad como pueblo, que nos devuelve el sentido de pertenencia de nuestra propia historia, nos recuerda parte de nuestro patrimonio de luchas, pone sobre nuestra mesa el vigoroso sentido de la utopía, de los sueños y de las esperanzas por las que lucharon otros con quienes nos identificamos tanto. La «uruguayés» está formada de mil elementos. Nosotros debemos hacernos cargo de poner en el sitial que les corresponde a esos valores de lucha, de búsquedas del mundo nuevo que forjaron mujeres y hombres para enaltecer la solidaridad, la vocación de servicio, la construcción de la paz, de la justicia, de la equidad, la consecuencia, la sinceridad, la humildad y la honradez. Valores devaluados hoy en el mundo del individualismo, la frivolidad, la apariencia, la injusticia, la prepotencia y la violencia, donde la vida es apenas la sobreviviencia y la relación con el prójimo es la rivalidad y la competencia. Por supuesto que en este Congreso del Pueblo forjaremos el Programa de políticas para profundizar lo que se está haciendo bien, en beneficio de las grandes mayorías, retomaremos lo que no se está haciendo y ya habíamos definido, y plantearemos lo que se está haciendo mal y se debe corregir. Pero la incorporación de Líber Arce como uno de los ejemplos más caros de nuestra historia del siglo XX y el hecho de recoger lo que resultó del Congreso del 65, se suman con fuerza al compromiso artiguista que hemos hecho desde un principio quienes estamos trabajando por el Congreso del hoy y nos dan una base histórica, popular, oriental y latinoamericana sobre la que podremos apoyarnos con firmeza para proyectarnos a la realización de los objetivos propuestos. ¿Es hoy el futuro que soñaron ayer aquellos hombres y mujeres? ¿Es este el futuro que soñó Líber Arce, Héctor Rodríguez, Gerardo Cuesta, Gerardo Gatti, el maestro Puntigliano, el doctor Etorena, la Comisión Organizadora de la Mujer Trabajadora? Seguramente no, porque aún falta mucho para el país que quisieron y queremos, pero seguramente sí, si somos capaces de hacer este Congreso del siglo XXI, continuando las ideas de Congreso del Siglo XIX y el Siglo XX, pero, sobre todo, continuando la dignidad que nos legaron ellas y ellos.

«…las fuerzas progresistas del trabajo nacional deberán orientarse a realizar las grandes transformaciones de estas estructuras caducas.» (del Congreso de 1965)

¿Cómo se construye nuestro Congreso?

Lo que siguen son esbozos de ideas. El Congreso, como construcción colectiva, profundamente democrática, horizontal, participativa y nacional, sólo puede concebirse en una construcción heterogénea, con ritmos, temáticas y tiempos diferentes, donde cada participante, cada organización, sea parte de esa construcción siguiendo sus particularidades, su historia y las características de su zona de influencia. Un sindicato aportará a su manera y seguramente en forma distinta a como lo haga una organización barrial o una cooperativa o una ONG. Seguramente el peso de las temáticas individuales será también diferente. Es comprensible que muchas personas acudan al Congreso para manifestar sus problemas particulares. También es probable que otras lo hagan con un discurso más nacional, abordando los temas generales del país que nos involucran a todos. El Congreso tendrá que resolver este tema en clave programática, uniendo la reivindicación o demando particular, con la propuesta general y viceversa, que la propuesta general pueda verse como parte de la resolución de los problemas de nosotros y nosotras, la gente de la vida cotidiana. Hoy estamos en un momento de la construcción de este Congreso en el que debemos despertar y difundir, por todos los rincones del país, la necesidad de hacerlo. La función de los que nos hemos conformado como convocantes del mismo, está en dos direcciones: abrir instancias, ámbitos y momentos de reflexión, de análisis, de encuentro y profundización, al tiempo de ir elaborando ideas desde las organizaciones que integra cada persona o desde su propia producción individual. Lo que debemos sí tener muy claro es que, quién definirá las ideas resultantes y los futuros planes de trabajo (después del 14, 15 y 16 de agosto) será el mismo Congreso en su funcionamiento pleno, cuya organización también resultará de consenso entre todos los que estamos ayudando a organizarlo. ¿Qué representación tendrá cada delegado que concurra? ¿Será algo parecido a lo que hicimos en el Debate Educativo? ¿Funcionaremos esos días en comisiones temáticas? ¿Cuáles serán los temas que abordaremos? Y un montón de preguntas más. Lo cierto es que hoy hay que ser extremadamente amplio, flexible, diverso y activo en un trabajo de hormiga que vaya abriendo esos ámbitos, esas Comisiones Departamentales, zonales, barriales o por lugar de trabajo. Debemos aportar lo que hemos hecho hasta ahora en las Comisiones de País Social, Democrático y Productivo, pero abiertos a todos los nuevos temas que surgirán desde cada lugar donde el Congreso se instale. Ya estamos en Congreso y su etapa de construcción supone difundir TODAS las opiniones a través de la web, el correo electrónico, el blog, los cuadernos de próxima aparición, las mesas redondas, las reuniones que hagamos, la prensa, las radios, etc. Luego deberemos ordenarlos por áreas temáticas, ya apuntando a la forma que tendrá el mismos Congreso de abordar esos temas, pero sabiendo que cuando lleguemos al Congreso multitudinario, muchas cosas ya deberán estar redactadas con claridad, con fuerza de ley y su correspondiente reglamento, que, como ya hemos dicho, nos haga trascender la mera consigna genérica o la mera reivindicación o la mera queja. La trilogía sigue en pie: analizar y profundizar los cambios; hacer lo que hemos definido y no hemos hecho, y corregir lo que entendamos que se está o estamos haciendo mal.

LA PÚBLICA FELICIDAD vs EL CORPORATIVISMO

Un riesgo siempre presente en la confluencia de diferentes grupos sociales o sectores organizados de la sociedad, para la realización de algún emprendimiento colectivo, es que aparezcan los intereses corporativos por encima del interés común que se pretende construir de conjunto. Múltiples son las formas en que esa puja de intereses se puede expresar. Desde la infame «cuotificación política», donde los cargos pertenecen a tal fracción y por ende, muchas veces, los ocupan personas poco capacitadas para tales funciones, hasta la búsqueda permanente de la primacía de los objetivos del sector que los impulsa, sin ponderar debidamente el interés colectivo que convocó la alianza. Construir un movimiento sobre la base de la mera suma de intereses sectoriales, es construir una fragilidad expuesta al más mínimo soplo de la historia. El punto está, creo, en dos grandes desafíos. Por un lado la construcción del Programa y los planes para su realización, que aún siendo comunes a todos los grupos sociales que lo impulsan, permitan que cada grupo vea, perciba, encuentre que sus intereses sectoriales están representados en esa propuesta programática y en ese plan de lucha. Por otro lado es una paciente y compleja construcción educativa hacia múltiples direcciones, donde todos podamos ver el interés supremo de la pública felicidad por encima de nuestro interés sectorial o personal. Este último es, ni más ni menos, el avance hacia la construcción y el fortalecimiento de valores como la solidaridad, la vocación de servicio, el espíritu colectivo, el sentido de pertenencia y la ponderación del bien común, que nos devuelva la idea de pueblo, como idea dinámica, en movimiento, a la que tenemos que fortalecer contra las ideas del individualismo, del egoísmo, de los personalismos de un sistema que ha inventado figuras que van desde «hacé la tuya» hasta las «empresas unipersonales» cuyo único fin es el de lavarnos el cerebro para hacernos creer que somos pequeños empresarios, que el progreso es equitativo para el esfuerzo de cada persona y así, como un cadalso, atarnos con la soga de la dominación y si nos resistimos, eliminarnos en el patíbulo capitalista. La construcción del Congreso del Pueblo deberá tener muy presente estos dos aspectos: la construcción del Programa común y la paciente educación en aras de nuestro propio crecimiento y fortalecimiento. Para esto hay que construir huertas de ideas. Debemos transitar por el camino de la construcción programática concreta, con fuerza de leyes, que contenga lo que ya hemos anunciado: cómo profundizar los cambios, cómo hacer lo que definimos y no estamos haciendo, y cómo corregir lo que estamos haciendo mal. En esa construcción de ideas la Universidad será clave, los sindicatos serán claves, las organizaciones sociales también, pero desde estas líneas reclamamos la decisión política de todas las fuerzas. Al parecer nadie se niega a la realización del Congreso del Pueblo, pero las fuerzas políticas progresistas, de signo popular, no están empujando hacia su realización como debieran. En este Congreso cabemos todos, ¿no será una expresión de enanos corporativismos partidarios no estar trabajando intensamente para su concreción? La primacía del grupo político no debe estar por encima de la pública felicidad; los partidos deben ser instrumentos al servicio de ella. El Congreso del Pueblo también.

LA UNIDAD ES UNA DE LAS PRINCIPALES GARANTÍAS

No con poca tristeza asistí a la separación del Frente Amplio de una de las fuerzas políticas que lo integraban, más allá de mis discrepancias con prácticas e ideas que venían haciendo y pregonando estos compañeros. Leí con atención la Declaración resolutiva que argumenta la separación; ya la había escuchado en la voz de Mª de los Ángeles; y mi dolor fue aún mayor. El asunto es que puedo compartir algunos de los conceptos vertidos en esa Declaración, pero en modo alguno puedo admitirles a los compañeros que «en el camino ha quedado la definición antiimperialista». Muchos somos antiimperialistas. Que «por el camino quedó la Reforma Agraria, la Justicia Social, la Salud…». Muchos estamos luchando por ellas. «…ya no queda espacio para seguir defendiendo las ideasfundamentales». Muchos las estamos defendiendo y construyendo a diario en espacios frenteamplistas y en espacios sociales. Pero lo que más me dolió fue leer para un lado y para otro la Declaración y no ver por ningún lado una de las ideas fundamentales que dieron origen al F.A. y que hoy se vuelve imprescindible para luchar por el proyecto de país que hemos definido en tantos Congresos políticos, sindicales y sociales desde 1965 , sólo para fijar aquel Congreso del Pueblo del siglo XX, o desde abril de 1813, aquel Congreso del Pueblo del siglo XIX, o este que proyectamos, el del siglo XXI, que haremos el 14, 15 y 16 de agosto. Me estoy refiriendo al principio de la Unidad. Unidad para ponernos de acuerdo entre los que no estamos de acuerdo. Unidad para instrumentar acciones políticas comunes. No creo en la unidad haciendo acuerdo en todo y mucho menos en todo lo que únicamente piensan los compañeros que se fueron del F.A. Me refiero a la Unidad para ir avanzando en cuestiones concretas que nos den fuerzas para derrotar el bloque que nos domina, que sigue siendo el mismo ¿Alguien lo duda? Siguen siendo los sectores banqueros, los sectores agro exportadores, los sectores pro imperialistas de siempre, que deben estar aplaudiendo cuando nos dividimos. Afirmo que la herramienta Frente Amplio sigue siendo válida, que debemos dar la lucha por las ideas en su seno y animarnos a tomar iniciativas frenteamplistas, sin tenerle miedo a nada, apoyando desde los Comités de Base y las Coordinadoras las luchas populares, la información entre todos, cuidando religiosamente las herramientas sociales que son parte de la Unidad más profunda como lo es nuestro Pit-Cnt, nuestra ONAJPU, nuestra FEUU, nuestra FUCVAM. ¿O acaso me uno y admito trabajar sólo con el que piensa 100 % como yo? Se equivoca quien piensa así, no sabe de Unidad, ni sabe cómo se construye el movimiento diverso, que vaya resolviendo los dilemas de nuestro tiempo, para juntar más fuerzas y lograr ser, definitivamente, más fuertes que ellos, los sectores dominantes y sus representantes u obedientes mandaderos que puede haber dentro de filas ¿o acaso se piensa que el neoliberalismo se detuvo en la puerta del FA o de nuestras casas? ¿acaso se piensa que la dominación ideológica le podía suceder sólo a otros? ¡Cuidado! También es dominación ideológica del más profundo arraigo, dividirnos, despreciar las fuerzas aliadas que nos permiten caminar juntos y crecer, o hacer actos obreros separados de la Central o no tener la capacidad, la amplitud, la tolerancia y la flexibilidad como para hacer un acto antiimperialista contra Bush juntos, con la libertad entre filas de decir libremente lo que pensamos, pero juntos, siempre juntos. ¿No entienden los compañeros que estamos en un proceso de disputas entre dos modelos de país? Para triunfar, compañeros, reafirmo fraternal y humildemente nuestra consigna rectora: Un Pueblo, un Congreso, toda la esperanza que requiere de la más profunda y duradera unidad.

LA SÍNTESIS DE UN PROGRAMA

Leyendo las conclusiones programáticas de diferentes congresos que ha hecho nuestro pueblo, tanto en el terreno político, como en los ámbitos sociales, gremiales y sindicales, he visto que el Congreso que estamos proyectando para agosto, tiene en esas conclusiones un material riquísimo. Seguramente gran parte de las conclusiones que han sacado aquellas mujeres y hombres que participaron en esas instancias, serán material para nuestras reflexiones. Está en nosotros leer esa parte de la historia con los ojos de la actualidad política nacional, regional y mundial, e interpretar cuáles deberán ser las principales consignas que alienten nuestro programa y a qué síntesis debemos arribar para que el Congreso del Pueblo sea realmente representativo de sí mismo en cuanto a programas, reivindicaciones y propuestas que, como hemos dicho, deberán tener redacción de ley, con sus reglamentos incluidos. En esta oportunidad, simplemente hago una propuesta para la reflexión porque llegué a la conclusión (por supuesto siempre abierta al debate, la reflexión colectiva, la consulta y la búsqueda de la unidad de criterios) de que hay cuatro ejes principales que deberían ser la síntesis del programa ,de las demandas y auto demandas que marquen los caminos de qué hacer político de esta fuerza popular emergente que ya no tiene retorno y que es el movimiento social organizado hacia y desde el Congreso del Pueblo, autónomo, democrático, plural, abierto y participativo. En esa dirección propongo pensar en: Trabajo digno: que sintetiza la esencia de la reactivación económica con justicia social, buscando incentivar la construcción, la pesca, la industria nacional cárnica, las curtiembres, el agro de pequeños y medianos productores, etc. Bienestar social: que sintetiza todos el tema de la salud, la seguridad social, la educación, la vivienda, la atención a los jóvenes y a los niños, la seguridad ciudadana y la pública felicidad. Participación: que trasciende la democracia representativa e introduce la democracia participativa donde seamos protagonistas de nuestras decisiones, hagamos lo que decidamos y controlemos lo que hagamos, haciendo de la consulta una herramienta básica del fortalecimiento democrático, de aprendizaje, reflexión colectiva y constructores del país que queremos las mayorías. Y por último, Unidad Latinoamericana: que es la condición fundamental para hacer frente al poderoso imperialismo y a las derechas rancias del continente que están haciendo sus encuentros para poner palos en las ruedas de los pueblos que queremos marchar hacia nuestra segunda independencia, que es la independencia de decidir nosotros, bajo formas nuevas de democracia, los destinos de nuestro continente. En estas conversaciones nos debemos meter para ver los horizontes que se perciben, sin sectarismos ni divisionismos absurdos que sólo son propios de los que no quieren estar en ámbitos colectivos y plurales para sumar con otros que no piensan igual, porque la debilidad de sus ideas sólo les permite crear sectas intrascendentes. Estas consignas nos permiten avanzar en lo que decimos una y otra vez: si estos son los objetivos, debemos profundizar los cambios que se están haciendo en esa dirección, proponernos hacer lo que dijimos y aún no hemos hecho, y corregir lo que se está haciendo mal.

Trabajo digno. Bienestar social. Participación. Unidad latinoamericana, esas son las consignas.

La importancia de la comunicación

Estamos en un momento de la vida de nuestro país y del mundo, donde la circulación franca, abierta, plural y pública de ideas se vuelve fundamental para el éxito de los emprendimientos políticos que se asuman. Pongamos por caso nuestro Presidente. El Dr. Tabaré Vázquez es, sin duda, el Presidente de todos los uruguayos. Pero es dos cosas más (o debería). También es el líder de más de la mitad de los uruguayos que lo votamos y a su vez es (o debería serlo) el estadista, el ideólogo, el conductor de la fuerza política que lo colocó en la investidura que hoy representa. Por eso creo que se vuelve fundamental que él sea parte de un diálogo permanente con nosotros, su pueblo, y que ese diálogo público tenga fuerza de consulta, de saber escuchar, de saber exponer, de saber persuadir y convencer, convencernos, sobre lo que se va a hacer. Lo mismo pienso de las políticas ministeriales que deben partir de ámbitos colectivos donde vayamos construyendo un nuevo tipo de democracia que trascienda la representatividad e ingrese en la participación. ¡Por supuesto que hay un tiempo para discutir y un tiempo para actuar! Pero no es menos cierto que una vez que definimos qué hacer debemos hacer lo que definimos. ¿Estamos avanzando en el programa de gobierno definido? ¿Es coherente con lo decidido, la creciente extranjerización de la tierra, las privatizaciones, el decreto del 18 de febrero, la incorporación de nuevas fábricas de celulosa, las zonas francas, para citar sólo algunos aspectos? ¡Cuidado! Ahora se oye demasiado frecuentemente que las denominaciones de «izquierdas y derechas» son conceptos caducos. Detrás de esa afirmación se quiere desdibujar la clara definición entre los bloques de poder que dominan y deciden la vida del país (los sectores agro-exportadores, los banqueros, los privatizadores, los defensores del libre mercado que es el menos libre de todos los mercados, los tecnócratas encaramados en la burocracia de las inútiles pero sustanciosas gerencias, los enamorados del imperio) y por otro lado nosotros, el pueblo trabajador, desocupado, jubilado, pensionista, estudiante, ama de casa, marginado, emigrante, niño, joven, adulto mayor, peón rural, pequeño y mediano productor y comerciante. Es con nosotros y entre nosotros que se vuelve imprescindible la comunicación. Es con nosotros y entre nosotros que se vuelve fundamental el diálogo en el marco de la unidad y el respeto. Los ministros deben ejecutar lo definido y consultar lo que no se ha definido, para buscar siempre las mayorías que respalden las políticas que se van a llevar adelante y hacer frente a las presiones a las que seguramente están sometidos por parte de grupos de poder económico y político. Los ministros deben acudir a las Mesas Redondas y fomentar también la comunicación con los gremios, la Universidad y el movimiento popular organizado. Sólo el respaldo movilizado de nosotros, el pueblo, es la garantía del éxito de las políticas populares que se deben llevar adelante que, inevitablemente, si son verdaderamente progresistas y populares, van a chocar con los intereses de las minorías poderosas que han dominado este país durante casi dos siglos. Deberíamos habilitar espacios permanentes por los medios de comunicación para conversar sobre los temas que le interesan al país, que somos nosotros, su gente, la inmensa mayoría. Nosotros estamos en ese camino habilitando la tribuna más importante de estos tiempos: el Congreso del Pueblo.

SABER ESCUCHAR

En las últimas semanas las mujeres y los hombres que estamos trabajando intensamente para realizar el Congreso del Pueblo, hemos asistido a una gran cantidad de reuniones en los lugares más distintos y distantes de nuestro país. Una de las claves que estamos aprendiendo es saber oír a la gente que da sus puntos de vista, que nos cuenta de la vida en cada barrio, en cada población, en cada zona. Otra clave que hemos aprendido es que en cada lugar hay una sabiduría que da cuentas, sin equívocos, de lo que hay que hacer en cada sitio, cuáles son las prioridades, qué recursos se precisan y, la verdad, no necesitan a nadie que les venga a dar cátedra sobre esos temas. Se necesitan técnicos, sí, para asesorar. Se necesitan recursos para que los mismos lugares los administren con formas de autogestión, donde las mismas poblaciones decidan qué hacer, tengan los recursos para hacer lo que decidan, tengan apoyo (sobre todo de la Universidad) y tengan los mecanismos para autorregularse y autocontrolarse en la gestión comunitaria. ¿De qué estamos hablando? Ni más ni menos que de la participación popular en la reforma del estado y la descentralización. ¡Ah, pero para eso hay que saber escuchar! ¿De qué estamos hablando? Ni más ni menos de que compartir el poder con el soberano, nosotros, el pueblo oriental. ¿De qué estamos hablando? Ni más ni menos que de la democracia participativa que profundice la democracia representativa y nos dé las herramientas para profundizar los cambios. Un ejemplo de lo que NO debemos hacer es el trámite que tuvo y está teniendo el tema Educativo. No podemos convocar a un Congreso sobre Educación y después no reflejar en la propuesta de Ley los puntos más importantes que decidimos en debates abiertos, extendidos por todo el país y que se supone que iban a marcar los ejes de la reforma educativa que se busca. Eso es desoír. No podemos dar participación para definir políticas y luego decidir en ámbitos reducidos otras políticas. Eso es desoír. No podemos salir a hablar al interior de nuestro país, a los barrios de la capital y hacer largos monólogos, luego dar la palabra a algunos vecinos, pero finalmente no contemplar en las políticas que se definen, las opiniones que nos dijeron esos vecinos. Hay que incentivar las consultas, compartir las decisiones y, sobre todo, delegar en la gente sencilla la construcción de las pequeñas y grandes cosas que nos hemos planteado, las pequeñas y grandes resoluciones que tenemos que tomar. Estamos hartos de que nos vengan a pedir el voto cada cinco años. Estamos hartos de la cuotificación política, de la consulta intrascendente que le da marco a la trastienda política donde se decide el curso de nuestras vidas. ¡Claro que hay un tiempo para discutir, otro para decidir y otro para trabajar! Pero el dirigente que se precie como tal debe saber discutir con la gente, decidir con la gente y trabajar con la gente; debe saber consultar, escuchar y cumplir. Para todo eso, para que se oiga bien fuerte la mayor cantidad de voces, es que hoy estamos trabajando para el Congreso del Pueblo en el que podemos estar todos.

Bonanza no es distribución

El eje de los temas económicos ha estado girando en torno al IRPF. La oposición centra sus tiros sobre este tema y aspectos tangenciales como los votos de la Alta Corte de Justicia, la constitucionalidad o no del impuesto, si es renta o no es renta, etc. Por su lado el ministro Astori, en su último intervención pública ante los dirigentes de marketing y otros referentes públicos, ha hecho hincapié en las cifras de exportación, en el PBI, en los precios de los productos uruguayos en el mercado internacional, en el control de la inflación, en el dólar y su control, en el equilibrio fiscal, en la fechas de pago de intereses de deuda, etc. En definitiva ha dicho que Uruguay está como nunca antes en muchas de su cifras generales y que andamos de bonanza. Bien, muchas de esas cifras están muy bien, pero ¿a dónde va la ganancia generada? ¿dónde se ha invertido? ¿cuánto ha bajado la desocupación? ¿cuánto se ha reducido la mortandad infantil? ¿en qué cantidad se ha reducido la emigración? ¿cuántas nuevas industrias se han abierto? ¿qué valor agregado de trabajo real tienen esas exportaciones? ¿cuántos nos han dejado las zonas francas? ¿cuánto nos ha dejado la venta de tierras, el monocultivo de soja, el desierto verde de eucaliptos y pinos? ¿cuánto se han reducido los trabajos informales para pasar a ser trabajos como dios manda? ¿en qué anda el poder adquisitivo de la población? ¿quién ha ganado más en el Uruguay de esta bonanza? ¿quién gana con las inversiones extranjeras en empresas del estado? Creo que debemos decirnos todas las informaciones y admitir que muchos aspectos de las preguntas que formulo, conducen a respuestas negativas para el pueblo uruguayo porque de lo que se trata es de distribuir diferente las ganancias generadas. De lo que se trata es de dirigir los dineros públicos a emprendimientos públicos. De lo que se trata es de terminar con el bochorno de las zonas francas que son, francamente, despojos para nuestro país. De lo que se trata es de detener la venta de tierras a extranjeros y la concentración aberrante de monocultivos en zonas prósperas para múltiples actividades agropecuarias. De lo que se trata es de avanzar más en la reactivación del mercado interno favoreciéndolo con precios que no pueden ser los mismos que se determinan en países ricos. En definitiva se trata de construir un país que sin dudas requiere de la presencia activa, protagónica, movilizada y en pie de lucha de nuestro pueblo en la calle, única garantía para profundizar los cambios porque somos los únicos que podremos enfrentar al gran capital financiero, a las cámaras lucrativas, a la tecnocracia aferrada a los órganos de decisión, a la burocracia inoperante y regresiva. Ese pueblo movilizado es la única garantía de construir el nuevo país que también deberá construir las nuevas legislaciones, los cambios constitucionales e institucionales que le den el marco jurídico y político para garantizar la pública felicidad. Para eso es que estamos forjando el Congreso del Pueblo donde la bonanza se traduzca en la redistribución de la ganancia al servicio de las grandes mayorías.

PODER PARA PODER

Si alguien pensaba que la construcción de los cambios iba a ser un camino fácil o un pacto entre caballeros, estaba muy equivocado. ¿A qué situación estamos enfrentados hoy? Primero: los sectores empresariales y del gran capital financiero estás mostrando la hilacha de sus pretensiones programáticas históricas: achicar el Estado privatizándolo, apostando todo a las exportaciones sin poner un peso para abrir fuentes de trabajo y comenzando campañas difamatorias que descalifican al gobierno, en procura de su tan ansiada «segunda vuelta». Segundo: nuestras propias debilidades en la profundización de los cambios, en la reactivación productiva a partir de más puestos de trabajos, como eje principal para los demás cambios definidos. Tercero: lo que aún no hemos alcanzado: la eliminación de la pobreza, la mayor integración regional, la desburocratización del estado. Cuarto: lo que estamos haciendo mal que no ha detenido la extranjerización de la tierra, la concentración de forestación de árboles para la celulosa y la soja transgénica, las nuevas fábricas de celulosa con enormes beneficios que no dejan nada para el país, sólo para nombrar alguno de los puntos más importantes. El común denominador que nos permita enfrentar a los especuladores y zánganos sociales del poder económico, profundizar los cambios, superar nuestras debilidades para hacer lo prometido y corregir lo que estamos haciendo mal, requiere de poder. Se trata del «poder para poder». El que reconocemos como legítimo, como único desde nuestra concepción democrática, es el poder de nosotros mismos a través de la movilización, la comunicación, la información transparente, la participación en las decisiones y en las realizaciones. Los mensajes no pueden ser contradictorios. Hay que conversar con los directamente involucrados, pero no para salir en la pantalla, sino creando ámbitos de trabajo colectivos, consultivos, informativos y de toma de decisiones. Vale poco hacer un Consejo de Ministros público cada tanto, donde, además, por lo general la voz es en una sola dirección por más que se escuche a la gente de esa localidad. Vale poco hacer una mateada cada tanto donde alguien toma solo. Se trata de instalar una práctica permanente desde cada órgano del Estado para tener comunicación cotidiana con los sindicatos, con las áreas de influencia directa, con el ciudadano común donde las máximas autoridades se dispongan de un tiempo concreto y periódico para informar sin cortapisas y escuchar las críticas y los pensamientos divergentes. La movilización no es sólo en la calle, sino en la práctica permanente de incluir en nuestra vida cotidiana los temas que hacen a los cambios para el mejoramiento, precisamente, de nuestra vida cotidiana. Si no trabajamos en esa dirección, repetiremos una vez más la consulta quinquenal que venimos haciendo hace ciento setenta y ocho años y estaremos expuestos y vulnerables a los embates reaccionarios de los que detentan el poder económico desde las grandes empresas, los terratenientes exportadores y los banqueros, además de la destructiva burocracia y la tecnocracia que mira el mundo por el ojo de un chip.

LA GALLINA Y EL HUEVO

Que las cifras macro económicas van bien…que nunca se exportó como antes…que no tenemos déficit fiscal… que jamás valieron tanto las materias primas que exportamos… que si están caras acá, en Uruguay, es por algo positivo para el país, que sucede en el mundo y es, precisamente, que se pagan muy buenos precios afuera… que están viniendo inversores argentinos… que están haciendo depósitos en bancos «de acá»… y se sigue hablando de economía por la economía misma. Se hacen desayunos sólo para hablar de las tasas de interés y si la política cambiaria está bien encaminada o no. Pareciera que las políticas económicas y los economistas que así razonan, estuvieran siempre encerrados en la academia para presentar, discutir, analizar y desenredar los temas económicos del país, desde la economía misma, por encima de todos los demás planos de la vida del país. Esa es una ética que no debemos acompañar. La ética de los cambios económicos, con justicia social, la ética de los economistas al servicio del pueblo, es la que analiza la economía del país desde el punto de vista de la sociedad y las necesidades de la gente. La ética del economista comprometido con los cambios, ni siquiera se construye mirando a la gente desde la vereda de enfrente, sino entre la gente misma, donde nosotros, la gente, podamos definir las políticas con él, podamos hacer lo que definimos y podamos controlar lo que hagamos. No hay cambios en serio, profundos y duraderos, sin nosotros. El conocimiento universitario debe investigar, sí, debe producir ideas, sí, pero siempre al servicio del pueblo y sus organizaciones que deben definir qué hacer. Si esto no es así, lo que va a suceder es que se siga con la misma matriz dominante del gran capital, de los grandes exportadores, de los eternos beneficiarios del trabajo de la gente, mientras que de la otra forma, si es la gente la que define, esa matriz deberá cambiar porque habrá que entregar tierras improductivas a quien las quiere trabajar, porque habrá que reactivar la industria cárnica con una Frigorífico para el mercado interno, porque habrá que construir la flota pesquera nacional, porque habrá que construir viviendas que pongan en marcha la rueda de la construcción, porque habrá que terminar con las zonas francas, porque habrá que terminar con la tierra al servicio del monocultivo o la soja transgénica. En definitiva ¿por qué no hacemos un desayuno de trabajo donde las mesas las ocupen los trabajadores, los desocupados, los desalojados de la tierra, los pequeños y medianos productores y comerciantes, los pescadores, los chacreros, los estudiantes, la gente de extensión universitaria, los maestros, los profesores, los artistas, eh? Jamás se hizo un desayuno así. ¿Por qué no hacemos un desayuno de trabajo donde todos ellos hablen y los economistas en puestos de poder se limiten a oír y se construyan desde ahí las políticas económicas como instrumentos de los cambios sociales, eh? ¿Qué está antes y qué está después? Para nosotros son los cambios sociales, las necesidades sociales las que deben determinar el curso de las políticas económicas y no a la inversa.

40 AÑOS DESPUÉS

El día 12 de junio de 1968 era evidente que el presidente Jorge Pacheco Areco impondría las Medidas Prontas de Seguridad a partir de las cero horas del 13 de junio. En el Liceo Miranda, ocupado por los estudiantes, conversamos acerca de si convenía quedarse o irse y ver qué pasaba. El «Negro» José López Mercao trajo los volantes que decían «¡Abajo las medidas prontas de seguridad!». Tres ocupantes salimos casi a la media noche, rumbo al viejo liceo Rodó, para hacen entrega de aquellas propagandas que pensábamos volantear por el centro de la capital. Otros salieron para otros liceos. El estudiantado del Miranda se dispuso a desocupar las instalaciones. Abel, Fernando y yo caminábamos por las calles desiertas del invierno montevideano, rumbo al Rodó, sin saber que ya lo había desocupado la policía y había montado una guardia al estilo «ratonera».

Cuando intentamos ingresar al Rodó fuimos detenidos y ya estábamos dentro del horario en que regía el decreto de excepción. Nos llevaron hasta la Comisaría 1era. El policía que ingresó con nosotros habló, dirigiéndose al oficial que se disponía a hacer el registro de la detención .

-Poné que son las once de la noche y se van mañana.

-No, son la una y media de la madrugada y ya están dentro del decreto.

Y fuimos procesados, conducidos a Jefatura y fichados, pasando todos al juez, varios días después, junto a otros presos que habían sido detenidos ese mismo día y a quienes rindo recuerdo y homenaje: Ramón Ituarte, Julio Serrato, Alberto Makas, Francisco Contreras, Gastón Arimón, Juan Montalvi, Carlos Estomba, Roberto Sánchez, María Inés Caraballo, Abel Cabo, Fernando Boions y yo. Los tres últimos éramos menores de edad, lo que encendió una importante protesta de legisladores de izquierda en el Parlamento nacional.

Hubieron otros detenidos en Paysandú y en Maldonado que, según la comunicación del Ministerio del Interior y de Defensa Nacional, sumamos los primeros 21 presos por las Medidas Prontas de Seguridad, publicado en los medios de prensa a partir del día 15 de junio.

Vaya pues este breve recuerdo como aporte a las conmemoraciones que se están realizando a propósito de los 40 años de aquel emblemático año 1968.

Muchas cosas han pasado desde entonces, pero tengo la hermosa certeza de que aquellas ideas que levantamos alto en las luchas de ese año efervescente de juventud y de búsqueda, hoy siguen intactas, más maduras, consecuentes, parte fundamental de lo que hoy somos y de lo que intentamos ser. Lejos de toda lectura que atribuye a aquellos años meros impulsos juveniles. Cerca de las interpretaciones que dan cuenta de una búsqueda permanente por la construcción de un mundo nuevo que hoy, a 40 años de aquellos días, están más frescos que nunca. Hoy es 20 de mayo y estoy escribiendo estos recuerdos. Nadie puede pensar que aquellas vidas ofrecidas 8 años después de aquel mayo de 1968 fueron meros impulsos juveniles. ¡Que vuelva Pedro Rojas a escribir con su dedo grande en el aire «vivan los compañeros»!

La hegemonía ideológica

En el mundo unipolar que nos ha tocado vivir, estamos sometidos a diferentes formas de hegemonías con mayor o menor influencia en nuestras vidas. La hegemonía económico-financiera nos condena a una división del mundo en la que nos toca ser productores de materias primas y mercados consumidores de lo que elaboran otros. La hegemonía militar y política busca debilitar cualquier alternativa regional independiente, desalienta a los nacionalismos progresistas y trata de alinearnos detrás de los planteos norteamericanos que hoy nos necesita más que nunca como patio trasero para fortalecerse ante la hegemonía europea y la creciente presencia mundial de China, del sudeste asiático y de India.

Creo que el capitalismo está en la etapa de concentración extrema de la riqueza, de condenar al planeta y a la especie humana a las más peligrosos condiciones ambientales de supervivencia y de procurar el vaciamiento de las estructuras democráticas burguesas, sustituyéndolas por el poder militar, donde la guerra, bajo diferentes formas, parece ser la regla principal de resolución de los conflictos. Esa hegemonía político-militar reposa en sus lugartenientes. Israel en el Medio Oriente, Inglaterra en Europa, Colombia en nuestro continente. Sin embargo el motivo principal de estas líneas es invitarlos a pensar sobre la hegemonía ideológica y cultural. Esa hegemonía tiene grandes columnas conceptuales que dan una visión del mundo. «Todo tiene precio y valor de ganancia» es una de esas columnas. Por lo tanto el agua, el aire (cada vez más caro respirarlo en ciudades sin pulmones) y la vida misma, tiene un precio. Si es rentable destruir selvas, formar desiertos, acabar el agua o matar gente, el capitalismo suicida así lo hará. «El modelo de vida americano» es otro eje cultural y se muestra como paradigma para nuestros jóvenes junto con la idea de que «todo debe girar en torno al mercado de trabajo» para que cada uno de nosotros le sirva al sistema. «El secreto del progreso es individual», entonces nadie debe buscar soluciones colectivas ni participativas, sino individuales y privadas. Por último y por ende, «la felicidad está en consumir», en cambiar objetos todos los años, en vivir adentro de las grandes superficies comerciales, cálidas o frescas, seguras y agradables. Para nosotros, los pueblos, no nos quedan sino alternativas que conduzcan hacia la reconstrucción de nuestra identidad nacional, regional y continental. Debemos sustituir el concepto de bienes de consumo por bienes de derecho humano: la educación, la salud, el ocio productivo, la vivienda, el trabajo digno, no son bienes de consumo, son derechos humanos de dominio y tratamiento públicos. La democracia participativa es clave para nuestra emancipación del capitalismo mutilador. Es verdad que la autoridad de ellos emana de nosotros, pero para eso debemos levantar bien alto nuestra presencia soberana a través de presentar proyectos, ideas y propuestas con nuestra presencia en las urnas, en la calle, en los sindicatos, en las organizaciones sociales, en el día a día construyendo, como en estos tiempos, el Congreso del Pueblo.

Un Comentario para “Un pueblo, un Congreso, toda la esperanza”

  1. por la democracia

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