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La peor salida. El caso Dancotex
Escribe: Samuel Blixen
Todos salieron perdiendo: los trabajadores de Dancotex que quedan sin fuente de trabajo y sin cobrar sus créditos laborales; el empresario Soloducho, que logró sacar sus máquinas de la planta pero enfrenta embargos y el castigo del BROU por sus deudas de 10 millones de dólares; y la justicia, que aparece como culpable de desbaratar la solución de un conflicto difícil y complicado.
Daniel
Soloducho, dueño de la textil Dancotex, esperaba agazapado: la negociación para
superar el conflicto laboral y lograr el levantamiento de la ocupación de la
planta de la calle Veracierto prosperaba trabajosa pero firmemente. Sus
asesores, él mismo, la diputada Ivonne Pasada (MPP), los dirigentes sindicales
Juan José Ramos, en representación del PIT-CNT, y Miguel Olivera, del Congreso
Obrero Textil, el ministro de Trabajo Eduardo Bonomi y el director de Trabajo
Julio Baraibar, fueron acordando en las últimas semanas la complicada fórmula
que permitiría mantener la fuente de trabajo para más de 200 obreros y a la vez
facilitar la aspiración del empresario de trasladar la textil a la antigua
planta industrial de Sudamtex en Colonia. El acuerdo general estaba aceitado y
sólo restaba fijar un detalle: el número de cuotas para saldar los créditos
laborales. En ese contexto de solución, Soloducho dilató una respuesta hasta que
sobrevino la decisión de la jueza civil Lilian Morales accediendo al reclamo del
empresario de retirar ocho líneas de máquinas para trasladarlas a Colonia. Y en
ese instante se derrumbó todo.
Es posible que la magistrada no tuviera otra opción
desde que otra jueza, Elisa Lizaso, había levantado el embargo que pesaba sobre
esas maquinarias por un reclamo de 17 mil dólares. Pero la resolución cayó en el
peor momento y habilitó la maniobra de Soloducho. Días antes de que se produjera
la resolución, el empresario comunicó al Ministerio de Trabajo que no tenía
dinero para pagar las deudas laborales, aun con las facilidades que se le habían
concedido en la negociación. El propio Soloducho estuvo presente, en la gélida
mañana del miércoles 16 cuando, en medio de un despliegue policial, medio
centenar de trabajadores contratados por Soloducho, cumpliendo las indicaciones
de ingenieros y técnicos, comenzaron a desmantelar las ocho líneas de máquinas.
Los policías no tuvieron que reprimir ningún desacato, porque la única reacción
de los obreros que mantenían una guardia gremial en la planta consistió en
algunos gritos de reproche para aquellos que estaba desarmando la maquinaria y
lágrimas incontenibles de algunas trabajadoras. Los más duros en los reproches
fueron los sindicalistas Ramos y Olivera, que cuestionaron la decisión judicial,
y el director de Trabajo Baraibar, que cuestionó la decisión de Soloducho.
Después de 92 días de conflicto, el empresario textil se salía con la suya. Pero
era, en todo caso, una victoria pírrica.
UN CONFLICTO DIFÍCIL.
Los
meses siguientes dirán si la opción de Soloducho al final de esta etapa fue la
mejor de las posibles para sus intereses o si, por el contrario, tuvo la misma
impronta desacertada del inicio del conflicto cuando, intempestivamente, al
concluir un turno de trabajo, convocó a los trabajadores en el comedor de la
planta para anunciarles que trasladaba la fábrica para Colonia y cerraba la de
Montevideo.
Parece cierto que desde el punto de vista de la
rentabilidad la mudanza era aconsejable: la actividad industrial de Dancotex le
proporciona a Soloducho un beneficio anual de unos 250 mil dólares; apagando la
caldera de Montevideo y utilizando exclusivamente la de Colonia –que permite
multiplicar la producción–, Soloducho duplica sus ingresos exclusivamente por
ahorro de combustible. La medida tiene otro costado de beneficio porque al
montar su cuartel general en Colonia puede monitorear otros intereses,
inmobiliarios y comerciales relacionados con un importante proyecto de shopping.
También es cierto que la decisión unilateral, a la que
indudablemente tiene derecho, provocaba una verdadera tragedia social, porque
enfrentaba a los trabajadores al desarraigo y a la fractura familiar. Es
comprensible que los trabajadores resistieran la oferta y se lanzaran al
conflicto para defender sus intereses, y a la vez la fuente de trabajo.
Soloducho sabía que su decisión era impopular, pero es
un empresario acostumbrado a la impopularidad porque no goza de la estima de sus
colegas –como no goza de la confianza de sus trabajadores–; si en este conflicto
recibió un respaldo empresarial, ese apoyo circunstancial proviene de aquellos
empresarios que han hecho de la resistencia a las ocupaciones la línea Maginot
de su lucha de clases.
Tan razonable como el derecho del empresario a
trasladar su planta a más de 170 quilómetros es el de los trabajadores a ocupar
la fábrica para defender la fuente de trabajo y el entorno cotidiano de su vida.
Esta ocupación no fue, por cierto, de aquellas que se imputan a un
apresuramiento o una inexperiencia sindical. Cualquiera, salvo los
fundamentalistas del beneficio puro y duro, puede comprender lo que significa
radicarse en un medio que no ha sido elegido, alejado de la familia, obligado a
un desplazamiento permanente para mantener los vínculos cotidianos.
EL ACUERDO DESCONOCIDO.
Desde
el comienzo de la ocupación –y salpicado por el incidente judicial que pretextó
un operativo político de la oposición para enfrentar al gobierno con la
justicia, poniendo en la mira al ministro del Interior José Díaz– trabajosamente
se fue elaborando una fórmula en la que ambas partes concedían aspectos
importantes de sus posiciones. Al comienzo Soloducho había ofrecido mantener en
Colonia el contrato de trabajo para todos los operarios de Montevideo. Los
trabajadores desconfiaron de esa oferta; presumieron que la intención del
empresario era quedarse con aquellos trabajadores que por sus conocimientos y
experiencia eran los únicos calificados para operar las ocho líneas de máquinas,
que permiten producir cierto tipo de telas –una combinación de lana y seda– que
se colocan en el mercado italiano.
Los hechos parecen haberles dado la razón.
En un esfuerzo por diseñar una
salida, se otorgó a los trabajadores de Dancotex el seguro de paro, una medida
muy criticada por la oposición, que argumentaba que con ello se estaba
financiando la ocupación; y a la vez los ocupantes ofrecieron a Soloducho
producir gratis las muestras de telas necesarias para concretar el negocio en
Italia. Después de un análisis exhaustivo de la situación, los trabajadores y
Soloducho llegaron a una compleja fórmula, con el arbitrio del Ministerio de
Trabajo. La fórmula implicaba lograr la aceptación por una parte importante de
los obreros en conficto de su radicación en Colonia; esos trabajadores no
cobrarían el despido y mantendrían sus remuneraciones, superiores a las que
Soloducho ofrece a los obreros de Colonia. Para resolver los problemas de
traslado periódico a Montevideo, y de alojamiento, se obtuvo el compromiso del
Banco República (BROU) de que ciertas deudas que mantienen clientes del ramo de
hotelería y del transporte se fueran cancelando con servicios a los obreros
desplazados. A su vez, el BROU dispondría que, a pesar del cambio de
calificación de la deuda que tiene Dancotex, por unos 10 millones de dólares
–que implica aumentar los intereses de 6 a 9 por ciento anual–, se mantendrían
los intereses de la calificación más benévola. El resto de los trabajadores, que
no aceptaban el desplazamiento, cobrarían el despido; una parte pequeña de ellos
se beneficiaría con una jubilación anticipada; finalmente, unos 40 operarios
montarían una unidad productiva en la planta de la calle Veracierto, en un
emprendimiento difícil porque, se sostenía, sin las ocho líneas que se
instalaban en Colonia, el resto de la maquinaria es de hecho chatarra. La unidad
productiva intentaría consolidarse como fuente de trabajo, con una inversión por
vía de una donación, de la que participaba Soloducho, y el compromiso de
trabajar à façon para Dancotex.
El momento crítico de la negociación fue el pago de los
créditos laborales (aguinaldo de 2005 y la fracción de 2006, licencias, una
fracción de salarios adeudados en el momento del inicio del conflicto, y los
despidos), una cifra que se eleva a unos 600 mil dólares.
En
este punto Soloducho adujo que no tenía dinero. Se propuso entonces otorgar a
los obreros despedidos una extensión del seguro de paro y arbitrar en cuotas de
pago. El empresario ofreció saldar la deuda en 12 cuotas, lo que llevaba a 18
meses la cancelación de la deuda con los trabajadores. Todas las partes en
negociación reclamaron de Soloducho un plazo razonable, de tres o cuatro meses,
y en eso se estaba cuando surgió la decisión judicial de autorizar el desmonte
de las ocho líneas de máquinas.
La negociación cayó, y ahora los trabajadores
reclamaron el embargo genérico de todos los bienes de Soloducho, pero por un
monto que trepa al millón y medio de dólares, porque contabilizan el pago por
despido abusivo, que incrementa notablemente el monto. A la vez, Juan José Ramos
anunció que los trabajadores reclamarán ante la justicia por las resoluciones
adoptadas. Juan Castillo, dirigente del PIT-CNT, evaluó que el conflicto de
Dancotex resultó una derrota para los trabajadores porque “se impuso el derecho
del empresario sobre el derecho de los trabajadores al trabajo y a la vida”.
TODOS PIERDEN.
Los abogados de Soloducho han afirmado que
finalmente pagarán los créditos laborales, contradiciendo la postura que trancó
las negociaciones. Soloducho se ha defendido diciendo que él nunca se
comprometió a un acuerdo. La afirmación provocó el malestar del ministro Bonomi,
quien afirmó que sí hubo un compromiso de acuerdo. “Pueden suponer que yo miento
y que Soloducho dice la verdad –acotó Bonomi–, pero hay múltiples testigos.” La
paternidad de la responsabilidad en todo caso no diluye el sentimiento de
frustración que embargó a los trabajadores y a los negociadores.
Es dudoso que los cálculos de Soloducho se confirmen en
un beneficio para sus intereses. El director Baraibar deslizó una frase
sugerente: “Después de esto ¿cómo piensa Soloducho obtener la asistencia
financiera del Banco República?”. Se refería a la importante deuda que mantiene
Dancotex. Son 10 millones de dólares otorgados por los directores colorados del
BROU durante la administración de Jorge Batlle, con condiciones excepcionalmente
generosas, en especial en la relación entre el monto de la deuda y las garantías
que la sostienen.
Caído el acuerdo, el BROU cobrará los intereses
correspondientes a la calificación de la deuda, lo que implica para Soloducho un
aumento considerable en el monto de las amortizaciones que, dicho sea de paso,
venía cumpliendo. El empresario, en estas condiciones, puede dejar de pagar, con
lo cual se le presenta al BROU el problema de pasar el crédito a pérdida. Pero
con ello Soloducho difícilmente obtendrá nueva asistencia financiera para la
producción de la planta en Colonia, y a la vez se expone a las acciones
judiciales del banco, además del embargo de los trabajadores. El traslado de las
ocho líneas a Colonia es una operación lenta, que insumirá meses.
En
estas condiciones, los trabajadores en conflicto pierden su fuente de trabajo,
pero Soloducho pone en peligro su proyecto coloniense.
Hay una tenue esperanza de que se reabran las
negociaciones. Si los trabajadores aceptaron negociar mientras se procesaba la
decisión judicial, bien puede Soloducho reiniciar las negociaciones mientras se
procesa el embargo genérico.
En caso contrario, todos
pierden.
BRECHA, 18/08/2006.